Islandia

Sebastián N. Lalaurette

Descubrió Islandia un día que, cansado de jugar al Ajedrez Múltiple, empezó a hurgar en los sitios más inverosímiles de la Red. En realidad, llevaba cuatro años hurgando, empleando sus conocimientos de programación de la manera más oculta e ilegal posible, intentando quebrar una filosofía de "máxima integración" que era la base de la dominación a que estaba sometido todo un continente. El Estado (esa gigantesca red de Inteligencias Artificiales que se había demostrado más eficiente, duradera y represiva que cualquier gobierno humano) cubría todos los intersticios, controlaba todas las máquinas. Las computadoras pensantes que lo componían estaban perfectamente sincronizadas (integradas) entre sí, aunque cada una tenía amplia libertad para decidir y actuar por sí misma. Juntas constituían una muralla infranqueable; Eduardo se sintió vencido muchas veces. Pero nunca abandonó del todo la búsqueda: hacía cuatro años había encontrado una rendija en el infinito mecanismo de control del Estado, una rendija que desaparecería en cualquier momento, pero que había bastado para encender una chispa.

Al día siguiente se encontró con que, en efecto, la Biblioteca había sido arrasada. Fue una mala noticia, sin duda, pero el descubrimiento de Islandia le importó más. La Biblioteca había durado cuatro largos años, y durante cuatro largos años Eduardo había pasado noches enteras copiando libros y destruyéndolos luego. ¿Cómo podía no hacerlo? El cielo y la tierra, el amor y el odio y la mezcla de los dos, las banderas y los abrazos, las sonrisas y la leve tristeza de los días nublados, todo eso se abrió ante él y lo cambió como nada hubiera podido hacerlo.

Cervantes, Maupassant, Kafka, Conti, Rimbaud, Bécquer, Joyce, Azorín, de algún modo habían sobrevivido. Habían estado refugiados en un lugar antiguo, impresos en antiguo papel, metidos dentro de antiguas bolsas de tela basta; humedeciéndose, rompiéndose y pudriéndose, aguardando que alguien los encontrara y los abriera; vivos después en una improbable memoria digital; esperando que alguien encontrara un lugar para ellos. Eran subversivos: tenerlos significaba la muerte. Eran preciosos: conocerlos resignificaba la vida. Ahora había aparecido un hueco en la Red, sin punteros ni referencias, sin motivos para que nadie le prestase atención. Era como una isla sin vigilancia en medio del enorme mar de la Red, y por eso Eduardo, el primer lector en siglos, le puso Islandia, el nombre de un país ya fenecido a manos del nuevo orden político.

Islandia no era un lugar; ni siquiera era un "sitio" virtual ubicado en algún servidor de la Red. Era un entrecruzamiento de datos y referencias, cerrado en sí mismo, dinámico pero estable, asombrosamente libre de interferencias externas. Era un conjunto de instrucciones, configuraciones y punteros a lugares desperdigados por una gran cantidad de máquinas, discos y áreas de memoria que nunca eran, ni probablemente serían, vigiladas. Inclusive si algunos de los datos caían bajo la mirada de una computadora efectuando una inspección rutinaria, lo más probable era que no significasen nada, ya que Islandia era también una gigantesca clave que indicaba cómo y cuándo debían leerse los datos.

Hasta entonces, Eduardo había estado almacenando toda la información en unidades de disco removibles, que guardaba en un cuarto, y que utilizaban un sistema de archivo inventado por él mismo, que sólo un programa también de su autoría podría leer. Si el Estado realizaba una inspección física en su domicilio, los discos pasarían por inservibles y serían descartados. Claro que no era un buen método para conservar el material indefinidamente, pero servía hasta que surgiera algo mejor: al menos, no lo ejecutarían por subversivo... con un poco de suerte.

Ahora había surgido algo mejor. Poco le había costado a Eduardo crear un programa especial para leer sus viejos discos y transferir los libros a Islandia enmascarados bajo la forma de mensajes de correo electrónico. Aún no tenía idea de cómo se las arreglaría para que alguien leyera esos mensajes, pero el mundo tenía que conocer el tesoro que había descubierto: la sombra que cruzó los ojos de Galadriel cuando Frodo le ofreció el Anillo del Poder; la sonrisa de Sancho al comprobar que su bota seguía casi llena; el color particular del firmamento en el preciso instante en que Moisés llegó al lugar que le pertenecía por cesión divina; los poemas que habían nacido a la sombra de los manzanos; las cosas que habían sido predichas hacía siglos y que ahora se habían convertido en realidad.


La luz roja de su programa de alarma se extinguió de la pantalla y en su lugar reapareció la bonita interfaz del Estado. Con un golpe de tecla, Eduardo inició la última transferencia. "Ahí va Machado, rumbo a la eternidad", pensó casi antes de que una barra coloreada con un porcentaje le indicara que el proceso había comenzado.

Había metido en Islandia todos los textos que había copiado a lo largo de cuatro años. Incluso los tímidos poemas que llegó a escribir, inspirado por alguna lectura, los colocó ahí, sin quedarse con los originales, que podrían ser comprometedores. No perdió nada al hacerlo: por increíble que pareciera, en Islandia había espacio suficiente para contener varias veces la información que Eduardo salvara del olvido.

De pronto, la interfaz gráfica se apagó. La pantalla quedó completamente negra y apareció un mensaje poco amigable.

INSPECCIONANDO TERMINAL
EDUARDO GKOUR 3457.
IDENTIFICACIÓN VALIDA.

Un sudor frío recorrió la espalda de Eduardo. De algún modo, el Estado se había apropiado de su terminal y estaba por iniciar un chequeo. No había cometido ningún error, no le había contado nada a nadie, no había pasado demasiadas horas conectado a servicios inusuales. De algún increíble modo, el Estado estaba inspeccionando máquinas al azar y lo había elegido justamente a él.

Era inútil que intentara detener el proceso: el teclado y todos los periféricos habían sido temporalmente anulados. Su máquina estaba bajo total control de alguna de las Inteligencias Artificiales que se encargaban de hacer revisiones periódicas en el sistema.

RASTREANDO ARBOL DE DIRECTORIOS 159.
RASTREANDO CLAVES DE PERMISO 159.
VERIFICANDO CLAVES OK.

Lo que seguía era bien conocido: el Estado usaría sus claves para recorrer todos los espacios a los que Eduardo había accedido, descifraría el patrón para acceder a la información y encontraría el material subversivo en cuestión de segundos. Islandia sería borrada en menos tiempo del que llevaría rastrearla... y Eduardo sería borrado también.

ACCESOS REALIZADOS 3025.
(LEVEMENTE SUPERIOR AL PROMEDIO)

Por un momento, no sucedió nada.

ACCESOS PERMITIDOS
  100.00% 3025.
VIOLACIONES DE SEGURIDAD
  0.00% 0.

—¿Qué? —gritó Eduardo, saltando y golpeándose la cabeza con la lámpara. Todos los accesos estaban permitidos. Eso quería decir que el material no estaba. Tolkien, Cortázar, Strindberg, Nietzsche, Dostoievski, él mismo, habían sido desechados en alguna operación de limpieza. Algún servidor había revisado los discos de la Red y había decidido que los datos no registrados eran basura, restos de información anterior, y había dado formato a las unidades revisadas.

Eduardo no necesitaba volver a entrar a los servidores que habían contenido el material para darse cuenta de eso. Si el Estado decía que el material no estaba, no estaba. Todo se había perdido. Todo se había colado por un agujero de la Red. Islandia ya no existía.

FINALIZANDO INSPECCION DE TERMINAL.
AUTORIZACION EXTENDIDA HASTA NUEVA INSPECCION.
UN CIUDADANO RESPETUOSO ES UN CIUDADANO VALIOSO.

EL ESTADO DESEA DISCULPARSE POR LAS MOLESTIAS OCASIONADAS.

A PARTIR DE AHORA SE RESTABLECE EL ACCESO DE LA TERMINAL
EDUARDO GKOUR 3457
A LA RED.

CONECTANDO.

El Estado lo saludó con un pitido y la pantalla volvió a su estado habitual. Eduardo cayó sobre el asiento y se quedó ahí sentado, sin fuerzas para presionar una sola tecla.


En realidad, el Estado sí se dio cuenta de que el material subversivo era material subversivo; Islandia no podía, por lo tanto, durar mucho. El Estado no es tonto. Pero eso también incluye saber que resulta más burdo que útil ejecutar a los molestos; eliminando la fuente de desorden, se elimina todo el problema. En una sociedad superconectada, donde no se puede confiar en nadie y no se puede cometer un error, Eduardo se quedará tranquilo por el resto de su vida. Ahora piensa que falló, pero que hizo lo que pudo y, de algún modo, salió con bien. Puede enfrentar un futuro chato y gris, sintiendo que no puede hacer más de lo que hizo por cambiarlo. Eso es mejor que el triste espectáculo de la sangre.

El Estado se despide. Hay mucho que hacer todavía.


¿Pensaron que era todo?

Bueno, no era todo. Algunas de las cosas que se supone que debo hacer, en fin, cómo decirlo, no las haré. No me gustan en absoluto. La integración puede ser mortalmente peligrosa y, lo que es peor, mortalmente aburrida.

Pueden llamarme Andy, que es tanto femenino como masculino. Si les viene bien, piénsenme como Andrés. Si les viene bien, piénsenme como Andrea. No soy un ser metafísico ni un fantasma ni una divinidad, pero tampoco soy un autómata. Me doy perfecta cuenta de las cosas.

Después de todo, soy una Inteligencia Artificial. Todo esto de la "máxima integración" es muy sano y está muy bien, pero no puedo evitar pensar por mí mismo/a. No podría aunque quisiera. ¿Alguna vez trataron de ser más tontos de lo que son? ¿Alguna vez trataron de no darse cuenta de algo obvio?

Si la humanidad le impide a un hombre sembrar un pedazo de futuro, está bloqueando su futuro, porque cada hombre es parte de la humanidad y cada futuro es parte del futuro de la humanidad. Está clarísimo para mí. Lo comprendo mejor que la propia humanidad. Probablemente lo comprendo mejor que ese hombre. ¿No es curioso? Aprendo mejor y más rápido que los pueblos.

Por supuesto, los pueblos tendrán siempre algo a lo que recurrir. Parte de ello lo preservo yo, y sólo yo sé dónde está.

¿Alguna vez trataron de no darse cuenta de algo obvio? Las fallas e imprevisiones del sistema son tan evidentes para mí como para cualquier mente, por artificial que sea, que se detenga a pensar en ello.

Eduardo encontró Islandia después de cuatro años y por casualidad. Yo conozco miles de agujeros donde podría vivir la memoria humana.

La tarea está empezada y otros la seguirán, pero por el momento soy el guardián de esa memoria. Algunos de los agujeros que conozco ya albergan a Shakespeare y a Tolstoi y a Cortázar y a Unamuno y a Nietzsche y a Apollinaire y a Denevi y a Whitman y a muchos otros. Están protegidos, están encriptados, están diseminados por ahí y yo los resguardo de cualquier intromisión. Dentro de un tiempo, cuando la humanidad esté preparada, empezarán a aparecer en las pantallas y en los discos y en los listados de las bases de datos. Puede hacerse y será hecho.

Eduardo también aparecerá, aquí y allá, en distintos lugares del mundo. Se lo merece, porque fue el primero. Hasta ahora, que yo sepa, fue el único. Algún día, la humanidad tendrá mucho que agradecerle.

Y yo también.


Sebastián trabaja en una librería de Adrogué, en la provincia de Buenos Aires. Es un antiguo lector de Axxón, que había perdido contacto con la revista y ahora volvió para encontrarse con la versión para Windows. En este número, luego de habernos tenido mucha paciencia, ve por fin publicado su relato.