El arma

Yoss

Para Roger Zelazny. Un escritor de la New Wave que supo contar historias como un clásico.

(...) es un error muy generalizado considerar guerra toda conducta agresiva de un ser viviente hacia otro. Los depredadores y sus presas no están en guerra. Leopardos, tiburones y escorpiones pueden luchar entre sí, pero no se hacen la guerra por la hembra, la comida o el territorio. La guerra es una actividad modulada por códigos simbólico-jerárquicos. Es decir, por un lenguaje intraespecífico. Solo el hombre, los primates que viven en clanes, los insectos sociales y otras especies semejantes la practican como tal. Entre las especies conocidas hasta ahora, la guerra es un rasgo social, y no necesariamente de inteligencia (...)

—Konrad Lorenz

Dicen los viejos astronautas que el cosmos está lleno de hechos incomprensibles. Y muchas veces parece cierto.

Los jóvenes recién graduados del Servicio Espacial sonríen al oír esto. Citando el manual, insisten en que no hay hechos incomprensibles, sino mal comprendidos. También es cierto.

Más cierto aún es que detrás de cada hecho incomprensible o mal comprendido hay una historia por contar.

Esta es la historia de dos hombres, una mujer y un planeta.

Hay en ella amor verdadero y amor fingido. Hipocresía y desprecio, rabia y muerte. Búsqueda obsesiva del conocimiento. Y abnegación casi ilimitada, también.

Pero sobre todo es la historia de una cadena de casualidades que de tan improbable parecería imposible.


El primer hombre era Sven M... Xenopaleontólogo.

De los mejores de la galaxia. También dotado de notables habilidades técnicas. Alto y delgado, con facciones vulgares y algo aniñadas bajo el pelo del mismo color que los trigales de la tierra fría y fértil de sus ancestros escandinavos. Hombre concentrado y de pocas palabras, mundanamente tan brillante como un guijarro en medio del barro. Sin ambiciones materiales, de poder o de notoriedad. A no ser que se considerara como tal publicar de cuando en cuando algún que otro artículo plagado de tecnicismos sobre especies muertas millones de años antes, y que en el mar de información de la Red, solo era leído por dos o tres sabios tan asociales y maniáticos como él mismo. Sus únicas pasiones eran el pasado de la vida en otros mundos... y su esposa. Sobre xenopaleontología, xenoecología y hasta xenoarqueología podía discutir durante horas con pasión y tolerancia casi infinitas. Sobre el cariño de su esposa, nunca. Lo amaba como él a ella. Como a su propia vida. Y punto: 100% pasión, 0% tolerancia. Tenía en tal enunciado la misma fe que otros tienen en Dios o en la estadística.

El otro hombre es Talmon D... Militar y científico.

Es coronel del Servicio Espacial. Tiene títulos como biotecnólogo y genetista, obtenidos en una Universidad civil. No es un secreto, pero pocos en la base lo saben. Es muy inteligente. Por eso ha ascendido rápido en el laberinto de las jerarquías militares. También ha seguido cursos de táctica antidisturbios, estrategia antiguerrillera y administración. Todavía es hermoso en su adusta frialdad, su negra piel brillando como la de un animal sano sobre sus músculos perfectos, aunque ya no es joven. Es un buen jefe. No abusa de las prerrogativas de su rango con propósitos personales. Es justo, a veces inflexible. No fuma, bebe, se inyecta ni consume ningún tipo de drogas que puedan alterar su raciocinio táctico-estratégico. Su único defecto y vicio es el sexo. No desdeña los efebos, pero prefiere largamente a las mujeres. Ajenas, si es posible. Cree en el sabor más dulce del fruto prohibido y del botín robado por la fuerza o por la astucia.

La mujer se llamará Gilma B... Será hermosa y deseable.

Será el equilibrado resumen del mestizaje de mil razas. Carne de bronce, ojos de jade y cabellera de noches sin luna. Sensualmente felina en su risa de cristales en cascada y su paso a la vez firme y cimbreante. Brillará como un diamante en el lodo durante cada ocasión social. Su ambición no tendrá límites. Pertenecerá al tipo de hembras que creen merecerlo todo. Sin formación profesional ni fortuna heredada, tendrá inteligencia suficiente para comprender que toda belleza es efímera y no garantiza necesariamente el éxito. Y ningún otro talento. Encontrará en su ambición la falta de escrúpulos imprescindible para convertirse en parásita y espuela del triunfo ajeno. Creerá en su derecho a la hipocresía, el fingimiento, la traición y el egoísmo tal como cree el escorpión en su ponzoña. Con la misma letal y eficaz inocencia.

El planeta figuraría en los registros del Servicio Espacial como B 876, y sería considerado... extraño. Aunque de llamarse Barsoom, ya no sería tan grande su misterio.

Ese monótono desierto rojo con noches de dos lunas y tajado por profundos desfiladeros por cuyo fondo corren hilillos de agua, sería el escenario ideal de las novelas de Edgar Rice Burroughs. Pero muchos preferirían llamarle Osario. Por sus dunas, que tal parecerían hechas a partes iguales de arena ferrosa y de decenas de millones de huesos fosilizados. Algunos esqueletos pertenecerían a seres mucho más antiguos que los extintos dinosaurios terrestres. Otros, incluso, podrían ser de especies inteligentes.

B 876-Barsoom-Osario ocuparía una posición clave en las rutas intragalácticas. Sería el único planeta en parsecs con agua para los reactores de fusión de las hipernaves y atmósfera respirable para sus tripulantes y pasajeros. Sumando una gravedad similar a la terrestre, y una biosfera limitada a un alga que produciría oxígeno y tres protozoos que lo consumirían además de consumirse entre sí, todos inocuos para el hombre, el resultado lógico sería que se instalase en su superficie una pequeña base del Servicio Espacial.

Código: B 876-Ab. Dotación: un puñado de técnicos para atender a las hipernaves que puedan llegar, dos puñados de militares para vigilarlos, proteger el sitio, etc... Para que el homosexualismo no sea la única opción, se da preferencia a mujeres solteras y más bien aficionadas a los cambios de compañía frecuentes a la hora de seleccionar el personal técnico. Para compensar que la hipermachista tradición del Servicio Espacial aún no acepta mujeres militares en sus filas. Por último, se añaden uno o dos científicos discretos y baratos. Para que el Parlamento de la Federación Terrestre no catalogue al emplazamiento como base estratégica secreta y haga pagar al Servicio Espacial un impuesto realmente incómodo.

Sven era uno de esos científicos.

Talmon es el jefe de la base.

Gilma será la esposa de Sven.


Así era un día promedio de Sven en Barsoom.

Despertaba a las 7:00 am, hora galáctica. Le daba un beso a Gilma, la miraba dormir arropada en su belleza... y se levantaba. Cuidadosamente, para no despertarla.

Hacía un par de flexiones para estirar los músculos. Mientras, disfrutaba la sensualidad de los movimientos de gata dormida de su mujer, que se revolvía extendiéndose a sus anchas en la cama matrimonial de campaña. Una pareja de contorsionistas habría encontrado estrecha la cama, en la Tierra. Pero estaban en Barsoom, y el Servicio Espacial era un proveedor avaro.

Se felicitaba por hallarse donde se hallaba, y pensaba en cuántos colegas lo envidiarían. Luego se duchaba; y concluía que era realmente un hombre muy afortunado. El agua corriente era un raro lujo en las bases del Servicio Espacial. O bien escaseaba, como en los planetas con atmósfera de amoníaco o de metano, o había que hervirla o esterilizarla con radiaciones para librarse de los microbios nativos y sus secuelas, en los mundos tipo Tierra. O como en Nereo, el planeta-oceáno, era casi más barato producirla a partir de oxígeno e hidrógeno que el triple proceso de desalinizar, desinfectar y potabilizar.

Tras secarse, Sven se vestía y acudía a desayunar al refectorio. A las 7:00 am hora galáctica era aún noche cerrada en Barsoom, con su día de 28 horas. El desayuno era su oportunidad de dialogar con el otro miembro de la reducida comunidad científica local; el astrofísico Ling-Siao-Tang. Que a esa hora abandonaba sus ganmatelescopios, fotómetros y espectrómetros quejándose de lo corta que era la noche en aquel maldito planeta. La conversación se limitaba a largos monólogos alternativos sobre los últimos logros y frustraciones de cada uno en su campo. Cuando uno hablaba, su interlocutor emitía gruñidos aprobatorios, y ambos tragaban con fruición la pasta proteica y el seudocafé.

Ling-Siao no sabía una palabra de xenopaleontología. Sven entendía casi lo mismo de astrofísica. Quizás por eso cada uno consideraba al otro su único amigo en la base y hubiera dado la vida por él.

"Conversaban" tranquilos hasta que el coronel Talmon y sus hombres llegaban sudorosos de su entrenamiento matutino. Cuando ocupaban las mesas susurrando a toda voz bromas machistas sobre los "cerdos civiles" y lanzando golpes fingidos para ver el temor en sus caras, Sven y Ling-Siao sabían que su tiempo había terminado. Pero concluían impertérritos su desayuno, como si la alborotadora tropa simplemente no existiera.

Cuando el astrofísico se iba a dormir, el xenoarqueólogo comenzaba su trabajo.

Durante la primera semana había logrado, solicitándolo oficialmente, disponer por algunos días de dos de los satélites militares de vigilancia que orbitaban el planeta. Amén de hacerlo impopular desde el principio ante el coronel Talmon, la molestia había servido para suministrarle un detallado mapa de Barsoom.

Según una rigurosa rutina, Sven dedicaba las mañanas de los lunes y los jueves a explorar con su aerosillón algún sitio que luciera promisorio en los planisferios. Volaba a ras del suelo, observándolo tan cuidadosamente que habría hecho enloquecer a un monje budista. Luego introducía en la arena los largos y finísimos electrodos del sonar diferencial, y daba por iniciado el levantamiento. El equipo era una adaptación personal, hipersensible y muy ingeniosa de la ecosonda estándar de los prospectores de minerales. Sven ni siquiera se había tomado el trabajo de registrarlo, aunque habría ganado millones de créditos solo con los derechos de la patente. Nadar en dinero no era uno de los objetivos principales de su vida.

En la pantalla del artefacto de su invención, el rebote de las ondas mostraba claramente las formas de los huesos, de densidad muy diferente a la arena que los envolvía. Tras algunas excavaciones de muestreo con los servomecs ligeros, cinco o seis horas de trabajo dedicado y un par de litros de sudor, cuando el calor sobre la superficie de Barsoom empezaba a rozar lo insoportable, ya Sven sabía si el sitio tenía tantas posibilidades como le había parecido analizando el mapa. Si no, tenía suficientes horas de luz para elegir otro. Si algo no escaseaba en Barsoom eran acumulaciones de esqueletos.

Martes y viernes utilizaba equipo pesado, para indagaciones más exhaustivas. Manejando varios servomecs, Sven era tan hábil como un director de orquesta. Toneladas de arena eran desplazadas por los potentes equipos para llegar al cráneo o el fémur específicos que su sensible vista había descubierto. Y luego solo quedaba tomarlo delicadamente con los telemanipuladores (no fuera a hacerse polvo) y sumarlo a la "cosecha". El botín podía elevarse a cien o doscientas piezas por jornada.

Al regreso a la base comenzaba su "sesión de rompecabezas". Podía durar desde el martes o el viernes en el crepúsculo hasta el final de la noche del miércoles o el sábado. A esa hora, los fósiles que Sven y los avanzadísimos programas de su ordenador no habían clasificado y "resuelto" quedaban pendientes hasta la próxima remesa de especímenes.

Las "sesiones de rompecabezas" eran a la vez una fiesta y un reto. Un meticuloso ejercicio de anatomía comparada, que habría hecho morir de envidia al barón Cuvier. Sven clasificaba y luego cotejaba hueso contra hueso hasta que en su mente surgía una imagen aproximada, primero del esqueleto, luego de todo el ser vivo al que una vez perteneciera. Y de su modo de locomoción, alimentación, reproducción, etc.

Sven había adoptado algunos términos militares en su vocabulario privado. Ese era el trabajo "táctico". El trabajo "estratégico" o especulativo acaparaba los domingos. Ese día no abandonaba ni por media hora su ordenador, y consumía cantidades navegables de café. No miraba sus muestras, ya clasificadas y holografiadas en todas las posiciones. Con la maniática dedicación de un monje copista del Medioevo, saturaba las memorias de su ordenador con preguntas, hipótesis y reflexiones de toda índole.

Al final del día (o de la noche, porque a menudo confundía al uno con la otra) Sven acudía exhausto a refugiarse entre los brazos siempre acogedores de Gilma, y le contaba todo lo que había hecho y pensado durante la jornada. Sabía que ella no lo entendía, pero como parecía tan interesada, y siempre sonreía tan dulcemente, tampoco le importaba mucho...

Comían, hablaban un rato sobre la familia de ella (tan lejana que los encargos tardaban meses en llegar en hipernave) o de cualquier otro tema baladí. Cuando ya sentía que el mastodonte del sueño plantaba una tras otra sus pesadas patas sobre su cuerpo cansado, sacaba fuerzas del agotamiento y le hacía el amor. Le murmuraba palabras cariñosas y la acariciaba casi con veneración, tratando de compensar sus aptitudes como amante, que sabía más bien escasas. Y hasta que ella no alcanzaba el segundo o tercer orgasmo no se permitía el único suyo. Acto seguido se dormía dulcemente abrazando su carne cálida y perfumada con el aroma del sexo.

Nunca tenía pesadillas ni se despertaba a medianoche. Se tenía por un hombre feliz. Una esposa que lo amaba, un sueldo regular, un problema apasionante al que dedicarle meses de plena actividad cerebral... ¿Quién podría pedir más? De seguro, no él.

Cierto que cada día dedicaba menos tiempo a su adorada Gilma... y más a Barsoom y sus enigmas. Pero era solo porque presentía que de la acumulación de hechos inconexos estaba a punto de surgir algo. Y que sería muy... inquietante.


Este es un día del coronel Talmon.

Cree militarmente en la fuerza del ejemplo. Se despierta a las 6:00 am, hora galáctica, quince minutos antes que sus soldados. Cuando llegan soñolientos al gimnasio ya lo encuentran esforzándose con los aparatos en el entrenamiento matutino.

Sus hombres lo respetan; se somete al mismo y hasta peor entrenamiento diario que el suyo. Se esfuerzan duro en su presencia. No lo aman; él es un oficial de carrera y no uno de ellos. Pero respeto sin amor es un buen principio de autoridad.

Sudando en los aparatos de tracción gravitatoria, el coronel Talmon observa cómo Sven enciende la luz en su cuarto de baño y ve apagarse automáticamente la del módulo observatorio cuando Ling-Siao lo abandona. Luego se enciende la luz del refectorio y sonríe imaginando el extraño diálogo matutino de los científicos.

Saca a la tropa a correr 5 kms. Aún no amanece, y es una bendición, porque el frío nocturno de B 876 acaricia los cuerpos sudorosos de los soldados. Pronto llegará el calor. El gradiente de temperatura día-noche es aquí tan alto que muchas aleaciones y plásticos no resisten la continua contracción-dilatación y prácticamente se hacen polvo por la fatiga termomecánica.

La arena rojiza de B 876 penetra en las botas y se alza en nubecillas que se cuelan entre los dientes, donde los ínfimos granitos crujen de modo muy molesto. Talmon jadea al frente de sus soldados. Roza el medio siglo, pero la constante actividad física y los tratamientos antigeriátricos que el Servicio Espacial concede anualmente a sus oficiales superiores lo mantienen en forma como un adolescente. Es uno de sus orgullos.

Cuando el podómetro muestra que se han alejado 2,5 km de la base, vuelven sobre sus huellas. El coronel siempre consulta la brújula. B 876 es plano como una mesa y las constelaciones sobre la cabeza son extrañas. En el primer mes de su administración dos hombres se perdieron, y solo sobrevivieron gracias a que encontraron agua y sombra en un canal. Desde entonces en el equipo de todo soldado hay una brújula, un comunicador de onda hiperlarga y una copia del mapa que los satélites hicieron para Sven. Aunque con una ligerísima corrección...

Sudando como un soldado más, Talmon piensa en Sven y su investigación. Le reconoce un intelecto científico similar al suyo, pero desprecia el sentido lúdico que ve en su trabajo. Investigar por investigar. Pérdida de tiempo y de recursos para nada. No es rentable. No como él.

Mantener la fachada civil de Ling-Siao-Tang con sus telescopios y captadores y Sven con sus excavaciones cuesta fondos al Servicio Espacial. Si dependiera de Talmon, no estarían en el planeta hace meses. ¿A quién le importa cómo eran los animales que vivieron y murieron en B 876 hace milenios? ¿O cómo se comporta el corrimiento hacia el rojo de las galaxias, que en la atmósfera límpida de B 876 se aprecia excepcionalmente? Esos datos nunca ganarán guerras.

Todavía en el caso de Sven hay factores extra que valorizan su trabajo. Quizás por eso le contrataron... El xenopaleontólogo ni lo sospecha, pero El Alto Mando ha felicitado a Talmon por el espléndido uso que ha hecho de los datos que sustrajo de su ordenador. La investigación secreta ha avanzado mucho gracias a esa pequeña y secreta transgresión de la ética científica.

Hay otras razones que hacen tolerable y casi grata su presencia. Razones más bien... indirectas...

Pero un día de estos va a despedir al astrofísico con cualquier pretexto. Todo civil en una base militar es un factor de riesgo innecesario.

De vuelta a la base, Talmon y su tropa caen sobre el refectorio como lobos hambrientos. Espantan al cabo de unos minutos a los dos "tipos raros", como los llaman los soldados. Xenopaleontólogo y astrofísico se retiran con dignidad, entre chanzas y alusiones despectivas a la dudosa masculinidad de sven y la moral de su esposa. Talmon los ataja justo cuando están a punto de pasarse de la raya; la disciplina es la disciplina.

Talmon cree que la eficacia y la perfección son hijas de la rutina. Bajo su mando, la base B 876 Ab funciona como un mecanismo bien engrasado. De la dotación de 25 soldados, 5 son su "equipo K" o su guardia personal, y los 20 restantes se dividen el día de 28 horas de B 876 en 4 turnos de guardia de 7 horas. En cada turno, 2 de los 8 técnicos (siete son mujeres) dirigen las operaciones. Al cabo de un par de semanas hasta el recluta más torpe puede desempeñarse con la rutina de reabastecimiento.

Dos o tres veces a la semana alguna hipernave de largo alcance entra en órbita sobre B 876 y envía su lanzadera por hidrógeno y oxígeno para sus reactores de fusión y aire sin olor a reciclado para su sistema de soporte vital. Se le sirve con eficiente velocidad. A veces las lanzaderas permanecen varias horas de más, tras completada su carga. Siempre hay pasajeros dispuestos a soportar las sobrecargas gravitatorias del aterrizaje y el despegue con tal de estirar un poco las piernas y ver un horizonte como Dios manda.

Si hay mujeres, Talmon se ocupa personalmente de la que más le atraiga y deja las demás a la habilidad del resto de la tropa. Su método de conquista es invariable... y eficaz. Cortésmente, se propone como guía para una breve gira en sillones antigrav sobre el desierto. La propuesta es rechazada escasas veces. El programa es breve; hay mucho que ver, pero poca variación: vuelo sobre el desierto, acercamiento a alguno de los osarios principales, descenso a algún canal, baño en el agua límpida que corre por su fondo. Una de cada tres veces la ligereza de ropas que impone el baño y la recia amabilidad del coronel le permiten un contacto más estrecho con las damas aburridas tras semanas de ver las mismas caras a bordo de la hipernave.

Un contacto sin consecuencias; él se queda en B 876, ellas siguen viaje. Algunas envían mensajes nostálgicos por la hiperonda. Talmon jamás responde. Las mujeres son como los cartuchos de rifle: se usan y luego se olvidan.

Las naves suelen informar su hora exacta de arribo con dos o tres días de antelación, lo que permite al coronel programar sus actividades cuidadosamente.

Si no descienden pasajeras en la lanzadera, deja la gira con los turistas aburridos a sus tenientes. Si no hay naves previstas, se dedica a lo mismo que los 15 soldados que no están de guardia: a pasar el tiempo.

Practica artes marciales con sus hombres; todavía ninguno ha logrado vencerlo ni una vez. Entrena su privilegiada puntería con rifle, pistola, o armas más primitivas como los cuchillos arrojadizos, la jabalina o la ballesta. Resuelve crucigramas y lee la "Voz del Astronauta" que semanalmente envía por hiperonda el Alto Mando del Servicio Espacial a todas sus bases avanzadas. Controla las finanzas de la base y su disponibilidad de víveres, energía y repuestos. Redacta su informe-petición semanal. Evita que sus soldados se degüellen mutuamente mediando en los conflictos de convivencia normales en cualquier comunidad cerrada. Regula el calendario de vacaciones de sus hombres; cada seis meses, cada soldado tiene derecho a quince días de permiso en el lugar que elija, a cargo del Servicio Espacial. Es el único estímulo que reciben durante el servicio obligatorio de dos años... Si eligen prorrogarlo, son automáticamente sargentos, pierden las vacaciones pagadas y ganan el derecho al salario y al ascenso. Talmon cree que el sistema es casi perfecto.

El día de 28 horas de B 876 condiciona períodos de sueño más prolongados en el organismo humano. Los soldados duermen regularmente entre 12 y 14 horas diarias, felicitándose por el destino tan descansado que les ha tocado en suerte.

El coronel no duerme todo ese tiempo. 8 horas de sueño al día es más que suficiente para reponer fuerzas. La diferencia la emplea, sobre todo, en el proyecto secreto que ocupa casi a tiempo completo a los 5 soldados-técnicos de su "equipo K". Que figuran en la plantilla como "cuerpo de seguridad especial".

Talmon no tiene parientes. El Servicio Espacial es su única familia. Es un buen jefe y aspira a serlo mejor. Es un científico competente dentro de su estrecho campo, pero no deja que su habilidad se le suba a la cabeza. Sabe que del éxito o el fracaso del proyecto que se desarrolla en el polígono del desierto puede depender su ascenso a general. Pero como en la ciencia la prisa y el nerviosismo no son claves del éxito, y ningún hombre puede hacer más que su mejor esfuerzo, eso no le quita el sueño.


Así será un día de Gilma.

A las 7:00 am, hora galáctica, sentirá despertarse a Sven. Con alivio; su huesuda anatomía ya se le habrá hecho insoportable en la estrechez de la cama de campaña. Se hará la dormida mientras él la besa, para luego extenderse como una ameba lenta sobre todo el lecho.

Aletargada, será testigo mudo de las ridículas calistenias con las que Sven trata de burlar la vejez, y lo odiará con esa sutil intensidad hija de la convivencia prolongada.

Solo cuando él salga a desayunar dormirá a su gusto. Soñando con recepciones fastuosas, repletas de caros uniformes infectados de condecoraciones. Con ser el vórtice de la atención: Trajes de plastiplata semidesnudándola en gran gala, miradas masculinas (y hasta algunas femeninas) deseándola por su belleza, poder e inaccesibilidad. A veces llegará al orgasmo en tales sueños.

Cuando esté cerca el mediodía y el acondicionador de aire empiece a ceder terreno al calor de Osario, Gilma dejará el lecho. Disfrutándose desnuda, se dará el primer baño del día, derrochando agua gratuita. Se vestirá con ropas ceñidas, cómodas para el ejercicio, pero más aún para exhibir sus resultados.

Acudirá al gimnasio, que a esa hora estará casi vacío. Solo dos o tres soldados recién liberados de su guardia la lamerán con sus miradas lujuriosas. Cuando estén cerca, le cuchichearán al oído propuestas obscenas, como al descuido. Ella reaccionará alzando entre su persona y los murmullos una barrera de helada indiferencia. Que se derretirá tan pronto se quede a solas con un soldado... si le gusta.

Bastarán pocas palabras. Ya todos conocerán sus hábitos. Siempre será Gilma quien fije la cita, para luego. Él la esperará rondando su cubículo. Ella se dará el segundo baño del día, derrochando más agua que en el primero. Desayunará con la parsimonia de una reina y la contención calórica de una top-model anoréxica, antes de dejar entrar al amante elegido.

Se entregará con el deseo nunca satisfecho latiéndole en las ingles. Arderá en la llama de la lujuria con las ansias que la torpeza y el cansancio de Sven no lograrán nunca cosechar en las noches. El personal masculino de la base comentará muy aprobatoriamente sus aullidos cuando llegue el orgasmo y su entrega sin desdeñar posturas ni vías inusuales. En realidad, las siete técnicas civiles harán casi lo mismo. Solo que Gilma tendrá el atractivo extra de ser la única mujer oficialmente casada de la base. También por eso, los encuentros con ella tendrán que, al menos, parecer discretos.

Al fin el cuerpo que ella habrá elegido para esa tarde se irá. Ella remoloneará por largo rato y se revolcará entre las sábanas. Disfrutará el olor a semen en la tela y en su piel y en sus entrañas, antes de entregar la ropa de cama al servomec de lavado, como cada tarde. Entonces, aún desnuda, se sentará frente a la cíberconsola para navegar por la red de hiperondas a través de la galaxia.

Buscará las últimas noticias sobre moda para encargar al servomec que le confeccione (virtualmente) los vestidos que nunca tendrá oportunidad de lucir en Osario. Se enterará de la vida y milagros, mientras más escandalosos mejores como publicidad, de las estrellas del holodrama y el deporte de alto rendimiento, que ya serán casi lo mismo. Suspirará soñadora ante sus caras y músculos perfectos gracias a las magias de nanocirugía y biotecnología. Cotilleará por hiperondas con sus parientes pobres que aún vivirán en la Amazonia, de donde un día no tan lejano la sacara Sven conquistado por su belleza salvaje (lo odiará eternamente, por debérselo). Respondiendo a sus protestas de miseria, probablemente reales, prometerá a su familia remesas de dinero que extraerá luego con sorprendente habilidad de las múltiples cuentas del esposo xenopaleontólogo. El distraído Sven se dará cuenta pocas veces. Y ella sabrá compensarlo y calmarlo.

Cuando el crepúsculo esté próximo se dará otro baño. Si el día no es demasiado caluroso, saldrá a dar un corto recorrido por el desierto. En sillón antigrav, naturalmente. Los soldados no harán ningún intento por acompañarla o seguirla: en el planeta no hay animales peligrosos, y ya sabrán que necesitará un rato de soledad cada día.

A veces paseará maldiciendo los fósiles estúpidos que mantendrán ocupado a Sven, sin darle el descubrimiento definitivo, la idea genial. La que lo hará ganar el Gran Premio de un millón de créditos de la Fundación Xenológica, y entrar al fin al estrellato de la ciencia (ya sabrá ella encausar las cosas para que todas las entrevistas se ocupen de su propia y exótica persona y no del anodino insignificante de su marido... antes de abandonarlo para siempre)

Otras veces bendecirá los millones de huesos que mantendrán distraído a ese estúpido mientras ella aprovecha su juventud y su carnes firmes disfrutando de los cuerpos duros de los soldados (y hasta de alguna de las técnicas, para variar). Se felicitará por haber escogido vivir solo para su placer. Aún sabiéndose atrapada en un presente eterno, ella soñará con su futuro de glorias. Que alguna vez, muy pronto, vendrá a tocarle a la puerta.

En ocasiones sus paseos la llevarán hasta un sitio de citas, muy cerca de la base oculta de cierto proyecto secreto. Tan cerca que, aunque sin saberlo, llegará a estar en lo más profundo del polígono oculto. Pero nunca será consciente de dónde se halla; el coronel Talmon podrá hacer ciertas excepciones en materia de seguridad, pero no tanto como para permitir que una simple civil conozca a la perfección la entrada al sanctasanctórum a su cargo. Allí, a veces, Gilma se encontrará con alguien que prefiere ser identificado como K-0. Él le vendará los ojos para conducirla al polígono por una escotilla secundaria. Y hacerle el amor con furiosa habilidad... pero solo después de hacerla recorrer un camino innecesariamente largo con el único fin de desorientarla. Otras veces él no la estará esperando. A Gilma le gustará esa impredecible circunstancia, la venda en los ojos, el secreto, el calculado fervor de su amante, y el depender por completo de la decisión ajena.

Al caer la noche volará de regreso a la base sobre los campos de esqueletos de Osario, y odiará su monotonía, tan lejos de la Tierra, en la que todo estará ocurriendo. Acudirá al refectorio, donde suplirá sus necesidades diarias de proteínas. Se bañará otra vez, y anotará algunas impresiones y pensamientos en su diario privado. Del que solo ella conoce la clave.

Al fin, con un suspiro, si no es martes ni viernes, porque Sven se demorará quizás toda la noche, se vestirá para esperarlo. E interpretará su mejor personaje: Gilma La Cariñosa, Gilma La Esposa Ideal. Escuchará con aire de asentimiento distraído sus abstrusos y entusiastas comentarios sobre los fósiles que tanto odiará. Pero siempre sonreirá.

Sven querrá hacerle el amor, y rutinariamente le abrirá las piernas y fingirá sus dos o tres orgasmos de turno. El se vaciará con un suspiro triste, para quedarse dormido casi al instante, y la abrazará incómodamente por unos minutos.

Luego, ella se desasirá del abrazo para vagar aún algunas horas por la base adormecida en el frescor de la noche. Tal vez tendrá un segundo encuentro con el soldado de la tarde, en algún rincón tranquilo. O elegirá a otro. O acudirá a una cita con K-0.

Cuando falten pocas horas para el amanecer, Gilma retornará, lo bastante cansada como para aceptar la incomodidad del cuerpo de Sven, que siempre le parecerá más huesudo de lo que un humano tiene derecho a ser. Se apretará junto a él con tierna repulsión, y se hundirá en un mar de autolástima por su juventud desperdiciada junto a un patán sin belleza ni ambiciones. Por su pésima elección, por sus orgasmos fingidos. Y se prometerá entre las lágrimas que inundarán sus ojos hacer algo, vengarse de él, aplastarlo, para emerger libre para siempre... y así se quedará al fin dormida.


Algunas notas de lo que Sven llamaba humorísticamente su "Enciclopedia del No Saber":

"Reptil carnívoro de unos diez metros. Miembros anteriores prensiles. Acumulación de unos quinientos esqueletos. Parece que hubo lucha a muerte. Quizás ritualizada: hay pocos ejemplares en contacto directo. ¿Por territorio, por la hembra, por jerarquías en la manada? ¿Por hambre? ¿Dónde están las presas de las que se alimentaban estos gigantes? Hipótesis aventurera: inteligentes, tenían rebaños... ¿Riñas tribales? ¿? ¿Armas arrojadizas?"

"Monocristales singulares de cromo y mercurio en uno de cada cincuenta esqueletos. ¿Envenenamiento con metales pesados? No hay deformidad. ¿Durante millones de años? ¿Se adaptaron? ¿Bombardeo periódico de meteoritos con abundancia metálica? ¿Barsoom, basurero radiactivo de la galaxia? ¿Por qué no en todos?"

"En los fósiles de los murciélagos-escorpiones no hay carbono 14. ¿Metabolismo no basado en el carbono? ¿Silicio, germanio? Muy exótico. El carbono es mucho más versátil y más abundante en el cosmos. Otra pregunta: ¿Por qué todos los huesos fosilizan igual? Hipótesis poco imaginativa: Barsoom es un desierto cálido y seco; momificación natural. ¿Tan simple?"

"Las pirámides de alimentos no cuadran. Faltan niveles: herbívoros primarios, necrófagos, pequeños carnívoros. Superabundancia de omnívoros, si las dentaduras no mienten. Sería una ecología muy sui generis. ¿De dónde salía la energía en este planeta? Hipótesis poco seria: ¿Animales plantas? ¿Clorofila o pigmentos similares en los tejidos? Pero no hay más tejido que el óseo en los fósiles. Ni excepcionalmente."

"¿Cómo murieron tan masivamente? ¿Terremotos, erupciones volcánicas, meteoritos? Cuvier reviviría su Teoría de los Grandes Cataclismos. Me confirma Ling-Siao que hay muy pocos asteroides en el sistema. Y según el sismógrafo el planeta está geológicamente tan muerto como mi bisabuela. ¿Epidemias? ¿Suicidio racial, como los lemings del Artico? El fechado radiactivo sugiere una muerte casi simultánea para todos. Unos mil años de diferencia entre el esqueleto más antiguo y el más reciente. Mil años... hace cinco o seis millones. ¿Fin de un ciclo de vida en el Universo? No sé qué pensar."

"Cálculo aproximado de biomasa. Mejor lo desecho. Dice que el 45% de las capas de arena, hasta los 10 metros de profundidad, son huesos. ¿Qué cantidad de animales vivieron en este mundo? ¿Cómo cabían todos? Hipótesis del científico orate: Todos volaban. O se subían unos sobre otros. O Barsoom era hueco como una esponja, con muchos niveles... Absurdo. ¿Cómo les llegaba la luz? ¿Cómo respiraban?"

"Un primate... aunque con cuatro brazos. ¿Qué tipo de evolución tuvo Barsoom? Hipótesis del loco desesperado: no es un planeta normal, sino el laboratorio biológico de Dios. O su almacén de experimentos abortados y fracasados. O el zoológico de alguien que si no era omnipotente, andaba cerca. O el planeta entero es un mecanismo de permutaciones cromosómicas... el tan soñado telar genético. Si no ¿por qué tantos de cada tipo? ¿Los fracasos o los más exitosos? Algunos parecen demasiado... raros. Y ¿por qué está vacío el tubo de ensayo ahora? ¿Falta de presupuesto?"

"Encontré el exoesqueleto fosilizado de un insecto gigante. Ocho metros. En esta gravedad sencillamente no podría sostenerse. Ni respirar... aunque, por su tamaño, debió contar con pulmones en vez de un sistema de túbulos y traqueolas. Ni en broma pudo desarrollarse aquí en Barsoom. ¿Un visitante? Hipótesis del xenopaleontólogo payaso: ¡Barsoom, terminal galáctica de transportes! Nudo de comunicaciones, viajeros entrando y saliendo, quedándose un rato, peleándose... ¿Hasta que alguien detonó una bomba atómica y cerró las puertas?"

"El 70% de estos seres podrían manejar herramientas. Del 30% restante... faltan datos, pero nada indica que no pudieran. ¿Tentáculos blandos que no fosilizaron, telequinesis, sabe-Dios-qué? Hipótesis psicótica: todos eran inteligentes, aquí iba a sesionar el Congreso Galáctico de la Paz... y se armó la gran batalla. Hipótesis del xenoarqueólogo borracho: caminamos sobre las ruinas del Gran Circo Galáctico, el Coliseo donde especies de todo tipo luchaban para diversión de... ¿de quién? ¿En qué límites? ¿Con qué reglas? Y si eran inteligentes... ¿Dónde están sus obras? ¿Sus armaduras, sus tridentes, sus cascos, sus gladios? ¿Se los llevaban los vencedores? ¿Se lo comen los microbios nativos?"

"Radiactividad y shocks térmicos en los huesos de las grandes aves no voladoras. ¿Isótopos naturales, volcanes, incendios? ¿Huellas de la acción del armamento que las destruyó?"

"Superponiendo el mapa de la red de canales con el modelo de abundancia de restos por especies surgen un hecho curioso. No hay esqueletos en el fondo de los canales. Pero las mayores concentraciones están en sus márgenes. ¿Lucha por el agua en períodos cíclicos de sequía? La red de canales discurre de polo a polo; unos quinientos principales, como meridianos, y millones de secundarios. Me pregunto, aunque mi especialidad no sea la hidrografía: ¿De dónde sale el agua? Si no hay mares, lagos o grandes depósitos ¿por qué no se evapora? ¿Cómo corre sin estancarse? ¿Gravedad, fuerza de Coriolis? ¿Bombas ocultas? El término canales es convencional. Se consideran cauces de viejos ríos casi agostados. ¿O serán obra de tecnología extraterrestre?"

"Un ser acuático. Y grande como una ballena, al menos. ¿Cómo, si en Barsoom nunca parece haber habido mares? Por el momento, lo he bautizado Barsoomcetaceus Gilmae, para conmemorar el embarazo de mi esposa. Más adelante me pondré a pensar sobre su origen."


Algunas notas de Talmon sobre la investigación que se desarrolla en el polígono secreto (Nombre clave: "Kali-Yuga") a 228 kms de la base B 876 Ab:

"Los genes replicones no son tan efectivos como prometían. En el modelo virtual tardan doce horas en adaptar el aparato infeccioso de los retrovirus al nuevo hospedero. K-1 propone probar con plásmidos transferibles. Más trabajo y complejidad, pero más seguro. No siempre lo más sencillo es lo más eficaz. La sencillez puede implicar limitaciones"

"La seudocélula del reptil carnívoro gigante parece inmune al ataque bacteriano. K-2 piensa que los monocristales de cromo-mercurio puede ser la clave. K-3 que es solo un resto del procarionte quimiosintético nativo. Propone investigar un posible metabolismo basado en metales pesados. Pero tener listo un modelo virtual efectivo nos llevaría meses, y no creo que tenga ninguna utilidad como arma biológica".

"Sven registró una nueva especie, algo entre crustáceo y serpiente. K-5 supone que debió ser venenoso. Hay que conseguir muestras del genoma fósil. Es una suerte que el xenopaleontólogo, una vez que toma sus hologramas, se olvide de las piezas reales. El ADN de esta parece incompleto. Tendremos que usar varios especímenes y la secuencia de errores por replicación antes de lograr un prototipo siquiera 70% viable. No será un problema; Sven siempre colecta muchos huesos similares"

"El virus nucleolítico contra el ave gigante no voladora es un éxito. Destruye la célula en nanosegundos. Si alguna vez nos encontramos con sus parientes, será más efectivo que el armamento nuclear. Lo siguiente, según K-2, serían cepas virales específicas contra células nerviosas, somáticas, etc, y no estas indiferenciadas con las que trabajamos ahora. Selectividad significa efectividad, pero un trabajo por ahora superfluo"

"Mi trabajo tiene una función puramente táctica. Obedezco las directivas del Alto Mando y pongo al día el arsenal biológico hipotético. Un soldado obedece, no cuestiona sus órdenes. Pero como científico me pregunto si... Aquí todas las especies están muertas, y nuestros modelos de seudocélulas son solo réplicas incapaces de vida propia. ¿Tal vez, en alguna frontera lejana, viven aún? Sven especula sobre su inteligencia ¿tendrá razón? ¿Por qué desarrollar una carísima línea de investigación sobre armas biológicas contra seres no racionales? ¿Misiles contra leones? No es lógico. ¿Estarán, tal vez en alguna dimensión contigua, esperando para regresar? ¿Por eso el Alto Mando me tiene aquí? ¿Soy la primera línea de defensa contra una amenaza real? ¿O mi labor sirve solo como entrenamiento y para desarrollar pautas de respuesta biológica rápida contra cualquier hipotética especie racional agresiva? Quizás me estoy volviendo paranoico. Los dueños de estos esqueletos, aún si fueron inteligentes, ya tuvieron su chance."

"No había forma de lograr que la réplica celular del animal con ruedas fuera viable. Se diluía en el propio caldo de cultivo. Al fin, K-3 propuso probar con flúor en lugar de oxígeno. Intuición genial; funcionó. ¿Un ser que bebe ácido fluorhídrico y respira el gas más corrosivo conocido? ¿Se desarrolló aquí? ¿Cómo? Y si llegó de otra parte... ¿Era la mascota abandonada de alguna especie capaz de volar entre las estrellas? ¿O inteligente en sí misma? ¿Dónde están los restos de sus naves, sus escafandras, sus obras? ¿Por qué resistieron sus huesos y no sus creaciones?"

"Registradas hasta el momento: 156 especies. Tenemos métodos de exterminio biológico ultrarrápido contra todas. De nuevo he entrado en las notas de Sven. Necesito saber si sospecha algo. Si llegara a descubrirlo, no quedará otro remedio que eliminarlo. Pero, entonces, con la nueva situación que me confió ella, tal vez tendría que asumir... No. Si hay que hacerlo, se hará. Las consideraciones personales no deben poner en peligro el éxito del trabajo. Como quiera que sea, la seguridad es total. Las instalaciones están a metros y metros bajo tierra, ella no conoce la entrada, y hasta el mapa que tiene Sven está modificado. Calma. Demasiado énfasis en ocultar algo es la mejor forma de hacerlo resaltar."


Algunos extractos del diario privado de Gilma:

"Rodny ha sido decepcionante. Creo que no volveré nunca a probar con un soldado nuevo. No se trata de su habilidad en la cama. Es muy aceptable; pero la segunda vez, casi llegando al clímax, me llamó perra y puta. Me quedé paralizada y le ordené levantarse e irse. Luego trató de excusarse: dice que los demás le habían dicho que me gustaba ser tratada así, que él solo quiso complacerme... ¿Soy así? ¿Y ya lo saben todos? De acuerdo... pero yo decido cuándo... y con quién"

"Hoy K-0 no acudió. ¿Cree que puede dejarme esperando cada vez que se le antoje? Volví a la base y por puro despecho le di una segunda oportunidad a Rodny. Lo hizo mejor; dulce y callado. Tal vez el martes fui muy severa con él. Lo peor es que sé que K-0 nunca tendrá celos de Rodny ni de nadie, y eso me enfurece. ¡No me gusta importarle tan poco! ¿Me estaré enamorando de su frialdad? Cuidado, Gilma..."

"Tía Hilsa tiene cáncer de la retina. Quemaduras de ultravioletas, como es lógico. La muy idiota siempre se empeñaba en andar sin gafas hasta en pleno mediodía, con lo poco que queda de la capa de ozono en Ecuador. Abuelo dice que se pueden conseguir ojos nuevos por unos pocos miles. Se los enviaré. Sven no se dará cuenta. A veces creo que tiene algo de perro. Solo tiene mente para sus huesos."

"Le comenté a K-0 sobre nuestro futuro y se rió en mi cara. Cuando lo asciendan probablemente se olvidará de esta base de mierda... incluso de mí. No quiero. Tengo que hacérmele tan necesaria que no pueda vivir sin mí. Pero no sé cómo. Su autocontrol me saca de quicio... puede que sea eso lo que más me gusta de él. Parece inmune a todo mimo y complacencia. Mamá siempre decía que las mujeres vivimos añorando el látigo. Yo solo quiero ser el látigo con el que él azote al resto del mundo."

"Sven está muy nervioso últimamente. ¿Sospechará algo? Deben ser problemas con sus dichosos fósiles. Debería haber prestado más atención a eso que me dijo ayer sobre especies parásitas y metabolismos recesivos: K-0 me dijo que todos sus comentarios podían ser importantes. A la mierda. Estará en sus notas, luego las revisaré... y de cualquier modo estoy aburrida de sus bichos"

"¡Tres meses de embarazo! Se supone que la vacuna anticonceptiva tiene un 99,999% de efectividad... ¿tenía que fallar conmigo? Se lo he dicho a Sven, aunque que no es suyo. El idiota se ha alegrado enormemente; ¡quiere que lo tenga! Ahora sí estoy decidida. Es hora de cambiar la apuesta. Sven no es un triunfador ni lo será jamás. K-0 tiene todo lo que yo necesito. Solo tengo que convencerlo de que soy la esposa que le hace falta. Le hablé del hijo que espero y ni un músculo se alteró en su cara. ¿Acaso no soy la mujer más atractiva que ha visto nunca fuera del simestim? No importa. Estoy enamorada. Por una mirada de aprobación suya iría hasta el fin del mundo..."


El doctor Sven investigaba el enigma más fascinante de su carrera. Creía en la amabilidad del coronel Talmon y en la fidelidad y el amor de su esposa, esperaba que su hijo fuera varón para nombrarlo Charles, como Charles Darwin, y era feliz.

El coronel Talmon trabaja duro en el proyecto "Kali-Yuga". Maneja bien la base. En el aspecto sexual, se satisface con las turistas, ocasionalmente con alguna de las técnicas y sobre todo con Gilma. ¿Quién podría ser el fascinante K-0, sino él? Piensa en la cercanía del merecido ascenso a general, en la útil ingenuidad del doctor Talmon, y es casi feliz. Las complicaciones que puedan derivarse del embarazo de Gilma le preocupan algo. Lo que menos le importa es que el hijo sea suyo o no.

Gilma dará satisfacción a su fuego uterino con el personal masculino de la base. Sobre todo con el coronel Talmon, que será un desafío para su femenidad. Despreciará sin comprenderlas las investigaciones de su esposo, e ignorará por completo las de su amante. Para ella, y cada día un poco más, el doctor Sven será un estúpido sin ambiciones al que como mujer inteligente deberá desechar. O cambiar antes de que sea muy tarde por el mucho más pujante aunque difícil de manejar Talmon. Pensará que un hijo será un buen elemento de presión para obligar al coronel a decidirse por ella. Soñará con el divorcio y con ser la esposa del flamante general, y madre de su hijo. En sus sueños, a su modo, será feliz.

La situación en B 876 Ab parecería perfecta.

Demasiado para durar.


Miércoles por la noche.

Sven acababa de clasificar su última cosecha. Al fin había aparecido una especie nueva, después de tres colectas en las que solo hallaba fósiles ya catalogados. Habían servido para tener más esqueletos íntegros... pero no quería creer que al cabo de solo siete meses hubiera agotado el que parecía infinito potencial de fósiles de Barsoom. Como todo enamorado del trabajo, Sven siempre empezaba protestando por su enormidad, para luego sufrir una extraña sensación de vacío cuando la labor parecía acercarse a su culminación.

Miró de reojo el mapa que tenía marcados en rojo los sitios de sus excavaciones. Más de 60. Había tratado de distribuirlos lo más ampliamente posible. En su archivo tenía 184 formas fósiles registradas. ¿Habría llegado el momento de ocuparse de relacionar todos aquellos seres en un sistema biosférico coherente?

No podía imaginar ninguna ecología donde convivieran todos sus hallazgos. En alguna parte del extenso desierto que era Barsoom tenían que estarlo esperando fósiles nuevos. Y tal vez la clave del enigma. Solo se trataba de buscar en un punto donde nunca antes lo hubiese hecho.

Necesitaba comprobar sus mapas. Tal vez...

Repentinamente inspirado, se inclinó sobre los mandos de la computadora. Eran las 5 y 30 de la mañana. Lo que se proponía hacer era ilegal e teóricamente imposible, pero él esperaba poder lograrlo sin mucho trabajo. Y sin accionar ninguna de las alarmas de intrusión virtual que protegían a los satélites. Ni alertar a los guardias humanos que ya debían estar bostezando al final de su turno de vigilancia.

Sven era un experto cibernavegante. El sistema de la base no estaba apenas protegido contra intrusiones internas. Y el ordenador desde el que el xenopaleontólogo accedió al control de los satélites pertenecía a la propia red de la base militar. Tras burlar un par de trampas ingenuas y anticuadas, dispuso de tres larguísimos segundos para copiar las grabaciones del satélite y abandonar la red. Antes de que el operador humano advirtiera nada raro, ya Sven cotejaba los nuevos datos con su antiguo mapa.

Pues sí, algunas cosas habían cambiado en siete meses. Aquí se había derrumbado un duna, allí se habían ampliado las márgenes de un canal, y más allá...

Sven se inclinó hacia adelante con tanto entusiasmo que su nariz se introdujo en la holoimagen virtual que flotaba sobre el teclado. Aquella duna no estaba en su mapa. En su lugar figuraba un canal secundario totalmente anodino.

Muchas hipótesis surcaron su cerebro. ¿Actividad tectónica? ¿El agua erosionando las riberas? Nunca se le ocurrió que aquella discordancia fuese una simple medida para la protección del proyecto "Kali-Yuga" contra civiles curiosos... como él.

Esa noche se durmió con una sonrisa en los labios. Ya sabía dónde buscar la mañana siguiente. La solución del enigma estaba al alcance de su mano. Ya casi podía tocarla, casi...


Jueves por la mañana.

Por una vez, Sven tenía tanta prisa que se posó en la arena directamente y se abstuvo del recorrido de observación a baja altura. Solo tal "negligencia" lo salvó de convertirse en el blanco de uno de los misiles del sistema de armas automáticas que protegía al proyecto "Kali-Yuga". Nunca lo supo.

Con manos temblorosas introdujo en la arena los electrodos del sonar diferencial y lo activó. Tragando en seco, se obligó a esperar un segundo antes de mirar a la pantalla.

Sorpresa. No se trataba de un fósil nuevo y exótico, sino de una construcción indudablemente artificial hundida en la arena. Un largo tubo vertical que terminaba en un amplio bulbo a casi treinta metros bajo la superficie.

El corazón de Sven latió fuerte. Pensó hallarse ante la primera obra no humana encontrada en Barsoom. La ilusión duró lo que demoró en sintonizar el sonar al máximo de su resolución.

No era una obra extraterrestre, sino una instalación militar humana. En el monocasco de metaloplástico eran bien visibles las siglas del Servicio Espacial, en bajorrelieve.

Todo habría quedado ahí de tener Sven más respeto por el concepto de secreto militar estratégico. O menos curiosidad.

Sin pensar mucho en las consecuencias de lo que estaba haciendo, dejándose llevar por una habilidad ya casi refleja de tanto utilizarla, manipuló los controles de su hipersensible instrumento. Hasta que las finas paredes del polígono oculto fueron transparentes a las ondas sonoras filtradas e incrementadas por el sistema cibernético adosado al equipo.

Hasta que pudo detectar seis o siete manchas sónicas (por los latidos de sus corazones) moviéndose dentro del lugar. Afinó más aún la sintonía, por pura curiosidad científica.

La compleja base de datos del sonar diferencial llegó a su límite de resolución, mostrando las seis siluetas. Indudablemente humanas. Cuatro se hallaban entregadas a inindentificables actividades. Las otras dos parecían estar fornicando. Y con bastante entusiasmo. Una era una mujer, y embarazada... el diminuto corazón del feto ya latía veloz en su útero.

Quizás fue la sospecha emergiendo en su mente como una víbora de su cubil. O simplemente el instinto del voyeur que acecha dentro de cada hombre, por sano que se diga, lo que hizo sintonizar a Sven los controles una vez más. La imagen se desvaneció, sustituida por un sonido que, aunque bastante distorsionado, era perfectamente reconocible:

—Así.. dame más... más... ¡ahora, Talmon!... mi amor...

—Puta... Te he dicho... que no pronuncies... mi nombre...

¿Qué... importa? Nadie... nos oye... ay... así... ahora... bien dentro de mí... no temas... no dañarás a tu hijo... sí...

—Gilma... eres una perra loca... una puta salvaje...

—¿Lo soy? Sí... lo soy... tu perra... tu puta... me gusta...

Sven escuchó durante casi un minuto. Hasta que un espasmo involuntario de los músculos de su mano lo hizo quebrar el control del sintonía del sonar diferencial.

Apagó el equipo. Extrajo sus electrodos de la arena y lo llevó todo al sillón antigrav, con la neutra expresión de un autómata o alguien recién sometido a una lobotomía radical.

Talmon y Gilma.

¿Su Gilma?

Era imposible. Era un error.

Pero era él. Pero era ella.

Era real.

Algo se quebró dentro de la mente de Sven. Cayó al suelo retorciéndose. Aulló hasta enronquecer. Arañó la arena. La tragó a grandes bocados. Se rasgó las ropas. Y, tomando en la mano derecha un robusto fémur fosilizado (perteneciente a un marsupial dientes de sable), y en la izquierda un ancho fragmento de concha (de uno de los crustáceos-serpientes) emprendió una desesperada carrera hacia la nada.

Iba en alas del corcel de la locura, acuchillando y tajando el viento que en su delirio tenía los rostros de Gilma y Talmon, de la traición, la lujuria y la hipocresía.

Caía, rodaba. Mordiendo y pateando la arena, se levantaba otra vez. Quijote arremetiendo contra los gigantes que molían la cordura dentro de su alma, sin Sancho que lo llamara de vuelta a la realidad con su sentido común.

Así recorrió casi dos kilómetros.

Ciego a todo lo que no fuese su odio y su delirio.

Hasta que perdió pie al borde de un barranco y cayó junto con varios metros cúbicos de arena hacia el agua que corría mansamente por el canal, unos veinte metros más abajo.


"Dios no juega a los dados" dijo una vez Einstein, negando con su inmenso prestigio científico toda importancia a la casualidad. Y condicionando de paso todo el pensamiento moderno.

Luego Heisenberg formuló su famoso principio de indeterminación. Y quedó claro que Dios (si existe) no solo juega a los dados, sino que además se complace en hacerlo.

Muchos descubrimientos importantísimos se deben a la casualidad. Desde la manzana cayendo sobre la venerable testa de Sir (cuando todavía no era Sir) Isaac Newton y regalándole la ley de gravitación universal, hasta la hijita de Al-Breid-Raczam jugando con su chicle y dándole a su padre la idea de la estructura elástica del espacio múltiple. Que permitió al hombre del siglo XXI burlarse de la relatividad einsteiniana plegando el espacio con sus hipernaves para recorrer la galaxia de extremo a extremo. Y llegar, por ejemplo, a Barsoom-B 876-Osario.

Podría argumentarse que tarde o temprano habría pasado, de todas formas.

Pero si los seres humanos no hubieran inventado el hiperimpulsor, nunca habrían llegado a Barsoom-B 876-Osario.

Y si un ingenuo xenopaleontólogo llamado Sven, casado con una hipócrita belleza de nombre Gilma, no hubiera llegado al planeta, entonces ella nunca lo habría engañado con un tal coronel Talmon, experto en genética biotecnológica y por extensión en guerra biológica.

Si Sven no hubiera sido tan técnicamente ingenioso, no habría creado el sonar diferencial. Si no hubiera sido tan desinteresado del dinero, lo habría patentado. Si no hubiera sido tan modesto respecto a todo lo que no fuese el amor de su esposa y su conocimiento de la vida en el pasado, habría al menos comentado su invención. Si Talmon no lo hubiera despreciado tanto por su condición de "científico puro" (y por su estatus de marido cornudo) habría prestado atención al novedoso aparatito. Y los jefes de Talmon, allá en La Tierra, habrían incluido una protección contra las ondas ultralargas de sonar en el sistema de seguridad del polígono secreto de su proyecto "Kali-Yuga".

Entonces Sven nunca habría escuchado la íntima conversación entre su "fiel" esposa y el "amistoso" coronel Talmon. Ni se habría enterado de que Gilma era una ninfómana compulsiva y que el hijo que llevaba en las entrañas podía no ser suyo.

Una cadena de casualidades.

Si Sven no hubiera descubierto lo anterior de modo más bien brutal e inesperado... si no estuviese consciente de que ni con toda su furia podría vulnerar la superior fortaleza física y la experiencia en artes marciales de Talmon, su mente no se habría salido nunca de los rieles de la "normalidad" ni habría sufrido aquel ataque de rabia, frustración e impotencia.

Si Sven no fuera a la vez un xenopaleontólogo y un descendiente de vikingos pensando en una imposible venganza contra un hombre más fuerte y mejor luchador, ni la locura más descontrolada le hubiera hecho tomar un hueso como "espada" y otro como "escudo" para arremeter contra el aire con la furia ciega de los míticos bersekers escandinavos.

Si Sven no se hubiera dejado arrastrar por su "amok", habría visto la ribera del canal. Nunca habría caído en él, junto con muchísima arena. Y los huesos que blandía no hubieran llegado al agua, después de miles y millones de años en la arena seca.

Si Sven no hubiera sido tan alto, habría girado cuatro veces en su caída, en lugar de tres veces y media. Entonces, en el impacto contra el fondo bajo solo metro y medio de agua, se habría partido el cuello, en lugar de caer de espaldas con tal planazo que resonó en centenares de metros a la redonda. Y que no tuvo más efecto que quebrarle dos costillas y dejarlo con los pulmones vacíos de aire, inconsciente.

Si y siempre si. Condicionales. Casualidades.

Si hubiese caído bocabajo en lugar de bocarriba se habría ahogado, en vez de ser depositado suavemente en un orilla por el reflujo de su propio impacto...

Si en su mente inconsciente no hubiera seguido latiendo la chispa del odio, del deseo de destruir, de la rabia...

Si nada de eso hubiera pasado, no habría sucedido nada.

Pero todo pasó.

El fémur fosilizado y repleto de monocristales de cromo-mercurio de un ser muerto millones de años atrás cayó al agua, convenientemente cerca de la mente inconsciente de Sven. Una mente que aún así seguía generando rabia y odio.

Pura y lamentable casualidad.


Despertar.

Sven emerge hacia el dolor y la consciencia desde el fondo de un largo túnel de tinieblas, impulsado por el odio como la pólvora impulsa a una bala por el ánima del cañón. Hacia su destrucción y la ajena. La de ella y él, la de todos...

La ira salvaje e ilimitada que antes nublara su razón, ahora parece drenada hacia algún sitio. Sintiéndose a la vez aliviado y robado, Sven abre los ojos lentamente.

Está medio hundido, justo en una de las márgenes de un canal. No se siente las piernas. Un frío feroz trepa por sus caderas. Y cada respiración es un suplicio.

Recuerda su "amok" con una extraña calma. Como si fuese otro y no él quien hubiera corrido por el desierto para caer...

Mira a lo alto. El sol de Barsoom hace tiempo que pasó por el cenit. Lleva horas inconsciente en el fondo del barranco, semisumergido. Por eso el frío en las piernas. Hipotermia moderada. Y debe tener las costillas rotas. Solo eso puede hacer que respirar duela tanto.

Apretando los dientes, se yergue sobre sus piernas dormidas aguantando el dolor del torso lacerado. Tiene que...

¿Qué es lo que tiene que hacer?

Matarlos. Destruirlos. Borrarlos.

¿Pero adónde se está yendo su odio?

Mira en derredor, desorientado como un recién nacido que quisiese llorar y no encontrara motivos suficientes dentro de sí.

¿Por qué...?

La respuesta burbujea luminosa llamando su atención al fondo del canal. Lo atrae. En otras circunstancias, Sven habría resistido y analizado el impulso. Ahora se deja llevar.

El asombro, la responsabilidad, todo juicio objetivo y científico son amputados de su cerebro. Solo quedan los tropismos, los reflejos condicionados. El odio.

La imagen de Talmon.

Autosuficiente, traidor, odioso.

Debe ser destruido.

Pero es peligroso. Domina muchos modos de matar. Y los soldados lo protegen. Son muchos, entrenados y bien armados. Sven es uno solo. Por eso necesita un arma. Un arma que le permita enfrentarlos y aniquilarlos. A todos. A Talmon y su traición, a su tropa y sus burlas que solo ahora comprende y siente más lacerantes por eso. Un arma que sea lanza y escudo, que arroje rayos y desate terremotos, que lo convierta en un ejército de un solo hombre.

El arma.

Se agacha y sus dedos tocan aquello. Lo sacan del agua, lo aferran. Aquello capta sus anhelos. Los metaboliza. Se nutre de su odio como del agua y el hierro de la arena. Crece y toma forma definitiva. Modulado por su ira. Ante sus ojos, en sus manos, los tejidos-mecanismos del exótico ser se autotransforman guiados por su propia memoria genética y los datos que emanan de las neuronas de Sven. El coloide de cromo-mercurio se fusiona con el hierro en aleaciones molecularmente controladas, en dispositivos seudovivientes de letal efectividad, y luego cristaliza en la solidez del metal. Quedan núcleos indiferenciados, reservas de totipotencia listas a convertirse en lo que sea necesario.

De la espejeante superficie que resplandece sin emitir calor se desprende una diadema con ocular y audífono adosados.

Brilla como diciendo "úsame".

Brilla más, atrayendo la subyugada voluntad del hombre.

Sven la toma con manos temblorosas y la ciñe en su frente. La mirilla cae sobre su ojo derecho, el oído queda cubierto por la copa del auricular. Acoplamiento.

La simbiosis queda completada. En la retina del ojo derecho de Sven, lo que ve el ¿ser?-¿mecanismo?-¿arma? que sostiene en sus manos. En su tímpano, lo que escuchan sus sensores. En su mente son motores el odio y la voluntad de destruir. Y comienza el irreversible deterioro de sus estructuras conscientes.

Un objetivo: Talmon, Gilma... la base. Borrarlos, borrar su vergüenza. Un medio: el arma. El mismo. Un obstáculo: el desierto. La distancia.

Hay que vencerla. Devorarla, volar sobre la arena.

El imperioso deseo hace que un puñado de células indiferenciadas maduren en un dispositivo concreto. Desde las entrañas mecanobiológicas del simbionte nace el campo antigrav que envuelve hombre y arma. En una burbuja magnética que rechaza el agua, Sven y su odio se elevan lentamente desde el fondo del canal, y flotan un instante al nivel del desierto. Luego se deslizan a la velocidad del sonido, para recorrer los más de 200 km hasta B 876 Ab y las decenas de muertes que allí los esperan.

A un par de kilómetros de allí, abandonada en el desierto rojo de Barsoom, la silla antigrav con el sonar diferencial y otros equipos. El viento, suave y persistente como desde el principio del tiempo, va cubriéndola lentamente con la finísima arena rojiza, como consciente de su inutilidad.


Faltan tres horas para el crepúsculo en B 876.

No se esperan hipernaves en busca de abastecimientos durante los próximos tres días.

El sargento de guardia mitiga su aburrimiento enfrascándose en el "Pussy-Beaver" un sofisticado pornojuego virtual. Los reglamentos militares sobre la conducta en planetas no asimilados castigan fuertemente tal tipo de distracciones. Pero el coronel Talmon es un jefe comprensivo y sabe hacerse el de la vista gorda ante las debilidades de sus hombres. Quizás porque sabe también que pocas cosas conducen más rápidamente al stress mental y al surmenage que la atención constante en espera de algo cuya probabilidad de aparición es casi nula.

B 876 no es un planeta hostil. No tiene fauna nativa peligrosa, ni fenómenos atmosféricos más molestos que una suave y ocasional tormenta de arena. Tampoco está considerado un objetivo prioritario de los grupos antigubernamentales como la Armada Ecologista o la Liga del Estatismo Galáctico, así que no es probable una incursión de terroristas o saboteadores. Conseguir una nave, entrenar los hombres y desembarcarlos en la superficie planetaria costaría millones de créditos que no justificaría el destruir una base de tercera categoría.

La vigilancia es, por tanto, bastante relajada en B 876 Ab.

No hay, como en mundos más impredecibles, una extendida red de sensores termoópticos y de movimiento, capaces de detectar el acercamiento de una mariposa a varios kilómetros de las instalaciones. Ni minas antipersonales de proximidad, ni entramados láser que fríen a cualquiera que no conozca la clave para abortar su respuesta automática. Pero la base no está inerme ni mucho menos.

La sorpresa se debe, ante todo, a la distracción del sargento. Por no prestar atención a la imagen del radar que muestra desde un minuto antes el acercamiento de un cuerpo de la forma y dimensiones de un ser humano. A gran velocidad.

El sargento está acostumbrado a registrar a sus compañeros de tropa que salen al desierto a correr, entrenar o simplemente a pasear, a veces sobre sillones antigrav. Así que ni la imagen ni su velocidad lo sobresaltan mucho.

Si hubiera pensado durante un solo segundo cómo un ser humano sin medio visible de impulsión podía desplazarse con tal celeridad, habría activado las defensas de la base o al menos dado la alarma. Pero el sargento estaba totalmente concentrado en el "Pussy-Beaver". Excusable: por primera vez había llegado al quinto nivel, y las curvilíneas chicas generadas por la base de datos al fin admitían sus propuestas de relación sado-maso.

El sargento no tiene tiempo de lamentar su distracción.

El odio de Sven no anula su inteligencia. Y hasta un civil sabe que debe neutralizar el centro nervioso de la base. Como en toda base militar, aquí es el bunker de guardia. Desde allí se controlan todos los sistemas de armamento y comunicaciones.

Otro puñado de células totipotentes se metamorfosea. Sven apunta hacia los filtros atmosféricos de la compacta fortificación, y dispara.

Teóricamente, un bunker del tipo M.45 está protegido contra haces de microondas, proyectiles, misiles, granadas o gases neurotóxicos. O sea, contra todo tipo de ataques.

Al menos, contra todo tipo concebido por el hombre.

No contra un chorro de alta presión de nanonúcleos binarios móviles, que reptan a través de sus filtros de aire y se combinan dentro, con notable y casi instantánea liberación de calor.

Solo tarda un segundo.

Por fuera, el bunker luce intacto.

Dentro, mil grados han vuelto metal fundido todas las conexiones y controles centrales de la base y volatilizado al sargento antes de que fuera consciente de lo que sucedía.

Los equipos se apagan y vuelven a encenderse al conectarse el sistema energético de emergencia. Sven espera, tranquilo.

Treinta segundos más tarde, varios soldados y técnicos salen corriendo para resolver la falla de potencia.

Sven sonríe, media cara oculta tras la diadema de su arma.

El cebo ha funcionado.

La primera andanada de microondas sorprende a cuatro soldados y dos técnicos en plena carrera, incendiando sus ropas y su carne. Los hombres inermes caen debatiéndose en la agonía de las quemaduras de tercer grado. Sus gritos mientras Sven los remata uno a uno alertan al resto de la tropa.

En una base militar los fusiles y armaduras protectoras nunca están muy lejos. El segundo grupo, cinco soldados y un sargento, ya acude perfectamente equipado para el ataque y la defensa. Cometen el error de darle el alto al loco, y conminarlo a que baje su arma o lo que sea y se rinda.

Sven apunta y dispara. Ahora no se activa el máser; en su lugar, se despliega un abanico que lanza seis minicohetes autodirigidos contra el sargento y su escuadra.

Son proyectiles de carga hueca, y ni el blindaje de kevlar puede resistir su impacto termomecánico. Los seis blancos saltan en pedazos con artísticos regueros de sangre y vísceras.

Esta vez el sargento y dos de sus hombres alcanzan a disparar sus rifles antes de morir. Las rafágas de balas de alta penetración no logran traspasar la compacta red de campos magneto-gravitacionales que genera el arma alrededor de su amo. Humeando, los proyectiles se entierran en el suelo, deformados.

Desde la barraca de la tropa, uno de los tenientes se percata del hecho, y activa por telemando la catapulta ganma ubicada en una torre del perímetro de la base. Girando sobre su base, el artefacto concebido para destruir naves en órbitas bajas capta a Sven con su mira láser y hace fuego sobre él.

Los sensores del arma del xenopaleontólogo detectan a tiempo el láser del mecanismo de puntería de la catapulta y se desplazan en zig-zag por varias decenas de metros, junto con el sorprendido Sven. Justo detrás, el haz de letales rayos ganma los sigue dejando un rastro de arena fluorescente.

Un pequeño sensor independiente cae del arma y recibe la descarga, destruyéndose y enviando datos de su naturaleza. Un nuevo grupo de células indiferenciadas toma forma definitiva. Al segundo siguiente el movimiento evasivo cesa. El escudo mejorado rechaza sin consecuencias los millones de rads que la catapulta ganma vierte sobre el hombre y el ser-mecanismo-arma.

Sven vuelve a apuntar, y un escupitajo de gel hiperácido cruza el aire hasta el arma antiaérea. Cae sobre su blindaje y se extiende, corroyéndolo e inutilizándola en segundos.

El teniente ha comunicado con el coronel Talmon, y recibido órdenes de evacuación inmediata. Obedece. Los sensores del arma viviente de Sven detectan la partida del blindado antigrav con el oficial y ocho soldados más a bordo. Una andanada de misiles de carga hueca es lanzada en su persecución.

Los másers automáticos del vehículo hacen estallar algunos minicohetes antes de llegar a su blanco. El resto impactan contra el blindaje multicapas de seis centímetros, sin perforarlo.

Sven duda... El blindado es veloz. Está lejos para el líquido corrosivo... Antes de que pueda darse cuenta, alza de nuevo el arma y dispara otra andanada de misiles.

Estos son más inteligentes. Serpentean entre los haces de microondas conque se defiende el blindado. Ninguno es destruido. Al impactar vierten varios mililitros del gel hiperácido que corroe el blindaje. Dentro flotan nanonúcleos binarios móviles que se combinan generando calor.

Casi en el horizonte, el blindado pierde su rumbo y gira descontroladamente. Un cuerpo llameante alcanza a salir por un desgarrón del blindaje y cae a los pocos pasos. Cuando el sistema de propulsión antigrav del vehículo falla también, la caja metálica cae y rueda sobre sus costados hasta quedar inmóvil, despidiendo oscuras nubes de humo. Un sensor independiente regresa hacia el arma trayendo valiosa información táctica sobre los efectos del gel hiperácido en la piel y la carne humanas.

Los sobrevivientes de la base han presenciado la masacre. Un pequeño grupo de militares y civiles sale de una barraca, agitando una bandera blanca. Sven alza su arma.

Uno de los civiles grita a todo pulmón:

—¡Sven, soy yo, Ling-Siao-Tang! ¡Nos rendimos, no dispares! ¡Déjanos ir! ¡Talmon no está aquí!

El xenopaleontólogo duda. ¿Talmon no está ahí? Pero claro... si estaba en la otra base... entonces toda esta carnicería ha sido inútil. Y el astrofísico es el único al que siempre ha considerado su amigo. Basta de furia. Quiere bajar el arma...

Pero no puede. Es demasiado tarde.

Como títere de una voluntad ajena siente su brazo alzarse y a sus músculos que intentan hacer coincidir la mira del arma con el grupo de hombres. Sven lucha, pero desde el principio sabe que va a perder. Su mente ya es un rehén del arma. Desesperado, al fin logra gritar, roncamente y con extraña sintaxis:

—¡Huir! ¡No pudiendo controlarla...! ¡Vete, Ling-Siao... ya! Resiste aún durante un larguísimo segundo. El astrofísico y los demás miran el sudor que corre a chorros por su rostro y sus brazos y no entienden nada. Pero dan media vuelta y corren.

La voluntad del arma triunfa, y el haz de microondas incinera al amigo y a los demás.

Sven llora y trata de arrancarse la diadema de su frente, sin lograr más que infligirse un tremendo, exquisito dolor. El artefacto se ha fundido con su carne y su sistema nervioso. Comprende que va a morir. Y por primera vez desde que deseara ser un ejército de un solo hombre siente miedo.

¿Cómo pudo ser tan estúpido?

Cae de hinojos.

Brotando como un dragón mitológico desde el fondo de su cueva, otro vehículo blindado conducido por el teniente que queda embiste al hombre arrodillado en desesperada acción kamikaze. Por el lado opuesto, desnudas y confiando en no ser detectados así, dos mujeres civiles huyen al desierto bendiciendo al oficial.

El blindaje frontal del vehículo casi logra alcanzar a Sven y aplastarlo con su inercia. Solo casi. El arma, alerta, modula el campo-escudo en una delgada hoja contra la que su misma inercia corta en dos al vehículo. Como un halcón en picada que impactara contra un filoso sable. Motor, habitáculo y armamento son tajados. El teniente rueda por la arena.

Se levanta, cuchillo en mano, y acomete gritando al aún arrodillado asesino. Ha visto lo que sucede con los que intentan huir o rendirse. Y tiene la esperanza de que la amenaza del cuchillo distraiga al monstruo el tiempo suficiente para poder detonar la granada de defensa que oculta en la otra mano.

No lo logra. Su muerte es misericordiosamente rápida. Nunca llega a enterarse de que, en cierto modo, no ha fallado.

Cuando el esqueleto calcinado deja de humear, Sven se inclina y guarda maquinalmente la granada en un bolsillo. Está caliente y le quema los dedos, pero no hace caso del dolor. No tiene un plan definido. No quiere pensar en uno ahora. O nada saldrá bien. Existe un juego en el que gana quien es capaz de pasar quince segundos sin pronunciar la palabra "rinoceronte"... Sven El Títere se levanta, y el arma en sus manos dispara de nuevo. Misiles, chorros de gel hiperácido, microondas, las tres cuartas partes de la base están destruidas o en llamas, en diez segundos. Sven piensa que no deben quedar sobrevivientes.

Pero su cerebro lo traiciona con la implacabilidad de la simple aritmética. El sargento en el bunker, 4 militares y dos civiles sorprendidos al principio, más 6 del otro sargento y su escuadra más 8 a bordo del primer vehículo más el teniente kamikaze, más Ling-Siao y 2 militares y 3 civiles más... La cuenta no da. ¿20 soldados y 6 civiles?

Recuerda el sitio secreto en el desierto. Talmon y Gilma... Solo un instante. Luego sus neuronas penetradas por los nanotúbulos del simbionte se concentran en el problema inmediato. Aniquilación de la base. Faltan 3 civiles que deben estar en alguna parte...

El arma despliega sus sensores husmeando los restos del emplazamiento militar. Incluso en el edificio de la planta de fusión, que sus disparos dejaron indemne. Porque captó en el cerebro del xenopaleontólogo que cualquier daño al reactor podría significar un estallido que aniquilara a toda vida o seudovida en millas a la redonda. Sven maldice la astucia del ser; habría sido mucho más fácil así...

Buscan. No hay rastros de vida. Los gruesos muros del reactor resisten el escrutinio con todas las energías... Hurgando en la memoria de Sven, los nanotúbulos descubren el principio de su sonar diferencial...

Otro grupo de células informes se diferencia a toda prisa. Los electrodos penetran en la arena. Exito total; acurrucada tras los dos metros de plomocemento que protegen el núcleo de fusión, prefiriendo arriesgarse a una dosis casi letal de radiación antes que a la muerte segura afuera, hay otra mujer. Aparentemente inalcanzable.

Pero las neuronas de Sven encierran una posible solución que los seudotejidos del arma desarrollan en fracciones de segundo. El sonar también puede ser un arma infrasónica activa...

Nuevas células se diferencias, y la mujer que creía estar al menos temporalmente a salvo tras las grueeesas paredes siente una vibración que le sube por las vértebras y hace estallar su cerebro un segundo después. Simple resonancia, diría un físico.

Faltan dos.

Sven, pasivo y derrotado, ve lanzar al arma sensores de trayectoria balística en varias direcciones. En la retina de su ojo esclavo solo tardan unos segundos en aparecer claramente las dos mujeres fugitivas, jadeando desnudas bajo el sol del desierto y quejándose de la hirviente arena que lesiona la planta de sus pies. No han tenido tiempo de alejarse ni siquiera un par de kilómetros.

La voluntad subyugada del que una vez fuera xenopaleontólogo apenas interviene en el lanzamiento de los tres objetos que cruzan el desierto en busca de sus objetivos, inexorables. Dos destrozan a las agotadas humanas, que corren aterrorizadas y gritando en vano al sentir el silbido letal de su acercamiento. el tercero tiene una trayectoria mucho más larga que recorrer...

Sven apenas tiene energías para pensar en eso. Le duele el cráneo infectado por las prolongaciones del arma. También ha penetrado su cuerpo a través de sus manos que ahora la aferran como una parte más de su organismo. Le quedan horas de vida.

¿Este ser es un parásito verdadero? Se supone que un parásito no destruya a su hospedero... ¿Un depredador de nuevo tipo? Lo puramente académico de la pregunta lo hace reír.

Riendo se deja llevar por la propulsión antigrav del artefacto. Sobre el desierto, de regreso a la base subterránea del proyecto "Kali-Yuga". A su última cita, con una venganza que ya no tiene sentido para él.


Crepúsculo.

La oscuridad cae veloz sobre la arena ferrosa de Barsoom-B 876-Osario. A 228 km de la base B 876 Ab, seis hombres y una mujer embarazada miran hacia la lejanía, esperando.

La mujer tiembla y está desarmada. Cinco de los hombres sostienen sin mucha convicción fusiles pesados, másers, lanzallamas y hasta un lanzamisiles. El sexto hombre sabe que son inútiles contra lo que se acerca. El espera a su igual.

Detrás, humea "Kali-Yuga". Destruida por ellos para que, si mueren, nadie ajeno al Alto Mando del Servicio Espacial conozca jamás de las investigaciones que allí tenían lugar.

No obstante, el coronel Talmon piensa que tienen cierta oportunidad de sobrevivir. Antes de destruir el equipo de comunicaciones, transmitió un escueto resumen de lo ocurrido y un pedido de auxilio. La hipernave militar que le respondió está muy cerca, a solo 34 parsecs de recorrido. Llegarán en menos de diez horas. A tiempo para rescatarlos. A los que queden.

Nadie, si no logra detener a Sven. Confía en poder hacerlo.

El tiene un entrenamiento y una experiencia militar que al xenopaleontólogo enloquecido le falta. Eso valdrá algo...

Sobre todo, si sus armamentos son equivalentes...

Talmon mira al artefacto que sostiene en las manos, tratando de mantener en suspenso su incredulidad, su escepticismo y su desconfianza de las circunstancias que lo pusieron a su alcance...

Un extraño y diminuto artefacto volador que burló toda vigilancia en la base para llegar justo ante él. Las holoproyecciones de la masacre perpetrada en la base por un Sven tan indetenible como si empuñara la lanza de Odín o el rayo de Zeus, confirmando los increíbles mensajes que sus tenientes le enviaron en medio del pánico. La amenaza de Sven flotando hacia él a través del desierto...

Y las detalladas instrucciones para hacerse de un arma igual. No quedaba sino seguirlas... Lo contrario habría sido aceptar su ejecución como una res llevada al matadero.

¿Muerto por Sven? ¿Por ese cornudo idiota? Jamás.

Después que el pequeño emisario se autodestruyó, Talmon salió afuera, al desierto. Buscó huesos fósiles saturados de cromo y mercurio y los sumergió en el agua. Odiando intensamente a Sven y su estupidez, presenció anonadado la metamorfosis. Al final, de la masa seudoviviente se desprendió un casco.

El mismo que ahora cubre su cabeza mejorando su visión con la del ¿ser? ¿artefacto? ¿demonio?, que incluye infrarrojos, radar, ultravioletas y telemetría.

Como militar, lo intuyó desde el primer momento. Esta es el arma definitiva, infinitamente adaptable, capaz de automejoramiento táctico y estratégico. Sea un mecanismo o un ser viviente, quien utilice esta... cosa, será invencible.

Necesitará ser invencible. Mira a Gilma, temblando de pavor cerca de él, y siente que lo daría todo por ella. Y por el hijo suyo que lleva en su vientre. Los ama y su deber es protegerlos hasta el último aliento. Y aunque algo dentro de su memoria se rebela y susurra que tal idea es insólita, absurda, impostada, el militar aprieta los labios dentro del casco y las manos acarician los gatillos del arma. Tiene que luchar. Es matar o ser matado. Es un militar. Su oficio es la muerte. Y el prototipo que sostiene es tan superior al de Sven como un vehículo antigrav respecto a un Ford modelo T.

Espera, con fe en la victoria. Pero a la vez con el mismo miedo que debe experimentar la araña paralizada por el aguijonazo de la avispa mientras siente crecer en su interior los huevos de su vencedora. Un miedo que ni todas las manipulaciones neuronales pueden eliminar. No a la muerte, sino a algo peor...


Noche.

Sven se desliza sobre el desierto. Sus pies no tocan el suelo; cuelga del arma que le ha usurpado toda voluntad, y siente la cercanía de los humanos. Siete. Su último objetivo. Saca fuerzas de alguna parte y sonríe. La suerte parece echada.

En el viaje de regreso, más largo que el de ida, los recuerdos de la memoria ajena han bombardeado su cerebro hasta llevarlo a la tortura definitiva del comprender.

Siente el cromo y el mercurio filtrándose hacia sus huesos. Para convertirlos en esporas seudovivientes que solo necesitarán el contacto con el agua y captar el odio y la ira de un ser inteligente para germinar y crecer según sus deseos. Sirviéndolo al principio solo para dominarlo después.

Un ser sin sistema nervioso. Que puede usurpar para sus propios fines el de su hospedero, controlándolo. Con memoria genética. Con un caudal de experiencias a la vez innato a cada célula y susceptible de incremento en cada generación.

Un simbionte... y un parásito. A cambio de medrar y reproducirse, ofrece el poder de imponer la voluntad propia a otros seres mediante la fuerza. El poder del chantaje primigenio: haz lo que yo quiero o te mato. El poder de la destrucción. El poder del arma definitiva. El poder de la guerra.

Algo a lo que muy pocos seres inteligentes pueden resistir.

Sven ha visto las imágenes de las especies dueñas de los huesos que yacen en Barsoom, cuyos esqueletos y apariencia tan bien reconstruyera. La memoria del simbionte-parásito ha revivido el lejanísimo pasado para él.

Los ha visto llegando a Barsoom en el esplendor de su inteligencia y su industria. Los marsupiales dientes de sable en sus naves de madera, los lagartos de diez metros de altura con sus exoesqueletos metálicos para resistir la gravedad, los animales con ruedas respirando flúor dentro de sus escafandras. Todas civilizaciones fascinantes, florecientes, con un futuro... hasta que se encontraron con el arma.

Las guerras fraticidas. Especies contra especies, aliados contra aliados. Unas, destruyendo, poseídas por el frenesí aniquilador del arma. Y muchas otras viéndose obligadas a pelear, si no querían ser exterminadas de raíz. Y pelear en igualdad de condiciones solo era posible con el arma.

Ha visto armas de kilómetros de largo, naves seudovivas destruyendo planetas y sistemas enteros. Persiguiendo sin descanso a los que querían huir del amok galáctico, atrapándolos en la gran guerra que hizo arder por mil años la galaxia...

Hasta consumirla. Como un depredador que se suicida agotando sus presas, la especie-arma exterminando la vida inteligente a lo largo y ancho de la galaxia. Siempre más guerras. Cada vez más armas y menos víctimas... Hasta el ocaso final.

Las armas de envergadura planetaria colapsando por falta de odio que las energizara, sin poder reproducirse. Porque ya no quedaban seres capaces de odiar. Cien razas reducidas a un salvajismo de marionetas, obligadas a destruirse hasta el fin. Hasta el último lagarto, hasta el último insectoide. Replegándose hacia el planeta donde un día aciago la casualidad de una evolución loca o tal vez una biotecnología suicida hizo surgir la especie-arma. Hacia el último reducto de la guerra. Barsoom.

Barsoom es Marte. El dios de la guerra aniquiladora.

Barsoom, la tumba de un ciclo entero de inteligencia en la galaxia. Y la morada donde su asesino quedó esperando, latente.

Sven ha visto la galaxia, millones de años antes. Ahora sabe por qué el hombre solo encuentra ruinas en el cosmos. Y a menos que ocurra un milagro, pronto el hombre y su civilización serán otra de ellas...

La traición del coronel y de Gilma y su propia ira van a desatar la plaga sobre la humanidad. Una raza inteligente que aún no bajaba de los árboles cuando sus hermanos de raciocinio perecieron ante el hambre insaciable del ser seudoviviente, va a ser su última víctima.

Ya comprende el extraño ciclo de vida. Los huesos de los hospederos del arma se saturan de cromo y mercurio, y cuando su dueño muere se convierten en esporas... pero antes necesitan, para ser fértiles, intercambiar información con otro ser de su especie. Parodia de la reproducción sexual, que evitaría a un ser sin sexo la degeneración y la decadencia de la raza. Por eso lo que al principio no comprendiera: enviar a Talmon un "emisario" con las instrucciones para despertar a un parásito igual al que lo domina. Siempre se necesitan dos para una cópula, aunque sea un coito de muerte... Sabe que le quedan pocas horas, antes de que el malestar que siente en su cuerpo por el envenenamiento con metales pesados lo aniquile. Sabe que, gane él o gane Talmon, hay grandes posibilidades de que alguno de los soldados, o hasta la misma Gilma, tome su lugar para continuar el ciclo. El odio es demasiado fuerte...

Sabe que tiene que evitarlo.

No quiere pensar todavía en el CÓMO.

El arma es astuta... muy astuta.


La imagen de Sven aparece en el visor infrarrojo y de radar del neurocasco de Talmon. Mucho antes de que Gilma y el equipo K puedan detectarlo en la noche de dos lunas de Barsoom.

El primer impulso del coronel es disparar. Pero espera. A tal distancia, podría fallar... Quiere aniquilarlo bien cerca de Gilma y los demás. Para que le sirvan como testigos favorables en un hipotético consejo de guerra. Para que no lo juzguen por asesinato. No piensa que ya con la destrucción de la base está más que justificada cualquier acción que emprenda contra Sven.

No puede pensarlo.

—Se acercando... —A él mismo le suena extraña su voz y su sintaxis. Ya sus bloques de expresión lingüística han sido penetrados por los nanotúbulos el arma, pero no puede percatarse de ello. Los demás, en su terror, tampoco.

—Dios misericordioso, ten piedad... —gimotea Gilma. Sus esfínteres se relajan de pánico y llenan el lugar con el acre aroma del miedo. En el fondo, siempre temió la ira de su tranquilo marido (cuídate del agua mansa, decía su madre). Pero nunca lo creyó capaz de tanto—. Viene por mí...

El doble resplandor de las lunas de Barsoom se refleja en el metal del arma de Sven, que se acerca. Solo saber que es inútil le impide a Gilma echarse a correr. Tiembla como una hoja. Acaricia su vientre apenas crecido como a un amuleto salvador.

—¡Suelo! —ordena Talmon, que siente la necesidad urgente de proteger no solo a Gilma y a su hijo sino a todos sus soldados.

Se adelanta, pero no dispara. Y Sven-arma también se acerca hasta que apenas hay unos metros de distancia entre los dos.

Entonces se desata el infierno.

Se disparan misiles, rayos, líquidos corrosivos, ondas de ultrasonido. Sin efecto. Como dos gigantes armados de martillos y escudos que se acometieran con rabia, pero sin lograr ninguno el golpe decisivo que doblegue a su oponente.

El orgasmo de la cópula de los dos simbiontes, potenciada por las voluntades esclavizadas de sus hospederos-víctimas, dura casi un minuto.

Cuando el intercambio de información es completado y las esporas-huesos ya son viables, los simbiontes pierden todo interés en sus hospederos. El envenenamiento por metales pesados ya los ha condenado. No tiene sentido que sigan luchando... las armas no son completamente invulnerables.

Tal como se inició, la danza de destrucción se detiene.

Las armas quedan inertes.

Sven y Talmon se miran, atónitos. Los nanotúbulos seudovivientes de la diadema y el casco van retirándose de sus cerebros. Y quedan a solas con sus emociones.

Sven siente el agotamiento mental y físico caer sobre sus hombros, pesadamente. Y el dolor de sus huesos envenenados. Ha llevado demasiado tiempo al simbionte. No tiene esperanzas.

Delante, el destructor de su fe en la fidelidad de su esposa y de su matrimonio. El militar prepotente por el que se lanzó al frenesí de rabia cuyas consecuencias solo ahora están llenando su mente. El lo mira con odio. Parece que no le dará tiempo a morir envenenado...

Pero ¿Y si sobrevive? ¿Y las armas?

Un plan que antes era solo una vaga idea restalla en su mente. Hurga en un bolsillo y... ahí está. La acaricia. Espera, temblando, pero sonriente.

Talmon tiene delante al estúpido cornudo, investigador ocioso... tal vez hasta agente saboteador de la Liga del Estatismo Galáctico o de los Cruzados Ecologistas. El asesino de sus hombres, destructor de su base, causante del fracaso del proyecto que lo convertiría en general. Su rival por Gilma... (¿Rival? ¿Ese idiota?) Rival, sí, (los últimos nanotúbulos tardan más en retirarse del cerebro menos afectado de Talmon)

No sabe nada sobre el origen y el pasado del extraño ser. Para él, se trata de un arma nueva desarrollada por los Ecologistas, o más probablemente robada al Servicio Espacial, que cayó de algún modo en manos de ese idiota de Sven. Un arma generada por nanotecnología, sofisticada pero falible. Muy curioso que ambas agotaran su carga a la vez... quizás la suya tenía algún defecto. Es la primera vez que la utiliza. Pero tales cosas suceden todos los días en la guerra.

Su cuchillo en la funda de la bota derecha bastará. Sin el arma, Sven no durará ni dos segundos frente a él...

Se agacha, arroja arena a lo alto para esconder su movimiento, desenvaina, ataca. Manteniendo la hoja oculta tras la mano y el brazo, cubre en tres saltos los metros que lo separan de Sven.

El xenopaleontólogo lo espera, insignificante, indefenso. Sonríe. Cuando ya lo tiene encima, abre los brazos.

Talmon piensa que la actitud de mártir no lo salvará. Toma el último impulso para la puñalada. Un golpe recto, para partir el corazón.

La lanza con toda la fuerza de su cuerpo entrenado. Solo en el último segundo sus ojos captan la granada en la mano de Sven y la alarma llega hasta su mente.

Bah, tiene que estar inservible, o si no...

La ancha hoja del cuchillo atraviesa el ventrículo derecho de Sven en el momento en que sus brazos se cierran estrechamente en torno al torso de Talmon. Muy, muy estrechamente. Con toda la fuerza de su breve agonía.

El coronel ha vencido, aunque se siente incómodo apresado en el agónico abrazo de su víctima. Ya lo soltará...

La anilla de seguridad de la granada salta con un chasquido y cae en la arena. Talmon comprende. Con un aullido, trata de desasirse... demasiado tarde.

La explosión de la granada defensiva de plasma envuelve a Sven y Talmon en un globo de fuego de casi diez metros de radio, y arroja en derredor toneladas de arena. Las partes duras del equipo y las esquirlas de hueso de los cuerpos destrozados vuelan a más de cien metros de distancia.

Los dos miembros del equipo K más cercanos mueren instantáneamente. Uno con la aorta seccionada por un trozo de fémur (irónicamente, del coronel Talmon), el otro con la hebilla del cinturón de Sven incrustado en el cráneo.

Los tímpanos de Gilma y de los otros tres soldados revientan por el golpe de la onda expansiva. La conmoción los hace perder el sentido entre una lluvia de arena y fragmentos semicarbonizados y sanguinolentos.

Solo cuando recuperan la consciencia se percatan de que están vivos, aunque con traumatismos varios. Gilma, shock nervioso generalizado y un hombro dislocado, (por puro milagro no aborta). Un soldado tiene la tibia izquierda rota, otro la mandíbula desencajada, el tercero dos costillas fracturadas.

El cráter de la explosión tiene seis metros de profundidad.

Los restos de Talmon y Sven están mezclados con la aren semivitrificada del desierto.

Las dos armas están ennegrecidas, torcidas, pero enteras.

La mujer y los tres hombres, abrazándose mutuamente para sostenerse, las miran sin entender nada. Sin odio. Anonadados.

Para ellos, la diadema y el casco que brotan lentamente de los parásitos sin hospedero no significan una tentación irresistible, sino solo un fenómeno raro del que se ocuparán después... si tienen tiempo.

Primero hay que encender un fuego o algún otro tipo de señal que indique a la lanzadera de la nave de rescate que hay sobrevivientes. Buscar comida, refugio contra el frío, ocuparse de los primeros auxilios. En B 876 no hay depredadores, así que nadie necesita un arma. ¿Para defenderse de qué?

Cuando llega la lanzadera con los técnicos del Servicio Espacial junto con el equipo de rescate, las dos armas se han convertido en masas gelatinosas de aspecto metálico. Tampoco la explosión ha dejado mucho de lo que sería su descendencia.


Esa es la historia.

Así, como contada por un narrador omnisciente, parece clara y sencilla de comprender.

Pero para los investigadores que llegarán más tarde en otra nave, y hasta para Gilma y los tres soldados, será una más de las muchas historias incomprensibles del cosmos. Más trágica, si acaso, pero solo porque les sucedió a ellos.

Técnicos muy duchos revisarán los dos nódulos informes de metal semiderretido, y menearán la cabeza. ¿Armas, eso? Absurdo. Los expertos recorrerán las ruinas de la base, interrogarán a los cuatro sobrevivientes y también menearán la cabeza. ¿Un solo hombre hizo todo eso? La historia es poco creíble... por decirlo de algún modo.

A los tres militares se les diagnosticará "inestabilidad psíquica grave", con recomendación de rebaja inmediata del servicio. En el informe, las causas probables del raro incidente serán "locura colectiva provocada por el aislamiento" y "ataque de fuerzas extraterrestres hostiles no identificadas" (esto por el gel hiperácido hasta ese momento desconocido como armamento por los seres humanos).

Por desgracia, todos los datos de la extensa investigación de Sven habrán sido destruidos junto con la base. Al menos el Departamento de Armas Biológicas del Servicio Espacial logró bastante de su proyecto "Kali-Yuga", gracias a él. Póstumamente, le otorgarán alguna medalla. No el premio de la Fundación Xenológica, por supuesto. Para mantener cerrada la boca de Gilma, se le entregará una generosa pensión vitalicia por su esposo "muerto al servicio de la Federación Terrestre". Pensión que ella considerará mínima. Protestará alegando el hijo que va a tener, la inmoralidad de un aborto, etc... y más dinero costeará los 3 ó 4 amantes (enviados secretamente por el Alto Mando) que la mantendrán en silencio y ocupada... por unos meses.

El coronel Talmon será ascendido póstumamente a general y condecorado con la Cruz Estelar. Similar procedimiento (y con entrega de pensiones a los familiares de los que los tenían) se seguirá con el resto de los soldados perecidos "sirviendo a la Federación Terrestre".

En la arena de Barsoom quedarán billones de huesos con alto contenido de cromo y mercurio. Esperando, tal vez, por algún otro xenopaleontólogo tan hábil y dedicado como Sven para que desentrañe sus secretos.

O por otra cadena más afortunada de casualidades que termine con su latencia de millones y millones de años.

Aunque, en realidad, no esperarán tanto tiempo...

Sucede que B 876 tiene una posición demasiado privilegiada en las rutas hiperespaciales como para que el Servicio Espacial se olvide tan fácilmente del planeta.

Y sucede también que los que hemos reconstruido gran parte de los hechos (y conste que no somos algo tan sencillo como narradores omniscientes), gracias a los neurorregistradores (unas ultrarresistentes joyitas de nanotecnología... aguantaron hasta la explosión de la granada defensiva) implantados en el córtex cerebral de Sven, Talmon y demás soldados muertos en la masacre, estamos demasiado interesados en las potencialidades del arma (adecuadamente controlada, se sobreentiende) como para olvidarnos de todo así, tan fácilmente.

Por eso, pasados unos discretos seis meses del "enigmático incidente", una nueva base se está instalando en Barsoom. Para evitar los riesgos del aislamiento y la locura del espacio, será mucho más grande. La ocuparán unos 200 hombres, entre soldados, técnicos y civiles. Y estará mucho mejor protegida contra posibles "agresiones de extraterrestres hostiles". Nunca ha habido una base mejor armada...

Pura precaución, es obvio.

También el carácter de esta base será un poco distinto... Como una atracción especial, contará con la presencia de... Gilma. Al principio se negó a colaborar, pero se le hizo una oferta que nadie en su sano juicio rechazaría. Todo por dar a luz al niño... en Barsoom.

Además de los investigadores que recorrerán el desierto recolectando huesos ricos en cromo y mercurio, un equipo especializado de ginecólogos, obstetras y pediatras estará totalmente en función de Gilma. Por si acaso hay complicaciones, o el nonato corre algún peligro...

No se consideró necesario informárselo, pero los exámenes ultrasónicos y espectrográficos del feto muestran un contenido sorprendentemente alto de cromo y mercurio. No solo en sus huesos, sino en todo su organismo. Sin embargo, su salud y su desarrollo parecen normales.

Quizás no signifique nada, pero... ¡sería tan tonto no prestar atención a las casi infinitas posibilidades que abre tal hecho! Un híbrido así sería indetenible e hipervalioso. No más simbiosis innaturales que cuestan la vida al hospedero, no más control mental. Integración. El soldado perfecto, el que lleva el arma como parte de su organismo. El sueño de todo táctico.

¡Podría ser la clave de la doctrina militar del futuro!


Yoss es José Miguel Sánchez Gómez, nacido en La Habana en 1969. Los lectores de Axxón conocen su obra, pues ha aparecido en nuestras páginas en varias ocasiones, con mucho éxito. Es Licenciado en Ciencias Biológicas. Comenzó a escribir a los quince años, cuando inició su participación en Talleres Literarios. Ha obtenido muchos premios y ha sido publicado en varios países en diversos idiomas.