ZETA, EL POETA DE LAS CON-SOLAS

Juan Ignacio Muñoz Zapata

Colombia

Habría cambiado un plato de perlas por ese grano de lenteja hecho carne luminosa. Los perfumes de coco que emanaban de ella, las plumas aterciopeladas que enternecían su sonrisa de delfín y el par de escarabajos digitales que tenía como ojos eran razones suficientes para volver a lanzarse a su conquista. El nabib, dueño de palabras con flecos, intérprete incondicional de ninfas y hadas núbiles, o en su defecto, crepusculares, untó su piel con pomada transdérmica. Luego de pegarse los electrodos en las tetillas, se dejó diluir en la pantalla mientras un indicador de vidas mostraba el avatar de un antropoide atrapado en un reloj analógico.


Adentro, el tren se detuvo, la puerta se abrió y Zeta quedó frente a la mirada perdida de la diosa afrocaribeña. El último juego había comenzado. Afuera, unas manos vellosas sujetaban con fuerza un artefacto provisto de curvas, cavidades y salientes plásticas. De nuevo adentro, los dedos de Zeta temblaban al buscar algo en sus bolsillos y se topaban con bolas de pelusa. ¿Dónde está mi poema? Zeta revisó en el resto de la trinchera. Sí, sin duda, fue el chimpancé que tenía por compañero de piso el que lo había despojado de los versos con los que pensaba enamorar a la diosa afrocaribeña. Es muy difícil vivir con un chimpancé. Tratando de entender, se pierden tiempos, vidas, la vida. Eso sí, si no fuera porque el chimpancé paga su parte del alquiler a tiempo, Zeta viviría debajo de un jamelgo de bronce en pleno centro de la plaza, vestido con los harapos que le arrojan los fantasmas del nivel 4.

No había más remedio que improvisar, citar unas cuantas metáforas aleatorias, exponer parte del temible arsenal de su labia. Tendría el trayecto que iba de una estación a la siguiente para recitar una estrategia amatoria. Arregló su panamá y se acercó a la dama. Chocó sus palmas y con gracia se inclinó ante ella. Imitando una voz bronca, estentórea y foránea, recitó:


Pantera, has saltado de los abismos

De la Nada, de la Noche...

A una ventana lejana.

En bulevares de luz neón

Te has hecho mujer ante la mirada

Mía de un instante...


El lirismo devino un cristal en pausa. La diosa afrocaribeña no pudo contener la risa. En vez de anunciar el nombre de la próxima estación, el tablero electrónico del vagón titiló:


CURSI CURSI CURSI CURSI... ¡(XD) (XD) (XD)!... ¡(; p) (; p) (; p)!...

MENOS 100 PUNTOS


El bardo, alterado por la ineficacia de su composición, elevó su puño con furia. El rayo hipnótico del rubí traspasó la glabela y se instaló como una bala bailarina en la glándula pineal. La diosa afrocaribeña entró en trance. Zeta la tuvo en sus brazos y pudo contornear con su lengua los labios abultados, una fruta partida en dos que valía puntos dorados. El chimpancé no lo había engañado cuando hicieron aquel negocio: Zeta le daba todos sus videojuegos a cambio de ese anillo que hipnotiza a la gente y la vuelve objeto de consumo, sin necesidad de metáforas mediadoras. Es como hacer un cheat, pues en la guerra y en el amor...Y claro, el chimpancé sabía hacer su negocio, porque, gesticulando en medio de sus monerías, había logrado hipnotizar a Zeta, y aun siendo homínido —por consiguiente conocedor del fraude y la mimesis—, había mostrado transparencia y honradez en el trueque. Que de dónde había pirateado el anillo mágico el chimpancé, eso Zeta no había conseguido averiguarlo. Cada vez que se lo preguntaba, el chimpancé se iba por las ramas.


Ilustración: Pedro Belushi

Zeta caminaba por la acera arrastrando a la estatua de ébano. Atrás quedaba la boca de un metro ya muerto. Sonriente, muy seguro de sí mismo, esperaba eliminar pronto el frío de sus costillas al untarse con una piel caldosa. Mañana mismo el chimpancé estará muerto de envidia al verme levitar entre una carroña lujosa que se autoconfigura absorbiendo efluvios y dando soles de energía a cambio, pensaba Zeta, entrechocando los dientes. Siempre vivía compitiendo con el chimpancé en cuestiones de vida nocturna. Le dolía profundamente saberse vencido y mucho más en la interminable ronda intermedia de aquellos días. Un chimpancé gana más dinero y amor en un cabaret que un poeta frente a una máquina de poleas. Y la luna, con su voz de crooner, anunciaba la puntuación cada mes: "el chimpancé, cien romances consumados; cero infinito para el caballero de las consolas". Con ese resultado, no hay más remedio que bailar el baile del cero salsero, cuando el poco jazz que se almacena en las trompetas sale a gotas. Baile de unos y ceros. ¡Ay de aquel que no sepa mover los píxeles de su esqueleto!

No había mariachis ni punkeros bajo las farolas. Condujo a la sonámbula entre el andamiaje, los ladrillos y los bultos de cemento. Con mucho cuidado, para que sus tacones no tropezaran con jeringas y condones. El portón se abrió antes de que Zeta sacara las llaves. La pareja penetró en la oscuridad. Zeta empujó a la mujer por las escaleras, minuciosamente, porque no había bombilla que colgara de la cadenilla. Zeta sentía que alguien subía unos cuantos escalones más adelante. ¿Sería el chimpancé que habría bajado a abrirle, así gratis y tan cortésmente? No, los pasos eran de humano. Después dejaron de sentirse y Zeta continuó subiendo su presa a ciegas. Llegaron al cuarto piso. Zeta metió las manos en su bolsillo. De nuevo, las bolas de pelusa entre sus dedos, y de repente, un papelito plegado... lo desenrolló y, palpándolo, en su mente se iluminó aquel poema original que creyó haber perdido y que decía:


¿Cuántas veces he dibujado danzas

con mi cuerpo en lo hondo de las cavernas

masturbándome e invocándote

como fuego

o como idea de princesa?

Y tú no vienes, no apareces,

no existes,

no eres más que el eco del tiempo

que brota del hielo

incrustado en mi cabeza.


Zeta sintió una picazón en la espalda. Las pelusas en la gabardina, el anillo mágico en el nudillo, pero la llave no aparecía por ninguna parte. Llevó las manos hacia su compañera. Ya no sentía la lisa y cálida epidermis. Era algo como un hueso afelpado y frío que se extendía a lo lejos. La soltó y comenzó a temblar. Las picazones se hacían más numerosas y molestas a lo largo de su columna vertebral. Su corazón bombeaba en reversa; el móvil, qué desgracia, andaba sin minutos. Volvió a llevar las manos a los bolsillos. Encontró un encendedor. Se dio media vuelta e iluminó el rellano. Dos gritos se fusionaron. Zeta quedó pasmado; el viejo no pudo contener sus jugos intestinales. Pobre Señor Don Equis, alias y otrora Zenón Tavares, nacido en algún lugar del mundo hispano en los remotos años mil novecientos setenta, su líquido manchó toda la escalera, a borbotones, como sangre artificial. Pobre Señor Don Equis, que vivía en el tercer piso y que se la pasaba repasando los videojuegos de su juventud, a esa hora debería estar durmiendo al lado de su musa multiusos. Zeta escuchó la risa del chimpancé al otro lado de la puerta. Luego escuchó la risa de la diosa afrocaribeña. El mono sabía muy bien por qué le había dado el anillo. Zeta era un loser monkey. Para compensar el mal momento, antes de que éste se perdiera en el efímero y musical cambio de luces y el destete de electrodos, Zeta tuvo la necesidad de formular una máxima. Afuera, al otro lado de la pantalla, unos ojos entreabiertos y desorientados alcanzaron a leer el siguiente acróstico:


Ganar Amor Matrizado Es

Obtener Vacías Experiencias Reales.



Juan Ignacio Muñoz Zapata nació en Pereira, Colombia, en 1979 y reside en el Quebec (Canadá) desde 1999. Actualmente prepara una tesis de doctorado sobre el cyberpunk latinoamericano y una novela de ciencia ficción que posiblemente algún día verá la luz.

Hemos publicado en Axxón: SEXAJE EN LA CIUDAD (183), FRAGMENTO 36 (seguido del 37) (184)


Este cuento se vincula temáticamente con UNOS LABIOS DE FRUTILLA, de Bárbara Din (157), S. G. 7.0, de Samuel Carvajal Rangel (178), MUCHACHA EN PABELLÓN CON FONDO DE VOLCANES, de Ricardo Castrilli (152), LA SEGURIDAD DEL ESCLAVO, de Roxana Nakashima (171) y CABEZA CABLEADA, de Raúl Soto (182)

Axxón 197 - mayo de 2009
Cuento de autor latinoamericano (Cuento: Fantástico : Ciencia ficción : Realidad virtual : Videojuegos : Colombia : Colombiano).