EL EFECTO TORTUGA

Ricardo Giorno

Argentina

¡Pero la puta madre! ¡Otra vez la bruja te cocinó estos aguachentos fideos con la salsa de hongos de todos los días! Con esos hongos babosos que crecen en cada rincón de la Base, y que cualquiera —hasta vos mismo— puede recoger sin esfuerzo. No hay caso, Arnaldo, la situación con la bruja no da para más. Encima te sentís un pelotudo sin las bolas bien puestas como para decir basta. Y... ¡estás cómodo!

Te escondés tras la pena. La propia pena. Pero le decís a quien quiera escucharte que, en realidad, por la que sentís pena es por ella. Por tu esposa. Por Gladys. Repetís hasta el hartazgo que es ella la que se aferra a la relación, la que no te permite dejarla, la que si llegaras a decidir irte, no cejará hasta lograr la reconciliación.

Mentiras. Son puras mentiras, y vos lo sabés perfectamente. Pero no podés evitar decirlas. Y encima la mayor parte del tiempo te creés que tu verdad es la verdad. Claro, nunca le hacés caso a las caras de tus oyentes, a esas muecas de falso entendimiento que de seguro ocultan desprecio. Porque te desprecian, Arnaldo, a ver si te enterás.

—... y voy a volver tarde —la oís decir.

Recién ahí caés: ella había estado hablando antes, pero no le habías prestado atención, ensimismado en esa agridulce autocompasión que te angustia, que te corroe.

—Perdón, Gladys, no te escuché.

—¡Siempre en las nubes, vos! Te decía que me reúno en el club con Clarita y Nené. Que voy a volver tarde. No me esperés despierto.

—Está bien. Acordate que el traje tiene una fisura.

—Quedate tranqui. Ya lo arreglé.

Terminada la comida, ella se acuesta en el baño mientras vos empotrás la mesa al techo y convertís las sillas en gel para acomodarte mejor frente al gvh. Hoy se juega un River - Boca, y la transmisión es simultánea. Sí: aquí, en este asteroide flotando en el culo de la galaxia, vas a poder disfrutar del súperclásico en un auténtico gvh recién importado. Cómodo Arnaldo: con esa comodidad que da el dinero ajeno.

Gladys sale del baño, arreglada y lista para salir. ¿Le decís que está hermosa? ¿Siquiera amagás un mimo, una caricia? ¿Al menos le pasás la mano por ese culo, envidia de la mitad de la Base? Qué va. Sólo un "que la pases bien", y a volver al partido.

Ella se te queda mirando un rato, luego menea la cabeza y se enfunda en el traje para el exterior. De pronto entra un mensaje: el Emporio los reubicará. Volverán a la Tierra, así vos también podrás trabajar. Sí, a trabajar, porque en la Base te habían despedido. Por inservible. Aunque tu versión de los hechos cambie día a día.

—¡Arnaldo, qué suerte! Volveremos a respirar aire natural.

Ella pierde mucho por el traslado, pero igual se alegra. Por vos se alegra. Pero vos... vos no tenés cura:

—¿Viste, Gladys? Los hijos de puta saben que la chingaron conmigo y quieren cubrirse. Pero no me voy a quedar callado, no señor. Ya van a ver.

Ella deja de abrazarte, te ha soltado de golpe. Se pone el casco y sale sin hablar. Vos te quedás viendo el partido. Y, de a poco, la verdad, la única verdad, va surgiendo. Te ahoga, te supera. Tanto, que tenés que ir en búsqueda de la botella. Y de las lágrimas.


Después de un mes de papeleos, vos y ella toman el transporte local hasta Atlántica vii. Cuando trasbordan a la base espacial, en órbita, podés ver el planeta terraformado, propiedad del Emporio. Te imaginás los lujos, la diversión, el trato diferenciado en ese, el mayor centro turístico de la galaxia. ¡El trato diferenciado, Arnaldo! ¡Lo que más deseás en el mundo! El respeto que nunca lográs por vos mismo, ¿no?

Oyen la llamada para subir a la nave. Del brazo de Gladys te floreás por la terminal: estás al tanto de los sentimientos que despierta a su paso. El trato diferencial te lo dan por ella, gil. Igual que en la Base: tus amigos son los amigos de ella, no son tus amigos. En el fondo vos no tenés amigos, vos no importás. Lo sabés. ¡Sí, lo sabés! Pero te gusta vivir ciego, terco: ¡Soy yo, es a mí!, te repetís todos los días, una y otra vez. Todos los putos días, una y otra vez.

No bien ingresan a la nave, se acomodan en el último asiento de la hilera de dos, cerca de la bodega.

La espera se torna larga, se te vuelve irrespirable el aire. Transpirás de lo lindo pensando en los continuos accidentes de las primitivas astronaves. Hace muchos años que no sucede nada, que los nuevos modelos han superado las viejas falencias... pero el cagazo padre no te lo quita ni todo el whisky de la galaxia. Cobarde. Siempre fuiste un cobarde, Arnaldo.

El viaje transcurre placentero y calmo. Pero vos permanecés en tu asiento, agarrotado por el terror, obligando a Gladys a hacer lo mismo. La amarrás a tu lado más que los reforzados cinturones de seguridad. No querés que los demás olfateen tu propio miedo; debés transferirlo, pegárselo a otro. Como siempre, a tu esposa. Mirás a los demás mientras pasás alrededor de Gladys tu brazo protector, como diciendo: ¿Ven? Me tengo que aguantar su miedo, qué voy a hacerle. Estas minas...

De pronto algo luminoso ondula en silencio en medio del pasillo de la astronave. Te sentís flotar. Querés sujetarte del asiento delantero, pero ves el respaldo a varios metros.... ¡Y tus brazos se estiran hasta allí como si fuesen de goma! El miedo pone en movimiento a las piernas. Tironeás a Gladys para alejarte de esa luminosidad, de esa onda que avanza distorsionándolo todo. Pero lo que ves ahora te desquicia. Girás agarrado a ella, girás sin comprender. Y te ves a vos y a Gladys al unísono en tres instantes diferentes:

Todavía tranquilos en el asiento.

Flotando en un remolino invisible.

Masacrados por los metales humeantes de la nave.

Es demasiado. Entonces la tomás del cuello, pateás la puerta de la bodega, y los dos abordan una cápsula de salvataje.

Sin esperar a nadie pulsás la eyección. La cápsula es para seis personas, y ustedes son sólo dos. Desde luego, muchos más pasajeros la necesitarán. Pero vos... vos sos flor de mierda, Arnaldo.

La cápsula cimbrea, no seguiste los pasos correctos para eyectarte. Minutos después se estabiliza. Los controles de vuelo y coordenadas espaciales presumiblemente se han averiado: no reconocen el lugar de la galaxia donde ustedes flotan. Esto te descontrola, te enloquece. Y llorás. Llorás un llanto de pibe. Porque los hombres lloran, claro que lloran, pero no como llorás vos. Por eso Gladys actúa como una madraza, sabés pegarle abajo: prepara dos unidades de criogenia, y con infinita ternura te acuesta en una.

—No sé qué pasó, Arnaldo. Nos golpeó una ola de energía desconocida. Se ve que no la detectaron a tiempo, y el capitán no pudo esquivarla. Nunca vi algo igual. Quedate tranquilo: voy a poner la cápsula en modo de búsqueda de un planeta terraformado y, de paso, accionaré la baliza. Alguien nos escuchará. Mientras, vamos a dormir. Tenemos combustible y víveres para seis meses.

—¿Sólo seis meses?

—¡Seis meses, Arnaldo, qué maravilla!

No decís nada, la dejás hacer: ella baja la tapa de la unidad de criogenia como si fuese una frazada. Cerrás los ojos y te vas quedando dormido. Y en el entresueño tomás conciencia de que sos, al derecho y al revés, un reverendo boludo.


Despertás con la boca reseca y un infame dolor de huevos. Gladys, parada al lado de tu unidad, te sonríe. Advertís sus ojeras. Poco te importa. Te deslizás hacia la gaveta de los medicamentos para inocularte un calmante.

—Te preparé la inyección post hibernación, Arnaldo. Ya sé que los hombres se despiertan con un terrible dolor ahí abajo.

—¿Y vos cómo lo sabés?

—¿Cómo lo sé? ¿Me estás cargando? Si en la base construíamos muchas partes de estas cápsulas de salvamento. Sé todo sobre ellas.

—Ah, tenés razón.

De manera que Gladys se deja usar por partida doble: flor de esposa y flor de madre. ¿Acaso le das, mínimamente, las gracias? No, qué va: siempre creíste que los hombres no tenían ninguna necesidad de darles las gracias a las mujeres. Que eso es cosa de minas, entre ellas.

—¿Por qué me despertaste? —preguntás con tono de amenaza.

—Descubrí en nuestra trayectoria un planeta terraformado. Llegaremos en una hora.

—¿Esta mierda puede aterrizar?

—Sabés que sí —ella sonrió—. Necesito que hagas de copiloto. No funcionan los captores. Sólo tenemos radar.

—Pero... ¿Estamos a una hora de un planeta terraformado? Pedí ayuda, forra.

—Arnaldo... —Va a decir algo, seguramente algo fuerte, pero se contiene. Arruga la boca y suspira con fuerza. Y dice, en cambio—: Es que no funciona la unidad de comunicación. Hace dos días que estoy despierta, tratando de comunicarme con los del planeta. Andá y hacéme el favor de ayudarme.


Ella ha maniobrado con maestría hasta ingresar a la atmósfera sobrevolando un mar inmenso. Pronto conseguís ver en el radar una línea costera plana. Parece una playa. Descienden allí. El aterrizaje es suave.

Gladys ha hecho todas las pruebas a la atmósfera, pero se toma el trabajo de comprobarlo de nuevo. ¿Y vos, mientras? Mientras, vos mirás. ¿No te da cosa no haber pasado los exámenes de piloto de emergencias?

—Perfecto —te dice ella—. Afuera hacen 28 °C. Está lindo...

—¿Lindo? Nos vamos a cagar de calor, boluda.

Cuando abren la escotilla descubren una playa con fondo de palmeras y una infinidad de helechos de diferentes tamaños. Vos ni te das cuenta de que en el paisaje no hay flores.

Pero a ella, a la "boluda" —y eso es lo que más bronca te da—, no se le escapa una:

—Arnaldo —dice—, esto es muy raro: no hay flores.

—¿Y qué?

—No, nada. Sólo que me resulta extraño que en una playa tropical no haya flores.

—Estupideces —decís—. Yo mejor voy a ver qué encuentro, mientras vos te la pasás cazando mariposas.

—Y yo voy a ver qué le pasa a la cápsula, mejor. Mariposas... Tenés cada ocurrencia, viejo.




Ilustración: Fraga

Ya hace rato que te has internado entre la espesura, pero no encontrás ningún signo de civilización. Sólo una muy variada cantidad de animales que confundís con lagartijas. Pensás que los técnicos terraformadores fueron flor de pelotudos. ¿Y la biodiversidad? Je, la biodiversidad les chupó un huevo.

El terreno comienza a subir. Vos seguís adelante: querés ver una panorámica de ese mar tan azul, tener una noción visual de dónde mierda han caído.

La arena da paso a la piedra. Después de encaramarte en una pequeña formación rocosa, te das cuenta: han ido a parar a una especie de península. El camino termina en un acantilado cuya altura no llega a los cien metros. Luego más playa y mar.

El mar...

Ves salir a una del mar.

Luego a otra.

Pronto son decenas, cientos. Como rocas esféricas, movedizas. Vienen a desovar. Ya cavan en la arena.

Comprendés de golpe, y eso casi te hace caer.

Y pensás. Rápido pensás cuando querés: si estás en donde sospechás que estás.... Lo que golpeó a la astronave fue... ¡Una onda temporal! Nunca has escuchado hablar de que tal prodigio se haya concretado, pero siempre se descubren cosas extrañas en el espacio profundo. Sólo sabés que viajaron a una era en que todavía no hay flores. ¿Y las tortugas? Recordás que has visto un documental donde se explicaba que los terraformadores todavía no han logrado introducirlas en los nuevos ecosistemas. ¡No hay tortugas marinas en otros mundos, Arnaldo, no puede haberlas aún! ¡Ergo, estás en la Tierra, en la puta Tierra!

¿Y ahora? Ahora te das vuelta y mirás directo a la cápsula. Empezás a bajar, los ojos entrecerrados, el ceño fruncido, la boca apretada.

Seis meses. Seis meses, ¿te acordás? La boluda ha dicho que vos y ella tienen alimento para seis meses.

Ahora mirás con otros ojos la vegetación y la vida animal. Nadie va a responder a la baliza si has ido a parar al Jurásico. O sí... Algún pterodáctilo curioso, tal vez.

Salís nuevamente a la playa. Una vez más las palabras de ella te carcomen la cabeza: "¡Seis meses de víveres, Arnaldo!". Te das cuenta de que si ella te falta, cagaste.

Gladys, agachada debajo del tablero principal, y arriba del techo un monstruo de larga cola que se aferra al tablero del techo con sus garras. Seguro saltará sobre ella para devorarla. ¡Tenés que hacer algo! Pero, ¿qué?

—Arnaldo, creo que solucioné el problema de...

Entonces suceden varias cosas a la vez. Escuchás un zumbido familiar, Gladys se levanta mientras te habla, el monstruo salta hacia ella y vos tomás la pistola reglamentaria de la cápsula.

Disparás tres tiros en rápida sucesión.

Nunca fuiste bueno para nada, ¿por qué te pensaste que la ibas a salvar?

Gladya permanece tendida en el suelo de la cápsula. Tiene dos manchas rojas en el pecho. No dice nada, pero te mira. Te mira con una intensidad tal que debés desviar la vista.

Cuando vas hasta ella, ya ha muerto. ¡Pero un movimiento a tu derecha te descontrola! ¡Te habías olvidado del monstruo!

Levantás el arma y le apuntás. Te das cuenta de que la "bestia" está masticando las sobras de unas galletas de supervivencia. Al final era vegetariano. Mirándolo mejor ese monstruo se asemeja a una iguana común y silvestre. ¡Mataste a Gladys por una iguana que come verduras!

Y bueno, por lo menos ahora tendrás alimentos para doce meses. ¿Después? Después se verá.

Apagás cada sección de la cápsula, menos la del mantenimiento de los víveres. El zumbido se incrementa. Es tan conocido, tan conocido por vos... Pero en ese ambiente lo conocido se torna irreconocible.

Bajás a la playa, ya te ocuparás del cadáver. Y tus ojos ven lo que tu mente no ha querido asumir: un sedán de cabotaje desciende cerca de la cápsula. De él bajan dos hombres que se te acercan.

—Hola, amigo —dice el más alto—. Recién hace una hora pudimos detectar su baliza. Nos contactó la ingeniera Gladys Ferrucci —el tipo señaló la cápsula—. ¿Ella está allí?

Te quedás paralizado, más frío que el nitrógeno líquido. Sólo podés balbucear:

—Pero... las tortugas... He visto miles. Desovando. Tortugas... ¡Tortugas marinas! ¿No estamos en la Tierra acaso? ¡En qué año estamos, por Dios!

Ahora los hombres te miran de otra manera.

—Pero qué perspicaz —dice el otro—. Pensar en las tortugas... No cualquiera se hubiese dado cuenta, ¿sabe?

—En efecto, mi amigo —sigue diciendo el alto—. Creo que por fin se pudo introducir tortugas marinas en un planeta en vías de terraformación.

—¿Un planeta? Entonces... la Tierra...

—Otra que la Tierra —y el alto lanza una carcajada.

El más bajo se entusiasma:

—El error estaba en que traíamos los huevos y los enterrábamos en playas que a nosotros nos parecían correctas. Antes de plantar a los mamíferos, esta vez trajimos tortugas preñadas, y fueron ellas las que eligieron las playas.

Pensás en Gladys, muerta sin remedio. Advertís en el hombro del más alto jinetas de Gendarme Estelar en grado IV.

Sin reparar en tu palidez, en que las piernas están a punto de dejar de sostenerte, el Gendarme agrega:

—Qué simple que parece la solución una vez que se la logra, ¿no?



Ricardo Germán Giorno nació en 1952 en Nuñez, Ciudad de Buenos Aires. Es casado con dos hijos. Empezó a escribir a los 48 años, pero recién a los 52 decidió dedicarse a la literatura. Es miembro activo de varios talleres literarios. Ha publicado cuentos de ciencia ficción en Axxón, Alfa Eridiani, NGC 3660, La Idea Fija, Revista NM, y un libro propio de relatos, Subyacente Inesperado y otros cuentos (Alunni, Buenos Aires, 2004).

Su cuento "Pulsante" apareció en la antología Desde el Taller. En Axxón publicó "Robopsiquiatra 10.203.911" (169), "Seol" (con seudónimo "Américo C. España", escrito en común con Erath Juarez Hernández, David Moniño y Eduardo M. Laens Aguiar, 165), "Jinetes" (en la compilación "82 ficciones apocalípticas" (163), "Tangospacio" (en la compilación "Axxón 100 x 100", 168), "Pan-Rakib" (170) y "Cerrada" (179).

Se pueden consultar los datos siempre actualizados de Ricardo en su entrada de la Enciclopedia de la Ciencia Ficción y Fantasía Argentina.


Este cuento se vincula temáticamente con "LA MUERTE DEL CAPITAN FUTURO (Premio Hugo 1996)", de Allen Steele (165) y "LA TRIPLE MUERTE DE MOFFO MÖNNLY", de Fabio Ferreras (163)


Axxón 180 - diciembre de 2007
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Terraformación: Relaciones de pareja : Argentina : Argentino).