FICCION BREVE (veintisiete)

Varios

Para compensar a los aficionados que se vieron obligados a padecer una entrega de FB un tanto atípica, escasa en elementos nítidos de ciencia ficción, nos hemos esforzado por seleccionar relatos estrictamente encasillados en el género... pero no lo logramos. Es decir, hay más cuentos de ciencia ficción que en FB 26, pero no tuvimos más remedio que volver a pecar. ¿Motivos? El principal es que se siguen construyendo excelentes ficciones en los arrabales del género. Una discusión instalada (y jamás resuelta) es la que trata de determinar qué es ciencia ficción y qué no lo es. Como se imaginarán, aquí tampoco tenemos la respuesta. Mientras tanto exploramos la penumbra con nuestras linternas y cuando las pilas se agotan seguimos a la luz de las velas, y mientras los pabilos cantan su himno nos seguimos preguntando qué les parecerá esta selección... Pasen, lean y decidan ustedes, con confianza, una vez más.

PARA CREAR EL ARMUZ

Ricardo Castrilli - Argentina


Bajamos con cada luna nueva. El subsuelo de mi casa es generoso, pero eso no es todo: a través de una pared falsa se accede a una escalera que desciende hasta una cripta tallada en la tosca. Por eso la compré.

Estamos allí para intentarlo una vez más. Los contemplo, en la pausa previa: las expresiones graves, los rostros hundidos en el pecho y las capuchas entorpeciendo cada movimiento. Patéticos, entrañables. Compenetrados.

Encendemos los candelabros que están sobre la mesa de encina negra; hay siete, y siete bancos de piedra, uno para cada uno, el mío en la cabecera. Todo pour la galerie, por supuesto. He descubierto que ellos no funcionan sin ese entorno. Hay un juramento que nos ata: repetiremos este rito cuantas veces sea necesario. Quizás hoy sea el día, quizás no. Siempre habrá una próxima ocasión, si volvemos a fallar. El Cónclave no se disolverá hasta haber creado el Armuz.

A mi señal, cada uno se ubica en su lugar. Nos sentamos. Los sayales crujen al raspar la piedra. El silencio y la mirada interior van forjando el clima necesario. Inicio las invocaciones.

Las frases van fluyendo. Los oficiantes balbucean, intentan seguirme. Los dejo hacer. Mientras tanto, hago mi trabajo: moldeo las envolventes, altero los tonos. Por fin, el Hálito los posee y ya somos uno. Tejo mi trama diversa, única. Es bueno sentir la fibra entre mis manos otra vez. Tenso los hilos hasta el límite, pero vigilo que nadie caiga. Cuido mis seis ovillos. No fue tarea fácil el reunirlos. En esta época de obscenas transgresiones, los candidatos escasean y los riesgos abundan. Sin embargo, la soledad y los siglos no hacen buena yunta. Realmente, necesito esto.

El clima se logra. Se completa el dibujo y las hebras están firmes, bien ancladas. La energía fluye a borbotones. Debo encauzarla; contener, dar forma. Cada toque deja su huella. El Armuz será forjado en resonancia con cada una de esas pautas. Combino los rasgos que se me proponen con cada hebra, aporto lo mío. De pronto, ya no puedo contenerlo. El momento se acerca. Las hebras se tensan más y más, se engrosan en el cruce, se hacen cada vez más tenues en los anclajes. Se cortan, un desgarro simultáneo y restallante. La energía se retrae y se concentra en un punto en medio de la mesa. El shock es brutal. Lo absorbo con avidez. Mi halo crece. Los demás pierden el conocimiento.

Aprovecho el momento y escabullo el Armuz de sobre la mesa. Tiene todo el aspecto de ser de los revoltosos, pero aún está atontado. Lo ato con un conjuro sencillo que lo mantenga otro rato así y lo pongo en un bolsillo de mi sayal con unas galletas, para que se esté quieto. Ellos no deben verlo. Al principio los convertía en candelabros, pero ahora prefiero soltarlos disimuladamente afuera, en el parque. Ya no sabía qué hacer con tanto candelabro; además, eso consumía buena parte del precioso néctar que acababa de absorber.

Cuando mis adeptos recuperan la conciencia, subimos y pasamos las horas bebiendo y comentando lo que sintió cada uno, aventurando teorías acerca de por qué fallamos esta vez, de lo cerca que estuvimos y de cómo lo lograremos la próxima.

Me enternecen, me gustan esas reuniones.


Ricardo Castrilli es un colaborador fantástico. No sólo responde a las convocatorias con una celeridad abrumadora sino que por alguna rara pirueta de la fortuna nos gusta todo lo que envía. Limitémonos, entonces, a hacer un repaso de sus apariciones en Axxón, que con esta son nueve. "Cronoplasma" (139), "Propiedad horizontal" (140), "Tiempo, maldita daga" (145), "Iniciación" (147), "Resplandores" (151), "Muchacha en pabellón con fondo de volcanes" (152), "En alas de mariposa" (156) y "Zip" (160).


EL INCIDENTE DE PUNTA MÉDANOS

Diego E. Gualda - Argentina


La luna, redonda como una horma de queso fontina, se colaba entre los médanos, iluminando la ruta 11 con un resplandor casi amarillento. Era mitad de la madrugada y empezaba a ponerse fresco. Eso era malo, porque no traían suficiente abrigo. Pero era bueno, porque al menos esos mosquitos grandes como un Mirage Daggers dejaban de picar todo el tiempo.

Los dos hombres, sentados dentro del patrullero, estaban francamente aburridos.

—Sosa, cebáte unos mates —dijo Barrientos.

El Oficial Ayudante Raúl "Chiche" Sosa bajó del auto, a buscar el termo en el baúl. Nunca llegó a la parte trasera del coche.

—¿Qué mierda es eso, Barrientos?casi le gritó a su compañero, al tiempo que señalaba una enorme bola de fuego que surcaba el cielo.

El Oficial Principal Oscar "La Morsa" Barrientos no tuvo tiempo de responder. La inmensa mancha de luz había cruzado el cielo de lado a lado, desde el campo hacia la playa. Del otro lado de los médanos llegó el sonido de una explosión. La vibración de la onda expansiva hizo que la arena generara una pequeña tormenta sobre la ruta, como si estuvieran en medio del desierto. El patrullero tembló y el parabrisas delantero se rajó en diagonal, como si hubiera estado soportando una gran presión.

Una nube en forma de hongo asomaba por sobre las dunas.

—Che, Morsa —dijo tímido Sosa—, esto es un quilombo feo. ¿Qué carajo hacemos?

Barrientos dudó un segundo. —Y... vamos a ver qué es, Chiche —respondió finalmente.

El vetusto Ford Falcon con insignias de la Policía de la Provincia de Buenos Aires se negaba a arrancar. Estaba muerto. Como si la batería se hubiera descargado. La radio no funcionaba. Las linternas no funcionaban. Los relojes no funcionaban.

—Se me frunce el upite —dijo Barrientos.

—A mí también, Morsa —contestó el otro—. La última vez que vi algo así fue en la serie esa de hachebeó.

Barrientos metió la mano en un bolsillo del uniforme y sacó una petaca de ginebra. Tomó un trago demasiado largo y convidó a su compañero, tras lo cual pronunció un lacónico "¡vamos!", y ambos policías se pusieron en marcha hacia los médanos oscuros.

Al otro lado, el espectáculo era impactante. Pedazos de metal esparcidos sobre la arena. Pequeños lagos de algo que parecía aceite —o combustible— incendiándose. Arbustos en llamas. Restos de una catástrofe de difícil identificación.

—Se hizo mierda un avión —dijo Sosa.

—Sí, seguro que es de Lapa... Vamos a ver si se salvó alguno —contestó Barrientos. Continuaron caminando entre los escombros, buscando el cuerpo de la aeronave, tanteando en la penumbra iluminada por la Luna en busca de algo que pudieran entender.

Al estrellarse, la bola de fuego había dejado una zanja bastante profunda en la arena. Sin embargo, al final de la zanja no había un avión, como esperaban los oficiales, sino algo más al estilo "hachebeó" , como lo definiría Sosa.

Era un objeto metálico y oblongo.

—¡Un plato volaaaador! —gritó Barrientos, dejando escapar en el asombro algo del acento cordobés que tanto se empecinaba en ocultar. De la parte superior salía una densa columna de humo negro y, cada tanto, algo chisporroteaba, lo que asustó a los policías.

—Deberíamos pedir ayuda —sugirió Sosa.

—Sí, claro —intervino Barrientos—, andá a esplicarle vo' al comesario que tenemo un hachebeó en pleno Punta Médanos.

Los dos oficiales se quedaron en silencio, sin saber del todo qué hacer, mirando los restos del accidente. Sólo los sacó de su estupor la luz blanca que comenzó a resplandecer repentinamente cuando una escotilla se abrió al costado de la nave.

La sombra de una figura, pequeña, desproporcionada, de largos brazos y enorme cabeza, se recortaba contra la luminosidad de la puerta que acababa de abrirse. Sosa y Barrientos se pusieron de pie de un salto y, sin dudarlo, hicieron lo único que un oficial de la Policía de la Provincia de Buenos Aires sabe hacer ante lo desconocido, lo que no entiende o —simplemente— ante cualquier situación que lo supera: desenfundar el arma.

—Quedate ahí quieto, maula, que te quemo —le gritó Barrientos al pobre alienígena que, malherido por el choque, hacía un esfuerzo a todas luces agotador por descender de su nave. Obviamente, el extraterrestre no iba a quedarse quieto. Ni iba a dar una respuesta que los policías pudieran comprender.

Dieciocho fogonazos después —balazo más, balazo menos— el ocupante de la nave yacía en la arena, rodeado de manchas de sangre verde, al mejor estilo Spock. Sosa y Barrientos se miraron sin saber qué hacer y volvieron a sentarse en la arena, desconcertados.

Casi amanecía cuando aparecieron los helicópteros. Unos caballeros de traje negro y lentes oscuros, que nunca terminaron de identificarse del todo bien —nunca se supo para qué agencia gubernamental trabajaban—, tomaron el control de la situación y les pidieron encarecidamente a Sosa y Barrientos que se callaran la boca y no contaran nada a nadie de lo que había pasado, "de lo contrario les va a ir muy mal, muchachos".

Se dice que Sosa fue a Crónica con el cuento. También se dice que hay un reportaje que jamás fue —ni será— publicado y que el tal Sosa está ahora en el Borda bajo un nombre falso, mientras que la Fuerza lo dio por caído en el cumplimiento del deber, pagando a su viuda una indemnización más que cuantiosa (y poco habitual), lo que garantizó que nunca nadie preguntara demasiado.

Barrientos nunca dijo una palabra.

Hoy es jefe de Inteligencia de la Departamental de La Costa.


Dijimos, al publicar su primera ficción breve en Axxón, hace muy poco, que Diego E. Gualda nació en Buenos Aires en 1974, que se dedica a la industria naviera, que es periodista y escritor, que ha colaborado con todo tipo de publicaciones y que sus ficciones cortas han aparecido en revistas y antologías. Pueden leer su cuento "El fan" en Axxón N° 162.


ABUSO DE PODER

Salvador Badía - España


El fiscal se alzó y se sacudió ligeramente la toga, hecha un higo mientras aguardaba su turno para el alegato final. Se sacudió los hombros y la cabeza y echó una ojeada a sus apuntes: aquello estaba chupado. Sosteniendo una hoja con ambas manos y con voz neutra, comenzó:

—Todo esto se resume en una sola expresión: abuso de poder.

Hizo una pausa teatral ante el expectante auditorio para que el leve eco de la sala recalcara:

—...abuso de poder...

Dejó la hoja en la mesa y continuó, enumerando cada punto con los dedos de su mano derecha:

—Otorgó grandes favores y causó gravísimos perjuicios de forma totalmente arbitraria, sin que esté demostrado que ni los favorecidos ni los perjudicados hubieran hecho méritos suficientes para ello. Confundió deliberadamente a infinidad de personas, presentándose ante ellas de forma ambigua, jugueteando con sus sentimientos cruelmente...

El fiscal pronunciaba su breve discurso cadenciosamente: había tenido mucho tiempo para prepararlo y casi se lo sabía de memoria.

—Exigió terribles sacrificios con el único afán de satisfacer su ego y comprobar hasta dónde llegaba su poder. A su vez permitió, toleró abusos abominables en su nombre.

El fiscal hizo una mueca de enojo y, en vez de continuar con una última acusación, replegó los dedos y el puño se alzó firme, agitándolo levemente.

—La Historia tenía que poner a alguien así en su sitio. —Percibió la tensión y disfrutó de ello durante un segundo antes de rematar la exposición:— ¡Hoy es el día!

La multitud destrozó la sobrecogedora serenidad del lugar con una tremenda aclamación cuando la enorme ola de sensaciones rompió ante la inamovible firmeza de aquellas palabras verdaderas y justas.

Así fue como, el Día del Juicio Final, por fin Dios fue juzgado y condenado por sus pecados.


Salvador Badía apareció por primera vez en Axxón en julio de 2004 ("El rostro desnudo", N° 140). Es oriundo de Valencia, España y allí mismo vive actualmente; tiene casi 35 años y se dedica a la informática. Ha publicado en Visiones 2004, Alfa Eridiani y NGC 3660. Hay algo más de él en nuestros archivos, por lo que no sería extraño que lo tuviéramos pronto de nuevo por aquí.


PRIMER CONTACTO

José Vicente Ortuño - España


Diario ¡Qué País! 31 de junio de 2006. Los Extraterrestres contactaron con el gobierno español. El Ministerio de Defensa español acaba de desclasificar unos documentos pertenecientes a la época del anterior gobierno. Según este informe, que ha permanecido en secreto hasta ahora y al que ha tenido acceso este diario, el gobierno del Partido Popular tomó contacto con una raza extraterrestre y lo ocultó a la opinión pública.

Madrid, 30 de febrero de 2003, 8:00 a.m.

Un vehículo extraplanetario, también llamado platillo volante u OVNI, aterrizó en el jardín del Palacio de la Moncloaca, residencia del presidente del gobierno. Avisado éste por el guardia civil Eustaquio Morales, que estaba de guardia en la garita de la puerta, salió a recibirlos todavía vestido con su pijama y las pantuflas de los teletubbies. Según testigos fidedignos, mientras corría por los pasillos, decía jadeante: "Mire ustez, estos tíos madrugan una barbaridaz".

El primero en descender de la nave fue el embajador Plym, un hombrecillo de algo menos de metro y medio de estatura, de color gris pálido y con mucha cabeza —es decir, con un gran cráneo—. El diplomático alienígena, tras saludar al presidente del gobierno, le hizo entrega de un cofrecillo lleno de cuentas de cristal. Éste, a su vez, a falta de otra cosa a mano y haciendo gala de la gran habilidad de los españoles para improvisar, le hizo solemne entrega de su gorro de dormir, que el embajador no se pudo poner por tener la cabeza demasiado grande.

Tras el intercambio ritual de presentes, los dignatarios dieron una conferencia de prensa, momento que aprovechó el reportero del programa Caiga Quien Caiga para entregarle las gafas de sol características de su programa, y para preguntarle al extraterrestre:

—¿Embajador, podría decirnos si eligieron realizar el primer contacto en España por la paella o por el jamón de Jabugo?

El Embajador, en perfecto castellano, respondió:

—Para iniciar nuestras relaciones diplomáticas con los terrestres deseábamos parlamentar con un líder con mucho carisma, como el presidente Pepe Asnar.

Las carcajadas de los periodistas presentes se oyeron más allá de Despeñaperros. El Embajador Plym, como buen diplomático, sonrió al estilo extraterrestre por supuesto, lo que ha provocó más carcajadas todavía y que alguna reportera se hiciese pis encima.

Luego el perspicaz reportero del diario El Impresentable interrogó al "carismático" presidente:

—Señor Presidente: ¿puede decirnos qué repercusión tendrá en la política pesquera este contacto con otros mundos?

El Presidente en perfecto madrileño respondió: —Mire ustez, España va bien. Mire ustez, España va bien. Mire ustez, España va bien y mire ustez, España va bien. Es más, mire ustez, yo diría que España va bien.

Terminada la rueda de prensa y siguiendo la costumbre, posaron para los fotógrafos en las escaleras del palacio. Por primera vez el presidente no tuvo que subirse a la escalera para parecer más alto que su invitado. Más tarde pasearon por el jardín, donde el chupacabras mascota del embajador devoró a los perros del presidente, ante la indignación de su esposa y de la señora de la limpieza que tuvo que recoger los restos.

¡Manda güevos! declaró con voz ronca el ministro de exclamaciones y jaculatorias, quien suele declarar estas cosas con el gracejo que lo caracteriza.

Al mediodía se le ofreció un almuerzo de trabajo al dignatario alienígena, en el que se habló extensamente de la posibilidad de que se firmase un tratado de adhesión de España a la P.I.F.I.A. (Planetas Independientes Federados e Interplanetariamente Arrejuntados). Tras la firma de dicho tratado nuestro país tendría una importante participación en la construcción de una nueva nave intergaláctica. Se acordaría que en España se fabricaran las cadenas para los retretes.

Durante el café, que se sirvió en el salón azul para invitados importantes, el jefe del ejecutivo español le enseñó al embajador cómo poner los pies sobre la mesa, tal como el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica le había enseñado a él. Al extraterrestre no le hizo ninguna gracia ya que sus cortas piernas no le permitían hacer dicha postura sin perder la dignidad.

Acabado el ágape los extraterrestres partieron hacia su planeta cargados de sombreros cordobeses, castañuelas y toros de Osborne a escala 1:48.


Hasta la fecha no se han vuelto a tener noticias de los extraterrestres y cabe preguntarse: ¿Se debe esa ruptura de relaciones a la torpe gestión del actual gobierno o a que los pobres alienígenas todavía están intentando salir de Madrid, perdidos en algún lugar entre la M-30, la M-40 y las obras de ampliación del metro?

Nuestro diario seguirá informando.


Si alguien no conoce a José Vicente Ortuño (Manises, Valencia, España, 1958) es porque no ha visitado Axxón en los últimos treinta meses. Los cuentos que se le han publicado en nuestra revista suman nueve: "Frankenstein 2004" (145), "Responsabilidad" (152), "Putrefacción" (154), "Tierra calcinada" (155), "Por amor" (158), "La tortilla" (160), "Mis vecinas" (160) y "¡Maldita suegra!" (162), pero últimamente le ha dado por frecuentar otras comarcas, así que también lo podrán encontrar en sitios como La Idea Fija y NGC 3660.


CONTRA EL TAXISTA

Fabián Casas - Argentina


El Jedi vuelve a su casa.

Se dispone a cruzar la calle y mira hacia ambos lados.

Nadie viene.

Pone un pie en la acera justo cuando un taxi dobla por la esquina y se abalanza sobre él.

Los reflejos del Jedi salvan su vida. Esquiva por poco la feroz embestida del vehículo que se aleja raudo calle abajo.

El Jedi cae presa de la ira.

Le desea al taxista toda clase de males.

Piensa: ¡Ojalá sufras! ¡Ojalá sufras mucho!

Y peor, sigue pensando: ¡Que vivas una vida de esclavo, condenado a trabajos forzados de por vida... que sólo te detengas para dormir!

Y tal es la ira del Jedi, que llega a desear al perpetrador terribles cosas: Que tu vida sea una prisión constante cercada por tu ignorancia. Que los barrotes de tu celda mental permitan únicamente tres grados de libertad: "¿Cómo andará el auto?", "¿Qué clima hay?" y "¿Cómo estoy del intestino?"

El Jedi es cruel, pues sigue pensando: ... Y que te sea negada toda la música y la literatura, que nunca disfrutes del teatro ni de los viajes... que bebas sólo agua contaminada y cerveza barata, que pases tu vejez sin ayuda social... que temas el mañana... que no haya esperanza en tu vida. ¡Que debas comer cadáveres en avanzado estado de putrefacción en una parrilla al paso!

El Jedi reanuda el camino a su casa y, conforme pasan los minutos, comienza a calmarse. Nuevamente es él. La luz de la fuerza regresa.

Y comienza el Jedi a retractarse. El arrepentimiento avanza por sus fibras de caballero.

No fue para tanto.

Es decir, no fue nada.... ¿Cómo va a desear tanto mal a un ser vivo por una pavada?

Realmente ha exagerado. No, seamos realistas... ¡El Jedi se fue a la mierda! Le deseó la condena, la peor de todas, a un taxista por un cuasi accidente sin consecuencias... ¡Muy poco Jedi!

Arriba por fin el caballero galáctico a su casa, amonestándose. Ya ha perdonando y olvidado al taxista aquel. Ahora el Jedi está preocupado por él mismo.

Pero la mala sensación se desvanece, como siempre, con el humor. El Jedi elabora un fino chiste privado.

Ríe divertido por su loca ocurrencia mientras pone a calentar el agua para el té.

Debe ser más cuidadoso en sus deseos íntimos... no vaya a ser que algo o alguien le cumpla sus bárbaras condenas mentales. Vaya ocurrencia.


Fabián César Casas nació en 1964 en Berazategui, Argentina, lo que no se puede llamar una noticia de último momento. Ya hablamos de su bautismo, de su frustrada carrera sacerdotal, de que fue boy scout, obrero de frigorífico, estudiante (hoy recibido) de química y física y fabricante de tinta. Pero esta vez podemos ser más explícitos y mencionar su condición de conductor de programas radiales; tiene dos: "Capitanes del Espacio" y "¡Reventar!, los que pueden ser escuchados los lunes y miércoles por Radio ¡Ahijuna! Este no es su primer cuento en Axxón, sino el segundo. El anterior se llama "Reflejos" y se publicó en el N° 160.


BAJO UN CIELO ESTRELLADO

Laura Ponce - Argentina


Abrió los ojos y supo que estaba tendido de espaldas en la oscuridad, y que el cielo, allá lejos, estaba estrellado. Se irguió lentamente, apoyándose en las manos, y al hacerlo sintió un dolor punzante y algo tibio, pegajoso, que le corría por la piel. Se limpió en el pantalón, sin darle mucha importancia y observó la calle iluminada. Se puso de pie con alguna dificultad y caminó hacia ella.

Con un poco más de luz vio que las manos y los pies todavía le sangraban... Estaba mareado, algo confundido... Sabía que pasaría pronto; no era la primera vez... Aunque parecía que ahora se trataba de heridas de bala... También supo que esta vez tenía la piel más oscura y curtida y no era muy alto... Se preguntó cómo sería su cara...

Despacio observó a su alrededor recostado contra un pilar, más cerca de la penumbra que de la luz. Una lamparita se balanceaba sobre la calle de tierra iluminando alternativamente frentes descascarados de casas torcidas, techos de chapa y antenas de televisión. Había gente charlando, sentada en sus portales y los chicos jugaban en la canchita. Aunque era tarde y el verano ya se había ido, esa noche hacía demasiado calor para estar adentro y el viento era un alivio. Se escuchaban perros, algunos gritos, algunas risas, música fuerte y los resultados de la quiniela; dos mujeres pasaron discutiendo cerca de él... Ver era bueno pero oír era mejor. El idioma no importaba (él los hablaba todos) pero nada describe mejor un lugar que sus sonidos.

Sintió que poco a poco volvían los recuerdos de ese cuerpo, ahora suyo... Tenía una familia... Dos pibes chicos y una mujer lo esperaban... Debían estar preocupados... Salió a conseguir algo para comer mañana y... Estar sin trabajo complica todo, ¿viste?... Él era un tipo decente, no quería nada ajeno, que le pagaran lo que le debían, nada más...

En fin, así fue como terminó todo esta vez... O más bien cómo empezó.

Miró a ambos lados de la calle de tierra, se metió las manos en los bolsillos sin reparar en las heridas y echó a andar por la vereda despareja, una vereda cualquiera en un asentamiento cualquiera, al sur de la ciudad de Buenos Aires.

En la madrugada de Pascua, Cristo estaba vivo otra vez.


Laura Ponce nació en 1972, escribe desde que era adolescente y sus progresos son cada vez más notorios. Axxón le ha publicado los cuentos "Rompiendo el silencio" (150), "En el borde del mundo" (156) y "La lealtad" (161). También es una destacada colaboradora de Urbys...


PIANISTA

José MĒ Tamparillas - España


La melodía penetra a través de la ventana abierta. Hay una emocionalidad desatada en ella. No conozco la obra, no me importa. Dejo el libro que estoy leyendo, cierro los ojos y me dejo bañar por el sonido. Lo que oigo tiene una especial impronta, un sabor sutil, aquilatado, que sólo la música en vivo posee; al mismo tiempo, percibo un aspecto hechizante que subyuga mis pensamientos, que me bloquea y me obliga a escuchar, a escuchar en silencio y éxtasis.

No conozco al intérprete, no he logrado localizarlo entre el irresoluble puzzle de ventanas y balcones que veo en las fachadas adyacentes a mi ventana. Sé que viene de enfrente, nada más, origen incierto que me recome un poco por dentro. Sólo un poco. El resto de mis consideraciones son sólo fantasmales querencias, perturbadoras hipótesis.

Estoy más que seguro que quien interpreta es una mujer. No sé, distingo una sensibilidad especial, un rastro femenino de sutil emoción.

Hoy la pieza ha vivido colgada en el aire tranquilo de la ciudad apenas unos pocos minutos. Ha cesado de golpe, a mitad de un acorde especialmente hermoso. Me he quedado con las ganas, boquiabierto, esperando que las notas retomasen su camino y su armonía. Pero la música ha cesado en seco. Me he asomado a la ventana contrito, perturbado y algo malhumorado. El sol me ha golpeado en los ojos con violencia de relámpago. Entonces lo he visto. No puede ser otro, y aunque haya errado en mi hipótesis, pues es un hombre y no una mujer, como yo pensaba, siento una especie de alegría agitando mi respiración. Es un hombre maduro, de cabello canoso y facciones adustas pero equilibradas. Su rostro está cruzado por un rictus de algo que yo describiría como de desesperación.

Me cuesta valorar la belleza masculina, pero algo me dice que ese hombre posee un atractivo indescifrable y violento. Un súbito picor de envidia restalla en mis entrañas.

Está más cerca de donde yo pensaba, casi a mi altura, en el edificio de enfrente. Es una vieja casona de principios de siglo, elegante, algo triste, de esos edificios que se esfuerzan en mantener una cierta dignidad decimonónica. La elegancia es evidente en el hombre, algo que se le transmite o le es consubstancial.

Detrás está el piano, oscuro y brillante. Apenas distingo la parte delantera, el perfecto dibujo de su silueta, el blanco inmaculado de las teclas de marfil, la partitura, abierta en medio de ninguna parte, con las notas hormigueando sobre el papel, quizá tan ansiosas como yo mismo por ser liberadas, aunque sea de forma inmaterial, de su cárcel nostálgica. Sobre la tapa del piano hay sólo un marco de plata, una fotografía que apenas alcanzo a distinguir. Parece la foto de una mujer, lleva el pelo rubio largo y el rojo del carmín de sus labios es una mancha informe en le lejanía.

El hombre repara en mí. Me observa. Tiene los ojos hundidos, enrojecidos, creo distinguir. Quizás esté llorando.

Quiero que vuelva a tocar, quiero que su tristeza se convierta en música, que ésta trascienda su piel, su alma, se trasmute en fugaces llamaradas de armonía que me consuman una vez más.

Sí, me observa con el semblante encogido. Hay soledad, mucha soledad atrapada en las telarañas que cubren su mirada.

Una nota, una simple nota suelta repica como el toque de una campana que llama a difuntos. Siento un escalofrío. El hombre sigue allí, inmóvil, mirándome. Él también la ha escuchado, me sonríe con una mueca torcida por el dolor. Se da la vuelta momentáneamente, creo que mira la fotografía, luego observa el paso de un coche.

Otra nota. Y otra más.

No tienen forma, vuelan como pájaros solitarios sin rumbo y sin esperanza.

¿Quién toca?

Entonces la música se destapa, surge, me salpica con un atrevimiento irresistible que me pone la piel de gallina. Creo ver las teclas del piano animadas por una fuerza invisible.

El hechizo me envuelve, me desconcierta, una vez más me dejo llevar por una marea de infinita melancolía. Y el hombre sigue llorando. A veces hace un amago, intenta girar, encararse con el invisible intérprete, pero algo le retiene, una convicción que a mí se me dibuja como miedo, como un terror vacilante ante algo inexplicable, de hermosa desazón.

La música cesa.

Entonces la veo.

Es una silueta vaporosa que aparece detrás del hombre; el aire a su espalda se consolida, toma cuerpo, se deforma en un torbellino que fragmenta la realidad y la recompone en una figura fantasmal, apenas visible.

Es una mujer de pelo largo, insustancial, etérea. Es la mujer de la foto. Ella me mira también, fugazmente. Es una mirada que me asusta, la mirada de quien está más allá, de quien vive su muerte hechizada con resignada tristeza. Sus manos se acercan a la nuca del hombre, la rozan como lo haría un amante cómplice.

Luego se disuelve, desaparece engullida por la luz del sol.

Y el hombre se limpia las lágrimas. Me dirige un último vistazo que rehuyo, busca ánimo, busca comprensión, pero no soy capaz de dársela. Me cuesta tragar la saliva, siento el toque frío del miedo filtrarse de forma lenta en mis huesos. Me alejo de la ventana. Busco mi libro, algo físico y real a lo que asirme.

Y la música vuelve a sonar.

Cierro la ventana y me voy lejos, muy lejos: al otro lado de la casa.


José María Tamparillas se está instalando como uno de los más prolíficos e interesantes nuevos valores de Axxón. Es de Zaragoza, España, promedia la cuarta década de vida y sus relatos publicados en nuestra revista son: "Viajero" (159), "Simbiosis" (160) y "Perfeccionismo rigeliano" (161).


LA ABUELA CÁNDIDA

Claudia De Bella - Argentina


Hay dos maneras de sentirse solo. Una es irse de viaje en alguna de esas monocápsulas que mandan de vez en cuando a la galaxia de al lado para ir a explorar no sé qué y que tardan como diez años en volver. La otra es vivir con mi abuela Cándida.

O sea, la vieja es sorda —y a esta altura medio corta de entendimiento también— y se sigue negando a meterse cualquier tipo de implante en cualquier parte del cuerpo. No le interesan los realces, ni los chips neurales, ni nada que se haya inventado en los últimos cien años. Ah, pero eso sí: las píldoras de longevidad bien que se las toma todos los días, porque no tiene ningún apuro por morirse. Claro, total el que la tiene que aguantar soy yo.

¿Se dan una idea de lo que significa tener que hablarle a los gritos y que el estruendo de mi propia voz retumbe en mi amplificador intrauditivo como cincuenta bufalosontes de Aldebarán B estornudando al unísono? ¿Se imaginan el sufrimiento de mis servopiernas ultraveloces cuando tengo que caminar a la par de la abuela mirando infovidrieras durante horas, parando a cada rato para que compare precios y al final no compre nada? ¿Conocen una tortura peor que haberme gastado cinco megacréditos en un holotatuaje con el que puedo impresionar a todas las chicas del Sistema Solar y que ella me obligue a tapármelo con una dermopantalla porque "No vas a salir así a la calle"?

En resumen, mi vida es una pesadilla. Pero a la abuela no le afecta nada de lo que yo piense. Siempre hay que hacer lo que a ella se le da la gana. Como si yo no existiera. Y después me dice que soy su nieto preferido. Sí, cómo no.

¿Y la comida? No importa cuánto le ruegue que me deje probar esas microcápsulas nutridelicia con las que mis amigos se atragantan hasta reventar. "No, no. Ésas son porquerías", me dice. "Tenés que comer sano". Y ahí nomás me encaja alguno de sus repugnantes guisos de microondas, me mira con cara de pocos amigos y se me sienta al lado hasta que no dejo nada en el plato. Y yo rezongo, por supuesto... pero ella es sorda, ¿se acuerdan?

Podrás escuchar virtualúsica al menos, dirán ustedes, ya que la vieja no oye... Pero no, imposible, porque ahí le molestan las vibraciones que siente en el qué sé yo, y los sensoarmónicos que le rebotan en el no sé dónde, y los iconoacordes que le interrumpen el vaya uno a saber qué. "Sacá esa basura", me dice. Y me hace poner uno de esos discos viejos que tiene ella, como el de esos horrendos U2 que en su tiempo eran tan famosos —no me entra en la cabeza por qué— y que suenan tremendamente mal en ese reproductor de mp3 que no entiendo cómo puede ser que todavía funcione.

No puedo ponerme el infogorro porque "Te va a agarrar cáncer"; no puedo comprarme una ecomoto porque "Vas a tener un accidente, los robobuses andan como locos"; no puedo salir de noche porque "Mirá si te confunden con un neohacker y te vuelan la cabeza". Ni traer amigos puedo, porque "Me ensucian todo el madeplast con sus botas repelepolvo y me llenan la casa de olor a nanomonas".

¿Saben qué? Ahora que lo pienso, no debe estar tan mal eso de las monocápsulas y la galaxia de al lado. Con un poco de suerte, si me voy y vuelvo dentro de diez años, mi abuela Cándida habrá pasado a mejor vida en los criocicladores. Pero... ¿y si no? ¿Y si sigue viva y diez años más maniática que ahora? Me dan escalofríos de sólo pensarlo...

¿Entienden cuál es mi problema? Por culpa del retrasado mental que propuso la maldita modificación al Sorteo de Asignación Habitacional estoy condenado a quedarme con mi abuela hasta que cumpla los 21... ¡y para eso me faltan cuatro años!

Aunque hay otros que están peor que yo: a mi hermano le tocó vivir con su suegra...


Claudia De Bella es una de nuestras colaboradoras más completas y eficientes. Ya sea como escritora o traductora, sus obras han contribuido a hacer de Axxón lo que hoy es. Aquí nos limitaremos a consignar los cuentos que publicó en nuestra revista: "La puerta abierta" (41), "Amoité" (48), "Bosquedad" (95), "La Pancha" (138), "Leyenda" (157), "Salvación" (157), "Planetas de papel" (158)... porque si tratáramos de listar todas las traducciones que hizo esta FB saldría en diciembre...



Axxón 163 - junio de 2006
Cuentos de autores de habla hispana (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Fantasía: Varios temas: Varios países).