NÁUFRAGOS

Juan Pablo Noroña

Cuba

Sexoplutonio levantó la mano izquierda del neuropad, observando ensimismado cómo una gota de sudor se estiraba desde su dedo índice. La atención deformada por la taxatropina le hacía ver el proceso de forma lenta, magnificado hasta ocupar todo el campo visual y demorado, a saltos —un slomo zoom en un ordenador lento—, y encima sobreimpuesto como un mal fade a los íconos y enlaces que navegaban entre la web y su cerebro. Buen material lisérgico, pero un engorro en medio del Espacio. Sexoplutonio se molestó con su id, que lo forzaba a concienciar el sensorio de Carne; otra patética rebelión de la albúmina contra el silicio.

De repente, Sexoplutonio entendió: calor ambiental. Sudor quiere decir calor: ese era el mensaje que su id infiltraba como una fantasmagoría sobre la interfase sináptica. No se suponía que hubiera calor.

Sexoplutonio zafó del Espacio y ordenó a su Metabolix una carga del complejo simpático, a la vez que un cóctel de estabilizantes neurofisiológicos. Mientras estos actuaban, encargó una evaluación total del hardware, con énfasis en los problemas que pudieran causar disipación térmica hasta la tercera instancia de sinergia. Sexoplutonio no tenía ni la más puta idea de lo que estaba pasando.

Al sentirse activo, Sexoplutonio también se notó acalorado, pringoso, viscoso de puro sudor; un asco de serosidad, olores y demás Carne. Por lo visto el problema era grave y llevaba tiempo andando, y lo peor era que el sistema no hubiera puesto una alarma. Sexoplutonio se impulsó con un brazo y quedó sobre un costado, lo cual le permitió ver a su compañero de cuarto, Moscazul, tendido como él en un lecho cápsula y con todo el cuerpo brillante de transpiración. Sexoplutonio se miró el blanco abdomen y una cadera: también él rezumaba humedad.

Como la superficie del lecho era de gel tensorial, se hacía resbaloso con el sudor, y a Sexoplutonio se le hizo muy difícil maniobrar para retirarse las sondas primero y salir después. Se complicaba además por la falta de tono y coordinación musculares. Terminó deslizándose hasta el suelo entre tropezones más o menos controlados y dolorosas torsiones de miembros. Finalmente cruzó los dos metros que lo separaban de Moscazul y comenzó a rozar pads en la consola de éste. No tenía ningunas ganas de resolver el problema él solo.

Mientras Moscazul pasaba por el mismo proceso de desconexión, Sexoplutonio, revisó en su cabeza los reportes de la evaluación. El sistema reconocía el aumento de la temperatura pero no percibía ningún problema de funcionamiento: todo marchaba a la perfección. Sexoplutonio suspiró; él mismo tendría que identificar el problema, y peor aún, resolverlo. Fue entonces que sintió, o mejor dicho, no sintió.

Cuando estaba de pie, el poco tiempo que estaba de pie en la habitación, Sexoplutonio debía sentir el suave frescor de la refrigeración cayendo del techo sobre su cabeza y sus hombros como una suave bendición; pero ahora no lo estaba sintiendo. No estaba funcionando la refrigeración. ¿Estaría... rota? Sexoplutonio se estremeció sólo de pensarlo. Él tenía la noción de que las cosas se rompían, por defectos inherentes, mal uso o desgaste; pero toda su experiencia al respecto se circunscribía a la informática, y la solución siempre era fácil, desactivar la función temporalmente y comprar otra pieza. Mas de refrigeración Sexoplutonio no sabía nada de nada. No sabía cómo se rompía, y mucho menos cómo se arreglaba. Debía encontrar a alguien que supiera, y Moscazul, definitivamente, no le parecía.

Sexoplutonio abrió la puerta y salió al pasillo.

La sorpresa lo detuvo en seco.

Iban por el pasillo en fila atropellada y asmática, como burbujas en el suero fisiológico dentro de una manguerita transparente. Otranoches de días contados y se les notaba, nenas10 que no llegaban a 7 y se podían conseguir por el precio de una 4, intensos de ojos afiebrados, postribales sin violencia por el momento, pielduras de aspecto reptiliesco e invulnerable, neomanos descosidos de implantes, chufados que eran el espejo de Sexoplutonio, totales de rostros zoomorfos y plásticos, ganchaos en el peor momento de la abstinencia, traficantes de armas y lo que apareciera, despiezados salidos de una pesadilla de mutilaciones, mutos que les hacían competencia, marcados con más miedo del usual, pansexuales con todas las instalaciones dobles y hasta redundantes, plomones anodinos de puro abigarramiento; y muchas más especies y subespecies, e incluso individuos únicos, hasta personas.


Ilustración: Reza Rkar

—¿Qué pasa? —Sexoplutonio agarró a un total por un hombro de contextura gomosa y lo detuvo—. ¿Adónde van?

—Afuera —dijo el total, cuyo trend personal era la manipulación de la estructura ósea—. No funcionan ni la refrigeración ni la ventilación y no hay quien aguante en el edificio.

—¿Por qué alguien no lo arregla?

El total meneó la cabeza. —No se puede. El mismo chufado que se metió en la red del edificio hace un tiempo y subió los niveles para todo, dice que el sistema se hace el desentendido.

—Quizás está rota la maquinaria central. Hay que ir a arreglarla.

—Pues yo ni sé dónde queda. ¿Tú sabes?

—¡Pues llamen a una compañía de reparaciones, que venga!

El total miró a Sexoplutonio como si éste se hubiera vuelto loco. —¿Que venga? —y chistó sarcástico—. ¡Ni el Ejército viene aquí!

Sexoplutonio se quedó observando la amplia espalda del total mientras éste se marchaba por el pasillo. No, él no sabía arreglar maquinaria de refrigeración. Sexoplutonio podía evaluar y ensamblar piezas electrónicas de todo tipo y armar con ellas sistemas informáticos complejos, pero se trababa como un hub sobrecargado ante el más mínimo problema mecánico. Probablemente todos en el edificio estaban en su mismo nivel de incompetencia, o peor. En ese antro de subculturas tecnocriminales, todos sabían robar, traficar y vender cualquier cosa, incluyendo sus cuerpos y los ajenos, pero nadie sabía trabajar, hacer algo útil, aburrido, laborioso y seguramente mal pagado como reparar tuberías y compresores, o lo que fuera que formase un sistema de refrigeración. Sexoplutonio volvió a su habitación, se puso una bata de seda transgénica y se unió a las burbujas en procesión. Moscazul podía seguirlo si lo deseaba, en cuanto se levantara.

Después de un agotador descenso por la escalera —los ascensores eran motivo y escenario de batallas campales—, Sexoplutonio llegó a la multitud acumulada en la plazoleta a la que daba la fachada del edificio. La gente estaba sentada en el suelo, un área enorme, ocupando el paso incluso a partir de la propia entrada. Todos eran obstáculos. Sexoplutonio vadeó la masa entre protestas y manotazos hasta llegar el borde exterior, y justo allí se sentó. Poco a poco se le unieron más, que lo rebasaron en más y más filas de personas sentadas como él, con las piernas recogidas y abrazándose las rodillas, o en otras posiciones apretujadas. Como la noche era fría y soplaba una brisa, la gente tendía a arrebujarse en busca de calorcito; pero arrebujarse sobre sí mismos, en desconfianza y prevención.

Sexoplutonio levantó la vista hacia el cielo gris, encerrado entre paredes de acero y cristal. Lucía tan desesperado como él en este mundo de consumo descerebrado, economía irreal, profesiones inútiles, desorden insostenible, imagen malamente postiza y marginalidad ridícula de tan institucional. —Dios —dijo Sexoplutonio hundiendo la cabeza entre las rodillas—. ¡Cómo odio al cyberpunk!



No podemos agregar nada sobre Juan Pablo Noroña sin repetirnos. Lean sus cuentos. "Hielo" (N° 136), "Invitación" (N° 140), "Obra maestra" (N° 142), "Todos los boutros versus todos los hedren" (N° 144), "Brecha en el mercado" (FB N° 147), "Proyecto chancha bonita" (N° 148), "Quimera" (FB N° 149). No se pierdan tampoco su artículo "Temblar es un placer" (N° 150) y búsquenlo en Alfa Eridiani, El Guaicán Literario y Mañanas en Sombras...


Axxón 152 - Julio de 2005
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Cuba: Cubano).