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ARTHUR C. CLARKE Y LA ODISEA DEL HOMBRE
por Antonio Mora Vélez

El 19 de marzo pasado murió Arthur C. Clarke en Sri Lanka, isla país en donde residía hace 40 años y en donde, según sus palabras, subió "las escaleras de los dioses". Clarke, destacado científico y escritor de ciencia ficción inglés, se hizo famoso por haber escrito el guión de la película 2001 Odisea del Espacio (1968) de Stanley Kubrik, partiendo de las ideas de un relato corto de su autoría titulado El centinela, que publicó en la revista británica New Worlds en 1954. Ya para esa época había publicado El fin de la infancia, novela en la que unos extra-terrestres buenos le imponen a La Tierra un gobierno mundial para superar los conflictos existentes entre las grandes potencias. Había nacido el domingo 16 de diciembre de 1917 en Minehead, Somerset, Gran Bretaña, en la casa de hospedaje de su abuela.

Este notable ser humano que dijo alguna vez, y con razón, que La Tierra no debía llamarse Tierra sino Océano, debutó como escritor de ciencia-ficción en la revista Astounding de John Campbell en 1946 con los relatos Abertura y Partida de rescate, relato último en el cual unos extraterrestres exploran la Tierra en vísperas del estallido del sol convertido en nova. Desde entonces inició una fulgurante carrera de escritor que lo llevó a ser considerado como una institución del género al lado de Ray Bradbury, Isaac Asimov y Stanislav Lem. Y se convirtió en un asiduo colaborador de las revistas científicas y de ciencia-ficción inglesas y norteamericanas, publicando relatos y artículos de temas científicos, éstos con el aval de su condición de graduado en Física y Matemáticas del King`s College de Londres y miembro de la Sociedad Interplanetaria Británica, de la que fue presidente y tesorero y gracias a la cual pudo entrar en contacto con los escritores y revistas del género. A su genialidad como científico se debe el haber anticipado con su artículo Extra Terrestrial Relays (1945) las redes satelitales de comunicación que hoy son una realidad indispensable para el mundo, razón por la cual la órbita en la que giran los satélites retransmisores, situada a 35.768 kilómetros de La Tierra, se le denomina "órbita Clarke". Denominación que fue lo único que pudo obtener de ese invento fruto de su imaginación ya que no lo registró en el libro de patentes de su país y otros fueron los beneficiados.

Artrhur C. Clarke fue un escritor exitoso que vendió alrededor de 50 millones de ejemplares de sus 70 obras publicadas. Entre ellas, además de las citadas anteriormente, merecen destacarse La ciudad y las estrellas (1956) una hermosa reflexión poética sobre el futuro de La Tierra, considerada como una de las obras maestras de la ciencia-ficción británica. Cita con Rama (1973) novela con la cual ganó los premios Hugo y Nébula, que son el equivalente del Nóbel en la CF; El viento del sol (1974) La Tierra imperial (1976) Las fuentes del paraíso (1980) ganadora del premio Hugo y Cántico de la lejana Tierra (1986). Fueron sus temas: el optimismo por el progreso científico, sin perjuicio de advertir sobre sus nefastas consecuencias como en el relato Marque F de Frankestein y en el cual la globalización de las comunicaciones y su manejo por una red de computadores terminan por destruir la tecnología. Otros temas: el deseo de inmortalidad del hombre que expresa mediante recursos como el de las cintas de personalidad que graban todos los conocimientos y recursos inteligentes del hombre para que gracias a ellas el pensamiento instalado en máquinas prosiga su tarea de exploración y asentamiento en todo el universo. Y el encuentro con otras civilizaciones del cosmos, encuentro que aborda con originalidad en Cita con Rama, ya que los seres que llegan a nuestro sistema solar en un cilindro de 50 kilómetros de largo llamado Rama, no son seres monstruosos sino robots biológicos ("biots") que le dan a los humanos una idea de cómo son los ramanos que los crearon pero nada más. Y en su obra más famosa, 2001: Odisea del espacio —el filme y el texto que escribió después— en la que narra la aventura del hombre guiado por un monolito que representa la inteligencia de una raza cósmica que nos vigila y nos orienta y que nos determina a trascender gracias a la tecnología y posteriormente a alcanzar la condición suprahumana liberándose de ella.

A diferencia de otros contemporáneos suyos de la CF, Clarke se distinguió por su estilo limpio y claro, dotado de un lirismo que reforzaba la belleza de las imágenes que describía, con lo cual hizo un aporte al desarrollo de la corriente que propugnaba por armonizar la temática científica con el buen nivel literario de la narrativa. "Aunque el sol se había puesto dos horas antes, la luna interior –mucho más brillante y más cercana que la luna perdida de La Tierra—era casi llena, y la playa, a un kilómetro de distancia, estaba a flor de agua con su luz fría y azul. Había un pequeño fuego ante la línea de palmeras, donde la fiesta continuaba. El débil sonido de la música podía oírse de vez en cuando por encima del suave murmullo del motor a reacción que funcionaba al nivel más bajo de potencia", escribe en Cánticos de la lejana Tierra.

Clark fue un científico, pero a diferencia de los científicos positivistas que no le dan cabida a la imaginación, su papel en este campo estuvo permeado por los principios de la ciencia-ficción, género que es también una epistemología que sostiene que todo lo posible puede ser real y que no hay límites al conocimiento humano. De allí que afirmara alguna vez: "Cuando un científico prestigioso pero anciano afirma que algo es imposible, lo más probable es que esté equivocado". No obstante su calidad de científico y de estar inscrito en la llamada ciencia-ficción dura, trabajó con la llamada ciencia imaginaria que le sirve a los creadores de esta maravillosa literatura para construir el marco que les facilita la puesta en escena de sus fantasías. Clark, como todos los narradores de CF, puso a sus naves a viajar a velocidades mayores que la de la luz, a viajar por el tiempo y a manejar la antigravedad. En Cita con Rama, por ejemplo, la nave extraterrestre en órbita "más allá de Júpiter" enciende sus motores y se aleja de nuestro sistema solar contraviniendo la ley de conservación del impulso de la Física. "Ahí va la tercera ley de Newton" dice con sorna uno de los personajes de la novela.

En sus últimos años le dio por jugar a las predicciones, tema para el cual estaba preparado por sus profundos conocimientos sobre la lógica del desarrollo de las ciencias y por su mente alerta frente a los problemas del mundo. Dijo: En el 2009 una ciudad de Corea va a ser destruida por una bomba atómica. En el 2010 se construirán los primeros generadores cuánticos y las centrales de energía cerrarán por innecesarias. En el 2016 desaparecerá la moneda y será sustituida como unidad cambiaria por el Megavatio-hora. En el 2019 un meteorito impactará en el Polo Norte y muchos tsunamis inundarán las ciudades de las costas de ese hemisferio. En el 2020 la Inteligencia Artificial (IA) alcanzará el nivel humano y se lanzarán sondas con IA a las estrellas más cercanas. En el 2021 llegarán a Marte los primeros seres de La Tierra. Éstas y muchas otras predicciones están pendientes de ser verificadas por la realidad. Lastimosamente en una de ellas se equivocó: Predijo con el deseo que celebraría en el 2017 sus 100 años como invitado de honor en una gran fiesta espacial del Orbital Hilton —el hotel del filme de Kubrick pero convertido en realidad— rodeado del cariño y la admiración de científicos, intelectuales y escritores de ciencia-ficción del mundo. La muerte no se lo permitió.


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