DIVULGACIÓN: La madre de todas las catástrofes

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Armageddón


por Marcelo Dos Santos (especial para Axxón)
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El  cielo seguía oscuro. El hombre miró atrás, hacia el largo camino que había recorrido con su tribu, y se preguntó cuán lejos habían caminado. ¿Cien días? ¿Doscientos? Aunque uno de ellos se dedicaba a registrar el avance del viaje haciendo muescas diarias en su bastón, varios factores habían retrasado el viaje. Las muertes de algunos de ellos, siete partos y, primordialmente, el frío extremo, el frío rabioso que ellos aún no terminaban de creer.

Hacía más de un año que el Sol no salía ni se ponía, y ellos vivían en una permanente, lóbrega, peligrosa semipenumbra permanente.

El frío y la falta de luz habían matado a las plantas, y los herbívoros y gran parte de los depredadores se habían ido con ellos.

También el Hombre. La mayoría de los hombres. Aunque nuestro amigo no tenía forma de saberlo, los más de 8 millones de seres humanos de la Tierra se habían visto reducidos a poco más de 3.000 personas divididas en 40 tribus. De ellas, unos 30 grupos se hallaban en el mismo continente, aquel que el hombre y sus parientes intentaban desesperadamente abandonar ahora.

Muchos de ellos habían muerto de hambre: tanto los recolectores como los cazadores y aquellos que practicaban una incipiente agricultura se habían visto arrinconados por el hambre. El horrible material que había caído del cielo había arruinado la tierra y asesinado a los animales, y aún seguía cayendo. Lo que no caía seguía allí arriba, bloqueando el sol, enfriando la Tierra y llevando a aquella ignota región del África a temperaturas más adecuadas para Noruega que para un sitio tropical.

Por eso el hombre y los suyos habían decidido partir. El mar había dejado de ofrecer peces, los pocos depredadores sobrevivientes -ellos también desesperados por el hambre- atacaban todo lo que se movía, y el terreno no estaba ya preñado de plantas y de frutos.

Sin saberlo, el anónimo protagonista de nuestro cuento acababa de comenzar la mayor aventura de la historia de la especie: el principio de la increíble migración que, comenzando en un rincón del África, nos llevaría a poblar, por fin, todo el planeta.

Etiopía, África, año 72.000 antes de Cristo.

La enfermedad que mató -entre otras causas- a la inmensa mayoría de la Humanidad en aquellos tiempos se denomina técnicamente "osteoartropatía hipertrófica pulmonar", lo que en grecolatino médico significa poco más o menos "enfermedad de crecimiento anormal de los huesos y articulaciones provocada por un mal del pulmón".

El crecimiento anormal de los huesos es lo que conocemos como acromegalia, que puede tener muchos orígenes, principalmente de índole tumoral. Pero de lo que se trata aquí es de acromegalia provocada por una enfermedad respiratoria, por una falta de capacidad pulmonar, por una obstrucción de los bronquios. La llamamos "Mal de Marie", por el neurólogo francés Pierre Marie, que la describió por primera vez en el siglo XIX.

La osteoartropatía hipertrófica pulmonar ocurre cuando el pulmón no es capaz de intercambiar el oxígeno en forma normal: los huesos reaccionan comenzando a formar hueso nuevo (proceso que hubiese debido detenerse por completo al alcanzar la edad adulta) engrosándolos y agrandándolos en forma radicalmente anormal. Si sumamos al explosivo crecimiento de los huesos la espantosa dificultad para respirar, llegamos a la conclusión de que la enfermedad de Marie no es en absoluto una forma agradable de morir.

El Parque Nacional de Yellowstone, ubicado entre los estados norteamericanos de Wyoming, Idaho y Montana, recibe a casi 3 millones de visitantes al año y puede considerárselo uno de los atractivos más espectaculares de los Estados Unidos. La vida salvaje que alberga es increíble: manadas de bisontes y renos, cantidades de osos pardos, lobos, pumas, linces y otros carnívoros, numerosas especies de pájaros, roedores y reptiles y un impresionante catálogo de flora.

Pero es indudable que todos hemos oído hablar de Yellowstone por otra razón: su extraña y sorprendente actividad geológica, representada por fuentes termales, fumarolas y los celebérrimos géiseres. De estos últimos -agujeros en el suelo que, cada cierto tiempo, expulsan grandes cantidades de agua hirviendo y vapor- el más famoso es el Old Faithful ("El Viejo Fiel"), que eyecta su fluido cada 91 minutos aproximadamente. El contenido del géiser está formado por agua que se infiltra en la tierra y desciende hasta tomar contacto con el magma subyacente, se calienta y hierve como si estuviera en una pava y, al alcanzar la temperatura y la presión críticas, es expulsada por el cráter hacia el aire. Old Faithful eyecta en cada explosión unos 32.000 litros de agua hirviendo a más de 30 metros de altura, en un fascinante fenómeno que suele durar entre uno y medio y cinco minutos. Hay otros géiseres en el parque -como el llamado "Barco de Vapor", Steamboat Geyser- que lanzan chorros de 90 metros, aunque son menos predecibles.


Impresionante erupción del Steamboat Geyser

Es evidente que el subsuelo de Yellowstone está muy, muy caliente.

Los aborígenes norteamericanos han habitado en los terrenos del actual parque nacional durante más de 11.000 años. Es obvio que conocían perfectamente los fenómenos geotérmicos de la zona, porque los mismos han estado ocurriendo allí por cientos de miles o millones de años. Pero no conocían el dato capital: que las extrañas características de esa tierra se debían al proceso conocido como vulcanismo.

El hombre blanco también tardó mucho en comprenderlo: durante más de un siglo, incluso muchos años después del establecimiento oficial del parque nacional, Yellowstone fue considerado un sitio geotermal pero no uno volcánico. Los aproximadamente 15 terremotos anuales de baja intensidad que solía sufrir el parque eran considerados "ecos" o "remezones" de lo que se creía la única área de actividad tectónica verdadera en el territorio estadounidense: la falla de San Andrés, en California.

Grave error.

A las 11:37 de la noche del 17 de agosto de 1959, el Parque Nacional de Yellowstone fue sacudido por uno de los mayores terremotos jamás registrados en Norteamérica en tiempos históricos. Su intensidad fue enorme: 7,8 grados en la escala de Richter, y despertó a los sismólogos en sitios tan lejanos como Honolulú, Hawaii.

El epicentro se localizó en la parte occidental del parque, del lado del estado de Montana, y creó tres fallas que antes no existían, alteró toda la geología termal y desplazó el curso del arroyo Red Creek unos 7 metros.


Terreno fragmentado por el sismo de 1959

Pero eso no fue lo más grave: el violento sismo provocó una ola gigante en el dique ubicado sobre las colinas en el embalse del río Madison (¡una tsunami en una represa!), derramando millones de litros cúbicos de agua que corrieron ladera abajo por un estrecho valle. El temblor y el agua enfurecidos desprendieron la mitad de una montaña de 2.200 metros, una ciclópea masa de 33 millones y medio de metros cúbicos de roca dolomítica. Piedras del tamaño de casas, con un peso total de 85 millones de toneladas, se desplazaron a una enorme velocidad montaña abajo, formando una verdadera pared de roca en movimiento que destruyó la ruta estatal 287 y se desplomó luego sobre el valle de Rock Creek... Lamentablemente, en ese valle se ubicaban varios cámpings para visitantes y algunos albergues. Esa infausta noche murieron aplastadas 28 personas, y los cuerpos de 19 de ellas jamás pudieron ser rescatados.


Arriba, el desplazamiento de rocas. A la derecha, los campamentos destruidos

Los geólogos acababan de aprender por la vía más cruel posible que el Parque Nacional Yellowstone se encontraba sobre una de las zonas tectónicas más activas del mundo.

A partir de entonces, los 15 terremotos anuales se convirtieron en 24 semanales. Las autoridades sembraron el terreno del parque con 22 sismógrafos y contrataron un geólogo residente para controlarlos. Con los cambios en la actividad geotérmica, los terremotos repetidos y las grietas neoformadas, el mundo comenzó a pensar que Yellowstone representaba una verdadera zona volcánica activa, si no fuera por una pregunta tan inquietante que quitaba el sueño: si era una zona volcánica... ¿dónde demonios estaba el volcán?

Las grandes lluvias que cayeron sobre el estado de Nebraska en 1971 fueron tan importantes para la geología como posiblemente no lo haya sido ninguna otra excepto el Diluvio. En esos mismos días, el paleontólogo Mike Voorhies viajaba por el Medio Oeste. Encontrándose en la pequeña localidad de Orchard, caminaba mirando al suelo (como todos los paleontólogos) cuando descubrió algo extraordinario: "Buscaba, como siempre, posibles fósiles que hubieran sido dejados al descubierto por las lluvias, cuando me encontré mirando algo que ningún paleontólogo había visto antes", explica este profesor de la Universidad de Nebraska. "Era el escenario de una catástrofe masiva, un apocalipsis de un tipo que nunca, nunca había visto antes".

Frente a él se hallaba un cementerio colectivo, pero no un "cementerio de elefantes" sino uno de rinocerontes. Los esqueletos fosilizados de más de 200 grandes rinocerontes norteamericanos habían sido limpiados, lavados y dejados al descubierto por el agua, mezclados con docenas de esqueletos de camellos, caballos y lagartos. Todos habían muerto más o menos al mismo tiempo, y no de vejez. "Al mirar los dientes vi que estaban en la flor de la edad. Había madres con sus hijos, rinocerontes pequeños que habían muerto allí por razones desconocidas".

La cronoestratigrafía demostró que las víctimas habían muerto aproximadamente 10 millones de años atrás. Pero ¿de qué? La muerte los había sorprendido de improviso, a todos a la vez, y Voorhies no acertaba a explicarse por qué. Pero la clave, aunque elusiva, estaba a la vista. "Vi que algunos de los esqueletos estaban cubiertos por unos crecimientos muy peculiares, que en un primer momento interpreté como depósitos minerales. Cuando los examiné mejor, me di cuenta de que eran celulares, tejido que había estado vivo. No tenía idea acerca de qué se trataba. Yo nunca había visto algo semejante".

En consecuencia, el paleontólogo convocó a su colega de la universidad, el paleopatólogo Karl Reinhard, para que intentase interpretar el extraño hallazgo. Le entregó una mandíbula de rinoceronte que presentaba los sorprendentes crecimientos óseos, y Reinhard fue inmediato, claro y taxativo: "Mi experiencia me permitió saber que el material blanco que había crecido sobre el hueso oscuro era lo mismo que se ve a menudo en la práctica veterinaria: estábamos frente a un rinoceronte que había muerto de la Enfermedad de Marie". Los análisis posteriores demostraron que todos los animales del yacimiento habían muerto de lo mismo. Por lo tanto, no era un problema particular, no correspondía a una enfermedad particular en un ejemplar concreto, sino que se trataba de una circunstancia abarcadora y universal. Dice Reinhard: "Fue como una especie de neumonía, con los pulmones llenos de líquido. Solo que en este caso el líquido era sangre. Cristales microscópicos llenando los bronquios y alvéolos, lacerándo los tejidos pulmonares, haciéndolos sangrar. Uno puede imaginar a esos pobres animales deambulando por ahí, vomitando sangre por la boca para morir luego de esta manera miserable".

La única explicación era la ceniza. Y la única fuente posible de esa ceniza era un volcán. Lo que llamamos "ceniza volcánica" (pensemos en la que sepultó vivos a los romanos de Pompeya) no es en realidad ceniza, sino minúsculos fragmentos de roca, tan pequeños que flotan en el aire y son arrastrados por los vientos. Cada partícula de ceniza tiene bordes afilados, mellados y aserrados. Aspirarla es lo mismo que respirar vidrio molido, una causa conocida desde hace años para desarrollar el Mal de Marie.

De acuerdo: ceniza volcánica. La ceniza había matado a todas esas bestias. Y la ceniza volcánica solo puede provenir de un volcán.

El problema es que en todo el estado de Nebraska no existe ni ha existido ni uno solo.

El doctor Voorhies recuerda aquellos días de confusión: "Estábamos allí con mis alumnos, todos sentados depués de haber cavado días y días, especulando de dónde podía haber venido toda esa ceniza. Lo lógico era que había estallado un volcán lejano, un volcán tan potente que había mandado las cenizas hasta Orchard. Pero ¿dónde estaba?

Como es obvio, los paleontólogos y paleopatólogos recurrieron a los geólogos, y descubrieron con sorpresa que uno de ellos tenía la respuesta. "Yo había estado trabajando en las rocas volcánicas del sudoeste de Idaho", explica Bill Bonnichsen, geólogo del Centro de Investigaciones Geológicas de Idaho, "y sabía que el suelo estaba compuesto de cenizas volcánicas de 10 millones de años de antigüedad, es decir, contemporáneas a la muerte de la manada de rinocerontes de Orchard. Entonces empecé a dudar si el holocausto de Nebraska podría haber sido causado por las cenizas producidas en esa gran erupción del sudeste de Idaho...".

El culpable de la naturaleza volcánica del terreno del sudoeste de Idaho fue una enorme caldera subterránea llena de magma llamada Bruneau-Jarbridge que un día sencillamente estalló como si de un gigantesco volcán se hubiese tratado.

El problema es que entre la Caldera Bruneu-Jarbridge en el límite entre Idaho y Oregon y el cementerio de rinocerontes de Nebraska hay tres estados completos y más de 1600 kilómetros de distancia. Los volcanes son poderosos, cierto, pero ¿podían serlo tanto como para lanzar los escombros a media Norteamérica de distancia? "Los volcanes, hasta donde yo sabía, podían dispersar sus cenizas en un radio de algunas decenas o, en el mejor de los casos, cientos de kilómetros. La ceniza que mató a los rinocerontes formaba una capa de dos metros de espesor, y su supuesta fuente estaba a 1600 kilómetros de allí. Era una cosa sorprendente. Según mis conocimientos, no existía documentación previa de ningún otro evento así en la historia del planeta", dice Bill.


En azul, la caldera Bruneau-Jarbridge.
En rojo, el trayecto de la ceniza hasta el cementerio de
rinocerontes de Orchard

Había una sola forma de salir de dudas. Bonnichsen recabó muestras de ceniza de ambos lugares y las envió a un laboratorio para compararlas. La composición de las cenizas de un volcán es su marca de identidad irrefutable. Se puede decir si la ceniza proviene de uno u otro volcán con la misma certeza con que los biólogos analizan el ADN o los criminalistas las huellas digitales. No existe error posible.

Y el contenido químico de ambas muestras era idéntico. La caldera de Idaho había sido la responsable de la extinción zoológica de Nebraska. Eso era lo mismo que decir que un volcán había cubierto con dos metros de ceniza medio continente norteamericano. Pero los volcanes no hacen eso. Como dice el geólogo, cubren docenas, tal vez cien kilómetros cuadrados. Si algo puede destruir cientos de miles o millones de kilómetros cuadrados, eso no es un volcán. Eso es algo cientos, muchos cientos, miles de veces más poderoso que un volcán. Una simple caldera enterrada en tierra llana, sin cono a la vista... Bruneau-Jarbridge era uno de los fenómenos más aterradores, catastróficos y sorprendentes de que los científicos hubiesen oído hablar. El público general ni siquiera sabía que existían cosas semejantes. Por lo tanto, semejante objeto no tenía nombre. Se lo pusieron pronto. Habían nacido los "supervolcanes".

La idea que todos tenemos de un volcán es clara. Es el tipo de montaña más fácil de identificar, con su bella y elegante forma cónica, su cráter, su chimenea y la caldera de magma que se agita bajo él.

Un supervolcán no puede ser más diferente. Un terreno llano en apariencia, con una monstruosa caldera magmática debajo. Aguanta, aguanta, aguanta miles, decenas de miles, cientos de millones de años... y entonces la presión interna vence la resistencia de la roca que lo cubre, y explota. Ni montaña ni cono ni nada. Pura y simple destrucción instantánea.

Hay miles de volcanes "normales" en el mundo, que pueden interpretarse como canales verticales mediante los cuales el magma del inframundo fluye hasta la superficie. Más de una cincuentena de ellos hace erupción cada año.

Pero ninguno se parece ni remotamente a un supervolcán. Por empezar, los supervolcanes no son montañas ni tienen cono. Más bien forman depresiones poco profundas en el suelo, o pueden encontrarse bajo terrenos completamente llanos. Si un volcán es el punto donde el magma del interior de la Tierra encontró salida a la superficie, un supervolcán es un lugar donde no encontró salida. Así, el magma comenzó a acumularse en una cámara subterránea, fundiendo con su gran temperatura las rocas de la cúpula que lo separaban de la superficie, convirtiéndolas en más magma y adelgazando el techo, que se convierte y se funde cada vez más, y más, y más... Los gases atrapados en el interior de las rocas se escapan al fundirse ellas, entran en ebullición, se vaporizan y aumentan aún más la presión interna de la caldera. La roca fundida se espesa y vuelve a atrapar el gas, construyendo presiones monstruosas que tardan miles de años en acumularse. Finalmente, cuando la capa superior de roca sólida es lo suficientemente delgada como para reventar, el volcán explota y el techo se desmorona. El supervolcán ha estallado en una supererupción.

"El factor principal entre los que gobiernan el tamaño de una erupción es en realidad la cantidad de magma disponible", nos informa el profesor Bill McGuire, vulcanólogo del Centro Benfield Greig de la UCL. "Si acumulamos un enorme volumen de magma bajo la corteza terrestre, tendremos allí el potencial para producir una explosión muy, muy grande".

Pero, al no tener una hermosa y simétrica montaña cónica que señale su ubicación, los supervolcanes suelen ser muy difíciles de encontrar. Igualmente, sabemos que son muy escasos, porque las condiciones geológicas que se necesitan para generar uno se dan en apenas un puñado de lugares de la Tierra. Y, por fortuna, las supererupciones son muy espaciadas. La última se produjo hace 74.000 años, en el mismo momento en que la Eva Africana decidió abandonar su hogar. En el período que relatábamos ficcionalmente en el primer párrafo.

La última explosión de un supervolcán fue la de la Caldera Toba, en Indonesia. Situada en la isla de Sumatra, el enorme lago que se ve hoy allí es, de por sí, el resto visible del hundimiento de la caldera que extinguió a la casi totalidad del ser humano y que provocó la emigración de nuestros ancestros africanos para buscar aires más saludables. Para darnos una idea de lo que ha de haber sido aquella explosión, basta señalar que la caldera colapsada (y el actual lago que ahora ocupa su depresión) miden 100 por 30 kilómetros. Las cenizas de la explosión Toba se encuentran, hoy en día, en lugares tan lejanos como el fondo del Océano Índico (tras el cual está África, casualmente) o las playas de la Bahía de Bengala.

Los geólogos entienden por qué. Trataremos de entenderlo también nosotros.

La potencia de las explosiones volcánicas se mide en una escala llamada VEI, acrónimo del inglés Volcanic Explosivity Index, Índice de Explosividad Volcánica. La magnitud VEI es una escala similar a la Escala Richter de intensidad sísmica. Ello quiere decir que no es aritmética ni geométrica, sino logarítmica en base 10. Así, en esta escala VEI, que se extiende del 1 al 8, cada magnitud no es el doble de la anterior, sino 10 veces más potente.

Por lo tanto, entonces, una erupción de 5VEI es 10 veces más poderosa que una de 4VEI, y 100 veces mayor que una de 3VEI.

La descripción oficial de los grados VEI es la siguiente: 0VEI "no explosiva"; 1VEI "suave"; 2VEI "explosiva"; 3VEI "severa"; 4VEI "cataclísmica"; 5VEI "paroxística"; 6VEI "colosal"; 7VEI "súpercolosal" y 8VEI "megacolosal". Vaya nombrecitos.

Veamos algunos ejemplos para clarificar el concepto:

El Mauna Loa y los demás volcanes hawaianos, que "derraman" lentamente la lava como si de leche hervida se tratara, sufren una erupción permanente que no es explosiva, por lo tanto son de 0VEI.

Las erupciones diarias del Strómboli, en Italia, son apenas suavecitas, 1VEI.

El volcán colombiano Galeras alcanzó, en su erupción de 1993, una intensidad de 2VEI, suficiente para matar a siete personas.

La famosa erupción de 1985 del Nevado del Ruiz, localizado también en Colombia, fue de 3VEI. Fallecieron 23000 personas, 5000 fueron heridas y se destruyeron 5000 casas.

Con 4VEI encontramos al volcán La Soufrière de la isla caribeña de Montserrat (hay otro del mismo nombre en San Vicente).

La erupción más célebre de la historia fue de tan solo 5VEI. El volcán Vesuvio hizo erupción en 79, llevándose las vidas de 35000 personas y destruyendo las ciudades romanas de Pompeya y Herculano.


Maligna nube de cenizas de La Soufrière

Diez veces más severa fue la erupción del Monte Pinatubo, en Filipinas (1991). La escala VEI la describe como "colosal" (6VEI), y no existen razones para dudarlo. El Pinatubo desparramó cenizas en lugares tan lejanos como Vietnam, Camboya o Malasia, y depositó en la superficie 10 kilómetros cúbicos de material volcánico, matando a 300 personas y forzando a la evacuación de más 60.000 personas. La erupción destruyó la infraestructura y los campos productivos de 364 pueblos y ciudades, dejó sin trabajo a 2.100.000 personas, sepultó 800 km2 de arrozales, mató a 800.000 cabezas de ganado y arrasó 85.000 viviendas. La famosísima erupción que sufrió en 1883 el volcán indonesio de Krakatoa fue también de grado 6VEI. El volcán destruyó dos tercios de su isla, mató a 37.000 personas, arrasó 165 ciudades, y, cincuenta años después, hizo aflorar una nueva isla en la misma localización.


Nube de cenizas expulsada por el Pinatubo en 1991

El volcán Tambora en Indonesia alcanzó el grado de 7VEI (erupción "supercolosal") en 1815. Destruyó por completo la isla de Sumbawa, asesinó a 10.000 personas con los flujos piroclásticos, a 38.000 más de hambre y a otras 20.000 por causa de las enfermedades y el caos. El material cayó hasta en Calcuta, India, y el invierno nuclear subsiguiente se sintió hasta en Estados Unidos (allí se conoce a 1816 como "el Año Sin Verano"). Para ser claros: nevó en julio en todo el Hemisferio Norte.

Los únicos objetos capaces de alcanzar las 8VEI -explosiones megacolosales- son los supervolcanes. Ninguna otra cosa puede provocar una explosión 100 veces mayor que la del Pinatubo o 1000 veces peor que la de Pompeya.

Y la Caldera Toba fue uno de los peores entre los peores. El día que estalló (como dijimos, hace 74.000 años) de inmediato se convirtió en la peor erupción volcánica de los últimos 25 millones de años. Toba vomitó 2.800 km3 de lava y cenizas, que hoy se encuentran en Malasia como una capa de más de 9 metros de espesor. La misma ceniza cubrió la India entera con una capa de 6 metros. Luego, los vientos la llevaron más al oeste... hasta África. También liberó en la atmósfera 10.000.000.000 (diez mil millones) de toneladas de ácido sulfúrico, que causaron una lluvia ácida que duró meses.


La masa de azul oscuro es el lago que ocupa la cavidad
dejada por la caldera del Toba

Las cenizas del Toba bloquearon el Sol, produciendo una noche nuclear permanente que duró 6 años. El enfriamiento subsiguiente precipitó al planeta en una glaciación que duró más de mil años. La Humanidad casi se extinguió en ese momento. Los sobrevivientes (nuestros ancestros) son los pobres emigrantes que retratamos al principio.

Hay que cuidarse de los supervolcanes. Pero ¿cómo?

Saber que Toba está o estuvo en Indonesia, o que Bruneau-Jarbridge está o estuvo en Idaho no nos ayuda a conocer la ubicación de los demás supervolcanes de la Tierra. ¿Dónde están? ¿Cuántos son? Y la más perturbadora de todas: ¿alguno de ellos estallará en un futuro previsible?

El problema de no conocer la ubicación de nuestros enemigos geológicos tiene mucho que ver con Yellowstone.

Como explicábamos más arriba, desde los primeros habitantes de etnia Crow o Arapaho hasta el presidente Eisenhower, que estaba en la Casa Blanca al momento del terremoto de 1959, ninguno de ellos imaginaba que el parque estaba en terreno volcánico. Las fuentes termales y los géiseres se consideraban restos de un volcán extinto, y por lo tanto inofensivo.

No hay volcanes extintos, o por lo menos no hay forma de distinguirlos de los que no lo están. Hacía 4000 años que el Pinatubo no hacía erupción. Otro tanto ocurrió con el Nevado del Ruiz. ¿Podemos estar considerando "extintos" a volcanes agazapados, listos para saltar sobre la Humanidad? Estos dos ejemplos por sí mismos demuestran que sí.

Luego del fatídico terremoto de 1959, el geólogo Robert Christiansen fue llamado al Parque Nacional Yellowstone. "Me pidieron que estudiara completamente la geología del parque", recuerda hoy. Y la estudió. Su primer descubrimiento fue que las rocas del parque no eran en realidad piedras, sino que estaban compuestas por -sí, usted lo ha adivinado- cenizas volcánicas fuertemente comprimidas. Sin embargo, el cráter o la montaña no aparecía por ninguna parte. "Nos dimos cuenta de que Yellowstone había sido verdaderamente un antiguo sistema volcánico. Al no encontrar cráter, dedujimos que se trataba de una caldera supervolcánica, pero no sabíamos donde estaba ni qué tan grande era".

Entonces, cuando Christiansen estaba a punto de darse por vencido, la NASA decidió -sin que nadie se lo pidiera- sacar una foto infrarroja de la Tierra para probar una cámara que se utilizaría en las misiones Apolo. Y el sitio elegido para fotografiar fue Yellowstone.

"De una sola mirada a esa foto me di cuenta de lo que era este sitio. No había encontrado el cráter porque el cráter era grande como el parque mismo. Era una cosa enorme, con una caldera de 70 kilómetros de diámetro. Yellowstone había sido un supervolcán colosal, seguramente el más grande que jamás había existido en la Tierra", dice el experto.


El parque y (en color claro) la gigantesca caldera. La estrella roja de
la izquierda señala el epicentro del terremoto de 1959

Ahora la cuestión era averiguar cuándo había ocurrido la última erupción. Excavando en las "rocas" de lava endurecida de docenas de metros de espesor, Christensen descubrió que había tres capas separadas. Eso quiere decir que Yellowstone hizo erupción tres veces en la historia. La primera de ellas, que formó la monstruosa caldera, ocurrió 1.800.000 años atrás. Hace 1.200.000 años estalló por segunda vez, y la tercera se produjo hace 600.000 años. Las erupciones estaban separadas por un período de calma de casi exactamente 600.000 años.

1.800.000 años, 1.200.000 años, 600.000 años...

Permitiré que el lector calcule cuándo nos toca la próxima.

Algunos años después del descubrimiento de Christensen, otro geólogo, llamado Bob Smith, recorría el parque haciendo trabajo de campo para un informe que publicaría en 1973. El mismo trataba sobre supervolcanes extintos. Como Yellowstone, ¿verdad?


Basalto en forma de columnas vomitado por la última explosión de Yellowstone

Bob acampaba a orillas del Lago Yellowstone, en una isla llamada Pearl ubicada en el extremo sur del mismo. De repente, algo le llamó la atención: "Parado en la costa de la isla, vi dos cosas muy extrañas. La primera fue que el muelle que yo solía usar estaba bajo el agua. Lo otro era que los árboles de la orilla opuesta estaban inundados también por varios centímetros del agua, tal vez 30 o 35. Esto era muy raro, porque los niveles de agua del lago no habían cambiado. ¿Qué significaba esto? No lo supe entonces". Pero obró rápidamente. Smith contrató a un equipo de topógrafos y agrimensores y les pidió que midieran la altura del terreno en todo el parque. La última vez que se había realizado un trabajo similar había sido en 1923. Exactamente medio siglo más tarde, los teodolitos recorrerían nuevamente Yellowstone.

"La idea era comparar la altura sobre el nivel del mar de ese terreno con la registrada en 1923. Queríamos saber si había cambiado con un margen de error de unos pocos milímetros. El topógrafo me dijo que había un error y no era suyo. Dijo que los topógrafos anteriores se habían equivocado, porque el terreno estaba más alto de lo que debía según aquellos registros. Los mandé a medir todo de nuevo, y, en efecto, no había ningún error. La conclusión me pegó en la cara como una cachetada. El techo de la caldera se había elevado 74 cm en su parte central.".

Con los resultados de la agrimensura en la mano, la razón de que el muelle y los árboles se hubieran sumergido era evidente: la parte central del fondo del lago se había levantado, empujando el agua hacia la orilla sur.

Y, como vulcanólogo, Smith sabía que existe una sola cosa en la naturaleza capaz de elevar de golpe (50 años son algo repentino en la escala geológica) 56.000 hectáreas de terreno.

Esa única cosa solo puede ser una caldera volcánica activa subyacente, que está aumentando su presión interna y por lo tanto eleva el terreno ubicado sobre ella.

Yellowstone, entonces, estaba muy lejos de ser un volcán extinto.

Yellowstone es un supervolcán activo.

Y si el cálculo de Christensen sobre la duración de su ciclo es correcto (y lo es, porque la estratigrafía tiene tantas posibilidades de mentir como una muestra de ADN), y si la fecha de la última erupción es correcta (y lo es, por la misma razón), entonces no solo la próxima erupción es inminente, sino que además viene atrasada, porque los 600.000 años ya se han cumplido.

¿Es esto así? ¿Viven los estadounidenses parados en la barriga de un monstruo listo para despertar? Bob Smith no se anda con vueltas: "Lo que tenemos entre las manos es un gigante. Lo más importante es saber lo que está pasando en la caldera, porque su contenido es lo que está disparando la erupción final. Entender el comportamiento de ese magma es como saber acerca del detonador de una bala".


La bucólica imagen del Lago Yellowstone esconde a un monstruo

Lo que Smith quiere saber es la composición, el tamaño y el comportamiento de algo que yace bajo 8000 metros de roca sólida. Este tipo de estudios nunca han sido fáciles. La única forma posible de enterarse de algo es analizar... los terremotos. "Nuestros sismógrafos son capaces de registrar los más débiles de los terremotos de Yellowstone, y todos los moderados a grandes del resto del mundo. Así de sensibles son. Todos los datos que recogen los nuestros son enviados a una central de grabación ubicada en la Universidad de Utah", explica el experto. Lo que hace en realidad es utilizarlos como si hiciera una ecografía gigantesca al vientre del supervolcán. Espera que las ondas vibratorias del terremoto atraviesen el magma, y luego observa cómo salen por el otro lado. "Es como tomarle el pulso a un enfermo. Los terremotos te dicen el pulso de la caldera: cómo se deforma, qué fallas se están fracturando, todo. Gracias a eso descubrimos que la cámara magmática ocupa prácticamente toda la extensión de la caldera. Esto significa que mide 50 km de largo por 20 de ancho y 10 de espesor. Es de un tamaño tan giganteco que se extiende bajo más de la mitad de la superficie del parque", concluye.

El profesor Steve Sparks de la Universidad de Bristol, ha pasado la mayor parte de su vida estudiando la explosión de una caldera de magma que causó una devastación enorme: se trata del volcán de la Isla de Santorini, en las islas griegas. La opinión de Sparks es importante porque la erupción de hace 3500 años, que destruyó a la civilización minoica, tuvo una intensidad de 7VEI, algo por debajo de lo que se espera que produzca un supervolcán. "Cuando llegué a Santorini por primera vez, me sorprendí por la enorme violencia de la explosión", recuerda el especialista. "Fue un evento de violencia inimaginable. Arrojó miles de bloques de roca de 2 metros de diámetro a 7000 metros de altura. Hay que tratar de visualizar esas piedras del tamaño de una casa cayendo desde esa altura y golpeando contra el suelo a trescientos, cuatrocientos metros por segundo, rompiéndose en pedazos y produciendo toneladas de metralla que salía disparada en todas direcciones". Esta explosión, posiblemente la segunda más violenta en los últimos milenios, arrasó todo el Mediterráneo. Pero Sparks ha medido los restos de la cámara de magma de Santorini, y esta es muy pequeña, miles de veces menor que la que subyace bajo Yellowstone. Si una caldera pequeña borró a los cretenses del mapa, ¿qué no hará una gigantesca, ubicada en medio de un país de enorme población como Estados Unidos?


Impresionante fuente termal en Yellowstone

Michael Rampino, vulcanólogo de la Universidad de Nueva York, no es muy optimista al respecto: él piensa que la explosión de Yellowstone se parecerá a la de Toba. "El tamaño de la erupción de Toba fue enorme. Arrojó más de 3000 kilómetros cúbicos de material hacia la atmósfera. Eso es 10000 veces más que la erupción del monte Santa Helena, a la que la gente común considera una `supererupción´. El fondo del Océano Índico está tapizado por 35 cm de cenizas del Toba, incluso a 2500 km de distancia. Además, eyectó una tremenda cantidad de dióxido de azufre, que se convirtieron en aerosoles de ácido sulfúrico", dice. Esas sustancias, así como las cenizas pulverizadas, bloquean la radiación solar, enfriando el planeta.

Ya hemos visto como la erupción del Tambora hizo que nevara en el verano siguiente en todas partes del mundo. Como ejemplo reciente, la erupción del Pinatubo hizo descender la temperatura global media de la Tierra en más de medio grado. De lo pequeño a lo grande, si el Toba forzó al Hombre a abandonar África y casi acabó con la vida en la Tierra, no hay motivos para pensar que Yellowstone no hará algo similar.

Rampino afirma: "Hay una clara correlación entre los volcanes y el enfriamiento de la Tierra. Hemos calculado que el Toba hizo bajar la temperatura global en 5,6ºC. Eso es un grave enfriamiento, un severísimo descenso térmico del planeta. Fue una catástrofe global, tanto para la agricultura como para las plantas silvestres y la vida marina. Esos 5,6 grados se traducen en descensos de más de 15 grados en los veranos de las latitudes altas. Una catástrofe".

Para ilustrar el punto, un solo dato: existe en un cementerio de la costa este de los Estados Unidos una lápida que conmemora a un granjero. En 1816, el Año Sin Verano, nevó en julio (como si en Buenos Aires nevara en febrero), y la cosecha se perdió porque el trigo y el maíz murieron sin haber siquiera asomado. La tumba en cuestión celebra la actitud de un campesino que salvó de morir de hambre a toda la región, aceptando compartir con sus conciudadanos el grano que había acopiado en años anteriores. También nevó en verano en toda Europa, y las hambrunas subsecuentes mataron a millones de personas y pueden haber ayudado a desencadenar la Guerra Civil Española (1820-23), la Guerra del Cáucaso (1817-64) y las guerras de los Estados Unidos contra sus indígenas (1817-58).

Y Toba y las anteriores explosiones de Yellowstone fueron 10 veces mayores que la de Tambora.

Los análisis de ADN mitocondrial sostienen la afirmación de que la Humanidad casi se extinguió luego del evento de Toba. La profesora Lynn Jorde, de la Universidad de Utah, es una de las máximas autoridades mundiales sobre ADN mitocondrial (ADNmit), que nos permite rastrear los linajes maternos hasta los mismos orígenes de nuestra especie. Dice: "Todo evento que haya tenido lugar en el pasado, cada aumento o reducción de la población, todo intercambio de personas entre poblaciones, queda registrado en los cambios de nuestro ADNmit. Al principio, creímos que encontraríamos una tasa más o menos constante de crecimiento poblacional, pero no fue así. En cierto punto, la Humanidad enfrentó un gravísimo cuello de botella. La diversidad genética casi se perdió: solo unas pocas familias sobrevivieron a ese cuello de botella". El tiempo en que sucedió esto fue inmediatamente posterior al evento de Toba. "En efecto, ocurrió hace unos 75.000 años", explica Jorde. La correlación entre el supervolcán y la cuasiextinción de la especie humana está hoy clara en la mente de todos los científicos.


Folleto del parque donde se indican los senderos clausurados
por la temperatura del suelo

Si Toba extinguió a casi toda la Humanidad cuando en la Tierra había 8 millones de personas: ¿cómo hará la población norteamericana para sobrevivir a un supervolcán similar, ubicado en un territorio en el cual viven -grosso modo- 270 millones?

Rampino es lacónico y sombrío: "Si Yellowstone estalla otra vez -y lo hará-, será desastroso para los Estados Unidos y eventualmente para el mundo entero".

¿Cómo comenzará?

Bill McGuire afirma que lo primero será una clara inestabilidad de la caldera. Esto ya ha comenzado. Como hemos visto, el nivel de una de las orillas del Lago Yellowstone se ha elevado 74 cm en apenas medio siglo. "Luego habrá terremotos cada vez más grandes, que continuarán in crescendo a medida que el terreno se eleva". El terremoto del 59 no puede calificarse de "pequeño". Continúa: "El lugar donde estoy ahora (su oficina en Yellowstone) habrá dejado de existir. Cuando el magma se filtre hacia arriba y destruya las rocas de la tapa de esta olla, usted y yo seremos instantáneamente incinerados. El magma saldrá disparado en forma de gigantescas columnas de 30, 40, 50 mil metros de altura, que inyectarán enormes cantidades de gases y escombros en la atmósfera. Nadie podrá acercarse a menos de 1000 kilómetros de aquí". Y Robert Christiansen concuerda: "Así es. Seremos incinerados".

No es la única indicación de que el monstruo dormido se agita en su sueño, próximo a despertar. El enorme géyser Steamboat, el más alto del mundo, está entrando en un proceso de aumento de frecuencia y violencia de sus erupciones, cosa que jamás había hecho. El Old Faithful lanza chorros más altos que en toda su historia, lo que significa que el subsuelo está cada vez más caliente. Tanto, que el Servicio de Parques Nacionales ha tenido que clausurar muchas rutas y sendas porque el terreno está demasiado caliente para pisarlo, incluso calzado.


Old Faithful

Los caminos de acceso al parque se han elevado y resquebrajado, y nuevas grietas aparecen con frecuencia donde antes solo había terreno llano, señal clara del cambio de nivel del techo de la caldera.


Bisontes junto a las fumarolas

Y lo más escalofriante de todo: en 2005, los guardaparques encontraron una manada de cinco bisontes muertos. Las autopsias demostraron que habían muerto al respirar gases sulfúricos provenientes de una fumarola. Como se comprenderá, siendo el bisonte una especie protegida, el Servicio de Parques Nacionales trata de no permitirle deambular por zonas potencialmente letales como las fumarolas sulfúricas. El parque, pues, está generando nuevas fuentes de gases venenosos que antes no estaban allí.

¿Es cierto que el ciclo se ha cumplido y que Yellowstone se encuentra a punto de estallar? Si bien el período de 600.000 años es preciso, "preciso" en geología quiere decir "con un margen de error de ± 100.000 años".


Caída de cenizas de las explosiones anteriores de Yellowstone

Sea el Apocalipsis mañana o dentro de 99.999 años, dejemos que Mike Rampino nos explique lo que sucederá: "Los flujos piroclásticos cubrirán toda la región y matarán a decenas de miles de personas en el área circundante".

La ceniza caerá, arrastrada por los vientos, y arruinarán la tierra de todas las productivas planicies del centro-sur del país. Sus efectos serán devastadores. La zona afectada es una de las regiones más ricas de la Tierra en cuanto a producción de cereales. A partir de la explosión, todas las cosechas se perderán en pocos minutos.

Bob Smith dice: "Será una clase de hecho que nadie ha visto en los tiempos históricos documentados".

Sin embargo, en la historia geológica de nuestro planeta se cuentan 20 explosiones supervolcánicas, incluidas la de Toba y las tres de Yellowstone. Como comparación, conviene saber que la Tierra solo ha recibido 5 impactos de asteroides grandes como para causar una extinción masiva. Uno de ellos fue el famoso asteroide que impactó en Chicxulub, México, y que provocó la extinción de los dinosaurios. O sea que, a efectos estadísticos, es cuatro veces más probable que la Humanidad sea testigo de una explosión supervolcánica que de un evento asteroidal como el de Chicxulub.

La explosión llegará pero, aunque no sabemos cuándo, sabemos que será terrible. Suponiendo que la caldera de Yellowstone sea como la de Bruneau-Jarbridge, los vientos predominantes del noroeste arrastrarán las cenizas hacia el sudeste, y ciudades tan lejanas como Denver o Kansas City serán sepultadas bajo varios metros de material volcánico. En 100 kilómetros a la redonda contando desde Yellowstone todos morirán, y será necesario evacuar a la gente en un círculo de 800 km. Todos los animales no evacuados morirán de la enfermedad de Marie en 1600 km a la redonda, y la gruesa capa de ceniza cubrirá el 60% de la superficie de los Estados Unidos.

La producción de cereales se detendrá por completo, y el hambre subsiguiente provocará un caos social y económico monstruoso. El "granero de Estados Unidos" (las praderas del Medio Oeste) no volverán a ver un grano de trigo, y el país comenzará a depender de las importaciones, principalmente de Rusia. Es astronómicamente improbable que la sociedad norteamericana tal como la conocemos pueda sobrevivir a la explosión del supervolcán. No olvidemos que la última que ocurrió, en Indonesia, obligó al ser humano a abandonar el continente africano, a miles y miles de kilómetros de distancia.


Simulación del aspecto de EEUU luego de la explosión.
En el terreno cubierto de lava y cenizas se observa (casi al centro de la imagen)
el cráter dejado por la caldera destruida

Los efectos a nivel planetario serán aún peores. La noche nuclear durará años, y la temperatura media caerá de tal forma que estaremos ante una glaciación que durará milenios. Se calcula que el frío, el hambre, la guerra y el caos matarán en forma indirecta a la quinta parte de la Humanidad (unos 1300 millones de personas), sin contar los muertos norteamericanos debidos a la explosión en sí y a la ceniza.

¿Se puede hacer algo para evitar esto o paliar las consecuencias? Dice Rampino: "No se me ocurre ninguna tecnología conocida o por conocerse capaz de evitar esto ni de minimizar sus alcances". Tal vez preparar cuidadosos planes de evacuación pueda ayudar a salvar muchas vidas en EEUU, pero eso no evitará la noche nuclear, la glaciación ni el hambre mundial. Tampoco impedirá la extinción masiva de especies que seguirá.

Ante este espantoso e inevitable panorama, Mike Rampino concluye: "Ya no es cuestión de si Yellowstone explotará o no, sino de averiguar cuándo. Porque la superexplosión ocurrirá tarde o temprano".

Miles de millones de muertos, la sociedad destruida, los cultivos arruinados, las especies extintas, la productividad colapsada, el hambre extendida, la noche y el frío durante siglos o tal vez milenios...

Eso es un supervolcán. El Armageddón hecho realidad. La madre de todas las pesadillas.

La buena noticia es que hemos descubierto —¡por fin!— una manera efectiva de terminar con el calentamiento global.


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