Editorial - Axxón 175

Credibilidad hoy
Por Eduardo J. Carletti, editor de Axxón


Dicen que las personas con una mente sana conocemos el límite entre lo real y lo irreal, que podemos diferenciar entre lo posible y lo que no lo es.

¿Es verdad? ¿O sólo creemos esto?

De hecho, sólo es verdad a nivel de nuestro mundo cotidiano. Porque si nos elevamos a niveles cósmicos, o descendemos a niveles subatómicos, la certeza desaparece.

¿Qué es la materia oscura? ¿Existe? ¿Es posible visualizar una cosa llamada salto cuántico, una "fuga" a través de la nada y de cualquier obstáculo? ¿Existe la dualidad onda-partícula... cómo sería eso representado en una maqueta "palpable"? ¿Hay una cosa que impregna todo el universo, definiendo su destino, a la que llamamos energía oscura? ¿Existe una cosa tan extraña como un túnel de gusano a través del universo?

Creemos que existen, o creemos, al menos, que los científicos están seguros de que estas cosas existen, o que podrían existir, aunque también sabemos que estas entidades surgen de sistemas de ecuaciones y de interpretaciones de teorías. Nada en nuestro mundo cotidiano, nada que podamos palpar, nos permite, así automáticamente, confirmar nuestra creencia en ellas.

¿Esto es malo o es bueno?

Bien, aquí entramos en nuestro tema: pienso que en la época en que recién se comenzaba a hablar del átomo y de su fisión de una manera cotidiana, muchos sintieron la sensación de la que hoy hablamos. El sentido común, los conocimientos intuitivos, llegan a un límite. Cuanto más penetra la ciencia en la realidad, más cosas descubrimos fuera de nuestra capacidad de percepción.

¿Es esto bueno o malo?

Yo creo que es bueno, ¿no?

Aprovechando el estilo y lenguaje con el que se expresa la ciencia, que en el mundo "real" nos hace aceptar misteriosas entidades como la materia y la energía oscura, podremos escribir los relatos más fantásticos.

En Un fuego sobre el abismo, excelente novela de ciencia ficción ganadora de múltiples premios, Vernor Vinge nos sumerge en una historia en la que las especies que han "trascendido" se convierten en Poderes, unas entidades prácticamente omnipotentes. El futuro y el poder no se hallan en el núcleo de la galaxia (a la que él llama la Zona Lenta), sino en su borde (el Allá y el Trascenso). Esto significa que Vinge postula que existen zonas del espacio en las que es posible desarrollar terriblemente la inteligencia y la capacidad cognitiva, tan solo por morar o haber nacido en ese sector de la galaxia, y otras en las que no.

Lo mágico es que Vinge no necesita explicar nada, tiene la ayuda del corpus actual de la ciencia. Si encarásemos al autor en una convención y le preguntásemos por qué cree que es posible eso, en base a qué mecanismos, él podría apelar a los misteriosos caballitos de batalla de la física actual: grumos en la energía oscura, distintos grados de condensación de los campos (sea lo que sea esto), fronteras de dominio que separan zonas con mayor o menor tensión energética, una nueva fuerza, no detectada aún, que influye sobre la organización de la información...

Para dar estos ejemplos apelo, simplemente, a un lenguaje que suene más o menos como el de algunos papers de los cosmólogos y/o físicos actuales. Si no soy creíble, es falla mía. Sin duda Vernor Vinge lo hace infinitamente mejor.

Echando mano a estos recursos al escribir un relato, un autor dispone de la libertad de hacer desaparecer el límite entre "lo posible" y lo que "no lo es". ¿Dónde queda hoy este límite?

Dentro de la frontera que nos fija la credibilidad de los lectores. En esta época, una frontera elástica hasta lo imposible.

Eduardo J. Carletti, 4 de julio de 2007
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