CONOCIENDO A LOS BARTLETTS

Karen y Craig Cornwell

Inglaterra

Una esfera de luz blanca iluminó el oscuro cielo de la mañana, asomando a unos treinta metros por encima de la tierra, antes de caer como una piedra lanzada a la deriva.

Samantha Bartlett puso cara de sorpresa mientras miraba volar el platillo desde la ventana de la cocina. Era algo que no solía verse todos los días. —Qué raro —dijo, minimizando de alguna forma la situación.

Tras ella, Bruce Bartlett entró brincando a la cocina como cualquier niño normal de once años. —Hola mamá... ¿qué es "raro"?

—Nada; sólo vi un OVNI.

Bruce se rió, pero al notar que su madre permanecía seria se detuvo. —Estás bromeando, ¿cierto?

Samantha negó con la cabeza.

Bruce frunció el ceño mientras ahogaba en leche una enorme porción de cereal. —¿Has estado bebiendo de nuevo el whisky de papá?

Sam hizo una mueca ante la memoria del whisky casero de Bob. Aquel brebaje casi le había costado el esmalte de sus dientes, ¡sólo Dios sabía lo que le había hecho por dentro! —¡Claro que no! Yo sé muy bien lo que vi, jovencito, y era un platillo volador. Aterrizó en el campo de los Shusters. Y ahora mismo voy a despertar a tu padre... tenemos que avisar a la policía.

Una mirada de preocupación cruzó por el rostro de Bruce. —Haz todo menos eso.

—¿Qué cosa? ¿Despertar a tu padre?

—No, decirle a la policía —dijo Bruce—. ¿No sabes lo que pasa cuando alguien llama a la policía y dice que vio un OVNI? Desaparecen. —El tono de su voz era más sombrío que el de un profeta anunciando el Armageddon.

—No seas ridículo —dijo Sam—. Tienes once años. ¿Qué puedes saber tú de cualquier cosa?

—Todo está en Internet —explicó Bruce—. Uno puede enterarse de todo por ahí.

Sam enarcó la ceja con escepticismo. —¿Has estado viendo los DVDs de ciencia ficción de tu padre de nuevo?

El chico negó con la cabeza. —Ya te dije, lo leí en la web. Hay cientos de personas que tras reportar un OVNI han desaparecido.

Samantha le lanzó a su hijo una mirada recriminatoria. —Creo que es tiempo que habilitemos el control de contenido inadecuado en la PC.


—Shhhhh, Bob ¿escuchaste eso?

Bob Bartlett era escéptico, pero tuvo el buen criterio de no mencionárselo a su esposa. —No estoy diciendo nada...

—Cállate y escucha —ordenó Samantha.

Y ahí estaban, a la entrada de la propiedad de los Shuster, que habían dejado crecer la hierba por muchos años, tanto que casi les llegaba al hombro. Era difícil descifrar si algo se ocultaba ahí; el sitio bien podría esconder a toda una flota de naves espaciales.

Bob puso atención. —No escucho nada.

—¿No alcanzas a escuchar ese zumbido?

Bob hizo un esfuerzo. —No.

—Bueno, yo sí —insistió Samantha.

De pronto, el zumbido comenzó a crecer.

—Sí, ahora lo escucho.

—Cada vez se oye más fuerte —dijo Samantha.

—O más cerca —agregó Bob. Y sólo entonces advirtió que si su esposa en verdad había visto un platillo volador era absurdo pensar que sus ocupantes saldrían de la nave lanzando por delante un "Venimos en son de paz". Un horrible temblor le recorrió la espina dorsal; de pronto buscar un OVNI ya no parecía tan divertido.

—Volvamos a casa. Esto es una tontería —le dijo a su esposa.

—No. Vamos a ver más de cerca.

Pero Bob se sentía mucho menos entusiasta. —A ver, y ¿qué piensas hacer si en verdad es una nave espacial?

—No había pensado en eso —admitió Samantha—. Llamar a la policía, supongo.

—¿La policía? ¡Mejor llamamos a los periódicos! Te aseguro que apenas enteremos al Universal de esto, el lugar estará repleto de reporteros, fotógrafos. ¡Saldremos en primera plana...!

—Creo que primero debemos concentrarnos en encontrar la nave.

—Bob refunfuñó. —Esto es propiedad privada. Shuster se va a poner como loco si nos agarra aquí. Y ya sabes cómo es él. Y ¿qué tal si lo que viste no era una nave espacial, sino una bomba o cualquier otra cosa?

—No seas ridículo.

—Estoy en pijama, apenas vestido con una chaqueta, en la propiedad del viejo Shuster, buscando una nave espacial a las siete de la mañana... —dijo Bob—. Si eso no es ridículo no sé que pueda serlo.

—Deja de quejarte. Yo sé muy bien lo que vi. ¿Vas a venir o estás demasiado asustado como para caminar a través de la hierba?

Bob estuvo a punto de responder, antes de que la hierba se partiera en dos y una gigantesca figura apareciera frente a ellos. —¡Dios mío! ¡Es un maldito robot! —Y en verdad lo era. Un enorme bastardo plateado con los ojos enrojecidos y cuyos puños parecían un par de manojos de plátanos metálicos.

—¡Oh, Dios Santo...! —balbuceó Bob un poco antes de que el robot lo lanzara de cabeza y perdiera el conocimiento.

—¡Oh...! —alcanzó a susurrar Samantha antes de correr la misma suerte que su esposo.


—Felicitaciones, terrestre.

Bob volvió en sí para encontrarse con tres enormes y escrutadores ojos azul pálido.

—¡Ahhh! —exclamó e intentó moverse, pero se encontró a sí mismo bien atado. Volvió la mirada de nuevo hacia los ojos y volvió a gritar:— ¡Ahhh!

Los ojos estaban unidos a una cabeza que, aunque calva y desprovista de nariz, mantenía un cierto aspecto humanoide. A ésta le seguía un cuerpo delgado, con dos piernas y brazos, de los que pendían manos de dedos largos. —Ustedes los terrestres tienen un vocabulario muy limitado —dijo el alienígena.

—¿Dónde está mi esposa? —preguntó Bob, imperativo, sin notar lo mucho que aquella criatura se parecía al legendario "Alienígena de Roswell".

—Ah, finalmente, una oración coherente —contestó el alien—. Ya era hora. Todos los otros prisioneros cayeron en alguna clase de profundo shock y nunca más despertaron. Empezaba a dudar de su inteligencia, aún con lo limitada que es.

Bob no replicó; ¿qué se podía decir a eso? Seguramente nada amable...

—Terrícola, mi nombre es Jeff —continuó el alien lentamente, como si le hablara a un niño, o a un idiota—, y soy el líder de... ¿qué?

Otro alienígena que hasta entonces había permanecido oculto se acercó por detrás de Bob y balbuceó algo incomprensible, a lo que Jeff respondió de forma acalorada. Ambos alienígenas discutieron fieramente por un rato, hasta que Jeff lanzó un terrible bufido sobre la nuca de su compañero. A continuación se volvió hacia Bob, fulminándolo con la mirada, mientras seguía gritando en su propio idioma, antes de salir de la habitación como un maniático.

¿Qué había sido todo eso?

Bob no quería saberlo. Echó un vistazo al cuarto.

Se trataba de una habitación larga repleta de mesas de operaciones y maquinaria siniestra. En una esquina se encontraba, apagado, el robot plateado. ¿Dónde he visto esa cosa antes...? Además del sitio donde los secuestraron, claro.

No había tiempo para eso, se dijo. —Tengo que salir de aquí.

Bob luchó contra los amarres por unos momentos hasta darse por vencido. Eran muy fuertes y parecía obvio que no cederían por más que lo intentara. —Esto se ve muy mal.

—¿La estás pasando bien, querido? —dijo Samantha de pronto.

—¿Sam? —Bob movió la única parte de su cuerpo que estaba libre, su cabeza—. ¿Estás bien? ¿Dónde estás?

Samantha sonrió, aunque Bob era incapaz de ver el gesto. —Estoy detrás de ti. Creo que mis ataduras están un poco flojas, tal vez pueda soltar una de mis manos.

—Muy bien.

Samantha forzó las cuerdas alrededor de sus muñecas y después de unos minutos liberó sus manos. Por desgracia eso sólo los condujo a un nuevo problema: el robot.

Tan pronto como Sam estuvo libre el robot se alzó contra ellos y, evidentemente, no tenía buenas intenciones.

Repentinamente, Bob logró recordar dónde había visto antes al robot. —¡Klaatu Barada Nikto! —gritó. El robot se detuvo y cayó sin vida sobre sí mismo.

Bob sonrió ante el rostro sorprendido de su esposa. —¡Sabía que había visto a ese robot en alguna parte! Y tú que decías que perdía el tiempo mirando mis viejas películas de los cincuenta.

Samantha miró a su marido como diciendo: "este no es el momento, ni el lugar para hablar de eso".

—¿Ves? ¿No te hace feliz que haya visto El día que paralizaron la Tierra tantas veces?

Sam no parecía muy contenta. —Salgamos de aquí. Ya he tenido suficiente de naves espaciales por el día de hoy.

—¿Y tú sabes dónde está la salida?

Sam se encogió de hombros. —¿Y qué tan difícil puede ser? Es una nave pequeña. —Abrió una puerta más—. Tal vez por aquí.

—Es una cocina —dijo Bob.

Jeff dejó caer el sándwich que se estaba preparando y se volvió hacia ellos. —¿Cómo escaparon? —balbuceó.

—Nosotros, los humanos, somos más listos de lo que piensan —dijo Bob.

Jeff dio un par de pasos al frente, con lo que mostró su estatura completa; un decepcionante metro y medio. —No sé cómo es que se liberaron, pero ambos morirán por interferir en nuestros planes.

—¿Qué planes? —preguntó Bob.

Jeff los señaló con el cuchillo para el pan. —Nuestros planes de colonizar este mundo patético, por supuesto, ¿qué otra cosa? —Sacudió el cuchillo y una pequeña espada de cinco pulgadas apareció en la punta. Luego saltó hacia delante blandiendo el arma de manera amenazadora.


Ilustración: Fraga

Bob se hizo a un lado, esquivando así el ataque del pequeño psicótico, mientras buscaba a su alrededor algo con qué defenderse, un cuchillo. Presionó el único botón que poseía el objeto y un diminuto láser, idéntico al de Jeff, apareció.

Ambos comenzaron a medirse el uno al otro, caminando en círculos, amenazándose con sus respectivas armas.

Jeff exclamó: —¡No pueden escapar! ¡Nadie debe saber que estamos aquí hasta que sea demasiado tarde!

Bob se le enfrentó. Tal vez no había recibido el entrenamiento de un soldado como Jeff, pero era el héroe de su propio cuento y los héroes cuentan con una ventaja que la gente normal no posee; buena suerte. Además, se había memorizado cada duelo de espada láser sucedido en aquellas memorables seis películas...

—¡Toma esto! —gritó Jeff, y de un movimiento perforó la chaqueta de Bob, rasgando parte de su pecho.

Bob se pasó un dedo por debajo del corte. Afortunadamente no era muy profundo, además de que era el tipo de cicatrices que "el bueno" recibía en esa clase de duelos.

—¡Vaya, me heriste! —dijo y se rió—. Da comezón —agregó mientras se preguntaba en qué momento se había transformado en un héroe.

Samantha se refugió en el marco de la puerta al tiempo que observaba a ambos contendientes moverse alrededor de la cocina como si estuvieran en las pruebas previas a un concurso de baile.

—Un poco de ayuda no me caería nada mal, querida —dijo Bob al momento que se defendía de los avances de Jeff.

Jeff llevaba ventaja, después de todo, la suerte no puede contender por mucho contra las superiores habilidades de un guerrero. Golpeó a Bob repetidas veces, empujando poco a poco a nuestro héroe hacia el fracaso.

Sam pensó que tenían suerte que la nave tuviese la misma gravedad de la Tierra y que todo el mundo hablara perfecto inglés. Por supuesto, los alienígenas no tratarían de tomar la Tierra si ambas razas no mantuvieran ciertas similitudes, ¿no es así?

Jeff logró que Bob soltara su cuchillo tras patearle la mano. El arma voló a través de la cocina hasta la puerta del refrigerador, donde provocó que cayeran unos cuantos imanes en forma de cochinitos que ahí se encontraban. —¡Ahora te tengo en mi poder!

Pero Bob le dio al alienígena un puñetazo directo en la barbilla. —Yo creo que no.

Jeff se tambaleó dejando caer su cuchillo. Sacudió la cabeza, sonriendo, y luego tomó una pose clásica del kung fu, popularizada por el legendario Bruce Lee.

Un momento... ¿Cómo es que un alien conocía algo acerca del kung fu? Bob retrocedió lentamente.

Jeff saltó hacia él con una gran variedad de patadas mortales, y golpes asesinos. —¡Iyaaa! —exclamó.

Bob gritó al tiempo que Jeff lo golpeaba sin cesar a través de la cocina, hasta que cayó contra una pila de sartenes y cacerolas.

—¡Y ahora yo... ooouf! —dijo Jeff, y cayó al suelo con una expresión de extrañeza en el rostro.

Tras él, Samantha soltó una cacerola. —Lo siento. Me estaba aburriendo —explicó al tiempo que ayudaba a Bob a levantarse—. Es mejor que te tratemos esa herida cuanto antes —agregó.

Bob se miró la herida. Ahora le parecía terriblemente profunda y la sangre brotaba de manera alarmante. Hizo una mueca de dolor, dejando finalmente su papel de héroe para siempre. —¿Es una herida mortal?

Sam se encogió de hombros. —No se ve muy bien, pero tú tampoco. Vamos, salgamos de aquí de una vez por todas.


—Entonces contactamos a la policía y volvimos a casa cuanto antes para asegurarnos de que estabas bien —finalizó Samantha.

Bruce, que había escuchado con atención la historia completa, negó con la cabeza. —Mamá, papá, lo que me han contado es la tontería más grande que escuché jamás. Hombres del espacio, naves y robots gigantes, ajá. Nunca imaginé que ustedes tuvieran tanta imaginación.

Bob se quitó la camisa y retiró la venda que le cubría el pecho. —¿Y qué hay de esto? ¿Y del agujero en mi chaqueta?

Bruce entornó los ojos. —He visto peores tajos hechos por el filo de un papel. Además, esa chaqueta ya tenía agujeros de antes.

Samantha y Bob intercambiaron una mirada de desolación.

—Sabía que había una razón para que ese libro de consejos para padres estuviera en el estante de tres por cinco dolares —dijo Bob.

Bruce se rió entre dientes y sacudió su cabeza de nuevo. —¡Padres! ¡Despiértenme cuando los dinosaurios comiencen a comerse a los vecinos!



Karen Yeo Cornwell tiene 33 años y vive en el Sur de Londres. Hasta ahora sólo había publicado algunos artículos para periódicos locales y aunque escribe ficciones desde hace varios años, esta es la primera historia que envía a un sitio web. Tal vez la explicación haya que buscarla por el lado de Craig Cornwell, su esposo, un escritor de 38 años que vive en el lugar en el que nació su héroe: H. G. Wells (las iniciales de su hijo más pequeño son H y G). Craig ocupa su tiempo escribiendo y colaborando en el desarrollo de www.creativeisland.co.uk. "Meet the Bartlett's" es la décima historia que le han publicado. Sus libros Whoops! There goes the neighbourhood, Do Robots Dream of Electric Domesticated Farm Animals? y The Amazing Adventures of Flame-boy and Icella están disponibles en www.lulu.com.


Axxón 169 - diciembre de 2006
Cuento de autores europeos (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Invasores: Humor: Ingleses: Inglaterra).