EL LADO OSCURO

Guy Hasson

Israel

El temor al más allá [...] intriga a los sentidos y nos hace soportar
los males que tenemos, antes que huir hacia otros que ignoramos.
—Hamlet, Príncipe de Dinamarca; Shakespeare.

1

Mi memoria ya no es lo que era.

No es que no recuerde lo suficiente. Es que recuerdo demasiado.

Este momento presente es un ejemplo: estoy en mi apartamento, sentado en un costado de la cama, y junto a mí duerme una mujer desnuda. Ahora bien, la pregunta que me viene a la mente es: ¿cómo llegó ella aquí?

Recuerdo que anoche golpearon a mi puerta. La abrí y era ella, vendiendo seguros de vida. La hice pasar. Hablamos. Le dije la verdad. Me dijo que yo era un suicida, un riesgo demasiado alto, que no accederían a asegurarme. Pero toda esa charla sobre la muerte la excitó. Terminamos en la cama. Terminé aquí, observándola.

Tiene sentido. El recuerdo es muy vívido. El problema es que también recuerdo otra cosa.

Anoche yo tenía hambre. El refrigerador estaba vacío. Bajé al Seven-Elevenlocal, a cinco minutos de caminata, a comprar comida. Cuando entraba, ella estaba saliendo. Apenas la vi, le dije:

—Te verías genial dentro de un ataúd.

Simplemente lo dije, no pensé en nada y entré.

Por algún motivo, ella retrocedió y me siguió hasta el interior de la tienda. Inició una conversación. Yo le gustaba. La primera persona en mucho tiempo que no se volvía loca después de conversar cinco minutos conmigo. Me gustaba. Mucho. Ella aceptó ir a mi apartamento. Sólo unos minutos, dijo. Al final se quedó toda la noche.

Este recuerdo es tan claro como el primero. Recuerdo nuestra charla en la tienda, palabra por palabra. Recuerdo la conversación en mi sala, la conversación sobre el seguro de vida, con la misma exactitud.

También recuerdo algo completamente distinto.

El refrigerador no estaba totalmente vacío. Había suficiente para una última comida. Sin doble sentido. Comí frente al televisor. De pronto, la imagen vaciló. Levanté la vista. Y allí estaba ella, atravesando la pared y deteniéndose delante del aparato. Lo admito, me sorprendí un poco. Pero, en fin, si sucedió, sucedió. Mientras sea la realidad, es real, ¿verdad?

Ella quería comida. La compartimos. Hablamos. Dijo que normalmente no atravesaba las paredes, pero que yo le gustaba. A mí me gustaba ella. Terminamos en la cama mucho más rápido que las otras dos veces. Me quedé dormido inmediatamente después. Desperté y ella todavía estaba aquí.

Muy bien, se supone que la gente no puede atravesar las paredes. Pero este recuerdo me parece tan real como los otros dos. Una de las versiones del pasado posiblemente es la verdadera. Quizás todas lo sean. Quizás ninguna. Realmente no lo sé. Todas ellas parecen igualmente reales.

Aunque recuerdo más detalles de los que acostumbraba, mi memoria se ha vuelto menos confiable. He aprendido a no creer nunca en ella, incluso aunque me diga la verdad.

Así que vuelvo a mi pregunta original. ¿Cómo llegó ella aquí?

Ni siquiera recuerdo su nombre. Es decir, recuerdo tres nombres diferentes.

Esperaré a que despierte y se lo preguntaré.

Por un lado, tal vez no recuerde haber pensado en esto. Tal vez no recuerde estar confundido. Tal vez me olvide de preguntárselo. Tal vez nunca haya tenido todos estos pensamientos. Tal vez este es uno de mis recuerdos falsos. Tal vez no hay nadie en mi cama. Tal vez lo mejor será que la despierte y se lo pregunte ahora, antes de que me olvide de las distintas maneras en que puede haber llegado a mi cama.

Pero, por otra parte, si me olvido de preguntárselo, no me enojaré conmigo por olvidarlo, porque habré olvidado que lo olvidé.

¿En qué estaba pensando? Me olvidé.

La dejaré dormir.


2

Tengo un cuchillo en la mano. Estoy parado frente al espejo del baño con un cuchillo en la mano. No recuerdo cómo llegué aquí, no recuerdo qué día es. En este mismo segundo, ni siquiera recuerdo mi nombre. Pero no importa. Si me acordara, no me creería. Lo único que importa es el presente. Lo único que importa es lo que tengo delante.

Delante está mi imagen del espejo. Necesito afeitarme. Debe ser de mañana. No importa.

Tengo un cuchillo en la mano. Creo que no vine aquí para afeitarme. Aprieto el cuchillo contra mi garganta. Muy afilado. Un corte rápido y se termina todo.

¿Podría ser? ¿Realmente es el momento de hacerlo, de dejar este mundo y pasar al otro lado? Debo haber hecho todos los preparativos y lo he olvidado. Hay una multitud de miles dentro de mi cabeza, clamando: "¡Hazlo! ¡Hazlo! ¡Hazlo!". Oh, lo haré, no se preocupen por eso.

Me pongo el cuchillo en la garganta. La multitud ruge.

Pero... ¿y si no estoy listo? ¿Y si el motivo por el que no recuerdo haber hecho los preparativos es que no los hice? ¿Y entonces por qué estoy aquí con un cuchillo? ¿De dónde saqué el cuchillo, en todo caso? Por una vez, ni un solo recuerdo acude a mi mente.

Tendría que hacerlo. Tendría que hacerlo y punto. Estoy planeando esto desde hace más de un año. Es hora. Lo siento. Lo sé.

Clavo la vista en el espejo. Ese es el lugar donde hay que cortar, justo allí. Moriré desangrado, tirado en el suelo. En cuestión de minutos, estaré casi completamente vacío de sangre. Suena divertido.

Comienzo a cortar. Duele. Vaya sorpresa.

Me detengo. Apenas un rasguño, todavía.

¿Por qué tanto remilgo?

Algo anda mal. ¿Por qué no puedo recordar cómo llegué aquí? ¿Por qué ni uno solo de mis recuerdos me está diciendo que hice todos los preparativos que corresponden? ¿Tal vez ya hice todos los experimentos, tal vez ya no quedan preparativos por hacer, tal vez ya sé lo que hay del otro lado porque ya estuve allí? ¿Quizás esta vez me quedaré allí en forma permanente?

No lo sé. No me acuerdo.

No importa. Obviamente, vine aquí para hacerlo. Tengo que confiar en mi buen juicio, incluso aunque no recuerde. Además, si hice o no los preparativos, igual voy a ver lo que hay del otro lado. En el peor de los casos, no regresaré para contárselo a nadie. ¿Qué tiene eso de malo?

Me preparo para cortar otra vez.

¿De dónde saqué este cuchillo? No importa.

La multitud me alienta. Me tiembla la mano. Esto es ridículo. No puedo tenerle miedo a la muerte.

Vamos, compórtate como un hombre. ¿Tienes agallas? Sí, te dolerá, ¿y qué? Sabes que quieres hacerlo.

Mi mano sigue sin moverse.

No. Hoy no. Hoy no. Me niego a hacerlo sin saber qué estoy haciendo y por qué lo estoy haciendo. La multitud me abuchea. Créanme, amigos, yo soy el que está más decepcionado.

Bajo el cuchillo. No me hice daño. La muerte seguirá estando aquí mañana. Y pasado mañana, y pasado. Me mataré cuando recupere la memoria.

Mi cabeza se golpea contra un objeto duro. ¡Ay, me dolió! Estoy en el suelo. Debo haberme caído por algún motivo. Me levanto y miro alrededor. Estoy en el dormitorio. Hay una mujer desnuda en mi cama. ¿Qué está haciendo en mi cama? Ah, sí, atravesó la pared o vino a venderme un seguro de vida o la conocí en el Seven-Eleven... o algo así.

Debo haberme quedado dormido. Todo eso del cuchillo debe haber sido un sueño. En tal caso, soy un imbécil de primer orden. No soy capaz de matarme ni en sueños.

Sin embargo, quizás aquella era la realidad, y esto el sueño. Se sienten exactamente igual. Pero ahora estoy aquí, así que debo considerar que esto es la realidad.

La miro. No me había dado cuenta, pero ella se ve increíble.

Dios, espero que sea la que atravesó la pared. Me encantaría ver eso de nuevo.


3

Ella se mueve.

Abre los ojos y me mira. Sonríe. Oh, morir, morir, cortarte absolutamente las muñecas y morir, morir.

—Buenos días —dice ella. Tiene una voz magnífica—. Ven aquí.

Voy. Me acerco a ella y me besa. Pero hay algo en sus ojos. Sus pensamientos están en otro lado. Me aparto. Quiero preguntarle qué es lo que anda mal.

De pronto, saca un cuchillo de oculto tras su espalda y se abalanza sobre mí, hundiéndolo en mi pecho. Grito, primero de sorpresa, luego de dolor. Salto hacia atrás. El cuchillo está alojado en mis costillas. La sangre sale a borbotones de la herida. Me duele respirar. No estoy preparado. Así no es como yo quería morir. ¡Mi corazón! ¡Me duele el corazón! Miro hacia abajo...

No hay ningún cuchillo. Estoy parado, jadeando. No hay cuchillo, ni agujero en el pecho, ni sangre en ninguna parte. La miro. Ella duerme o finge dormir. Se mueve ligeramente, probablemente por el ruido que hice, pero sigue durmiendo.

No sé qué fue esto, pero no fue un sueño. Estoy de pie. Yo no sueño parado. Grité y ella me oyó. El dolor era real, aunque ahora haya desaparecido.

Es probable que ella todavía tenga el cuchillo.

Retiro las mantas y busco un cuchillo. No hay ninguna clase de arma en ningún sitio. O lo escondió o fue uno de mis recuerdos falsos. Todavía me cuesta respirar. Ella sigue durmiendo.

Vuelvo a sentarme y me digo que no importa. Hace mucho renuncié a intentar entender lo que en verdad está ocurriendo. El pasado nunca tiene sentido. Siguen sucediendo cosas raras. A veces se resuelven, a veces se de-suelven.

Me pregunto si ella estará aquí de verdad.

Está dormida. Esperaré. Quizás desaparezca.


4

No desaparece.

Vuelve a despertarse. Ha pasado una hora desde que trató de apuñalarme.

Me mira y sonríe. ¡Ah, qué hermosa sonrisa!

—Buenos días —dice. Su voz sigue siendo magnífica.

—Buenos días —digo. Por muy peligrosa que sea, no puedo evitar devolverle la sonrisa.

Se despereza. Mi corazón pega un brinco. Pero no me atrevo a acercarme demasiado. Aprendo de la experiencia.

—¿Trataste de apuñalarme?

Se le arruga la frente y entrecierra levemente los ojos. Pero sigue con esa sonrisa.

—No —me dice con sencillez.

Podría estar mintiendo. Opto por creerle.

—¿Atraviesas las paredes?

Se ríe. —No.

Maldición.

—¿Vendes seguros de vida?

Pestañea. —No.

—Entonces debes haber dejado tus víveres en el coche.

—Brillante deducción, Holmes. —Y vuelve a sonreír. Lo interpreto como un sí.

Entonces... la mujer que conocí en la tienda se llamaba Sharon. Me pregunto de dónde habrán salido los otros recuerdos. ¿Tuve a otras mujeres aquí? ¿Y por qué todas se parecían a ella? No importa. El pasado nunca tiene sentido. Sólo importa el presente. Y en el presente hay una hermosa mujer desnuda que está sentada en mi cama y que muy probablemente no trató de matarme.

—¿Te gustaría desayunar, Sharon?

—Claro. Pero primero quiero el postre. —Hace ademán de que me acerque. Me subo a la cama. Nos besamos—. Estoy decepcionada —dice ella, mientras mis besos se encaminan al sur.

Me aparto. —¿Por qué?

—No hay ataúdes. Por lo que me dijiste, pensé que dormías dentro de uno.

—Admito —le digo— que estar muerto y dentro de un ataúd es la ambición de toda mi vida. Pero por lo general se necesitan años de duro trabajo y dedicación para lograr tus objetivos.

Me mira de forma extraña. He visto esa mirada otras veces, en muchos rostros diferentes. Es la mirada que la gente me lanza cuando no sabe qué pensar de mí. Pero pasa muy rápido, y ella se ríe.

—Estás muuuy del otro lado, Joel —dice, y se inclina para besarme el pecho.

En realidad, estoy muy de este lado. Dentro de mi cabeza. Mis tres yo.

Hacemos el amor. Y la multitud nos aclama.


5

—¿Y qué haces —le pregunto— cuando no estás vendiendo seguros?

Estamos sentados a la mesa de la cocina. Preparé unos huevos. O ella preparó unos huevos. O alguien preparó unos huevos antes de que llegáramos a la cocina. En todo caso, estamos comiendo huevos.

—Como nunca vendo seguros, hago de todo.

—Lo diré de otra forma. ¿Qué haces en lugar de vender seguros?

—Vender seguros nunca fue una opción, así que no hago nada en lugar de eso.

—Último intento. —Ella hace un gesto de "por favor" —. ¿Cómo te ganas la vida?

—Oh, ¿era eso lo que querías saber? —Me gusta. No me tiene miedo. No me deja salirme con la mía en nada—. Levanto cajas en el puerto.

—¿En serio? Pensé que no tenías suficiente músculo.

—¿Para la publicidad?

—¿Publicidad? Creí que me habías dicho que levantas cajas en el puerto.

Ella deja de masticar y me mira.

—¿Hablas en serio?

Me encojo de hombros. —Es lo que escuché.

—¡Ni siquiera suena parecido! —Vuelvo a alzar los hombros. Ella parece cavilar algo, luego sigue masticando—. ¿Y qué haces tú cuando no miras ataúdes?

—En realidad, eso es básicamente lo que hago todo el día. Te sorprendería saber las variedades que hay en...

—Lo diré de otra forma. ¿Cómo te ganas la vida?

—No hago nada. Ya me gané la vida. Acostumbraba... hacer distintas cosas con aparatos. Patenté un par de inventos que me permitieron retirarme por los próximos siglos.

—¿Y ahora qué haces?

—Doy vueltas por la casa. Y pienso.

—¿Piensas? ¿En qué piensas?

—En la vida, la muerte, esas cosas.

—¿En ataúdes?

—También.

—¿No se vuelve agotador después de un tiempo? ¿Sólo tú y tus pensamientos?

—En realidad, las horas del día no me alcanzan para ocuparme de todos mis pensamientos.

—Mmm... —Ella toma otro bocado y se pone a reflexionar en algo—. ¿También estás trabajando en algo ahora? Es decir, inventando algo nuevo.

—En realidad... —comienzo, pero entonces me pregunto cuánto debo decirle. No todo. Aún no—. Digamos que estoy trabajando en un nuevo campo de investigación. Todavía estoy... en la etapa de sólo pensar en el tema.

—¿De qué se trata?

Abro la boca; luego me detengo.

—La próxima vez. Si es que hay próxima vez.

—Tienes razón. Tengo que irme. No quiero llegar tarde al trabajo, ¿verdad? —Me mira y sonríe—. Si llego tarde, ¿quién va a levantar todas esas cajas?

No digo nada. O escuché mal, o ahora escuché bien y antes escuché mal cuando ella dijo que trabajaba en publicidad. O me hizo una broma. O algo así.

—Y en cuanto a regresar... puedes estar seguro. Me gusta dormir con muertos que caminan.

—¿O sea que eres necrofílica?

—Oh, absolutamente. —Y me besa en la mejilla.

—Bien. Yo también.

Ella comienza a sonreír; luego la mitad de su sonrisa se cae y la otra mitad se congela. No está segura de que haya sido un chiste, pero yo no me acuerdo de lo que le dije.


6

Cierro la puerta tras ella. Miro por la ventana hasta que la veo entrar en el coche y alejarse.

Ahora estoy solo. Y comienzo a pensar: ¿alguna vez estuvo aquí? Y lo cierto es que no lo sé.

Cuando estaba aquí, la sentí real. Pero ahora es ahora y ahora ella no está, y lo único que tengo es un recuerdo. Y no puedo confiar en mis recuerdos. Lo único que tengo ahora es la maravillosa sensación de haber pasado una noche y una mañana con la mujer más increíble que he conocido. No significa que haya sucedido de verdad.

Si aparece de nuevo, significará que ha estado aquí antes. A menos, por supuesto, que su reaparición sea también un recuerdo falso. Pero aunque venga otra vez, tendrá que irse en algún momento. Y me quedaré solo conmigo y mis pensamientos y mis dudas. El único instante en que ocurre algo real, algo de lo que puedo depender genuinamente, es cuando estoy solo. Mis pensamientos son reales, ya sean recuerdos falsos o no. Mis sentimientos son reales, ya sea que la gente por la que tengo esos sentimientos exista o no.

Los demás siempre se van y se vuelven parte del pasado. Yo siempre soy el único que está constantemente aquí, en el presente. Y el presente es lo único en que puedo confiar. Ese es el remate final: siempre estoy solo. Yo y mis pensamientos.

¿Pero dónde habré puesto ese cuchillo?


7

Nunca me agradó el concepto de la vida después de la muerte. Parece ridículo. Puesto que la muerte sigue a la vida, no podemos esperar que contenga vida, porque es lo que viene después de nuestra vida. Si hubiera vida en la muerte, la muerte sería la vida, y no sería la muerte, ¿verdad? La cuestión no es si hay vida después de la muerte, sino si la muerte no es la nada.

Esa pregunta me ha intrigado desde que tengo memoria. Y cuando morí se hizo aún más intrigante.

Tenía siete años cuando me ahogué en la piscina. El guardavidas me resucitó. Pero por un rato no tuve pulso y no respiré. Recuerdo que de pronto ya no estaba en la piscina. Estaba en mi casa. Mi mamá también estaba, y lloraba y me decía que papá estaba muerto. Y también recuerdo que había una mujer en la ventana, mirándonos, curiosa, divertida. Pero entonces recuerdo que pensé: no estoy en casa, estoy en la calle. Y estaba en la calle, y había un Volkswagen azul que frenaba derrapando justo cuando yo —un yo mayor, adolescente— cruzaba la calle. El coche se detenía a un centímetro de mi pierna adolescente. Y entonces, de repente, estaba de vuelta en la piscina, tosiendo desde el fondo de las tripas.

Tengo un solo recuerdo de mi muerte y de todo lo que ocurrió durante ésta. Todo lo anterior a eso también tiene una sola versión. Pero después de ese incidente, de pronto comenzó mi problema de memoria triple. Los médicos dijeron que se debía a la privación de oxígeno, que yo sufría una especie de daño cerebral extraño e irreversible. Es decir, puedo hablar y pensar y escribir, pero... no puedo confiar en mi memoria.

También dijeron que mi experiencia extracorpórea había sido una ilusión. Yo les creí, obviamente. Pero siete años después me di cuenta de que no había sido así.

Casi me atropelló un coche. Un Volkswagen azul. Exactamente en la misma esquina, exactamente en el mismo lugar que había visto durante mi experiencia de muerte cercana. El VW se detuvo a un centímetro de mi pierna.

Regresé a casa, conmocionado, y miré el diario que los psicólogos me habían hecho escribir hacía siete años. Y allí estaba. Exactamente el mismo incidente, relatado en detalle, ¡hasta con exactamente el mismo número de placa del VW!

Cuando estuve muerto, de algún modo había atisbado el futuro. Al menos la mitad del futuro era exacto: esa parte sobre el VW. La parte sobre la muerte de mi padre era falsa. Mi madre murió hace apenas un par de años y mi padre sigue vivo. Otras personas han informado de experiencias extracorpóreas, de haber oído y visto cosas que de ningún modo podrían haber oído o visto. Tal vez parte de ello se debe a que el cerebro nos juega una mala pasada. Pero yo tuve una prueba concluyente, al menos desde mi punto de vista, de que algunos de esos incidentes —el mío, sin duda— son reales. Hay algo después de la muerte. Hay algo. No es vida. Pero tampoco es la nada.

Algo sucede después de morir. Y pronto sabré de qué se trata.


8

Estoy parado en el tejado. A diez pisos de altura. Sharon me acompaña.

—Yo primero —dice.

—Adelante.

Me besa y luego se suelta de la barandilla y salta.

Navega por el aire y aterriza de cara sobre el pavimento. Rebota una vez.

Está allí tirada y hay pedazos de ella por todas partes; su cuerpo probablemente no es más que pulpa. Alguien tendrá que pelarla.

Ahora sabe lo que hay del otro lado. Sabe toda la verdad. Estoy celoso.

Nada de vacilación esta vez, nada de miedo. Ni siquiera pienso en mi experimento; me dejo ir. La gravedad toma el control y caigo por el aire. Esto es más lento de lo que pensaba. Me estrello contra unas ramas. ¡Oh, no, por favor, que no frenen mi caída! Las ramas se quiebran, mi caída no. Aquí viene el suelo...

Me siento. La tenue luz del amanecer entra por mi ventana. Estoy en mi cama. Sharon, junto a mí, levanta la vista.

—¿Qué pasa? —dice, con los ojos nublados de sueño—. Gritaste.

—¿Grité? ¿De veras?

—¿Qué soñabas? —Me apoya la mano en la mejilla. Por algún motivo, se siente erróneo, irreal. Quizás no fue un sueño. Quizás fue real y esta es la vida después de la muerte. O quizás todavía estoy soñando...

Me siento. La tenue luz del amanecer entra por los agujeros de mi ventana. Estoy en mi cama. Sharon, junto a mí, levanta la vista.

—¿Qué pasa? —dice, con los ojos nublados de sueño—. Gritaste.

—Tuve un sueño extraño.

—¿Cómo era? —Me apoya la mano en el pecho, acariciándome con afecto.

—Sólo... —Su mano se siente errónea. ¿Todavía estaré soñando? No puede ser. Ya me desperté dos veces. Sharon me mira, preguntándose por qué me callé. ¿Y si trato de despertarme? ¿Y si...?

Me siento. Es de noche. Estoy en mi cama. Sharon no está. Oh, Dios, qué pesadilla.

Me levanto, voy al refrigerador y busco algo para comer. Después de esta clase de sueño no voy a dormirme de nuevo. Hago un sándwich y me acomodo frente al televisor.

En el Canal de la Naturaleza dan algo sobre las larvas. Qué bueno.

Le doy un mordisco al sándwich. El sabor es erróneo. Oh, no. No, no. ¡Vamos! ¡Ya han pasado diez minutos! ¡No puede haber algo más real que esto! No puedo estar soñando...

Me siento. Otra vez en la cama. Sharon está de nuevo aquí. Esta vez no grité. Tengo náuseas.

Me despierto veinte veces más antes de decidir que ya ha sido suficiente. Sea lo que sea, sea cual sea este estado presente en el que estoy, me niego a despertarme de él. Para mí, desde este momento en adelante, esta es la realidad.

No me despierto más.


9

—La primera vez que vi una persona muerta fue cuando tenía cinco años —me cuenta Sharon. Estamos abrazados en mi cama—. Regresaba a casa del jardín de infantes con mi madre. Estábamos esperando en la intersección a que la luz se pusiera verde. Del otro lado de la calle había un hombre joven, muy hermoso, de cabellera negra y con uno de los rostros más extraños que he visto. Cambió la luz, los coches se detuvieron y él avanzó por la intersección. De pronto, ya sabes, sin ningún motivo, uno de los coches comenzó a moverse. El conductor debe haber pisado el acelerador por accidente o algo así, y el coche arrolló al hombre de rostro extraño.

»Mi madre se tapó los ojos. Pero la imagen de ese hombre allí tirado, muerto, en el medio de la calle, en el medio de la intersección, con una pierna doblada un poco a un costado... Estaba allí tirado y parecía normal. Pero ahora estaba muerto.

»Y recuerdo que pensé: ¿adónde se fue? Hace un momento era una persona, caminaba, hablaba, se movía, respiraba, tenía pensamientos. Y ahora estaba allí tirado, con la misma apariencia de siempre. Pero dentro de él ya no había un "él". La diferencia entre la cáscara vacía del hombre y la "cáscara llena", cuando hay un "él" dentro. Era aterrador. Era hermoso. Esa delgada línea entre los vivos y los muertos, la persona y la no-persona. No tenemos una palabra para definirla. No entendemos lo que es. En este instante, el hombre frente a mí es una persona; al instante siguiente...

»Es algo que nunca olvidé. Incluso... —Aparta mis brazos de ella, se sienta, se acomoda para quedar frente a mí. Su expresión es muy seria. Me mira directamente a los ojos—. Voy a contarte algo. Si alguien tiene la oportunidad de entenderlo, eres tú. Pero tienes que prometerme por anticipado que no me abandonarás por esto.

Asiento.

—Muy bien, es... es un poco raro. Pero hace un tiempo me di cuenta de que todos mis... eh, mis novios anteriores, digámoslo así, o amantes, o lo que sean, todos se parecían un poco a él. Cuanto más se parecían a aquel joven que había caído muerto en la calle frente a mí, más atractivos me resultaban.

—¿Y yo? —le pregunto.

—Tú eres su doble.

Sonrío. Un muerto me hace la competencia. Ella me devuelve la sonrisa.

Acomodo dos de mis dedos en una pistola y se la apoyo en las costillas.

—¡Pum! —digo suavemente.

Ella cae hacia atrás, sobre el colchón, y no se mueve. Levanto uno de sus brazos y lo suelto. Cae, sin vida. Vuelvo a levantarlo y lo empujo a un costado. Ninguna reacción. Acaricio el cuerpo de Sharon, luego lo desvisto lentamente. Hago lo que hago. Ella no se mueve. Está muerta.

Más tarde será mi turno.


10

Falta un minuto.

Son las seis cuarenta y cuatro de la tarde y en la mano tengo dos píldoras que me provocarán la muerte. No se pueden comprar. Tuve que hacerlas yo mismo. La pregunta es: ¿Sharon estará aquí cuando muera? Recuerdo que la hice prometer que estaría aquí exactamente a las siete. En punto. Y que usaría su llave. Pero es sólo un recuerdo.

Voy hacia el tablero que colgué del otro lado de la puerta principal. Pongo las manos en los bolsillos, asegurándome de no tocarlo. Las notas siguen allí... cositas autoadhesivas especiales que se pueden comprar en el centro de la ciudad, pero no cerca de aquí, del reducido radio de mi existencia. Recuerdo que le pedí a ella que las comprara. El hecho de que estén aquí no significa que lo haya hecho.

Cada una de las notas está firmada en lo que yo recuerdo que es su caligrafía. Claramente, no es la mía. Le hice poner una nota cada vez que venía. Es lo más cercano a tener una prueba de que estuvo aquí. Pero me interesa la última nota. Escudriño más cerca, manteniendo las manos apartadas. Dice que ella vendrá hoy, a las siete en punto.

Miro el reloj. Acaba de marcar las seis cuarenta y cinco.

Me trago las píldoras.

¡Un momento! ¿Sharon va a venir? ¿Qué día es hoy?


11

Me duele el pecho. No puedo respirar sin sentir dolor.

Me duele el brazo izquierdo. Tomaste unas píldoras para provocarte un ataque cardíaco, idiota. No creí que me dolería tanto. Oh, maldición, oh, maldición, el mundo se está derritiendo y hay tanto dolor...

Suena el timbre. Espero que sea Sharon, del otro lado de la puerta. Espero que haya traído la llave que le hice, porque no puedo llegar tan lejos. En dos de cada tres recuerdos, me olvido de decirle que la traiga. Si ella no está aquí cuando me muera...

El ruido de una llave que gira. La puerta se está convirtiendo en un borrón. Hay cabellos flotando hacia mí.

—¿Joel? —Es su voz, flotando hacia mí—. ¿Estás bien?

—Hola. —Es mi voz, creo. Oh, mi dios, ella es gigantesca. Cada porción de ella tiene dos pisos de altura.

Hola, Sharon. ¿Lo dije o lo pensé? No importa.

Hola, Sharon. ¿Lo dije? ¿Lo dije?

¿Lo dije?

Vaya. Nunca me había dado cuenta, pero ella se ve increíb...

Negro.

Bang.

Pum.

Adiós.


12

Ay.

Me duele el corazón.

Abro los ojos, dándome cuenta a medias de que todavía tengo ojos. Pero entonces registro la imagen del techo de mi sala y todas las esperanzas de comprender la vida después de la muerte se desvanecen. Oh, maldición. ¿El ataque cardíaco no fue más que otro recuerdo falso? ¿Me lo imaginé todo?

¿Qué hora es? Quizás todavía pueda ocurrir. Demasiado mareado para levantarme, miro a los costados, miro el reloj. Son las siete y cinco minutos. ¿Pero entonces por qué no estoy muerto? ¿Dónde está Sharon? ¿Fue a llamar a los paramédicos? ¿Pero por qué iba a hacerlo si yo me encuentro bien? Tal vez no tomé las píldoras. Pero entonces ella debería estar aquí, deberíamos estar juntos aquí. ¿Por qué en todos mis recuerdos ella llega a la hora indicada?

Suspiro. Sea esto lo que sea, es la realidad.

Me levanto lentamente. El cuerpo me duele, pero funciona.

Algo me llama la atención. Algo relacionado con esta habitación.

¿Qué? Se ve exactamente como en... bajo la vista y advierto que no estoy solo. Hay alguien tirado a mis pies.

Tardo un segundo en reconocer la cara y el cuerpo. ¡Soy yo! ¡Es mi cuerpo!


13

Bueno, esto sí que es nuevo.


14

Estoy —él está— más blanco que nunca. Su nuca —mi nuca— descansa sobre el suelo, exactamente sobre el lugar donde me duele.

Pensé que la continua incongruencia de la realidad me había preparado para cualquier cosa. Pero no para esto.

Tardo un minuto en acostumbrarme a la situación. Sin embargo, es la realidad. Acéptala. ¿Qué tenemos? Muy bien, estoy aquí parado. Muy bien, estoy aquí tirado. Parece que el yo que está en el suelo es el que tomó el medicamento. ¿Pero entonces dónde está Sharon? Si yo —él— sigo/sigue así tirado, nadie me/lo va a resucitar. No regresaré para poder terminar mi investigación.

¿Y qué soy yo? ¿Un fantasma? ¿Estoy/está muerto ya? ¿Esto es todo? ¿Los cuentos de fantasmas son verdaderos? ¿Vagaré por mi casa o algo así hasta el fin de los tiempos? No lo acepto. No sé si soy un fantasma, lo único que sé es que hay otro yo tirado allí en el suelo, sin respirar.

Me inclino y le tomo el pulso... reparando en que soy tan tangible como él. No me hablen de fantasmas etéreos. No tiene pulso. Bajo su —mi— mano. Esto no me gusta. Me niego a ser como todos los demás. Me niego a descubrir los secretos del otro lado únicamente después de estar completamente muerto.

Levanto el teléfono y marco el 911. Les digo que soy un vecino. Es mejor que decirles que soy el cadáver. Vienen hacia aquí.

Debería hacerle resucitación. Me arrodillo, le giro la cabeza, la acomodo para despejar el pasaje de aire. Justo cuando me inclino para poner la boca sobre la de él, su mano, con un espasmo, se cierra en mi cuello.

Antes de entender lo que está ocurriendo, me lanza contra el suelo y se echa encima de mí, apretándome el cuello con mano de hierro, estrujándolo, rompiéndolo. Ya empiezo a ver manchas y en medio de ellas está mi propio rostro, con los labios apretados de malicia.

—¿Te gusta estar muerto? —me dice, y su voz es ronca, violenta. Nunca he odiado como odia él. Nunca he sido tan fuerte como él. Me aprieta el pecho con todo su peso. No puedo pensar. Tengo que respirar. Oh, maldición, maldición, maldición—. ¿Te gustaría morir otra vez? —Y me aprieta y... ¡agh!... siento y oigo que se me parte la tráquea. Mi cuello es una explosión de dolor y fluidos y siento que mis pulmones...


15

Abro los ojos. A mi alrededor hay gente con ropa de médico. Un techo asquerosamente blanco. Huele a remedios. El hospital. Me han traído. Estoy vivo. Estoy respirando. Estoy exhausto.

—Estará bien —dice una voz de hombre.

Sharon se abre paso hasta delante.

—¿Te sientes bien? ¿Está bien? —Pestañeo para indicarle que la reconozco. Me golpea el brazo—. ¡Idiota! ¡No sabes el susto que me diste! ¡Estuviste clínicamente muerto por unos segundos!

—Shh, déjelo tranquilo. Déjelo descansar.

—Tuvo usted mucha suerte —la voz masculina otra vez—. Si su amiga lo hubiese encontrado un minuto después, no habríamos podido traerlo de vuelta.

Vaya. Qué coincidencia.


16

Me ponen en lo que puede considerarse una habitación de hospital. Se supone que debo dormir. Es cierto que estoy cansado y que me cuerpo está exhausto, pero primero tengo que organizar mis pensamientos, mientras los recuerdos todavía son frescos y despejados. Porque ese "otro yo" que me estaba estrangulando es un solo recuerdo.

Tengo otro.

Estaba otra vez en la escuela. Tenía diez años. O estaba mirando al que era cuando tenía diez años. No estoy seguro. A veces parecía ser uno, a veces el otro. A veces parecía ser los dos.

En todo caso, era un recreo. Yo estaba con Sam, el chico más estúpido de mi clase, que siempre tenía burbujas de moco en el orificio nasal izquierdo. Nos rodeaban unos treinta chicos más.

—Lámeme el zapato —le dije. Y recuerdo que pensé lo poco típico de mí que era esto.

—Vamos —gimió él.

—¡Lámeme! ¡¡El!! ¡¡¡Zapato!!!

Y recuerdo que pensé, sintiéndome ajeno por un momento, que yo nunca hacía estas cosas, que esto no era un recuerdo. Y al mismo tiempo recordé por qué Sam no se iba. Porque había hecho una apuesta conmigo, y había prometido humillarme si yo perdía, y porque estaba tan seguro del resultado que si perdía haría cualquier cosa que yo dijera.

Sam se frotó las manos en los pantalones y me miró con ojos desesperados.

—Vamos, elige otra cosa —dijo de nuevo.

Me estaba enojando con él. Y sí, recordaba ese enojo. Lo recordaba claramente.

—Lámeme. El. Zapato.

—Por favor. Vamos. Pídeme otra cosa. Pídeme algo normal.

—Sam, no te estoy forzando a nada. Fuiste tú el que quiso que aceptara la apuesta. Fuiste tú el que dijo que haría cualquier cosa. Fuiste tú el que me dio su palabra. Fuiste tú el que dijo que me humillarías si yo perdía.

—No me obligues.

—¿Sabes qué? —Levanté los brazos en señal de resignación—. No te obligaré. Saquemos esto de mis manos. Hagámoslo democráticamente. Votemos. —Hice un gesto a la gente, volviéndome para encararlos—. ¿Qué dicen? —Y mientras hablaba volví a mirar a Sam y luego a los demás—. Los que piensen que debe lamerme el zapato que levanten la mano. —Y sentí alegría y satisfacción ante la tormenta de manos levantadas—. Muy bien. —Hice ademán de que bajaran las manos—. Ahora, los que piensen que no debe lamerme el zapato que levanten la mano. —Miré a todos lados. No había ninguna mano en alto.

Me di vuelta y miré a Sam.

—Lámeme el zapato —dije con sencillez.

—Por favor, por favor —murmuró él.

—El pueblo lo ha decidido. —Hice un gesto de indefensión—. Hazlo ahora.

Sam, con una lágrima en el ojo, se arrodilló frente a mí. Levantó la vista.

—Por favor.

—Hazlo.

Y lo hizo. Yo observaba de soslayo, con disgusto, mientras el niño me lamía el zapato. Este no soy yo. Yo no soy así.

Sam se detuvo y levantó la vista.

—¿Ya está bien? —preguntó.

—Hay partes que todavía están sucias —le dije—. Hazlo de nuevo.

Y entonces estaba otra vez en el hospital, vuelto de la muerte, mirando a los médicos que se inclinaban sobre mí. Vuelto de la muerte. O de lo que fuera.


17

Tengo otro recuerdo, un tercer recuerdo.

Estaba con Sharon. Los dos parecíamos levemente mayores. Probablemente, era dentro de dos o tres años. Estábamos en mi casa, sentados en el suelo, a medio desvestir. Sharon estaba sujetando una pistola abierta en una mano y una bala en la otra.

Sharon me miró y dijo:

—Una bala.

La colocó dentro del cilindro.

—Ahora hazlo girar —le dije. Ella puso el cilindro en su sitio y lo hizo girar—. Apúntame —le dije.

Vaciló y luego apuntó más o menos hacia mí, con el dedo fuera del gatillo. Puse mis manos alrededor de la suya y apunté el cañón a mi pecho.

—El dedo en el gatillo —le dije.

Hizo lo que le decía.

—Fuego —dije.

Me miró.

—¿Estás seguro? —Tenía miedo, pero le gustaba. Había excitación en su mirada.

Le toqué la rodilla sin mover el pecho.

—Hazlo. Hazlo. —Cerró los ojos—. Abre los ojos y hazlo.

Apretó el gatillo. Mis pulsaciones cardíacas subieron a las nubes, pero la pistola no se disparó. Ella suspiró. Nos besamos. El beso más apasionado que yo haya sentido. Por un momento, pensé: espera, ¿soy el observador o el observado?

Tomé la pistola e hice girar el cilindro. Por largo rato, ella la miró sin decir nada.

—Dímelo —le dije—. Esto no funciona a menos que me lo digas.

Ella me miró fijamente a los ojos un largo rato.

—Apúntame a mí —dijo por fin.

Apunté a su pecho. Ella sostuvo el cañón con la mano y lentamente lo movió hacia abajo, para que apuntara a la parte superior del muslo.

—El dedo en el gatillo —dijo.

Puse el dedo en el gatillo.

Ninguno de los dos respiraba.

—¿Estás segura? —le pregunté.

Había lágrimas en sus ojos. Casi me responde que no, lo juro. Pero dijo:

—Hazlo.

—¿Estás segura?

Con más fuerza:

—¡Hazlo!

Apreté el gatillo y su pierna explotó ante mis ojos. Su alarido me heló la sangre. Tendría que haberle apuntado al pecho. ¡Tendría que haberle apuntado al pecho! Ella seguía gritando, retorciéndose sobre la alfombra, cuando de pronto desapareció, reemplazada por la esterilidad del hospital. Yo había vuelto de la muerte. Donde quiera que se encuentre.


18

Este es mi problema.

Mis recuerdos son siempre divergentes. Por lo cual no son confiables. Pero siempre resulta que al menos uno de ellos se fundamenta en los hechos. Al menos uno de ellos es siempre "verdadero" según las normas del resto de la gente.

Pero me enfrento con tres recuerdos, ninguno de los cuales puede ser real. El otro yo que se levantó de entre los muertos y quiso matarme después de que ya me había muerto. El recuerdo de un incidente que nunca ocurrió. El recuerdo de un futuro que sé que nunca sucederá.

En alguna parte está la verdad. En alguna parte está la respuesta a la pregunta: ¿qué ocurre después de que morimos? Lo único que tengo que hacer es encontrarla.

Si vuelvo a morir, podría comparar estos tres recuerdos con los siguientes tres recuerdos. Si hay dos que concuerden... si hay una continuidad... sabré que cuál es el verdadero.


19

Un día y medio después, los médicos me dan de alta. Sharon me lleva a casa.

—Siéntate —dice cuando entramos.

Me siento.

—¿Tenías todo planeado, verdad? —Me apunta con un dedo—. Tomaste una droga o algo así. Lo planeaste segundo a segundo, ¿no? Planeaste estar muerto para la hora en que yo llegara, y te aseguraste de que yo llegara puntualmente, con el tiempo suficiente para salvarte. Por eso te aseguraste de que yo no llegara ni un minuto tarde. Tengo razón, ¿verdad?

—Sí —le digo suavemente.

Cierra los ojos y se los cubre con los dedos.

—¿Por qué? —dice—. ¿Por qué hiciste eso?

Tomo su mano entre las mías.

—Del otro lado hay algo, Sharon. Lo sé.

Abre los ojos; el dolor ha dado paso a la confusión.

—¡¿Qué?!

—Hay algo después de la muerte. No es el paraíso, no son fantasmas y tampoco es una luz blanca. No es nada de eso. Pero tampoco es la negrura ni la nada. Lo sé.

Ella menea la cabeza.

—¿De qué estás hablando?

—Mi fascinación con la muerte es científica. Quiero entender qué es. Quiero determinar de una vez por todas qué es este fenómeno.

—¿O sea que quieres morir?

La miro a los ojos.

—Sí.

Se cubre la boca con la mano. Espero, pero ella no dice nada.

—La muerte es la muerte —dice finalmente—. Es la nada. Es menos que la nada. Cuando morimos, cesamos. Eso es todo, Joel. Es todo.

—No. —Mi voz sigue siendo suave—. Es algo de lo que no sabemos nada, pero es algo. Yo vi cosas. —Y veo en su rostro la expresión que he visto en otros, pero que había esperado nunca verle a ella. Está intentando no decirlo, pero me doy cuenta de que lo está pensando: "Estás loco" —. Sharon, ya me morí una vez. Antes de esto. Estuve clínicamente muerto. Tuve una experiencia extracorpórea.

—Trucos de la mente —sisea.

—Eso pensaba yo. Pero... lo que vi fue algo de mi futuro. Y siete años después, ocurrió. Ocurrió, Sharon, igual que como lo había visto. Hasta el último detalle. Y no fue mi imaginación. Quiero explorar la muerte. Necesito explorarla. Quiero morir y ser el primer hombre que regrese y presente un informe, después de haber explorado el fenómeno. Es un experimento científico.

—¿O sea que planeas hacerlo otra vez?

—Sí.

—¿Y otra vez?

—Sí. Y otra. Hasta que sepa qué hay del otro lado. Y cuando tenga toda la información, decidiré si quiero quedarme allí permanentemente ahora o si debo esperar un tiempo.

Ella sacude la cabeza.

—No... no... no puedo manejar esto.

Me siento, cansado.

—No puedo evitarlo.

—Joel —dice—, puedo manejar todo el resto. Toda esta locura. Me encanta, en serio. Es... —Su voz se apaga un minuto—. Puedo manejar todo el resto. Pero esto no. Es demasiado.

—Esto es el resto, Sharon. No es un juego. Nunca fue un juego. Morir es de lo que se trata todo lo demás.

Vuelve a cerrar los ojos, tratando de controlar sus emociones. Cae una lágrima, a pesar de sus esfuerzos.

—Mira, si tuvieras un accidente o algo así y murieras... son cosas que ocurren. Todos tenemos que vivir con eso. ¿Pero saber que vas a morir, que no hay ninguna duda de ello, y tener que enfrentar la situación con los ojos abiertos? No. No puedo manejarlo.

—Sharon... —Esto duele—. No puedo ayudarte.

—Por favor... —dice con lentitud, y me mira profundamente a los ojos—. No te... mueras.

Aparto la vista.

—No puedo ayudarte.

—Por favor.

Cierro los ojos.

—No puedo.

Hay un largo silencio. Luego, pasos que se pierden a la distancia. La puerta que se abre y se cierra.

Abro los ojos. Como siempre, estoy solo. Pero me duele.

Espero que esto nunca haya pasado.


20

En mi cuaderno, escribo los tres recuerdos de mi muerte, con tanto detalle como puedo. Anoto cada pensamiento que recuerdo que haya pasado por mi mente.

Habría sido agradable disponer de un sujeto con el cual realizar estos experimentos. Los científicos considerarán que mis observaciones no son confiables. Pero, por más raro que parezca, no hay ninguna otra persona en cuyas observaciones confíe tanto como en las mías. Puede que tenga demasiados recuerdos, pero cuando vuelva a morirme los recuerdos que se repitan serán, a mis ojos, recuerdos verdaderos.

Sólo tengo que esperar unas pocas semanas antes de estar lo bastante repuesto como para suicidarme de nuevo.

Entre tanto, lo único que puedo hacer es pensar en lo que he visto.


21

Despierto en plena noche, empapado en sudor. Otro sueño con Sam. He estado soñando con él todas las noches. Con la manera en que yo solía comportarme como un matón con la gente. Y mis sueños me han ayudado a recordar. No sé por qué pensé que no era típico de mí hacer esas cosas. Obviamente, he hecho muchas. Sé que gran parte de mí sigue gritando "No, esto no sucedió. ¡Yo no soy así!". Pero soy así. Sé que soy así. Lo recuerdo bien.

Hasta recuerdo mejor mi primera muerte. El recuerdo es mucho más intenso. Recuerdo a mi madre contándome de la muerte de mi padre. Ahora recuerdo que me sentí traicionado porque él me había abandonado. Recuerdo lo difícil que fue arreglármelas sin él. Recuerdo que mi madre no podía arreglárselas.

Pero eso no puede ser verdad; él sigue vivo. No, ¿cómo puede estar vivo? ¡Recuerdo su muerte como si hubiese sido ayer!

Para asegurarme, lo llamo. Contesta el teléfono. Está desorientado, es plena noche. Pero todavía está vivo. ¡Nunca me abandonó! ¡Todavía está vivo!


22

Despierto en mitad de la noche.

¡No! ¡No es posible!

El rostro, ese rostro de mujer que había visto en la ventana cuando mi madre me comunicaba la mala noticia... ¡era el rostro de Sharon!

Pero no puede ser. Mi memoria lo está inventando. Hoy, Sharon es unos años menor que yo y la mujer de la ventana se parece a la Sharon de hoy. Definitivamente, esa no puede ser la realidad.

A menos que...

A menos que esa parte de mi recuerdo también sea un atisbo del futuro. ¿Había visto la cara de Sharon? ¿Había visto esa parte de mi vida, hace tanto tiempo? ¿O lo estoy inventando ahora?

No hay modo de saberlo. Esto no es tan fácil como buscar el número de placa de un coche. Para esto tengo que confiar en lo que recuerdo. Y eso es lo único que no puedo hacer.


23

Han pasado tres semanas desde que morí. Dos semanas y media llenas de pesadillas desde que Sharon me abandonó... no hay notas nuevas adheridas al tablero que todavía tengo colgado. Para asegurarme de que ella era real.

Físicamente, todavía me estoy recuperando. El cuerpo sigue débil. Probablemente pasará otro mes antes de que esté lo bastante sano para suicidarme otra vez. Mientras tanto, quemo el tiempo mirando televisión. Ahora dan un documental sobre larvas. Juro que lo he visto antes, pero no recuerdo cuándo. Sin embargo, ya he oído todas las palabras y visto todas las imágenes. Oh, bueno. Ya me acordaré.

De pronto, oigo un susurro detrás de mí. Me doy vuelta. Es el sonido de una llave en el cerrojo. Pánico. Pronto, pienso, ¿quién tiene llave? ¿Alguien me llamó? Nunca viene nadie.

El cerrojo gira. Me levanto. No estoy lo bastante fuerte para pelear contra un ladr... casi me quedo sin aire. Es Sharon. Vestida de traje y con un portafolio en la mano. Debe haber venido directamente del trabajo.

Coloca el portafolio en el suelo, entra en la sala y se sienta a mi lado. La miro. Ella mira la televisión. Vuelvo a sentarme.

—¿Qué estás mirando? —dice.

—Un documental.

—¿Sobre qué?

—Larvas.

—Qué bueno.


24

Ella se acuesta en mi cama, acurrucándose junto a mí.

En mitad de la noche, siento su mano avanzando sobre mi pecho. Siento que desciende y sube y recorre todo mi cuerpo. Le respondo con lo mismo.

Una hora después, estamos teniendo el mejor sexo que jamás he tenido, y aunque no hemos intercambiado una palabra, sé lo que le está pasando por la mente. Está igual de asustada por mi muerte que cuando se marchó de aquí. Pero también la excita. La muerte la excita.

Con su regreso me dio su consentimiento para mi próximo suicidio. Pero también trajo un boleto para ser espectadora desde la platea. No quiere que lo haga, pero me observará con alegría. Lo detesta y le encanta.

Y yo sé —¡sé!— que ahora puedo hacer cualquier cosa. Sin importar lo que yo haga, ella es mía. Sin importar lo que le diga que haga, lo que le pida que haga, lo que le diga. Ella es mía. Y esa idea me excita más que cualquier otra cosa.

Puedo pedirle cualquier cosa. Puedo decir cualquier cosa.

Pero no lo hago. No debo.

Te dije que no debo... ¡deja de discutir!


25

Sharon se despereza y se despierta. Afuera hay luz. Hora de levantarse. Hora de ir a trabajar.

—Buenos días. —Me besa y luego comienza a salir de la cama.

—No te vayas. —Aferro su mano.

—Sólo voy a ducharme.

—No vayas a trabajar.

Ella me mira y arruga la nariz.

—¿Qué?

—Diles que estás enferma. —Aprieto su mano y la atraigo ligeramente hacia mí. Ella se acerca unos centímetros, dejándose atraer.

—No puedo decirles que estoy enferma. —Ahora está entre mis piernas—. Tengo un proyecto que entregar la semana próxima. Tengo que...

—Diles que estás enferma. —La beso en el estómago.

—Joel, Joel, Joel. —Me sostiene la cabeza entre sus manos, sin empujarla ni atraerla, sólo tocándola—. No puedo.

—Diles que estás enferma —digo suavemente, mientras mis dedos descienden lentamente por su espalda.

—Ellos... —Cierra los ojos, incapaz de concentrarse. Tarda unos segundos—. Me necesitan.

—Diles que estás enferma. —La toco en todas partes.

—Olvídate de eso —dice—. Tengo una idea totalmente original.

—¿Qué?

—Creo que les diré que estoy enferma.


26

—Diles que estás enferma —le digo.

Ha pasado una semana. En los tres recuerdos, no hemos parado de tocarnos. Ella no ha ido a trabajar en todo este tiempo. Creo que no nos ponemos la ropa más que una vez.

—Tengo que ir, en serio —dice ella, estirando la mano hacia el teléfono celular—. O me quedaré sin trabajo.

Está a punto de marcar cuando yo cubro el teléfono con mi mano.

—Entonces te quedarás sin trabajo.

Ella se echa hacia atrás, sorprendida, repentinamente distante.

—¿Qué diablos significa eso?

La miro a los ojos y me inclino hacia ella.

—Tengo dinero. Suficiente para los dos. Quédate. Para siempre.

Ella parpadea mil veces. Luego:

—Joel, tengo una carrera. Un empleo.

—Al diablo la carrera. Al diablo el empleo. Al diablo el teléfono. Ni siquiera los llames para decirles que renuncias. Quédate. Aquí. Para siempre.

—Tengo que entregar un proyecto —dice. Yo sólo la miro a los ojos. Pasado un rato, agrega—: ¿Sabes cuánto he trabajado para llegar donde estoy? ¿Sabes cuánto trabajo ahora? —Pero yo sólo la miro a los ojos—. Además, no me gusta depender de otro.

Le toco la mejilla, sin apartar mis ojos de los suyos.

—Haz lo que quieras.

Pasa mucho, mucho tiempo antes de que sus dedos, lentamente, suelten el teléfono. Cierra los ojos y prácticamente se zambulle en mi pecho. La sujeto. La abrazo.

—Para siempre —le susurro a su cabello—. Para siempre.


27

—Quiero ver —me dice. Estamos enredados en el sofá, delante del televisor. Ella lo apaga, apoyando la pierna sobre el control remoto, y me mira—. La próxima vez que lo hagas. La próxima vez que tomes las píldoras. Quiero estar ahí. Quiero ver.

—Muy bien.

La beso y ella se estremece.


28

Tiene las píldoras en la mano. Yo tengo el vaso con agua. Ella está temblando.

—Espera exactamente quince minutos —le digo—. Me caeré. Cuenta un minuto. Luego llama a la ambulancia.

—Está bien —susurra con voz casi inaudible.

—¿Lista?

Ella no se mueve, su mirada fija en mi rostro.

—¿Seguro que quieres ver esto?

Ella no se mueve. No dice una palabra. La miro a los ojos. Lentamente, mi mirada se desplaza hasta su mano abierta.

Pongo los dedos sobre las píldoras, pero no las agarro. Le doy la oportunidad de cerrar los dedos, de indicarme de ese modo que no quiere ser testigo de esto.

Su mano permanece abierta. El temblor empeora.

Agarro dos píldoras. Sharon inspira ruidosamente. La miro, pero ella sigue observándome.

—Te amo —le digo.

Ella no dice nada. Está con la mirada perdida y completamente paralizada.

Trago las píldoras.


29

Mi mundo se vuelve borroso.

Dos lágrimas ruedan por sus mejillas.

Las limpio y apoyo mi frente contra la de ella. Le beso la nariz. Ella me besa el mentón. Caigo contra ella y siendo su respiración profunda, entrecortada. ¿Pánico? No lo sé.

Quiero decirle cuánto la... ¿qué?

¡¿Qué?!

Me acaricia la cabeza, luego la espalda. Trato de hacer lo mismo, pero mis manos ya no responden a mi control. Trato de decírselo, pero lo único que oigo son balbuceos.

Su contacto es frío como el hielo. Su contacto es como el fuego. Su contacto no se parece a nada.

Con las manos en mi espalda, me hace acostarme en el suelo. Todavía puedo verla. Todavía veo.

Se acuesta encima de mí, sintiendo mi respiración en su pecho, palpándome la cara con los dedos. Está llorando. Está llorando fuerte. Entierra su cara en la mía, mejilla contra mejilla.

Yo...

Ohhhhhh.


30

Por una vez, tengo un solo recuerdo.

Estaba en casa. Me tragué las píldoras. Entró Sharon, justo a tiempo. Pum, negro, bang, adiós.

Y ahí estaba yo, de nuevo en la escuela, observándome humillar a Sam.

De pronto, el panorama cambiaba. Estaba yo, en medio de un círculo, con todos mis "amigos" animándome. Sam me estaba mirando desde abajo.

Miré a mi alrededor. ¿Qué está ocurriendo?

—¿Ya está bien? —Sam, arrodillado, levantó la vista para mirarme.

—Vete —le dije. Levántate. Vete.

Los chicos me abuchearon y por primera vez me di cuenta de que yo era de su mismo tamaño.

Después del recreo, sonó el timbre. Todos corrieron a clase. Alguien me llevó consigo.

Pasé una hora aprendiendo divisiones largas.

En el recreo, me aparté para estar solo. Los otros chicos se dieron cuenta de que yo no era tan fuerte como el yo que había humillado a Sam. Me dieron una paliza. Sonó el timbre, regresamos a clase. Sonó el timbre. Me dieron una paliza.

Cuando terminó el día, lo entendí: no voy a aparecer de repente en el hospital, revivido, fresco y bien. Algo funcionó mal con la resucitación. Voy a seguir muerto. Y esto es el Infierno.


31

Ha sido muy raro. Ha pasado un tiempo. Han pasado semanas.

Pero por una vez, tengo un solo recuerdo. El problema es que recuerdo todo.

No, no es exactamente así. Veo todo.

Veo mi nacimiento. Veo mi muerte.

Veo.

Por el rabillo del ojo. Lo veo. Lo deseo. Lo hago. Lo vivo. Soy eso.

Veo a mis padres trayéndome del hospital... tengo tres días de edad. Me veo amamantándome. Veo a mis padres cantándome para que me duerma cuando tengo un año. Los veo abrazándome y besándome. Veo su primera pelea junto a mi cuna, cuando tengo seis meses. Veo cuando pronuncio mis primeras palabras. Veo los programas de televisión que acostumbraba mirar.

Y experimento todo.

Mi habilidad para hablar, para pensar a través de las palabras, para racionalizar, de pronto desaparecen cuando observo dos imágenes conocidas que ni siquiera puedo llamar "mamá" y "papá" . Me atraviesa una inundación de emociones poderosas y familiares que no he sentido en décadas. Y de pronto el momento pasa y me encuentro otra vez fuera de la cuna, invisible para todos, mirando a mis padres que miran al bebé que soy yo.

Y luego veo mi muerte. Mil muertes diferentes, en mil épocas y de mil modos diferentes. Me arrolla un ómnibus. Me muero de viejo. Me muero de cáncer de piel. Me muero de SIDA. Me muero desangrado en mil pavimentos distintos. Me ahogo en mil lagos distintos. Me suicido de mil maneras distintas. Vivo hasta los cien años. Vivo hasta los ochenta. Vivo. Muero.

Y siento cada muerte. Y siento cada momento después de la muerte, más allá. Y siento...

Y entonces miro por el rabillo del ojo, imagino un lugar diferente, y estoy en otro lugar.

Comienzo a ver cosas que nunca he visto. Veo a mi padre abusar de mi madre. Los veo divorciarse. Me veo asesinándolos. Me veo creciendo como un niño abusado. Me veo violando mujeres. Me veo convertido en asesino. Me veo convertido en policía, en bombero, en abogado.

Y luego veo cosas que nunca podrían ser. Veo a un yo de diez años criando a un yo de cinco. Veo a dos yo conversando. Luego a cuatro. Luego a cien.

He visto tanto... y todavía no he visto nada.

Este lugar, aunque no es un lugar, esta cosa, es la nada, no es ningún lugar. Pero sin embargo es infinito.

Y en alguna parte, en un rincón lejano al que no puedo acceder, una voz fuerte y poderosa que suena como la mía está susurrando al infinito:

—Esperaré. Ya vendrá otra vez. No puede resistirse a venir otra vez.


32

Esperaré. Ya vendrá otra vez. No puede resistirse a venir otra vez.

La última vez tardé demasiado. Tenía que ser astuto, tenía que hacerme el muerto en el suelo mientras él pensaba que era un fantasma o algo así. Tardé mucho tiempo y ellos lo revivieron antes de que pudiera matarlo y tomar su lugar.

La próxima lo mataré inmediatamente. Sólo necesito que se suicide una vez más.

Lo conozco. Ya vendrá otra vez. No puede resistirse a venir otra vez.


33

Tengo una memoria, pero muchos futuros.

Hasta puedo retroceder y volver a la época en que vine aquí.

Vuelvo a la escuela, retrocedo en el tiempo. Veo al pequeño que era/no era yo comenzar a humillar a Sam. Luego miro a un lado y veo aparecer de pronto a mi yo adulto de hace un par de semanas. Me veo mirar la escena con horror, sin darme cuenta de que el yo futuro estará viendo este exacto momento. Luego veo lo que ocurrió, cómo quedé varado aquí. El pequeño y yo de pronto intercambiamos lugares, y luego él desapareció, se fue a otra parte de este laberinto infinito. Y yo quedé varado como el pequeño, tomé su lugar.

Puedo retroceder más aún y verme tomar la píldora.

Puedo retroceder todavía más y hacia los costados. No tengo que quedarme conmigo. Sigo a Sharon por todas partes cuando no está conmigo. La veo en su trabajo, la veo progresar. Veo que es mejor y más inteligente que todos los demás.

La sigo más. La sigo hasta el pasado. Veo el momento en que nos conocimos, en el Seven-Eleven... ahora es un solo recuerdo, únicamente el del Seven-Eleven. Y entonces retrocedo hasta antes de que ella me conociera. Revierto el tiempo y en lugar de verla hacer las compras, la veo sacar cosas de su carrito y poniéndolas en el estante. La veo mientras sale/entra al supermercado y entra/sale del coche con las manos vacías.

Apuro las cosas. Veo sus noches. Veo sus días. La veo dormir. La veo vestirse. Veo a sus novios. Los veo haciendo el amor. La veo conseguir su primer trabajo en publicidad. La veo graduarse. Veo sus sueños. Veo sus alegrías. Veo sus momentos más tristes. Y una vez, de pronto, me le aparezco y la consuelo. Pero entonces regreso al pasado.

Regreso a su tercer año de estudiante, a su anteúltimo año, a su primer año. La veo en el último año de la secundaria. Qué distinta está. Y sin embargo todo lo que ella es hoy plantó su semilla en ese momento. Pero creo que no quiero retroceder más en su pasado.

Voy a otro lado.


34

Regreso al momento en que me mato.

Me veo sostener las píldoras en la mano. Me veo ir hacia las notas pegadas en la puerta principal para ver si los horarios están bien. Me veo tomar las píldoras exactamente a las siete menos cuarto. Me veo esperar.

Desde afuera, ya me veo temblando a las menos cinco.

Me pregunto si podré entrar en escena, si podré detener esto. Me pregunto, de ser capaz de hacerlo, si eso significa que no habré muerto. Pero por ahora observo. Quiero ver cómo morí.

Ahora son exactamente las siete y Sharon está abriendo la puerta con su llave. Yo... el yo que tomó las píldoras... avanzo a los trompicones hacia ella.

—¿Joel? ¿Qué pasa? —dice ella.

—Auuuuuueeeeeuuuuh —me veo decir, mientras me desplomo a sus pies.

Ella medio se pone a gritar, mientras se lanza hacia delante y me revisa las mejillas y me revisa el aliento. Y precisamente cuando ella hace todo eso, lanzo mi último aliento y me derrumbo, muerto, con la cabeza sobre sus rodillas. Su respiración es rápida, pero se controla. Me revisa el pulso. Me acuesta suavemente en el suelo; mete la mano en su bolso y saca el celular. Llama al 911. Me acerco, escuchando invisiblemente todas sus palabras. Ella les explica la situación. Ya va la ambulancia, le dicen.

Ella arroja el celular a un costado y comienza la resucitación.

Miro mi cuerpo muerto, hipnotizado. La veo respirar dentro de mi boca, dándome un poco de aliento vital. La veo apretarme el pecho, obligando al corazón a distribuir la vida en el cuerpo agonizante. Quiero ver esto para siempre.

—Vamos —dice ella cada vez que me aprieta el pecho—. Vamos. Vamos. Vamos.

Después de un rato —no sé cuánto tiempo ha transcurrido— se oye la ambulancia. Los paramédicos entran corriendo a mi apartamento y se hacen cargo de todo. Sharon los deja empujarla a un costado. Se reclina contra la pared, tapándose la boca con la mano, y de pronto la fachada se derrumba. En menos de un segundo, se ha convertido en un despojo.

—Ohmidios —susurra—. Ohmidios, ohmidios, ohmidios.

Los paramédicos me ponen en una camilla y corren escaleras abajo, mientras uno de ellos me inyecta algo y otro no cesa de darme resucitación. Sharon los sigue hasta el interior de la ambulancia. Todos están frenéticos.

—Está muerto —dice uno de ellos a mitad de camino del hospital. Su voz suena indiferente—. Está clínicamente muerto. —Sharon lo mira, con los ojos abiertos como platos, aparentemente al borde de la demencia.

—Sigue trabajando —dice el otro—. ¡Sigue trabajando!

Siguen trabajando. La ambulancia llega al hospital. Me meten rápidamente en una camilla y en la sala de emergencias y un médico se hace cargo de la situación. Estoy esperando que él me declare muerto, cuando de pronto mi yo muerto abre los ojos.

El médico sonríe.

—Estará bien —dice.

¡¿Qué?!

Sharon aparta a todo el mundo a los empujones.

—¿Estás bien? ¿Está bien?

¡No puede ser! Me acerco más. Me miro. Estoy pestañeando. Estoy sonriendo. ¡No puede ser! ¡Yo me morí en ese hospital!

—¡Idiota! —Sharon me golpea el brazo—. ¡No sabes el susto que me diste! ¡Estuviste clínicamente muerto por unos segundos!

—Tuvo usted mucha suerte, señor —dice el médico—. Si su amiga lo hubiese encontrado un minuto después, no habríamos podido traerlo de vuelta.

¡¿Estoy vivo?! ¡¿Estoy vivo?!

¿Pero si estoy vivo, por qué todavía estoy muerto?


35

Sigo mirando, hipnotizado por los acontecimientos.

Sharon me lleva a casa unos días después. Me hace sentar, me enfrenta, me ruega que no vuelva a hacerlo y cuando me niego, me abandona. ¡Oh, me alegra no haber estado allí! Puedo leerme la mente con sólo mirar mi cara. Sé lo que estoy pensando. Estoy deseando que no se haya ido. Estoy deseando que nada de esto haya ocurrido. Pero ocurrió. De verdad me abandonó. Lo he visto. Y por una vez, tengo un solo recuerdo, una realidad.

Desde afuera, me veo escribir en mi diario los eventos ocurridos. Ese momento en el patio de la escuela. Él —mi otro yo— lo recuerda también. Miro por encima de mi propio hombro, leo mis propios diarios mientras anoto los recuerdos que yo —el que quedó atrás— no tengo. Recuerdos de un juego de ruleta rusa en el futuro. Recuerdos de él como fantasma, cuando su propio cadáver trató de matarlo.

Unos días después, él anota en su diario que de pronto recuerda cosas que no había recordado hasta ahora. Recuerda incidentes de crueldad en el patio de la escuela. Recueros que yo sé que son falsos.

Él no se da cuenta, pero desde aquí yo puedo verlo claramente. Su memoria se está dividiendo retroactivamente.

Pienso que estoy empezando a entender lo que sucedió.

Intercambiamos lugares. Joel, el chico de la escuela, y Joel, el adulto que se suicidó, intercambiamos lugares cuando los médicos estaban reviviéndome. Y el chico de la escuela regresó en mi lugar, incorporando sus propios recuerdos, sus recuerdos falsos, en el Joel vivo. Y a mí... me dejaron aquí, muerto, capaz de ver todo lo que pudo ser, y todo lo que habría sido, y todo lo que nunca podrá ser, y todo lo que nunca pudo ser.


36

Sigo mirando.

Sharon regresa a mi —a su— vida. Sin una palabra, sin una explicación, se sienta a mi lado. Y yo —el yo que está mirando esto— tengo lágrimas en los ojos. Hacemos el amor esa noche como nunca hice el amor antes. Estoy tentado a cambiar de lugar con él. Pero no lo hago. No quiero mancillar los acontecimientos. Quiero ver qué ocurrió. Podría volver aquí más tarde si quiero. Si aún recuerdo. Y sí recuerdo. Recuerdo todo.

Después de unos días, logro que ella se quede, que deje de ir a trabajar. Por un lado, parece que la quiero tanto que la convencí de quedarse. Pero me conozco, conozco mi cara. Hay algo más, un pensamiento diferente, un propósito distinto.

Sigo mirando.

Pasan las semanas. Semanas de pasión. Semanas de lujuria. Semanas de emociones descontroladas.

¿Por qué hice eso? ¿Por qué le pedí algo que yo nunca...?

Penetro en mi propia mente... reconozco este sitio. Me hace sentir bien haberla obligado a hacerlo. Y me hace sentir asqueado. Y no sé cuál de los dos yo —el que mira o el que lo está experimentando— se siente bien y cuál se siente asqueado. Después de todo, ambos somos la misma persona. A ambos nos encanta. A ambos nos asquea. Somos corruptos. Soy corrupto.

No puedo soportarlo. No puedo mirar.

No puedo hacer nada, salvo mirar.


37

Miro.

Él se está preparando para matarse otra vez.

Miro. Y espero.

Y en algún lugar, en el fondo de mi mente, a través del infinito, creo oír un pensamiento que es el eco del mío.


38

Él se está preparando para matarse otra vez.

Esta vez lo hará bien. Esta vez lo mataré.

Sabía que él iba a volver.


39

La voz del fondo de mi mente ha desaparecido. De todos modos, no importa. Tengo que concentrarme en las acciones del Joel vivo. Tengo que hacerlo bien, si es que quiero regresar.

Retrocedo hasta el patio de la escuela y espero que el chico reaparezca.


40

Regreso al apartamento y espero que Joel reaparezca, cuchillo en mano.

Está tomando la píldora. Quince minutos.

Está comenzando a derrumbarse. Cinco minutos.

Cae sobre ella. Un minuto.

Oigo que los latidos de su corazón se pierden en la nada. Preparo el cuchillo.

Él muere. ¡Muere!

Aparece delante de mí, todavía atontado, todavía bajo el recuerdo del efecto de las drogas.

No espero a que se recupere. Le atravieso el corazón de una puñalada.


41

Estoy otra vez en el patio de la escuela. De nuevo en el pasado. Delante de mí está Sam, suplicando. La multitud me aclama. No los miro.

Sé que es hora y por el rabillo del ojo lo veo aparecer. Veo que está confundido.

Me concentro, obligándome a penetrar en él, a experimentar lo que él experimenta, deseando que intercambiemos lugares.


42

Él cae; la sangre sale a borbotones de la herida.

Me mira sin entender; los ojos le duelen, heridos, negros, y finalmente... muertos.


43

Se resiste. No entiende lo que sucede. No entiende que su lugar está en este patio de escuela. No entiende lo que ocurre.

Siento que los médicos trabajan en mi cuerpo. Tengo que hacerlo rápido. Tengo que ser más fuerte que él. Me quedo donde debo quedarme, pero por un segundo él cambia de lugar conmigo. ¡Pronto! Los médicos me están reviviendo. Tengo que...

Estoy...


44

¡ESTOY VIVOOOOOO!


45

Sharon me está mirando. Trato de hablar, pero...

Ohhhhhh.


46

Despierto en lo que parece ser plena noche. Sharon duerme en una silla, junto a mí.

Yo estaba muerto. Pero no puedo recordar. Recuerdo demasiado. ¿Qué sucedió en realidad?


47

A la mañana siguiente viene el médico a revisarme.

—Me acuerdo de usted —dice—. De la última vez.

—Yo también me acuerdo de usted —le digo. No le digo que recuerdo también a un médico más experimentado.

—Bueno, escúcheme con atención. —Se inclina más cerca—. Lo que sea que esté tomando, lo está matando.

—Me di cuenta —le digo.

—No, usted no me entiende. Esa cosa le está destruyendo el corazón. Vuelva a tomarla y nadie podrá resucitarlo. ¿Comprende? Gracias a lo que diablos sea eso que toma, ahora usted tiene un cuerpo treinta años más viejo y más débil de lo que debería. Otra conmoción importante como esta, otro período de shock para su cuerpo, y lo enviarán a la morgue. ¿Fui claro?

—Yo lo cuidaré. Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir.

—Usted no lo cuidó la última vez. —Mira a Sharon, acusador. Y sabe, lo veo en sus ojos... sabe que ella también es parte de esto. Sabe que yo lo hice y ella miraba.

—Yo lo cuidaré —repite ella.

—Ya veremos —dice el médico, y se va.

Sharon se acerca.

—Hora de un replanteo —susurra—. Ya oíste lo que dijo el médico.

Apoyo la cabeza en la almohada, vacío de energía.

—Sí. Suicidarme puede ser perjudicial para mi salud.


48

Me quedo en el hospital un día más. Sharon no dice una palabra. Yo tampoco.

Volvemos a casa en silencio.

Paso el día en el sofá, descansando. Ella me trae comida y agua. No decimos nada. Cuando llega la hora de dormir, me desvisto y me voy a la cama. Sin decir palabra, ella se desviste, me sigue y se queda de su lado de la cama.

Dos minutos después, siento su mano en mi pecho. Abro los ojos. Su rostro está encima del mío; está mirándome fijamente a los ojos. No digo nada. Siento su respiración. Me toca las mejillas con ternura. Busco su cara. Entierra la cabeza en mi pecho y grita fuerte, lanzando sollozos.

Finalmente, se queda dormida.


49

—Tengo una idea de lo que es la muerte —le digo al día siguiente, cuando almorzamos.

Ella deja el sándwich y me mira.

Le digo lo que recuerdo que ocurrió después de que me dejaran en la escuela, después de que me dejaran muerto. Le cuento todo lo que vi, todo lo que entendí. Le digo que uno puede ver todo, experimentar cualquier cosa que podría ocurrir en la vida de uno. Que se puede adelantar y retroceder. Que se puede revisitar el propio pasado, visitar el propio futuro. Que se puede visitar a nuestros otros yo. Le cuento todo, pero hay una chispa de incredulidad en sus ojos.

Luego le digo que la estuve siguiendo, desde el momento en que nos conocimos hasta su propio pasado. Le cuento de sus ex-novios y sus ojos se abren. Le cuento de los incidentes en la universidad. Le cuento de sus propios dolores del corazón, de sus rupturas, de sus amigos, de sus padres, de las canciones que ella solía cantar en la ducha. Y veo en sus ojos que cada palabra que digo es verdadera. Con cada hecho que menciono, otra lágrima le inunda los ojos, amenazando con caer finalmente por sus mejillas. No tiene secretos para mí. No puede tener secretos para mí. Y sé que si Sharon alguna vez me abandona, será por esto. No mucha gente puede soportar que le quiten toda su privacidad, todos sus momentos íntimos y miedos y pensamientos y emociones, compartidos a un nivel tan básico. Me doy cuenta de ello al tiempo que le cuento todo, pero no me detengo. Cuando termino, ella ya ha levantado sus rodillas y se las abraza. Se acurruca y no dice nada y no se mueve, salvo para abrazarse con más fuerza.

La miro un largo rato, pero ella no dice nada.

Pasada una hora, se levanta y va al porche. Lo abre y mira hacia fuera durante el resto del día y el resto de la noche.

A las cinco de la mañana vuelve a la cama conmigo sin decir palabra. Se duerme con la cabeza enterrada en mi pecho, otra vez. Y mientras ella duerme, yo me pregunto por qué no le conté el resto de mis recuerdos.

No le conté de los otros dos recuerdos. No estoy seguro de que estén separados, en todo caso. Podrían ser algo que vi mientras estaba muerto, algo que experimenté. No estoy seguro. Los únicos dos recuerdos de cuya veracidad estoy seguro son haber sido dado por muerto (cosa que Sharon confirmó) y haber estado aquí con Sharon mientras me preparaba para matarme otra vez (cosa que confirmaban mis recuerdos de muerto). Por lo tanto no eran recuerdos separados. Está perfectamente justificado que no se los haya contado.


50

Ha pasado una semana y Sharon no ha podido parar de abrazarme desde aquella noche.

Finalmente, me siento lo bastante fuerte para hacer el amor. Ella me hace el amor como si se hubiera estado aguantando durante un año, con una pasión que no puedo describir, con una desesperación que no puedo imaginar, con una necesidad de estar más cerca de mí de lo que pueden estar dos personas.

Cuando terminamos, apoya la cabeza en mi pecho y me mira a los ojos.

—¿Vas a ir otra vez? —pregunta.

—No lo sé. —Y mi voz es tranquila.

Ella no dice nada. Por su mirada, no sé qué respuesta prefiere oír más.

—El médico dice —continúo— que si lo hago de nuevo no regresaré. Pero tengo que hacerlo. Hay tanto por descubrir todavía, tanto para ver. He tocado la punta del iceberg. He... Hay tantas cosas allí. Y todo es adictivo y mágico y quiero verlo todo. No he terminado mi investigación. Tengo que hacerlo, sea como sea.

Y ella no dice nada. Yo no quiero que diga nada.


51

Al día siguiente hacemos el amor de manera tan celestial como en los tres recuerdos de la noche anterior. Nos enredamos en un abrazo mutuo mientras ella juega con mi cabello.

—¿Quieres hacerlo? —le pregunto de repente.

Ella arruga los ojos.

—¿Qué cosa?

—Morirte en lugar de mí. La próxima vez. Tal vez deberías hacerlo. Es decir, si tú quieres.

Ella abre la boca pero no puede emitir sonido.

Está sorprendida. Está loca de terror. Pero no puede decir que no. Y no puede decir que sí.

—Perdona —digo rápidamente—. Es una idea horrible. No debí decírtelo. Perdona. Fue una idea estúpida.

Ella cierra la boca. Nos quedamos acostados sin decir nada.


52

Ha pasado otra semana y Sharon y yo nos hemos convertido en casi un solo cuerpo.

—He decidido —le digo, mientras estamos abrazados en la alfombra— que lo haré.

Ella me mira un largo rato.

—El médico dice que morirás. Para siempre.

—Me arriesgaré a que esté equivocado. Los médicos no son perfectos.

—Pero comprenden la muerte.

—Ahora yo la comprendo más. Y... tengo que hacerlo, Sharon. Es tan sorprendente, tan abrumador. Hay tantas posibilidades. Tengo que saberlo todo acerca de esas cosas. Es decir... tengo que hacerlo, Sharon.

—Morirás —me dice, y su voz suena débil.

—Eres tú o yo. Y voy a hacerlo yo. No tengo otra opción.

Nos quedamos acostados en la alfombra una hora; luego nos vamos a dormir.


53

—Lo haré yo —me dice de pronto, mientras miramos TV.

—¿Qué?

—Lo haré yo. Yo tomaré las píldoras.

Apago el televisor con el control remoto y la miro a los ojos.

—Es una mala idea.

—Lo haré —dice ella.

—No, es decir... es peligroso, te debilitará el cuerpo. Este proyecto es mío y...

—Lo haré.

—¿Estás segura?

—Quiero hacerlo. Por mí. Quiero ver lo que hay allí. Quiero experimentarlo. Por favor.

Lo pienso un momento.

—Está bien.

—¿Está bien? —Parece aliviada.

—Está bien.

La abrazo. Me abraza.

Apoyo las manos en sus mejillas y la obligo a mirarme a los ojos.

—Se me acaba de ocurrir algo.

—¿Sí?

—No tenemos por qué esperar. Tu cuerpo no está débil. Podemos hacerlo ahora o dentro de unos días, o mañana, o tan pronto como estés lista.

Repentinamente, se le corta la respiración y sus mejillas empalidecen. Después de un minuto, dice:

—Muy bien. Dentro de tres días.

—Mañana.

Parpadea varias veces; luego se detiene.

—Dos días —dice, evidentemente luchando por conservar el autocontrol.

Sonrío.

—Hecho. —Y la beso.


54

—Voy a estar aquí contigo —le digo.

Tiene la cabeza apoyada contra la pared, los ojos a medio cerrar.

—Dímelo otra vez —susurra.

—Estaré aquí contigo, como tú estuviste conmigo.

Cierra los ojos, acallando el dolor.

—Dímelo otra vez —repite con la misma voz monótona.

—No te dejaré estar muerta por más de un minuto.

—Dímelo otra vez. —Sus dedos arañan mi pared.

—Estarás a salvo.

—Dímelo otra vez. —Sus dedos arañan su propia piel.

Y se lo digo otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez.


55

Coloco la píldora en una cuchara y la muelo hasta convertirla en polvillo con otra cuchara. Ella me observa.

Coloco el polvillo en un vaso lleno de sidra y revuelvo muy bien. La veo sudar.

—Todo va a salir bien —le susurro al oído. Ella está rígida—. Será maravilloso.

Le toco la oreja con la lengua. La recorre un escalofrío.

—No es muerte, es vida a la millonésima potencia. —Le sostengo ambas mejillas entre mis manos. Está ardiendo—. Todo saldrá bien. —Mis manos descienden hasta sus senos—. Saldrá bien. —Mis manos acarician su vientre—. Saldrá bien. —Mis manos van más abajo.

Me aparto de ella y levanto el vaso.

—Si no quieres —le digo— no lo hacemos.

Ella estira la mano, toma el vaso y lo mira.

—Te amo —dice. Cierra los ojos y bebe ávidamente.


56

—Te amo. —La beso.

—Te amo. —Me devuelve el beso.

—Te amo. —La beso en la nariz.

—Te amo. —Me pone las manos en las orejas.

—Te amo. —Le pongo una mano en la nuca.

—Te amo. —Su mejilla cae sobre mi brazo.

—Te amo. —Pongo mi frente contra la suya.

—Te aaaaaa... —Ella se derrumba y sus palabras se vuelven incoherentes.

Su cabeza cae sobre mi mano. Cuidadosamente, la acuesto en el suelo.

—Shhh —digo—. Shhh. Te amo. —Me acuesto encima de ella—. Te amo. —Apoyo una oreja sobre su pecho y escucho su corazón.

—Lurrrbid —se esfuerza por hablar. Yo escucho su corazón. —Lrluurrr. —Su voz se debilita—. Uuunnnrrr... —Y se pierde hasta desaparecer.

Escucho que deja de respirar.

Su corazón, lentamente, se está aquietando.

Levanto la cabeza. Todavía me queda un minuto antes de llamar a la ambulancia. Mis manos exploran su cuerpo.


57

—Había una habitación pequeña —dice Sharon. Hemos regresado del hospital. Esta vez no nos hemos encontrado con el médico que me reconoce. Pongo una silla frente al sofá y la observo, en trance—. Y tenía dos puertas. Y había una... mujer muy, muy vieja. La mujer más vieja que yo haya visto. Me miraba. Yo no podía quitarle los ojos de encima.

»¿Quién eres?, le dije.

» Hay dos puertas en la habitación, me dijo. Tienes que elegir la correcta.

»¿Por qué?, dije yo.

»Tu futuro depende de ello.

»Todo era extraño, y al mismo tiempo no era extraño. La miré otra vez.

»¿Quién eres?, le dije.

»Ella vaciló. Después bajó la vista.

»Yo soy tú, susurró. Hace noventa años, yo era tú. Entré en esta habitación y elegí esta puerta. Señaló una de las puertas. Y desde entonces estoy aquí, incapaz de usar ninguna de las dos puertas, incapaz de regresar a la vida. Noventa años. Tienes que elegir la puerta correcta, Sharon.

»¿Elegiste esta puerta? le pregunté.

»Sí.

»No sabía qué hacer, pero en ese momento me parecía muy simple. Su intensidad era tan... convincente. Elegí la otra puerta. La abrí y la atravesé.

Sharon inspira profundamente.

—¿Y entonces qué ocurrió? —no puedo evitar preguntarle.

Sharon vuelve a tomar aire y luego me mira; su voz es monótona, sus ojos obviamente están en otra parte, probablemente mirando una y otra vez las cosas que ha visto.

—Aparecí de nuevo en una habitación. Una habitación idéntica. Pequeña, con dos puertas. Miré detrás de mí... no había ninguna puerta por la cual yo pudiera haber entrado, y sin embargo, claramente, yo había entrado en ese cuarto hacía apenas un segundo. Y cuando volví a mirar nuevamente a las dos puertas, ahí estaba la mujer. La misma vieja.

»Otra vez tú, dije. La otra puerta no es mejor.

»No, me dijo. Yo no soy la misma mujer que viste en la otra habitación.

»¿Quién eres entonces?

»Hace noventa años, yo era tú, me dijo. Hace noventa años, me suicidé y me encontré conmigo misma en una habitación con dos puertas y con una anciana que afirmaba ser yo. Me dijo que ella había elegido la puerta equivocada, entonces yo elegí la otra, igual que tú. Y entonces llegué aquí. Y elegí esta puerta. Y desde entonces estoy aquí atascada, incapaz de irme, incapaz de volver con los vivos. Si no quieres ser yo, debes elegir la otra puerta. No sé lo que hay detrás de esta, pero sé con seguridad lo que hay detrás de aquella.

Sharon vuelve a tomar aire. Le tiembla la mano. Luego continúa:

—Yo... eh... atravesé la otra puerta. Y... y me encontré de nuevo en una habitación idéntica, con una mujer idéntica. Y... y ella había estado en dos habitaciones también. Y yo elegí de nuevo la otra puerta. —Cierra los ojos—. Y otra vez. —Otro resoplido—. Y otra vez. Y otra vez aparecí en otra habitación, salvo que no tuve tiempo de hablar con la mujer, porque de pronto estaba en el hospital. Contigo.

Por un largo rato, sólo hay silencio.

—No puedo... no puedo parar de pensar... sobre lo que habría sucedido si no me hubieras traído de vuelta a la vida. ¿Cuántas habitaciones hay? ¿Cuántas puertas equivocadas? Y si finalmente hubiera llegado a una habitación donde no hubiera ninguna anciana, ¿habría atravesado la puerta equivocada? ¿Me habría quedado encerrada en una habitación durante noventa años? ¿O más? ¿Y si...?

Deja de hablar. Yo no digo nada.

—Pero esa imagen de mí... tan vieja. Encerrada en una habitación durante noventa años. —Menea la cabeza—. No puedo sacármela de la cabeza. Era tan parecida a mí. Era yo. Y yo sentía lo que ella sentía. Por un momento, supe cómo era ser ella, ser... Oh, dios, Joel.

—¿Estás bien?

Levanta la vista, me mira y me sonríe con tristeza.

—Ya veremos, ¿verdad?

Espero un minuto. Luego le pregunto:

—¿Tienes un solo recuerdo?

—Sí.

Nos quedamos sentados en silencio diez minutos más. Digo:

—¿Quieres hacerlo de nuevo?

Ella me mira, sonríe y no me contesta.


58

—Creo que pasé por lo mismo que tú —me dice. Han pasado un par de días, creo. Estamos acostados en el colchón, mirando al techo.

—¿Qué quieres decir?

No responde por un rato y cuando lo hace su voz suena remota, a cientos de kilómetros de distancia.

—Creo que una parte de mí se quedó allá. Creo... —Y su voz se apaga y no dice nada.

De pronto, se da vuelta y me mira.

—Cuéntame cómo recuerdas que te dejaron abandonado en la escuela.

—Ya te lo he contado.

—Cuéntamelo otra vez. ¿Cómo era la sensación de estar varado? ¿Cómo fue regresar? ¿Cómo fue enterarte de que no tenías que permanecer en un solo lugar? Cuéntamelo otra vez.

Se lo cuento otra vez. Ella escucha, absorta.

Se abraza.

—Me falta una partecita de mí —susurra—. Dentro de mí hay un agujero, un pedacito que me dejé allá. —Y lo dice con tristeza.

Acerco mi mano a su rostro para tocarle la mejilla. Ella aparta la cara.

—Cuéntamelo otra vez —susurra—. Cuéntamelo otra vez.


59

Hace tres semanas que no paramos de hablar. Casi no dormimos. Y cuando nos despertamos, ella me cuenta los sueños que tiene, en los que ve a sus otros yo, sus yo alternativos. Las vidas que ha tenido pero que no tuvo, los recuerdos de cosas que podrían haberle ocurrido pero no le ocurrieron, los recuerdos de cómo se siente tener noventa años. En realidad no tiene esos recuerdos, dice. Sólo sueña con ellos. Pero se sienten reales cuando los sueña. Igual que todos mis recuerdos se sienten reales.

Y aunque ya está completamente recuperada, no hemos tenido sexo desde que murió. Estoy perdiendo el control sobre ella.


60

—Voy a regresar —me dice mientras miramos por la ventana.

—Muy bien. —Asiento con la cabeza—. Estaré contigo.

Ella aparta la vista; fija los ojos en un punto más allá del horizonte.

—Lo sé.


61

—No lo hagas con las píldoras. —Son las tres de la madrugada y dentro de siete horas va a hacerlo de nuevo. No puede dormir. Tiene que hablar del tema. Me quedo despierto con ella.

—¿Qué? —pregunta, apartando la mirada de la pared.

—No lo hagas igual que yo. Yo no sabía lo peligrosas que son las píldoras. Y ahora ya no puedo volver allá otra vez. Suicidarme con las píldoras es perjudicial para mi salud, ¿recuerdas? —Y de pronto ya no estoy seguro de si eso realmente sucedió o si en realidad sucedió alguna otra cosa. Si no sucedió...

—Sí. Lo recuerdo.

Asiento.

—Hay otras maneras de hacerlo. Otras maneras que te permitirán volver una y otra vez.

—¿Cómo cuál?

—Como cortarte las venas.

Ella lo piensa un momento.

—Sí —dice—. Lo haremos así. —Y vuelve a mirar a la pared. No tiene miedo.


62

Tomo el cuchillo.

—Dime qué hago.

Estamos sentados en el suelo, frente a frente.

—Corta aquí. —Señala una vena de su brazo izquierdo.

Corto allí. Un torrente de sangre salta hasta la alfombra.

—Dime qué hago.

—Corta aquí. —Señala una vena de su brazo derecho.

Corto allí. Más sangre.

—No es suficiente —digo—. Hace falta más.

—No es suficiente —dice—. Más.

—¿Dónde? —digo, apoyándole el cuchillo en el hombro izquierdo—. ¿Aquí?

—Sí. —Corto en el hombro. La sangre cae sobre el cuchillo.

—¿Aquí? —Apoyo el cuchillo sobre su seno derecho.

—Sí. —Y corto hasta que sangra.

—¿Aquí? —Apoyo el cuchillo ensangrentado sobre su garganta.

—Sí.

Corto. Lo suficiente para rasparle la piel y hacerla sangrar un poco.

—¿Más profundo?

—Sí.

Corto más profundo y raspo algo sólido.

—¿Más profundo?

Ella me mira con ojos muertos, indiferentes.

—Por favor.

Empujo el cuchillo más hondo, tan hondo que ya no puedo ver el filo. Ella se dobla de dolor, hay ríos de sangre brotando hacia todos lados, se lleva las manos al cuello pero evita tocar el cuchillo.

Se sacude y se retuerce durante casi cuatro minutos hasta que para de moverse y para de respirar y sencillamente... para.

Ahora ya está allá. Con sus otros yo. Está feliz.

Yo estoy aquí. Con mis otros yo. Y observo lo que he hecho.

Sus ojos me miran fijamente, inexpresivos; el cuchillo sobresale de un costado de su garganta y el fluir de la sangre, lentamente, está disminuyendo.

Oh, dios: ¡nunca me di cuenta antes, pero ella se ve increíble!


63

La miro y mi corazón late y late con fuerza. Oh, dios mío. Oh, dios mío. Ella es tan... me hizo sentir tan... Te amo, Sharon. Amo lo que me hiciste sentir.

Mi respiración se aplaca después de una hora. Afuera está oscuro. Hay oscuridad en los márgenes de mi campo visual.

Yo... eh... necesito dormir.

Necesito dormir.


64


Ilustración: Guillermo Vidal

—Lámeme el zapato —digo. Estamos otra vez en el patio, de nuevo en la escuela. Sharon está frente a mí.

—Por favor —gime—. Por favor.

—El pueblo lo ha decidido —le digo—. Hazlo ahora.

Estoy soñando. Esto no es real. Ella está muerta. Esto no puede estar ocurriendo. Ella nunca estuvo en mi escuela.

Se arrodilla.

—Por favor —suplica.

—¡Hazlo! —Mi voz es de hierro.

Lentamente, se inclina y me lame el zapato. No quiero mirar esto, pero no puedo alejarme de aquí.

Unos segundos después, levanta la vista y tiene los ojos anegados de lágrimas.

—¿Ya está bien?

Y mi corazón late con fuerza y mis hormonas preadolescentes se excitan. No por su dolor ni por su humillación, sino por el control que ejerzo sobre ella.

—Hay partes que todavía están sucias —le digo—. Hazlo de nuevo. —La multitud me aclama. Estoy en deuda con ellos.

Y por más difícil que sea para ella, se inclina y me lame el zapato otra vez. Y el latido que siento en los oídos es exactamente el mismo que sentí cuando la maté.


65

—Lámeme el zapato —le digo.

Estamos de nuevo en el principio. Todavía no me ha lamido el zapato.

—Por favor —me suplica—. Por favor.

¿Qué demonios es esto? ¿Qué es lo que ocurre? Tal vez no es ella la que está muerta. Tal vez soy yo, otra vez. Tal vez soy yo, todavía. Tal vez nunca regresé a la vida. Tal vez eso fue parte de algún escenario de la muerte. Tal vez sigo allá, en el lado oscuro. Jugando con mi lado oscuro.

Algo me impulsa a decir:

—El pueblo lo ha decidido. Hazlo ahora.

No, no quiero pasar por esto de nuevo. Este no soy yo. Este es el yo que pude haber sido, no el yo que fue. No el yo que es.

Obviamente aguantando la repulsión, tragándose todo lo que siente, tratando de no llorar, se arrodilla y se inclina. Lentamente, saca la lengua. Por una fracción de segundo, la lengua aletea un milímetro por encima de mi zapato. Esta segunda vez puedo advertir su vacilación. Pero el miedo la supera y la lengua toca mi zapato. Siento su lengua en mi pie, a través del zapato y del calcetín.

Debo de estar muerto. Trato de dar un paso al costado, de ir a otro lugar, a otro tiempo. A cualquier otra situación que no sea esta pesadilla.

No sucede nada.

Ella levanta la vista.

—¿Ya está bien? —Una lágrima a la izquierda, dos a la derecha. Su voz ruega clemencia. Ruega que su pesadilla termine. Casi me echo a llorar yo también. Este no soy yo. Por favor, que se termine.

—Hay partes que todavía están sucias —le digo—. Hazlo de nuevo. —La multitud me aclama. Y yo, por más que repudie todo esto, cuando ella vuelve a bajar la cabeza, cuando ya está claro que volverá a lamerme el zapato, siento una oleada. Una oleada de placer. Oh, dios, no.


66

—...el zapato —escucho el eco de mi voz, a pesar de que mis labios están sellados. Ha comenzado de nuevo.

Ella me está mirando, con los ojos húmedos, vacilantes. Cierro los ojos.

Está suplicando. Cierro los oídos.

Sé que le estoy contestando. Cierro la boca.

Percibo un movimiento en la arena. Sé que ella ahora está de rodillas. Cierro mi corazón.

Detengan esto. Detengan detengan detengan esto. Esto nunca ocurrió. Humillar a la gente no me da este placer. ¡Este NO SOY YO! La multitud que me rodea me aclama. No estoy aquí. Es una experiencia de otra persona.

A través de mi zapato, percibo el movimiento de su lengua por tercera vez y me recorre un cosquilleo de placer absoluto.

Conozco esta sensación. Conozco este gozo. Lo he experimentado antes. En mi niñez, una o dos veces. Cuando era adolescente. Pero me despreciaba tanto por sentirlo que nunca me permití estar en una situación que me permitiera sentirlo. Hasta que llegó Sharon.

No. Esta sensación es mía. Es mía, no de otro. Soy el monstruo que siempre tuve miedo de ser.

—Hay partes que todavía están sucias —le digo mientras abro los ojos, obligándome a hablar—. Hazlo de nuevo. —Mi corazón comienza a latir con fuerza. Ella lo hace de nuevo.


67

De pronto, no puedo respirar. Me siento, jadeando.

Está oscuro. ¿Estaba sufriendo un ataque cardíaco? ¿Por qué dejé de respirar?

¿Dónde estoy? Un haz de luz, el contorno de una puerta.

De vuelta en casa. Sharon está en la sala. ¿Alguna vez estuvo aquí? ¿Está muerta?

Lo único que tengo que hacer es ir hasta la otra habitación, y entonces lo sabré.

No. Me quedaré aquí un rato. Trataré de dormirme otra vez. No me importa.


68

Estoy acostado en la oscuridad, mirando al techo, y los recuerdos me invaden.

Recuerdo todo.

Y por primera vez, soy capaz de separar mis recuerdos.

Recuerdo haberme criado con mi padre y mi madre hasta que se divorciaron cuando yo tenía díez años. Recuerdo que me ahogué. Recuerdo que casi me aplasta un coche. Recuerdo que fui a la escuela y que nunca le pedí a nadie que me lamiera el zapato.

Sigo otro camino, recuerdos diferentes de una infancia diferente. Recuerdo que mi padre murió cuando yo tenía siete años. Recuerdo que mi madre se perdió en la bebida, menguando hasta desaparecer aunque siguiera viva. Recuerdo que fui yo el que la cuidó.

Recuerdo otra escuela. Recuerdo cómo disfrutaba humillando a los demás... no, humillándolos no... controlándolos. Recuerdo lo bien que me sentía cuando tenía el control. Recuerdo la satisfacción que me daba devolverle el golpe a la vida, controlarlo todo y a todos, impedirle al mundo que me manipulara a mí.

Y, en este camino, recuerdo el día en que me di cuenta de que no estoy vivo.


69

Comenzó cuando murió mi padre. Cuando mi madre me lo dijo, en casa, había otro yo. Otro chico igual a mí, medio invisible, mirándonos. Yo oía sus pensamientos, veía sus recuerdos. Él era yo, pero su pasado era ligeramente distinto. Era un yo diferente, que provenía de un sitio diferente.

Tardé años y años, pero, sabiendo que lo imposible es posible, aprendí las reglas de mi realidad. Esta no era la vida como todos la entendían. Yo podía pasar de una realidad a otra. Me di cuenta de que no era vida. Yo podía pasar a las vidas que pudieron ser, que serán, que habrían sido. Y cuando observé la vida del chico que apareció en mi día más triste, aprendí que él estaba vivo, que él había llegado después de haber muerto y que se había esfumado cuando lo revivieron. Este sitio, donde yo nací, donde crecí, era la muerte. Yo nunca había estado vivo. Yo no era más que una posibilidad.

Odiaba a mi yo real. Yo quería ser él. Observé su vida. Sabía que él regresaría. Que regresaría a buscarme. Y entonces... lo mataría y tomaría su lugar.


70

Y eso hice.

Pero él también regresó. Yo regresé. Desde el patio de la escuela.

Ahora yo soy los dos. Estuve allá, en casa, escuchando la mala noticia de boca de mi madre. Estuve allá, en casa, viéndome escuchar la noticia. Esas dos versiones de mí ahora están en mi interior. Al menos esas dos, si no son más.

Pero ahora puedo diferenciar las realidades. Todas son reales. Pero puedo diferenciarlas. Aquí, mi padre sigue vivo. En la vida del más allá, mi padre murió cuando yo tenía siete años.

Este... otro yo. Este yo al que le gusta controlar a la gente, es el que manipuló a Sharon. Es el que se impuso sobre mí. Es el que la llevó a suicidarse una vez y, cuando vi —cuando vio— que estaba perdiendo el control sobre ella, fue el que cometió el acto de control más absoluto y la indujo a suplicarme que la matara.

No fui yo. No fue mi placer el que sentí. No fui yo, por el amor de dios.

Pero entonces, ¿de quién era ese placer? Lo sentí. Es un placer que sentí antes. Es mío, sin importar cuánto desee que no lo sea.

Ese otro yo, ese yo muerto vuelto a la vida, no es una persona diferente. Es sólo un caso de "pudo pasarme a mí... a él... a nosotros". Es un yo que fácilmente pudo ser. Yo soy él. Y todo lo que él hace pude hacerlo yo, lo hice, lo habría hecho.

Y ahora lo hice. Lo hice. Y me gustó.

Y me odio.


71

No puedo enfrentarme conmigo mismo.

No es porque ella esté muerta. Ella quería morir. Ella está donde quiere estar. Es porque yo destruí su mundo. Le arrebaté su trabajo, sus amigos, su familia, todo lo que había en su vida, sólo por puro placer, y luego la manipulé para que se suicidara. Y una vez que visitó la vida del más allá, todo lo que ella había sido quedó atrás. Era igual que yo, quería morir otra vez, y otra, y otra... Y yo la manipulé, la controlé, le robé sus pensamientos, su razón, su yo... y me aseguré de que esta muerte sería su última muerte. Sólo para volver a sentir esa oleada de control.

Y —ni siquiera quiero pensar en ello, pero no puedo evitarlo— en ese lugar horrible, del otro lado, en la otra vida, hay otros de mis yo. Mis yo que pudieron ser. Mis yo que son diez veces peores de lo que soy ahora, que cometen actos más horribles que los que yo cometí aquí. Son asesinos, estoy seguro. Violadores. Dios sabe qué más. Y son todo lo que yo pude haber sido si las cosas hubiesen sido diferentes. No están desconectados de mí, no son otras personas. Son yo en otras circunstancias.

Oh, dios mío, ¿cómo puedo enfrentarme conmigo mismo? ¿Cómo puedo mirarme en el espejo, sabiendo que pude convertirme en todas esas cosas?

¡¿Cómo puedo vivir conmigo mismo sabiendo que soy todo lo que odio?!


72

Yo tengo la culpa.

Yo tengo la culpa de todo lo que pude haber hecho, de todo lo que existe allá, más allá. Es parte de mí. Y yo tengo la culpa de eso. Tengo la culpa de todo. De todo.

Me odio.

Ayúdenme.


73

Han pasado dos días. Me quedé en la cama todo este tiempo, con las cortinas cerradas. No como, apenas bebo y sólo atravieso la sala cuando tengo ir al baño.

No puedo enfrentarme conmigo mismo.

Y entonces, de repente, siento la urgencia de abandonar la casa. De salir. De encontrar a otra mujer.

No puedo. No puedo. Otra vez no. Me acuesto sobre mis manos y entierro la cabeza en la almohada.

Oh, dios mío, soy un monstruo.


74

Han pasado dos semanas.

Al menos puedo caminar y pensar. Pensar es importante. Tal vez haya un modo de resolver esto conmigo mismo. Tal vez haya un modo de aprender a vivir con lo que soy.

No sé si es posible. Pienso que no. Pero al menos estoy pensando, y pensar es importante. Creo que finalmente lograré salir de esto.


75

El cuerpo de Sharon está comenzando a oler mal de verdad.

Lo meto en una gran bolsa de nylon que luego envuelvo varias veces, aseguro con cinta adhesiva y coloco en el altillo.

Me pregunto si debo guardarlo allí o deshacerme de él.

No. Lo guardaré. Valor sentimental.


Título original: "The Dark Side"
© 2002, 2004 - Guy Hasson
Traducido y publicado con autorización del autor
Traducción: Claudia De Bella © 2006.


De todos los escritores que aparecen en esta "Actualización 17° Aniversario de Axxón", Guy Hasson es el único extranjero que no debuta. Ya habíamos publicado su novela corta "La cría de Hatch" en el N° 163. Guy es israelí, aunque vive en Arizona, USA. Ha publicado los libros Life: the Game, Hatchlingy Hope for Utopia, éste en formato electrónico. Sus historias cortas han aparecido en inglés, hebreo y alemán y ha ganado el premio Geffen concedido en Israel a la mejor historia corta de 2003 por "All-of-Me#".


Axxón 166 - septiembre de 2006
Cuento de autor asiático (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Muerte: Israel: Israelí: Hebreo).