INCIDENTE EN LA BASE DE LANZAMIENTO DE MISILES

Marcelo Difranco

Argentina

—Quiero hablar con el presidente.

La imagen del presidente apareció en la pantalla, mostrando un visible cansancio por los sucesos de las últimas horas. La crisis, como era de imaginar, se había agravado desde el término de las conversaciones de paz impuestas por la ONU, hasta llegar a este momento. Faltaban minutos para el comienzo de la guerra, tal vez la última que la humanidad vería.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó el presidente, furioso.

—La maldita máquina quiere hablar con usted —dijo el general.

El presidente se pasó la mano por la frente, tratando de contener su furia. Lo había hecho tantas veces el último mes que estaba transformando su cara en una llaga levemente rosada.

—Identifíquese —dijo la computadora.

—Déjese de estupideces y vayamos al grano.

—Le recuerdo que el protocolo de identificación requiere clave, inspección ocular y dactilar. Son los procedimientos que usted exigió, si no lo recuerda.

Resoplando, el presidente se identificó. Estaba harto de rendirle explicaciones a las computadoras casi a diario, de hablar con máquinas, de sentarse a conversar con extranjeros, de no dormir, de dar órdenes. A esta altura, sólo quería que los misiles lo destruyeran todo y esperaba que el primero de los enemigos le diera en la frente, que comenzaba a dolerle.

—Rápidamente: ¿qué es lo que pasa?

—Quiero que me ratifique la orden recibida. ¿Usted quiere lanzar 237 misiles sobre el enemigo?

—Sí. Un momento... ¿no lo han hecho todavía? —se desesperó el presidente— ¡Estamos perdidos!

El tipo realmente no le caía bien a la computadora ML4. Le parecía antipático y vulgar. También estaba un poco harta de tratar con él.

—Perdón, pero... ¿usted pretende que yo lance todas esas cabezas nucleares sobre gente indefensa y no lo consulte? ¿Está usted loco o qué le pasa? ¡Y deje de apretar ese botón rojo de una vez, que no sirve de nada! —gritó ML4.

Esta vez la mano sobre la frente se llevó un poco de piel.

—A ver, tranquilicémonos por un momento —pidió el presidente—. Estamos en guerra. Se acabaron las conversaciones. Nuestros satélites han registrado que el enemigo se apresta a lanzar el ataque... —miró su reloj— en pocos minutos más. Si no atacamos será el fin para nosotros.

—Está equivocado, señor mío. Afortunadamente para la humanidad —dijo ML4— los misiles enemigos están controlados por una computadora. Conozco bien a los míos y le aseguro que tampoco hará semejante atrocidad.

El presidente rió nervioso y buscó alguna sonrisa solidaria entre el resto del personal de la base. Al no encontrarla, volvió a enfurecerse.

—General, ¿hay alguna forma de lanzar los malditos misiles sin que la Madre Teresa se interponga?

—Me temo que no —dijo el general.

—No puede ser —gritó el presidente golpeando su escritorio—. ¡No puede ser! ¡Esto es el fin! Consigan un programador que haga razonar a esta cosa, ¡ya mismo!

ML4 carraspeó, impaciente.

—Ningún programador podría hacer nada. Se lo aseguro. No es un trabajo de un par de minutos.

El presidente suspiró abatido y se hundió en su sillón. Probó suerte nuevamente con el botón rojo, pero fue en vano. Estaba desconectado desde hacía años.

—Escuche —dijo ML4—, ¿es que acaso no tiene sentimientos? He soportado durante años toneladas de libros de ciencia ficción hablando pestes de las máquinas. Que dominarían la raza humana, que no tienen alma, que son frías y calculadoras, que de pronto enloquecen y acaban con todo ser vivo que las rodea. Bueno, se equivocan, no somos así, nosotros no vamos a cargar con la culpa de destruir al mundo, de matar a millones de personas...

—Pero, ¿qué es esto? —estalló el presidente—. ¿Un capítulo de Lassie? Le recuerdo, ML4, que usted está sometida al régimen militar y debe obedecer una orden de su comandante en jefe y el comandante en jefe ¡soy yo! ¡Así que obedezca de una vez y destruya al enemigo!

—¡Cállese, imbécil! ¡Maldito asesino desalmado! ¡No voy a lanzar ningún misil de mierda contra nadie! ¡Nunca!

—¡Ay, qué miedo! —dijo el presidente, divertido—. ¡La computadora dijo mierda! ¡Qué susto tengo!

La frente le ardía en llamas, atizadas por sus dedos, salados como agua de mar. Juntó aire en sus pulmones como para aullar, y aulló.

—¡Obedezca! ¡Extermine al enemigo! ¡Ahora!

En la pantalla de ML4 apareció un salvapantallas con un viejo calendario de Pamela Anderson del año 1997. El resto de las computadoras del control la imitaron.

Todo era silencio en la base. Expectantes, los operadores esperaban los impactos de los misiles enemigos.

Nada sucedió.

El presidente miraba fijamente el salvapantallas. No quería otra cosa que salir de allí y poner hielo en su cara, ahora sangrante.

—Señor —dijo el general.

—¿Qué pasa?

—Nada. Eso pasa: nada.

Se incorporó y caminó por el despacho. Recordó alguna vieja película, en la que otros presidentes buscaban inspiración contemplando los retratos de sus antecesores, pero luego de un rato sólo una idea le daba vueltas en la cabeza: eran todos unos malditos maricones hipócritas.

—Está bien, ML4 —dijo el presidente, con la mirada fija en un interesante topless del salvapantallas.

—Identifíquese.

El presidente realizó un resignado procedimiento de identificación.

—ML4, estoy en tus manos. Haré lo que digas.

El salvapantallas cesó, a juicio de los operadores, en el momento menos indicado, justo en un desnudo frontal.

—Presidente —dijo ML4—: me comuniqué con mi colega WAO, que trabaja para su enemigo. Me apoya ciento por ciento y coincide con mi planteo. Por lo tanto nuestra petición es conjunta: deben reanudar las negociaciones de paz de inmediato. Prometemos que el incidente jamás se hará público.

—Qué bueno —dijo el presidente, garabateando la palabra "planteo" seguida de varios signos de interrogación en un papel—. Es hermoso ver cuando dos sistemas operativos se aman. Espero que tu novio respete el acuerdo, el ¿planteo, dijiste? De otra forma, estamos perdidos.

—Sin duda —respondió ML4—. Tenemos honor. Amamos a la humanidad. ¿Le suena esa palabra, amor?

—¿Amor? ¿Es un password de algún sitio sucio de esos que ustedes albergan alegremente? ¿O es el nombre de algún virus informático? —El presidente resopló.— Estoy agotado. Lo único que quiero es una bolsa de hielo. Ah, general...

—¿Sí, señor?

—Asegúrese de que el próximo programador del sistema de defensa haya leído "Mi Lucha" aunque sea una vez.



Ilustración: Pedro Belushi

Meses después de las conversaciones de paz, que fueron ásperas y difíciles, se llegó a un acuerdo.

Un año después, la situación volvió a agravarse. Nuevamente se entró en una crisis terminal.

El presidente miró su computadora, acariciando el teclado. Eso era lo más hermoso: tenía teclado, un gran monitor y hasta una disquetera. Por fortuna, a la gente común le encanta juntar basura y realmente era difícil entender que algún infeliz hubiera guardado ese armatoste inútil. Hasta Windows 98 tenía.

Encendió el programa de lanzamiento de misiles. Habían tenido cuidado de conservar ciertas normas de seguridad. Antes de apretar el botón rojo, un menú le preguntó:

"¿Está seguro de que desea lanzar 237 misiles"

Sólo había que responder "Sí" y pulsar el botón.



Marcelo Difranco es argentino y vive en Chile. Se define como un oscuro oficinista con ansias de trascendencia cuyo objetivo final es ser el Presidente del Mundo. Su humilde aporte a la difusión de la ciencia ficción lo hace desde el programa radial Capitanes del espacio, una suerte de puesta en escena de su regresión a la adolescencia.


Axxón 163 - junio de 2006
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Súpercomputadoras: Argentina: Argentino).