OL' FAIRIES BAR

Luis Saavedra V.

Chile

- I -


El cambio en el paradigma evolutivo dio principio al término de la II Guerra Mundial, resultado de la incipiente carrera armamentista que se comenzaba a librar. Para todos los efectos, la raza humana comenzó su extinción en aquel momento.

Corría el año 1945 y los días del III Reich se acababan. Cercado por todas partes, con sus comunicaciones inutilizadas y sometido al continuo bombardeo aliado, Alemania veía con impotencia cómo sus centros industriales y las ciudades más populosas eran destruidos sistemáticamente, habiendo cedido ya los frentes del Este y de Italia. En los altos mandos de la Wehrmacht se venía masticando una posible derrota, desde que los Aliados desembarcaron en Normandía, el 6 de Junio de 1944. Entonces, los informes enviados a la comandancia en Berlín hablaron por primera vez de escuadrones de élite cuyas incursiones sobre las posiciones alemanas dejaban fuera de combate a cualquier contingente alemán que los enfrentara, sin importar su calidad ni tamaño. En un comunicado del Alto Comando nazi, encontrado en los cuarteles generales de Berlín y fechado el 16 de Octubre de 1944, se relata cómo un grupo de cinco tanques tigre era literalmente alzado en el aire "por algún extraño poder aliado y convertido en una masa candente de metales" . De este modo, los aliados obtuvieron contundentes victorias en Cherburgo, Avranches, París y Reims.

En la noche del 15 de Abril de 1945, un contingente reducido de soldados meta-humanos, en operación concertada con sus homólogos soviéticos estacionados en Torgau, lanzaron la ofensiva final sobre Berlín, en lo que se da en llamar la Operación Cazavíboras. Las defensas alemanes del Oder y del Neisse, por el Oriente, y del Elba por el Occidente, cayeron junto con el tratado de Yalta. Cuando Berlín estaba a punto de ser tomada, el capitán Roger Stevenson comandó el grupo de asalto X-Joe para tomar la Cancillería alemana, donde los espías aliados indicaban que estaba Hitler. Lamentablemente, para entonces, el Führer yacía sobre su escritorio en otro punto de la ciudad.

El 3 de Mayo de 1945 la guarnición de Berlín se rindió, y el mismo día lo hizo el ejército alemán en Italia y gran parte del de Austria, lo que significaba el fin de la guerra en el continente europeo. Gracias a una casta de soldados creados en los laboratorios australianos y americanos, se logró minimizar el coste de vidas humanas en el asalto bélico más grande de la historia.

No obstante que Europa se había pacificado, las hostilidades aún continuaban en el Pacífico y habría que esperar otros cuatro meses para que terminaran. El Japón hasta entonces había sido una nación irascible y orgullosa que venía demostrando a Occidente que los gobiernos feudales eran potencialmente peligrosos frente a las débiles democracias. Sin embargo, abrumados por una superioridad naval y aérea el imperio nipón cedió sin cesar, durante 1944 y 1945, sus territorios ocupados. Tanto por sus posiciones sobre el Asia continental como en los frentes en ultramar, los japoneses libraron una desesperada defensa sin resultados. La Unión Soviética se había lanzado sobre Manchuria con sus propios comandos de laboratorio, gobernados por el grupo Estrella Roja, creados con tecnología australiana en Liberia. La dominación japonesa fue repelida hasta la misma costa del Japón con el claro objetivo de tomar el Palacio Imperial en Tokio. Sin embargo, quien llegó primero fue el ambicioso proyecto americano denominado irónicamente Übermensch.

Existen dos versiones respecto de la Rendición de Tokio: La primera cuenta que el presidente Truman habría firmado la orden ejecutiva de destruir Kyoto, mediante una nueva y poderosa arma denominada Bomba Atómica, desarrollada secretamente en los laboratorios militares de La Florida, con tecnología nazi capturada en 1943. El 6 de agosto de 1945 el bombardero "One Mississippi" entraba al espacio aéreo del Japón con una ojiva atómica en su seno, pero sin embargo no se le volvió a divisar en el radar tras un último contacto radial cifrado con Iwo-Jima. Dos horas después trascendía que un ser identificado tan sólo como Overman aparecía en los jardines del Palacio Imperial de Tokio, y que tras una serie de incidentes con la guardia, que destruyeron parte del frontispicio del edificio, el Emperador Hirohito se vio en la obligación de capitular... La otra versión corresponde a la evidencia presentada por John Angus Phillips, historiador de la Casa Blanca, que dice que el Presidente Truman jamás llegó a firmar tal orden, sino que el Overman (Übermensch) le habría sido presentado como alternativa a la Bomba Atómica. En su libro Tormentas Secretas: 70 años de Historia Americana en la Casa Blanca, relata que Truman, conocedor del poder que podía desencadenar una explosión del tipo atómico, no titubeó mucho cuando le presentaron al humanoide, y sólo bastaron unas simples pruebas de resistencia para que acordase con sus asesores el ataque al Palacio Imperial. Tan sólo pensar que el presidente norteamericano hubiese consumado la ofensiva sobre Kyoto, e imaginar una tromba de fuego matando a miles de civiles, resulta una idea obscena e impresionante.

Phillips no da detalles claros respecto del origen de esta super-entidad, pero lo más probable es que tuviera la misma manufactura que los escuadrones de élite que ocuparon Berlín, aunque elevado a una potencia de diez. Se ha especulado desde entonces respecto del origen extraterrestre de Overman, pero cada administración americana ha guardado un conveniente silencio.

Han pasado cincuenta años desde la aparición de los meta-humanos en nuestra sociedad, en un momento crucial de la historia humana. Hoy el Tratado de Nantes de 1946, firmado por todos los países que conformaron la alianza contra Alemania, da derecho a los meta-humanos a la ciudadanía múltiple con derechos plenos y son garantes de la paz mundial. Dicha acta contiene siete anexos en los que se otorgan beneficios, cubiertos por los gobiernos respectivos, tales como pensión estatal, salud, vivienda, alimentación gratuita, libre tránsito por los territorios de la Alianza, entre otros, y que hasta nuestros días ha recibido pocas modificaciones. Capítulo aparte, no cubierto por este artículo, es la creación de los diferentes organismos independientes que, obteniendo las franquicias del gobierno estadounidense, han seguido desarrollando y perfeccionando la biotecnología meta-humana hasta niveles sorprendentes. Si ahora pudiéramos proyectar un mundo sin ellos, lo descubriríamos lleno de caos y violencia innecesaria, en donde las redes del fascismo, el comunismo u otra doctrina peor reinarían como reemplazos del estado democrático. Hoy, por el contrario, tenemos la seguridad de que nunca más una conflagración mundial se abatirá sobre nosotros. Sinceramente no imagino a nadie que pudiera dudar de los beneficios de un meta-humano.


Time 04/01/1994 (Extracto).

Claude R. Weber, Historiador.


"¿Está usted listo? ¿Sí?.. bien. Mi nombre es James Henry Watson Smith. Soy un meta... No lo supe hasta los doce años cuando sobreviví a la caída por un barranco de 20 metros. Mi hermano no era meta, él sí murió... ¿Qué? No, ya no me culpo por eso. He asumido que no fue mi culpa. Tenía doce años, ¿sabe?, y Stevie me obligó a arrastrarme por el borde hasta el avión. Verá, me gustaba mucho ese avión de juguete, solía tirarlo y ver como planeaba, pero ese día se fue muy lejos, ¿sabe?.. Yo no... Yo no pude volver, así que Stevie fue por mí y pisó en un terrón suelto y me arrastró con él. ¿Me permite beber de su vaso? Gracias... Tiene un sabor extraño, el agua. Bueno, desperté en un matorral espinoso mirando las nubes y eso sí que fue extraño y relajante... es como cuando se está resfriado y parece que uno está incomunicado del mundo y solo quiere dormirse. En realidad, me desperté porque el dolor se empezó a meter en mi cabeza cada vez que me movía. Estaba todo adolorido. Me dijeron que mi poder se había activado y que mi cuerpo había absorbido la mayoría de los impactos amortiguando mi caída. Bueno, no entiendo cómo funciona el poder, dicen que se "manifestó", yo simplemente me limito a usarlo. Stevie estaba boca abajo con las piernas en unos ángulos terribles, casi tocándose la nuca, y creo que grité y después me desmayé... Cuando vuelvo a pensar en ello siempre me dan escalofríos. Como hermano mayor, Stevie había sido un tanto... abusivo, pero nunca llegó a golpearme, y de un día para otro yo era mi único hermano, solo, rasguñado y sintiéndome muy culpable..."

"¿Tiene cigarrillos? Hace tres meses que no fumo, aquí en la prisión todos me temen."


Entrevista grabada el 14/08/1997 por el periodista Ernest Garrett en el Centro Penitenciario para Criminales Meta-Humanos.


Otra vez me descubrí pensando en libros. Eso es malo. Es un efecto de mi ansiedad.

Mientras miraba el escaparate de los libros se me ocurrió que no estaría de más otro volumen sobre Salinger en la biblioteca, pero sabía que Pauline no se alegraría al verme llegar con él. Me conoce demasiado bien como para no leer esa señal.

Día tras día, desde hace como dos semanas, mi faceta más hosca había brillado en todo su esplendor. Llegaba silencioso y cansado a casa, encerrándome en el cuadrado del televisor durante horas, mirando las figuras hasta caer dormido. Pauline se deslizaba por la casa como un ratón, evitando cruzarse con mi mirada, pero yo sabía que todos los días desde entonces se había preguntado qué era lo que pasaba por mi cabeza. Dos semanas y la tensión que iba acumulando como herencia de mi trabajo me comía las entrañas. Y al final ocurrió lo que temía.

Seguí mirando el libro de Salinger, que me llamaba desde la brillante cubierta, pero reuní las fuerzas suficientes para no entrar a hojearlo y que me terminara de seducir. Luego, enfoqué mi cara reflejada en el vidrio del escaparate y me sentí transportado al gran edificio de salas blancas y asépticas, en Bruselas. Se mezclaban mis tiempos. Hacía rato que no tenía tanta incertidumbre en mi vida, para mí aquello era un mal síntoma, y lo único que atinaba hacer mi mente era derivar entre las librerías de la avenida Philips y las imágenes de las calles de Bruselas. En realidad, mi vida era perfecta hasta hace un par semanas, cuando decidí arriesgarme por primera vez, echándome al bolsillo diez años de lealtad. Ese fue un primer error. Inmediatamente, cometí el segundo al tratar de ocultar todo el asunto, porque nadie es infalible en la desesperación. Desde entonces todo fue cuesta abajo. Cuando llegó mi reemplazo, más ágil y más joven, fue una señal directa para irme.

Pobre Pauline. Realmente lo sentí por ella que aguantó conmigo las muchas crisis que tuvimos, desde las largas ausencias hasta mis cambios de personalidad. Fue ella la única que me apoyó el día que dije que iba a dejar el tabaco y el alcohol, y nadie me tomó en serio. Desde esa decisión no he vuelto a entrar en un bar. Es lo mínimo que puedo hacer por ella. Sin embargo, sentía que nos habíamos vueltos viejos de antemano y Pauline no era más Pauline, la mujercita detrás mío. Sabía que tenía su propia crisis, preguntándose si existiría alguna máquina del tiempo para huir hacia atrás y deshacerlo todo, producto de tragarse durante años mi propia angustia y acidez. Ella no era la misma, yo no lo era. Cambiábamos de una forma acelerada. En este punto se podría decir que somos dos verdaderos desconocidos.

No fue así siempre. Me comenzó a ir bien desde que nos casamos. Gradualmente. Nos contentábamos con un paso a la vez. Cuando llegó Timmy fue como el premio de todo lo bueno que habíamos hecho. Nos sentíamos una familia modelo, pero nunca fue gratis. Jamás. Solo nosotros sabíamos cuánto esfuerzo había escondido, cuán frágil era. Y ahora esto.

Yo no sabía cómo les iba a explicar que ya no tenía mi puto trabajo. Hubiera sido más fácil decírselo a Salinger que enfrentar a Pauline.

Decidí alejarme de la vitrina donde Salinger aparecía tan triunfante con su hija en los hombros, y caminé sin tener un rumbo muy claro en mi mente, pero desde hacía rato algo se estaba manifestando en mí, me estaba exigiendo y yo lo ignoraba. Verán, me aterran los bares desde que dejé el alcohol. Me aterran desde esa noche en que casi me muero en uno de ellos. Todo por culpa de un pre-infarto. Desde entonces están para mí marcados con esas calaveras y tibias cruzadas que uno les pone encima a las cosas mortales... Pasó hará unos cinco años en un seminario para vigilantes al cuál asistimos con mi jefe, en la costa oeste. Era uno sobre seguridad en aeropuertos, en donde todas las modelos estaban vestidas como aeromozas. Cuando el viejo, mi jefe, me decía que íbamos a tener "mucha práctica y poca teoría" antes de asistir a un seminario, siempre era porque había una cantidad de "excepciones" que disfrutar durante toda la noche, y era precisamente como el paraíso para un bebedor como yo. Recuerdo estar en un bar cerrado con un par de tipos que no paraban de gesticular, recuerdo estar frente a unos martinis secos y una cajetilla de Gitanes de tabaco rubio que llevaba vacía dos horas. Pero sobre todo, recuerdo la atmósfera como una capa insana de humores y sonidos de los que buena parte no tenía idea de donde venían, tan densa y tan turbia como cuando agitas el agua con la mano en el fondo de una pecera. Me empezó con una tonalidad roja cayendo por todas partes y luego una sofocación que me cerraba la garganta, mientras yo seguía aferrado a mis dos martinis, fue entonces que un dolor sordo me comenzó a subir por el brazo. La siguiente imagen que recuerdo es algo así como un accidente de tránsito, en la que estoy tendido con una faz azulosa y desorbitada y el barman me mira desde la barra, sobre un fondo rojo marciano... Un pre-infarto: un tipo con suerte, una advertencia del gran Dios de los Cielos. Los médicos te dicen todas esas pelotudeces con la intención de asustarte, pero no era necesario, yo ya había tomado una decisión. Fue el día en que Pauline creyó en mí.

Es una imagen potente y útil para mí pensar que cada bar es un pedazo de Marte solo para marcianos y que si atravieso las puertas voy a reventar como un globo. Solo que hay veces que soy más débil y mi corteza más evolucionada se bloquea.

Así es. Todavía puedo ver el rostro de mi jefe, ese rostro impertérrito de fina civilización, pronunciando en su delicado estilo que era hora de prescindir de mis servicios, que nunca debí actuar por mi propia cuenta y que me fuera bien en la vida independiente. Me quedé un rato como si nada hubiera pasado, masticando inconscientemente el hecho; quizás esperanzado en una decisión de última hora que no llegó. Luego, desalojé lentamente mis cosas de la oficina, tomándolas como si pesaran más de la cuenta. Me parece que me sorprendí mucho cuando todas cupieron en una sola y austera caja de cartón... Pienso que había mucho de envidia en su actitud. Pienso que él no es un tipo que ya sirva para vigilante y quizás temía que mi operación al margen le cerrase algunas puertas y sembrase algunas dudas en los clientes.

¿Entonces qué?

Entonces salí a la calle a reunirme con el tres-por-ciento de esta ciudad, a navegar sin rumbo fijo por la infinidad de escaparates, tiendas y liquidaciones. Me sentía con todo el tiempo del mundo. Fui al parque a ver cómo los viejos gastaban su tiempo y luego a un cine de demasiada mala reputación para que me importase ser visto. Fui a sentarme a comer algo en un restaurante, pero al final no pude mascar bocado y dejé cinco dólares. Por último, fui a visitar las librerías de libros usados hasta encontrar a Salinger...

Con una estúpida caja de cartón atada y sin las agallas para llegar temprano a casa.

Pero no, enfrentarme a sus ojos era algo que estaba más allá de mis posibilidades, a menos que mi ánimo se templara. Solo un poco, lo suficiente con un par de copas.

¡Qué diablos!, sentía la boca seca y quería un trago en un vaso ancho. Supongo que me podía dar un lujo así después de un patadón como el de ese día. Empezó a llover a las ocho, cuando la atmósfera se cargó de electricidad y las nubes taparon el cielo en una aguafuerte roja y cayéndose al negro. Miré en un par de boliches pero había mucha gente, mucha "atmósfera marciana", hasta que llegué a un antro, en algún punto al sur de la ciudad, en un sótano que apenas se ve desde la calzada. Me fijé ansiosamente en el discreto anuncio de neón iluminado a medias contra la fachada gris: "Pase por una copa". Eso me pareció demasiado personal, un horizonte de promesas, y luego olvidándome de toda precaución me convencí de que si alguien no bebe un trago para empujar la amargura afuera es porque es un tremendo hijo de puta.

Abrí la puerta y sonaron las campanillas. Estaba vacío y mal iluminado: cinco mesas con sus respectivas sillas, un escenario y los instrumentos de una orquesta que debía haber tocado ya, el suelo sembrado de colillas y la barra. Nada de marcianidad aquí, gracias al Cielo.

Detrás de la barra había un negro leyendo una novela negra, con la nariz como un pimentón y la frente tan limpia de arrugas que las luces mortecinas del bar se reflejaban en esa superficie. No me gustan los negros y eso es un defecto, supongo. Cuando me sonrió lo hizo sin mostrar los dientes. Bien por él, me rompía el estereotipo.

—Qué tal, bonita noche, me llamo Zach. Parece que va a haber bastante agua y viento allá afuera en un rato más, aunque no como la tormenta del viernes pasado. Ese día sí que fue malo. ¿Puedo servirle algo? ¿Un martini quizás?

Me estremecí ante la idea: —No, mejor que sea J&B y soda. Una botella de cada uno.

—¿Desea hielo?

—No, seco.

No me sentía muy comunicativo. Tomé mi lugar en la barra y luego de un par de frases neutras pude concentrarme en la etiqueta de la botella. Doce años. Me di cuenta de que si me concentraba en cosas mínimas no había asfixia ni miedo y todo se volvía tan lejano y absurdo que me convencí que el mundo afuera ya no existía. Lo único concreto era un vaso de cristal lleno del líquido ambarino, ampliándose en el paisaje como un globo.

"Un vaso lleno de las desgracias de otros," pensé. Traté de imaginar la cadena de ebrios que lo habrían tenido entre sus manos temblorosas, calentándolo y confiándole sus frustraciones y deseos, viendo sus reflejos deformes en el fondo. Quizás hubieran dejado mensajes en el cristal, de borrachos chistosos o severos, erosionados en el continuo trasiego del agua y el licor. Yo también quería pertenecer a ese tipo especial de náufragos y dejar mi mensaje.

"Necesito trabajo, llamar al 212 481 2980".


- II -


Hoy tenemos una cantidad no especificada de seres meta-humanos en nuestros territorios. Algunos alegan que llegan a varios millones, aglutinados en organizaciones de jerarquía vertical, fuertemente controlados por corporaciones y gobiernos occidentales. Hasta ahora han sido serviles a la trama político-económica del viejo status quo que los creó, aunque muchos de ellos se han salido del juego, "rebelado" en sus propias palabras, pero que no han amenazado directamente los poderes "humanos", a pesar que se les han brindado facultades extraordinarias. Es más que seguro que existe un mecanismo de defensa como el que sostiene en su monografía el analista Pieter Cauldrun ("¿Quién debe temer?", Yucca Books, 1993), en donde denuncia prácticas reñidas con la ética en las corporaciones que administran los recursos meta-humanos, en la manipulación del material genético que da inicio a un nuevo ser, introduciendo un lazo de dependencia psicológica para con las organizaciones humanas. Aunque no logra fundamentar con pruebas fehacientes si existe dicho control, este alegato se viene a unir a una corriente de opinión con varios años encima que pone en duda el libre albedrío de los seres meta-humanos. Hay quien dice que un complejo de inferioridad inducido es una forma limpia y eficiente de control, que podría activarse mediante un dispositivo sin especificar, ante la idea de atentar contra los intereses de las mismas organizaciones que los crearon. Agregaría que un procedimiento tal tendría una reacción fisiológica inmediata, e incluso provocaría la muerte, y que aseguraría una línea de comportamiento a discreción.

Unas últimas reflexiones, ¿por qué hemos sido tan lerdos a la hora de analizar este tema?, ¿en qué momento la administración de tales recursos pasaron del Estado Aliado a entes privados?, ¿quiénes son los que vigilan a los vigilantes?


Super-Paradojas: 13 ensayos sobre la meta-humanidad, compilados por Sergei Arasi, 1998.


"Cuando la vi no sentí nada. Sólo era una niña más entre el gentío esperando algún amigo, una niña más, como las de los colegios, ¿nunca salió con ninguna cuando era un pendejo? Bueno, tuve un problema con una más crecidita en la Academia. ¿Qué? A Redmont Point le dicen la Academia... No sé si se acuerda de 'Goldie', el dibujito animado de los sesenta, ¿no? Ella me hizo recordar a 'Goldie' esa vez, con rizos dorados y nariz respingona, no sé si me explico."

"Yo llevaba el traje puesto. Eran las siete de la tarde y había una cola de autos y camiones esperando moverse una mierda por la avenida. Recuerdo que hacía un calor maldito aún a esa hora y el traje era demasiado grueso y estrecho. Recuerdo haber pensado en mí como un pollo envuelto en aluminio en el interior de un microondas."

"Sabe, ser un vigilante menor en una ciudad tan chica como ésa es una verdadera frustración, es como dedicarte a bajar gatos de los árboles sabiendo que puedes volarle los sesos a todos esos monos musulmanes de Indonesia, pero en fin... Esperaba a que el sol bajara definitivamente para dar mi ronda nocturna. Usted sabe, empolvarle la nariz a un ladronzuelo, realmente nada complicado para una noche de verano. Pero mientras, no tenía nada qué hacer, sólo pensar en el calor. El calor. Me duele la cabeza de nuevo cada vez que lo pienso."

"Bueno, entonces la niñita se me acercó y ya no fue más un dibujito animado."

"'¿Te has perdido?', le pregunté, pero ella contestó que no, que esperaba un amigo, aunque yo sabía que era una mentira, y a continuación me hizo la pregunta estúpida de siempre."

"'Sí, soy Xinetix de Los Justicieros de Phoenix', le dije y después tuve que darle un autógrafo y las chapitas del grupo que siempre andamos trayendo para estas ocasiones. Todo es parte de las relaciones públicas, lo enseñan en todos los niveles de la Academia, pero a mí me... para mí es toda una estupidez."

"Me pregunto por qué Dios no permitió que desapareciera en ese momento, ya tenía lo importante y podía contarle a sus amigas que estuvo con Xinetix. Pero no se fue, no se fue. Se llamaba Heather, no Goldie, y traía una cazadora de los Bulls de Chicago, unos mierdosos jeans franceses y zapatillas, tendría unos quince o dieciséis años y la muy zorra se paraba muy derechita para que yo pudiera verle el culito pequeño y redondo..."

"Esa semana estaba algo deprimido: sin una chica linda que se preocupe por uno y con esta vida de mierda no es raro que de repente a uno se le salten los tapones. Conozco tipos que se acuestan con putas muy caras y pagan mucho para les muelan las costillas a patadas, después se reconstituyen; hay otros que se dedican a masturbarse viendo dentro de las cabezas de las personas, pero yo no tengo nada de eso. Nunca me había pasado nada parecido, por eso me avergoncé cuando mi willie se despertó. Eso fue algo muy malo y lo repetiría mil veces, dos mil, que el calor me frió el cerebro."

"Traté de echarla, traté de ser paciente pero ella no quería irse. Eso. No quería largarse de mi lado, se me pegó como una ventosa y mientras esperaba a su 'amiguito' se lo pasó hablando de mil boludeces típicas de la edad. Usted sabe, lo romántico que fue lo de Dínamo y Fenovita, que Bresqi ahora tocaba en Mandala Eyes, que la última película de fulanito. Juro que la oreja me ardía con los zumbidos de su boca y el tránsito."

"No sé cómo pero terminamos sentados en un banco cerca de un carrito de hot dogs y ella me compró un helado de vainilla en una cafetería cercana. ¡Un puto helado de vainilla! Al menos me despejó un poco el calor de la cabeza. La zorrita me comenzó a caer simpática, era muy astuta."

"Bien, a eso siguió el cuestionario rutinario de preguntas y respuestas que estoy acostumbrado a sufrir con cada fan de los metas. Quería saber si había ido a la Luna también como el desgraciado de Dínamo, si podía respirar bajo el agua, si tenía alguna chica, pero se empeñaba en tratar de saber quien era bajo la máscara, que le dijese mi nombre, me decía que quizás había nadie. Era rara, era astuta y rara..."

"Estaba anocheciendo cuando comencé a sospechar que su amigo no era más que un truco sucio, o que más bien su amiguito ya había llegado. Creo que fingió una cierta desilusión y me dijo que la llevara a su casa. Se me paró de nuevo, pero mi disciplina fue más fuerte. Le dije que la iba a acompañar y luego me juré que nunca más iba a volver a caer en trampas tan obvias de putitas pintarrajeadas y venidas a más. Me imaginé que terminaría filmando películas porno en cuartuchos de hotel por cuarenta dólares a la semana."

"Por favor, sírvame más agua. No, de la de afuera, la del bidón que está detrás suyo, es más dulce. La de este lado tiene muy mal sabor."


Entrevista grabada por el periodista Ernest Garrett en el CPCM-H.


El ruido de las campanillas me arrebató del fantástico fondo del vaso. Una ola de viento frío se estrelló en mi espalda y sentí unos escalofríos que me hicieron levantar los hombros. A continuación, la puerta se cerró suavemente.

—Hola, Joe —escuché.

—Zach, Harald. Una vez más: llámame por mi nombre, no soy ninguna caricatura —dijo el negro, levantando la vista y dando una mirada crítica. Después se enfrascó de nuevo en la lectura.

—Ya, ya, Zach, Joe, todos son iguales. Sírveme uno en las rocas, Zach.

Alcancé a ver cómo el negro se incorporaba y colocaba el libro boca abajo en la barra, y luego decía con energía. —¿Y cuándo me pagas? La última vez fueron dos meses y ya sabes cómo molesta el viejo. Si no fueras por quien eres, te diría lo mismo que a todos los borrachos sin pasta que pasan por acá.

—¡Ah, pero ese viejo me adora! No tienes más remedio, negro.

—Alguien debería darte una buena friega, Harald, alguien alguna vez. —Luego escuché un vaso y el líquido cayendo dentro de él.

—Descuida, ese alguien no ha nacido todavía.

—No es lo que escuché una de estas noches, por acá los rumores caen más rápidos que el culo de tu hermana, ¿pasa algo?

—Tienes las orejas muy sensibles, negro, eso es lo que pasa, y los rumores, tengo un par de ideas sobre dónde te las puedes meter.

—Sólo preguntaba. Los negros también podemos ser buenos consejeros, Harald.

Picado por la curiosidad, me di media vuelta bruscamente y lo vi: un parroquiano enfundado en un grueso abrigo, a las dos de la madrugada, no le pude ver el rostro contra las luces del neón de afuera. Volví a mi vaso deseando hundirme más hondo.

Verán, cuando uno se dedica al vilipendiado arte de beber el tiempo se convierte en un referente sin mucho sentido. El tiempo pasa para los mortales, pero uno está protegido por el licor en una coraza que se extiende a todo el lugar, a tus amigos y a tu cerebro. Para mí habían pasado como diez minutos, pero que resultó ser más de una hora en las que había despachado un cuarto de botella de fuerte y media de soda, y ya la cabeza me daba vueltas un poco. Me sorprendí resistiendo después de haber perdido la práctica, pero, seguramente, la cuestión genética era una gran ayuda en eso. Mi padre bebía días enteros en una ceremonia hierática y cíclica con amigos o circunstancias, pero jamás dio claras muestras de estar borracho.

Beber es una actividad que cambia la trama del espacio-tiempo. ¿Importa el tiempo cuando es de noche y no hay nada qué hacer?

—¿Fascinante?

No hubo respuesta de ningún lado. Ni mía ni del negro que continuaba leyendo. Pensé que no me incumbía y no me molesté en iniciar una conversación porque el cristal entre mis manos era más interesante.

—El fondo del vaso es muy profundo, supongo.

Eso sí me hacía referencia.

—Déjeme tranquilo.

—Cansado, supongo.

—Supone usted muchas cosas, amigo mío, ¿por qué no le habla al negro y me deja tranquilo? —Fue una clara demostración de territorialidad. Me empeñaba en comportarme infantilmente, encerrado en mi sombrío pero seguro mundo privado.

—Un día muy pesado... supongo —dijo en un tono burlesco.

La burla desarmó el lugar en donde estaba fantaseando, que tan cuidadosamente había construido. Cabeceé negativamente un par de veces y luego despegué en plan de ataque para enfrentarlo y decirle un buen par de cosas a ese intruso, solo que... no pude. Algo me detuvo en seco.

Había levantado la vista a un hombre joven, de estatura alta y complexión recia, disimulada entre los pliegues de un sobretodo negro bien cortado. Su rostro era una máscara ligeramente cetrina picada por una antigua viruela, pero que era como el granito, aunque surcado por arrugas. El cansancio le moldeaba las comisuras de los labios hacia abajo y le hundía los ojos. Un mechón de pelo negro le caía laxamente sobre la frente enmarcando un cierto estado de ánimo y los ojos azules eran mucho más profundos que el fondo de mi vaso.

—Qué —me dijo—, ¿fue un día pesado o no?

Yo le conocía de fotos y a lo lejos, cuando asistía a las fastuosas reuniones de las agencias de meta-seguridad. Solo que en esas ocasiones parecía más joven y vital... Mientras yo boqueaba como un pez, él ganaba la partida de nuevo:

—Estoy en lo cierto, ¿verdad? Puedo leer las mentes de muchos hombres. Es transparente como la botella. —Señaló la botella de whisky y luego agitó el vaso con la poca aparente intención de que le ofreciese una copa. Cuando no tuvo éxito miró el asiento vacío a mi lado y dijo: —¿Me permite? —Luego de lo cual se sentó. ¿Sería yo capaz de detenerlo? ¿A él?

Terminó de acomodarse, vació el vaso del poco licor que le quedaba y luego comenzó a calentarlo como todo buen aficionado a las barras. La indirecta seguía en el aire.

Recobrando un poco el aliento, protesté: —Mire, no estoy de humor para una charla, pero si quiere hablar un rato con alguien insisto que el negro es mejor opción que yo.

Sonrió un poco, cabeceó hacia el negro y dijo: —Ese ya no tiene mucho que hablar conmigo.

Zach continuaba imperturbable ante las ofensas, acostumbrado, creo, a que los fracasados hombres blancos que entraban a diario le dirigiesen la palabra despectivamente. Para él, ya las novelas eran más interesantes que la vida real.

—Bueno, conmigo no será muy distinto —indiqué. Pensé que eso marcaría la diferencia desde un principio. Quería que lo entendiera y lo recordara. ¿Correcto?

—No sea tan ofensivo. Respeto lo que tiene en esa cabeza suya, pero no tiene por qué ser tan bravucón... sólo piense que en un rato más amanece y cada cual tomará por su rumbo.

Ese hombre hacía que me sintiera incómodo, hasta infantil. Mis actitudes, específicamente mis ofensas, no solo rebotaban en su arreactiva epidermis sino que me las devolvía con mayor eficacia.

—Y, usted, ¿qué lo trae por aquí? —dijo—. No parece un ejemplar que navegue en estas aguas.

Volvió a mirarme con esos ojos como hipnóticos. Me sentí un tanto intimidado. Creí que me estaba leyendo como una hoja. Intenté seguir con mi juego, parecer seguro de mí mismo y contesté:

—No creo que le interese, después de todo en un rato más amanece y cada cual tomará por su rumbo. —Delineé una sonrisa sarcástica, pero sólo llegué a una mueca desagradable. Miré al otro extremo de la barra buscando apoyo. Zach seguía sumergido en su novelita policial, viviendo sus argumentos sórdidos. La portada ostentaba un título en letras de molde, acompañando el dibujo de una pareja en peligro.

No sabía qué camino tomar, no sabía cómo quitármelo de encima. No había forma. Parecía estar decidido a continuar a mi lado la noche entera. Toda la situación me parecía una ironía porque él era todo lo que se sueña ser algún día desde niños, incluyéndome, pero ahora lo único que quería era alejarme de él, que no me reconociera en ese estado.

Verán, los vigilantes siempre seremos simples humanos, tipos que se remiten a negar que no nacieron metas y se pasan la mitad de la vida entre ambas sociedades, sintiéndose desarraigados, sintiendo envidia. Como mi jefe, aunque él nunca lo sacará afuera. Pero yo sé que por dentro arde como todos nosotros.

La única verdad que aprendí en todos esos años fue que la base del mundo es la mentira.

Y ahora, después de una eternidad de vivir humillado a su sombra, de haber visto la sala de máquinas de la realidad, me lo topaba en un barsucho, yo desempleado. Ahora que yo ya no era nada, él no era un ícono, no había ninguna barrera. Pura ironía.

Entonces decidí dimitir.

—Bien, bien —dije levantando la cabeza para ver si encontraba alguna ayuda del cielo—, llámeme Simon. Para servirle.

—Yo soy Harald.

—Inmigrante, supongo.

—No, pero mi padre fue noruego y mi madre pensó que la mejor forma de recordar a su amante esposo era ponerle su nombre al primer crío que le engendrara, sólo que ella no sabía que yo no era el primer hijo del viejo. —Me guiñó un ojo y dio una amarga risotada.

Nos sonreímos mutuamente, no muy seguros de haber tomado el camino correcto.

—Soy del lado oeste de la ciudad —continué—, habitualmente no soy tan descortés, pero hoy ha sido uno de esos días, ¿sabe?

—No me diga —dijo, y le llené el vaso hasta la mitad. Pareció animarse un poco.

—He vivido en días malos y en éste, y es muy difícil, créame. —Resoplé por lo que venía—. ¿Nunca le han echado de su trabajo? Pues, ésta es la primera vez para mí.

—Bueno, sígame contando.

—Pienso que no era un buen trabajo pero tenía sus ventajas: habían satisfacciones y a veces te llegaba a gustar lo que hacías... Hmmm —hice un gesto de desagrado—, nunca me habían despedido. Sentí como si hubiera reprobado un año en la escuela.

Reí amargado. Él se rió de buena gana: —Un año en la escuela. ¿No es eso demasiado duro para el caso?

—No, siento que no me consideraron para nada, después de tantos años debí haber tenido un trato diferente, una buena conversación me hubiera ayudado, pero fue tan... inesperado que siento que me quitaron de la mesa como a una mosca.

—Eso debió ser muy decepcionante para usted, suele ocurrir —asintió, un poco incrédulo.

—Muy observador de su parte.

—¡Bebamos por eso! —Miró de nuevo la botella, extendió el vaso y sonrió como el mismo sol.

—Qué caradura. —Pero aún así le serví medio vaso y llené el mío—. Salud, entonces.

Mientras bebía le miré. Como suele ocurrir, un pez conoce a otro pez y yo reconocí la ansiedad de su rostro al beber, que no se relaja sino hasta que la última gota pasa por la garganta. Pero la ansiedad vuelve inmediatamente. Yo era un humano, tengo mi excusa, pero ¿cuál era la suya? Cuando el vaso tocó la barra supe que ese hombre tenía un problema serio.

—¿Y usted, de qué vive? —dije.

—Digamos que soy algo así como un agente administrador.

—Y qué administra.

—Bueno, es difícil de explicar, yo administro confianza.

Me hizo gracia tamaña mentira. —Entonces es un consultor financiero.

—Sí, soy un consultor, podría decirse que sí. Mi imagen es muy importante para la organización que represento. ¿Y usted?

—Yo perseguía gente que necesitaba urgentemente un psiquiatra.

Me quedé un rato en silencio. Tuve una visión del gran edificio y sus muchas salas blancas y asépticas. Como en un sueño yo era un fantasma que atravesaba las paredes y alcanzaba la joya que tanto requerían los reyes tristes. Bruselas es difícil de olvidar. Un lapsus y no era el alcohol.

—Usted era un vigilante, ¿no? —Me dirigió una mirada cómplice y cabeceó aprobando alguna frase en su memoria.

—¿Cómo? —Eso me asustó, no esperaba que se me saliera tanto con media botella. Me puse en alerta y mentí un poco—. No, soy... era policía. —Luego hice una pausa melodramática y me vanaglorié de mi histrionismo—. Les vendía armas a unos peces gordos que querían armar un ejército.

Se me quedó mirando un par de segundos, no sé si contrariado o incrédulo. Resistí la atención de lanzar otra mentira hasta que contestó.

—Sí. Ahora a todo el mundo le gusta jugar a la guerra. Imbéciles. —Hizo un gesto hacia el vaso vacío y yo lo llené abundantemente. Con un poco de suerte, el efecto del alcohol sería el mismo en él que en el resto de la humanidad, y en la mañana ya no se acordaría de nada.

—Bueno, me pagaban bien y yo tenía alguna que otra deuda —seguí mintiendo.

Pero definitivamente no era ese el mejor día para mí. —Bueno, ¿y qué hacían con las armas?

Desesperadamente busqué en mi memoria y recordé el caso de un loco que creía que podía matar metas con haces de partículas. Afortunadamente no mató a nadie con el palo de escoba que inventó, pero mi jefe se quedó con los diseños del arma. No solamente los locos estaban interesados en los metas. Juguemos, pensé, veamos cómo se espanta. —Se llamaban La Carne Humana, tenían toda la intención de internarse en Nuevo Méjico y crear una nación independiente libre de metas. Me dijeron que para demostrar que no estaban bromeando iban a matar un par y que después los iban a dejar tranquilos.

—¡Mierda, eso es malo!

—¿Por qué, qué hay con eso? Todo el mundo odia a los metas.

—Dirá que usted odia a los metas, yo no les odio, no sería correcto.

—Pero no estamos hablando de cosas que sean correctas —contesté, un poco molesto por su reacción—. Es un hecho que existe mucho malestar contra los metas. Algunos lo expresan sin mucho miedo.

—¿Y usted es uno de esos últimos?

—Si le digo que sí, ¿me va a denunciar con alguien?

Se sonrió: —No, olvídelo. Cuénteme, qué hacían esos tipos, los de las armas.

—Nunca me enteré mucho, no me convenía, pero en el servicio corrían rumores que a fulanito le querían contratar por mucho dinero. Daba la casualidad que fulanito era un eximio francotirador y que eran los mismo tipos que contacté para los rifles de haces.

Se quedó un rato pensando y me sentí un poco culpable, pero también regocijado. Tamaño cuento solo lo podía creer mi abuela, ¿lo había sobreestimado tanto? Un rato más tarde, volvió al ataque:

—¿Y usted, a quién mataría? —Me miró fijamente con educada atención, pero sabía que detrás de esos ojos hervía de impaciencia. Me demoré en responder para hacerle saber que habían tantos.

—Yo elegiría a Dínamo, el cabrón que escapó con ese bombón. ¿Y usted?

—Le pongo el caso de Xinetix —dijo y me miró esperando que aprobara la frase.

—Sí, es un buen ejemplo.

—Xinetix era un marino estúpido.

No, no lo era. Solo tuvo mala suerte de no poder jugar en las grandes ligas, no tenía el poder necesario. Le conocí cuando recién había estrenado un traje, era demasiado joven y maleable, nada más que músculo para las calles... ¿El juicio?, sí, lo recordaba. Yo estaba en Europa cuando comenzó el juicio público de Xinetix. Parecía muy asustado cuando lo llevaron a la Corte y lo sentaron junto a su abogado. Era blanco y macizo como una muralla, la mandíbula fuerte, el pelo demasiado corto, pero no había nada de esa beligerancia y energía que uno acostumbra a ver en los metas. Quizás porque estaba sutilmente humillado: no vestía el traje azul y blanco, sino que usaba uno sencillo de cuello y corbata, y estaba maniatado por unas esposas de energía. La semana anterior le habían exonerado del gobierno y ya no tenía ningún derecho meta. Miraba continuamente hacia abajo y nunca hacia el jurado o el juez. Lo habían convertido en una figura patética.

Xinetix a veces había sido un amigo y otras solo un estorbo. No resultó más víctima de todo ese mundo desquiciado que yo.

—A mí me parece que nunca debieron haberlo contratado para la fuerza policial de metas, nunca estuvo bien de la cabeza —dije.

—A mí no me engaña, me parece que el tipo está loco pero no demente. Espero que enfrente las consecuencias de lo que hizo. Loco, no, mi amigo, Xinetix es idiota.

—Matar a una niña no está en ningún archivo de cordura, hasta donde conozco.

—¡Apuesto que no!

—Una vez lo vi —mentí—, cuando él estaba en la defensa federal. Era de la nueva hornada de metas que venían con una nueva actitud más combativa.

—Eso. Siempre lo dije, que al final iba a terminar explotando enfrente de todos nosotros.

Xinetix fue un ejemplo de relaciones públicas. Primero, encubrieron todo, ensalzaron sus virtudes y por un tiempo fue más famoso que Overman. Pero después, algo de la investigación se filtró a la prensa y ¡pum!, al día siguiente Xinetix estaba en el extremo más bajo del termómetro.

Dije para mí mismo: —¡Qué diablos!, era un buen tipo.

—Mire, no sé qué le habrá visto, pero a mí nunca me gustaron todos esos cadetes. Son una manga de monos. No tienen valores, no tienen sutileza, no tienen nada.

"Qué curioso," pensé, "era justo lo que creía hace cinco años cuando la conocí." Ella me enseñó algo del orgullo de ser un infra. Para mí era indudable que los tiempos cambiaban y que nos resistíamos a eso, pero al final yo decidí ver las cosas un poco más de lejos y comprendí que el mundo no cambiaba tanto y que las personas, de cualquier piel, no estaban fuera de mi entendimiento. De pronto, podía empatizar con mi jefe y sus obsesiones, con los nuevos metas. Con este hombre tozudo y encerrado. Así que intenté mostrarle un poco de mi visión.

—Escúcheme, Harald, quizás yo no sea la mejor persona para esto, pero ¿alguna vez ha visto las noticias?

—¿Qué mierda tiene que ver eso?

—Mucha, sólo escúcheme. Dígame cuántas veces aparece Overman en las noticias en los últimos días, cuántas ha aparecido en los últimos seis meses, ni hablar en la última década.

—Sigo sin entender, fíjese.

—Usted dice que todos esos nuevos metas son una manga de monos sin remedio, pero ¿dónde está Overman para dar el ejemplo?, nadie le ha visto en acción en tanto tiempo que ya únicamente lo conocen por las cajas de cereal y los shows de conversación. Digamos, o sea, si hay que rastrear el origen de todo el cagazo, me parece que tiene nombre y apellido...

—¡Pero, qué!.. Vamos, no podemos juntar aceite y agua. Overman está fuera de esta discusión...

—No, amigo, eso cree usted pero él no es menos mono que Xinetix.

—No, escúcheme, usted. Lo único que han traído ellos es desprestigio.

—¿Y qué hay de Overman, qué hay de todo ese asunto de Bruselas?

Un pulso electromagnético arrasó con los sistemas de seguridad convencionales del Archivo del Comando Aliado en Bruselas, también eliminó todos los aparatos electrónicos en un radio de dos kilómetros, generando el caos en los hospitales y las escuelas. ¿Por qué atacar una ciudad no estratégica con un departamento menor de la red burocrática del Estado Aliado?.. Otra cosa rara: Overman y un equipo meta acudieron en dos o tres minutos, para una urgencia de nivel menor. No hubo lucha. No se supo mucho. Luego alguien comenzó a divulgar un video de seguridad en las redes P2P más desconocidas primero, en donde Overman caía en un pasillo y tres tipos no-metas le pasaban por encima. Fue fascinante para mí. Una y otra vez, en la pantalla, el gran ícono caía. Solo alguien con mucha astucia o poder podría conocer sus puntos débiles.

Hubo una pausa que se alargó insospechadamente, mientras le sostenía la mirada. Se tensó solo unos segundos y luego adoptó una posición más relajada. El negro dobló la siguiente página de su novela y pude escuchar el papel frotando sobre el papel.

—¿Qué hay con eso? Todos saben que es falso.

—Bueno... Overman parece tan alejado que quizás ya se esté poniendo viejo. Bien puede ser verdadero.

Levantó la mano para recalcar algo y la dejó caer, evidentemente molesto: —¿Quién mierda le dijo eso?

—Vamos, yo lo veo ausente en todas partes. No me va a decir que todavía se dedica a impartir justicia, ¿o sí?

—Debe estar muy ocupado. ¿Le han dicho que piensa demasiado, amigo? —me contestó secamente.

—Entonces alguien tiene que hacer el trabajo sucio que obviamente no está haciendo Overman.

—Mire, usted parece muy seguro, pero no sabe nada. No sabe nada. ¿Qué puede saber si se ha pasado la vida persiguiendo ladrones de supermercado?

No sabía nada. Eso me enfureció, claro. Lentamente, sentí cómo emergían cosas que había enterrado en los estratos más bajos de mi conciencia, era decepción pura. Diez años metido en el ambiente y un pelmazo me decía que yo no sabía nada.

—¡Sé tanto como el imbécil de Overman! —exploté.

—¡Óigame! No tiene por qué insultar...

—¿Acaso le limpia el culo, le tiene contratado?..

—¡Overman ha hecho más que un tinterillo como usted y...

—¿Sabe?, creo que no solo se lo limpia sino que se lo lame y...

—...por mi parte...

—...particularmente...

—...puede irse al infierno!

—...puede irse al infierno.

Pero ninguno de ambos parecía dispuesto a irse a ninguna parte.

Zach apenas levantó la mirada, nos observó durante un minuto y vio que no continuábamos la discusión. Entonces quedamos como al principio, como dos extraños. Tuve la rara sensación que alguien había rebobinado la cinta hasta el principio. Zach volviendo a la lectura, Harald bebiendo, algo hiperventilado, en su parte de la barra, y yo hundido en el fondo del vaso.

—Venga afuera.

—¿Ahora qué? —respondí un poco molesto.

—Venga, acompáñeme, no le voy a hacer nada.

—Esto no debería incumbirme. —Pero aún así, tomé mi caja, pagué y los dos tambaleamos hacia la puerta de servicio como cíclopes heridos. Cada objeto es un buen asidero cuando pequeños argonautas te mueven el piso.

—Adiós, Joe —dijo el hombretón.

El negro levantó la vista medio segundo de la novela y lo miró con desinterés: —Zach. ¿Cuántas veces lo tengo que repetir?


- III -


Paradojalmente, los verdaderos super-humanos no se encuentran en las calles, deambulando por nuestros cielos o asistiendo al desprotegido. En realidad, se encuentran sentados en los directorios de las organizaciones que gestionan los recursos meta, rigiendo los destinos de los miles de post-humanos y sus activos. Son las mismas corporaciones y estados que abogan por las políticas ambientales, la apertura de los mercados, las bondades de la democracia y los servicios meta-humanos en las cumbres de la ONU, pero que a puertas cerradas se transforman en rígidas estructuras verticales, donde campea un pensamiento anquilosado y retrógrado. El cinismo queda de manifiesto cuando las resoluciones les resultan adversas, aunque sigan las mismas políticas de transparencia, aduciendo razones de "ilegitimidad" de las propuestas o de servir a intereses mezquinos de naciones terroristas.

En este escenario la meta-humanidad juega un papel de mero peón, de sofisticadas armas de disuasión, que ejercen un fuerte control sobre los países que no forman parte del Estado Aliado, haciendo las veces de inspectores de armas y derechos humanos, según lo contempla la resolución de la ONU de 1956. ¿Pero es a los altos valores éticos y morales de una cultura globalizada que brindan servicio? ¿Es así?


Una imago mundi falsificada, por Víctor Sej Chandra. Le Monde Diplomatique 05/06/2000.


"Cuando nos levantamos del banco para irnos me fijé que sus rizos destellaban con algunos brillos violetas. Yo ya había visto algo así, en la televisión, en esos comerciales de las muñecas Barbies; estaba seguro que era una nueva moda entre las quinceañeras y era una especie de gel fijador o alguna mierda parecida para el pelo que lo hacía relucir de esa manera. Pienso que han pervertido la niñez, todos esos hijos de puta que no piensan más que en la pasta, la han transformado en un preludio a un buen revolcón".

"No sé por qué pero eso me hizo hinchar las venas de rabia, pero también me endureció más allá abajo."

"No había mucha iluminación por donde me llevaba ella. Parece que no les convenía a nadie de por allí. Era un barrio lleno de basura blanca, no sé si me explico, o sea, yonquis, putas de medio pelo y obreros temporales. Toda basura que nunca ha tenido un trabajo como la gente. Ahora, imagínese sombras muy negras pasando a su lado mientras que la chica iba muy alegre aferrada a mi brazo. No paraba de hablar y lo malo es que no recuerdo sobre qué. Solamente tengo la imagen de las calles, que parecían siempre húmedas y había un olor a cosas que se freían o estaban muertas. Me sentía muy lejos del centro."

"Entramos en una casa donde parece que nadie se había encargado de cortar el pasto en como diez años. Lo peor fue que no entramos precisamente en la casa, que era un paraíso comparado con la casa rodante que había en el patio trasero. No tenía ruedas, la pintura se le había descascarado y las cortinas se veían engrasadas por fuera. Era un desastre. Creo que me reí cuando me di cuenta que estaba parado sobre un pedazo de tela que decía 'bienvenido'. ¿Se imagina, 'bienvenido'? ¿A dónde?"

"'Lo siento', recuerdo que me dijo. Yo ya sospechaba todo, pero no pude darme cuenta a tiempo. ¿O no? Las ropas apretadas, su pelo, su olor y las poses, todo pertenecía a una putita que quería que su primera vez fuera realmente inolvidable. Fui muy tonto al seguirle el juego, aún sabiendo qué era lo que venía... No sé, tal vez me lo estaba buscando. Tal vez no me conozco tan bien. No sé, dudo mucho ahora último."

"Pero ella era una putita astuta porque me miraba de la forma en que las mujeres miran a los hombres cuando quieren salirse con la suya. Usted me entiende, ¿verdad? Usted tampoco me cree... Bueno, frente a la puerta de la casa rodante le eché un sermón que yo creía la iba a devolver al buen camino, ¿me entiende?, pero la lengua se me emborrachaba porque sentía mucha rabia y mucho calor, todo mi cuerpo era como una cuerda de guitarra cuando la afina... Entonces Goldie comenzó a llorar, quiero decir Heather. Entramos y adentro hacía más calor que cuando estaba metido en la calle del tráfico y yo no me podía quitar el traje. Los trajes son una mierda: te pica el culo y no puede uno rascarse ni una bola porque se rompen y después te lo cobran en el servicio, no se puede mear ni cagar y sudas mucho. Ni siquiera se puede ver bien con los lentes. Perdón, ¿en qué iba?.. Gracias. Decía que entramos y me di cuenta de que todo me gritaba que me la tirara: las luces bajas, la cristalería, los muebles que parecían confortables y anatómicos, la alfombra tan mullida. Yo había subestimado a la putita, así es..."

"¿Alguna vez ha tomado un dinamita, no? Es una mezcla de aguardiente, vodka, tequila y leche condensada. Sáquele la leche condensada y tómeselo en seco. ¡Kaboom! No sabrá nada hasta tres días después... Yo tuve mi propia combinación. Llegué a ese punto en donde se había mezclado la desesperación, el deseo y la rabia, en que no me podía controlar porque es como cuando te corres y no puedes dejar de meneártela aunque pudieras. No sé si me explico. No puedo ser tan mentiroso: la idea me gustaba, me gustaba el tirarme esa mujercita menuda en la alfombra, los muebles anatómicos, donde fuera. ¡Una virgen entera para mí! Todos sus pelitos dorados entumecidos en mi propio gel fijador. Quería verle su conchita hermética y dejarla llena, llena."

"..."

"Discúlpeme, estoy cansado. ¿Cuánto tiempo llevo hablando con usted?.. Más de lo que he hablado con mi mamá en toda mi vida. Tengo que ir al baño."

"..."

"Bueno. Me pidió disculpas, me dijo que estaba pasando por un momento difícil, que sus padres nunca estaban, que necesitaba ayuda, pero la verdad es que lo hizo tan mal que me causó que tuviera una erección más grande. Demasiado calor, demasiada presión allá abajo, demasiado de todo. No podía casi respirar, así que me dirigí a la puerta y tomé una bocanada fuerte. Vi que no había nadie afuera, era un lugar que no visitaban en mucho tiempo, ni siquiera las sombras furtivas, ni siquiera un puto foco de luz decente. El aire estaba helado, hizo que me despejara la mente. Yo escuchaba su voz detrás de mí, pero no entendía nada, solo tenía los ojos pegados al frente en nada. Así que renuncié a todo, a la mierda con el traje y con la putita astuta. ¡Toda mi vida ha sido así! Gente que cree que soy un idiota, un meta que es un infra, que cree que todavía soy un chico de Phoenix y no Xinetix, el que le arrancó los dientes a Gigaex. Sí, fui yo, y el que le quebró la crisma a Malatrax, junto con Dínamo. ¡Qué buen equipo éramos! Todos juntos, incluso cuando Overman venía en esas visitas promocionales. Parecíamos inmortales a su lado, todo poder y significado. Siempre quise ser como él, siempre fue mi inspiración y luego yo no pude inspirar a nadie. También fui yo quien cerró la puerta con un simple empujón, pero no quise hacerlo, no fue mi culpa, mi brazo me traicionó. Le rogué a Dios que por favor me dejara de la parte de afuera, pero no fue así. ¿Qué hace Dios en esos momentos?"

"Ella lloraba y se cubría el rostro con las manos mientras yo tartamudeaba y recorría la habitación en tramos cortitos. Estaba muy excitado y no sabía qué hacer. Se supone que no les pasa a tipos como yo, con un entrenamiento en Redmont Point, la mejor escuela militar de meta-humanos; pero ahí estaba yo, tratando de salir de todo ese problema sin encontrar por donde escaparme. Sentí que el calor era más fuerte allí dentro y la cabeza me estallaba, sentí que simplemente me faltaba aire y comencé a ahogarme. Pero ella seguía sollozando, haciéndolo mal y empeorando todo, me decía que sus padres la odiaban, que su madre era una puta que volvía con cualquiera y su padre un don nadie apocado que le molestaba todo, que pensaba irse a California a trabajar en las viñas y seguía hablando y hablando."

"¡Quería que se callara, que me dejara pensar tranquilo! Pero no, su boca se movía como en cámara rápida y las palabras se le salían como cataratas, y no podía concentrarme y no me di cuenta cuando le propiné la primera bofetada. Ella cayó sobre el sillón con el pelo revuelto y yo me la quedé mirando como si otro le hubiera pegado. No había usado mi poder cinético en el golpe sino le hubiera volado la cabeza, ¿por qué no lo hice?, no lo sé. Me iba a disculpar, en serio, pero al acercarme en ese instante divisé su bonita boca sangrando y la sien derecha enrojecida por el golpe. Ella me miró de una manera extraña, como tensa, como esperándome con terror y en sus ojos descubrí en qué iba a terminar toda esa locura. Ella ya me había atrapado."

"A partir de aquí todo se hace más difícil de contar. No es que no quiera contarle, es solo que no me acuerdo de la última parte... Sólo tengo imágenes y sonidos que se andan mezclando en mi cabeza y que de repente surgen en mis pesadillas, pero me han dicho que los loqueros me mantuvieron dormido dos noches seguidas hasta desbloquearme y reconstruir toda la cosa. Bueno, lo vi como en una televisión, ¿me entiende? Yo no estaba allí, pero quería gritarle a ese otro que no siguiera y era inútil. El otro avanzó hacia ella, la chica quiso escapar pero la agarró del pelo y la tiró al suelo y le dijo que si gritaba la iba a matar, que al final iba a tener lo que había ido a buscar. Ella se hizo un ovillo y lloró bajito mirando la pared con los ojos como de vidrio. El otro se quitó la máscara, se acercó y le gritó al oído que siempre había sido alguien. Le ordenó que se parara pero ella no lo hizo, él cargó su mano con energía cinética y le apretó el brazo hasta que ella comenzó a gritar como un cerdo y la alzó con un tirón, yo alcancé a oír cómo los huesos se quebraban. Fue un sonido horrible y todos comenzamos a gritar. Él trató de callarla tapándole la boca pero no podía, cuando vio mi mano se sorprendió que estaba llena de la sangre de la boquita, así que volvió a cargar su mano y le dio un bofetón a la chica que la dejó inconsciente... creí que le había roto el cuello pero estaba respirando. Dios mío, no lo podía creer."

"Luego, el otro la puso boca abajo en el sillón y le arrancó la cazadora, los levis y le dejó solo el calzoncito blanco. La acaricié unos minutos, pero ella estaba volviendo un poco y sus manos me aferraban, sus hermosas manos de cristal cayeron en las manos del otro y él le quebró todos los dedos que sonaron con estallidos secos. La chica abrió la boca muy grande pero no gritaba, el rimel y la sangre le corrían por la cara y el pelo. El otro se sacó el traje, pero yo no le ayudé, y comenzó a temblar y tenía un enorme miembro que también temblaba. Se acercó a la cara de ella y... tenía un... gran ojo violeta, horrible ojo abultado y luego... le dijo que... se lo chupara. Ella no sabía nada, así que él le abrió las mandíbulas y le..."

"...Sí, estoy bien... creo."

"...No, deme un poco de tiempo. Gracias. Más agua."

Entrevista grabada por el periodista Ernest Garrett en el CPCM-H.


En el callejón hacía mucho frío. Las nubes, después de dejar caer un diluvio, se habían disuelto y una luna gigante brillaba en el cielo. Existía una luminosidad azul y amortiguada que hacía resplandecer las paredes húmedas y las charcas como pedacitos de espejo. Al fondo se veía una avenida muy iluminada que parecía un río de luz fría y alguien había dejado una radio encendida. Una melodía nostálgica de Duke Ellington iba y venía por el callejón, suavemente entre los botes de basura y las cajas arrumbadas de jabón para lavar, levantando extrañas reverberaciones.

Dos hombres estaban parados en medio de la noche y todo parecía tan fuera de lugar.

Yo sabía que él tenía la iniciativa, así que esperé respetuosamente a que iniciara el diálogo:

—¿Recuerda algo de su niñez? —me preguntó ese hombre.

—Algo... —Me esforcé por hacer aflorar las memorias. No fue una tarea difícil con el piano de Ellington flotando en el aire—. Veo muchos viajes a muchos lugares como Calais y Saint Louis.

—¿Calais?

—En Francia. Mi padre era médico cirujano y viajábamos con él constantemente de seminario en seminario. Hubo uno en París, pero pronto se aburrió y se desvió de la ruta. Fue un gran verano para mí... Mi viejo era genial.

—Nunca pensé que un tipo como usted viera tanto mundo. —Se rió para sí—. Continúe.

—Hay mucho más de mi vida, pero en general fui muy feliz. Hubo montones de risas y a mi madre le gustaba estar rodeada de nosotros para organizar juegos. Hubo tardes de invierno en la casa de mi abuelo que fueron fenomenales... Recuerdo a alguien, una amiga de pelo negro y ojos de miel que me enseñó cómo besar. ¿Quiere que continúe?

—¿No tuvo héroes?, ¿alguien a quien admirar?

—Sí, pero hubo tantos. Por sobre todos estaba mi padre, siempre, durante toda mi vida hasta su muerte. Me acuerdo de Philip Marlowe y el Avispón Verde los sábados por la radio. Flash Gordon, alguno parecido a Buck Rogers, y...

—¡Sí, deténgase allí! Usted leía historietas.

—¡Por supuesto! ¿Quién no lo hizo alguna vez? Los domingos siempre me robaba la última página del diario, la de los sucesos policiales, porque al reverso venían todas las tiras cómicas. Mi padre me decía que no lo hiciera pero yo seguía haciéndolo de todos modos. Mi padre se aburrió de advertírmelo y al final aprendió a leer primero esa página, que después me entregaba.

La combinación del licor, la música y la nostalgia me trajeron de vuelta el sol de esos días, tan cálidos y apacibles. De repente me encontré contando cosas tan mías a alguien como él y no estuve seguro si eso era bueno.

—¿Recuerda cuando creció y se olvidó de los héroes?

—¿De qué está hablando, Harald? Todas esas historietas están basadas en los primeros meta-humanos.

Harald movió enérgicamente la cabeza y apartó moscas invisibles con una mano inmensa. La acción de un borracho y elefantes rosados. —No, no me refiero a eso. ¿No creció y vio que eran de carne y volaban por encima de su cabeza?

Me hizo gracia jugar a no saber lo que me decía, más aún siendo él una de las cosas con las cuales yo crecí admirando. Le sonreí tristemente.

—¿Por qué mierda no me entiende? ¿Acaso no ve cómo funciona este planeta? —Se veía agitado. Tenía los ojos abiertos y me miraba suplicante—. Yo solo tenía diez años cuando comencé a correr más veloz que el ferrocarril, sabe.

Yo solo tenía siete cuando descubrí que todo era real. Que existía gente que volaba y saltaba y levantaba toneladas, cosas que yo no haría aunque viviera cien años. Antes eran parte de mí, parte de mi imaginación, pero desde ese momento todos quedaron amputados por la fina separación de un meta y un humano.

—Yo nunca pude volar sino en un avión, Harald. Yo me sentía inferior y dejé de leer historietas. Y comencé a vivir bajo sus sombras.

Él me miró con un poco de asombro y por un momento le temí a la idea que me hubiera reconocido. Se repuso y dijo:

—Usted me recuerda a alguien, pero ya no sé a quién.

—¿Para qué me trajo acá atrás? ¿Para hablar de la infancia? Adentro está más cálido.

—No, espere un momento. Todavía no pruebo mi punto. Siéntese y escúcheme. —Y a continuación arrastró un tambor y lo puso junto a mí, y me sentó como si yo fuera un muñeco. Tuve que dejar la caja a un lado—. Imagínese un mundo donde hay tipos que son muy valerosos y tienen mucha fuerza, pero que son más pobres que una rata. Pero los tipos eran valiosos para la sociedad porque habían detenido una gran guerra y servían a la causas justas de los habitantes del mundo, así que los habitantes del mundo dijeron: "Estos tipos son importantes para nosotros, ¿por qué no les cuidamos más?" Así que los organizaron y les dieron un buen sueldo y un seguro social como a cualquier hijo de vecino con la condición que siempre obedecieran a las buenas gentes que les dieron el pan.

—Mierda, hace frío acá afuera —dije, medio divertido medio en serio.

—¡Escúcheme de una buena vez! ¿Ok?.. Eso fue hace muchos años.

No sé cómo, pero de repente, apareció un gato a mi lado. Seguramente estaba entre los montones de tarros de basura, oyó la voz de Harald y salió a ver si le daban algo de comer. Era un gato romano tan común, de los que se ven en todas partes. En la cara tenía dos brasas amarillas y era un oyente atento y educado.

—Bueno, ahora somos dos para la lección de historia... pero aún hace frío —dije.

—Deje de quejarse. Mire lo que han hecho todos esos años a los meta-humanos. Han comido demasiado de la misma mano que ya no pueden comer de otra. Cuando estábamos adentro usted me dijo algo sobre Xinetix. Me dijo que aunque pudo haber volado la corte él no lo hizo. No lo hizo... Luego me dijo que descubrió que nunca iba a volar y yo noté la decepción en su voz.

—Por decirlo de alguna manera —repliqué con acidez. Noté que el gato se me colaba entre los brazos y se acurrucaba en mi regazo. Yo no hice nada para detenerlo, era cálido y ronroneante.

—El secreto mejor guardado de hoy es que nada separa a los humanos de los meta. Los meta siguen siendo tan falibles y manipulables como cualquier ser humano.

—Harald. Pero aún así pueden volar.

—¡Pero no vuelan en realidad! ¡Esa es la gran diferencia, no vuelan!

Me sentí en medio de una charla circular. Yo solo esperaba que Harald se decidiese de una buena vez a decírmelo. Nos quedamos mudos y preferí darle un empujoncito:

—¿Y tú, hasta dónde puedes volar?

Escuché la risa profunda del hombretón y luego, con movimientos difíciles, se quitó el sobretodo. Si alguien nos hubiera visto se habría llevado una impresión muy equívoca. Me sonreí por ello.

Luego me dijo:

—¿La ve? —Se señaló el pecho.

—Ver qué. —Se movió un poco hacia la luz que venía de la avenida. Algo como un talismán le brillaba en el pecho.

—¿Ahora?

Sí, entonces la vi y, ¿saben?, esa gran "O" que lleva en el pecho es dorada.

—En los cómics era siempre amarilla, Harald. Supongo que es más económico ese color que el oro.

Los tres no quedamos mirando un rato ese símbolo. En los bordes corría el hilo dorado de las costuras y habían algunos tramos en que se había deshilachado formando rizos caprichosos. Sobre el azul de la camiseta había una pequeña pero implacable mancha pardusca. Pero para mí no importaba porque tenía el máximo símbolo a menos de dos metros y mil recuerdos chisporrotearon en mi cabeza en un arco voltaico. Mi graduación, el nacimiento de mi hijo, yo mismo robando códigos. Mucho más, en una tromba de cosas sin otra conexión que ese poderoso arcano, presente en toda mi vida y las vidas del resto del planeta, efímero e imperecedero a la vez, como nosotros mismos.

El primero en perder el interés fue el gato.

—¿Cómo ocurrió?

—Soy la tercera generación de esto. Mi padre firmó el contrato para que yo naciera con un genoma distinto, él creía que era lo correcto, y también necesitaba el dinero, ¿quién no quiere darle un mejor futuro a su hijo?

—No parece muy feliz.

—No, no, sí lo estoy, no se imagina lo que yo he visto.

—He leído algo sobre usted, sobre su estructura molecular y no es nada excepcional: los cromosomas, procesos enzimáticos, la biodinámica son comunes a todos, o sea, ¿dónde está el truco?

—Para ser un humano no está muy sorprendido, ¿verdad? Usted me sigue pareciendo familiar, después de todo.

—Harald, estoy en un callejón, estoy borracho y la cabeza me da vueltas, acaricio un gato que ni siquiera es mío. ¿Cómo quiere que reaccione? Sería lo mismo si un conejo con un reloj viniera saltando hacia mí.

—Bueno, no hay truco, ¿por qué debería haberlo? Soy tan meta como cualquiera y lo demás es ciencia y unas espaldas muy anchas que te apoyen.

—Pero cuando levanta edificios enteros no parece tan lógico. Para usted puede ser muy divertido hacer pesas con aviones pero el cómo mantener su cohesión me parece que no suena tan lógico.

—Es pura ciencia, como la que inventó al Overman original, como la que me creó a mí. Existen muchas ecuaciones que permiten manejar el balance de la energía y la materia, hay algunas que anulan la gravedad o el tiempo, hay otras que se usan para invertir energía en reforzar las uniones atómicas y así. Son principios básicos del universo, juegos para físicos nada más, yo no entiendo un cuerno.

—Entonces usted es un payaso. —¡Por Dios! Esperé diez años para decirle eso a Overman. Diez años bien invertidos en la investigación de los metas con mi antiguo jefe. Mi ambicioso jefe con las suficientes "espaldas anchas" para comprar secretos. Se quedó de una pieza, sin decir de nada pero sentí la corriente eléctrica que le recorría el cuerpo.

—No tiene por qué ser tan... drástico. —Disfruté mi momento de gloria y lo dejé ir.

—¿Qué pasó con el... eh... original?

—Murió.

—¿Nada más?

—Murió en un accidente.

—Bueno, lo siento, solo fue un impulso preguntárselo, nada más.

Volvió a abotonarse y ponerse el sobretodo. No parecía un héroe en lo más mínimo sino un oficinista que ha tenido un día caluroso.

—¿Sabe? Nací en Oklahoma, fui hijo de granjeros. Mi padre era noruego y era mal visto que un extranjero trabajara y ganara más dinero que los de allí. Por eso éramos pobres, pero teníamos un trigal. No era muy buena tierra y el trigo crecía muy débil y la época antes de la cosecha uno tenía que internarse todos los días para desmalezarla. Entonces era un trabajo duro de tiempo completo y yo llevaba un viejo libro de aritmética...

—No me hará creer que estudiaba con ese calor.

—No, pero el libro era grande, lo bastante para llevar un "Overman Adventures" escondido.

—¿Y qué veía en ellas?

—Un futuro esplendoroso.

A lo que repuse sarcástico: —¿Tal vez una utopía?

—No, en esos momentos era tan solo una distracción para el hambre.

—Supongo que entonces soñaba con ser como los personajes en el papel.

—Sí. Tuve ese sueño muchos años, no sabía lo que estaba incubando hasta que tuve la oportunidad de manifestarme. ¿No es eso lo que esta tierra les da a los que viven en ella?

—Supongo que Dínamo y Fenovita no estarán muy de acuerdo.

—¡Esos dos! —bufó—. Los tuve en mis manos antes de que escaparan.

—No me diga. Pero escaparon, ¿verdad?

—Solo fue un pequeño error. Alguien les protegía. Tropecé con una red de disruptores neurales antes de llegar a la plataforma. No estaba allí porque sí.

No, no lo estaba. Bruselas tampoco fue una casualidad. Los analistas del Estado Aliado comenzaron a sospechar una tendencia a la rebelión en los metas hace como quince años: los errores se multiplicaban, las aplicaciones de código también. Han muerto varias centenas de metas, anulados e incógnitos como perros vagabundos.

—¿Y los dejó ir? Un hombre que puede volar hasta la Luna y volver.

—Debo reconocer que tengo límites, que la ciencia que uso tiene límites, además el Estado Aliado no tiene propiedades en la Luna oficialmente. Yo no puedo ir donde no tengo autorización. Pero los observé ascender en una columna de fuego hermoso y sentí envidia.

—Qué poético de su parte, pero de cualquier modo, están condenados. La base de la Luna no es autónoma, en seis meses más volverá a partir una misión de abastecimiento y le aseguró que irá con un pelotón de fusilamiento.

—Así es, y espero ir. Tengo cosas pendientes con ese hijo de puta de Dínamo. ¿Y por qué sabe todo eso?

—Cultura general. Digamos que soy un fanático de la carrera espacial. —Reí. Nos reímos. Él no muy seguro de por qué reía. Yo sí.

Cuando paró la risotada, él continuó:

—No lo sé, las cosas cambian tanto en seis meses que quizás los dejen tranquilos. —Hubo una pausa—. No, olvide lo que dije, el Estado Aliado no perdona a nadie, no lo hizo cuando les fallé en el lanzamiento.

—¿Eso fue en Bruselas, verdad? —dije, aún con ganas de herir. Se rió lentamente y movió la cabeza.

—¿Por qué insiste en cosas que no sabe? No pasó nada allá. Unos aprendices de ladrones se equivocaron de bóveda, no había dinero, estábamos nosotros, se están pudriendo a la sombra, fin de la historia.

"Mentiroso", pensé. Al final Overman solo era un obrero que aparenta ser capataz.

Me sentí satisfecho. Sin embargo, me bajó la necesidad de volver antes que el amanecer me sorprendiera en el callejón. Ya la radio había enmudecido y a mí se me había quitado la borrachera.

El overman caminó hacia la puerta del bar: —¿Viene?

—Creo que me voy a casa, Harald.

—Muy bien, yo me he puesto de muy buen humor: se lo agradezco. ¿Sabe?, no soy una imagen tan atroz después de todo. —Abrió la puerta y se detuvo en seco—. ¿No nos hemos visto antes? —Y lo último que le vi fue su espalda ancha.

Y cerró la puerta.

Sin nadie con quien conversar no tenía más asuntos pendientes, de modo que dejé el gato en el suelo y me despedí, caminando hacia la avenida. Pero el gato tenía otros planes. Contemplativo y sereno se me pegó a las piernas y me vino a la cabeza la imagen de Timmy acariciándolo. Gato telépata.

Con una caja bajo un brazo y un felino en el otro bajé por la avenida. En el cielo la señal del viejo murciélago me llamaba pero ya no significaba nada para mí.


- IV -


Es una sensación extraña comprobar que la milenaria maldición china sigue siendo tan efectiva hoy como entonces. Época tumultuosa que puede ser interpretada como un momento de inflexión de nuestra humanidad hacia una madurez dorada o el triste canto de cisne frente a la meta-humanidad. ¿Por qué todos dudamos internamente de lo inmejorable de un mundo lleno de meta-humanos? ¿Ya ninguno de nosotros se pregunta sobre el derecho a ser inferiores? Somos una raza menguante que se ha auto-perpetuado y, de alguna forma, burlado el destino de las civilizaciones del mundo antiguo. Parece triste sentenciarse a ser meros espectadores y protegidos, aún cuando siempre fuimos proclives a crear imágenes paternalistas, pero debiera ser suficiente que las próximas generaciones estén aptas incluso para colonizar otros mundos. Es una ley natural el que los padres deben morir para dejar espacio a sus hijos, no sin antes darles todas las herramientas para sobrevivir en el mundo. Estamos obsoletos. Realmente, somos la última generación de humanos no-meta que se desvele pensando en por qué nuestros hijos, y los hijos de sus hijos, elijan ser mejores que sus padres. ¿No es eso acaso a lo que aspira toda generación?


Viviendo en tiempos interesantes, por Arnold Rosenbaum. Times 09/04/1996.


"Bien. Bien. Mi... su... terminamos manchados de su sangre. No me pregunte pero a él le gustó cargar su poder allí abajo y salir y entrar y todo eso. Ella era una muñeca sin nada en la cabeza que seguía respirando. Parece que le desencajó la mandíbula y algunos dientes, y había sangre en todo su pelo y cara. Después descansó. Pude haberlo terminado allí pero no, el otro era tan real y tan fuerte que me derrumbé como un infra de mierda, pero tenía una carta bajo la manga. Yo sabía que él no estaba satisfecho, que iba a continuar en cuánto enloqueciese de nuevo, así que cargué mis puños y comencé a pegarme en la cabeza con fuerza para desmayarme hasta que la chica pudiese salir corriendo. Ella estaba viva todavía, por eso lo hacía. Después del segundo golpe que me botó al suelo, la vi levantarse apenas y no sé cómo tomó el abrecartas con esos dedos. Estaba medio ciega y un brazo le colgaba con un terrible color plomizo. Se abalanzó sobre mí pero solo alcanzó a caer sobre una de mis piernas y me enterró el abrecartas más arriba de la rodilla... ¡Mierda, cómo dolió! Ambos gritamos al mismo tiempo: el otro y yo. Yo seguí gritando pero él la agarró por el cuello y se le subió encima y la comencé a ahorcar, la chica se retorcía pero no tenía ya fuerzas, abrió los ojos asustada y él cargó mi mano y luego... luego yo le pegué en el vientre. Ella soltó un chorro de sangre por la boca. Olía muy mal, el cuerpo de las personas huele muy mal. Después él volvió a cargar mi puño y yo lo descargué, así una y otra y otra vez... no recuerdo más. Es muy confuso esto en mi cabeza. Solo sensaciones... una serie de ruidos como... perros jadeando y mis gritos, y golpes sordos y terribles de la carne contra la carne y la carne contra objetos muy duros. Tengo imágenes de sus labios pálidos y la sangre negra, muy negra, y su pelo lleno de suciedad y un pene enorme palpitando, atacando... Mis manos también están allí, reluciendo, como masas demoledoras."

"Sólo sus ojos permanecen en todas las visiones para decirme que me detenga, que detenga mi furia, que no la mate, que la vida se le escapa y todavía hay demasiado por vivir. Pero yo no era yo. Por favor."

"Dios mío."

"¿En dónde estás?"

"...Me dijeron que los vecinos llamaron a la policía y habían echado la puerta abajo. Bueno, no encontraron mucho. No me encontraron a mí y a ella tampoco porque estaba muy bien distribuida por todo el piso".

"Esa noche negué todos los cargos; me dijeron que lo negara, que la chica no tenía buena reputación y cualquier idiota podía vestirse con un traje similar al de algún meta."

"Durante semanas esquivé los interrogatorios. Las doctrinas del ejército son muy útiles para estos casos, pero al final me derrumbé, sucumbí en mi propia mierda y ahora estoy aquí. Esperando. ¿Sabe?, lo peor es que me lo quitarán todo, incluso los poderes y seré un infra. Me dirán el código y hasta nunca, Watson Smith. Me iré con mamá. Me está esperando, desde hace mucho tiempo que ella me espera."

"Supongo que no me perdonarán nada, sacarán mi expediente de pendenciero y me echarán la culpa incluso de las meadas con sangre en un hospital al otro lado del país. El Gobierno me eximirá y blanqueará todo muy bien hasta parecer que yo nunca fui un meta a su cargo."

"Yo no les culpo. Me culpo a mí mismo."

"Eso es todo, ojalá le sirva de algo. Muchas gracias por escucharme. Si va a sacar un libro que sea bueno, por favor. Adiós."


Entrevista grabada por el periodista Ernest Garrett en el CPCM-H.


Llegué a casa temprano, por decirlo de esa manera. Pocas veces había visto mi hogar de día. Nunca me había fijado que el jardín tenía tantos colores. Seguramente las manos de Pauline están presentes en cada brizna.

El lechero había dejado las botellas de leche en la puerta principal. Entramos por la cocina para no hacer tanto escándalo. Bajé al gato y le di un plato con leche y algo de fideos de la cena fría. No hizo aspavientos y solo se dedicó a mirarme con esos ojos implacables de felino. No existen mejores filósofos que los gatos... Le dije algo como que ya estaba en casa, que se relajara y se dedicó a comer.

Subí al segundo piso y encontré a Pauline dormida sobre la cubierta de la cama. No la desperté, para qué. Me senté en el borde y acaricié uno de los rizos rojos de su frente. Pauline era atravesada por una luz matutina y su pelo refulgía con el brillo del fuego. Decidí que el pasado se fuera, se escurriera lejos de mí. Que solamente hubiera una sola mujer en mi vida y que fuera ella. Si era necesario decírselo todo, confirmarle todo lo que ella había temido, y por lo cual me estaría odiando, se lo diría. Confiaba en su fortaleza, en que esto solo fuera una más de las luchas a las que nos enfrentamos. Otra vez necesitaba de ella, otra vez necesitaba que me creyera.

Fui a la pieza de Timmy y me limité a ver su redonda faz. Aquí estaba mi verdadera realidad, no junto al viejo psicópata. Aquí estaban todos y yo me sentí el fantasma que visitaba las habitaciones blancas de un edificio de seguridad en Bruselas, solo que éste era mi territorio, en donde nadie me perseguía y yo no me sentía inferior.

Bajé de nuevo, fui al estudio y perdí quince minutos buscando la carpeta que había olvidado hace meses, hasta que la encontré en la caja que me había traído del trabajo. Me reí de buena gana.

Saqué la carta y la leí. Estaba escrita con una letra escueta y pequeña. Había un párrafo que me tocaba realmente: "(...) incluso para los que no la merecen", rezaba. ¿Se refería a mí? Estoy seguro que no, pero tampoco los párrafos de la Biblia están dirigidos a alguien en particular; igual le encontramos aplicación especial a nuestras vidas. Además, creo, que yo ya me lo merecía... La carta hablaba de esperanza en el futuro y la vida. Precisamente, alejarme ahora de un mundo lleno de tipos con trajes vistosos y vidas anodinas era mi esperanza. En cuánto a mi futuro...


Ilustración: Germán Amatto

La mujer que me la dio dijo que la guardara, que algún día vendría por ella y tendríamos un gran reencuentro. Los tres. Bueno, ella es tan optimista, tan cándida, que nunca se dio cuenta que tres no hacían una pareja. Que siempre hubo una guerra entre los dos machos por ella, solo que yo llevaba las de perder. Sin embargo, ambos son buenas personas, a ambos los estimo como a nadie dentro de ese mismo mundo que tanto despreciaba. Por eso hice lo que hice, por que nadie sospecharía de un simple vigilante, un simple y mediocre ser humano que quiere ser un meta.

Nada es verdadero en esta vida, porque la mentira es gratis. Lo puedo demostrar cien veces. Lo bueno es que la verdad no desaparece, solamente está oculta. Puede ser comprada para que no salga a la luz, puede ser obtenida por mil manos distintas para diversos usos. La verdad es el arma definitiva... Mi jefe estaba tan cagado en plata que pudo comprar la información de toda la estructura del Estado Aliado, entre otras cosas. No fue difícil desencriptarla para mí, conocer que solamente hay una documentación en papel de un código de anulación individual, pero muchas copias digitales en miles de bases de datos distribuidas y redundantes con un único puerto de entrada fortificado. Fue necesario pagar mucho dinero para averiguar donde estaba el depósito de códigos en Europa y luego armar un buen equipo de asalto. Un gusano chileno recompilado con ciertas modificaciones haría el resto durante los meses siguientes, comiéndose furtivamente las copias virtuales. Así fue que me entró la idea de iniciar mi propio negocio, riesgoso por lo demás, pero las cosas nunca salen como uno quiere. Un negocio que únicamente se puede ejecutar con compradores con mucha pasta o alguien por quien morir. El problema es que ningún meta tiene dinero.

Como dije antes, nada sale como uno quiere. Cuando el viejo murciélago lo descubrió ya era muy tarde, se enfureció porque yo tuve los huevos que él no tiene. Si supiera que no fueron huevos... Se sintió traicionado, me dijo que era una decepción, sin embargo no hizo nada contra mí. Me temía. Pienso que realmente está tan adentro en esa obsesión de creerse un meta que creyó que tendría un código para anularle. Está rematado y yo no quiero llegar a ese nivel.

Volviendo a la carta, la voy a guardar porque es una pieza preciosa de esperanza y porque es mi certificado de redención. La mujer que me la dio ya no necesita de todas esas promesas en el papel, ella ahora las ha cumplido todas. Aunque sea por solo seis meses, que es lo que tardará la próxima nave en llegar a la Luna. Yo no podía ofrecer nada, no siendo un infra. Lo último que he escuchado es que alguien quiere ir a la Luna mucho antes que el Estado Aliado, y esto es algo que no se hace por dinero. No, señor.

Me sentí bien. Salió mejor de lo que esperaba. Devolví la carta a la carpeta, junto a las dos tarjetas que contienen los códigos de anulación de mis clientes. Fui a la ventana para ver nacer un amanecer de colores rojos y amarillos. Pensé en Pauline y en Timmy, en sus rostros dormidos sin imaginar lo que había pasado esa noche para mí, para todos nosotros. Pensé en las múltiples formas en que los había traicionado, especialmente a ella. Mintiendo, engañando, contando historias edulcoradas sobre héroes y villanos, amando lo que nunca pude tener, creyéndome algo que nunca fui. Ahora que las historias habían concluido, me encontré desnudo y los amé como no había hecho en mucho tiempo... Ahora, veía todo un abanico de posibilidades, el futuro es tan grande cuando no se tiene nada. Me gustaría saber qué piensa el murciélago sobre el futuro. Y sobre el gusano indio en sus sistemas, recodificándolo todo. Seguramente me perseguirá furioso, pero nunca me tocará porque la mentira lo tiene aferrado. No dudo que el futuro va a ser divertido. Mucho.

Amada Feno:

Estoy aquí tan lejos de tu suave aroma, pero aún tengo la esperanza de poder verte otra vez, una esperanza que casi vive de la nada, como los sueños.

Mi sueño es ver surgir de tu vientre un completo nuevo mundo, no para mí que he visto tanto del mundo antiguo que ya solo pertenezco a él, sino para los que nacerán de esta unión. No solo te hablo de nuestros hijos sino de los que nos sigan, porque seremos los primeros en huir más allá de los infras que ya no ven en nosotros más que utensilios de sus luchas de poder.

Me prohibieron acercarme a ti hace tanto tiempo que ahora solo me mueve tu vago rostro lleno de luz, pero ha sido suficiente para animarme a planear algo y proponerte esto: ven conmigo. Los infras se ofrecen la Luna los unos a los otros, pero yo no te puedo hacer esa promesa, solo te digo que vengas conmigo adonde nadie nos alcance. Lo he planeado todo y pronto voy a tener tu código y el mío también. He contratado a alguien confiable, alguien que tú conoces bien y del que nadie podrá sospechar. Cuando los tenga en mi mano, los voy a destruir para ser libres. La Luna nos está esperando, es un refugio perfecto porque no hay tecnología para que nos alcancen allá. Ven, amada mí, empieza todo de nuevo, hagamos que esta vez exista la esperanza para todos, incluso para los que no la merecen.

Te ama,

D.



Otros mundos son posibles, y hasta es válido suponer que el río del tiempo ha rozado las páginas multicolores de nuestros sueños, empapándolos sin remedio.

Luis Saavedra V. nació en 1971 en Puente Alto, Santiago de Chile. Tal vez sea el escritor chileno más interesante que habita el género fantástico en nuestros días, pero él, más que construir una obra individual, ha puesto su energía en el fanzine Fobos y los tres Púlsares, los libros que recogieron los relatos ganadores del concurso del fanzine. En Axxón se le publicaron dos cuentos sobresalientes, "El payaso de porcelana" (140) y "El río del mundo" (158), que acaba de ser seleccionado para integrar la antología Años Luz. El cuento que presentamos ahora quedó finalista del Concurso Domingo Santos, por lo que nos atrevemos a pensar que publicarlo es a la vez una reparación y una razonable excusa para empujar a Luis al centro de la escena para recuperarlo como escritor.


Axxón 162 - mayo de 2006
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Humanos Transformados: Chile: Chileno).