FILOSOFIA DE VIDA EN GANDEA

Claudia Silvina Dorrego

Argentina

Las piedras en procesión señalan la bajada a un camino estrecho de ánimas enloquecidas y silenciosas, meras ilusiones de un observador trastornado por tanta quietud de hojarasca. En un momento vacío, dos ennards cruzan el sendero oscuro. Un antiguo conjuro ha puesto su mapa genealógico en juego; condenados, espían el paso del tiempo, sendero nunca recorrido en libertad.

Mientras tanto, y desde lo alto de las torres esfinge, las brancas sólo observan, se adueñan pasivamente del poder y la energía.

No cesaré en mi intento de desentrañar su materia y sus formas. La dinastía Branca es propietaria de extraños padeceres, bruscos cambios psicosomáticos bajo el influjo heredado de antepasados expertos en hechicería y magia extensiva. Sus habilidades son fruto de una selecta predilección por la captura y el horror personificado, tendencia que deriva de su exquisita sensibilidad. En lo más profundo de su ser, las brancas, cautivas de movimientos y exaltaciones, son descendientes de seres con insatisfechas pasiones por los cuellos, las pieles húmedas y los juegos previos.


Una noche sofocante las brancas, impulsadas por algún oscuro ritual de depuración (o defensa) confiesan sus pecados de truculentas devoraciones o deformaciones guturales de siglos y siglos y siglos. Seres egocéntricos, magnéticos y confiados. Como en una pesadilla hablan y hablan y hablan de eras y de tiempos y desnudan secretos. Hilos (magnéticos) se abren de enormes branquias y grandes picos crecen al ritmo e intensidad de su furia. Las brancas, inmutables (ante cualquier actitud extrema) varían sus contradicciones, cualquier desavenencia la sortean con habilidad y no existen obstáculos que manchen su perfil filoso, sus costados tan pulidos. Amigables y sensuales en apariencia, no confunden su generosidad ante una falsa entrega; un despistado forastero, comensal invitado, podía ser el más preciado y futuro deglutido. Un extraño ser menos en esta asquerosa tierra, qué más da.

Inseparables cual capullo de su flor, marco de su ventana, catarsis molecular de neuronas nerviosas de mentes perversas, las brancas no se molestan en formar parte de listas de amistosos acompañantes, ni de asistentes terapéuticos ni tampoco engrosan las listas de afiliados a clubes sociales o polideportivos, menos aún en ser activas integrantes del Ejército de Salvación. Grandilocuentes y estéticas, ante todo el mundo, sacan temprano sus ropajes más adecuados para la batalla diaria.

Desde épocas remotas son las brancas quienes vigilan sigilosas a los ennards, día tras día, tras día.


Desde la negrura de los tiempos y hasta este terreno brancal, se oyen, por costumbre, voces que repiten un nombre: Irkoin. Esperanza alimentada en un androico anodino dispuesto a probar su suerte astral; con planetas a favor, acabará con lo establecido por las pétreas brancas.


Tímido, Irkoin se anunciaba ante su desconocido público, resignando toda presentación de rigor. Vestido de tintes azulados y cordones de plata se presentó con toda humildad como el gran partidor-desgranador de brancas, enviado de las Grandes Diosas de la Contemplación, con la beneplácita función de acabar con tan atemporal reinado, unión de lo siempre unido, endemoniado, nunca revelado, indeseado, siempre injusto, nunca liberado. Obtuso.

Irkoin, munido de su estructura metálica, prometió ante la multitud enardecida —ennards, de allí su nombre— prepararse para el Día de la Batalla.

Desde todos los rincones del poblado se oían los crujidos de cromo, titilar de mejillas, roer del sílice en sus entrañas, excelente propaganda del backstage guerrillero.

Irkoin tuvo tiempo suficiente para arbitrar la tan remanida propaganda, logo mediante, para asegurarse de que cada rincón de los ochenta planetas presenciara el comienzo de la nueva era de cibernética refinada.

A las preparaciones y ruteos, se agregaban preguntas que llegaban de los mil confines de la galaxia. ¿Cuándo largaba? ¿Se trataba de una carrera? Le preguntaban a Irkoin si él era un presentador, si acometería con un leve griterío o con soberanos gritos ensordecedores. Para el gran líder aquel acoso resultó encantador y ridículo; imprimió las preguntas recibidas y las envió a su preciado diario personal.


La hazaña estaba pautada para el Día del Lunio Complejo, a las Diez quintas horas de Gandea Solar.

La inquietud y la ansiedad generales del pueblo gandeano impedían observar el lujo de preparativos desplegados. Los ennards respiraban el hálito de su última batalla por la Liberación de la Cadena Estelar Intraselar.

Amanecía en Gandea Solar. Restaban sólo dos Quintas Horas para el desenlace.

Ni un solo crujido en los alrededores. Gandea era silencio expectante. Nada hacía confundir con el llamado para el inicio de las actividades. Nadie se atrevía a confundir aquella señal, aquel legado. Hasta las Siete Lunas tardaron en salir; los perros sin piel aún no desayunaban.

Horas después, todo ennegreció. Una lluvia intensa acorraló el ambiente de la batalla; circunscribió con varas puntiagudas de hierro el lugar en donde, enfrentados, Irkoin y las brancas, se trabarían en feroz lucha.

Nada ni nadie podía atravesar el sitio establecido. Quien intentara mirar o acercarse quedaría de inmediato atravesado por hilos metálicos disparados desde los hierros candentes que anunciaban el escenario fatal. Podía sentirse el afán de sangre, el sudor desesperado de la multitud que agolpaba la tierra musgosa. Allí esperaban, como lo hicieron miles y miles de años antes. Dispersos pero unidos por la agonía, dispuestos a ser disparados, expulsados, obligados nuevamente a perforar sus pieles gomosas, lentamente, o en el mejor de los casos, gratificados a descansar para siempre de todo explotador de conciencias y placeres.

La lucha al fin, comenzó.

Las brancas, con su acostumbrada altivez, se alzaron hasta dimensiones insospechadas para el ojo lunático. Desplegaron sus alas, entornaron sus corolas de piedra caliza, desnudaron su carga de lustros y dieron cita a la más macabra de las danzas. Debajo de sus ropajes de día cargaban toda clase de crucifijos, medallas y mecanismos de captación de la voluntad ajena. Su modernidad no previó que Irkoin tenia en su poder el mejor equipo de autobombas y misiles NN Top Gun capaz de desintegrar hasta el más duro espíritu de toda branca primigenia. Sandeces.


Ilustración: Duende

De formación profesional, aunque mal preparado para una lucha ocasional, Irkoin carecía de idiosincracia guerrera; él siempre procuraba envolver a su contrincante, en la medida que su estómago se lo permitía. Prefería atenuar lo gratuito de toda muerte anunciada. Cuando la charla inevitable recaía en majaderías y mandatos soeces sobre su familia o la de su pestilente Club de Fans, Irkoin salía de sus casillas e imponía a la contienda el más cruento de los finales.

En uno de sus tantos intentos conciliatorios, Irkoin se descuidó: olvidó enchufar el Aparato de Reproducción de Imágenes GNIG. Cuando un individuo estaba frente a un contrincante, o a varios, según el caso, el GNIG se encargaba de repetir escenas traídas del pasado, de la niñez del enemigo, lo enfrentaba con sus momentos más tristes y penosos. Era un método por demás básico, de una complejidad aún no conocida —ni entendida más allá de la frontera de ennards— que, en apariencia, mantenía sucias jugarretas en la mente del futuro occiso. La psicología destructiva GNIG desconectaba por completo los canales mentales de autoayuda y de superación haciendo llorar y patalear a hombres fornidos como si fueran niños en pleno capricho. Sufren tal destierro emocional que vuelven, sin desearlo, a sus primeras necesidades infantiles.

Mientras tanto, Irkoin aprovechó astutamente para reponer municiones.

Sospechaba ciegamente que, aún en la indómita luz de las amanecidas Siete Lunas, las Brancas no eran un adversario subestimable. Solapadas, armarían el juego más preciso, riendo, gozando de su inmunidad silenciosa, seductora, mecanismo perverso de luchas impunes.

Tiempo atrás, las brancas adquirieron grandes cantidades de armamento de contienda: bombas molotov, miles de municiones explosivas, armas de destrucción masiva. Demasiada limpieza en comparación a su tan acostumbrado modus operandi sangriento e inescrupuloso.

Irkoin, aún íntegro, pletórico en su decisión de luchar contra su más hábil enemigo, encendió la luz de giro de su traje entintado de azul y cordones de plata canturreando su canción favorita ("...la lucha sigue hasta el final..." ) como señal para que toda Gandea supiera que la batalla debía continuar. Estaba dispuesto a arremeter con su cotizada reserva de Eliamina, milagro universal, sustancia que en contacto con el metal ensordece y aniquila al contrincante.

Sin pausas, una estampida flemática sin precedentes, descendió de la Segunda Atmósfera hasta cubrir la superficie acuática y violácea de Gandea Solar. Los cuatro cielos modificaron su amanecer a una velocidad nunca vista. La visión se tornó gris y espesa. Bruma de polvo de estrella lunar. Claridad musgosa. Pasado ese tiempo sin nombre, la espesura se disipó hasta mostrar a las brancas diseminadas por el suelo gandeano. Alientos, últimos soplidos, y la Muerte.

Los ennards, agradecidos, hincaron sus dientes sobre los desechos de las brancas deglutiendo el esperado festín; dejaron limpio el terreno yermo.

Culminada la faena, Irkoin mandó a su cíber como representante a las puertas de las Diosas de la Contemplación para que recogiera su paga de Guerrero Estadual.

Asesino solitario sometido por la venganza de los que ya no están, y la eterna duda entre lo justo y lo correcto. Débil sortilegio ocasional que lo conducía al destierro de aires ajenos e inertes.

Una lucha más, esgrimida por el imperio de un nadie de otro mundo.



Claudia Silvina Dorrego nació en 1967. Es abogada y escribe desde hace tiempo, aunque comenzó con poesía (tiene algo publicado) antes de mudarse al cuento. Hizo talleres de ensayo y escribe notas en Internet sobre Derecho y Sociedad (cibersociedad, que le llaman) sobre todo para tratar de compatibilizar o intentar explicar lo inexplicable. La seduce y motiva encontrar a su musa, a la que cree maltratar más de la cuenta, aunque sigue intentándolo... Adora involucrarse con los personajes que crea, con sus bajezas y altezas y que la lleven por caminos insospechados. Conoce a Axxón desde hace tiempo por culpa de su compañero de ruta (un tal Jorge Korzan) pero esta es su primera vez en la revista, aunque estamos seguros que de ningún modo la última.


Axxón 153 - Agosto de 2005
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Argentina: Argentino).