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Futuroscopio
Documento

(Trabajando menos, sí, cómo no. Si éste trabajara menos, generaría energía en lugar de consumirla. Y para colmo, desde que lo rescataron los anaclones tiene varias manías nuevas, como ésa de no leer nada que esté entre paréntesis. Bueno, a lo nuestro...)
      Días atrás, mientras un grupo de respetables ciudadanos cavaban una fosa en el bosque para enterrar una alfombra enrollada, encontraron un termo de acero inoxidable que contenía lo que en otro tiempo había sido papel y ahora era polvo.
      Uno de ellos era lector de Axxón y aconsejó que lo más recomendable sería traer el extraño artefacto a la redacción de AnaCrónicas. Aquí procedimos a reconstruir el papel sometiéndolo a la acción de nuestro Inversor Entrópico.
      (El dr. Eraparauntaar suele afirmar que el Inversor Entrópico es un artefacto cuya existencia pretende ocultar algún que otro establishment. En realidad, no es más que el apodo de un jubilado cordobés aficionado a los rompecabezas, quien nos ayuda a reconstruir documentos antiguos. Lo llaman de esa manera porque en otros tiempos se dedicaba a comprar y vender caballos, o, como él mismo lo cuenta, “invertía en tropíias”.)
      Los rollos de papel, una vez reconstituidos, revelaron un hecho increíble: a pesar de su inestimable antigüedad, hablaban del futuro. De nuestro futuro, de los próximos cien años. La conclusión es inescapable y estremecedora: el tiempo es cíclico. Lo que está pasando ya pasó y volverá a pasar. Y uno que había jurado no volver a hacer ciertas cosas...
      En fin, valga esto como añadido a las demás especulaciones futuroscópicas que ya han emprendido otros colaboradores de Axxón.

Política y deporte
Indiscutiblemente, el gran evento geopolítico que marcó un mayor quiebre en la historia del siglo XXI fue la Copa Mundial FIFA Argentina 2026. Ningún partido anterior o posterior a la final de este campeonato modificó de manera tan drástica el mapamundi ni propició un mayor derramamiento de sangre.
      El 10 de julio vio enfrentarse a los finalistas, Argentina y Brasil, en el Estadio Mundialista de Defensores de Toyota. La tensión flotaba en el aire: ambas selecciones llegaban a aquella final luego de una larga sequía de títulos. “Los dos equipos tienen hambre y sed de gloria”, dijo un comentarista en la que, como uno de los pocos efectos felices de aquel cotejo, fue la última vez que tal frase fue pronunciada.
      Faltando apenas cinco minutos para el fin del partido, el marcador indicaba un resultado parcial de 0-0 a favor del equipo local. La inminente definición por penales beneficiaba a la escuadra albiceleste, pues luego de la fusión estratégica entre la AFA y el Poder Judicial de la Nación, jugaban en ella algunos de los mejores penalistas del mundo. La tribuna local rebosaba ya de euforia y de pintorescos neologismos de ramplonería inaudita, en anticipación al inevitable resultado final.
      Fue entonces, en el fatídico minuto ochenta y cinco, que estalló la catástrofe. Aprovechando una desinteligencia del equipo argentino, un mediocampista brasileño se hizo del esférico, eludió limpiamente a tres defensores como si hubiesen estado clavados al suelo y, enfrentado al arquero, convirtió un gol magistral con la mano. Este último detalle pasó inadvertido a los ojos de todos, salvo a los de quienes no eran árbitros.
      El silencio que siguió no puede ser medido. Sólo quien lo vivió es capaz de concebir su verdadera magnitud, su peso inaguantable. En algún sitio, una abuela empezó a decir: “Uy, pasó un angeli...”. El “to” quedó sepultado bajo la avalancha de rugidos, bramidos, graznidos y demás vocalizaciones de sesenta y seis millones de argentinos (exceptuando aquéllos a los que el fútbol entusiasma tanto como una carrera de ascensores, pero ésos nunca han sido una fuerza histórica) que, totalmente exaltados y fuera de sí, exigían justa y sangrienta venganza por aquel ultraje supremo. Al unísono, sesenta y seis millones de voces maldijeron a todos los brasileños, a sus hijos y a los hijos de sus hijos durante setenta veces siete generaciones. Después, para no tener que esperar tanto, invadieron espontáneamente el país.
      La debacle pronto repercutió en Washington D.C. en lo que se llamó The Bridge Incident: se suspendió el Torneo Panamericano de Bridge a celebrarse en Buzios, en el que un grupo de jubilados de Iowa era número puesto para llevarse el trofeo. Según el Acta de Buena Voluntad promulgada pocos años antes por la legislatura norteamericana, un episodio de esta naturaleza habilitaba a Estados Unidos a ocupar militarmente el territorio en el que éste hubiese tenido lugar, además de todos sus vecinos, la mitad de sus socios comerciales y dos países más a elegirse por sorteo ante escribano público.
      El hecho de que para entonces las fuerzas regulares estadounidenses hubieran adoptado el siniestro rifle Snotblower 800 sólo empeoró la situación. Tampoco fue una buena idea derribar el obelisco de trescientos metros de altura que la primera oleada invasora había erigido en el centro de San Pablo.
      La lucha fue atroz. Vistiendo camisetas en las que se leía en español y portugués Unidad y Fraternidad Latinoamericana Ahora y Siempre, todo el Cono Sur resistió fieramente la ocupación.
      La dimensión del conflicto aumentó progresivamente hasta envolver el globo terráqueo entero. Luego de una década de completo caos, en la que nadie tuvo nunca claro quiénes eran aliados y quiénes enemigos (y, en consecuencia, cada bando les daba alegremente a todos los demás por igual), el crack cartográfico de 2035 no dejó otra alternativa que dejar de pelear. Entonces los líderes mundiales se reunieron en una cumbre; más específicamente, en La Cumbrecita, Córdoba. Luego de que cada uno dio muestras de su buena fe aprendiéndose la lista de los ochocientos diecisiete nuevos países con sus respectivas capitales, procedieron todos a lamentar los horrores causados por la ciencia y la tecnología, a aplaudir la diversidad de la familia humana, y a organizar un campeonato de fútbol para promover la paz, la armonía y la tolerancia internacional.

Armamento
Uno de los desarrollos armamentísticos más notables del siglo XXI (no tanto por su grado de innovación como por su historia negra) fue el rifle Snotblower 800. El concepto básico de esta arma infame fue desarrollado en 2021 por el ingeniero santafesino Miguel Mauser, quien se inspiró en un recuerdo de su infancia: un sencillo globo de cumpleaños con su boca en estado permanente de distensión merced a un rulero de plástico estratégicamente colocado. Este sencillo adminículo eyectaba bolitas de paraíso con increíbles precisión e impulso, valiéndose de la energía previamente almacenada en la estructura molecular elástica del látex.
      Basándose en este ancestral diseño, Mauser no tuvo más que reemplazar el rulero por una bobina de inducción magnética de plasma y el globo por una unidad acanalada de microfusión. La nueva combinación letal de tecnología de avanzada e ingenio criollo se demostró capaz de disparar a razón de ochocientas bolitas de paraíso por minuto con un impulso individual de 50 Newtons-segundo, suficiente para matar a un elefante. Esta característica la volvió útil en la gran plaga europea de elefantes de 2041, pero para entonces ya se había convertido en un arma maldita y el nombre de su creador se había vuelto impronunciable. En efecto, el ingeniero fue reconocido por su padre en 2036 y cambió su apellido a Drztschiinpffhenmptzönikk.
      El pobre ingeniero, sin embargo, nunca pudo reponerse. Hasta el fin de sus días sintió un hondo pesar por todas las desgracias causadas por la creación que había concebido con fines pacíficos, y que en remembranza de aquellos veranos luminosos en la quinta familiar había bautizado inicialmente como PHP (Pantorrillo-Hematomizador de Primas). Corroído por la culpa, instituyó en su testamento un premio anual para quienes trabajaran en pro de la humanidad. Pero nunca llegaría a ver concretado su sueño póstumo: perdió toda su fortuna en una demanda por daños y perjuicios iniciada por su prima María Cecilia.

Economía
La mayoría de los conflictos armados del siglo anterior habían sido acicateados por los intereses de la industria de armamentos. Sin embargo, la nueva situación política, económica y tecnológica trajo aparejada un cambio imprevisto de actores.
      El rifle Snotblower 800 y la bomba de laxatrones (cuyos efectos no describiré, por respeto a la sensibilidad de los eventuales lectores) marcaron el punto culminante de la carrera armamentista. Las más confiables proyecciones informatizadas multivariable pluridimensionales subarrendatarias revelaron a los fabricantes que, de continuar con la misma línea de productos, el mercado experimentaría una retracción y ya no quedaría a quien vender armas, ni ninguna otra cosa. Así, pues, los empresarios se limitaron a esperar sentados el recupero de la inversión, con miras a dedicarse luego a la importación de especies exóticas y a la producción de CFCs.
      Nadie previó la nueva fuente de financiación bélica: los cartógrafos y los impresores de mapas. Éstos advirtieron que el vértigo con que se desarrollaban los acontecimientos de la guerra y la inestabilidad intrínseca de las fronteras nacionales en estos tiempos acortaban la vida útil de sus productos, obligando a los usuarios a adquirir versiones actualizadas con cada vez mayor frecuencia. Temiendo que un cese de las hostilidades pusiera fin a su bonanza, los maperos hicieron valer su creciente influencia en cámaras legislativas, en mitines partidarios y en despedidas de soltero. A raíz de aquellos manejos turbios, se aseguraron guerra para rato.
      Fue un tiempo en que el negocio de los mapas creció y se diversificó como nunca antes. Se vieron mapas políticos, físicos, químicos y bacteriológicos; mapas parlantes y mapas mudos; mapas de lujo y mapas descartables; mapas táctiles para ciegos y mapas visuales para sordos; mapas para encontrar tesoros y perder amigos; mapas de dos, de tres y hasta de cinco dimensiones; mapas de tiendas de mapas y un larguísimo etcétera. Se vieron falsificaciones masivas de mapas de primera marca y demandas millonarias por plagio.
      Por supuesto, tal estado de cosas no podía durar. La situación no tardó en volverse inmanejable. Los obreros e ingenieros que habían quedado en la calle al cerrar las fábricas de armas, los productores agrarios cuyas tierras habían sido expropiadas para plantar paraísos, los árbitros anatematizados que ocultaban su identidad, todos quisieron una tajada de la torta de los mapas. Llegó el momento en que ya no se desarrollaba otra actividad productiva que el trazado, impresión y comercialización de mapas. En palabras del prestigioso analista Donald Duckins: “Así no hay economía que aguante, qué embromar”.
      Luego del predecible “crack cartográfico”, los únicos mapas que conservaron un mínimo valor residual fueron los que indicaban la localización de las oficinas de asistencia social.

Exploración espacial
Paradójicamente, la guerra y el subsecuente derrumbre de la economía abonaron el terreno para la colonización del espacio exterior. Con miras a volver a poner en funcionamiento el motor del capitalismo, se lanzaron planes para reactivar la capacidad fabril ociosa. El economista Donald Duckins propuso: “Que se fabriquen autos. Después de todo, la gente siempre tiene que ir de un lugar a otro, ¿no?”.
      La propuesta, acogida al principio con entusiasmo, pronto chocó con factores de índole ecológica. Como saldo de la ferocidad de la guerra, ahora en todo sitio del mundo en que podía crecer algo, ese algo era un árbol de paraíso. Muchas variedades habían sido modificadas genéticamente para producir bolitas en mayor cantidad, o más rápido, o con punta hueca. El Mato Grosso, las selvas africanas y las junglas asiáticas habían recuperado la extensión que tenían en el siglo XVII. Los paraísos, allanado su camino por la aniquilación de las demás especies vegetales (arrasadas para hacerles sitio y, de paso, producir papel para imprimir mapas) se habían diversificado y adaptado rápidamente a todos los nichos ecológicos disponibles. Un prominente titulado en opinología de la Universidad de Harvard editorializó: “Con respecto a estas plantas, no deja de ser irónico que, luego de enviar a tantas y tantas personas a la tumba, ahora estén ocupando nichos”.
      Los grupos ambientalistas presionaron para que no se alterara este nuevo equilibrio con automóviles y carreteras. Por supuesto, nadie les hizo caso. Lo que llevó a desistir del proyecto fue que prácticamente no quedaba lugar donde estacionar un auto como no fuera debajo de un paraíso, y ya se sabe lo sucios que son estos árboles.
      Duckins replicó entonces: “Bueno, si no podemos estar debajo de los paraísos... ¡Vayamos por arriba!”. En los siguientes años, la industria aeroespacial experimentó un impulso como no se había conocido. Habían vuelto
los tiempos de las vacas gordas (luego de que una oportuna mutación les permitió alimentarse de las hojas de los paraísos).
      Hacia 2050, todos los que podían permitírselo se compraban su propia estación espacial. Los que no podían permitírselo usurpaban alguna ajena. “Tener los pies en la Tierra” se convirtió en una descalificación. “¿Gravedad? ¿En qué mundo vivís?”, rezaba un anuncio en que una modelo, ataviada con un escotado traje espacial, anunciaba las ventajas de mudarse a la órbita.
      En 2061, la Tierra fue designada reserva natural, y los únicos autorizados a permanecer en ella fueron los guardabosques y los cazadores furtivos. Incluso éstos acabaron por abandonar el terruño cuando la ampliación del dominio humano ofreció hábitats más interesantes. La que había sido la cuna de la humanidad quedaba lista para recibir un hermanito.
      En pocos decenios, Marte y Mercurio ya estaban superpoblados. Las lunas de Saturno, Urano y Neptuno habían sido reducidas a losas para embaldosar los gigantes gaseosos, de modo que éstos tuvieran una superficie sólida que pisar. (El primer intento, en Júpiter, resultó en un apisonamiento excesivo y el planeta se les encendió.) Los ambientalistas, frustrados por la determinación adoptada con respecto a la Tierra, se establecieron en Venus sólo para exigir al gobierno que se tomaran medidas contra el efecto invernadero. El inatajable afán expansionista del hombre lo llevó, hacia finales de siglo, a colonizar los últimos confines de Plutón, el cinturón de Kuiper y la nube de Oort.
      Y entonces se encontró con un problema.

Perpectivas para el futuro
Con respecto a las posibles soluciones a ese problema, de acuciante actualidad, los especialistas se reparten entre dos posturas bien diferenciadas. Unos calculan que el diámetro del Sistema Solar es suficiente para tomar impulso y pegar el salto hacia otras estrellas. Otros les preguntan qué tomaron.
      Lo cierto es que la búsqueda de la respuesta a este dilema va adquiriendo una relevancia fundamental. A muchos les resulta evidente que, más tarde o más temprano, la humanidad deberá emigrar a donde no puedan encontrarla. En algunas colonias asteroidales, tímidamente al principio y luego con mayor descaro, han comenzado a aparecer extraños plantines de paraíso. Nadie sabe cómo llegaron allí. Algunos testimonios hablan de racimos de bolitas que saltan a la cara de los transeúntes desprevenidos; horas después, la víctima sufre en su anatomía la violenta germinación de un árbol completo (por el ombligo, si tiene suerte). Con algunos asentamientos se ha perdido contacto luego de transmisiones sumamente inquietantes. Un observador anónimo describió la situación en una sola palabra: “Estoseestáponiendomuyperomuyfeo”.

Conclusión
Aquí es donde yo, Gordon Delgado, asistente segundo del quinto oficial suplente de la expedición Pertinacia XLVII, doy por terminada mi recolección de los hechos.
      La expedición fue comisionada para descender en la superficie terrestre e intentar averiguar algo sobre el origen de los misteriosos plantines. Hace ya una semana que los demás se marcharon y no he vuelto a tener noticias de ellos. Según las instrucciones, se supone que ahora debo pegar la vuelta solo. Solamente yo me meto en estos bretes. ¿Quién me manda a mentir en mi currículum que tengo dieciséis mil horas al mando de lanzaderas?
      Previendo que tal vez no sobreviva a mi propia estupidez, he decidido dejar un registro escrito de todo lo sucedido. Lamentablemente no tengo idea de qué es lo sucedido, así que me limité a llenar cuartillas con un resumen del libro Historia del siglo XXI que trajimos a bordo. Cuando termine, pondré las hojas en el termo que ha sido toda mi compañía en este tiempo, y lo enterraré en el pozo donde encontramos aquella vieja alfombra enrollada. La verdad, no sé por qué me preocupo por lo que escribo; a fin de cuentas nunca lo va a encontrar nadie.

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