BRAZO FUERTE, MAGIA PODEROSA

Angel Eduardo Milana

Argentina

A menos de una hora de viaje en automóvil desde la ciudad de Iquitos, en el Amazonas, se encuentra asentada una tribu de indios Jíbaros que adora los restos de un gran avión de pasajeros caído junto a su aldea. Eso le dicen a los turistas, a quienes por un precio les permiten el acceso para contemplar su forma de vida salvaje, sus costumbres y sus ritos. También les venden amuletos y pequeñas cabezas de material sintético, réplicas de las verdaderas que constituyen los collares rituales. Cada día, cuando el último ómnibus con turistas se retira de la aldea, ellos se visten con sus ropas occidentales y vuelven a la ciudad en sus automóviles, a sus casas y departamentos. Los ingresos de la tribu —Cooperativa "Pájaro Brillante"— son elevados y no provienen solamente de los turistas sino, muy especialmente, de las contribuciones que pagan personas importantes, artistas de cine y algunos jefes de estado, por los asesoramientos de sus reputados médicos y hechiceros y de las regalías que pagan los emporios farmacéuticos por el uso de las patentes de sus poderosas e infalibles drogas.

Ingresaron a la civilización por la puerta grande, hace unos pocos años, debido a que prestaron ayuda a los sobrevivientes de la caída de aquel avión, lo que les valió la gratitud de algunas personas influyentes.

Lo que no mencionan, pues constituye uno de los secretos mejor guardados, es que el avión fue atraído hasta la aldea por la poderosa magia de uno de sus jefes y abatido de un lanzazo por la fuerza de su brazo. He aquí la verdadera historia de lo sucedido, que los notables de la tribu reconstruyeron años más tarde, pero que mantienen oculta por razones obvias:


Muy pocas veces en la historia de la tribu había ocurrido que los cargos de jefe y brujo estuvieran reunidos en una sola persona. Y, además, que la jefatura le tocara por derecho hereditario y no porque la hubiera tenido que disputar por la fuerza al heredero. Por otra parte, ninguno de los otros jóvenes le disputaría su derecho a la jefatura: era unánimemente reconocido como el más fuerte, de allí su nombre que, traducido, significaba BRAZOFUERTE.

Cuando su primer ayudante le colocó el atributo del cargo, un collar ceremonial constituido por las cabezas reducidas de aquellos que habían dirigido la tribu antes que él, pensó que una persona tan importante no podía continuar ocultándose ni manteniendo a su tribu escondida en la espesura de los grandes árboles como si fueran animales de presa. Él pondría fin a esa situación: ¡Su gente volvería a vivir en un gran claro! A la luz del sol que allí, donde se ocultaban, rara vez llegaba.

La historia, de transmisión oral, como todos los conocimientos que atesoraba la tribu, contaba que hacía mucho tiempo uno de los jefes decidió que debían emigrar y ocultarse para escapar de una aniquilación segura a manos de unos hombres de piel clara, con unas cerbatanas que hacían ruido y que mataban a gran distancia, lo que les impedía a ellos llegar lo suficientemente cerca como para ponerlos al alcance de sus propios dardos, sus lanzas y sus flechas.

"Por la fuerza de mi brazo soy el que más lejos envía la lanza. Podré alcanzar a esos hombres blancos a cualquier distancia que estén", pensaba, pero como era un hombre prudente, decidió que antes de movilizar a toda la tribu convenía salir en avanzada de exploración.

Durante varios meses la tribu fue siguiendo a las avanzadas hasta que encontraron un claro muy grande a partir del cual los árboles comenzaban a ralear y el terreno subía en suave pendiente. Brazofuerte decidió que era un buen lugar para instalarse. Un pequeño arroyo les proveería de agua clara y parecía haber una buena cantidad de caza. No habían encontrado indicios de hombres blancos en todo el recorrido ni en las cercanías de ese lugar.

Al poco tiempo de estar en el claro oyeron un sonido familiar que recorría el cielo, pero que nunca habían podido identificar porque lo que lo producía estaba por encima de las tupidas copas de los árboles bajo los cuales vivían. Algunos de los cazadores conocían el cielo, el sol, la luna y las estrellas por haberlos visto en pequeños claros de la selva, pero ahora el cielo se extendía con gran amplitud sobre sus cabezas y el alcance de la vista no estaba limitado por el follaje.


Ilustró: Endriago

—¡Allá arriba! —gritó una de las mujeres—. Un gran pájaro brillante.

Tanto tiempo viviendo en espacios limitados había alterado bastante el sentido de la perspectiva de aquella gente. El jefe fue el primero en reaccionar y automáticamente apuntó y arrojó su lanza. Por supuesto, no lo alcanzó y el avión se perdió tras las copas de los árboles. La frustración del jefe fue grande pero la disimuló. Rara vez se le escapaba una presa; solamente cuando actuaba por impulso de las circunstancias, como ahora. Normalmente estudiaba a sus presas, las invocaba con su magia, preparaba el terreno y hacía que se pusieran en posición favorable para ser cazadas.

En los días siguientes vieron varios pájaros brillantes de distinto tamaño, pero había uno más grande que todos y al que podían oír zumbar. El jefe decidió que debía cazarlo y comenzó a estudiar sus movimientos. Si bien nunca habían conocido relojes, todos tenían cierto sentido del tiempo y el jefe, en su calidad de hechicero, y sus ayudantes, lo tenían muy bien desarrollado. Notaron que los pájaros pasaban en horarios regulares, aunque no lo hacían todos los días.

Al jefe le pareció una buena idea localizar el nido del gran pájaro y trató de seguirlo, pero aquél volaba muy rápido y lo perdió de vista. Dado que recorría en forma regular la misma ruta, lo mejor sería perseguirlo mediante relevos. Envió gente que debía caminar en la dirección que seguía el pájaro hasta la noche, luego esperarían hasta el próximo paso y lo seguirían por otro día más. En algún momento llegarían hasta el nido.

Después de varios días los exploradores encontraron el nido y dos de ellos regresaron para informar, mientras otros dos lo vigilaban: Los pájaros descendían en un lugar despejado cerca de donde había una gran aldea con gente de piel clara. Parecía que se alimentaban de aquella gente y luego salían volando. También pudieron ver que había varias crías pequeñas que dormían en unas chozas grandes. Más lejos había otras, de formas extrañas, en donde vivía la tribu de hombres de piel clara.

Brazofuerte tomó su bolsa de yuyos para curar y de amuletos para hacer magia, que siempre tenía preparada, eligió su mejor lanza y partió con un pequeño grupo de cazadores. Cuando estaban por llegar, uno de los que había encontrado el nido del gran pájaro brillante le señaló, en la cumbre de una pequeña loma, una choza muy rara que tenía a su lado un árbol no menos raro:

—Desde allá arriba se ve el nido. En esa choza no hay nadie y tampoco se puede entrar.

Quiso la casualidad que en ese momento pasara por el cielo un avión a gran altura y que casi coincidiera, en la línea de visión de Brazofuerte, con el extremo del pararrayos de tres puntas que coronaba el mástil de las antenas, pues eso era el raro árbol que se encontraba al lado de la caseta de equipos de radioayuda del aeropuerto de Iquitos.

No le pasó desapercibido al Gran Jefe el parecido entre la punta del pararrayos y el avión. Se acercó a la caseta, pero no demasiado, y pudo observar el aeropuerto a una cierta distancia y más allá la ciudad. El sentido del tiempo le indicó que pronto sería el momento en que pasaría el gran pájaro brillante al que quería cazar, y ordenó a su gente que se ocultara.

El avión, cumpliendo con su horario y su ruta inició su trayectoria de descenso, pasó por sobre los sorprendidos cazadores y tomó pista normalmente.

"¡Es inmenso!", podía leerse en los desorbitados ojos de todos ellos. "Jamás podremos cazarlo", pensaron algunos, pero no Brazofuerte, cuya mente ya trabajaba en el plan de caza. Pensó, acertadamente, que el gran pájaro se guiaba por algo de lo que había en esa loma para alcanzar su nido. Por asociación de formas se dijo que lo hacía por la rama más alta de ese árbol raro que crecía en la cumbre de la loma. Ahora se equivocaba.

Ordenó a sus hombres que subieran al árbol y le trajeran esa rama. Con el cerco de alambres de púas no tuvieron problemas, estaban acostumbrados a las zarzas y a las espinas; solamente comprobaron que no fueran venenosas por el sencillo método de enviar adelante al más joven de todos y observar lo que le ocurría luego de los primeros rasguños. La trepada al mástil fue fácil pero el pararrayos se resistió bastante, aunque al fin se quebró cerca de la base y Brazofuerte obtuvo así uno de los principales elementos para el engaño que estaba pensando. Juntó, además, restos de cuando se había construido la caseta, tierra de distintos puntos de la loma, hojas y cortezas de árboles, yuyos, en fin, todo lo que serviría para reconstruir, en su imaginación, el lugar en donde ahora se encontraba.

Bailó luego alrededor de la loma, pronunció unos conjuros, amenazó con su lanza a los aviones que se encontraban en el aeropuerto y ordenó el regreso.

Una vez en su aldea buscó el escenario adecuado. No había ninguna loma similar a la cercana al aeropuerto, pero sí una zona en donde las copas de los árboles de mayor tamaño predominaban sobre el resto y estaban más o menos a la misma distancia de la aldea que la loma del aeropuerto. Fue hasta el lugar, eligió el árbol más alto y, después de asegurarse de que podía sacar el pararrayos sobre la espesura desde las ramas más altas, le dio precisas instrucciones a su ayudante principal, que lo había acompañado. Bailó, giró alrededor del árbol, esparció las hojas, cortezas y tierra que había recogido en la loma y el sitio quedó convertido, por su magia, en una réplica de aquel por el cual pasaba el gran pájaro brillante para acceder a su nido.


El vuelo 1314 de aerolíneas SUDACAM inició su vuelo regular Quito-Río de Janeiro, con escalas en Iquitos y Brasilia, con malas condiciones atmosféricas, que se agravaron a medida que cruzaba la cordillera. No eran tan malas como para que el vuelo se suspendiera, pero sí como para que la mayoría del pasaje y algunos de la tripulación se sintieran en mal estado. Los extremos de las alas oscilaban de tal forma que, vistos desde la cabina, parecían las alas de un pájaro aleteando. Las sacudidas horizontales y verticales fueron lo suficientemente fuertes como para inutilizar el navegador inercial, pero las radioayudas funcionaban bien. Cuando el piloto pidió la información meteorológica de la zona de Iquitos, le informaron que había tormentas eléctricas pero dispersas y lo podrían guiar para que las esquivara.

En la aldea, Brazofuerte despachó a su ayudante principal hacia el árbol elegido para que cumpliera con sus instrucciones. Estas eran sostener el pararrayos por sobre la copa de los árboles, para engañar al gran pájaro y conducirlo hacia un prado próximo a la aldea, en donde lo estarían esperando los cazadores.

Cuando el vuelo SUDACAM 1314 se aproximó a Iquitos, pidió instrucciones de aterrizaje a la torre de control.


Ilustró: Duende

—Vuelo SUDACAM 1314, aquí torre Iquitos. Tenemos una tormenta eléctrica que se dirige a la cabecera de pista. Al pasar por sobre el radiofaro continúe su vuelo durante cinco minutos, luego regrese y pida instrucciones.

—Aquí 1314. Comprendido. Continuaré en el aire cinco minutos, regresaré y pediré instrucciones.

Los cazadores de Brazofuerte ya estaban en posición alrededor del prado y él se coloco en el extremo del mismo, sobre una barranca, del otro lado del arroyuelo. Cuando sus cazadores acosaran al pájaro, éste intentaría escapar hacia donde él lo esperaba con su lanza. Cantó y bailo sus últimas invocaciones mágicas. Pronto llegaría el momento de la fuerza.

Cuando 1314 sobrevoló el aeropuerto, sobre él se desataba una fuerte tormenta eléctrica. El núcleo de la misma pasó por sobre la loma, y los rayos, que normalmente eran recibidos por el pararrayos, no lo encontraron. El camino de mínima resistencia hacia la tierra era ahora el que pasaba por las antenas y los equipos. Estos últimos quedaron convertidos en una masa de plástico, metal y semiconductores. La descarga fue tan grande que se propagó por las líneas eléctricas e hizo saltar las protecciones. Se tardaba varios minutos en conectar la energía de emergencia para la torre de control. El efecto en el avión fue como si el aeropuerto hubiera desaparecido.

El piloto, que ya había cerrado la circunferencia y estaba iniciando el descenso, intentó un aterrizaje visual pues, a pesar de la reducida visibilidad, las nubes no estaban tan bajas y el radar y radioaltímetro funcionaban bien y podían ayudarlo. Al salir de las nubes debería haber estado en una posición aproximada a la trayectoria de descenso; sin embargo, los vientos lo habían desplazado unos pocos kilómetros.

La tormenta eléctrica también se había desplazado y, aunque había descargado parte de su energía sobre el aeropuerto, la estaba recuperando. Las cargas eléctricas corrían por la superficie de la tierra buscando un camino que les permitiera ir a neutralizar a las de signo opuesto en la nube. Lo encontraron en una zona de grandes árboles donde una lanza de cobre con puntas de platino se elevaba por sobre ellos. En su trayecto por el aire se encontraron con el avión y se derramaron por su superficie. Las consecuencias fueron las siguientes: a) El ayudante de Brazofuerte cayó del árbol, carbonizado. b) Los equipos radioeléctricos del avión dejaron de funcionar. c) Varias ventanillas reventaron, entre ellas la frontal.

—¡Emergencia! —alcanzó a gritar el piloto mientras la lluvia y el viento lo azotaban terriblemente y lo dejaban ciego por un momento—. Copiloto, hágase cargo.

El copiloto entendió que le ordenaba aterrizaje de emergencia, vio un claro al frente y se lanzó.

Ya era la hora en que debía pasar el gran pájaro brillante. Brazofuerte sintió las vibraciones del aire que anunciaban su llegada. ¡Allí venía! ¡Ya tocaba tierra! Aprontó su lanza y buscó un punto débil: ¡Los ojos! El pájaro se acercaba muy rápido, su mente computó velocidad, dirección, distancia, y ordenó a su brazo el lanzamiento. La lanza penetró por la ventana del piloto y se clavó en el asiento en el lugar en que debería haber estado la cabeza, si aquél no se hubiera agachado para protegerla de las ramas, barro y piedras, detrás del cuadro de instrumentos.

El avión encajó su nariz en la barranca del arroyo y se detuvo. Unos pocos pasos al frente estaba Brazofuerte, quien nunca había dudado del poder de su magia y de la fuerza de su brazo.



ANGEL EDUARDO MILANA

Ángel Eduardo Milana nació en la ciudad de Buenos Aires en 1938. Es ingeniero en electrónica, pero está retirado de la actividad. Trabajó como suboficial de la Fuerza Aérea (mecánico de comunicaciones), en Canal 7 Mendoza (técnico y gerente técnico) y para el gobierno de la provincia del Chubut (Director de Comunicaciones). También ha incursionado en la docencia técnica secundaria y universitaria. Ha editado Cuentos con ángeles, demonios y personas extraordinarias y tiene dos novelas de ciencia ficción sin publicar: La mirada en el infinito y Homo molecular. En el número 116 de Axxón publicamos su cuento "Migración" y en el número 122 se comenzó a publicar en capítulos su novela Apuntes sobre la vida sexual de un ángel, en la sección Andernow, donde también aparecieron sus cuentos "Un demonio frustrado", "Un demonio muy especial" y "Factoría".


Axxón 143 - Octubre de 2004