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Editorial - Axxón 117

Creer en algo es empezar a darle existencia

Todos los días surgen respuestas alucinantes de la tecnología para alguna gente privilegiada, como la posibilidad de hacer recambio de cuerpo, conversar con sus electrodomésticos desde otro continente o desde órbita, pasar las vacaciones en otro planeta, frenar el envejecimiento, vestirse con ropas con adornos variables y móviles, teletransportarse, comprar glándulas y órganos de recambio en la farmacia del barrio, elegir qué enfermedades y defectos no tendrán sus hijos, congelarse —junto al perrito de la familia, por qué no— si se tiene una enfermedad terminal por una cuota de unos pocos cientos de miles de dólares por mes... Mientras algunos saben que estas respuestas serán aplicadas a sus vidas, nosotros, los del otro mundo, nos preguntamos si estaremos vivos mañana. Nadie nos da respuestas. Este es el mundo real... las utopías idílicas de sandalias y túnicas y gente hermosa puede ser que tengan existencia hoy o algún día, pero para pequeñísimas partes de la población. Veremos entretanto en la pantalla, mientras esperamos la muerte por falta de alimento, por falta de atención médica o por el cuchillo o la bala de un delincuente (o policía represor), cómo muere otra gente en "condiciones peores" que la nuestra, en África o en las zonas de guerra.
      Esto es el siglo 21.
      Confieso haber creído en otro futuro. Y no sé si es tan estúpido. Creer en ello es empezar a darle existencia. Nadie se esfuerza por lograr algo en lo que no cree. Nadie trabaja con ganas e imaginación en algo en lo que no cree. Me moriré creyendo que puedo hacer algo por mejorar el futuro, el mío y el de los demás, y caeré de hambre, o por alguna enfermedad que no pueda hacer atender, o porque me mataron en la esquina de mi barrio, donde hace muchos años jugábamos libremente por la calle, aún de noche.
      Yo he hecho una parte de mi vida; bastante, por cierto. Ya le he dicho a muchas personas que ya planté mi árbol, ya escribí mi libro y ya tuve mis hijos. Y he amado y amo, y he hecho muchas cosas que me dan orgullo. No tengo dinero, pero no me importa tanto: sólo quisiera tener el necesario. Una cosa que me importa hoy, lo digo con toda sinceridad, es tener la capacidad de hacer reflexionar a gente más joven para que piensen en qué clase de mundo se están creando y qué mundo permiten que les creen a su alrededor. Quisiera convencerlos de que no crean más en que "no hay nada que hacer", que contra "esos" (sean quienes sean en cada lugar del mundo) no se puede luchar. No esperen más a que alguien les solucione las cosas y no esperen más a ser uno de los privilegiados; no esperen que algún loco tome la iniciativa y sea él quien voltee a sus enemigos: hagan las cosas ustedes. Hagan cosas. Para ustedes y para los demás.
      Y no dejen que otros piensen —y se lo vendan prehecho— lo que deben pensar por ustedes mismos. Pensar y trabajar es doloroso, pero créanme que rinde sus frutos.
      Vean sino cómo es un mundo en el que todos quieren pasarla bien, despreocuparse y disfrutar a toda costa sin trabajar ni esforzarse y sin importar qué les pasa a los demás y —lo fundamental— sin que importe cómo es que se logra eso: Es un mundo sin esperanza donde lo mejor que podrás lograr es disfrutar de, al menos, un breve instante. Pero cuidado, no llegues a cierta edad (cada vez menor), no te equivoques, no le caigas mal a alguien, no entres en el lado negativo de una cuenta, no quedes fuera de las cuentas, no te opongas, no discutas, no pienses por ti mismo, no seas de tal o cual color, no vivas de este lado de la vereda, no tengas la más mínima vacilación, no te enfermes, no sufras un accidente, no te decaigas o debilites, no quieras ocupar el lugar que usurpó otro... y un millón de cosas más.
      Ese mundo es así: en cualquier momento te quedás sin nada. En este mundo, que creamos entre todos, en cualquier momento te matan...

Eduardo J. Carletti, 1 de agosto de 2002

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