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7/Jun/04




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Fuimos a ver El día después del mañana


Título:
El día después del mañana (The day after tomorrow) 
Dirección:
Roland Emmerich 
Guión:
Roland Emmerich, Jeffrey Nachmanoff 
Intérpretes:
Dennis Quaid (Jack Hall), Jake Gyllenhaal (Sam Hall), Emmy Rossum (Laura Chapman), Ian Holm (Prof. Rapson), Dash Mihok (Jason Evans), Jay Sanders (Frank Harris), Sela Ward (Dra. Lucy Hall), Kenneth Welsh (vicepresidente Becker), Perry King (presidente Blake).
Origen:
Estados Unidos (2004) 
Duración:
122 minutos.



—Doctor, odio el mundo. ¿Qué puedo hacer?
—Sublíma ese odio, Roland. Transfórmalo en arte.
—No, mejor hago una película-catástrofe.

Éste es el diálogo que uno imagina entre el director y guionista de El día después de mañana, Roland Emmerich, y su psiquiatra, luego de ver la película con cierto grado de atención.

El argumento se aferra a algunas teorías más o menos en boga para contar una catástrofe global (una nueva glaciación), entendiendo por "global", claro está, la parte del mundo que le importa más a Hollywood: el Hemisferio Norte. Y esto de "se aferra" no es definitivo: se le escapa de las manos como una barra de jabón mojada.

Nueva York se inunda por el crecimiento en el nivel del marCuesta creer que el Gobierno de los Estados Unidos se preocupara por una película como ésta. Y, sin embargo, pensándolo mejor, es posible que lo que le preocupara a la administración Bush fuera que esta película actuara como gatillo para desatar el debate y, ¡cuándo no!, la paranoia en el pueblo norteamericano. Una paranoia que ese mismo gobierno, en otros temas, supo fertilizar y predisponer. Lo malo es que la opinión pública podría exorcizar sus temores a través de esta delirante película (que es un mero entretenimiento, y tiene un propósito comercial y de evidente evasión), dejando de lado rápidamente el debate profundo sobre las consecuencias de nuestros actos en el clima terrestre y las acciones para evitar un futuro poco promisorio.

Aún admitiendo la compresión temporal del proceso de glaciación que propone la película (un guionista bien puede dejar de lado cuestiones científicas como la inercia del sistema climático terrestre para favorecer el efecto dramático... aunque no será un guionista que yo recomiende, desde luego), hay una tonelada de cuestiones que resultan poco creíbles.

Y esa tonelada, incluso, sería algo admisible si no fuera por otros defectos de la película que vale la pena analizar. Pero vayamos por partes.

La acción de El día después de mañana transcurre en la actualidad, contrario a lo que pudiera parecer por los afiches. Todo sucede en el término de unas pocas semanas. Esto era de esperar: a Emmerich nunca le preocupó la lógica interna de sus argumentos, recuérdese el virus informático que acaba con las naves del Día de la independencia.

El paleoclimatólogo Jack Hall (Dennis Quaid), presencia una consecuencia del calentamiento global: el desprendimiento de una masa de hielo (del tamaño de Rhode Island) en la Antártida. Ya desde las primeras escenas sabemos que Jack es una suerte de Indiana Jones climatológico y, si bien no tiene látigo, puede hacer milagros con su piqueta.

Como una Casandra moderna (y he aquí uno de tantos clichés y sensiblerías que la película acomete sin el menor pudor), Jack Hall intentará en vano advertir lo que se avecina dentro de cien años, con el cambio de la Corriente Profunda del Atlántico Norte. Sin embargo, datos obtenidos por científicos británicos —al frente de los cuales está el científico Terry Rapson, encarnado muy dignamente por Ian Holm (Bilbo en El Señor de los Anillos)— señalan que el proceso devastador ya ha comenzado y que es imparable.

Los Angeles bajo el flagelo de los tornadosYa los trailers se encargaron de mostrar la grandiosidad de las escenas donde California es devastada por huracanes de gran magnitud, Nueva York es inundada y congelada, y Tokio cae bajo la violencia de una granizada digna de Brobdingnag.

Como todo héroe de película catástrofe que se precie, el protagonista tiene problemas familiares. Está separado de su mujer Lucy, doctora en un centro médico de Washington (Sela Ward), y tiene un hijo adolescente (Sam, interpretado por Jake Gyllenhaal) al que no le dedica mucho tiempo. Estos personajes constituyen otros tantos puntos de vista en la película. En particular Sam Hall, que sufre el cambio climatológico y las catástrofes neoyorquinas y se presenta como otro personaje central del relato.

Aquí es donde papá Jack decide expiar sus culpas de progenitor y rescatar a su hijo, viajando desde Washington a Nueva York, lo que determina otras tantas peripecias.

Evidentemente, a Roland Emmerich no le interesan los personajes bien trazados, ni las motivaciones profundas, ni siquiera la lógica argumental. En una postura que mucho recuerda otras acciones estadounidenses del mundo real, el argumento de El día después de mañana propone, por citar un ejemplo, que la persecución de un objetivo particular (algunos dirán incluso egoísta) puede redimir a toda la humanidad (un poco en la línea de Buscando al soldado Ryan, pero con mucha menos sensibilidad), o al menos ésa es la sensación que me queda al finalizar el film.

Una nueva era glacialMás allá de esto, El día después de mañana es un compendio de acción muy bien llevada y toneladas de efectos especiales (la película costó unos US$ 125 millones, esto da una idea: no se los gastaron en el elenco). Esto, y la capacidad de meter al espectador dentro de ese terrible escenario, redimen parcialmente la película y la convierten en una buena candidata para quienes disfruten del cine catástrofe más clásico.

Un par de detalles que saltan al cruce, pretendiendo "comprar" al espectador latino. En uno de los momentos más tensos de la película, se escucha de fondo el relato en castellano de un partido de fútbol, en el que juega la Argentina. El otro detalle es que, en determinado momento de la película, Estados Unidos se verá obligada a perdonar la deuda externa de los países latinoamericanos y habrá una migración masiva (y relativamente pacífica) hacia México. Evidentemente, Roland Emmerich tiene un muy alto concepto de los Estados Unidos y prefiere no recordar la invasión a Irak, que tira por tierra esta absurda hipótesis de política-ficción.

Alejandro Alonso para Axxón y Noticias Axxón


            

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