PRESIÓN

Jeff Carlson

Estados Unidos

Dijeron que no sentiría nada, pero mis sueños eran horribles: dolor y opresión, peso abrumador, aunque nada de eso superaba mi excitación. También soñé que volaba, soñé que me zambullía a través del suelo y me estrellaba en un universo nuevo y espectacular. Sin embargo, sólo vislumbré pantallazos de luz antes de que mis ojos se reventaran y la roca abrasiva se metiera por mi boca y nariz.

La mente persiste en buscarle sentido a las cosas, incluso cuando está drogada e inconsciente. Recuerda.

La verdadera pesadilla era despertar. No tenía cara, pesaba demasiado poco y una fuerte hinchazón en mi garganta ahogaba mi voz.

El pinchazo de una aguja en una pierna me ayudó a centrarme, incluso antes de que el tranquilizante hiciera efecto. Dejé de sacudirme y entendí que estaba sumergido en un tanque no mucho más grande que yo. Sabía que era un rectángulo horizontal, sabía que yo estaba en el medio; sin embargo, no tenía ojos. ¿Podía mi oído ser lo bastante agudo como para medir distancias? No había tiempo de revisar mis sentidos. El formidable peso del tranquilizante no podía dominar el reflejo de respirar y excavé en el agua con todos los miembros, hacia arriba, arriba...

Antes de llegar a la superficie, un techo duro me dio un puñetazo sobre las lisas protuberancias metálicas de mi cara. No había aire. Pero no podía ahogarme. Respiré agua a través de la generosa lámina de filtro que estaba allí donde había estado mi nariz, luego expulsé una terrible bola de líquido a través de unas branquias debajo de mis axilas.

Por un momento no hice nada más que respirar, sintiendo la presión de cada exhalación contra mis codos. Casi me toqué la cara, vacilé, luego me interesé en mis manos y las junté. Los índices y los pulgares no se sentían diferentes, pero mis otros dedos eran más gruesos, más largos y palmeados.

—¿García? —La voz de Stenstrom era demasiado fuerte en el receptor VLF enterrado en mi pómulo, distorsionada por el murmullo de otra gente a su alrededor—. ¿Cómo te sientes?

También creí escuchar esas vibraciones de tono entusiasta en forma directa, amortiguadas por el agua y las paredes del tanque. Me habían dicho que el tanque de recuperación sería de vidrio e imaginé a todo el equipo de investigación alrededor de mi cuerpo desnudo, erizando con grabadoras y computadoras de mano, con rostros intensos.

Andrea siempre se había reído cuando nos bañábamos juntos y en bolas en los primeros días que vivíamos en la casa de sus padres en San Diego, conscientes de los vecinos pero envalentonados por el atrevimiento del otro. Eso fue antes de que quedara embarazada. "¡Tiburón!", susurraba, e intentaba tomarme. Puedo ser un reconcentrado hijo de puta, y sus bromas, sus sonrisas, siempre han sido necesarias para mí.

Pensar en ella me ayudó a no prestar atención a mi vergüenza.

Habían quitado mi escroto, habían acortado mi pene; medidas de protección que la gente de Stenstrom juró eran reversibles, como todas las operaciones y los implantes. Para que yo estuviese tranquilo, lo tenía por escrito en una póliza de seguro de ocho cifras; pero ningún hombre en el mundo quiere que le hagan cortes en esa área, sin importar la compensación.

—¿García? —Stenstrom levantó su volumen hasta hacerlo doloroso.

Por responder, casi tragué una bocanada de agua. A pesar de mi entrenamiento, sub-vocalizar en un micrófono de garganta era muy diferente después de los cambios que habían reforzado mi boca y mi cuello. Comer sería toda una hazaña.

—¡Baje el volumen! —gruñí.

Stenstrom estaba compungido.

—¿Así está mejor?

—Abajo, abajo. Mucho.

—Es más sensible que lo que esperábamos, aparentemente. ¿Alguna otra dificultad inmediata?

Pataleé una voltereta rápida.

—¡Me siento fenomenal!


Mi orgullo era mi salvación, mi fuente de resistencia.

Pasé las cinco semanas más largas de mi vida en ese tanque y en una piscina más profunda, sanando, probando, practicando. Habían alargado los dedos de mis pies y los de mis manos, habían acortado mis muslos para maximizar los músculos disponibles. Era condenadamente rápido. A veces, aprender de nuevo las técnicas de construcción con mis nuevos dedos era frustrante; sin embargo progresaba, y esos períodos de trabajo solitario se volvieron importantes para mí.

En la superficie, en la playa, los doctores me empujaban, pinchaban y me hacían pasar a través de repetitivas torturas. Me habían advertido que iban a realizar un extenso estudio de mi nuevo cuerpo, e hice todo lo posible por no tenerles miedo ni odiarlos; pero nunca imaginé un escrutinio tan intenso. Durante mis años como FOCA fui un bicho bajo un microscopio, bajo constante evaluación y puntuación. Aquí yo era el microscopio, mi cuerpo el único lente a través del cual podían medir su trabajo.

Stenstrom trataba de ser mi amigo, como siempre, bromeando y preguntándome qué haría con el dinero; sin embargo su actitud posesiva era obvia.

—Seremos famosos —decía—. Cambiaremos el mundo.

No era exactamente un esclavo ni una mascota, pero estaba ansioso por comenzar, por alejarme de ellos.

Casi habían seleccionado a otra persona para el proyecto, un bocazas mucho mejor que yo para politiquear; pero como el trabajo se iba a hacer principalmente a solas, deben haber pensado que sin un público se quebraría. Estoy seguro de que mi legajo de la Marina no mostraba ningún problema similar. Soy reservado, más feliz cuando nado o hago surf con mi sonriente Andrea, o cuando enseño a nadar a nuestros hijos, cuando siento mis latidos, cuando encuentro el paseo perfecto, el momento perfecto, lejos de las otras personas, de sus disputas y marchas de protesta. Nunca he comprendido el impulso de juntarse, nunca quise añadir mis opiniones a ese bullente estofado de los medios de comunicación ni comprar cinco minutos de fama en iBio. Para mí una muchedumbre no tiene poder, sin discusión. Correr en círculos no mejorará la economía, ni limpiará el medio ambiente, ni afectará las guerras de guerrillas del Este Asiático, de ninguna manera. La respuesta es trabajar duro. Honor. Perseverancia. Una buena voluntad para asumir riesgos.


El proyecto ofrecía todo eso y más.

Tuve que re aprender a masticar y tragar; un lento proceso, pero extrañamente más sabroso. Stenstrom dijo que se debía al alimento de primera que habían asegurado para mí, pero yo había comido bien en algunas ocasiones en el pasado y decidí que ese paladar mejorado debía ser un efecto secundario de las operaciones que habían reforzado mi mandíbula y mis labios. ¿Se podían sensibilizar las papilas gustativas?

También fue un desafío aprender a ver de nuevo. A partir de la experiencia de sus viejas investigaciones con delfines y orcas, Stenstrom había decidido hacer algo mejor que rodearme con paredes suaves: muchos de esos cautivos se habían vuelto locos en poco tiempo. No estaban preocupados por eso, pero no querían que mi cerebro estableciera sus nuevos patrones nerviosos de una manera equivocada o confusa. Antes de activar mis receptores de sonar, que usaban frecuencias muy bajas, muy por debajo del rango de mi mejorada audición, me pusieron en la piscina más profunda e irregular.


Fue hermoso. Había perdido el color, pero las texturas eran vívidas, puras; las formas imponentes. Mis receptores también podían ver con normalidad, pero lo mejor que lograban en ese modo era una visión de 20/600, que sólo usaría para el trabajo en primer plano y para leer los instrumentos.

Cuando llamaba a mi familia elegía una ceguera completa. En lugar de mirar un videófono, dejé que una computadora leyera y escribiera por mí, con el micrófono de mi garganta pegado en un voder. La administración me había alentado a limitar nuestros intercambios a sólo texto, que era más fácil de cifrar, ¿y quién sabe qué haría un chico de siete y otro de cuatro con un monstruo de labios tiesos que afirma ser su padre? Hacía algún tiempo que Brent había dejado de referirse a mí como 'padrastro', y Roberto todavía era lo bastante pequeño como para olvidarme. No quería perturbar nuestro imagen de antes de partir, aunque cuando me pescaron en medio de un parpadeo la sonrisa de Andrea parecía forzada, demasiado grande.

—Me está yendo formidable, cielo, ¿cómo están los niños? —pregunté.

Su respuesta llegó como un puñado de sílabas tartamudeadas, con las emociones enmascaradas por la máquina.

—Usé parte del dinero que adelantaron para comprar un DFender para nuestro departamento.

Parecía como si ella estuviera en una conversación diferente.

—¿Para qué te molestaste? —pregunté—. La casa estará lista pronto.

Las alarmas inteligentes cuestan miles de dólares... apenas una mota de lo que voy a ganar, pero se supone que nos debe durar el resto de nuestras vidas.

—Pero mientras tanto estamos aquí —dijo.

Los chicos no me dieron ninguna oportunidad de meditar sobre el resentimiento que parecía surgir de sus palabras. Quizás sólo lo imaginé.

—¿Estás en el océano todavía, qué tan hondo puedes ir? —balbuceó uno de ellos, sin identificarse primero, y el otro dijo:

—¡Greenpeace te puso entre los diez primeros en la transmisión de ayer!

Brent y Roberto se parecían a su madre, pequeños monos bravucones, así que me elogiaron y mostraron entusiasmo, tal como yo esperaba. No me había dado cuenta de que Brent podía escribir tan rápido. El voder articulaba sus preguntas con mucha más fluidez que lo que había dicho Andrea.

Algunos esquemas técnicos de mis operaciones y mi equipo se habían colado en la Red. Incluso tenía clubes de admiradores con nombres como Cyborg.org y zMerman. Los chicos esperaban una exclusiva, y decidí que era mejor seguir la corriente y disfrutar de mi rareza. Les prometí llevarles recuerdos a mi regreso. Para ese momento la seguridad aflojaría lo suficiente como para permitirme llevar a casa algunas piezas de hardware, algo para poner sobre un estante, o para llevar en sus bolsillos.

Cuando volvió a hablar Andrea, estuvo alentadora pero breve.

—Faltan seiscientos cuatro —dijo el voder por ella, y no supe qué responder. Había perdido el hilo de los días que restaban hasta el fin de mi contrato, aunque sabía que sería mucho tiempo.

—Te quiero —dije con un ruido áspero, y la computadora transportó mis inadecuadas palabras.


Trazar el mapa del fondo oceánico fue la mayor emoción de mi vida. Es probable que la mayoría de las personas lo hubiesen considerado tedioso: ir planeando a través de un mundo silencioso y monocromático; pero la única manera de despertar a la mayor parte de la gente es sacudirlos con un calidoscopio de música, pechos y cabezas que hablan... o sino desconectar la Red y la TV. Los peores tumultos se produjeron siempre durante los apagones rotativos.

El petróleo y el carbón se estaban convirtiendo en recuerdo, y los "increíbles progresos" en energía solar no habían llegado a nada, debido a las nubes de invernadero y a las megatoneladas de suciedad que se habían lanzado a la atmósfera durante la Guerra de los Nueve Días. Habiendo decenas de miles de personas enfermas de envenenamiento por radiación, ningún político le diría al público que no resultaban suficientes las nuevas plantas nucleares, y los generadores hidroeléctricos, o por bio-masa, o de viento, para mantener a la civilización sin interrupciones.

La Corporación Aro tenía la respuesta. Durante meses, los equipos habían explorado varios sitios con estaciones flotantes y vehículos operados remotamente. Se consideró perfecta la diminuta isla japonesa Miyake-jima, muy al sur de la Bahía de Tokio, tanto por razones políticas como económicas. Miyake-jima formaba parte de una cresta marina que se extendía desde la isla principal de Japón hacia el interior del Pacífico y su escarpada ladera sur ofrecía poderosas corrientes ascendentes, sumadas a las mareas oceánicas normales. Aro planeaba construir un campo de turbinas a una profundidad de ciento cincuenta metros, usando tecnología de vanguardia, como lo que era yo.


Los buzos corrientes pueden bajar un máximo de noventa metros; y no se pueden quedar largo tiempo, en todo caso. Mis cirugías eliminaron la necesidad de tanques de aire. Lo que es más importante, le dieron un baño de solución de gelatina al flujo de mi sangre y a mis órganos para protegerme de la compresión.

Además de llevar a cabo las inspecciones finales en el sitio, también me estaban probando a mí sobre el terreno. Antes de crear otros "mods", Aro quería ver si surgían problemas imprevistos; físicos, mentales o emocionales.

Me sentía contento por este período de prueba. En tres meses me convertiría en profesor y capataz, cargado de responsabilidades. Mientras tanto, exploraba los altares naturales de roca y coral, abría mis brazos para cabalgar tremendas corrientes y perseguía veloces nubes de peces. Una mañana atrapé un cola-amarilla. Su sabor mantecoso quedó bien complementándolo con un alga ácida, y entonces empecé a buscar alimento en lugar de comer sólo de los tubos en mi cinturón. En secreto, convirtiéndome en parte de lo que me rodeaba.

El trabajo era más divertido que difícil: ponía faros y hacía controles puntuales en nuestra red de comunicaciones.

El debilitamiento de las ondas de radio era enorme en el agua salada, incluso en la banda militar de señales VLF que había alquilado Aro a la Marina de EE.UU. Querían estar seguros de que podían entrar en contacto conmigo, pero dentro de la zona de construcción había áreas muertas. Durante los primeros veinte días agregamos cinco repetidoras más aparte de las que originalmente habían tenido en cuenta en el presupuesto, tres sobre el fondo del mar y dos boyas de superficie adicionales, cuyas cuerdas de anclaje funcionaban como antenas.

Se instaló el conjunto. Reemplazaron los botes más pequeños que me habían ayudado en la etapa inicial por una barcaza, capaz de bajar una carga más grande y más pesada. Se colocaron las primeras cunas de acero para los soportes de las turbinas.

Para ser un país que por décadas había usado casi exclusivamente energía nuclear, Japón tenía un desgraciado récord de seguridad, con un promedio de dos accidentes y medio por año. Peor aún, la pérdida del contenido de once reactores durante la guerra había hecho más daño que los mísiles de Corea del Norte. Estaban desesperados por hallar una solución.

La Corporación Aro quería instalar un grupo de turbinas lo antes posible, no tanto para reducir costos como para darle prueba a los críticos e inversionistas nerviosos de que la idea era sensata. El proyecto completo, que involucraba cientos de turbinas, conductos y transformadores con base en tierra, no quedaría completo hasta cuatro años después, y por supuesto Aro esperaba que la construcción continuara durante la mayor parte del siglo, desarrollando otros sitios alrededor del mundo.

Trabajaba turnos de nueve y diez horas, y discutía algunas veces con Stenstrom cuando quería que volviera. No soy ningún héroe. Yo estaba a la caza de una bonificación.

Mi actitud fanática se basaba, también, en lo poco atractivo que era que mi campamento ubicado sobre el lado a sotavento de Miyake. Dormir estaba bien, pero si los niños enviaban un mensaje me sentía solo, y luego no había nada que hacer sino esperar y cavilar, escribiendo incoherentes cartas para Andrea... que por lo general no enviaba.

Cuando mi remolcador robot me llevó a las aguas más profundas al este de la isla, estaba cansado. Habíamos terminado la inspección de los últimos sitios una semana antes del plazo, y los ingenieros querían algunas opciones, para tener de respaldo.

Mientras pataleaba alejándome del remolcador, surgió una emoción conocida que me hizo superar mi agotamiento. Más allá de ese saliente, el fondo del mar caía en picada kilómetros abajo. Este lugar era como otro planeta, extraño y nuevo, y yo era el primero allí.

Los calamares no vacilaron. Sus únicos depredadores eran mucho más grandes y con una forma diferente de la mía. Mientras derivaba a su alcance, y sostenía una pequeña computadora de mapeo frente a mi cara, el gigante se pegó a mi codo y bíceps izquierdo usando dos tentáculos largos y codiciosos. Semanas atrás habrái gritado. Pero en este mundo no había nadie que pudiera venir en mi ayuda.

Traté de alejarme pataleando. No resultó.


Ilustración: Fraga

Sus ocho brazos regulares se extendieron en una horrible flor de color ceniza amarillenta. Cuando cambié al sonar, el calamar parecía aun más grande, apoyado por una nube moteada y creciente de cieno.

Dejé caer mi computadora, golpeando uno de los brazos del calamar. Vaciló, sujetó el pequeño dispositivo, pero al mismo tiempo el par de tentáculos más fuertes incrementó la presión alrededor de mi brazo izquierdo, en un acto reflejo. Mi armadura se rompió. También el músculo más blando que estaba debajo. La sangre salió a chorros en hilos difusos y tuve la suerte de no sufrir un ataque, aunque estaba demasiado frenético para darse cuenta de eso en aquel momento.

—Ahhhhh...

Mi arma de dardos estaba enfundada sobre mi antebrazo izquierdo, debajo de los tentáculos. Busqué a tientas el cuchillo atado a mi pierna, pero otro de los brazos del calamar barrió mi pie, luego lo sujetó, así que alejé mi mano libre antes de que también fuera atrapada.


Ilustración: Fraga

—¡García! ¡García! —La voz de Stenstrom se sentía como parte del latido de adrenalina que vibraba a través de mi cabeza.

No pataleé para alejarme del calamar sino para acercarme, logrando que aflojara sus tentáculos, y usé el momento de libertad para girar hacia un costado. Sus brazos me rodearon. Mi cara y mi brazo izquierdo iban hacia el pico duro y abierto del monstruo. Entonces mi mano libre encontró el arma y disparé tres cuartos de la carga, lastimándome la parte posterior de mi dedo anular izquierdo.

El calamar casi estalló. Su destrozado pico parecía seguir abierto, salpicando entrañas rotas. Los convulsivos tentáculos arrancaron mi hombro de su articulación y pelaron más la armadura y mi piel, pero otro disparo de dardos me liberó y me alejé nadando.

La corriente producía fantasmas inquietos con su sangre y la mía.

Mi conciencia se desvaneció hasta un pequeño rescoldo, pero la idea de los tiburones me mantuvo nadando...


No recuerdo el paseo ni los cabeza de martillo que me siguieron. Todo lo que recuerdo son los gritos en mi pómulo. El pánico de Stenstrom era demasiado íntimo para obviarlo. Tratar de recargar el arma de dardos con un solo brazo mientras colgaba del remolcador fue una tarea monumental. Dicen que lo hice dos veces; debe ser por eso que parecía no terminar nunca.

El mar no es lugar para débiles o heridos.


Andrea nunca quiso que yo me ofreciera, no por el peligro, ni siquiera por lo que me harían, sino porque llevaría demasiado tiempo. Ya antes habíamos discutido, como todas las parejas, cosas tontas como quién se supone que saca la basura, y tuvimos amargas discusiones después de que quedó embarazada.

En ese tiempo tenía apenas veintisiete años, después de pasar diez en el estricto mundo casi exclusivamente masculino de los Cuerpos Especiales, y no había mostrado una excelente pasta de padre de familia al discutir con su hijo Brent. Pero hasta que le dije que necesitaba partir, siempre lográbamos un acuerdo. Permitió que le pusiera a nuestro bebé el nombre de mi padre, alguien que nunca conocí, y acepté ser más indulgente con Brent en cosas como dejarlo escoger a sus propios amigos, música y ropa.

Nunca antes nos habíamos gritado. Nunca antes ella había llorado.

—No necesitamos esto —dijo, pero no era cierto. Si queríamos darles a Roberto y Brent la educación que necesitaban, si alguna vez esperábamos vivir en algún lugar donde las sirenas policiales y los ataques con navaja no fueran asuntos regulares, una oportunidad así era demasiado importante para dejarla pasar.

Los políticos decían que la recesión había terminado en el '17, pero eso era pura prensa. El negocio de guía de submarinismo que comencé después de salir de la Marina fracasó casi de inmediato. Debía haber sido más sensato; el negocio del turismo había estado desinflado durante años y mis competidores, bien establecidos, engullían toda la ganancia que pudiese lograrse.

No éramos indigentes. Andrea trabajaba como sustituta de profesores de matemática toda vez que podía, ambos hacíamos trabajo eventual para la Administración de Parques, y ganaba algo como mecánico y soldador en las dársenas. Pero extrañaba esas simples vacaciones que nos habíamos tomado en los primeros días, haciendo surf y kayak. Quedar reducidos a una vida de deudas, cupones y regalos no era vida en absoluto.

Los más horroroso era que había empezado a mirar a mi familia con resentimiento por necesitar tantas cosas que no podía darles.

El día antes de partir, Andrea argumentó que había infravalorado mi alma.

—Dos años —seguía diciendo—. No nos dejes solos por dos años.

—Hablaremos todas las semanas —prometí.

—Dos años, Carlos. Los niños ni siquiera te reconocerán.


Cuando vino de visita, Stenstrom optó por un traje de baño, que era todo lo que yo usaba. Para llevar a cabo las reparaciones y permitirme sanar, los médicos me habían convertido de nuevo en una criatura de superficie; encerraron mi cabeza en una gran esfera de plástico que bombeaba agua salada por tuberías y me colocaron sobre una mesa bordeada con canaletas para recoger mis exhalaciones líquidas. Mantener húmeda mi piel fue más complicado. Los conductos de vapor tendían a llenar de niebla la habitación, de modo que los médicos usaban delantales, anteojos protectores y largos guantes amarillos.

Stenstrom tenía una mejor comprensión de la psicología.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó, sin molestarse en decir "cómo estás" ni "hola".

—Lo siento, jefe.

—Es mi culpa. Debíamos haberte ordenado que terminases por ese día. No estamos retrasados. —Su risa era un graznido de pájaro bobo que sonaba falsa la primera vez que uno la escuchaba, pero era sólo un ganso: vientre de escritorio, pálido, con los dedos todo el tiempo en el pelo o la nariz—. Seriamente —dijo—. Dime cualquier cosa que quieras.

—Alguien que me lea. Alguien bonito.

—Ella puede ser amigable también, si quieres.

Yo había pensado que él estaría avergonzado. Fue una sorpresa descubrir que yo también lo estaba. Tal vez había pasado demasiado tiempo a solas allá abajo.

Mi siguiente pensamiento fueron mis votos matrimoniales, pero la culpa llegó tarde. Pero mi primera reacción fue honesta. Básicamente, aquí era un discapacitado, y la idea de ser manipulado no me excitaba en absoluto. Más bien me masturbaría, con unas caricias, y me tumbaría a orillas del mar, a solas con los recuerdos favoritos de mi esposa.

—Alguien que me lea —repetí.

Stenstrom asintió.

—¿Qué te gusta, oceanografía y biología, cierto? —Poniéndose de pie, palmeó la mesa antes de sacudirme—. Haré que venga alguien.

Era espantosamente cínico, pero no pude evitar pensar que estaba mejorando en sus intentos de hacerse amigo.


Entonces me puse en contacto con Andrea, días antes de lo programado, a pesar de que había decidido no causarle preocupación. Stenstrom tenía razón. Yo necesitaba atención amistosa y femenina, y no era necesario que le dijera a ella que estaba herido.

No estaba en casa, aunque era la hora de cenar. Respondió Brent y dijo que ella estaba trabajando como sustituta en el colegio de la comunidad. Me enfadé. No comprendí por qué se preocupaba por un trabajo de paga tan baja, más cuando debía estar increíblemente ocupada, instalándose en la nueva casa, ayudando a los niños a adaptarse a la nueva escuela... pero por supuesto, Andrea disfrutaba de la enseñanza, y tal vez no le parecía real aún el hecho de que éramos ricos.

Quizás era bueno que la extrañara. Nuestros intercambios no habían ido bien y yo podía haber dicho algo estúpido. Tal vez la comunicación a distancia, a través de palabras escritas solamente, es imposible.

Los niños no pensaban así. Durante mi recuperación, me llenaron de mensajes llenos de abreviaturas e iconos que resultaban enigmas para mí y mi computadora. Es obvio que estaban pasando más tiempo en línea que cuando yo estaba por allí, aprendiendo nuevos idiomas y modos de pensar. Me sentí complacido porque todavía se entusiasmaban por mis logros, pero Roberto parecía demasiado encariñado con un nuevo interactivo que había descubierto, y Brent confesó —¿se jactó tal vez?— que lo habían atrapado dos sitios estimulantes. Les previne a los dos que debían terminar la tarea escolar lo antes posible todos los días, dejar el teclado y salir a jugar. "Vayan a jugar en el barro", dije.

Mi regreso al océano fue indeciblemente bueno, pero mis días se complicaron más y más mientras entraba en coordinación con el tráfico de superficie, enormes barcazas que sondeaban la silenciosa oscuridad con taladros gruesos, largos, fálicos, a ciegas a través de antiguas capas de sedimento, contaminando extensas zonas de agua con ruido mientras excavaban en los detritos y carbonato. Nuevas voces surgieron de mi pómulo, agolpándose en mi cráneo. Cuatro nuevos mods habían salido de la cirugía y pronto se reunirían conmigo.

En última instancia, había firmado para esto, y tomé atenta nota de los logros de cada turno, pero el placer que me daba era puramente intelectual. Fichaba la salida junto con los equipos de superficie, en vez de trabajar tiempo extra.

La mejor parte del día era ir y venir de mi refugio, solo, dejando que las corrientes y el capricho definieran mi curso, siempre descubriendo nuevas bellezas, nueva paz.

Creo que sabía qué estaba ocurriendo en casa.


La mayor parte de la charla de Brent me bañó como una marea conocida y tranquilizadora.

—El Club RV abrió un nuevo lugar en el centro y llegué a Gladiator Virtual, y pude haberlo hecho dos veces, pero tío Mark es un corchete dos puntos igual.

La computadora había aprendido a reconocer iconos, pero Brent usaba demasiados. Esto significaba cabeza-chata, supongo, o cuello-de-pollo o lo-que-sea. Lo que me interesaba era su tono. Alguna vez Brent había dirigido esos mismos celos hacia mí.

—¿Quién es tío Mark? —grazné, con los dedos alargados de mi mano apretados en una pelota.

Golpeé el botón de envío con el puño.


—¿Qué diablos está pasando? —grité seis horas después, cuando por fin tuve a Andrea en línea—. Después de todo lo que estoy haciendo por ti...

Su reacción fue inmediata.

—Lo hiciste por ti mismo.

Me quedé mirando la silueta de la computadora como si fuera otro calamar, con mis pensamientos estructurados en capas, contradictorios.

—Por la fama —continuó—. La aventura.

—¡Por el dinero, Andrea! ¡Lo estoy haciendo por el dinero!

—¿Les habrías permitido que te corten para convertirte en un escritorio, Carlos? Lo hiciste por la oportunidad ser, por fin, un pez.


Con la proa al viento y las olas, la barcaza bajó dos turbinas colgadas de cables, uno de cada lado. Levantar los cilindros del tamaño de una casa de la cubierta y ponerlos en el agua había llevado dos horas lentas y exigentes. El descenso en sí necesitaba cinco más. Durante las interrupciones para enganchar y descansar, inspeccioné las torres bajas que sostendrían las turbinas; nadé abajo y alrededor de sus vigas en ángulo, aunque ya habíamos terminado nuestras pruebas estructurales.

Pero no tenía forma de escapar a mis pensamientos.

Irme ahora —abandonar ahora— sería descabellado. La cirugía reversa y la rehabilitación llevarían casi un cuarto del tiempo que le quedaba a mi contrato, y perdería todo excepto el adelanto que me dieron al firmar. Perderíamos la casa, nuestro futuro; nos encontraríamos otra vez en la ciudad, luchando por un sueldo... Y nunca volvería a trabajar para la Corporación Aro, en ningún puesto. Ni siquiera sus competidores confiarían en mí, una dura verdad que me llevaba una y otra vez a la misma preocupación.

¿Podré volver a confiar en ella?

El clima ayudaba, pero hasta unos pedazos de metal de diecinueve toneladas actúan como velas en las corrientes profundas, y cerca de la puesta del sol nos dimos cuenta de que había un error de cálculo. Habíamos calculado un vaivén pendular —en un descenso de ciento veinte metros— pero en lugar de lograr el montaje, cometimos un doble error.

Cada plataforma elevadora tenía unos chorros que yo podía usar para hacer los ajustes finos, pero éstos no eran bastante poderosos como para mover veinte metros las turbinas contra la corriente.

—Estamos veinte al este —dije—. Elevemos diez, suban de nuevo.

La turbina más cercana era una lisa escultura atrapada en una red de cables que seguían hacia arriba hasta donde alcanzaba mi sonar. Los ROV, vehículos operados remotamente, se movían deprisa de un lado al otro o se mantenían por allí flotando pacientemente. Y cuando cambié un momento a visión normal, borrosa y miope, el ajetreado mar se volvió más ajetreado, lleno de la danza de luces de los ROV. Para mi sorpresa, todo esto generaba poco ruido: el zumbido de la propulsión de los ROV, las vibraciones de la corriente contra los cables.

La primera explosión sonó como si Dios hubiera abofeteado la superficie, un trueno bajo que me alcanzó un instante después de que la red VLF se llenara de voces.

—¿Fue el motor?

—¡Fuego! ¡Fuego!

—La grúa número dos ha perdido todos los cables exteriores...

Presencié en persona la última parte de la información, mientras la turbina se inclinaba en su red. Si caía, rodaría en la base de la torre y arruinaría un duro trabajo de semanas.

Me acerqué nadando. Pensaba que podría usar los chorros de la plataforma para mantenerla a flote o llevarla con suavidad hasta el fondo, pero dos ROV se cruzaron en mi camino al perder contacto con sus operadores. Pataleé a la izquierda. Uno me golpeó el hombro que tenía la cicatriz y me dejó el brazo entumecido.

Me habían asignado una frecuencia de emergencia para comunicarme en directo con Stenstrom. ¿Estaría ahí? Por como se habían apagado los ROV, podía ser que la sala de comunicaciones hubiese sido destruida.

—Éste es García...

Estaba al borde del pánico.

—¿Puede estabilizar la número dos?

—Estoy en eso. ¿Qué está ocurriendo?

—Estamos bajo ataque, lanchas motoras, ¡están transmitiendo alguna de esas basuras de Animal Earth!

Tres pequeños cilindros entraron en el máximo alcance de mi sonar; moviéndose rápido. Torpedos inteligentes. Eran hermosos como los tiburones, elegantes y decididos, un duro enjambre de ojivas perseguidas por su propia turbulencia.

Probablemente yo no atraería su atención, por no ser una fuente de energía ni estar hecho de metal —al menos no mucho metal— pero una detonación en cualquier lugar cercano me mataría.

Y pataleé hacia abajo, y más abajo...

Mi brazo herido, tieso, me hacía torcer a un lado, y disminuía mi velocidad. Oí más fuerte el sonido de los torpedos.

La grieta no era profunda en comparación con el valle en picada donde me había encontrado con el calamar, pero tenía en el borde una gran protuberancia de carbonato. Pasé doblado y me raspé la cadera.

La roca me salvó al recibir la peor parte de las explosiones, luego casi me mató cuando al romperse en pedazos. Estaba atontado, lento.

Animal Earth. Mientras avanzábamos en nuestro trabajo habían enviado gritos y quejas basados en qui se negaban a aceptar nuestro plan. Eran Verdes. Deberían habernos respaldado, pero en cambio lanzaron espumarajos sobre la flagrante destrucción del hábitat oceánico...

Me quedé en la grieta durante dos horas, observando, escuchando, con miedo a transmitir en cualquier canal por las dudas que hubiera más cazadores asesinos esperando una presa. El ataque había terminado después de cinco minutos, pero nuestras comunicaciones de radio seguían incoherentes. Stenstrom trató de encontrarme en la frecuencia de emergencia una y otra vez.

Probó las frecuencias generales, también, incluso transmitió su respuesta pública al ataque. La aviación militar japonesa había detenido una de las lanchas motoras y los sospechosos estaban bajo custodia. Considerando el armamento involucrado, y la coordinación del ataque, Stenstrom sugirió que toda eso era una tapadera que ocultaba detrás a nuestros competidores en la industria nuclear o petrolera, y ya había desmentidas contradictorias y reclamos de solidaridad de los portavoces de Animal Earth.

Al fin empecé mi ascenso, aguijoneado por la presión continua de las voces en mi pómulo. A treinta metros vi a un hombre, un cuerpo, deformado con violencia, moviéndose despacio en la corriente. Nos movimos juntos en el débil y penetrante resplandor del sol.

Entonces le volví la espalda.

Andrea y los niños estaban bien mantenidos y obviamente ella no me necesitaba. Brent nunca me había necesitado, y Roberto... Roberto era lo bastante joven para olvidar y seguir adelante. Déjalos pensar que estoy muerto, perdido en la marea. El seguro pagará una fortuna.

El alcance de la radio resultó ser de seis kilómetros.

Continué penetrando en la hermosa oscuridad y nunca más permití que nadie se metiera en mi mundo otra vez.


Título original: Pressure
Traducido por Graciela Lorenzo Tillard, © 2008


Mi primera obra, una novela de suspenso y ciencia ficción, El año de la plaga, fue publicada en los Estados Unidos por Ace / Penguin en agosto de 2007 y tendrá una secuela este mes de julio. Los derechos extranjeros al libro ya se han vendido en España, Rusia, y Alemania, donde será publicado, respectivamente, por Minotauro, Astrel, y Piper Verlag. También estoy colaborando con David Brin en una nueva serie de aventuras titulada COLONY HIGH, la primera parte de la cual será publicada en capítulos en Japón por la Hayakawa SF Magazine. Mis otros trabajos de ficción breve incluyen ventas a Escritores del Futuro XXIII, Espacio y Tiempo, y la próxima antología Fast Forward 2, así como algunas reimpresiones en hebreo y checo.


Este cuento se vincula temáticamente con "Material descartable", de Marcelo Huerta San Martín (156), "Simbiótica", de Carlos Duarte Cano (163) y "Simulador biológico", de Anibal Gómez de la Fuente (155)


Axxón 185 - mayo de 2008
Cuento de autor norteamericano (Fantástico : Ciencia Ficción : Biología : Bio-ingeniería : EEUU : Estadounidense).