CABEZA CABLEADA

Raúl Soto

Puerto Rico

Es una noche perfecta; nublada y oscura. La sonrisa torcida de una Luna creciente se asoma furtiva entre los edificios de la ciudad. Media docena de faroles generan islas de luz en la acera oscura, mientras una leve llovizna ayuda a reducir aún más la visibilidad.

Bendigo la lluvia y sonrío... mi blanco estará menos alerta, y yo seré más difícil de ver.

Cruzo la calle, veloz y silencioso como una sombra, y corro hacia una fila de edificios viejos que parecen estar fuera de lugar en este sitio. Mi mundo es verde y negro; los edificios, la calle desierta y el cielo lluvioso componen un concierto monocromático a través de mis gafas de visión nocturna.

Subo rápidamente la escalera de incendios de uno de los edificios desiertos. Me detengo al alcanzar un punto predeterminado en la azotea; apago las gafas y desde arriba examino mis alrededores a través de la mira telescópica de mi rifle. Las luces y sombras, las superficies y reflexiones, los sonidos y hasta los ecos de mis pisadas en la calle desierta —aún la lluvia y los charquitos en la acera— todo luce perfecto, suena perfecto, se siente perfecto. Es increíble.

Me arrastro con lentitud hasta que alcanzo otro punto predeterminado en la azotea del edificio. Cambio las gafas de visión nocturna a visión termal, y mi mundo verde repentinamente se torna negro como la tinta. Ya es hora de acechar a mi presa.

Tomo un bocado de aire nocturno y comienzo mi rutina de control de respiración. El aire estaba fresco y limpio —de hecho, demasiado limpio, sobre todo para una noche supuestamente húmeda—. Me hago una nota mental de hablar con ellos cuando termine aquí...

Examino el área hasta que alcanzo a ver una figura anaranjada-rojiza parada al lado de una puerta entreabierta, en un angosto callejón entre edificios. Vuelvo a cambiar mis gafas a visión nocturna y aumento la magnificación para confirmar la identificación del blanco.

—Idiota ignorante —susurro, mientras observo el punto luminoso del cigarrillo que la figura verde acerca a su cabeza. La silueta oscura del humo que exhala segundos después confirma mi buena suerte. Fumar reducirá aún más su visión nocturna...

Mala suerte, tipo.

Asumo mi posición de disparo... y una vez más, como tantas veces antes, siento ese torrente animal de adrenalina corriendo por mi cuerpo; una excitación hormonal, visceral que hincha mi pecho; una sonrisa involuntaria en mi rostro —matar— que cada vez se pone mejor. Cierro mi ojo dominante y comienzo de nuevo mi rutina de control de respiración, a la vez que aumento gradualmente la presión en el gatillo durante las pausas de exhalación.

Cambio otra vez mis gafas a visión termal. Un diminuto punto de luz roja, enfocada y coherente, aparece en la frente de mi blanco. El fumador nunca nota el láser que lo condena a la muerte.

Aprieto el gatillo directamente con la yema de mi dedo índice. Como un rayo, la bala azota la figura humeante, buscando dentro de su cuerpo el alma —como si tuviera una—. En un abrir y cerrar de ojos, mi blanco cae al suelo en medio de un charco de su propia sangre... una sangre cuyo flujo y consistencia han sido modelados perfectamente usando los más recientes modelos matemáticos de mecánica de fluidos viscosos, una sangre cuya superficie y textura son kerkytheadas de manera exquisita por los mejores motores de rendering tridimensional.

MISIÓN CUMPLIDA

Las palabras flotan en el aire como las palabras del ángel en la historia del profeta Daniel. He sido evaluado, pesado, pero, a diferencia del rey de la historia bíblica, no fui hallado en falta.

Junto mis manos palma contra palma y en un instante siento que el mundo a mi alrededor se derrite como un cuadro de Dalí. Luego de unos breves segundos de desorientación me encuentro en el Centro de Adiestramiento, donde los jugadores de todo el planeta nos reunimos para seleccionar misiones, guardar nuestro progreso, o conversar con los Creadores.

Después de guardar esta misión, y darles una lata a los Creadores sobre la calidad virtual del aire virtual en la noche virtual, llamo al Interfaz y selecciono un cuarto de chat. Quiero relajarme y tal vez fanfarronear un rato sobre mi más reciente victoria en Shadow Sniper, el juego de ciberespacio más caliente de la nueva temporada.

Pero entonces lo siento, y peor que nunca antes. El dolor de cabeza. Siempre el cabrón dolor de cabeza. Suelto varias palabrotas, porque quiero quedarme aquí, pero aquel dolor inhumano, atroz y cegador, me recuerda que es hora de regresar al mundo real. A la realidad de carne... A meatspace, corrijo. Tengo que desconectarme, ahora mismo, antes de que el dolor se haga insoportable.

—¡SALIR SALIR! —grito, y de inmediato el mundo a mi alrededor se convierte en un denso mar absolutamente oscuro.

Por un tiempo inconcebible siento como si cayera por un pozo oscuro, infinito, hasta que mi cerebro por fin alcanza el estado sobrenatural de paz de la transferencia mental, el proceso de upload/download. Nirvana, lo llamaban muchos.

Y así, mientras mi conciencia regresa gradualmente a mi cuerpo —al de carne— el torrente de adrenalina por fin se aquieta, yo pienso en el ciberespacio.


* * *


—Ciberespacio —susurro en mi mente, casi saboreando los sonidos que componen la palabra, mientras torrentes de terabytes de información fluyen por mis neuronas como heroína por las venas de un adicto. La libertad, sus fronteras abiertas, la fascinante demencia de este mundo surrealista, me sedujeron tiempo atrás. Lo he probado todo en el ciberespacio: juegos basados en operetas de ciencia ficción; simulaciones militares en las que soy soldado o general en mil diferentes países y períodos históricos; sims de fantasía donde mato dragones y rescato doncellas en peligro; y hasta algunos de los nuevos sims eróticos. Una vez entré por curiosidad en un sim japonés para niños. Mi avatar era un niño pequeño, y luego de un rato estaba seguro de que al menos la mitad de los otros 'niños' eran realmente adultos, policías encubiertos y pedófilos. El sólo pensar en eso me hace estremecer de asco.

Esta noche he sido un asesino. El mejor.

El ciberespacio es la culminación de uno de los sueños más viejos de la humanidad: un mundo virtual sin fronteras, donde la gente puede relacionarse sin importar geografía, género, etnia, edades o riqueza. En el ciberespacio puedo ser lo que quiera. Puedo escoger el avatar que me dé la gana —hombre, mujer o marciano; piel negra, blanca o verde—. Es un lugar asombroso donde el alma no carga más con los años del cuerpo, donde la mente puede alcanzar su máximo potencial.

Sólo en el ciberespacio puedo sentirme verdaderamente libre, libre de las preocupaciones ordinarias y del cinismo corrosivo del mundo real. Aquí puedo relacionarme con personas de todo el mundo. Personas inteligentes, interesantes, no atorrantes incultos como mis condenados vecinos. Deseo quedarme aquí, quedarme para siempre, alguien debería inventarse algo...

He tratado de quedarme, desde luego, muchas veces. Hasta que llega el dolor de cabeza...

Un manto de oscuridad envuelve mi mente como una nube de tormenta en el cielo borrascoso. El download va por la mitad; mi conciencia retorna lentamente a mi cuerpo de carne, luego de su viaje astral tecnológico a una realidad virtual que sólo existe como una cadena infinita de ceros y unos, dentro de un cluster de supercomputadoras al otro lado del planeta. O tal vez en órbita. Realmente no sé, ni me importa.

¿Qué es la realidad, después de todo? Me he hecho esa pregunta un millón de veces. Lo que conocemos como realidad no es otra cosa que impulsos eléctricos que entran al cerebro a través de sus órganos sensoriales. En el ciberespacio el cerebro recibe estímulos e impulsos eléctricos directamente. ¿Por qué esta realidad es menos real que la otra? ¿Sólo porque nacimos en la otra? ¿Por qué demonios no podemos escoger?

Por el maldito dolor, me respondo a mí mismo, también por millonésima vez. Siempre el dolor. Wirehead's Syndrome —Cabeza 'e Cable, traducción boricua de la calle— era la protesta del cerebro humano contra estos viajes antinaturales hacia un mundo tecnológico más allá de la evolución natural.


* * *


El mundo a mi alrededor se torna gris, y siento la realidad, la de carne, arroparme como un manto frío. Abro mis ojos y veo un abanico sucio dando vueltas en el techo, vueltas y vueltas en el mismo sitio sin llegar jamás a ninguna parte... ¿Como yo?

Durante unos segundos me siento maravillado por la extraordinaria irrelevancia de ese pensamiento, pero rápidamente lo echo a un lado. Con mucha dificultad logro sentarme en el filo de la cama. Apoyo mi cuerpo en una mano mientras con la otra palpo la carne alrededor del cable del puerto de ciberespacio que tengo implantado en mi nuca. Mi piel se siente hinchada, enferma.

Luego un par de intentos, finalmente logro desconectar el cable; y desencadeno otro dolor de cabeza, probablemente un diez en la escala de Richter. Aprieto los dientes y me tiro en la cama, gimiendo y retorciéndome hasta que poco a poco el dolor se hace tolerable.

Miro entonces a mi alrededor, a la porqueriza en que se había transformado mi apartamento. Hay DVDs, revistas, memorias USB, libros, papeles y basura regados por todos lados. Media docena de botellas de cerveza vacías cubren una mesa pequeña al lado de mi cama, junto a platos con sobras. La pintura de las paredes y el techo está agrietada y escamosa. Puedo captar una docena de ojos diminutos y sin vida observándome: fotografías polvorientas de familiares olvidados que conservaba por alguna razón, también olvidada. Las ventanas están adornadas con rejas oxidadas, lo que le da al pequeño apartamento la apariencia de una celda de prisión, irónicamente diseñada para mantener a los criminales afuera.

—Cristo, ¿cuánto tiempo estuve afuera esta vez? —me pregunto, asustado. He cogido la costumbre de hablar solo. No es una buena señal. Pero no me atrevo a mirar el reloj... ni el calendario.

El tele está encendido, y el baboseo idiota de un programa de entrevistas y peleas chacharea en el trasfondo. Una canción nueva de reggaeton —alguna pendejada sin sentido sobre matar policías— alborota en la calle a medio millón de decibeles, ahogando los gritos de la vecina que está peleando, como siempre, porque su marido llegó a casa tarde y borracho y apestando a perfume barato de mujer. Las sirenas de la policía le aúllan a la Luna en la distancia.

—La misma mierda de siempre —me digo, otra vez hablando solo. Es sorprendente cómo uno puede con el tiempo acostumbrarse a lo que sea.

Mi estómago, poco cordial y muy inoportuno, trae a mi atención un importante detalle: estoy terriblemente hambriento. Me pongo de pie, aún mareado; es probable que el nivel de glucosa en mi sangre está por el piso. Ignoro mis deprimentes alrededores y me arrastro hasta la cocina, pensando que deben quedar algunos pedazos de pizza de sabe Dios cuándo. Encuentro dos en una caja dentro de la nevera y los devoro. Toso, y mi nariz comienza a sangrar. Otra vez, maldita sea. Decido limpiarme la nariz con mi camiseta.

—Bienvenido a meatspace, tipo. El verdadero mundo real...

Me quito la camiseta e intuitivamente me huelo las axilas, y me doy cuenta de que es hora de darme un baño. De camino a la ducha, paso por al lado del espejo del baño. Sin pensar le echo una mirada y, para mi sorpresa, no reconozco el rostro al otro lado del espejo.


Ilustración: Valeria Uccelli

—Ese no puedo ser yo... —balbuceo, aún incrédulo—. Dios mío...

El hombre en el espejo es flaco, demasiado flaco. Sus ojos están rojos de fatiga, rodeados por unos horribles círculos negros. Su nariz está embarrada de sangre seca, y su cara exhibe una barba de varios días. La figura en el espejo tiembla ligeramente, y me doy cuenta de inmediato de que no es sólo por la hipoglucemia inducida por el extenso viaje de ciberespacio, ni por estar casi deshidratado.

Me froto los ojos con las manos y miro al espejo una vez más; parte de mí espera que aquella imagen fantasmal se largue, que desaparezca. Pero allí está todavía el rostro espantoso, con su mirada vacía y su expresión de absoluta miseria.

Nos miramos a los ojos, como si compartiéramos un chiste privado, de esos tan viejos que ya nadie se ríe de ellos. Por un instante mis ojos se quedan como pegados al espejo y me sumerjo involuntariamente en una tormenta de emociones humanas mientras mantengo con el tipo del espejo un juego de gallina, retándolo, sí, vamos a ver quién es el cobarde que cede primero...

Luego de unos segundos bajo la vista y me alejo. El tipo ese del espejo... es sólo otra marioneta de carne.


* * *


Luego de tomar una ducha —por lo menos aún tengo agua aunque hace meses que no pago, el sindicato de Acueductos probablemente está otra vez de huelga—, me visto y regreso a la cocina. Abro la nevera casi vacía y confirmo que, tal como testifica solemnemente la colección de soldaditos Heineken muertos en mi cuarto, ya no me queda cerveza.

Un dolor agudo en mi espalda se une al dolor de cabeza palpitante en un dueto de miseria. Un trago de Coca Cola caliente persigue un par de aspirinas por mi garganta hasta llegar a mi estómago.

Se me ocurre la idea de tomarme medio litro de café puertorriqueño, pero desisto luego de darle una mirada a la cafetera asquerosa. Usualmente tengo suficiente cafeína en mi sangre para revivir un muerto; además de treparme casi al filo de la locura, ayuda a mi cerebro a resistir el esfuerzo de navegar el ciberespacio por más tiempo. Eso dicen. Algo me hace sospechar que algún día mi estómago va a reventar por eso.

Además, no me queda leche. Me gusta mi café con leche.

Tendré que salir... afuera.


* * *


El aire caliente y húmedo del Caribe me abofetea con un duro cantazo de realidad en el preciso momento en que abro la puerta para salir de mi apartamento, por primera vez desde sabrá Dios cuándo. Son más de las siete de la noche, pero el débil resplandor del sol poniente me lastima los ojos. Aseguro la puerta del frente con tres candados, y camino con prisa hacia la pequeña cafetería de la esquina. Me han robado muchas veces en esta calle, y quiero regresar a casa antes del oscurecer.

Todavía mareado, me tambaleo por un momento. Mis rodillas me fallan; doy un par de traspiés hasta que puedo sostenerme contra una pared sucia y apestosa, repleta de graffiti y de anuncios políticos de la elección pasada. Pauso un momento para recuperarme y enderezarme; doy una mirada a mi alrededor, al mundo real —meatspace, la realidad de carne— y me encuentro sorprendido por un mundo que para mí es cada vez más ajeno.

Las raíces de un árbol viejo han arrancado y levantado grandes pedazos de cemento en la acera. La mayoría de los faroles en la acera están fundidos, y los pocos aún con vida luchan por encender sus luces de mercurio y combatir la pesada oscuridad que avanza como una marea sobre la sucia calle. El aire apesta a pollo frito mezclado con orina de perros, y con el hedor de los borrachos y tecatos que duermen sus sobredosis de heroína al lado de una alcantarilla.

Y según camino por las calles de mi barrio, entre la basura y los perros realengos, entre el mal olor y los matorrales, pienso en lo hambriento que estoy, en cómo demonios esta mierda de sitio puede ser la realidad... y en cuánto tiempo ha pasado desde la última vez en que hablé con otro ser humano, cara a cara.

Mi doctor me ha advertido que tengo que esperar al menos cuarenta y ocho horas antes de regresar a ciberespacio. Según él, mi cerebro ya está jodido por estar demasiado tiempo en línea. Los dolores de cabeza son una advertencia, me ha dicho el tipo. Si sigues así te vas a freír el cerebro... Pero hace tiempo decidí que me importa un carajo lo que el doctor diga, porque en el ciberespacio yo soy importante; no soy otra alma olvidada sin sueños ni futuro, que se ha resbalado y perdido como agua entre los dedos de la sociedad. No, en el ciberespacio yo soy el héroe, el machote, el mostro, el caballero y el hechicero, el astronauta y el asesino. Yo soy alguien; y si ése es mi vicio, mi adicción, pues que se joda, porque cualquier cosa, cualquier cosa es mejor que vivir la vida de una marioneta de carne. Cualquier cosa es mejor que el dolor de cabeza asesino e insoportable. Cualquier cosa es mejor que ser aquel hombre, aquella sombra de hombre triste y sombría con ojos aterrorizados que me miró desde el otro lado del espejo, reflejando el grito silente de una esencia esclavizada que sólo anhela ser libre.

Pal carajo el mundo real. Es hambre y dolor, y gente que te juzga por lo que ven, y no les importa quién eres en realidad. Está jodido, como un Sistema Operativo corrupto... y la única solución es apagar y volver a empezar... shutdown y reboot...

Todo lo que deseo, lo único que quiero, es regresar a ese otro mundo, al mundo de infinitos polígonos tridimensionales y de superficies exquisitamente modeladas, donde las calles no apestan a alcohol y a mierda, donde yo soy el depredador y no la presa; donde no tengo que temer que en medio de las calles oscuras me rompan la cabeza, o el corazón. Más que nada quiero sumergirme de nuevo, para siempre, en la tecnohechicería que conecta mi cerebro con el mundo entero mientras me desconecta de la humanidad; en esa maravilla del ingenio humano que une mi mente con millones de otras aunque me divorcie de mi propia alma.


* * *


Es una noche espantosa; nublada y oscura. La mueca retorcida de una luna menguante afea el cielo del anochecer. Una llovizna ligera y melancólica deposita charcos y fango en la calle. No lo veo venir... hasta que repentinamente siento el dolor de un fuerte golpe en la parte de atrás de mi cabeza, y caigo de bruces en la acera.


* * *


Luego de unos minutos de desorientación, me encuentro tirado en la acera. Mi cara está húmeda y caliente, y sé que es gracias a mi propia sangre. Con un golpe certero en mi cabeza el tecato —sólo un niño en realidad, probablemente de la mitad de mi tamaño— me ha dejado inconsciente, me ha robado el poco dinero que tenía en el bolsillo y ha desaparecido en el anonimato de una oscuridad que avanzaba inexorable.

Hambriento y herido, me levanto con dificultad y me arrastro de regreso a mi apartamento con un solo pensamiento en mi mente:

Shutdown y reboot...


* * *


Mi apartamento se siente más solitario que nunca, pero no me importa. Confronto las miradas silenciosas de los rostros sin nombre, eternamente observando y frunciendo el ceño y juzgando, y en un desafío final les devuelvo la mirada, les regalo el dedo del medio y me les río en la cara. Me conecto de nuevo el cable de ciberespacio, y disfruto —¡por fin!— del placer orgásmico, de la explosión de luz blanca que inunda mi cerebro durante el upload ... ¡Nirvana!

Y en mi mente, por última vez, me siento importante, humano y completo. Ignoro adrede la nube oscura que comienza a envolver mi mente e invadir mi campo visual, hasta que el entumecimiento y el mareo regresan. Eventualmente el dolor de cabeza también regresa, peor que nunca, pero también lo ignoro. Otra irrelevancia más en mi vida.

No voy a regresar.

Navego por el ciberespacio durante lo que me parece toda una vida, hasta que un nuevo tipo de oscuridad, fría y sin vida, comienza a enterrarse en mi conciencia. Y justo antes del fin, justo antes de que mi conciencia se desvanezca en medio de la infinita constelación de data que es el ciberespacio, justo antes de que mi cerebro haga cortocircuito, experimento la final y más grande ironía de toda mi vida... muero viendo un mensaje que aparece en el aire frente a mis ojos, un epitafio virtual que con fieras letras rojas me sentencia:

GAME OVER


Título Original: Wirehead Games. Ganador del 1er Premio para Cuento (categoría de cuento en inglés) del Certamen de Literatura de la Universidad del Sagrado Corazón, San Juan, Puerto Rico, marzo de 2003 . Traducido en agosto de 2007 por Raúl Soto



Nació en en la ciudad de Arecibo, Puerto Rico, el 21 de septiembre de 1968. Actualmente reside en Los Angeles, California. Se graduó de ingeniería mecánica en la Universidad Politécnica de Puerto Rico (Bachelor of Science, Magna Cum Laude). Ha trabajado durante quince años en los campos de robótica industrial y sistemas de información, en roles tanto técnicos como gerenciales, en las empresas Johnson & Johnson (equipos médicos), Hewlett-Packard (computación), AstraZeneca (productos farmacéuticos) y Amgen (biotecnología).

Ha escrito media docena de cuentos, tanto en español como en inglés. Espera tener tiempo suficiente para pulir otros y enviarlos.


Este cuento se vincula temáticamente con "NEUROFEEDBACK", de Mauricio Absalón (168), "SECRETO DE CONFESIÓN", de Federico Schaffler (104) y "HORIZONTE REFLEJO", de Laura Nuñez (157)


Axxón 182 - febrero de 2008
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Ciencia Ficción : Cyberpunk : Realidad virtual : Puerto Rico : Puertorriqueño).