DIVULGACIÓN: Impacto cósmico en Yucatán

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Chicxulub
por Marcelo Dos Santos (especial para Axxón)
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¿Qué tienen que ver un médico asturiano con los dinosaurios cretácicos? ¿Qué pueden tener que ver una delgada capa de arcilla encontrada en Italia con la evolución de los mamíferos? ¿Qué relación une a la bomba de Hiroshima con la religión de los antiguos mayas?

Como suele decirse, "todo tiene que ver con todo", y la historia del gigantesco cráter de Chixculub es una buena muestra de ello.

El pequeño pueblo de La Puerta, cerca de Oviedo, en el Principado de Asturias, no tiene a primera vista ninguna relación con todo lo anterior, pero creer eso sería un error. La Puerta fue el comienzo de todo. Allí nació, en 1853, un niño llamado Luis F. Álvarez, hijo de Eugenio Fernández, asistente financiero del príncipe don Francisco de Paula.

El pequeño Luis se interesó muy joven por la medicina, y obtuvo su título habilitante en 1887. Sufría por los leprosos y estaba decidido a luchar para aprender más acerca de esa devastadora enfermedad, que, en aquellos tiempos, cundía entre las poblaciones pobres y sumergidas. Se trasladó a San Francisco, se hizo ciudadano norteamericano y su gran talento para los idiomas le permitió aprender a hablar el inglés como un nativo, sin ningún acento detectable. Pero en la gran ciudad californiana no había muchos leprosos que él pudiera tratar y estudiar, así que se fue a Hawaii, logrando un puesto de superintendente en el hospital de Waialua.. Habiendo aprendido a hablar también hawaiano como si fuese un polinesio nativo, consiguió establecer un hospital experimental en el leprosario de Kalihi, pagándose de su propio bolsillo un curso semestral de bacteriología en la Universidad Johns Hopkins.

Los resultados no se hicieron esperar: el método de diagnóstico que desarrolló Álvarez para la lepra macular y su método para obtener suero antileproso inyectando el bacilo de Hansen a caballos sanos se siguen utilizando aún hoy en día, ¡más de 100 años después!

Como suele ocurrir con ciertas familias, el talento y el genio personal pueden transmitirse a las generaciones subsiguientes. Tal fue el caso del célebre Johann Sebastian Bach: su hermano mayor Johann Christoph fue compositor, arreglador e instrumentista. Su abuelo Hans era compositor y ejecutante de vientos mientras que su tío Christoph era también instrumentista. De los siete hijos que Johann Sebastian tuvo con su primera mujer, solo tres sobrevivieron a la infancia, y dos de ellos fueron compositores célebres: Wilhelm Friedemann y Carl Philipp Emannuel Bach. Johann Sebastian se casó luego con Anna Magdalena Bach (compositora ella misma y maravillosa soprano) que le dio otros trece hijos. De ellos, llegaron a la edad adulta solo seis, pero de esos seis, tres fueron a su vez músicos reconocidos: Gottfried Heinrich, Johann Crhristoph Friedrich y Johann Christian Bach. Dos primos hermanos de Johann Sebastian Bach —Johann Michael y Johann Christoph— fueron también músicos importantes, al punto tal que un motete (BWV 159a), que siempre se atribuyó a Johann Sebastian, recientemente ha sido demostrado como proveniente de la pluma de Johann Christoph. En suma: en apenas cuatro generaciones, la familia Bach produjo —que sepamos— once músicos de fama universal cuya importancia ha sobrevivido a los siglos para llegar hasta nosotros.

Algo similar —salvando las distancias— ocurrió con los descendientes del asturiano Álvarez. Su hija Mabel (muerta en 1985) fue una importante pintora impresionista norteamericana, cuyos trabajos pueden admirarse hoy en el Museo de Arte de Los Angeles. El hermano de Mabel, Walter C. Álvarez, en cambio, decidió seguir los pasos de su padre. Estudió medicina y llegó a convertirse en el afamado "Médico de Cabecera Americano" por sus oportunas intervenciones en los diarios y la televisión dando útiles consejos y recomendaciones. El Síndrome de Álvarez, una grave distensión abdominal provocada por neurosis e histeria, lleva su nombre. La hija de Walter (y, por lo tanto, nieta de Luis), Bernice Álvarez, es una reconocidísima escritora, poeta, pintora y fotógrafa, que vive todavía en San Francisco.

Otro hijo de Walter, Luis, ganó un Premio Nobel de Física, y el hijo de este —también llamado Walter, geólogo—, son los Álvarez en los que nos detendremos particularmente.

Como se ve, la familia Álvarez ha mostrado un derroche de talento similar al que se observó en los Bach. Pero las consecuencias de los trabajos de los dos últimos Álvarez nombrados no solamente quitan el aliento por su importancia, sino que han tenido, tienen y tendrán una influencia insospechable en muchos aspectos de la sociedad y el conocimiento.

Luis Álvarez nació en San Francisco en 1911, graduándose como doctor en Física por la Universidad de Chicago a los 25 años de edad. Inmediatamente después de recibirse fue invitado a ingresar como investigador en el Laboratorio de Radiación de la Universidad de Chicago, lugar que no abandonaría ya nunca, convirtiéndose en un reputado profesor que enseñó allí hasta su muerte.

Sus campos de interés (la óptica y los rayos cósmicos) recibieron sus importantes aportes durante décadas, como por ejemplo el hecho de descubrir el efecto este-oeste de los rayos cósmicos. Su capacidad técnica y su profundidad de visión le llevaron a demostrar experimentalmente por primera vez (en 1937) el fenómeno de absorción nuclear de electrones K. Las consecuencias de este descubrimiento fueron permitirle desarrollar la producción de neutrones lentos y separar neutrones, para llegar, finalmente, a poder medir el momento magnético del neutrón.

Álvarez desarrolló la primera lámpara de mercurio y descubrió la radioactividad del tritio, diseñó tres nuevos tipos de radar (el radar de microondas para alerta temprana, el sistema de bombardeo a alta cota Eagle y el Control de Aproximación basado en Tierra, que es la base de todos los sistemas de aterrizaje a ciegas que se usan hoy en día).

En 1947, concluida la Segunda Guerra Mundial, Luis Álvarez diseñó y construyó el acelerador lineal de protones del laboratorio de Berkeley, y en 1951 ayudó a desarrollar el acelerador de Van de Graaf en tándem.

Descubridor de toda una gama de nuevas y exóticas partículas subatómicas, miembro de sociedades como la Academia Nacional de Ciencias norteamericana, la Sociedad Americana de Física, la Sociedad Filosófica Americana, la Academia de Artes y Ciencias y la Academia Nacional de Ingeniería, el genial descendiente de asturianos ganó el Premio Collier de la Asociación Aeronáutica Americana (por el radar de aterrizaje), el Premio John Scott (por el mismo trabajo), la Medalla al Mérito, el título de Científico del Año (en 1960, por sus descubrimientos en física de alta energía), la Medalla Albert Einstein, el Premio Pionero, la Medalla Nacional de Ciencias y el Premio Michelson. Además de sus títulos, se lo nombró doctor honoris causa de las Universidades de Chicago, Carnegie-Mellon y Kenyon College. En 1968, por fin, recibió el Premio Nobel de Física.

Álvarez continuó trabajando y enseñando como profesor en la Universidad de Chicago y en el MIT hasta su muerte en 1988, a los 77 años de edad.

A partir de 1944, con el Proyecto Manhattan ya en marcha y sabedor el gobierno estadounidense de que los nazis estaban muy cerca de lograr su primera bomba atómica, sólo era cuestión de tiempo para que Álvarez fuera convocado a trabajar con Oppenheimer en la bomba atómica norteamericana.

Dicho y hecho. El físico fue llevado al laboratorio de Los Álamos y se le encargó que proyectara, desarrollara y construyera los detonadores para las bombas que terminarían con Hiroshima y Nagasaki. Su trabajo rindió —como todo lo que hacía— jugosos frutos, hasta culminar en la primera explosión nuclear de la historia, la de la bomba Trinity en Alamogordo, que Álvarez tuvo la responsabilidad de detonar. La historia de esa explosión y otras, las cuales, en conjunto, mataron a mucha gente que no tenía nada que ver con el asunto, se relata en otra parte.


Foto original de Luis Álvarez en su credencial para ingresar a las instalaciones del Proyecto Manhattan

Llegado el momento de acabar con la Segunda Guerra Mundial, Álvarez fue comisionado para formar parte de la tripulación del Enola Gay, un B-29 Stratocruiser que se hizo tristemente célebre, porque en ese vuelo debía arrojarse la bomba de Hiroshima. Álvarez voló en el Enola Gay en calidad de observador científico (para ver explotar su propia bomba). A pesar de que el observador militar (encerrado en su burbuja de popa) gritó al comandante "¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho?" al ver elevarse el mefistofélico hongo sobre la indefensa ciudad, Luis Álvarez, al ser preguntado por un periodista, tiempo después, si volvería a construir una bomba similar, respondió lacónicamente: "Por supuesto".

Los mayas, una de las civilizaciones más avanzadas del Nuevo Continente, florecieron durante aproximadamente dos milenios —entre 1000 a.C y 1050 d.C—. Se cree que practicaron los sacrificios humanos, arrojando sus víctimas a unos curiosos pozos llenos de agua conocidos como "cenotes sagrados". Además de sus funciones ceremoniales, hoy se sabe que los cenotes representaron casi la única fuente de agua potable para los antiguos mayas. De hecho, la ciudad capital de Chichen-Itzá fue construida alrededor del gran cenote que aún se conserva.

Los cenotes admiten la visita de buzos y turistas, y el estudio, relevamiento y cartografía de estas increíbles cuevas subterráneas inundadas se ha convertido casi en un deporte nacional para todos aquellos que viven o vacacionan en la Península de Yucatán, capital mundial de los cenotes.

Generados por la disolución de la piedra caliza del subsuelo a causa de la infiltración del agua de lluvia, los cenotes comenzaron su existencia como cuevas subterráneas cerradas, hasta que el adelgazamiento del techo por la erosión ácuea terminó haciéndolo colapsar. Así quedaron estos sorprendentes pozos circulares llenos de agua. La mayoría de los cenotes están comunicados entre sí, y muchos de ellos llegan hasta el mar, fundiéndose el agua dulce y la salada en una especie de interfase turbia muy interesante de observar y fotografiar.

Pero los cenotes no solamente pueden fotografiarse desde adentro, sino también —lo que podría ser, incluso, más interesante— desde el aire.

A fines de 1979, el geólogo norteamericano Walter Álvarez pidió a su padre (sí, el Premio Nobel de Física y responsable de aquello que pasó en Hiroshima) que lo acompañase a Italia. Walter estaba investigando lo que se conoce como "límite K-T", una clara separación entre estratos geológicos que marca el fin del período Cretácico y el comienzo de la Era Terciaria ("K-T" quiere decir, precisamente, "Cretácio-Terciario").

El asunto era particularmente importante, porque entre fines del Cretácico y principios del Terciario la Tierra parece haber pasado una época bastante movida: grandes erupciones volcánicas, monstruosos movimientos sísmicos y sí, cómo no, la extinción del grupo zoológico que había dominado el planeta durante los últimos 165 millones de años: los dinosaurios. Walter Álvarez quería estudiar, in situ, ese momento, y la ciudad de Gubbio, en Perugia, era un muy buen lugar para empezar. ¿Quién mejor que su padre para ayudarlo?


Señalada con una cinta blanca, la capa de arcilla K-T

Lo que nosotros llamamos "dinosuarios" aparecieron hace unos 230 millones de años y se extinguieron, en su mayoría, hace 65, justo en los alrededores del límite K-T. El Terciario dio lugar a toda una nueva gama de animales y plantas: evolucionaron los vegetales vasculares, las aves y una cohorte de organismos que, andando los millones de años, se convertirían en el grupo dominante del planeta: nosotros, los mamíferos.

En la mente de Walter Álvarez, era probable que la línea K-T y la extinción de los dinosaurios estuviesen estrechamente relacionados.

Allí, en Gubbio, Walter le mostró a su padre una extraña y neta línea divisoria entre los estratos cretácicos y terciarios. Era un fino depósito de arcilla que era visible como una cicatriz en todas las formaciones rocosas estudiadas. Luis Álvarez hizo analizar muestras de esa arcilla, y descubrió que contenía una cantidad de iridio inusualmente alta.


Luis Álvarez en sus tiempos de "ejercicio ilegal de la geología"

El iridio es un metal muy raro en la Tierra, y las muestras de Gubbio contenían una proporción 30 veces superior a la que se encuentra en otros estratos. ¿De dónde había venido el iridio?

Sólo existen dos procedencias posibles: el iridio forma parte del núcleo líquido de la Tierra. A veces, una gran explosión volcánica puede expulsar grandes cantidades de él, y los sucesos de ese tipo no son ni han sido raros en Italia. La otra fuente de iridio son los asteroides, que lo contienen en una proporción similar a la hallada en la línea K-T de Gubbio.


Claramente visible, la línea blanca es la capa de arcilla de iridio descubierta por Walter y Luis Álvarez

Poco tiempo después, los Álvarez estudiaron estratos geológicos del límite K-T en muchos otros lugares del mundo, lugares tan distantes entre sí como África y Canadá, y en todos ellos existía un pequeña capa de arcilla de iridio, con cantidades similares a la encontrada en Perugia. Luis pidió permiso a su hijo para, como dijo, cometer el delito de "ejercicio ilegal de la geología" y se puso a pensar en el asunto.

¿Qué significaba esto? ¿Podía haber ocurrido, hace unos 65 millones de años, una explosión volcánica tan poderosa que hubiese depositado una capa de escombros llenos de iridio en todas partes del mundo? Puede, pero es muy improbable.


La teoría de papá Álvarez fue más razonable: "debe haber sido el impacto de un asteroide". Uno tan grande que cubrió el mundo con una capa de polvo, que fue sepultada más tarde y que conocemos hoy como "línea K-T". De acuerdo. Pero un asteroide de tamaño suficiente como para provocar semejante fenómeno tiene que detectarse en alguna parte. Tiene que haber producido un cráter de impacto tan grande que su cicatriz tiene que poderse ver aún hoy. Y no se tenían noticias de nada parecido. Los cráteres de impacto conocidos eran demasiado pequeños para el caso. Había que buscarlo en otra parte.

Más de diez años más tarde, el estudiante graduado de la Universidad de Arizona Alan Hildebrand estaba estudiando la costa oeste de Haití, concretamente en una pequeña aldea montañesa llamada Beloc. Hildebrand buscaba evidencias de un extraño fenómeno ocurrido allí en tiempos del límite K-T, y se ayudaba con antiguos registros elaborados por prospectores petrolíferos en la isla, que no habían sido vueltos a revisar en años y años.

Y fue allí, en Beloc, donde Hildebrand descubrió la misma capa de arcilla llena de iridio que los Álvarez habían encontrado en Italia, África y Canadá. Solo que aquí en Haití, junto con la evidencia de la arcilla se encontraban pruebas de una gigantesca tsunami, de varios miles de metros de altura, que había venido del oeste. Si uno mira un mapa, verá que al oeste de Haití solo se encuentra el Golfo de Mexico, y más allá la Península de Yucatán... con sus cenotes sagrados de los mayas.

Claras muestras de la misma, gigantesca ola destructiva se encontraban en la costa occidental de Cuba. Y tanto estas como las de Haití se habían producido hace 65 millones de años. Precisamente en tiempos del límite K-T y la gran extinción de los dinosaurios.

Perturbado, Hildebrand consultó a William V. Boynton, su supervisor científico, quien revisó y publicó los resultados. Todo indicaba que el límite K-T y la tsunami subsiguiente se debían no a un maremoto o gran erupción volcánica, sino al brutal impacto de un gran cometa, meteorito o asteroide. El lugar del impacto fue calculado por Boynton, en base a los rasgos dejados atrás por la tsunami, como un sitio situado a 1.000 kilómetros al sudoeste. Lo único que se encuentra allí es la costa de Yucatán. Finalmente, la teoría de Luis Álvarez comenzaba a confirmarse.

El problema es que no se conocía ningún cráter de impacto en el fondo del Caribe ni en la costa yucateca. Preocupados, Hildebrand y Boynton giraron una copia de su informe a la Conferencia Geológica Internacional, hasta que recibieron una respuesta inesperada.


El principio del fin: el asteroide entra en la atmósfera

Un periodista del Houston Chronicle,, Carlos Byars, llamó a Hildebrand y le dijo que conocía a un geólogo llamado Glen Penfield. Penfield —afirmó Byars— creía haber descubierto un enorme cráter de impacto en el extremo noroeste de la península de Yucatán. En 1978, Penfield estaba llevando a cabo reconocimientos aeromagnéticos de esa área por cuenta de la compañía petrolera de bandera del estado mexicano, PEMEX. Examinando los resultados de sus estudios, había encontrado una gigantesca anomalía magnética en forma de arco que era totalmente incoherente con la geología de la región. El arco estaba bajo el fondo oceánico, y la abertura apuntaba al sur.

Penfield buscó entonces un mapa gravitacional, y encontró en tierra firme yucateca otro gran arco, pero con la boca señalando al norte. Colocó juntos ambos mapas y vio que los extremos de los dos arcos se correspondían con gran precisión, formando un círculo perfecto de 180 kilómetros de diámetro que yacía mitad en tierra firme y mitad bajo el agua, entre la península y el mar circundante. La gran ciudad mexicana de Mérida, de 725.000 habitantes, se encontraba dentro del círculo, y prácticamente en su centro preciso se hallaba la minúscula aldea de Chicxulub. Por primera vez un par de ojos humanos se posaban sobre una posible causa del motivo catastrófico del evento K-T.


El lugar preciso del impacto

PEMEX no lo autorizó a seguir investigando, pero sí comisionó a su ejecutivo Antonio Camargo para que presentara su descubrimiento a la Conferencia Geológica en 1981. Había muy pocos asistentes a la conferencia de ese año, y los resultados de Penfield y PEMEX pasaron inadvertidos. Esa fue la causa de que Hildebrand no se hubiese enterado de ellos diez años después. El motivo de que casi no hubiese geólogos en la conferencia fue, paradójicamente, que casi todos estaban buscando evidencia de grandes impactos cósmicos en otras partes. Se perdieron así de enterarse del más grande y trascendental de todos.

Muchos años antes, en 1951, PEMEX había estado excavando dentro de lo que Penfield creía el gran cráter en busca de petróleo. La zona de exploración estaba en medio de los cenotes mayas, que, casualmente, se encuentran distribuidos en un gran arco que —hoy lo sabemos— se superpone exactamente con la anomalía magnética curva de Yucatán. Los barrenos de la petrolera habían encontrado entonces, a 1300 metros de profundidad, una dura capa de un mineral llamado andesita que tenía forma de cúpula (media cúpula, en realidad, porque la otra mitad se perdía bajo el mar) y los expertos de la empresa habían catalogado a esta ciclópea burbuja como "domo volcánico" y se habían olvidado de ella. El problema es que no hay en los alrededores ningún volcán capaz de formar una burbuja de ese tamaño, y no lo ha habido jamás en toda la historia geológica de la región.


La imagen superior muestra el borde del cráter. La foto de abajo la ubicación de los cenotes y cómo se corresponden con él

Sin embargo, el intenso calor y las grandes presiones provocados por el impacto de un gran objeto celeste explican perfectamente la aparición de una cúpula de ese tipo. Luego, andando los años y los milenios, los bordes del lado de tierra firme fueron imprengándose de agua, muchos de ellos terminaron a cielo abierto, y es por ello que los cenotes sagrados indican con toda precisión el trazado del borde sur del cráter. Esto fue comprobado en 1996 por un equipo de investigadores de la Universidad de California, que por primera vez superpusieron fotografías de satélite de los cenotes con los mapas magnéticos y gravitacionales. Los cenotes forman un semicírculo con centro en Chicxulub. La anomalía gravitacional también, y las diferencias magnéticas. Las tres formaciones delimitan el gran cráter de un objeto que cayó allí hace 65 millones de años, produjo las grandes tsunamis que devastaron Cuba y Haití y trajo a la Tierra la inmensa cantidad de iridio de que hablaban los Álvarez, una cantidad tan grande como para cubrir el planeta completo con una capa de cuatro centímetros de espesor. Chicxulub, 65 megaaños atrás.

Hoy, la naturaleza asteroidal de los cenotes de los cuales vivieron los mayas está más allá de toda discusión. Que los cenotes derivan del colapso de la pared está totalmente demostrado. Sin embargo, los estudios posteriores a 1996 muestran que el círculo de 180 kilómetros de diámetro es solo uno de los más interiores de numerosos círculos concéntricos. En el caso de un impacto asteroidal cabría esperar exactamente eso, muchos círculos concéntricos, y en Yucatán los hay. Ahora se sabe que el cráter completo mide más de 300 kilómetros de diámetro.

Estos hechos son innegables. Sin embargo, cuando terminaron de establecerse, en 1997, aún subsistían dos preguntas críticas: ¿Qué clase de objeto pudo provocar esa catástrofe? y ¿Cómo afectó Chicxulub a la vida terrestre?

Afortunadamente, la primera pregunta tiene fácil solución: en ciencias, numerosos fenómenos se definen por sus consecuencias, y el cráter de Chicxulub presenta evidencia inatacable de que su causa fue un asteroide rico en iridio (como casi todos), de unos 10 km. de diámetro, que impactó contra la costa mexicana a la terrorífica velocidad de 100.000 kilómetros por hora.

La respuesta a la segunda pregunta exige explayarse un poco más...

La —así llamada hoy— "Extinción K-T" es la anteúltima de las grandes extinciones que ha vivido la Tierra (la última es la "Extinción del Holoceno", en la que usted y yo vivimos hoy). A pesar de no haber sido la más grande ni la más destructiva, K-T eliminó una infernal cantidad de grupos de especies. Nótese que no hablo de individuos, ni siquiera de especies, sino de categorías enteras de especies.

Para resumir el punto, K-T fue tan catastrófica que exterminó el 17% de las especies marinas no nadadoras (animales del tipo de los corales, por ejemplo), y a los dinosaurios completos.

Entre los grupos de especies acuáticos absolutamente exterminados se encuentran los ammonites, todos los mosasaurios, los plesiosaurios, casi todos los componentes del placton y numerosísimas, incontables especies de peces, moluscos y gasterópodos.


Un mosasaurio

En tierra, la situación no fue mejor. Para ponerlo breve y clarito: no sobrevivió ningún animal, dinosaurio o no, de tamaño superior al de un gato moderno. Ninguno. Ni por casualidad. Después de K-T, la evolución debió comenzar de nuevo a partir de animales del tipo de la zarigüeya, los gusanos planos y los roedores más pequeños. No quedó ningún dinosaurio de tipo reptil. Ninguno. Los dinosaurios de tipo ave dieron origen a —por supuesto— las aves. Este grupo no incluye a los pterosaurios, dinosaurios alados como el pteranodon o el pterodáctilo. Estos volaban pero eran del tipo reptiliano. No quedó ninguno.


La hora final de los pterosaurios: el asteroide toca tierra

Grandes grupos de aves primitivas desaparecieron. Entre los mamíferos, todos los marsupiales del hemisferio norte completo y de todo el hemisferio sur excepto Australia se extinguieron.

A pesar de este apocalíptico recuento, otros grupos no se vieron mayormente afectados. Nos referimos a los insectos —cuándo no—, a los cocodrilos y tortugas —que siguen por aquí—, a las ranas y otros anfibios, a los mamíferos ovíparos como el ornitorrinco, a las aves modernas —no relacionadas con las que se extinguieron en K-T—, a los perezosos y a los mamíferos modernos, entre los cuales se encuentran nuestros antepasados.

Cuando el asteroide impactó, una gigantesca onda expansiva recorrió el planeta varias veces, llevando a ese mundo extraño una temperatura abrasadora y consecuentes larguísimos y devastadores incendios forestales. La evidencia fósil indica una masiva extinción de especies fotosintéticas que, por ejemplo en Norteamérica, barrió de la faz de la Tierra al 60% de las plantas verdes. Una vez más, la naturaleza tuvo que empezar a evolucionar de nuevo a partir de especies primitivas o desde los descendientes de aquella minoría que logró sobrevivir. La botánica dio un paso atrás, es decir, K-T hizo involucionar a las plantas. Antes del límite K-T había numerosas especies con polen (los estratos subyacentes están llenas de él). La capa de iridio no tiene nada de polen, y en los estratos siguientes aparecen solo esporas de hongos. Se necesitarían millones y millones de años para que la evolución volviera a inventar las plantas sexuales.


La foto superior es una imagen de radar coloreada, que muestra el inconfundible perfil del cráter. La de abajo muestra los distintos tipos de vegetación dentro y fuera del cráter. La mancha blanca es la Ciudad de Mérida

Las evidencias nos dan la clave de por qué el impacto de Chicxulub tuvo efectos tan catastróficos sobre la vida en la Tierra. El asteroide produjo una energía similar a la de tres millones de bombas de Hiroshima explotando en el mismo instante. Solo el impacto en sí (esto es, sin contar la onda expansiva subsiguiente) dejó limpia como la palma de la mano una superficie de 500 km. a la redonda. Allí no sobrevivió nada, ni siquiera los microbios. Además de los incendios, el golpe y la onda expansiva arrojaron a la atmósfera unos cuantos trillones de toneladas de escombros y polvo, que bloquearon la luz solar produciendo la temida "noche nuclear". Hay científicos que opinan que el sol no salió durante meses, mientras que otros estiman que la noche duró unos 50 años. Es comprensible, entonces, que la mayor parte de las plantas verdes (que necesitan del sol para obtener energía a través de la fotosíntesis) se hayan extinguido, arrastrando con ellas a los hervíboros. Los depredadores que dependían de esos herbívoros los siguieron a la total y eterna inexistencia. Al carecer de luz del sol, la atmósfera del planeta se enfrió y la temperatura media descendió a niveles intolerables por los reptiles que requieren varias horas diarias de asoleo para mantener su temperatura interna. Se extinguieron también.

Simultáneamente, grandes mareas y enormes tsunamis golpearon todas las costas, revolvieron los depósitos de sedimentos y cambiaron completamente la composición química del agua del mar. Los niveles de oxígeno disuelto cayeron bruscamente, y las cadenas alimentarias —que dependen de organismos que requieren muchísimo oxígeno, como el plancton— comenzaron a cortarse y se detuvieron. Algunos organismos fueron capaces de adaptarse, pero la inmensa mayoría no tuvo tiempo y se extinguió.

Una vez apagados los incendios globales y asentado el polvo ambiental, la ingente cantidad de dióxido de carbono liberado por el fuego produjo un brutal efecto invernadero que elevó la temperatura pero también trajo consigo años de lluvia ácida que arruinó la fertilidad de la tierra y produjo otra gran oleada de extinciones. Al caer en el mar, esa lluvia hizo descender al pH marino, y, otra vez, llegó una nueva oleada de extinciones: los organismos que necesitan aguas neutras o alcalinas.

Las diferencias entre los grupos que se extinguieron y los que no también nos quedan, entonces, muy claros.


Un amonites del Cretácico

Los herbívoros y sus depredadores se extinguieron. Los animales como los moluscos que hacen conchas calcáreas, no podían sobrevivir en aguas ácidas. Se extinguieron, arrastrando también a sus predadores. Los mosasaurios, por ejemplo, eran capaces de resistir un bajo pH, pero no el hambre. Los amonites perdieron sus cascarones y murieron. Los mosasaurios se fueron con ellos, porque su dieta se basaba en los amonites.

 

Los omnívoros, insectívoros y carroñeros lo pasaron mejor. Si se piensa bien, la mayoría de los mamíferos antiguos pertenecían a una de estas tres categorías. Los insectos nunca faltaron, y la carroña, como se comprende comenzó a abundar. Hicieron su agosto.

En el término de unos pocos millones de años después del impacto, la faz de la Tierra y la profundidad del mar había cambiado de modo dramático. No había ya lugar para los grandes dinosaurios ni para los gigantescos helechos cretácicos. K-T nos hizo dueños de la Tierra por primera vez. La Tierra se recuperaría, pero ahora estábamos aquí para evolucionar. Eventualmente, el progreso de los mamíferos iniciado por la falta de competidores reptiles permitió la aparición de los primates y luego, en un lapso relativamente breve, de esa sorprendente especie que llamamos Homo sapiens, dos de cuyos individuos están, uno escribiendo y el otro leyendo, este trabajo.


El impacto asteroidal es un fenómeno común: un cráter en Arizona

Ya sé que usted tiene una grave pregunta: "Si pasó una vez, ¿puede volver a suceder?". No quiero asustarlo, pero la respuesta es . No solo puede volver a pasar, sino que ocurrirá con toda seguridad. Pero eso es tema de otro artículo.

Cierro, pues, satisfecho, el artículo de este mes, habiendo demostrado la relación entre el médico asturiano, que fue abuelo del físico que lanzó la bomba de Hiroshima y más tarde descubrió la capa de arcilla e iridio, producto del impacto celestial que destruyó a los dinosaurios, permitió la evolución de los mamíferos y, además, formó los cenotes sagrados donde los sacerdotes mayas arrojaban a sus víctimas. Recuerde: todo tiene que ver con todo. Aunque no lo parezca.


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