LOBOS ERRANTES

Jenny Kangasvuo

Finlandia

Querida niña, siéntate y escucha mi historia. No, ¡no tengas miedo! Siéntate aquí, a mi lado... ¡siéntate! No tiembles así, yo sólo quiero que me escuches... querida, tienes un hermoso cabello.

Una vez, no hace tanto tiempo, aunque no puedas creerlo, yo también fui joven y hermosa como tú. Tu cabello es dorado y el mío es castaño oscuro, pero de todas maneras las jovencitas son siempre lindas. Mi piel era suave y mis ojos eran azules, como todavía lo son ¡Mírame a los ojos! ¡Mira! ¿No son azules? Sí, sí lo son. No trates de escaparte, querida.

El día de mi casamiento la primavera olía a pasto y a leche, como pasa con los más raros días de primavera. Yo estaba vestida de hilo blanco y terciopelo verde, y un poeta podría haber escrito un soneto sobre mi belleza. Escuchamos alabanzas de mi familia, y el novio y yo resplandecíamos después de cada cumplido. ¡No hagas ese gesto, pequeña, no seas tan malévola! Yo era bella. Tú también te volverás vieja y desagradable cuando crezcas, querida, y luego alguna jovencita se burlará de ti. Yo, a tu edad, también me burlaba de la gente vieja y el destino me ha castigado por eso.

Pero hablando del casamiento, como hija única de una familia opulenta, era mimada y mal criada. Mi padre había arreglado la boda con el hijo mayor de una familia burguesa. La alianza uniría a nuestras familias para siempre y ello produciría más riqueza aún. Ese casamiento era un buen arreglo también para mí; el novio era algunos años más joven que yo y me sería fácil manejarlo. No lo amaba, por supuesto, pero me parecía lo suficientemente atractivo como para compartir la cama con él.

Aunque el casamiento era un acuerdo entre nuestros padres, la boda era toda mía. Yo había planeado cada pequeño detalle con mi madre. Estaba sentada en una silla de honor, ante una gran mesa de fiesta. Ese era mi día, y después de algo de vino, besos dulces de mi novio y suave carne de ternera, sentí que era el centro de ese pequeño mundo. Toda la gente me miraba; mi padre, mi suegro (con un poco de lujuria en su mirada), mi novio. Excepto mi orgullosa madre, las damas me observaban con envidia y yo no ocultaba que lo estaba disfrutando. Había alrededor de cien personas en nuestro casamiento, pero las dos familias, unidas, se sentaban a la misma mesa.

Sucedió cuando mi padre propuso el primer brindis en honor de los novios.

Se produjo una pelea en la puerta principal, que había sido dejada abierta para que los invitados entraran y salieran. Desde donde estaba podía ver directamente la puerta; uno de nuestros sirvientes estaba alzando la voz a una pordiosera y a un niño sucio. Deseé que el sirviente se deshiciera de ellos pronto. El pelo de la pordiosera estaba tan enredado que parecía mohoso y el chiquillo estaba vestido con harapos y se veía tan sucio, que no pude reconocer su sexo.

Mi padre se distrajo con los mendigos, pero continuó sus palabras para el brindis. Los mendigos se fueron y el casamiento volvió a ser hermoso.

Luego fue el turno del brindis de mi suegro. Y en la mitad de su discurso los mendigos entraron al salón del banquete por la puerta del costado. Se veían muy humildes y callados y esperaron que el discurso terminara antes de empezar a pedir. Mi suegro no les prestó atención, pero yo vi que mi padre los miraba enojado. Cuando el discurso terminó la pordiosera pidió limosna, prometiendo bendecirnos si ella y el chiquillo conseguían algo de pan y de comida. Ante el pensamiento de ser bendecida por esa criatura, me estremecí. Mi padre lo notó y ordenó a los sirvientes que los echaran.

—¡Te atreves a pedir por la comida que es para los invitados de nuestro casamiento! ¡No necesitamos tus bendiciones, pordiosera!

La mendiga y el muchacho parecían asustados y huyeron. ¿Cómo podían ser tan asquerosos? Decidí que nunca daría limosnas a gente sucia y desagradable, sólo a aquellos que pudieran mantenerse limpios y prolijos.

Por un momento hubo paz y felicidad. Me serví unos dulces y luego bebí algo de vino,mientras continuaban los brindis. Mi belleza, prudencia y buenos modos recibieron más de una alabanza galante, hasta el punto de que me cansé de ellas.

Cuando sentí la primera puntada de dolor, sólo pensé que había comido demasiado. Un momento después el dolor empeoró y pensé en veneno. Y luego, me golpeó la más horrible agonía que jamás había sentido. He dado a luz, querida, como tú lo harás algún día. El parto es muy doloroso y aquel día sentí como si cada músculo y órgano de mi cuerpo estuvieran renaciendo.

Me tambaleé y traté de tomar la mano de mi padre, pero vi que él también se estremecía. Mi novio parecía tener horribles convulsiones y su madre estaba doblada por el dolor. En mi agonía, apenas podía ver, pero lo que contemplaba parecía resonar con el dolor. Los miembros de ambas familias se estremecían en medio de terribles convulsiones. El hermano menor de mi novio trataba de aferrarse a la mano de mi madre, mi tía se había tirado al piso y grandes espasmos atravesaban su cuerpo, mi abuela política se golpeaba la cabeza contra la pared. Nadie nos ayudó. Los invitados se retiraron en desorden y los sirvientes huyeron.

Los oídos me zumbaban, pero yo podía escuchar la voz clara de un niño. —¡Ahora, ellos saltan y tiemblan! —El chiquillo y la pordiosera estaban en medio del salón del banquete. Todavía no me daba cuenta si era un muchacho o una chica,pero se veía calmo y entretenido con algo. Nos miró por un rato, luego huyó mientras yo miraba sus sucios pies desnudos.

Las convulsiones empeoraron. Escuché que algo se rompía y me di cuenta de que era mi traje de novia. Cerré los ojos y gemí; traté de tocarme alguna parte del cuerpo, pero las manos no me obedecieron. Escuché gritos a mi alrededor pero no pude reconocerlos. Mi cuerpo tembló y esperé poder morir.

Luego, de pronto, me sentí bien.

El sentimiento no era sólo el resultado de que el dolor hubiera cesado. Me sentía estable y contenta. Traté de levantarme, pero me enredé en los jirones del vestido de novia. Me sacudí y los mordí hasta que me liberé. Me levanté y por un momento todo fue normal. El salón estaba tranquilo.

Había un extraño equilibrio.

Luego escuché de nuevo, la voz del niño.

—¡Ahora se han convertido en lobos!

El niño estaba parado en medio del piso de madera y nos miraba, sin miedo.

Miré a mi alrededor y vi a mi novio liberándose de los harapos que una vez fueron su traje de bodas. Lo reconocí inmediatamente por su olor. Fui hacia él y se arrodilló delante de mí, con las orejas y la cola bajas. Me lamió los labios y lo dejé. Mi padre se aproximó, me miró a los ojos y bajé la cabeza. Mi novio lamió también sus labios pero yo no.

Pronto todos estaban a nuestro alrededor, oliendo y siendo olidos. Por un momento pareció que mi padre y mi suegro iban a pelear, pero mi padre mantuvo la mirada fija y mi suegro bajó la cabeza y cedió.

Yo estaba alerta, aunque confundida. Sentí el vértigo de olores diversos, pero pude reconocer cada uno de ellos. El olor de un bebé no destetado, perfume de agua de rosas, lentos aromas de carne asada y pastel de zanahoria.

—¡Afuera lobos, salgan, salgan! —dijo la pordiosera entrando al salón; su hedor nos horrorizó a todos. Nos alejó azotándonos con una rama—. ¡Después de siete años podrán pedir pan y carne, y si lo consiguen volverán a ser humanos de nuevo!

Atravesamos corriendo el pueblo, hacia los bosques que olían a pino, juego y seguridad. No había nadie que nos pudiera detener.


Éramos diez lobos solitarios y desorganizados que andábamos juntos. Nos guiaba cada olor tentador: el aroma de las heces frescas de un ciervo, del esqueleto podrido de algún ternero extraviado. Éramos como el puñado de cachorros tontos de un perro, libres en el bosque por primera vez. Y en un sentido, eso era lo que éramos. Cachorros inexpertos y descuidados.

No teníamos padres cariñosos ni parientes que nos enseñaran a jugar, cazar y vivir armoniosamente sin pelearnos. Sí, había algunas peleas: cada uno aceptaba la autoridad del padre, pero mi tío peleó con mi suegro, hasta que logró ubicarse en una jerarquía más alta que él.

Mi madre y mi suegra se gruñían una a la otra y yo también lo hacía. Era más fuerte que mi madre, pero ¿quién pelea con quien lo amamantó?

Por un tiempo, cada uno anduvo por su lado. No sé cuánto duró; no hay un sentido rígido del tiempo en la mente de un lobo. La bruja que nos había maldecido sabía que no podíamos contar esos siete años que ella había fijado y que probablemente ninguno de nosotros volvería a ser humano de nuevo.

Pero yo lo soy, mi querida, y pronto escucharás qué clase de tragedias tuve que afrontar antes de eso. Veo que te he fascinado con mi historia, ¡Bien!

Los bosques no eran grandes y la mayoría de los lobos que vagaban en el área terminaban apedreados. Los pueblos estaban muy cerca uno del otro y muchos caminos atravesaban los bosques. Cualquier lobo normal se hubiera dado cuenta de lo fuerte que era el olor de los humanos, pero nosotros habíamos vivido con él y no lo encontrábamos extraño.

No sabíamos qué significa ser un lobo, y no teníamos demasiado tiempo para descubrirlo. No había otros lobos que nos guiaran... y de haber existido, nos habrían evitado. Algunos de nosotros podríamos habernos unido a una manada como miembros de menor categoría, pero a causa de mi padre eso hubiera sido imposible.

La primera cacería en grupo fue un accidente. Mi novio, mi madre y yo estábamos jugando con nuestras colas cuando tropezamos con un conejo que salía de unos arbustos. Lo habíamos olido, pero no nos importaba. Lo rodeamos y de pronto el juego de la cola se volvió mas serio. Corrí hacia uno de los costados y mi novio al otro y cuando saltó abruptamente, mi madre lo atrapó.

Por un momento, nos quedamos asombrados. ¡Qué sencillo había sido! Los conejos no son un juego fácil, son rápidos e impredecibles, por lo menos para cazadores inexpertos, como éramos nosotros. Comimos al conejo en paz y silencio y fue el primer alimento compartido que tuvimos.

Nuestra manada se formó lentamente en torno a los hábitos de caza. Mi padre era el jefe pero mi madre ostentaba una jerarquía igual a la de él. Mi madre demostró ser una verdadera cazadora; era fácil cazar cuando ella nos guiaba. Lo que cazábamos nos proveyó de más comida de la que necesitábamos y por primera vez pudimos compartirla. También mi abuela pudo comer como se debe, aunque no se unía a nosotros en incursiones de caza. Cazamos ciervos y hasta alces, aunque mi tío fue pateado por un alce que le rompió una costilla.

En el verano comimos presas gordas, dormimos al sol, jugamos juntos y nos acariciamos unos a otros. A veces aullábamos. La sensación de estar unidos al aullar era más intensa que nada que haya sentido como humana, o que alguna vez sentiré.

Los veranos eran maravillosos, pero el más memorable fue ese primer verano lobuno. Había nuevos y frescos aromas y olores y encontrábamos placer y comida en la caza.

Como contraste, el primer invierno fue desagradable. Después de cazar juntos durante el verano, aún éramos torpes. Y la acción era más desesperada. Es más fácil cazar ciervos gordos a través de las praderas que perseguir ciervos delgados sobre la nieve.

Mi abuela murió durante el invierno. Yo estaba muy triste pero los inviernos nunca fueron muy fáciles para los viejos. Aceptamos su muerte y esperamos a la primavera.

En la primavera mi madre entró en celo. Era algo que no habíamos esperado y mi madre era como una perra joven en su primer celo. No sabía cómo comportarse, cómo mostrarse digna ante los machos, y aunque mi padre era su pareja, sucedió que la montaron casi todos los machos del grupo. En los últimos años, eso no hubiera sido posible, mi madre no lo hubiera permitido y otros machos la habrían respetado demasiado como para hacer algo así. Pero el aroma del primer celo de mi madre fue muy nuevo y delicioso para ser resistido.

Tal vez tuvo que suceder así. Mi madre quedó preñada, y alumbró siete cachorros que tenían varios padres. Podíamos oler quiénes eran sus padres y a través de esos cachorros formamos finalmente un verdadero grupo. Los cachorritos eran nuestro tesoro, nuestra razón de existir. Nos dieron alegría y amor. Todos estaban listos para jugar con ellos o regurgitar comida para ellos, aún aunque luego quedáramos hambrientos.

Cavamos una gran guarida cerca de un río. Los cachorritos crecieron, y aunque algunos de ellos no sobrevivieron, cuando el invierno llegó éramos un grupo de caza muy eficiente. Los cachorros, al crecer, se convirtieron en mejores cazadores que nosotros, que habíamos aprendido tarde a cazar.

En los años siguientes vivimos contentos y en paz. Por supuesto había algunas peleas, algunos cachorros fuertes peleaban con otros y se iban. Una manada de lobos se formó con esos cachorros y se establecieron los límites de los diferentes grupos. Después de algunas riñas, fue fácil vivir juntos. La otra manada no invadía nuestra área y nosotros respetábamos la de ellos.


Ilustración: María Del Valle

Un otoño, mi madre se cayó a través de una delgada capa de hielo y se ahogó. Al principio, esto causó cierta confusión, pero rápidamente se formó una nueva jerarquía. Mi padre se estaba poniendo viejo y el hermano menor de mi novio lo confrontó. Mi padre evitó su mirada y no le gruñó. Yo no necesitaba pelear con nadie, mi lugar en la jerarquía de las hembras, después de madre, era el más alto.

He llamado "mi novio" al macho que se casó conmigo en aquella distante mañana de primavera, pero su hermano menor se convirtió en mi verdadera pareja. Mi novio era tímido y obediente y nunca trató de ganar posiciones. Su hermano menor era más vigoroso y el macho más sabio del grupo. Era natural que se convirtiera en el líder.

Era justo, se preocupaba por los cachorros y los ancianos, no disfrutaba las peleas y era muy tierno. Y juguetón y gracioso. Yo disfrutaba la vida con él y cuando llegó mi primer celo de primavera, estaba más que lista para copular con él. Esas pocas semanas de celo fueron intensas, y él me montó varias veces, aún en el mismo día. No necesitaba alejar a los otros machos, mis hermanos menores eran demasiado jóvenes y los machos mayores, demasiado viejos.

En el verano di a luz a una camada de los más hermosos y perfumados cachorros. Los lamí con cuidado, mordí sus cordones umbilicales y comí la placenta. Cuando ellos mamaron mi leche e hicieron pequeños llantos hambrientos, me sentí completamente contenta. No recordaba mi vida como humana, porque no había razón para pensar sobre el pasado ni tampoco sobre el futuro. Amaba a mis cachorros y a mi compañero, éramos buenos líderes que podíamos proveer seguridad y comida a nuestro grupo y eso era suficiente.

Mis cachorros crecieron fuertes y saludables y nuestro grupo se volvió muy grande. Una de mis hijas se marchó cuando fue lo suficientemente mayor; no trató de ganar un lugar más alto en la jerarquía, era demasiado sabia para eso, pero también demasiado fuerte y obstinada como para permanecer con nosotros. Se unió a otro lobo solitario y se formó un tercer grupo en nuestros bosques. Como disponíamos de un territorio limitado y sus márgenes cambiaban constantemente, los grupos tenían cada vez menos terreno para moverse. Los bosques eran muy pequeños para tres manadas de lobos; los juegos se volvieron escasos, aún en verano. Y cuando llegó el invierno, sucedió lo inevitable.

Ese invierno fue más duro que los anteriores. Los ciervos eran cazados o se alejaban. Nuevamente vivíamos de pequeñas correrías, algo que no habíamos hecho desde el primer verano. Necesitábamos cazar todos los días para llenar nuestros estómagos. No había días indolentes en una guarida caliente al lado de un esqueleto de alce, que nos alimentara por varios días. Nuestra gran manada estaba muriéndose de hambre.

En medio del invierno, cuando parecía que no habíamos sentido nada más que hambre constante, decidí que eso tenía que terminar. Había aldeas alrededor de los bosques y aunque el hedor de los humanos era aterrador, morirnos de hambre lo era mucho más. Siete de nosotros fuimos al pueblo durante la noche. Tratamos de hacerlo con tanto disimulo como fuera posible, pero siete lobos no son invisibles. Podíamos percibir el aroma de otros lobos en el pueblo, el aroma de mi hija también. Me di cuenta de que el pueblo se había convertido en la última fuente posible de comida para todas las manadas del bosque.

Un perro nos ladró. Mi hermano, con rapidez, le partió el espinazo. Tenía un extraño olor, parecía lobuno, y si hubiera sido una hembra en celo, él la hubiera montado antes de matarla. Ahora se convirtió en comida.

Entramos en el cobertizo que estaba más cercano al bosque. Habían guardado ovejas y matamos a varias, a tantas como pudimos. Las muertes fueron fáciles y pronto el cobertizo olía a comida, en forma deliciosa. Destrozamos un cordero en pedazos y lo comimos sólo para recuperar fuerzas y luego comenzamos a arrastrar comida a la madriguera.

Esa noche comimos bien. Cada estómago encogido se llenó y todavía nos sobró alimento. Podíamos descansar y correr tras los topos por algún tiempo. Sin embargo, nuestro descanso no fue placentero, estábamos exhaustos y aún era invierno. Pronto volvería el hambre.

Pero muchos de nosotros nunca volveríamos a tener hambre. Sólo dos días después de la visita al pueblo, los aldeanos atacaron nuestra madriguera. No recuerdo mucho lo que pasó, el incidente está ensombrecido por el terror y la pena. Recuerdo el horrible olor de la sangre de lobo, mis hijos llorando de dolor, el estruendo de los arcabuces y gritos humanos. Yo era el otro líder del grupo, pero no pude hacer nada. Tratamos de defendernos y de defender a los demás, pero los hombres nos barrieron. Recuerdo haber visto morir a los miembros de mi grupo, uno por uno.

Me pregunto por qué no morí ese día de invierno. Puede ser que me haya salvado para poder contarlo. Me has escuchado bien, queridísima niña, pero esta historia no tiene un final feliz.

Me oculté en una cueva de zorro abandonada, cuyo suelo cavé para hacer más grande, y viví nuevamente de ratones. Vagué por los bosques, pero no encontré huellas de otros lobos vivos. El olor de nuestras marcas se estaba desvaneciendo. Con mi orina, marqué varias veces los límites, pero no me preocupé por seguir haciéndolo. No había nadie más que yo para olerlas.


En un glorioso día de primavera, me encontré con una niña que juntaba hierbas.

El día era tan hermoso como lo había sido el de mi casamiento, pero en ese momento no lo recordé.

La niña se quedó mirándome, pero no se veía especialmente asustada. Llevaba su canasta llena de las más variadas hierbas y estaba comiendo. Nos miramos una a la otra por algún tiempo. Luego la niña cortó una rebanada de pan de centeno y lo pinchó con el cuchillo. Me acercó el cuchillo.

—¡Vamos, pobre lobo hambriento! Toma un poco de pan, hay suficiente comida para las dos.

Yo dudé, luego avancé unos pasos hacia ella, pero no me atreví a acercarme más.

—¡Oh, tú comes carne! Tal vez no te guste el pan. Te daré algo de carne también. —La niña cortó un pedazo de cerdo salado, lo pinchó y me lo alcanzó.

El olor de la grasa de cerdo era intoxicante. Asustada, caminé lentamente hacia la niña, me apoderé de la carne y el pan y huí.

Comí el pan y la carne. La carne sabía extraña, muy salada y ahumada, no era tan buena como la carne fresca después de la caza. Pero después de una docena de ratones de campo huesudos, era deliciosa.

Luego sentí una agonía terrible. Me revolqué y lloré y jadeé y parecía que el dolor iba a continuar para siempre. Recordé vagamente que ya había sentido antes ese dolor, pero la agonía evitaba que pudiera recordar más. Mi columna se estiró y la cola se encogió, mi cabeza se transformó y mis pelos fueron absorbidos por la piel.

Después de un rato, insensible y temblando, no pude discernir bien los olores, estaba casi ciega y sorda. El pasto me pinchaba y me picaba. Me abracé a mí misma para conseguir calor y luego me di cuenta: ¡era humana de nuevo!

Me levanté, pero la posición me pareció extraña. Yo era tan alta que me sentía mareada. No había rastros de olores que pudiera seguir. El hogar de los bosques había dejado de ser familiar para mí.

Caminé hacia mi madriguera pero no pude deslizarme adentro. Yo sabía que no era un lobo, pero no sabía que otra cosa podía ser.

Robé huevos de los nidos de las aves, pero los ratones de campo eran demasiado rápidos para mí ¿Y si los hubiera atrapado, cómo los hubiera comido? No tenía ni dientes útiles ni un estómago fuerte.

La primera noche fue terrible. Lloré por mi compañero, mi grupo y mis cachorros, y por mi existencia de lobo que me había sido quitada tan cruelmente.

La venganza de la pordiosera había sido astuta. Me había sido dada una vida feliz y satisfecha, pero ahora me había sido quitada. Nunca volvería a sentirme dichosa.No sabía si agradecerle los años que había vivido como lobo o si debía maldecirla por los años que había perdido como humana.

Después de unos pocos días, tuve que ir al pueblo. Estaba desnuda y no podía hablar, pero la misma gente que había matado a mi grupo, ahora me cuidó. Conseguí comida y ropa y después de un tiempo me dieron lana y agujas. Yo no sabía tejer, nunca había necesitado aprender eso, porque era la hija de un hombre rico. Pero aprendí rápido, era silenciosa y los aldeanos no me molestaban. Tejí y conseguí comida, eso era suficiente para mí. El rotar de una aguja me distraía de pensar que había perdido todo lo que había amado.

El castigo final para mi antiguo orgullo llegó cuando vi la piel de mi hija extendida en el piso del alcalde. Caí sobre mis rodillas, sobre la piel, y lloré. No tenía a nadie a quien culpar de su muerte, ni siquiera a mí misma. Habíamos tenido hambre y, sin comida, todos habríamos muerto. Había sido mi decisión el saquear a las ovejas del pueblo, pero no había sido una decisión equivocada en medio del invierno.

Ahora te he contado casi toda mi historia, no queda mucho más. He vivido en el pueblo como una solterona y le he contado mi historia a cualquiera que me quiera escuchar, incluso a aquellos que no quieren, como tú, mi querida. No, no muevas tu cabeza. Yo sé que tú no quieres sentarte a mi lado y escuchar. Ahora, tú eres muy hermosa cuando estás sonriendo, querida, por favor, sonríe un poco más para mí.



Título original en finés: "Sudenkulku"
Traducción del inglés: María del Pilar Jorge


Jenny Elisabeth Kangasvuo nació en Helsinki, Finlandia, el 25 de abril de 1975, pero actualmente vive en Oulu, una ciudad norteña de su país. Está escribiendo su tesis de doctorado sobre la bisexualidad en Finlandia, para terminar los estudios de Arte y Antropología Cultural en la Universidad de Oulu. Su gran afición es la cultura popular japonesa, lo que a veces se transforma en trabajo debido a los artículos que escribe sobre ese tema. También dibuja, escribe historias como la que acaban de leer y cocina comida medieval. Su website es: http://www.iki.fi/jek/


Axxón 171 - febrero de 2007
Cuento de autor europeo (Cuentos: Fantasía: Fantástico: Transformaciones: Finlandia: Finés).