DIVULGACIÓN: ¿Qué sucedió en Siberia en 1908?

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Tunguska
por Marcelo Dos Santos (especial para Axxón)
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La cruz esvástica, símbolo conocido desde la más remota Antigüedad y desperdigado por numerosas culturas en todo el mundo, muy bien pudo representar un fenómeno astronómico o meteorológico que quedó registrado mediante este dibujito de —para las gentes que hemos vivido a partir de la segunda mitad del siglo XX— lamentables resonancias. Sin embargo, muchas culturas como los hititas, griegos y indoarios (a los que a nadie se le ocurriría llamar nazis) la utilizaron como motivo decorativo, y los budistas, hindúes y jainistas como símbolo religioso.

Las diversas teorías acerca del origen de la esvástica incluyen desde una visión de los cuatro vientos (tal vez doblados por el Efecto Coriolis) hasta la reproducción de las pisadas de los pollos que servían de alimento a los antiguos turcos neolíticos, pasando por la esvástica hindú del "sol negro", símbolo de vitalidad y longevidad. Como se ve, hay de todo para todos los gustos.

Pero tal vez la teoría más atractiva es la del ínclito y lamentablemente desaparecido doctor Carl Sagan, que afirmaba que la esvástica no era otra cosa que una imagen estilizada de la cola de un cometa.

Este aserto se basa en un texto escrito sobre piezas de seda conocido como el "Atlas cometario sobre seda", correspondiente a la dinastía china Han, confeccionado alrededor de 168 a.C.


Atlas cometario de la Dinastía Han

El antiguo astrónomo chino dibuja una serie de tipos de colas de cometa, poniendo al pie una explicación de cada uno. El segundo de la izquierda (anteúltimo según la grafía china) muestra cuatro "rayos" (hoy los llamamos "jets de gas") que parten del núcleo del cometa y se doblan a la izquierda casi en ángulo recto. El último tipo tiene cuatro rayos torcidos a la derecha y configuran una esvástica perfecta. Según el astrónomo estadounidense, un cometa en rotación que viniera en línea recta hacia el observador produciría exactamente este tipo de efecto si lo miráramos en la dirección polar, es decir, con nuestra mirada alineada con su eje de rotación. Si el observador estuviese ubicado perpendicularmente, o sea, nuestra mirada fuera ecuatorial, veríamos la imagen que el científico oriental pone en penúltima posición.

No es del todo desatinado. Al menos, no más que hablar de soles negros o de pisadas de pollo (que no tienen textos astronómicos de 2.200 años de antigüedad que los apoyen).


Un cometa-esvástica

Pero ¿cuál fue el cometa en cuestión, el de la cola en forma de esvástica? Es difícil decirlo, pero muchos investigadores se inclinan por echarle la culpa del símbolo hitleriano al pequeño y humilde cometa Encke.


Las guerras y los ejércitos a menudo desperdician talentos que hubiesen sido más útiles en otras partes. ¿Cuántos Mozarts, Einsteins, Leonardos en potencia habrán muerto prematuramente en la Segunda Guerra Mundial, en la Guerra de los Cien Años o en la Guerra Civil Española, privando al mundo de grandes logros que, de otro modo, hubiesen estado destinados a producir? Lamentablemente, nadie lo sabe.

Pero sí sabemos de los descubrimientos y obras de arte que lograron ciertos hombres que en efecto sobrevivieron a las guerras que les tocó luchar.

Es el caso de un soldado alemán de la Guerra de Liberación Alemana, conflicto subsidiario de las Guerras Napoleónicas. Este soldado, que rápidamente ascendió a teniente de artillería, se enroló en la Legión Hanseática y combatió en la campaña de 1813-14 en la que su país intentó —y logró— librarse de la dominación francesa que lo agobiaba desde las derrotas de Jena y Auerstedt.

Pero el hombre no era esencialmente un militar, sino un científico. Su maestro había sido el celebérrimo y genial Carl Friedrich Gauss, que le había enseñado astronomía y matemática avanzada.

Terminada la guerra, el joven científico retornó a su casa y consiguió, con su innegable capacidad, el cargo de astrónomo asistente en el observatorio de Seeberg.

Su nombre es muy conocido por los astrónomos modernos: un cometa, una de las divisiones del anillo A de Saturno, un cráter lunar y un asteroide han sido bautizados en su honor.


Johann Franz Encke nació en Hamburgo el 23 de septiembre de 1791 y, con el paréntesis de la guerra ya mencionada, dedicó prácticamente toda su vida adulta a la astronomía y la matemática. De enorme inteligencia, muy pronto se interesó por los cometas. Joven aún, fue premiado por sus estudios sobre el cometa de 1860 y más tarde celebrado por su preciso cálculo del período del cometa 12P/Pons-Brooks (llamado entonces, sencillamente, "cometa de 1862") que estableció correctamente en 71 años.

El problema con los cometas en tiempos de Encke consistía en que todos los conocidos tenían períodos orbitales muy largos, de casi ochenta años (como el Halley, de 76), lo que situaba sus afelios pasando la órbita de Urano. Fue por ello que cuando el colega de Encke, Jean-Louis Pons, sugirió que el cometa que había observado en 1805 podía ser el mismo de 1818, muchos se rieron y se burlaron de él. ¿Cómo iba a ser el mismo, si nunca se había visto tal cosa como un cometa de período corto?

Encke no estaba tan seguro de que todos los cometas estuviesen obligados a tardar casi un siglo en completar su órbita. En consecuencia, se puso a calcular los elementos orbitales del objeto en cuestión y en pocos días llegó a la conclusión de que Pons acababa de descubrir el primer cometa de período corto. Encke encontró que su órbita tardaba 3,3 años tan solo, y predijo con confianza que retornaría en 1822. Lamentablemente para Encke, también predijo que el cometa solo sería visible, en esa oportunidad, en el hemisferio sur. Frustrado por no poder comprobar su éxito por sí mismo, cuál no sería su alegría al enterarse de que el astrónomo australiano Ruemker había observado a "su" cometa exactamente en la fecha que Encke había enunciado. De este extraño modo —para nada infrecuente en la historia de la astronomía—, resultó que Pons tuvo la idea de que podían existir los cometas cortos y Encke la demostró matemáticamente. Es por ello que ese primer objeto de tales características fue bautizado 2P/Encke, uno de los pocos que llevan el nombre del calculista de su órbita en lugar del del descubridor. Los éxitos de Encke, a saber, haber predicho correctamente el regreso del cometa y la demostración de la teoría de Pons acerca de la posibilidad de que existieran cometas de período corto valieron para el alemán la entrega de la Medalla de Oro de la Real Sociedad Astronómica de Londres.

Como suele suceder a los astrónomos, en realidad ni Pons ni Encke fueron los descubridores del cometa que lleva el nombre de este último. Mucho después se demostró que Caroline Herschel (hermana del genial astrónomo) lo había observado en 1795, confundiéndolo con un cometa de período largo, y, antes que ella el astrónomo francés Pierre Méchain había cometido el mismo error.

Todos ellos lo vieron, Pons creyó en la brevedad de su período, pero el objeto se quedó con el nombre de Encke para siempre.


Por fuera de la órbita de Plutón existe una nube de pequeños objetos denominada Cinturón de Kuiper. Muy por fuera y lejos de ella hay otro enorme enjambre, compuesto por miles de billones de pequeñas masas de roca, metal o hielo, conocida como Nube de Oort.

Las teorías actuales entienden a estas dos nubes como "nurseries de cometas". La Nube de Oort generaría los cometas de período largo y el Cinturón de Kuiper a los de períodos cortos. Una leve fluctuación en las condiciones gravitacionales del Sistema Solar puede hacer que uno de estos pequeños astros caiga precipitadamente hacia el Sol, convirtiéndose entonces en un cometa.

A veces, uno de estos cometas pasa muy cerca de la Tierra. Es entonces cuando su larga "estela" de partículas —lo que llamamos su "cola"—, que a menudo se extiende a lo largo de toda la órbita del objeto, puede intersectar la atmósfera terrestre. Las partículas (la mayoría de las cuales no son más grandes que un grano de arena) se incendian entonces con la fricción del aire, produciendo uno de los espectáculos más extraordinarios del mundo: una "lluvia de meteoritos".

Los meteoritos de estas lluvias describen trayectorias paralelas y viajan todos a la misma velocidad. Por este motivo, al ojo del observador situado en Tierra, parecen originarse todos de un mismo lugar, llamado "punto radiante". Es por ello que las lluvias más o menos periódicas se denominan según la constelación desde la que parecen provenir. Así, la lluvia que casi todos los años se produce el 12 de agosto en la constelación de Perseo se llama "Perseidas", la de Orión se denomina "Oriónidas", la de la Osa "Úrsidas", etc.

Una de las lluvias más espectaculares tiene su punto de irradiación en la constelación de Tauro, y por eso se la llama "Táuridas". Se produce a fin de octubre o principios de noviembre, por lo que ha sido tradicionalmente relacionada con la fiesta pagana de Halloween.

Las Táuridas se visualizan a un ritmo de 7-8 "estrellas fugaces" por hora, irradiando desde un punto de la constelación de Tauro. Cada partícula ingresa a la atmósfera a la terrorífica velocidad de 27 kilómetros por segundo, y la mayoría de ellas se queman totalmente en el aire. Las pocas que llegan a la superficie se denominan "micrometeoritos". Algunas tienen el tamaño de un canto rodado, y producen impresionantes manifestaciones visuales e incluso un fuertemente audible silbido.

Conocida desde la más remota Antigüedad, la lluvia Táuridas recién pudo ser relacionada con la cola de un cometa en el siglo XIX. Pero ¿cuál es ese cometa? Ni más ni menos que nuestro viejo amigo: el cometa Encke.


Las Táuridas conocen un ciclo de actividad bastante preciso: tienen un imponente pico cada 2.500 a 3.000 años, cuando el núcleo del Encke pasa a mucha menor distancia de la Tierra. El próximo pico será más o menos en el año 3000, lo que sugiere que el anterior muy bien pudo haber sido en 6 o 4 a.C. (fechas probables del nacimiento de Cristo), explicando de este modo la presencia de la Estrella de Belén. Pero aún se discute si en efecto se trató del Encke o del Halley, como dice la teoría tradicional.

Los astrónomos piensan que el cometa que hoy conocemos es en realidad sólo un fragmento de otro muchísimas veces mayor, que comenzó a desintegrarse hace unos 25.000 a 30.000 años.

La fecha del encuentro entre la Tierra y las Táuridas (y en consecuencia, la vecindad del Encke con nuestro planeta) oscila entre junio y julio, y este dato, al parecer poco importante, nos introduce de lleno en la materia de nuestro artículo.


Dos testimonios de eventos singulares:


"Y fue que á los treinta años, en el mes cuarto, a cinco del mes, estando yo en medio de los trasportados junto al río de Chebar, los cielos se abrieron, y vi visiones de Dios. A los cinco del mes, que fue en el quinto año de la transmigración del rey Joaquín, fué palabra de Yahvéh a Ezequiel sacerdote, hijo de Buzi, en la tierra de los Caldeos, junto al río de Chebar; fue allí sobre él la mano de Yahvéh. Y miré, y he aquí un viento tempestuoso venía del aquilón, una gran nube, con un fuego envolvente, y en derredor suyo un resplandor, y en medio del fuego una cosa que parecía como de ámbar, y en medio de ella, figura de cuatro animales. Y este era su parecer; había en ellos semejanza de hombre. Y cada uno tenía cuatro rostros, y cuatro alas. Y los pies de ellos eran derechos, y la planta de sus pies como la planta de pie de becerro; y centelleaban á manera de bronce muy bruñido. Y debajo de sus alas, a sus cuatro lados, tenían manos de hombre; y sus rostros y sus alas por los cuatro lados. Con las alas se juntaban el uno al otro. No se volvían cuando andaban; cada uno caminaba en derecho de su rostro. Y la figura de sus rostros era rostro de hombre; y rostro de león á la parte derecha en los cuatro; y á la izquierda rostro de buey en los cuatro; asimismo había en los cuatro rostro de águila. Tales eran sus rostros; y tenían sus alas extendidas por encima, cada uno dos, las cuales se juntaban; y las otras dos cubrían sus cuerpos. Y cada uno caminaba en derecho de su rostro: hacia donde el espíritu era que anduviesen, andaban; cuando andaban, no se volvían. Cuanto á la semejanza de los animales, su parecer era como de carbones de fuego encendidos, como parecer de hachones encendidos: discurría entre los animales; y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos. Y los animales corrían y tornaban a semejanza de relámpagos. Y estando yo mirando los animales, he aquí una rueda en la tierra junto a los animales, a sus cuatro caras. Y el parecer de las ruedas y su obra semejábase al color del topacio. Y las cuatro tenían una misma semejanza: su apariencia y su obra como rueda en medio de rueda. Cuando andaban, se movían sobre sus cuatro costados: no se volvían cuando andaban. Y sus cercos eran altos y espantosos, y llenos de ojos alrededor en las cuatro. Y cuando los animales andaban, las ruedas andaban junto a ellos: y cuando los animales se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban. Hacia donde el espíritu era que anduviesen, andaban; hacia donde era el espíritu que anduviesen, las ruedas también se levantaban tras ellos; porque el espíritu de los animales estaba en las ruedas. Cuando ellos andaban, andaban ellas; y cuando ellos se paraban, se paraban ellas; asimismo cuando se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban tras ellos; porque el espíritu de los animales estaba en las ruedas. Y sobre las cabezas de cada animal aparecía expansión á manera de cristal maravilloso, extendido encima sobre sus cabezas. Y debajo de la expansión estaban las alas de ellos derechas la una a la otra; a cada uno dos, y otras dos con que se cubrían sus cuerpos. Y oí el sonido de sus alas cuando andaban, como sonido de muchas aguas, como la voz del Omnipotente, como ruido de muchedumbre, como la voz de un ejército. Cuando se paraban, aflojaban sus alas. Y cuando se paraban y aflojaban sus alas, oíase voz de arriba de la expansión que había sobre sus cabezas. Y sobre la expansión que había sobre sus cabezas, veíase la figura de un trono y que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él. Y vi apariencia como de ámbar, como apariencia de fuego dentro de ella en contorno, por el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Cual parece el arco del cielo que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fué la visión de la semejanza de la gloria de Yahvéh. Y luego que yo la hube visto, caí sobre mi rostro, y oí voz de uno que hablaba".


Acaba usted de leer las primeras líneas del Libro de Ezequiel, en el cual el profeta cuenta la experiencia que le tocó vivir cuando fue deportado a Babilonia. De todo el Antiguo Testamento, esta visión es una de las partes más difíciles de interpretar, porque los hechos que Ezequiel describe son tan extraordinarios que no admiten explicación racional alguna. Los místicos dirán, sencillamente: "Está describiendo una aparición de Dios".


Pasemos al segundo:


"A la hora del desayuno, yo estaba sentado cerca del puesto comercial de Vanavara, mirando al norte. De repente, vi que, directamente al norte, sobre la ruta Onkoul de Tunguska, el cielo se abrió en dos partes y apareció fuego, muy alto y muy ancho, sobre todo el bosque. La grieta en el cielo se hizo más grande, y toda la parte norte se cubrió de fuego. De golpe sentí tanto calor que se me hizo insoportable, como si mi camisa me quemara: del lado norte, donde estaba el fuego, vino una fuerte ola de calor. Me quise quitar la camisa y tirarla lejos, pero entonces los cielos se cerraron y se escuchó una fuerte explosión. Fui arrojado a varios metros de distancia. Perdí el sentido por unos instantes, pero entonces mi mujer salió y me llevó a la casa. Luego de eso se oyó un ruido, tal como si grandes rocas rodaran unas contra otras o como de un fuego de artillería. La tierra tembló, y cuando caí al piso, apreté mi cabeza contra la tierra, porque temía que me cayeran piedras encima y me golpearan. Cuando el cielo se abrió, un viento ardiente pasó entre las casas, como el que sale de la boca de los cañones, dejando surcos en el suelo y destruyendo los sembrados. Luego vimos que todas las ventanas se habían roto, y, en el granero, el pestillo de hierro de la cerradura se había partido en dos".


Este segundo relato, que muy bien podría caber en uno de los libros proféticos de la Biblia, proviene del señor S. Semenov, testigo de un acontecimiento no menos sorprendente que el que debe haber presenciado el antiguo sacerdote hebreo... Semenov vio lo que vio e intenta describir para nosotros el 30 de junio de 1908, en la meseta de Tunguska, Siberia, Rusia.


La región siberiana de Tunguska recibe su nombre del río que la atraviesa: el Podkamennaya Tunguska ("Tunguska bajo las Piedras"), de 1.865 km de longitud. El Tunguska desagua sobre la margen derecha del río Yenisei, y debe su nombre a que en dilatadas zonas de su recorrido corre bajo cantidades de cantos rodados, sin mostrar aguas abiertas.


Tunguska

En aquel año de 1908, la zona de Tunguska fue escenario de un hecho singular, que la ciencia actual aún no ha terminado de explicar en forma completa: a las 7:17 de la mañana de ese 30 de junio, se produjo una enorme explosión sobre el lugar, tan grande que hizo pensar a los testigos que el fin del mundo estaba por llegar.


La zona de Tunguska estaba y sigue estando habitada por los tunguses (hoy conocidos como evenks) autóctonos del lugar y por colonos rusos.

Ese día y a esa hora, aproximadamente 900 personas de ambos grupos étnicos observaron, desde las montañas junto al Lago Baikal, una gran columna de fuego azulado, casi tan brillante como el Sol, que se desplazaba rápidamente a través del cielo diurno. Uno de estos testigos, que se encontraba en un bosque a 6 kilómetrps de Kirensk, dice haber escuchado un estruendo como de cañoneo, que se repitió al menos 10 veces a intervalos de 15 minutos. Los vidrios de toda la ciudad de Kirensk se destrozaron: "Los campesinos vimos pasar un cuerpo celeste de un color blancoazulado hacia el noroeste, bastante alto sobre el horizonte y muy brillante, tanto, que era imposible mirarlo directamente. Parecía un tubo vertical, una especie de cilindro. El cielo estaba despejado, y solo se veía una pequeña nube en dirección al objeto. El tiempo era caluroso y seco. A medida que el objeto se acercaba al suelo, en el bosque, comenzó a difuminarse y a borrarse, para convertirse en una gigantesca columna de humo negro. Entonces se escuchó un horrísono golpe, muy diferente de un trueno, como si cayeran grandes piedras. Los edificios se sacudieron. Al mismo tiempo, la nube emitió llamaradas de fuego, mientras los aldeanos daban muestras de pánico y corrían por las calles. Las mujeres gritaban, pensando que había llegado el fin del mundo".


El hecho de que la explosión fue real puede comprobarse incluso hoy, simplemente recorriendo los alrededores. Las consecuencias de la explosión de Tunguska son visibles por todas partes, principalmente en los bosques circundantes, donde los troncos de los millones de árboles quebrados y derribados por el cataclismo se extienden en un área de 2.150 kilómetros cuadrados alrededor del epicentro del evento.


Vista aérea de los bosques de Tunguska. Obsérvense los árboles caídos, todos con sus troncos en la misma dirección

Nunca se supo el monto de los daños ni las pérdidas en vidas humanas y animales, ya que la zona estaba ocupada principalmente por pastores y por personas dedicadas a la actividad forestal.

Por añadidura, en la convulsionada Rusia de principios del siglo XX, la catástrofe pasó prácticamente inadvertida y sus causas no fueron investigadas. Los primeros —pocos— datos recolectados se perdieron en los cimbronazos políticos y sociales que siguieron, a saber: la I Guerra Mundial, la Revolución Soviética del ´17 y la subsecuente Guerra Civil Rusa que duró hasta 1922.

A poco de haber ocurrido, el Evento de Tunguska se perdió para los recuerdos del público y los científicos.


Pero, en la mente de algunos, la pregunta capital seguía vigente, perturbadora e impresionante: ¿Qué había sucedido allí en 1908? ¿Cuál pudo ser el suceso que provocara tamaña devastación?

 
Leonid Kulik

Otro soldado de preclara inteligencia echó por fin luz sobre el asunto. Se trataba del mineralólogo Leonid Andreiyevitch Kulik, que había luchado en la Guerra Ruso-Japonesa y moriría en 1942 en un campo de concentración nazi tras haber defendido a su país contra la invasión hitleriana del año anterior.

Kulik fue el primer científico que se interesó por encontrar respuestas para los eventos relatados en las crónicas, y, aunque habían pasado ya trece años, decidió preparar en el invierno de 1921 una expedición para investigar. La misma estuvo lista y llegó a Tunguska en febrero de 1922.

La primera impresión que el científico recibió de la zona del suceso fue de devastación total: además de los millones de árboles caídos —todos ubicados en la misma dirección, lo que era compatible con una horrísona onda expansiva—, recogió los testimonios de los nómades tunguses, algunos de los cuales habían sido derribados de sus caballos a 600 kilómetros del sitio central. El "sol cilíndrico" que los testigos habían visto desplazarse por el cielo, estalló a 8.000 metros de altura sobre el Río Tunguska, destrozando todo en un radio de 32 kilómetros. El ganado, en fuga por el espantoso ruido, fue incinerado al ser alcanzado por la masa de aire en ignición, mientras que las tiendas de los tunguses, ubicadas a 60 km del lugar, volaron por el aire junto con sus caballos y posesiones. Los ciudadanos manifestaban haber visto una monstruosa nube en forma de hongo elevándose desde los bosques de Tunguska, creciendo firme en el aire quieto y recorrida por muchos colores. Una visión apocalíptica similar se observaría casi cuarenta años después... en Hiroshima.


Kulik sabía que había sido cierto. Poseía los registros de los barógrafos ingleses, que habían tomado nota de un súbito incremento de la presión atmosférica en el momento de la explosión. Tres observatorios meteorológicos ingleses habían registrado el hecho como un sismo, creyendo que observaban los remezones de un terremoto lejano.

Numerosas estaciones sismológicas de Europa y Asia registraron lo mismo, y durante muchos días los cielos nocturnos resplandecieron tanto que era posible leer en las noches sin luna. Las noches en Inglaterra y Bélgica se iluminaban con una brillante luz rosada, mientras que en Alemania era verdosa. La luminosidad del cielo nocturno confundió a los animales escoceses durante días: las ovejas y los pájaros se levantaban a medianoche, convencidos de que había amanecido. En las calles de Moscú los fotógrafos sacaban fotos nocturnas sin utilizar sus flashes de magnesio, y los ingleses jugaban partidos de golf a las 4 de la madrugada sin ningún tipo de iluminación artificial.

Los escombros suspendidos en la atmósfera provocaron una disminución en la transparencia atmosférica que fue debidamente registrada por el Observatorio Astrofísico Smithsoniano y el de Monte Wilson en Norteamérica. Este fenómeno persistió durante meses.

Sin embargo, increíblemente, la prensa rusa ni siquiera mencionó estos extraños hechos, y los científicos no lo relacionaron con el "cilindro de fuego" que había descendido sobre el bosque de Tunguska.


Impresionado por la coherencia de los testimonios y las numerosas pruebas físicas de una gran explosión aérea, Kulik regresó a Moscú e intentó convencer a la Academia Soviética de Ciencias de financiar otra expedición, que esta vez debía alcanzar el mismísimo punto del epicentro. Ante la previsible sordera de los funcionarios, el mineralólogo expuso los motivos de su interés: expresó que, en su opinión, el desastre de Tunguska había sido provocado por el impacto de un meteorito gigante o incluso de un pequeño asteroide. El razonamiento del científico fue: "Si sucedió una vez, puede volver a pasar... y acaso la próxima vez sea en una gran ciudad". La Academia comprendió que debían precaverse de la repetición de un acontecimiento semejante, y entregó a Kulik los fondos para una segunda expedición, que buscaría el sitio preciso del impacto en 1927. Como argumento final de su solicitud, dijo a los funcionarios que el meteorito seguramente estaría compuesto de hierro, que debía pesar miles de toneladas, y que el acero resultante podría recuperarse para ayudar a mejorar la alicaída industria siderúrgica soviética.


Cuando el grupo de Kulik alcanzó el epicentro en el verano de 1927, quedó perplejo al no encontrar señal alguna de un cráter, circunstancia imposible si la teoría del meteorito era cierta. No pudo encontrar ningún agujero en el suelo, a pesar de recorrer de punta a punta 50 kilómetros cuadrados de bosques derribados.


Así quedaron los bosques de Tunguska

Pero el sabio no se descorazonó: durante la siguiente década, organizó otras tres expediciones al sitio de la explosión, para buscar obsesiva pero infructuosamente el cráter central. En una de ellas, Kulik descubrió gozos una especie de pantano profundo, donde creyó haber resuelto el problema. Luego de la ímproba tarea de desecar toda el agua, descubrió en el fondo, con disgusto, numerosos tocones de árboles cortados, que demostraban que no se trataba de un cráter sino de una hondonada natural que se había llenado de agua,

En 1938, consiguió por primera vez que se le autorizara a hacer un reconocimiento aerofotográfico del lugar: las fotografías mostraron que los árboles habían sido quebrados en una gigantesca área y siguiendo el diseño de una mariposa, pero en efecto no había ningún cráter en el punto central. Por lo tanto, no se había tratado de un meteorito ni de un asteroide.

Esta fue la contribución de Kulik al misterio de Tunguska: como se ha dicho, cuando la invasión alemana de Rusia —la infame Operación Barbarroja— comenzó en 1941, el científico, de 58 años de edad, se presentó voluntario para ayudar a defender Moscú. Herido en acción, fue capturado por los nazis y murió poco después en un campo de prisioneros.


En 1958, 1961 y 1962 se enviaron tres nuevas expediciones a Tunguska, dirigidas esta vez por el geoquímico Kirill Florensky. Florensky utilizó un helicóptero para cartografiar minuciosamente toda el área, y luego se dedicó a estudiar el suelo. Lo que descubrió fue que el terreno estaba cubierto de una delgada capa de magnetita —un óxido ferromagnético— que sólo podía ser de origen extraterrestre, porque estaba mezclada con pequeñísimas esferas de vidrio producidas por la fusión de la roca al entrar en contacto con una temperatura inimaginablemente elevada.

Con enorme minuciosidad, Florensky midió la radiación del suelo de Tunguska, y, si bien la misma era elevada, muy bien puede ser atribuída al fallout, o "lluvia radiactiva", provocado por ensayos de armas nucleares en regiones lejanas de la URSS.


Las teorías acerca del origen de la vasta explosión han variado según las épocas y también de acuerdo a las convicciones de quien las enuncia.

Los niveles de níquel e iridio hallados en la tierra por Florensky abonaban la afirmación de Kulik acerca de que se había tratado de un meteorito o asteroide, ya que estos suelen ser ricos en esos metales. Desafortunadamente, toda la tierra siberiana es rica también en ellos, y las diferencias de concentración no eran lo suficientemente altas como para justificar su origen cósmico. Aparte, como se ha dicho, la falta de un cráter de impacto descarta totalmente esa explicación.

Sin embargo, sí puede haberse tratado de un meteorito o meteoroide que no llegara a impactar en la superficie, sino que hubiese estallado en millones de pequeños fragmentos en la atmósfera superior, provocando una onda expansiva a nivel del suelo que, en definitiva, sería la responsable de la destrucción observada. Aunque no hay prueba concreta de esto, se sabe que la desintegración de un meteorito de 10 metros de diámetro en la atmósfera produce una explosión de 20 kilotones, aproximadamente igual a la de la bomba de Hiroshima. Los observatorios de la Fuerza Aérea norteamericana detectan al menos una de estas explosiones por año... miles de veces más pequeñas que la que sucedió sobre Tunguska. Aquella no se encontraba en el rango de la decena de kilotones, sino en la de 30 o más megatones... y de allí para arriba. Un meteorito tal alcanza la Tierra con una frecuencia menor a uno cada tres siglos.

También se han postulado multitud de otras hipótesis que, al día de hoy, han sido rechazadas por la ciencia formal por imposible de probar o complicadas, de las cuales mencionaremos las siguientes.


El impacto de una nave extraterrestre u OVNI: esta teoría inválida se reprueba a sí misma por su propia naturaleza. El impacto de una nave lo suficientemente grande como para provocar tal destrucción hubiera necesariamente tenido que dejar miles de restos esparcidos, lo que de ninguna manera se verifica en Tunguska. No hay fragmentos metálicos, restos de polímeros, aleaciones ni combustible.

El experimento de Tesla: se dice que la explosión siberiana fue la consecuencia de un experimento de alta energía llevado a cabo por el físico serbio Nikola Tesla. No hay forma de que las cantidades de energía utilizadas por el investigador hayan sido capaces de provocar una explosión semejante.

Un agujero negro errante: si la Tierra hubiese colisionado con un pequeñísimo agujero negro, es completamente inexplicable por qué no se produjo una explosión equivalente en las antípodas, al salir el susodicho por el lado opuesto del planeta. Por otra parte, las ecuaciones de Stephen Hawking demuestran que un agujero negro lo suficientemente pequeño como para atravesar la Tierra sin tragársela se hubiese evaporado a sí mismo en el espacio, gracias a la radiación de Hawking, miles de años antes de alcanzar nuestro Sistema Solar.

Tormenta magnética: esta teoría tampoco se sostiene por sí misma. Las tormentas electromagnéticas, que en efecto han sido observadas muchas veces, sólo se producen en el seno de una explosión termonuclear mayor. Para producir una tormenta magnética que explicara la destrucción de Tunguska, se hubiese necesitado una bomba nuclear tan poderosa que hubiese arrasado media Rusia. Los efectos de la tormenta magnética hubiesen sido indetectables en medio de un país completamente devastado por varias bombas atómicas gigantescas.

Colisión de antimateria: según algunos, la Tierra chocó en 1908 con un pequeño trozo de antimateria. Esto es imposible, por la sencilla razón de que el mismo se hubiera aniquilado mucho antes en el espacio, al colisionar con las partículas de materia normal que flotan en el espacio exterior.


Entre tantos delirios y teorías seudocientíficas, dos astrónomos sugirieron en 1989 que la explosión de Tunguska pudo deber se a una bomba H natural. Las bombas de hidrógeno basan su funcionamiento en una descontrolada reacción de fusión nuclear que convierte átomos de hidrógeno en núcleos de helio.

Quienes propusieron esta teoría especulaban con que un cometa —que no un asteroide— compuesto principalmente de deuterio (un isótopo pesado del hidrógeno) pudo haber sufrido una transformación térmica y mecánica al ingresar en la atmósfera por causa de la fricción y la compresión, desatando de este modo la fusión.

Las reacciones de fusión nuclear dejan en el terreno una característica "firma" bajo la forma de concentraciones de carbono-14, que casualmente parece haber sido certificada por la expedición de Florensky. Sin embargo, los cálculos modernos muestran que la ínfima cantidad de carbono-14 presente en Tunguska hubiese sido el resultado de una fusión muy pequeña y poco energética, que de ningún modo justifica el grado de destrucción observado en la región.

Aunque la reacción de fusión natural no se condice con los hechos, sí hay una parte de esta teoría que parece tener sentido, y esto nos lleva de nuevo al tema del principio, a saber: ¿Puede haber impactado un cometa contra la Tierra?

Esta teoría, que por fin explica completamente los hechos, fue postulada por primera vez por el propio Florensky (aunque consta que tomó forma por primera vez en la mente de Kulik al cerciorarse de que no existía cráter de impacto) es la más probable, y muchos científicos pasados y modernos no han dudado en reputarla real y concreta.


Ya en la década de 1930, varios astrónomos occidentales habían compartido la visión de Kuli y Florensky en el sentido de que el causante del desastre había sido un cometa. El inglés F.J. Whipple teorizó que esa era la única forma en que un objeto de tal tamaño hubiese impactado contra el suelo sin producir un gigantesco cráter: un cometa, que se compone principalmente de hielo y polvo, se hubiera vaporizado por completo tras la colisión, no dejando prácticamente ninguna prueba física de su presencia. El polvo cometario, si esto es exacto, se dispersó en la atmósfera luego del choque, provocando los gloriosos "falsos amaneceres" rojos, verdes o blancos que se describieron por toda Europa. Para mejor, las zonas cercanas al río Tunguska se muestran riquísimas en polvo de origen cometario.

En 1978, el astrónomo eslovaco Ľubor Kresák puso manos a la obra para determinar cuál de todos los cometas conocidos pudo haberse estrellado en Tunguska: casualmente, el día anterior al 30 de junio de 1908 se había observado una inusual superabundancia de Táuridas... El cometa 2P/Encke se encontraba muy cerca de la Tierra. Fue observado y fotografiado, alejándose hacia su perihelio, al día siguiente, 1º de julio.


Pero el cometa Encke sigue llegando cada 3,3 años, lo que indica que, si chocó contra Siberia, no chocó todo él, sino solo un fragmento. No era la primera vez que el Encke se partía o perdía trozos: como hemos dicho arriba, hace entre 25.000 y 30.000 años que viene desintegrándose. A tal punto, que uno de sus fragmentos es el principal sospechoso del terrible impacto que sufrió todo el Creciente Fértil en épocas de la Edad de Bronce, unos 9.000 años atrás. En efecto, se sabe que un gran trozo del Encke aterrizó en Irak en aquellos tiempos, produciendo efectos similares a los de 1908 en Rusia.


El cometa 2P/Encke, fotografiado en su tránsito de 2002

Actualmente, el núcleo visible del Encke mide unos 3 kilómetros de diámetro, pero hay aún otras evidencias que apuntan a nuestro amigo como responsable del Evento Tunguska. Ningún astrónomo serio duda, hoy en día, de las causas de la explosión siberiana.


Una última reflexión acerca del impacto cometario: demos gracias a que ocurrió en 1908. Las consecuencias y mediciones realizadas por los sismógrafos son completamente indistinguibles de las producidas por una bomba nuclear. Si en vez de a principios de siglo el Encke hubiese arrojado uno de sus trozos contra Rusia en sus visitas, digamos, de 1957, 1961, 1964 o 1967, un simple razonamiento de sentido común indica que la Unión Soviética se hubiese creído atacada con armas nucleares... y en aquellos tiempos de Guerra Fría hubiese respondido con un ataque de represalia que hubiese devastado a Estados Unidos en escasos minutos.

El inocente cuerpo celeste estuvo muy cerca de precipitarnos a la Tercera Guerra Mundial.

Como haremos en futuros artículos referentes a los impactos asteroidales, conviene reflexionar acerca de la actitud que tomaremos para prevenir hechos similares en el futuro, para minimizar sus consecuencias y para intentar comprender mejor este complejo universo que estamos obligados a habitar.


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