LA CARGA

Sue Giacoman Vargas

México

—¡Qué desastre!—sentenció el Supervisor General Kurev Danma.

Lo exasperó ver el carguero destrozado, flotando a la deriva. El askalena líquido se deslizaba suavemente al vacío, dejando un camino multicolor que marcaba su trayectoria.

Otras naves llegaban para ponerle remedio, recoger los restos desperdigados y recuperar la sustancia.

Kurev estudió el casco destrozado en el centro. El emblema, antes legible desde mucha distancia, era un rompecabezas indescifrable.

Miró con dureza a Lusio, el Vigía-9 de turno. Calculó que tendría poco más de veintitrés vueltas, así que de seguro era su primer trabajo. El joven se mordió el labio.

—Diga de una vez qué pasó —ordenó Kurev.

—Bueno. —Lusio se aclaró la garganta antes de seguir con voz temblorosa—. Yo estaba aquí, igual que siempre, vigilando el tráfico espacial del sector, y entonces vi el carguero. La velocidad que registraba me pareció más lenta de lo habitual. Intenté comunicarme varias veces con la mente de la nave, pero no obtuve respuesta. Me levanté un instante para pedir un refrigerio a la proporcionadora. ¡Le juro que tardé un minuto! Y entonces sonó la alarma. Las lecturas del carguero indicaban que algo terrible le había sucedido. Entonces noté la presencia de un caza de origen mazutense en el sector. Lo mandé capturar de inmediato. Al piloto lo hemos encerrado y el vehículo está en el hangar. Se lo mostraré.

El joven subvocalizó una orden y el pequeño caza se desplegó ante sus ojos. Kurev lo analizó con cuidado. Observó los dos cañones de bajo poder en los flancos, y la cabina de pilotaje justo en el centro.

—¿Identificaron ya al mazutense?

—Sí. Su nombre es Vulgho...ronok...

—Vulghoronoksavait.—Lusio lo miró con la boca abierta—. Ese tipo tiene historial criminal —terminó Kurev, como contestando a la pregunta no realizada.

—La mente maestra no arrojó ningún dato...

—Bueno, dentro del Imperio no es más que un extranjero. Pero afuera es muy famoso, de buena y mala manera. —Kurev se acarició el mentón—. Llévame con él ahora mismo.


Vulgho yacía en un camastro mientras miraba el techo con somnolencia. Se había quitado el traje espacial, por lo que su piel escamosa y brillante estaba expuesta debajo del protector térmico translúcido. Se podría decir que estaba desnudo, pero los mazutenses no acostumbraban vestirse, sólo lo hacían por no molestar a otras culturas. Pero aunque no fuese así, pensó Kurev, seguro a Vulgho le hubiera importado un liko estar en pelotas. Era un korga despreocupado y cínico.

El mazutense cabeceó al verlo llegar.

—Vulgho, "el cien vidas", adornando una cárcel zargonesa. ¿En qué estás metido esta vez, ekroroga de mazut? —le dijo Kurev con sorna.

—¡Kurev, misereveitedac! Yo no hice nada —contestó Vulgho, hablando el idioma con acento extraño. Las palabras salían de su boca de reptil con mucha rapidez. Dobló una de sus piernas y cruzó la otra encima—. Mira, estimado veremeridicté, fue mala suerte... Lugar y tiempo equivocado.

Kurev se sentó y cruzó los brazos sin retirarle la vista al recluso.

—Bueno, dime ¿qué pasó?

—Yo no hice nada.

Kurev lo miró con desconfianza.

—Vamos, Vulgho, te conozco de sobra.

—Yetervishidamaidocov... —murmuró Vulgho y la línea negra que dividía sus ojos amarillos se adelgazó—. ¿Qué voy a saber yo? La nave ya estaba hecha virimericios cuando llegué al sector. ¿No pensarás que soy tan imbécil como para atacar uno de sus cargueros? ¡Y menos uno con una V-5032 en el casco! ¡Sería un suicidio!

Kurev recapacitó un instante.

—Tranquilo, te creo.

Vulgho se incorporó.

—¿Qué...? Entonces... ¿no piensas que yo lo hice?

—¿Con esa chatarra a la que llamas nave? ¡Por favor! Los cañones de tu caza no podrían rasguñar el casco, menos aún partirlo en dos.

—¡Pues díselo al idiota de tu subalterno! Aclarado el asunto supongo que puedo irme...

—No hay nada que quisiera más. Pero, Vulgho, tú eres mi único testigo. No puedo dejarte ir.

—Yo no soy testigo de nada.

—Ah, ¿no? ¿Y cómo supiste el nombre del carguero? La destrucción hizo ilegibles los rótulos.

—Conozco sus naves, pasan por aquí todo el tiempo.

—Esta no. Era su primera travesía.

Vulgho se quedó en silencio un par de segundos, pensativo.

—De acuerdo, sí. Yo vi como se partió en dos... ¡Pero no soy responsable, lo juro!

—Tranquilízate, Vulgho. Sólo trata de describirme lo que viste. Es lo único que quiero.

El mazutense abrió un poco sus escamas y exhaló vapor que se condensó contra el protector térmico. Sus ojos amarillos de pupilas delgadas y negras se clavaron en el suelo.

—No estaba muy cerca y pasó muy rápido. Antes me había llamado la atención la lentitud con la que avanzaba. Por un momento creí incluso que iba a la deriva. Entonces sucedió... de alguna manera se agrietó, se rompió en pedazos. En un momento estaba entero y al siguiente —Vulgho hizo una seña con sus manos, acompañando la explicación.      

—¿No viste algo extraño? ¿Algo que pudiera habérsele escapado a los aparatos?

—El espacio estaba desierto... y... es todo lo que sé. ¿Me dejarás ir ahora?

—No.

—¿No? Pero... ¡Soy inocente!      

—Lo eres, sí, mas alguien tiene que pagar el itrium roto...

—¡Oye! ¿Serías capaz...?

—Se me ocurre que tal vez tú lo planeaste todo para robar la mercancía. Saboteaste la nave de alguna manera y esperabas hacerte del botín con ayuda de cómplices a los que no pudimos atrapar...

—Aaaaarg —gruñó Vulgho y su ágil lengua de reptil declamó un montón de palabras incomprensibles para Kurev—. ¿Qué quieres de mí?

—Conoces muy bien este sector. Tengo entendido que es tu "área de trabajo". Yo tengo que descubrir qué pasó con ese carguero, ¿captas la idea?

—¡Repugnante korga oshiverectemisdamurk...!

Kurev sonrió con malicia y presionó con cuidado el comunicador implantado en el lóbulo mientras Vulgho seguía con su pequeña rabieta.

—Prepara un vehículo de reconocimiento, dos robots navegantes y una gargantilla para el prisionero —le ordenó a Lusio.


La nave de reconocimiento era pequeña. Un modelo viejo, pensó Kurev, ya que no poseía simulador de gravedad. Los robots, Vulgho y él se mantenían sujetos a las paredes, con el fin de ocupar el menor lugar posible mientras el piloto guiaba la nave.

Vulgho se tocó con cuidado la protuberancia en su cuello que hacía que sus escamas se curvaran un poco. Cualquiera diría que era parte de su esqueleto, a no ser por el botón en la nuca que mantenía su carne abierta y sujeta al aparato.

—Ya te dije que no lo toques —dijo Kurev y meneó la cabeza con reprobación—, terminarás haciendo que te explote encima.

—Maldito sádico ¿por qué tenías que ponérmela? Me da comezón.

—¿Y arriesgarme a una de tus jugarretas?

—¡Ah! ¡Cuánto rencor! Eran sólo unas cuantas toneladas de legumbres, ¿quién las va a extrañar?

—Te robaste el cargamento vitamínico de Zargon-3.

—Si la memoria no me falla, tú mismo me autorizaste.

—¡Porque te hiciste pasar por aduanero, hijo de korga! —explotó Kurev. Luego se aclaró la garganta, intentando recobrar la compostura.

—No lloriquees, zargonés, supiste tapar bien el hoyo. ¿Qué redactaste en la versión oficial?

Una descarga en el cuello le impidió seguir. Vulgho manoteó y se torció con los ojos cerrados, mientras sentía que la médula le temblaba. Luego percibió sus músculos molidos. A punto de la inconsciencia la tortura cesó. El mazutense respiró hondo sin levantar la cabeza.

—No me fastidies —dijo Kurev.

Vulgho alcanzó a ver el dedo pulgar de su carcelero alejándose lentamente del botón rojo del remoto.


Kurev y Vulgho dejaron la nave de reconocimiento junto a los robots unidos a sus espaldas. Encendieron sus pequeños motores de impulso y los robots extendieron sus múltiples brazos para guiarse entre los restos flotantes.

El área había sido asegurada con visores y los vehículos se encargaban de la recolección de escombros.

Kurev ordenó a los robots que los llevaran hasta la parte media del carguero, donde éste se había partido en dos.

—¿Qué transportaba? —preguntó Vulgho desde el comunicador del traje, con la vista clavada en las sustancias multicolores que dibujaban un río espacial amorfo y cambiante.

—Askalena, entre otras cosas.

—¿La droga de la eterna juventud?

—Conque así le dicen fuera del Imperio.

—¿Se te ocurre un apodo mejor?

—El askalena no nos mantiene jóvenes, sino esclavizados. El retiro de la droga de nuestros organismos nos causa una muerte segura después de una vuelta, tras un deterioro acelerado del cuerpo.

—Pero les funciona mientras tanto, ¿no? Tengo entendido que magnifica sus capacidades físicas y mentales. Yo soy adicto a un montón de porquerías que no mejoran ni la digestión.

Llegaron al sitio. Parecía increíble que un casco de dos metros de grosor pudiera ser rasgado así. Ningún circuito quemado, ningún objeto carbonizado, víctima de un incendio fuera de control, nada.

Unas extrañas manchas, semejantes a moho impregnaban el interior de la nave, y se condensaban en los sitios donde se había dado la rotura.

—No puede ser —susurró Vulgho.

—¿Sabes lo que es?

—Sí... es decir, no estoy seguro.

—Mandaré analizarlo.

Kurev tomó un recipiente de su cinturón y recolectó una muestra.

—¿Cuántas áreas de carga tenía el V-5032? —preguntó Vulgho.

—Nueve. Dos están a la vista. Aún no se revisan las otras. —En ese instante, Kurev recibió una llamada de Lusio.

—Estamos listos para remolcar los restos. El V-5013 está por llegar.

Vulgho sacudió la cabeza negativamente.

—Aún no —dijo Kurev al ver el gesto del mazutense—. Espera mi orden.

Los cortes transversales mostraban las diferentes secciones de la nave, como si fuera el juguete desarmable de un gigante. Los robots recogían en ese instante los cadáveres de los tripulantes, guardados aún en sus cápsulas de hibernación. Kurev sintió un escalofrío. En todas partes encontraban pequeños asentamientos del moho.      

—¿Y la mente de la nave qué dice? —preguntó Vulgho.

—Nada. Parece ser que falló mucho antes de que el carguero se destrozara. La tripulación murió por su culpa. Los sistemas colapsaron y dejaron de suministrarle oxígeno a las cápsulas.

Siguieron investigando. Una de las paredes del área de carga ostentaba un extraño y enorme agujero. Se acercaron. Kurev observó que el askalena había manchado el suelo.

—Esto significa que había gravedad —dijo Vulgho—, los sistemas estaban en orden cuando el askalena se derramó.

Kurev asintió.

El líquido se desprendía a gotas y flotaba alrededor. Un par de contenedores abiertos y vacíos les pasaron cerca, antes de que los robots recolectores se apresuraran por ellos y se los llevaran hasta la malla donde eran apilados. Había corrosión y desgaste en la mayoría de los contenedores, así como pequeñas cantidades de moho. Kurev también notó dos incisiones, como de pinzas.


Dentro de la nave de reconocimiento, Kurev puso a analizar el moho y ordenó que un grupo de visores preprogramados penetraran las secciones posteriores del carguero, donde se guardaba la mayor parte de la mercancía.

Vulgho, mientras tanto, parecía ansioso. Se impulsaba de un lado a otro de la cabina como si imitara con esto la acción de caminar en círculos.

—Deja de moverte, korga insufrible.

—Misereveitedac, preferiría estar allá afuera a la deriva.

—Desconocía que fueras claustrofóbico.

—No lo soy.

Los visores ingresaron en las áreas de carga y Kurev se concentró en los hologramas proyectados. El askalena fungía como una densa niebla multicolor que entorpecía la visión. La transmisión comenzó a fallar, hasta que se esfumó sin previo aviso.

—El área seis —dijo Kurev.

Vulgho cruzó los brazos, visiblemente más nervioso que antes, titubeó, abrió la boca y su lengua bífida asomó, lamiéndose los labios escamosos. En ese instante la mente de la nave anunció que el análisis de la muestra estaba listo. Kurev lo leyó en voz alta, con rapidez, saltándose algunos pedazos.

—Es un organismo dimórfico; heterótrofo... Se alimenta a través de la absorción; el componente principal de sus paredes celulares es la quitina... El talo es filamentoso, está constituido por hifas, éstas presentan crecimiento apical integrando en conjunto un micelio...

Vulgho miró la lectura.

—A mí me parece un hongo bastante común.

—Primero, el V-5032 nunca estuvo en un medio orgánico. Segundo; tenemos procedimientos asépticos muy cuidadosos. Y el área de carga es sometida a descontaminación todo el tiempo. Este hongo puede parecer común, pero su presencia es extraordinaria.

—El hecho de que la nave no haya estado nunca en un medio orgánico no hace imposible la existencia de esa cosa. Están las moléculas espaciales transportadas por los vientos radioactivos.

Kurev lo miró con los ojos muy abiertos.

—Para eso la carga tendría que haber sido expuesta al espacio.

—En Boca de Blac pasa a cada rato. Intercambian mercancía antes de llegar, o después de dejar la estación.

—¿Y por qué habrían...?

Vulgho aguzó la mirada y Kurev encontró la respuesta él mismo. Se sintió ingenuo.

—Negociaciones clandestinas.

—Sin retenes, cateos, multas y todas esas porquerías del comercio legal. Seguro notaste las grietas que tenían los contenedores. Esas marcas son provocadas por los robots. No están hechos para esa tarea pero los capitanes de los navíos los usan igual. Por eso se maltratan.

Kurev apretó la quijada. Era una lástima que la tripulación estuviera muerta, de lo contrario los mandaría juzgar por traición y los mataría a todos. Volvió su atención al moho y agregó:

—Las moléculas espaciales difícilmente pueden presumirse con vida. Están a millones de vueltas de evolución de una simple célula, y lo que tenemos aquí es un hongo.

—El askalena estaba a un paso. Bastaba con que un contenedor tuviese una pequeña fisura. Dentro encontraría los nutrientes y la humedad necesaria para sobrevivir y desarrollarse.

—Ahora resulta que eres astrobiólogo y que puedes predecir la reacción que tendría la molécula expuesta al askalena.

—No necesito predecir nada, humano inepto, es un simple ejercicio de lógica.

—¡Estás diciendo tonterías!

Kurev se mordió el labio mientras su mente hacía conjeturas oscuras. Volvió su vista hacia las mitades del carguero.

—Mejor manda destruir esa chatarra —dijo Vulgho—, no sabemos qué tan lejos pudo llegar el organismo...

—¡Cállate! ¡Es sólo moho!

—No seas imbécil. ¿El moho partió el navío en dos y provocó la falla del sistema? Hay algo más grande y más peligroso metido en el área de carga, hartándose de askalena.

—Ese carguero y lo que contiene vale millones de números para el Imperio. No pienso sacrificarlo a la ligera.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Viste lo que le pasó a los visores que mandaste? No entiendes a lo que te enfrentas...

—Nada es inmortal en el universo. Sólo hay que entrar y destruir ese... lo que sea que se haya creado a expensas de nuestra bioingeniería.

—Ajá, ¿y quién lo va a hacer? ¿Tú?

—No —La mirada de Kurev se tornó siniestra—. Tú.


—Traidor, malnacido, oshiverectemisdamurk... me vengaré por esto...

—Ya, Vulgho. ¿No te llaman el cien vidas? Tendrás una anécdota más que contar en las tabernas de Boca de Blac. Si todo sale bien, claro.

Kurev le dio dos esqetas de alto poder, un desintegrador y un casco de guerrero.

—Reza para que no salga con vida —gruño el mazutense.

Kurev se rió a pulmón.

—Soy zargonés, Vulgho. Yo no rezo.

Le dio un par de palmadas en el pecho, donde el traje había sido reforzado con un peto de defensa. El robot navegante se asió a la espalda de Vulgho y Kurev lo arrojó al espacio a empujones.

Un poco más resignado, el mazutense preparó su mente para lo que encontraría en las ruinas. Aún se consideraba capaz de enfrentar desafíos, pero sabía que su cuerpo ya no era el de antes. Sus escamas estaban viejas, cuarteadas. Por primera vez sopesó la idea de que tal vez ésta sería la última aventura; que encontraría la muerte en los restos de ese carguero.

Maldijo por lo bajo. No era el final que merecía un guerrero como él.

—Relájate —escuchó a Kurev por el comunicador del traje—. Tus signos vitales están al tope.

—¡Y cómo quieres que estén korga imbécil!

—Vamos, eres una leyenda viviente. ¿No te enfrentaste una vez a todo un escuadrón zargonés? Esto no puede ser peor. Además, estás armado con lo mejor que el Imperio tiene. Observa a tu alrededor.

Vulgho obedeció. Siete robots de combate lo acompañaban.

—Toda la galaxia sabe que tus droides son una mierda.

—Pues más te convendría no creerlo, mazutense. En gran medida tu vida dependerá de las máquinas que desprecias. Y no tengo que recordarte que aún traes la gargantilla ¿verdad? Si intentas cualquier cosa...

—¿Y qué podría hacer en esta situación?

El mazutense exhaló mientras el robot lo transportaba lentamente hacia la parte trasera del carguero. Sintió algo de frío, pero no supo si era su nerviosismo o el traje térmico que fallaba.

Uno de los robots se apresuró a abrir la primera puerta. Lo hizo con cuidado de no forzarla. Cuando estuvieron adentro, el robot volvió a cerrarla.

Nadie desea que la criatura escape, pensó. En el peor de los casos, si su incursión era desafortunada, se mandaría destruir lo que quedara. A Vulgho no le cabía duda de que era víctima de una venganza, a la que Kurev deseaba sacarle algún provecho.

Avanzó a través de las áreas de carga repletas de escombros flotantes. En la penumbra, el casco lo proveyó de visión infrarroja, proyectando información sobre el sitio. Por momentos se sentía en un mar hecho de askalena. Un paraíso para un organismo en evolución. Se lamió las escamas: señal de que estaba nervioso. Pasó del área tres a la cuatro sin sobresaltos.

En el área cinco encontró los mismos escombros, pero muy poco askalena flotando, tan sólo unos charcos amorfos en las esquinas y algunas gotas dispersas.

—Parece que se dio un banquete —escuchó decir a Kurev.

Vulgho tomó con fuerza el desintegrador y apretó las esqetas contra los puños.

Mientras el robot hacía lo necesario para abrir la compuerta, Vulgho ordenó un plano del área seis y se concentró en memorizarlo. Observó que al fondo había dos puertas más, la del lado derecho era un acceso para cargar mercancía, así que era más grande, y daba hacia la cola de la nave. La segunda del lado izquierdo conducía al hangar, donde había montacargas, maquinaria de desembarco y pequeños vehículos espaciales para traslados cortos. A medida que pasaba el tiempo, notó que perdía comunicación con el exterior. Los diagramas desaparecieron poco a poco. Escuchó que Kurev deseaba decirle algo, pero la estática lo ensordecía.

Sólo esto faltaba. Apagó los aparatos. La puerta del área seis lo esperaba.

Tras un leve titubeo, entró.

Como antes, apenas los otros droides pasaron el umbral, la puerta fue sellada.

Los mazutenses eran famosos por su sentido de orientación, y su capacidad para "oler" el peligro. Vulgho percibió un hedor insoportable que lo atacaba con fuerza, causándole escalofríos constantes.

Intentó mantener la mente despejada. Los robots se separaron, asegurando un perímetro. Todo parecía inerte, tranquilo. Vulgho sintió un tacto en la espalda. Viró despacio y por primera vez, logró distinguir la presencia del musgo adherido a la pared y al techo, que de pronto comenzó a moverse, hasta que se transformó en una masa amorfa y oscura que los enfrentaba.

—Así que en esto se transforma una molécula espacial alimentada con askalena —murmuró Vulgho y tragó el equivalente a saliva.

La criatura, aunque distinta a todo lo que había visto, le recordó un animal de su planeta natal. Decidió deshacerse de las esqetas; presentía que los disparos no le servirían de nada. El musgo flotante fue juntándose, rodeando a los robots. Cuando los tuvo aprisionados, les escupió una sustancia extraña, viscosa. Observó que las armaduras de los droides se derretían al contacto, poco a poco, como grasa expuesta al calor. Los robots dispararon en todas direcciones.

Vulgho tuvo que huir del fuego "amigo", un disparo impactó delante de él y otro más encima de su cabeza. Para colmo, los embates de los robots eran inútiles; la criatura cambiaba de forma rápida y constantemente; si algún disparo le alcanzaba, el hueco se reconstruía al momento.

Mientras los droides luchaban, Vulgho se impulsó al otro extremo, donde se hallaba la salida al hangar. Una parte de la criatura le cerró el paso y le escupió la misma sustancia con la que había atacado a los droides. Vulgho dio una voltereta y disparó el desintegrador hasta que la solución quedó hecha rocío y cayó en su casco. Al momento, éste comenzó a romperse. No lo pensó dos veces. Esperaba que hubiera oxígeno, pero no quería arriesgarse a respirar en ese ambiente. Cerró sus escamas, como si estuviera sumergido en agua, se quitó el casco y lo lanzó contra los droides. La criatura siguió el recorrido del objeto, antes de que fuera destruido por los disparos de los robots. La armadura de éstos ya no existía.

Vulgho abrió la puerta del hangar, sintió que algo se le pegaba a la nuca, y un ardor espantoso lo invadió, quemándole las escamas. Un pedazo de la criatura se le había adherido al cuello.

—¡Oshiverectemisdamurk, no irás conmigo!

Entre forcejeos percibió con pánico que su enemigo encontraba el agujero dejado por el circuito de la gargantilla, la pequeña rendija que conducía al interior de su cuerpo. Con los segundos en contra y los robots dando señales de colapso, Vulgho corrió hacia el hangar, aguantando el suplicio que le recorría la médula. Apenas logró cerrar la puerta tras él, la criatura se le introdujo de lleno. Gritó desesperado e impotente, sacudiéndose de un lado a otro. Con las manos tensas intentó tocarse la nuca. Algo luchaba por salir: ¡la gargantilla!


Ilustración: Jorge Omar Rodríguez

La gargantilla fue expulsada de su cuerpo. Tuvo un par de convulsiones, mientras su carne se abría, se liberaba del metal, y se cerraba de nuevo. Unos segundos después vio la gargantilla pasar frente a él, manchada aún con coágulos de sangre. En ese instante la explosión de los robots sacudió las ruinas, y la onda de choque lo lanzó contra las paredes, lastimándolo gravemente.

Flotó a la deriva, agotado y dolorido. Le pareció que tenía algunos huesos rotos, y era incapaz de moverse. Sus escamas se abrían y cerraban, al ritmo de los latidos de su corazón. Se sentía al borde de la muerte...

Lo reanimó un latigazo, que nacía y se esparcía por todo su ser. Se tensó, con la espalda arqueada, un grito de horror le lijó la garganta.

Conocía ese dolor.

La piel comenzó a desprendérsele a pedazos, y en su lugar, una nueva capa de escamas fue reconstruyéndose. Los mazutenses mudaban de piel tres veces en su vida, y Vulgho ya había agotado sus posibilidades de rejuvenecimiento. Lo que estaba pasando estaba fuera de lugar.

Pero eso no era todo.

Sorprendido, percibió que algo similar le sucedía en el resto del cuerpo. Sintió que sus huesos destrozados se recuperaban, y las extremidades se le llenaban. Cuando todo hubo terminado, permaneció quieto, con los ojos abiertos, disfrutando cómo incluso su visión había mejorado.

—Hola —dijo algo en su interior.

—Hola —respondió él con el pensamiento.

Su espalda tocó contra una de las naves. La miró un segundo y se lamió los labios.


Kurev Danma estaba satisfecho. La pérdida de mercancía se había reducido al mínimo.

Del área seis no había quedado nada tras el estallido, y el lugar fue declarado seguro luego de ser descontaminado.

En ese instante remolcaban las ruinas del carguero y la nave sustituta estaba lista para zarpar.

—La búsqueda ha sido por completo infructuosa, señor. El cadáver del mazutense no está. La mente de la nave determinó total desintegración —dijo Lusio desde el comunicador.

—Está bien, Vigía-9, lo veo en un momento.

Kurev se quitó el comunicador de la oreja con un sabor agridulce en la boca.

—Cien vidas —murmuró para sí.



Sue Giacoman Vargas nació el 22 de julio de 1977, vive en Torreón, Coahuila, México. Es diseñadora grafica, aunque también se dedica a la ilustración y a las artes plásticas. Ha participado activamente en el Taller 7, demostrando una creciente capacidad de observación y una firme voluntad para analizar conceptualmente las ficciones y corregir los errores. Este es el primer cuento que publica.


Axxón 166 - septiembre de 2006
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Especies: México: Mexicana).