ÁNGELA

Antonio Bellomi

Italia

Día primero - Domingo


—No oigo a Ángela —dijo Bruno mientras ayudaba a Silvia, su esposa, a ordenar por enésima vez la biblioteca, repleta de libros y discos compactos. Era raro que Ángela estuviera tan extraordinariamente callada. Solía ser el pequeño volcán de la casa.

—Está mirando la televisión. Hay un nuevo programa sobre animales. Escenas de circo, creo.

Bruno fue a espiar en el cuarto de su hija. Ángela estaba sentada en el suelo, cruzada de piernas, y mantenía los ojos clavados sobre la pantalla donde, en una jaula de hierro, un domador armado con su látigo dominaba a un león.

—¿No piensas salir a jugar, Ángela? Es un espléndido día de sol.

Ángela no despegó los ojos de la pantalla.

—No, papi. Prefiero mirar la televisión.

Bruno agitó la cabeza. Demasiada televisión. Observó la pantalla. No le gustó la forma en que el domador blandía el látigo sobre el pobre león. Deberían prohibir ciertos espectáculos poco educativos.

Regresó a la sala.

—¿No crees que deberíamos limitarle la televisión a Ángela? —preguntó a su mujer—. Haría mejor yéndose a jugar afuera. Una niña de cinco años no debería pasarse el día pegada a la televisión. Sobre todo frente a ciertos programas.

Silvia se secó el sudor del rostro con la manga.

—Si te arriesgas... no tengo ganas de soportar llantos y caprichos.

—Y entonces dejemos que haga su voluntad —refunfuñó Bruno.

Esa noche, en la mesa, Ángela parecía adormilada. Tenía la mirada ausente.

—¿Algo anda mal? —preguntó su madre.

—No, nada —respondió Ángela—. No tengo ganas de comer.

Dejó por la mitad lo que tenía en el plato y escapó a su cuarto.

—De nuevo la televisión —exclamó Bruno—. Ya es suficiente.

Se levantó y fue al cuarto de Ángela. Pero Ángela no estaba mirando la televisión. Yacía vestida sobre la cama, mirando insistentemente el techo. Sus ojos tenían una fijeza preocupante.

Bruno se sentó a su lado. —¿Qué le pasa a mi ángel rubio? —le preguntó acariciándole el pelo.

Ángela no respondió. Rechazó la mano y siguió mirando el techo. Bruno suspiró. Al rato se levantó y salió del cuarto. Si no tuviera seis años pensaría que está enamorada, se dijo. ¿Quién entiende a los niños de hoy?


Día segundo - Lunes


Silvia vio llegar a Ángela por el sendero de casa, seguida por otras dos niñas de su edad. Las conocía de vista porque eran compañeras de Ángela en el colegio.

Por lo menos no está sola, pensó aliviada. Es preferible jugar con las muñecas que ver siempre la televisión.

Ángela entró seguida por sus amigas y se dirigió directamente a su cuarto.

—Buenos días, señora —la saludaron a coro ambas niñas. También eran rubias y delgadas como Ángela. Dos ángeles rubios, pensó Silvia con ternura. Muy bien educadas.

—Les prepararé helado, chicas —dijo Silvia. Pero las tres niñas ya habían desaparecido en el cuarto de Ángela.

Al entrar con los helados, Silvia esperaba ver a las niñas ocupadas en algún juego; sin embargo las tres estaban sentadas en el suelo con las piernas cruzadas y los ojos fijos en la televisión.

—¡Helado, chicas! —anunció Silvia.

Ángela ni siquiera volvió la cabeza. —Gracias, mamá.

—Gracias, señora —contestaron Vanessa y Pamela a coro. Ahora sí recordaba sus nombres.

El domador de la pantalla parecía más salvaje que nunca y maltrataba al pobre león, quien se quedaba quieto, muy quieto. Tal vez lo habían atiborrado de sedantes.

Pero qué programas hacen para los niños..., pensó Silvia indignada. No se puede maltratar así a los animales. No, la televisión ya no es educativa, si es que alguna vez lo fue. Esta noche hablaré con Ángela y le prohibiré mirar la tele.

—¿Por qué no van a jugar afuera? —propuso tímidamente. Pero como ninguna de las tres respondió, se encogió de hombros y salió. Sí, era momento de echarle un buen discurso a su hija.


Día tercero - Martes


En esta oportunidad, junto con Vanessa y Pamela también llegaron dos chicos, Riky y Diego. Entraron en la casa como un pelotón de marines y apuntaron directamente hacia el cuarto de Ángela.

—Buenos días, señora.

Eh, no, se dijo Silvia. Es demasiado. Esta casa parece haberse convertido en un cine público. Marchó con paso decidido hacia el cuarto de Ángela, pero cuando estaba delante de la puerta dudó. Quizás no fuera momento de montar una escena delante de todos.

Por los sonidos que venían del cuarto era evidente que la televisión estaba encendida y que los chicos miraban el típico programa de la tarde, el del domador con el león. ¿Es que no se cansaban de verlo?

Regresó a la cocina más decidida que nunca a hablar con Ángela. La tarde anterior no pudo hacerlo porque había tenido una emergencia con el lavarropas automático, que arrojaba agua por todas partes, pero esta noche lo hablarían... oh, lo habrían hecho, si Bruno le hubiese echado una mano en lugar de refugiarse tras el suplemento deportivo. Sólo actuaba de la boca para fuera, pensó ella. Como todos los maridos.


Día cuarto - Miércoles


Ángela apareció en el sendero, seguida por cuatro niñas y tres niños, y cuatro de ellos seguían siendo Vanessa, Pamela, Riky y Diego. Todos tenían semblantes muy serios, y cuando entraron en la casa apenas la saludaron, antes de meterse en el cuarto de Ángela.

Silvia suspiró. ¿Por qué no se había atrevido a hablar con Ángela la tarde anterior? Pensó que quizá hubiese podido sabotear el televisor. Sí, se dijo sonriendo, podría haberlo hecho. Habría bastado con desconectar algún cable interno mientras Ángela estaba en la escuela; al retornar, su hija habría encontrado la televisión inservible. Tal vez de esa manera se hubiese evitado los llantos.

Más calmada, preparó helado para todos. Afortunadamente había hecho las compras, porque la tribu parecía aumentar día tras día.

Cuando entró en el cuarto de Ángela vio que todos los niños se habían sentado en el suelo y miraban la televisión con expresión intensa, sin desviar un segundo la mirada de la pantalla. Ninguno hablaba. Era una atmósfera surrealista. ¿Dónde estaban los gritos desenfrenados, el caos y la confusión que formaban parte del comportamiento de una banda de enérgicos angelitos?

—Los helados —dijo Silvia, pero nadie le prestó atención y volvió a la cocina con el postre. Se pasó una mano por la frente. No, no era posible. Estaba soñando. Los muchachos estaban hipnotizados por esa pantalla. ¡Incluso habían rechazado el helado!

Era inquietante. Adictos a la televisión. Y por ese domador... deberían prohibir ciertos programas.

De repente, del cuarto de Ángela surgió un grito colectivo, y un momento después los ocho niños salían al corredor.

—Adiós, Ángela, nos vemos mañana en la escuela.

—Adiós, adiós, adiós...

Silvia los escuchó salir tranquilamente. Consultó el reloj y descubrió que era más temprano que de costumbre. Ángela entró en la cocina con una extraña expresión en el rostro. —¿Todavía hay helado? —preguntó con una sonrisa.

Silvia lo sirvió sobre la mesa.

—Aquí tienes —miraba a su hija con curiosidad—. ¿El programa ya terminó? —Quizá esta vez pudiese decirle lo que había estado postergando durante tanto tiempo.

—Lo han interrumpido —respondió Ángela. Y hundió la cuchara en el tazón de helado de chocolate—. Está rico —dijo, alzando sus ojos azules hacia su madre.

Silvia se armó de valor.

—Escucha, Ángela, me parece que miras demasiada televisión. Y ese programa del domador... —dudó mientras buscaba las palabras—. No me agrada la forma en que trata a los animales. No deberían permitir ciertas cosas.

Ángela alzó la mirada hacia ella.

—Tienes razón, mami, ese domador realmente era... —se interrumpió para buscar la palabra correcta, pero no tuvo éxito y simplemente dijo—: era malo. Merecía ser castigado.

Silvia soltó un suspiro de alivio. Ahora se sentía más tranquila. Había sido muy simple.

—Ángela, prométeme que no volverás a mirar ese programa, es un programa... malo.

Ángela la miró por sobre el helado. Una llamativa mancha de cacao le adornaba la barbilla. Agitó su cabecita rubia.

—No te preocupes, mamá, ya no me interesa. —Se levantó y corrió hacia la puerta—. Me voy a jugar.


Esa tarde Bruno volvió antes de lo acostumbrado. Corría por el sendero de entrada con un periódico en la mano.

—Silvia, lee esto —dijo sin aliento, extendiendo el periódico vespertino.

Había un titular en primera plana.


DOMADOR DESCUARTIZADO POR LEÓN


—Incomprensible agresión de un león. El animal era considerado manso e inofensivo —leyó Silvia. Alzó sus espantados ojos hacia su marido—. ¿Se trata del programa que siempre mira Ángela?


Ilustración: Fraga

Bruno asintió.

—Sí, interrumpieron la transmisión enseguida, pero los espectadores alcanzaron a ver que el león se abalanzaba sobre el domador.

Silvia asintió.

—Es horrible. Y los niños han visto todo...

Sin embargo, pensó, lo extraño es que cuando los niños salieron del cuarto de Ángela parecían muy tranquilos y relajados. Quizá la escena del ataque se había interrumpido al primer salto del león, antes que atacara a muerte al domador. Se estremeció. Si los niños hubiesen visto toda esa sangre... ciertas monstruosidades no eran para ellos.


Día quinto - Jueves


Silvia miraba por la ventana. Gracias a Dios, Ángela parecía haber olvidado la televisión. Hoy había estado jugando fuera, en el jardín, con Vanessa, Pamela, Riky, Diego y los demás, sus compañeros de colegio. ¿Pero adónde se habían ido? Antes escuchaba sus gritos de alegría. Ahora estaban muy silenciosos.

Entonces los vio. Formados en línea, se apoyaban sobre la cerca que separaba su jardín del vecino, observando en silencio y con intensidad al viejo Jarak, un borrachín al que todos evitaban porque apestaba siempre a vino y tenía fama de violento.

En ese momento el viejo Jarak tenía en sus manos un bastón nudoso, con el que golpeaba salvajemente a su pitbull encadenado. El perro gruñía con furia y tensaba la cadena, pero el viejo se mantenía a distancia segura. Algunos decían que los pitbull eran más mansos que sus dueños...

Los niños tenían los ojos fijos en la escena. En silencio, tan concentrados como cuando miraban al domador de la televisión. Había algo en ellos que hizo estremecer a Silvia.

Entonces se oyó el chasquido seco de la cadena al romperse.


Traducción del italiano: Fabio Ferreras. Título original: "Angela"


Antonio Bellomi nació en Milán en 1945. A partir de 1962, cuando se publicó su cuento "Un piano perfetto" en Oltre il Cielo, ha trabajado en todas las zonas, planos y campos de la ciencia ficción, ya sea como escritor, traductor, agente, editor y compilador de antologías. De las muchas colecciones que dirigió —Spazio 2.000, Il meglio della fantascienza, Galaxis, Solaris, Star trek, Altair, I libri di Solaris, Gemini—, la de mayor suceso fue la versión italiana de la serie alemana "Perry Rhodan", que se prolongó a lo largo de 66 números. Como escritor no sólo ha sido publicado durante más de cuarenta años en todas las revistas italianas importantes del género como Urania, Nova Sf, Futuro, Mystero, sino también en numerosas revistas externas al mismo. Muchos de sus cuentos han sido traducidos a otros idiomas y aparecieron en los Estados Unidos, Hungría, Francia y Alemania. Particular éxito han tenido su novela L'impero dei Mizar (1991) y recientemente la colección de relatos Con lo sguardo rivolto alla stelle.


Axxón 166 - septiembre de 2006
Cuento de autor de europeo (Cuentos: Fantástico: Ficción Especulativa: Transformaciones: Italia: Italiano).