¿QUÉ EN PAZ DESCANSES? ¡JA, JA!

José Altamirano

Argentina

Acababa de despachar a Hartman y me disponía a enviar el memo relativo a su designación en el grupo de trabajo que lo instruiría acerca de su próximo destino, cuando la voz de mi secretaria sonó por el comunicador:

—Uriel, acaba de llegar un tal señor Abdul. Insiste en que se lo atienda inmediatamente y no quiere entrar en razones.

—Rebeca —me quejé—, te he dicho un montón de veces que me des un respiro entre caso y caso. Con Hartman me hiciste lo mismo.

—Es que no bien supo que su caso estaba en tus manos amenazó con hacer valer su prerrogativa de discriminado integrante del pueblo elegido. Y ya conocés las indicaciones del Jefe al respecto; no quiere líos con el sindicato.

—¡Pero si el tipo es ateo! ¿De qué discriminación se queja?

—Cuando vino el Papa no lo hiciste esperar ni dos minutos; Sergio esperó cinco —me recordó la guacha con voz gélida.

Ahogué un suspiro de frustración para no darle a Rebeca motivos para que elevara una queja en mi contra. Añoraba los buenos viejos tiempos cuando las oficinas eran atendidas por integrantes del mismo credo: los judíos con los judíos, los católicos con los católicos, los musulmanes con...

—Rebeca... —una sospecha que más bien era una certeza atroz me asaltó—: ¿el Abdul ése no será por acaso musulmán?

—Musulmán y fundamentalista, a juzgar por lo incompleto —me dijo la muy turra gozando con la situación—. ¿Lo hago pasar?

—Aguantalo cinco minutos, después de todo, es lo que hiciste esperar a Hartman ¿no?

Listo, tenía seis o siete minutos para mí. Rebeca, pese a toda su alharaca en contra de la discriminación de credos, no haría esperar a un musulmán menos tiempo que a un judío, aunque éste se declamara ateo.

Por mi parte, necesitaba ese tiempo para poner en orden mis pensamientos, alterados por la reciente entrevista. Es que ese Sergio había entrado a la oficina con aire beligerante y sobrador y yo no había tenido un buen día desde que a primera hora se presentó el Papa, furioso porque había querido abrir por las suyas el portón de entrada sin conseguirlo. El tipo se había tomado literalmente en serio el asunto ese de que era heredero de las llaves de San Pedro.

Y faltando un par de horas para el cierre, se había presentado Hartman haciendo gala de una presunción irritante.

—Bueno, bueno... —había exclamado no bien entró y sin molestarse en saludar—. Al fin y al cabo había algo, nomás.

—¿Había algo? ¿Dónde había algo? —pregunté haciéndome el boludo. Se dio cuenta y no me contestó, dejándose caer en la silla sin esperar a ser invitado.

—Me comentó mi paisana de la recepción que tu nombre es Uriel. ¿Algo que ver con el arcángel?


Ilustración: Fraga

—Soy el Arcángel Uriel y esta es la Oficina de Admisiones y Destinos.

—Disculpame pero no parecés un arcángel: petisito, medio pelado y con esos anteojos de oficinista...

—No todo lo que es se parece a lo que creemos que debe ser —dije, tratando de ser críptico—. Además, para ser ateo, usted parece bastante informado.

—Leo... también escribo. ¿O debo hablar en pasado? Todavía no me acostumbré a mi status de finado.

—En presente está bien —dije en tono casual, haciendo como que rellenaba un formulario. Cuando no aguantó más, fue al grano.

—Decime... ¿como es que a un judío lo atiende un arcángel?

—Pregúntele al Sindicato... si consigue que le den bola.

—¿Y qué se supone que hago acá? ¿No tendría que haberme atendido el diablo?

—¿Usted cree que el diablo existe?

—A estas alturas, ya debés saber que soy no creyente.

—¿Y entonces? ¿Cómo pretende que lo atienda alguien que según usted no existe?

Medio que se desconcertó con la lógica de mi respuesta.

—Bueno... tampoco creía en tu existencia.

Di golpecitos con la lapicera en el escritorio como para hacerle saber que me estaba haciendo perder el tiempo.

—Hartman, he tenido un día largo y aún falta para cumplir mi horario. Debo darle destino.

—Entre el cielo y el infierno, elijo el infierno. Seguro es más divertido —exigió de lo más fresco el petulante.

—Acá el destino lo doy yo —le aclaré con voz glacial—. Además ¿Qué le hace creer que merece el infierno? ¿Ha sido político usted?

—No...

—¿Sacerdote o rabino?

—Tampoco

—¿Asesino o violador serial?

—Bueno, no...

—Entonces no califica para exigir privilegios. Pero lo voy a destinar a un grupo de trabajo que lo va a preparar para lograr un destino mejor la próxima vez que venga por acá. Tome... —le alargué una serie de folios—; Rebeca le va a ayudar a llenar los espacios vacíos. Después, se presenta en el sexto piso, oficina 127.

—Acá hay un error —dijo en un hilo de voz tras leer en el casillero titulado "Destino". Disimulé una vengativa sonrisa fingiendo un acceso de tos.

—Ningún error —le respondí con el tono que uso para las decisiones inapelables—. Usted va a estudiar y trabajar acá durante 98 años y reencarnará con los implantes adecuados para que en la próxima vida llegue a ocupar el cargo de obispo en el Opus Dei.

—Pero es que yo soy...

—...Ateo, ya me lo dijo varias veces. Pero si piensa que puede pasarse la eternidad sin asumir responsabilidades espirituales, está muy equivocado.

—¡Protesto! ¡Quiero hablar con alguna autoridad judía!

—Hable con Rebeca, ella es delegada del Sindicato. Pero no creo que le sirva de algo, usted mismo afirmó que no está afiliado.

Y para darle a entender que la entrevista había terminado, simulé estudiar el siguiente expediente de la pila que tenía sobre el escritorio.

Rebeca volvió a llamar por el interno. Ya habían pasado diez minutos desde que despachara a Hartman.

—Uriel...¿le puedo decir a Abdul que pase? Está como loco...

—Que pase —suspiré.

Abdul era un jovenzuelo de unos veinte o veintidós años. Estaba a medio armar y a las apuradas, con un ojo desplazado a la altura del puente de la nariz, un reguero de masa cerebral corriendo sobre la sien, los intestinos arrollados de cualquier manera a la cintura y blandía en la mano izquierda un pedazo sanguinolento del brazo derecho a cuya mano le faltaban todos los dedos. Antes de que abriera la boca, le espeté:

—Trae los dedos en el bolsillo, supongo. El guía que lo acompañó hasta aquí seguro le dijo que debía comparecer completo. COMPLETO. La obra social no cubre los repuestos, por eso les decimos (especialmente a ustedes) que se tomen el tiempo necesario para juntar y comprobar que no les falte ningún pedazo.

Lo miré con expresión de asco y disgusto.

—¡Y mire cómo se presenta usted, me está dejando la oficina como un matadero!

—Es que estoy apurado... —El chico hablaba en voz baja y parecía algo avergonzado por la reprimenda.

—¿Y a qué se debe semejante apuro? Acá el tiempo no corre de la misma manera que allá abajo.

—¡Pero allá sí! Me pasé la vida preparándome para ser un mártir hasta que tuve la oportunidad de hacerme explotar dentro de un ómnibus repleto de pasajeros. En todos esos años no conocí mujer, no probé alcohol y no tuve más familia que los instructores que me aprestaron para mi gran momento. No puedo esperar para disfrutar el premio de mi acción. Quiero ya mismo sentarme a la mesa, al lado del Profeta y gozar de los manjares, bebidas, mujeres y de todos los placeres que me corresponden —dijo el muchacho en una larga y entusiasta parrafada.

Volví a suspirar al tiempo que tomaba nota mental de echarle una buena bronca a todos los líderes espirituales fundamentalistas por las desmesuradas promesas que repartían con despreocupada inconsciencia en sus respectivas campañas proselitistas.

No fue fácil imponerlo de la verdad. Soy un tipo sensible y a pesar de mi muy larga vida, todavía las lágrimas me conmueven. Lo conformé más o menos consignándolo a un curso corto, de no más de un par de años de duración y con destino de proxeneta en su próxima encarnación.

Cuando se hubo ido, eché una mirada al reloj. ¡Aún faltaba media hora para cumplir el horario!

—Rebeca —pregunté por el interno rogando por una respuesta negativa—. ¿Queda alguien sin atender?

—Recién llegó un tal José Altamirano.

Busqué el expediente, y no bien leer la primera página me pasé la mano por la cara en un gesto desesperado. ¡Justo ahora no! Al fin y al cabo, soy arcángel, no un santo. Tomé una decisión heroica:

—Decile que venga mañana, que ya me fui.

—Y qué hago con él —contestó con voz cantarina. La turra gozaba con la situación—. En el alojamiento de espera ya no cabe un alfiler.

—Llevalo a tu casa, así de paso te pegás una buena encamada —le dije para hacerla enfurecer y borrarle la sonrisita de la cara. Para mi sorpresa, se tomó la sugerencia en serio.

—Bueno... no sé, no es judío —y antes de que pudiera contestarle con una guasada, se apresuró a agregar—: No es por nada y menos por discriminación. Pero los goy no son sexualmente muy higiénicos... por lo que vos ya sabés.

—Si es por eso, leé en el expediente el apartado "intervenciones quirúrgicas". Te vas a llevar una sorpresa agradable.

Y sin esperar respuesta, en un solo envión me arroje a través de la ventana de la oficina, situada en el piso décimo.

Inmediatamente se desplegaron mis enormes y suaves alas al tiempo que sentí flotar sobre las espaldas mi larga cabellera rubia. Tiré las gafas al vacío y enfilé el vuelo hacia el cúmulo nimbus donde me esperaba mi dulce hogar, mientras disfrutaba la inigualable y placentera sensación de dejar atrás otra jornada de duro trabajo.



El primer cuento de José Altamirano en Axxón se publicó en el número... ¡Cero! Así como lo oyen. Si alguien puede alardear que ha sido carne de Axxón desde la primera hora... En los últimos tiempos ha estado un poco discontinuo, escribiendo una novela que acaba de termimar... Pero eso es otra historia. Este es el vigésimo cuento que le publicamos: "Por la puerta de atrás del paraíso" (0), "Cuaderno de sobreviviente" (14), "Ezequiel según Melissa" (39), "La real existencia del terror" (58), "El vuelo del cóndor" (71), "Los que vibran en Acuario" (100), "Concepción" (106), "Comé sandía" (107), "El clon que contó la historia" (110), "Tango cósmico" (147), "Abierto las 24 horas" (148), "Un planeta camino a Aldahir" (160) y los siete cuentos del N° 88, íntegramente dedicado a sus ficciones.


Axxón 164 - julio de 2006
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Sátira: Argentina: Argentino).