LA CRIA DE HATCH

Guy Hasson

Israel

Glynis Hatch no conocía a su padre.

Algo pasaba con él. Algo grande. Tal vez algo horripilante.

Su madre nunca hablaba de él. Ron, que le hacía de niñera y parecía conocer a su madre desde siempre, nunca hablaba de él. Un día, cuando Glynis sencillamente insistió en que le diera una respuesta, él le dijo:

—Pregúntale a tu madre.

Pero Glynis sabía que preguntarle a su madre era inútil.

—¡Al menos dime su nombre! —exigió.

—Pregúntale a tu madre.

—¡Cuánto mide! ¡Su color de pelo! ¿Era apuesto? ¿A qué se dedicaba? ¿De qué color eran sus ojos? ¿Está vivo?

—Cuánta curiosidad. Igual a tu madre.

Y el tono implicaba que ser igual a su madre era bueno. Nunca nadie le decía que era igual a su padre. Para bien o para mal.

A los cinco años, Glynis desarrolló la teoría de que su padre, en realidad, era un espía al servicio de su país, que estaba infiltrado entre los malos, y que un día volvería y le explicaría que no había tenido más remedio que hacerlo y que la amaba y que ahora se quedaría con ella. A los siete, comenzó a imaginar que él había muerto en un horrible accidente unos días antes de que ella naciera, y que su madre lo había amado tanto que no podía soportar hablar de él y que nada podía llenar el vacío que él había dejado.

Pero, con los años, la única explicación que acabó por ser más plausible fue la que ella no quería enfrentar. Que tal vez su padre golpeaba a su madre, que tal vez la había lastimado o que tal vez un día se había marchado sin ninguna explicación.

Aún así, lo que él le había hecho a su madre era una cosa, y había pasado mucho tiempo desde entonces. ¿Quién sabía cómo era él ahora? Quizás había cambiado. Quizás no.

Quizás no sabía que Glynis existía. Quizás sí. Quizás. Ella sólo quería ver quién era, ver cómo era. Aunque fuese desde lejos. Aunque fuese por un segundo. No era mucho pedir, ¿verdad?

Pero para su madre era demasiado.

Dos meses antes de cumplir trece años, Glynis se dio cuenta de que su madre nunca se lo diría. Entonces decidió que iba a tratar de conseguir un solo detalle acerca de él, a partir del cual averiguaría todo lo demás por sus propios medios. Pero conseguir ese detalle no sería fácil.

Lo primero que hizo fue concederle a su madre un mes de silencio sobre el asunto. No la fastidió, no le preguntó, ni siquiera lo mencionó. Y entonces, un mes antes de su cumpleaños, Olivia (así se llamaba su madre) estaba mirando a Glynis mientras ésta se metía en la cama y luego se sentó a su lado.

—Cumplir trece es tremendamente importante —dijo Olivia, jugueteando con el cabello dorado de Glynis—. Me pregunto qué puedo regalarte para tu cumpleaños.

—Yo sé lo que quiero —dijo Glynis.

Olivia sonrió y le acarició la mejilla.

—¿Qué?

—Quiero saber el nombre de mi padre.

Por un segundo, Olivia quedó paralizada. Luego retiró la mano que tocaba la mejilla de Glynis.

—Yo... —Comenzó vacilante; luego se tornó más resuelta—. Olvídate.

—¿Conociste a tu padre antes de que muriera?

—Sí, lo conocí. —Había hielo en su voz.

—Entonces sabrás por qué es tan importante. No te pregunto dónde está. No te pregunto cómo es ni a qué se dedica. Sólo quiero su nombre. Sólo quiero saber su nombre.

Olivia se puso de pie.

—Pídeme otra cosa. Cualquier cosa.

—No quiero otra cosa. ¡Quiero su nombre!

—Bueno, no vas a tenerlo. —Y Olivia salió precipitadamente de la habitación, cerrando de un portazo y dejando a Glynis en la oscuridad.

Pero Glynis no se olvidó del tema. Siguió importunando a su madre todos los días. Y finalmente, cinco días antes de su cumpleaños, Olivia cedió.

—Está bien, está bien.

Glynis se acuclilló frente a su madre, con los ojos brillando de entusiasmo.

—¿Está bien?

—Te diré su nombre —dijo Olivia, y luego agregó con determinación—: Pero no como regalo de cumpleaños.

Glynis quería discutir ese punto, pero se contuvo.

—Se llama Jonathan. Jonathan Hatch.

—¿Tú usas su apellido? —susurró Glynis con asombro, mientras repetía silenciosamente el nombre en su cabeza.

Su madre le dedicó una sonrisa breve, involuntaria.

—Sí, uso su apellido. —¡Entonces habían estado casados!—. De joven, era un hombre muy apuesto, un poquito más alto que yo, y tenía los ojos más hermosos que hayas visto. —Sostuvo a su hija del mentón y la miró a la cara—. Tú tienes los mismos ojos.

—Tú también tienes ojos azules.

—Es cierto. Pero tú tienes sus ojos azules. Bueno, es todo lo que vas a saber de él. ¿Comprendido? —Glynis comprendía. Pero comprendía mucho más. Cuando su madre hablaba de este Jonathan Hatch-Jonathan Hatch-Jonathan Hatch, lo hacía con amor en la voz. No había rastros de odio, resentimiento ni dolor. No habían terminado mal, fueran lo que fueran. ¡Era un hombre agradable y amoroso!

—Oh, gracias, mamá. —La envolvió con un enorme abrazo e inhaló una pizca de ese aroma maravilloso que siempre tenía su madre—. ¡Gracias! ¡Gracias!

—Ahora —dijo Olivia, devolviéndole el abrazo— tengo que pensar en un buen regalo de tu cumpleaños para ti.

Glynis se apartó de ella y miró el rostro de cuarenta y tres años.

—No hace falta. ¡En serio!

Olivia no le hizo caso.

—Pensaré en algo bonito.

Esa noche, Glynis apenas pudo dormir. Dio vueltas y vueltas, haciendo rodar el nombre en su cabeza, tratando de adosarle una imagen. Un hombre llamado Jonathan Hatch tenía que tener cabello negro y no castaño. O tenía que tener cejas anchas. Pero lo que le llevó más tiempo fue tratar de dilucidar por qué su madre, por un lado, siempre se ponía tensa cuando trataba el tema del padre de Glynis, del marido de Olivia, de Jonathan, y por qué, por otro lado, ese día había hablado de él con amor y afecto. No tenía sentido. Había algo más. Algo grande. Pero ya no horripilante.

Por fin tenía una pista; podía comenzar a investigar.

Al día siguiente, cuando Glynis se levantó, su madre, como de costumbre, ya se había ido a trabajar. Glynis se preparó un emparedado y se lo llevó a la computadora de su cuarto. Finalmente encontraba una ventaja en su dolencia física. Sufría de una rara deficiencia congénita de calcio que hacía que sus huesos fuesen muy frágiles y se quebraran con facilidad... suficiente para que su madre nunca se arriesgara a sacarla de la casa, ni siquiera para ir a la escuela. Ron y la computadora le enseñaban todo. Con los años, los adultos se habían convencido de que ella cumplía con sus tareas aunque la dejaran sola. Bueno, ya era hora de hacerse la rabona.

Ingresó en la Red y, mientras lo hacía, involuntariamente imitó la sonrisa de su madre. Por alguna razón, a Olivia siempre le causaba gracia ver a Glynis navegar en la Red. A Glynis, a su vez, eso siempre le parecía absurdo. Por el amor de Dios, era el 2019... ¿quién no navegaba en la Red?

Glynis comenzó con una búsqueda rudimentaria del nombre Jonathan Hatch. Encontró a tres personas: un estudiante de veinte años de Oxford, un recién nacido cuyas fotos y nombre habían sido publicados por sus orgullosos padres y un hombre de cuarenta años de Los Ángeles que buscaba compañía masculina. Por supuesto, no iba a ser tan fácil.

Tuvo que ampliar la búsqueda. Tal vez no era norteamericano como su esposa y su hija. Tal vez ni siquiera estaba en los Estados Unidos. De modo que no podía buscar su nombre en una determinada ciudad o en un país específico. Pero si su padre no era ciudadano natural ni había muerto aquí, entonces debía de haber llegado o partido, y todas las visas y pasaportes también estaban documentados.

Ingresó en los registros del gobierno. En la Red estaban todas las actas de nacimiento y de defunción, los registros de visas y pasaportes.

Había cinco en todo el país. Jonathan era un nombre común; Hatch no lo era. Dos estaban muertos. Cuatro habían nacido después del año 2000, por lo que tendrían más o menos la edad de Glynis. Demasiado jóvenes. El último había nacido en 1944, por lo que tendría 75, si no había muerto hacía diez años. Demasiado viejo.

Tal vez se le estaba escapando algo. Tal vez había errores en el sistema. Tal vez los registros tenían errores de transcripción o algo así.

Para demostrarse que la idea tenía que funcionar, tecleó su propio nombre. La búsqueda no arrojó resultados. Glynis miró fijamente la pantalla un segundo y volvió a escribir su nombre. Nada. El gobierno no tenía registro de su nacimiento, ni tenía registro de su llegada al país. Hablando de errores...

Esta vez tecleó el nombre de su madre, Olivia Hatch. ¡Ahí estaba! Nacida en Wisconsin en 1976. Ningún certificado de defunción. Al momento de nacer, tenía un hermano mayor, Thomas Hatch. (¿En serio? ¿Glynis tenía un tío al que nunca había conocido?). Madre: Margaret Hatch. Padre: Jonathan Hatch.

A Glynis se le cerró la garganta y durante un segundo no pudo respirar.

El icono con el nombre de Jonathan Hatch era rojo, lo que significaba que ella ya había ingresado en él. Volvió a ingresar. Era el mismo Jonathan Hatch demasiado viejo, nacido en 1944. Glynis se tomó la cabeza con las manos y esperó hasta recuperar la calma. Dios, en ese primer instante le había aparecido en la mente un escenario peor que todo lo que alguna vez se había imaginado.

¿Pero quién dijo que era demasiado viejo? Tenía sesenta y dos años cuando Glynis había nacido. Para un hombre, eso no es ser demasiado viejo.

¡No! ¡Absolutamente no! ¡No podía ser verdad!

Pero el nombre... La coincidencia...

La coincidencia era sólo una coincidencia. Una coincidencia de puta madre.

Pero había algo en el fondo de su mente que no la dejaba en paz. Algo que su madre le había dicho el día anterior...

Le había dicho... le había dicho... ¿qué?

Le había dicho: "Era muy apuesto de joven". Una manera muy rara de poner las cosas, ¿no? Por cierto, una manera muy rara de expresar un elogio. ¿Qué había querido decir exactamente? ¿Qué significaba la frase? Que era muy apuesto de joven significaba... significaba... ¡significaba que ella lo había conocido de viejo!

¡No, no, no, no, no! ¡Significaba que ella lo había conocido de joven y que lo había visto envejecer! ¿Pero dónde estaba él hoy? ¿Dónde seguía viéndolo ella hoy, en su ancianidad? ¿Por qué mamá lo mantenía lejos de su hija?

Tenía que haber otra explicación. Intentaría otra cosa. Encontraría al verdadero Jonathan Hatch aunque le tomara... Antes de oprimir el enlace que la llevaría de nuevo al buscador, algo le llamó la atención y su mano se paralizó. Los certificados de nacimiento y defunción de su abuelo seguían en pantalla y entre los datos se establecía claramente: "Color de ojos: azules."

El mundo de Glynis daba vueltas. Aunque tenía el mismo color de ojos que su madre, el color le pertenecía al padre de Glynis... al padre de Olivia. ¡El color era en verdad el de Jonathan Hatch!

Pero no podía ser. No podía ser. No.

Glynis buscó todo el día y no descubrió nada nuevo. Apenas su madre llegó a casa, se desconectó de la Red. Glynis pasó el resto de la noche cavilando en el sofá, vigilando a su madre con el rabillo del ojo, buscando alguna pista que indicara que había sido víctima de violación o abuso.

No vio nada, ¿pero qué esperaba? Si había ocurrido, había ocurrido trece... no, casi catorce años atrás. ¿Qué señales podría evidenciar su madre ahora? De una violación, ninguna. ¿De un abuso? Los niños abusados se vuelven padres abusadores, ¿verdad? Su madre nunca la había golpeado, ni una sola vez. ¿Qué significaba eso? Nada. Significaba que mañana tendría que buscar pistas en direcciones completamente diferentes. Y que esta vez encontraría algo.

Esa noche, a Glynis le costó dormirse más que nunca. Y a la madrugada se despertó sobresaltada. ¡Su madre había nacido con el apellido Hatch! Y si su esposo tenía el mismo apellido era por una tremenda coincidencia o... Otra vez, Glynis no pudo dormirse.

Pasó una hora. No podía seguir en la cama. Se levantó sin quitarse el pijama, fue hasta el cuarto de su madre en puntas de pie y observó a la mujer que conocía de toda la vida; su espalda subía y bajaba lentamente bajo las mantas. Glynis clavó la mirada en ese rostro aplastado contra la almohada y buscó un indicio de la verdad, un indicio del trauma. No había ninguno. Era el mismo rostro que había visto siempre.

Al llegar la mañana, Glynis ya estaba obsesionada con su familia. Tenía un tío del que nunca había tenido noticias. Tenía dos abuelos fallecidos que nunca había conocido. Tenía un padre que nunca había visto, que en realidad podía ser su abuelo. Y la vida de su madre, que hasta ayer Glynis había creído común y corriente, ahora estaba envuelta en incertidumbre. Una incertidumbre que parecía esconder aterradoras posibilidades. Todo lo que había dado por sentado respecto de su familia había quedado en el olvido. No había nada que pudiera dar por sentado.

¿Qué sabía de su madre? Que era una psicóloga teórica que trabajaba en el Instituto de Investigación McCourt. Que estaba casada con su profesión. A veces trabajaba dieciocho horas por día. Trabajaba los fines de semana. Nunca salía con hombres. No tenía amigos, salvo Ron y su esposa Elizabeth, y ambos trabajaban para ella. Glynis nunca la oía hablar de nada que tuviera que ver con amigos o familia. ¿Pero estaba en el trabajo todo el día? ¿No hacía nada de su vida aparte de eso?

Glynis ingresó en la Red y comenzó a reunir información sobre su madre. Olivia había estado trabajando en el Instituto de Investigación McCourt desde el año 2001. Su domicilio era Avenida 120 y Calle 88. Cosa interesante, porque en realidad ellas vivían en Wilmot Mountain, fuera de la ciudad. Los registros digitales afirmaban que su madre se había mudado a la Avenida 120 desde otra dirección hacía cinco años. Esa antigua dirección, también en Wilmot, no era tampoco la de esta casa. Y habían estado viviendo aquí por lo menos desde que Glynis tenía memoria.

Casi inmediatamente, descubrió otro dato extraordinario: su madre había estado casada con un hombre llamado Steve Caspi. Él también había trabajado en el Instituto de Investigación McCourt, hasta hacía doce años.

Glynis se tomó las mejillas con ambas manos nerviosamente e inspiró varias veces antes de picar sobre el enlace.

Steve y su madre habían estado casados tres años, entre 2005 y 2007. Glynis había nacido en 2006... ¡exactamente un año y ocho meses después del casamiento de su madre con el tal Steve Caspi!

Glynis no pudo soportar más. Se levantó, fue a la cocina y preparó el almuerzo.

Tal vez él era su padre. Tal vez su madre le había mentido, igual que le había mentido sobre tantas cosas. Tal vez Glynis sí tenía los ojos de Jonathan, pero Jonathan no era su padre. Su verdadero padre era ese sujeto, Steve. Quizás también debería verificar toda la información sobre Steve. Quizás debería tratar de contactarlo y de decirle que era su hija. Pero.... él sabía que tenía una hija. Se habían divorciado un año después de que ella naciera. ¿Había sido Glynis la causa de la ruptura? ¿Por qué él las había dejado?

Demasiadas emociones. Demasiadas posibilidades. Nada de donde aferrarse.

No pudo regresar a la computadora después de comer. Encendió el televisor y miró una película aburrida, sin sentido, durante dos horas. Mientras tanto, su mente giraba en círculos eternos, infructuosos.

Al finalizar las dos horas, estaba lista para enfrentar nuevamente a la computadora. Lo que debía hacer, pensaba, era investigar a su padre potencial.

Regresó a la habitación. La información sobre Steve Caspi seguía en pantalla. Se había ido del Instituto poco después de divorciarse de su madre. Quizás lo que los había separado no había sido la hija sino alguna disputa sobre temas relacionados con el trabajo. Sí, exacto. Fue bastante fácil encontrar su página. Ahora estaba trabajando para la Fundación Romulus de Nueva York. El nombre le sonaba familiar. Pero lo que más le interesaba a Glynis, sin embargo, era su foto. Era casi tan apuesto como un galán de Hollywood. Estaba bien afeitado, tenía una cabellera castaña larga y ondulada, ojos marrones, y parecía de unos treinta y cinco años. Pero podía ser una foto vieja. De todos modos, la guardó. Glynis buscó su dirección en las Páginas Amarillas. Luego cotejó la dirección con los millones de PubliCams estacionarias de la ciudad de Nueva York. Ah... había once en esa porción de calle. ¡Gracias a Dios por las ciudades superpobladas! Hizo que la computadora le mostrara las ubicaciones de las PubliCams en un mapa interactivo tridimensional de la calle, con el apartamento de Steve resaltado. Había tres PubliCams de su lado de la calle, cuatro en el otro y cuatro más en los tejados. Seleccionó la PubliCam del café ubicado enfrente de su casa, que ofrecía una clara vista de la entrada de su edificio.

Ingresó en los archivos de la PubliCam (que se guardaban durante 72 horas) y le pidió a la computadora que buscara a cualquier persona que se pareciera a la de la foto que había obtenido de su página.

Glynis se quedó sentada, hipnotizada por los números que cruzaban la pantalla, mientras la computadora le anunciaba que había retrocedido un segundo en el tiempo, un minuto, una hora y así sucesivamente. Media hora después, informó que la tarea había terminado y que tenía cinco segmentos que incluían a alguien parecido al de la imagen, con una precisión del 80%.

Glynis los vio todos. En el primero, él estaba saliendo del apartamento. Tan apuesto como en la foto. Salía apurado, con un portafolio bajo el brazo, elegantemente vestido. El siguiente segmento era un video de él regresando. Luego un video de él saliendo. Luego otro, al día siguiente, de él saliendo. La computadora debía de haber salteado un segmento. Oh, bueno, estas cosas nunca eran perfectas.

Glynis escogió el segmento de video que se veía más claramente y lo puso una, y otra, y otra vez. Sí, se daba cuenta de lo que su madre había visto en él. Le gustaba su modo de caminar. Le gustaba su mirada. Ese corte de pelo que decía que no estaba totalmente allí, que alguna parte de él vivía dentro de su mente. Algo que a Glynis le hizo acordar de esos científicos locos de las películas. O de los poetas suicidas. Sólo un indicio, no más que eso.

Ahora no había dudas en su mente. Apoyó la mano en la pantalla.

—Hola, papá —susurró.

Un minuto después, tenía el número telefónico de su casa. Extendió el brazo hacia el botón que activaba el teléfono de la computadora, pero su mano tembló y retrocedió.

Todavía no. Todavía no.

Por muy agradable y simpático que pareciera, a él nunca se lo había mencionado en casa por algún motivo. Su madre le había dicho un nombre falso por algún motivo. Algo pasaba con él, tal vez algo malo. Quizás... quizás no había lastimado a su madre. Quizás a este Steve Caspi no le gustaba su hija. Quizás su madre la estaba protegiendo. Quizás llamarlo no era una idea inteligente.

Cambio de planes.

Ahora Glynis quería ver quién era, qué era, averiguar todo lo que pudiera sobre él. En resumen, sonrió para sus adentros y sintió que ya estaba al acecho.

Miró su reloj: si no había ocurrido alguna emergencia o algo así, su madre regresaría pronto a casa. Justo el tiempo suficiente para ejecutar un programa Espía

El Espía existía desde hacía unos años, al tiempo que las PubliCams se hacían ubicuas. Lo único que había que hacer era elegir una persona de una imagen tomada por una PubliCam entre unos minutos y 72 horas antes. El programa Espía grababa todas las imágenes de esta persona hasta que salía de cuadro. Luego buscaba a esa persona en cualquiera de las PubliCams ubicadas más o menos en la dirección en que la persona caminaba. Si la localizaba, el Espía grababa los videos para verlos más tarde, sumándolos a los videos anteriores. Si una Cam perdía de vista a la persona, el Espía hacía lo posible por encontrarla nuevamente con la Cam más cercana y grabar una nueva imagen, que pegaba a la anterior. El Espía podía acceder a todas las PubliCams, a algunas SeCams (cámaras de seguridad), a las Cams Personales (que la gente llevaba encima) y a las Cams Hogareñas, siempre y cuando los datos de las Cams estuvieran almacenados en el ciberespacio público. El resultado era una "película" de todo lo que la persona había hecho frente a las cámaras, desde el momento en que el Espía había comenzado a seguirla hasta que se le ordenara detenerse. (Algo divertido que se podía hacer con el Espía era encontrar gemelos idénticos que estuvieran en un solo cuadro y pedirle al programa que siguiera a uno de ellos. Luego, era cuestión de sentarse a observar cómo le explotaban los sesos a la máquina). Glynis le ordenó al Espía que funcionara toda la noche, el tiempo suficiente para reconstruir los tres últimos días de Steve, incluida esa noche.

Glynis ejecutó el Espía y dejó funcionando en la Red para poder apagar la computadora sin que el programa se detuviera. Como dándole el pie, escuchó que el automóvil de su madre se detenía. Su corazón latía a toda velocidad. Se sentía un poco como una chiquilla que casi había sido descubierta haciendo algo que sus padres desaprobaban. Apagó la computadora y corrió a la sala. Cuando Olivia entró, encontró a Glynis mirando el canal que emitía el Tonight Show las 24 horas y riéndose estruendosamente. Era el mes de Steve Allen.

Durante la cena, su madre dijo:

—Ya se me ocurrió qué hacer para tu cumpleaños.

—¿De veras?

—Sí. Es algo especial. Algo que nunca hicimos antes.

—¿Qué es?

—No voy a decírtelo. Tendrás que esperar tres días más. Haremos... algo.

Olivia sonrió misteriosamente y, a pesar de la insistencia de su hija, no agregó nada más.

Cuando terminaron de cenar sonó el teléfono de Olivia. Era Ron, desde el trabajo. Se pasó media hora regañándolo por algo que él había hecho y dándole nuevas instrucciones. Glynis no la escuchaba; el trabajo de su madre le parecía aburrido. Pero eso le dio tiempo para pensar en otras cosas. Obviamente, no podía decir nada sobre Steve. Pero había otras cosas. Como el hecho de que su madre estuviera registrada con otro domicilio... mmm, también podía verificarlo con las PubliCams. Estaba el asunto de tener un tío que nunca había visto. Y tal vez, incluso, el hecho de que no había registros del nacimiento de Glynis, aunque seguramente eso era un error y lo menos importante de todo.

De pronto, sintió una incontrolable necesidad de confrontar a su madre con algo, para demostrarle que ella sabía más de lo que Olivia le había dicho. Quizás hasta para darle un indicio de que no debía guardar sus secretos, de que Glynis podía deducir ciertas cosas. Glynis comenzó apenas Olivia colgó el teléfono:

—Mamá, yo... —De pronto, una oleada de adrenalina le hizo saber que decirle esto a su madre podía ser peligroso—. Eh... hoy... —Sin embargo, no se trataba de su padre. Se trataba de los registros públicos—. Hoy... me di cuenta de algo, por accidente, en la Red.

—¿Sí? —Olivia se preparó un trago.

—Sí... es que... estaba buscando mi acta de nacimiento y... no estaba. No hay registro de mi nacimiento.

—¿De veras? —Olivia levantó una ceja—- Qué raro. Tendré que arreglarlo. Bueno —se encogió de hombros—, cuando tenga tiempo. No hay apuro. —Bebió un sorbo y luego dijo, pensativa—: Creo que quizás pasas demasiado tiempo en la Red, Glynis.

Glynis se congeló. ¡Ahora no! ¡No cuando estaba tan cerca de descubrir todo sobre su padre! ¡Qué estúpida, estúpida, estúpida había sido por mencionar el tema!

—No, no, en serio, no es así —dijo inmediatamente—. Sólo lo necesitaba para un estúpido club al que quería asociarme, y necesitaban mi certificado de nac.... De verdad, era para un club tonto, nada más. Cosas de niños, quiero decir, ya sabes. No te preocupes. En serio. No me asociaré.

—Veremos.

Glynis contó chistes toda la noche, tratando de divertir a su madre hasta que estuvo segura de que ella había olvidado todo el incidente de la Red.

Esa noche, Glynis soñó con el hombre de la foto. Le ponía una voz. Lo llamaba por teléfono y le decía que tenía que acudir a su domicilio y que era realmente importante. Un día después, golpeaban la puerta. Y no eran ni Ron ni Elizabeth ni su madre. Era él. Había venido. Al principio, ella vacilaba y trataba de darle vueltas al asunto lo máximo posible, pero finalmente le decía quién era ella. Por un minuto, él quedaba conmocionado. Nunca se había enterado que tenía una hija. Olivia lo había hecho a un lado un año después de casarse... el divorcio había sido una mera formalidad. Olivia nunca le había dicho lo de su embarazo. Abrazaba a Glynis y Glynis lo abrazaba, y los dos lloraban y él le prometía que cuidaría de ella y que estaría a su lado de ahora en adelante y... Y entonces Glynis despertó. Apenas se dio cuenta de que no era real, que todo aquello no había ocurrido de verdad, se retorció de dolor. Cualquier cosa que sucediera entre ella y su padre sólo podía ser peor.

Tardó una hora en recuperarse. La casa estaba en silencio. Su madre, trabajando. Glynis se preparó el desayuno y miró televisión un rato, incapaz de caminar hasta la computadora y encenderla.

Finalmente se obligó a hacerlo. Oprimió tres teclas y miró la película que el Espía le había preparado.

Al principio, la miró segundo a segundo. Steve Caspi saliendo de su casa, caminando por esta calle, pasando por esta otra, tomando un taxi rumbo al otro lado de la ciudad. En algún momento, comenzó a adelantar rápidamente las partes aburridas y se concentró en las interacciones de Steve con otras personas. Había pequeños fragmentos de él conversando con gente durante las horas de trabajo. Algunas de las conversaciones eran dentro de las instalaciones donde estaba trabajando, tomadas por algunas Cams Personales y algunas PubliCams distantes, cuyas imágenes habían sido ampliadas considerablemente por el Espía. Glynis usó el programa AdLip para leer los labios de las conversaciones de Steve y hacer el doblaje instantáneo de las imágenes. No era la voz de Steve, obviamente, pero al menos podía escuchar sus palabras.

Aparentemente, gracias a su experiencia en psicología, se había convertido en asesor de los biólogos Wilde y Clarke. ¿Dónde había oído Glynis esos nombres? ¡Ah! Habían sido los primeros en clonar a un ser humano públicamente! (Aunque, dos años atrás, había surgido un escándalo por un seguidilla de experimentos de clonación llevados a cabo en el 2001). Sí, los pequeños Charley y Joey, los gemelos que habían nacido con un año de diferencia, cuyo "hermano gemelo mayor" era treinta años más grande. Los clones debían de tener... ¿cuánto? Charley había nacido alrededor del 2009, por lo que sería un poco más joven que ella. ¿Y qué estaba haciendo allí el psicólogo Steve Caspi?

Pensándolo bien, tenía sentido. Los "gemelos" aparecían más en los medios que la realeza británica, para no mencionar el hecho de que eran los primeros de su clase en el mundo y sin embargo no eran únicos como el resto de nosotros. Debían de necesitar un psicólogo.

Los detalles sobre los gemelos que recogió de las conversaciones de Steve Caspi no le interesaban. Más importante era cómo hablaba él y cómo se relacionaba con la gente. Parecía que siempre escuchaba a los demás. Muy rara vez demostraba impaciencia y jamás era descortés. Todo lo que decía era inteligente. Oh, le agradaba. ¡Le agradaba!

Después de tres horas de fragmentos del Espía, terminaba el primer día de trabajo de Steve Caspi. Glynis quería volver a pasar algunas de las conversaciones. Pero más quería ver lo que hacía fuera del trabajo. Steve se encaminaba a casa. La PubliCam ubicada en un tejado a dos calles de distancia podía ver perfectamente la ventana abierta de su apartamento y acercar el foco. ¡Glynis podía observarlo dentro de su casa! ¿Quién dijo que la tecnología no es grandiosa?

Lo vio mirando televisión, hablar por teléfono con algún amigo, prepararse una comida, leer un libro de texto, escribir un paper de psicología en la computadora (el título era bastante grande como para distinguirlo... el texto no), cerrar las cortinas y, a juzgar por la oscuridad subsiguiente, irse a dormir. El día siguiente —ayer, jueves— era más o menos igual. Al final de ese día, Glynis ganó el premio mayor, gracias a una conversación telefónica doblada por el AdLip. Sólo pudo escuchar algunos fragmentos, ya que la mayor parte del tiempo él estaba dándole la espalda a la ventana o completamente fuera de cuadro. Esto fue lo que escuchó de esa charla:

—Hola, querida... sí... bien, bien... Ya sabes, trabajo, nada es... —Se ponía de espaldas—. ¿Cómo están las cosas en Ha...? —Se cubría la boca con la mano—. ¿Sentada? ¿Por qué? —Se inclinaba hacia delante— ...razada? ¡¿Estás embarazada!? —Salía de cuadro un largo rato— ...toy feliz... —Se ponía de espaldas, luego agregaba rápidamente—: No, no estoy feliz. ¡Estoy extasiado! Es decir, ah... por dios (...) igual vas a venir maña (...). Vas a tener que decirme esto otra v...

Se alejaba de la vista y la siguiente imagen que mostraba el Espía era cuando reaparecía diez minutos después, ya no hablando por teléfono. Estaba saltando de arriba abajo como un niño. ¡Iba a tener un bebé y estaba feliz por eso!

Fue como si a Glynis le quitaran de encima un enorme peso que no se había dado cuenta que tenía sobre los hombros. Este hombre no odiaría a un hijo suyo. No lo odiaba ahora y no podía haberlo odiado antes... menos con una reacción como esta. Volvió a pasar esos saltos de regocijo una y otra vez. Le gustaba tener un hijo. ¡Le gustaba tener un hijo!

Era hora de hablar con él.

Glynis miró el reloj. Considerando la diferencia horaria, él estaría en casa dentro de dos horas. El tiempo suficiente para que ella viera casi todo el día de hoy. Hizo avanzar rápidamente todas las escenas de ese día que el Espía había preparado. Nada parecía fuera de lo común. Pero sí se detuvo a escuchar todas las conversaciones telefónicas... quizás él había cambiado de opinión. Pero no. Lo que sí pudo averiguar fueron sus horarios. Estaría en casa a las 21:00. A las 22:00 saldría del apartamento para ir a recoger a la mujer que Glynis sólo conocía como "querida". Su madre probablemente estaría en casa a las 21:30, hora de Nueva York. Eso le daba a Glynis un corto período en el que lo encontraría solo. Un período que comenzaría en diez minutos.

Glynis lo observó mientras, en ese mismo instante, el Espía le mostraba a Steve esperando pacientemente dentro de un taxi (ahora ella sabía que el auto de Steve estaba en el taller). A cinco minutos de casa y atrapado en el tráfico: todo el cuerpo de Glynis comenzó a temblar incontrolablemente. Se apartó de la pantalla y salió de la habitación. Se preparó un emparedado y chocolate caliente. ¿Qué le diría? ¿Qué podía decirle él? ¿Cómo haría ella para presentarse? ¿Y si él la odiaba?

Cinco minutos después, eran exactamente las 21:00 en Nueva York. Estaba decidida a no decirle que era su hija, sino la hija de Olivia. A partir de allí, vería lo que ocurría. Se sentó frente a la pantalla. Steve estaba entrando a su apartamento. Hizo la llamada en el modo "sólo sonido", para que él no pudiera verla. Un timbre. Dos timbres. Él contestó.

—¿Hola? —Su voz era diferente de cómo ella se la había imaginado. Pero era cálida. Era agradable.

—Hola. ¿Habla Steve? ¿El doctor Steve Caspi?

—Sí, soy yo. ¿Quién habla?

—Me... eh... me llamo Glynis. —No le digas todavía tu nombre completo. Puede que sepa quién es Glynis Hatch—. Eh... ¿Le molesta si pasamos a video?

—Por supuesto que no. Cambiemos. —La imagen de la PubliCam fue inmediatamente reemplazada por un primer plano de su rostro. Apuesto—. ¡Oh, Dios! —dijo él, obviamente reaccionando al ver la cara de ella, y el corazón de Glynis dio un salto—. Estás con esa cosa granulosa, lo que antes llamábamos "televisión a color", o no, en realidad... ¿cómo se llamaban? ¡Píxeles! ¡No he visto algo así en más de diez años!

—Sí, lo sé. La tecnología no ha llegado a mi humilde hogar. —Él era simpático. Ella le devolvía la simpatía.

—¿Tecnología? Esto es como hablarle a alguien en blanco y negro. No sabía que seguían fabricando televisores de píxeles. De todos modos, no tuve intenciones de insultarte. ¿En qué puedo ayudarte, jovencita?

—Mmm... ¿Se acuerda usted de una tal... Olivia... —estuvo a punto de cortar; después de esto ya no había retorno— ...Hatch?

La sonrisa de él se quebró, sólo un poco. Era suficiente para que Glynis comenzara a sentir un pánico cada vez mayor.

—Sí, me acuerdo —dijo él en un tono más serio.

—Bueno, yo soy... soy... Glynis... Hatch... Soy...

—¿De la familia? —terminó él la frase.

—Bueno, sí.

—Veamos —trató de pensar él—. El nombre me suena conocido, pero no puedo ubicarte inmediatamente. Glynis Hatch, Glynis... Mmm... Olivia tenía un hermano, y cuando lo conocí él tenía un hijo y una hija. Ella se llamaba... mmm... Barbara. —Volvía a ser simpático—. Pero la última vez que la vi tenía cinco años y eso fue hace mucho tiempo. Y tú eres bastante joven. Así que es posible que me haya perdido tu nacimiento o algo así. —Le dedicó una rápida sonrisa. La trataba como si fuese una vieja conocida—. ¿Eres hija de Thomas?

—No, no lo soy.

Steve esperó unos segundos para que ella se explicara. Cuando no lo hizo, continuó:

—Bien. Entonces, ¿en qué puedo ayudarte?

—Bueno, yo... eh... me enteré de que... es decir...

—Espera un minuto. ¡Ya sé por qué tu nombre me suena familiar! Tienes el mismo nombre que... —Y de pronto quedó paralizado. Con el rostro tenso, ya sin sonreír, la miró a los ojos desde la pantalla—. ¿Quién eres?

—N-n-no entiendo la pregunta.

—¡Dijiste que eras de la familia! —le espetó él—. ¿Quién eres?

Las lágrimas se estaban acumulando en el rabillo de los ojos de Glynis. Había tanta furia en la voz de él. Demasiada furia. Estaba furioso con ella desde hacía trece años.

—Soy la... la hija de Olivia.

Steve se puso una mano en la frente.

—Mmm... —El corazón de Glynis pegó un brinco, pero ya lo había dicho, y había un dejo de súplica en su voz—. ¿Usted me conoce?

—No lo sé. Eso depende de quién seas. —Steve cerró los ojos y dijo—: ¿Qué edad tienes... Glynis?

Más lágrimas luchando por salir.

—Trece.

—Soy malo para los números. Eso significa que naciste... ¿cuándo?

—En el dos mil seis.

Steve Caspi se tapó la boca con una mano y se quedó mirando la pantalla. Por un largo rato no dijo nada.

—No puedo creerlo —murmuró—. No puedo creerlo. ¡Oh! ¡Televisor de píxeles! ¡Dios mío! ¡Esa mujer está loca! —Se tomó la cabeza con las manos. Sin mirar a Glynis, con la voz convertida en un susurro malicioso, le preguntó—: ¿Ella te dijo que me llamaras? ¿Se trata de una broma?

—¡No! ¡No! —Glynis ya no podía esconder las lágrimas y comenzó a sollozar—. Ella no sabe que lo llamé. Y no se lo diga, por favor. Ella ni siquiera sabe que yo sé quién es usted.

Steve, con gran esfuerzo, logró calmarse y dijo, sin mirarla a los ojos:

—¿Cómo... cómo puede ser que me estés llamando, entonces? ¿Cómo puede ser que yo te esté viendo?

—Estoy conectada a la Red —dijo ella, como si fuera lo más obvio. ¿Quién no estaba conectado? ¿Qué les pasaba a los adultos del siglo pasado? Pero aparentemente para Steve no era tan obvio.

—¡¿Estás... conectada... a la Red?! —repitió, como si no pudiera comprender el concepto—. ¡Esa mujer ha perdido el juicio! —Bajó la vista—. Posiblemente pensó que era divertido —masculló para sus adentros.

Glynis paró de llorar, aunque las lágrimas seguían corriéndole por las mejillas. Fuera lo que fuera lo que le ocurría a Steve, no parecía tener que ver con ella. Menos aún con todas esas frases raras sobre la Red y sobre la locura de Olivia.

—Eh... Steve...

—O irónico. —Él no le prestaba atención—. ¿Qué se le metió en esa maldita cabeza?

—Señor Caspi...

Él suspiró y la miró con ojos tristes, llenos de compasión.

—¿Por qué me llamaste, Glynis?

Ella inspiró profundamente y ahogó un sollozo.

—Por una sola cosa. Yo... quería preguntarle si me conocía.

—Sí, te conozco, Glynis —le dijo él con una voz muy tranquila—. Estuve presente cuando... naciste. —La última palabra no le salió fácilmente. Luego la miró directamente, con tristeza en los ojos—. ¿Y tú te conoces, Glynis?

Algo en la forma en que hizo esa pregunta casi la hizo saltar de la silla. Pero le respondió de todos modos, en la dirección correcta.

—Sé que Olivia es mi madre. Y pienso que usted es mi padre.

Quedó desconcertado, pero sólo un segundo.

—No soy tu padre, Glynis —dijo, acongojado. Y luego un brillo en sus ojos que indicaba disgusto—. ¿Olivia te dijo eso?

—¡No, no, le juro que no! ¡Ella jamás mencionó su nombre! —Se mordió el labio. No había cosa peor que lo que él acababa de decirle—. O sea... o sea... me dijo que mi padre es alguien llamado Jonathan Hatch. —Steve lanzó una carcajada breve y sarcástica, muy a su pesar—. ¿Usted lo conoció?

—Por un tiempo.

—¿Y él es mi padre?

—Eso... eso... eso... —comenzó a tartamudear—... eso depende de cómo definas "padre".

—Quiero decir si él es mi padre biológico.

—Eso depende de cómo definas "biológico". —De pronto, sacudió la mano—. Estoy bromeando. Perdona, Glynis. Sí, es tu padre biológico. Pero no quiero hablar de él. Y menos sin tener el consentimiento de Olivia. Y posiblemente tampoco si lo tuviera.

¡Oh, no! ¡El también! ¡¿Qué ocurría con su padre?!

Con la voz de hierro, Glynis dijo:

—¿Es el mismo Jonathan Hatch que también es el padre de Olivia?

—Glynis, disculpa. No puedo hablar contigo.

—¡Oh, por favor! Mamá no quiere que nadie me hable de él. ¡No puede estar controlándolo también a usted, después de tantos años! —Era un recurso sucio, pero podía funcionar.

—No, no, Glynis. No es eso. Es que... es que yo acostumbraba tener... —se le quebró la voz—... una debilidad por ti, Glynis. He intentado con todas mis fuerzas sacarte de mi cabeza. Tardé años en hacerlo. Y durante los últimos años realmente había logrado andar por el mundo como si tú no estuvieras también en él. Glynis... No puedo hablar contigo. Me duele demasiado. Ahora tengo que irme a recoger a una persona al aeropuerto. —Puso la mano encima de la tecla "desconectar".

—¡No! ¡Por favor, no!

—Glynis —había desesperación en su mirada—, tengo que irme.

—Pero... pero... ¡por favor, llámeme más tarde! —El número telefónico de Glynis figuraba en la parte inferior de la pantalla—. O...

—Glynis...

—Necesito hablar con alguien. Y mamá nunca me habla de nada, y usted sabe tanto sobre nosotras, y es una persona tan agradable, y sería tan lindo que fuese mi padre...

—Glynis, no soy tu padre.

—¿Entonces puede ser mi amigo? Es que... no tengo amigos.

Steve cerró los ojos.

—Ya sé que no los tienes —susurró.

—¿Podemos hablar alguna otra vez, Sr. Caspi?

Por un instante él no se movió, tapándose los ojos fuertemente con las manos. Finalmente la miró y había lágrimas en sus ojos.

—Maldición... estás tan grande...

—¿Puedo volver a llamarlo, Sr. Caspi? ¿Podemos hablar?

—Sí —dijo él—. Podemos volver a hablar.

Glynis sonrió como el gato de Cheshire.

—Una cosa —dijo él—. A ella le va a dar un ataque si descubre todo esto. Vamos a mantenerlo entre nosotros por ahora, ¿está bien? No... no le digamos nada.

—Está bien —asintió Glynis con entusiasmo.

—Ten presente que esto significa que no puedo llamarte. Porque ella lo descubriría. Así que tendrás que llamarme tú.

—¿Está diciendo que ella monitorea mis teléfonos?

—No quiero hablar de eso, Gly... —Suspiró—. Sí, sí. Eres inteligente, maldita seas. Sí, Glynis, ella monitorea tus teléfonos. Probablemente no escucha todas las conversaciones salientes, pero es seguro que como mínimo controla las entrantes.

—¿Cómo lo sabe? Quizás las cosas hayan cambiado desde...

—Tengo que irme. Llámame en algún otro momento, ¿quieres? Y... hablaremos...

—Adiós.

Steve apagó el teléfono. Glynis inmediatamente cambió a la imagen de la PubliCam de su ventana. Estaba acercándose a la ventana, apoyando las manos en el cristal, con el aliento entrecortado.

—Olivia... Olivia... ¿Qué has hecho? —El programa AdLip entró en acción. Ahora la voz sonaba desconocida para Glynis, tan diferente de la voz real—. Ahora es una persona. Es inteligente. Puede... ¡puede llorar, por Dios! ¡Dios mío, Olivia! Te dije que sucedería esto. Te lo dije...

Durante cinco minutos miró la ciudad, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas. Finalmente se enderezó y miró a la pared donde estaba el teléfono, quedando de perfil a la ventana.

—Teléfono —dobló el AdLip—. Instrucciones. Si la última persona que me llamó vuelve a llamar, pasar la siguiente grabación. Grabar. Glynis, lo lamento. Lo pensé mejor. No puedo hablar contigo. Teléfono, fin de la grabación. Teléfono, no informarme de ninguna otra llamada proveniente de esta persona. Borrar todos los registros de sus llamadas. —Luego oprimió algunos botones, tomó un bolso, apagó las luces y salió del apartamento.

Glynis se quedó mirando la habitación vacía y no hizo nada. Su rostro se abatió, su corazón se hundió y el mundo se volvió negro.

Después de unos minutos, le ordenó al teléfono que lo llamara. Vio el mensaje: el rostro de Steve llenando la pantalla, pronunciando las frases con su propia voz. Cuando la grabación terminó, el teléfono cortó la comunicación. Volvió a llamar y esta vez guardó el mensaje. Cortó y pasó el mensaje una, y otra, y otra vez. Lo vio unas veinte veces antes de escuchar que el coche de su madre se acercaba por en el sendero de acceso. Inmediatamente, corrió al baño a lavarse la cara.

—¡Glynis! —la llamó su madre—. ¿Estás visible? ¡Tenemos compañía!

¿Compañía? ¿O sea que no era Ron ni Elizabeth? ¡Nunca tenemos compañía!

—¡Un minuto! —gritó, mientras corría del baño a la puerta de su cuarto, cerrándola de un golpe—. ¡Un minuto! —Ya estaba vestida, pero había olvidado apagar la computadora y el rostro de Steve del mensaje telefónico seguía allí, congelado. Su mano estaba a punto de oprimir la tecla "apagar" cuando, a pesar de todo lo que había sucedido, decidió que esto no había terminado. Rápidamente, programó al Espía para que vigilara a Steve desde el momento en que había dejado el apartamento hacía unos instantes y para que lo hiciera desde la Red. Luego apagó la máquina; estaba a punto de abrir la puerta, pero se detuvo—. ¡Ya voy! —exclamó, mientras corría a la ventana de su cuarto y miraba hacia fuera. Frente a la casa solamente se veía el coche de su madre. Entonces, fuera quien fuera la "compañía", debía de haber venido con mamá. Se acomodó la ropa, se secó los ojos, fabricó una sonrisa y se encaminó a la sala.

Su madre estaba esperándola con un hombre pequeño, de barba, probablemente de unos sesenta años.

—Hola, querida. —Olivia la abrazó y luego hizo un gesto hacia el hombre—. Te presento al profesor Von Strauss. Es uno de los psicólogos teóricos más importantes del mundo hoy en día, si no el más importante. Ha venido al Instituto a ver mi investigación, y le sugerí que viniera a casa a cenar con nosotras. Charles, esta es mi hija Glynis. —Le lanzó una mirada a Glynis—. ¡Saluda!

—Hola —Glynis sonrió con vacilación.

El hombre parecía estar atónito.

—¿Eres... Glynis? —Lo dijo con un fuerte acento alemán.

—¡Dale la mano! —ordenó Olivia.

Von Strauss le ofreció la mano. Glynis se la estrechó. Él rió nerviosamente y luego la soltó.

—¿Ella entiende todo lo que digo?

—Por supuesto que entiende, no sea ridículo —respondió Olivia rápidamente.

—¿Sabe matemáticas?

—La tiene aquí delante, ¿por qué no se lo pregunta a ella?

—¿Cuánto es seis por siete? —dijo, volviéndose inmediatamente hacia Glynis.

Glynis miró a su madre. ¿Quién era este chiflado? Olivia se encogió de hombros.

—Cuarenta y dos —contestó Glynis y enseguida preguntó—: ¿Cuál es la raíz cuadrada de 2222?

—Mmm... esteee...

Glynis miró a su madre.

—Él no sabe matemáticas.

Olivia rió.

—Considérelo una advertencia, Charles. No sólo sabe matemáticas, también puede avergonzar a nuestros invitados. Mire —rodeó a Glynis con un brazo—, el que tenga un problema de salud que no le permite ir a la escuela no significa que esté retrasada en ningún aspecto. Yo, la computadora y a veces Ron le enseñamos matemáticas, literatura, historia, ciencia... todo. De hecho, acabamos de leer El mercader de Venecia. Y los exámenes demuestran que es más inteligente que yo a su misma edad.

—¿En serio? —El profesor estaba impresionado.

—En serio. Así que basta de preguntas. Glynis es tan normal como usted y yo.

—Tengo... un pedido que hacerle —dijo él—. Me... me gustaría verle las amígdalas.

Glynis miró a Olivia, que dijo:

—Charles, me hace sentir abochornada.

—Por favor —dijo él—. Las amígdalas.

Transcurrieron unos segundos de incómodo silencio, hasta que Olivia finalmente le dijo a Glynis:

—Di "ah".

—¡¿Qué?!

—Dale el gusto —Olivia hizo un gesto despreciativo con la mano—. Está viejo y senil. —El profesor le lanzó una mirada perpleja—. Si se comporta así, la gente va a hablar mal de usted —le dijo Olivia. Y a Glynis—: Dale el gusto.

Glynis dijo "ah" y el profesor la escudriñó.

—Sorprendente —dijo. (Más tarde, Glynis se escabulló al baño y se miró la garganta para ver si sus amígdalas estaban rojas o algo así. Pero todo parecía estar bien).

—Sí, sí —dijo Olivia—. Tiene ojos, tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos. Ingiere comida. Si la pinchan, sangra. Si le hacen cosquillas —puso una rápida mano bajo la axila de Glynis—, se ríe. Si la envenenan, se muere.

—Es cierto —dijo Glynis—. Y si me hacen mal, busco venganza.

Ambos la miraron, estupefactos.

—¿Qué? —dijo Glynis inocentemente—. Así termina el discurso, ¿verdad?

—Sí —dijo Olivia, aplaudiendo una vez—. Vamos a comer.

Olivia preparó la comida. Glynis y el profesor se sentaron frente al televisor y miraron las noticias. La más interesante era sobre un equipo de científicos de Japón que había creado un robot inteligente de apariencia humana. El robot tenía una piel humana que parecía auténtica, tenía todos los órganos y "huesos" que tenía un ser humano, y teóricamente podía moverse como un ser humano. Podía mantener el equilibrio y caminar por un campo con obstáculos, pero sus movimientos seguían pareciendo torpes. Definitivamente, no humanos. Y su inteligencia era sorprendente. Podía responder preguntas y formar oraciones. Glynis y Von Strauss estaban hipnotizados.

—Dentro de pocos años —dijo Von Strauss— tendremos robots tan avanzados que no podremos diferenciarlos de las personas reales.

—No en nuestro ciclo de vida, profesor —gritó Olivia desde la cocina—. Estos investigadores de la inteligencia artificial y de las redes neurales pueden ser capaces de crear redes neurales inteligentes. Pero nadie ha podido nunca crear conciencia o sentimientos artificiales ni nada por el estilo. Estamos tan lejos de eso como siempre. Algún día existirán. Pero no en nuestro ciclo de vida.

Durante la cena, Olivia y Von Strauss hablaron principalmente de trabajo.

—El problema de la psicología hoy en día —dijo Olivia— y discúlpeme, profesor... pero el problema es que, en realidad, no es una ciencia.

—Bueno, bueno, bueno... ese es un ataque sin fundamento a nuestra profesión.

—Por favor, profesor. Estamos peor que los médicos hace quinientos años, cuando no conocían el sistema cardiovascular ni las bacterias, cuando hacían enemas y sangraban a la gente para curarla, y no sabían que debían lavarse las manos.

—Bueno, bueno, bueno... eso es ridículo y usted lo sabe.

—Lo que digo —insistió Olivia— es que si realmente quiere que sea una ciencia, entonces debe ser capaz de verificar las teorías que elabora. Debe ser capaz de llevar a cabo un experimento dos veces bajo las mismas condiciones. Después debe ser capaz de llevar a cabo el experimento otra vez, cambiando alguna cosita aquí y otra cosita allá y comprobar si eso cambia el resultado. Sin eso, todas las teorías son simples conjeturas y no pueden tomarse demasiado en serio. Eso no es ciencia, es un juego de adivinanzas.

—Pero para hacer lo que usted dice hay que embotellar la mente humana o meterla en un tubo de ensayo. Y no se puede meter la mente humana en un tubo de ensayo.

Ella bajó el tenedor, lo miró y dijo con arrogancia.

Yo sí puedo.

El profesor Von Strauss miró entonces a Glynis, y algo en sus ojos le provocó a la niña un escalofrío en la espalda.

—Y —agregó Olivia, sin advertir la mirada de Von Strauss— estoy casi lista para publicarlo. —Extrañamente, esa frase puso fin a esa línea de conversación.

Terminada la cena, Von Strauss dijo que debía regresar al Instituto. Olivia le dijo que pasaría un rato más con Glynis y que se reuniría con él en un par de horas. Von Strauss se fue de la casa y, casi de inmediato, Glynis oyó el sonido de un coche que arrancaba y luego se alejaba. Olivia fue a su habitación y todo encajó en la cabeza de Glynis. ¡El único automóvil del sendero era el de su madre! Y el sonido era el mismo sonido familiar. Corrió a la ventana y apartó la cortina. Allí estaba, el coche de su madre, estacionado en el lugar habitual.

—Entonces —dijo su madre, emergiendo del dormitorio con ropas menos relacionadas con su trabajo—, soy toda tuya hasta dentro de una o dos horas. ¿Qué quieres hacer?

Lo que Glynis quería hacer era preguntarle sobre el coche. O sobre su conversación con Steve. Pero todavía seguía bajo los efectos causados por la reacción de su madre el día anterior, cuando le había preguntado sobre su acta de nacimiento. De algún modo, hacerle preguntas en este momento le parecía peligroso. Era mejor encontrar las respuestas por sí misma.

—Ya sabes, mamá —dijo—. El profesor debe ser muy importante para tu trabajo y probablemente no ande por aquí todos los días. ¿Por qué no vas con él? Estaré bien aquí sola.

Olivia vaciló. Claramente, lo que quería hacer era marcharse.

—Eh... ¿estás segura?

—Sí. Estaré bien.

—Quizá le diga a Ron que venga a cuidarte.

—No, de verdad, mamá. No hace falta.

Olivia miró a Glynis a los ojos y luego dijo:

—Está bien. Gracias.

—De nada.

—Y, sabes, te lo voy a retribuir. Pasado mañana, en tu cumpleaños, pasaremos el día juntas. Ya verás lo que te tengo planeado.

—No puedo esperar, mamá.

Glynis observó por la ventana a Olivia mientras se subía al coche y se alejaba. Casi inmediatamente, fue hasta la cama y se arrojó allí. Nunca se había sentido tan sola. Demasiadas cosas que su madre le había dicho eran mentiras o no tenían fundamento. Tenía un tío y el tío había tenido al menos un hijo o una hija —Barbara— que Glynis no conocía. Olivia tal vez estaba viviendo en otra parte. Su acta de nacimiento había desaparecido. Quizá su enfermedad era sólo una excusa para evitar que Glynis saliera al mundo. Y Steve Caspi (el ex-marido de Olivia, otra cosa de la que no se había enterado) se rehusaba a hablar con ella. ¿Y quién era ese Jonathan Hatch que Steve le había confirmado que era su padre? Y ese profesor Von Cómosellame, por más loco que pareciera, había reforzado esa sensación de que su madre no le estaba contando todo.

No tenía a nadie con quien hablar, nadie en quien confiar, nadie a quien preguntarle.

En su interior creció la determinación. Muy bien. Basta de andar con guantes de seda. Ellos me ocultan cosas, yo las descubriré, detalle por detalle. Armaré las piezas de mi vida. Y trabajaré en todas direcciones al mismo tiempo.

Se sentó frente a la computadora y la encendió. Era hora de jugar sucio.

Era hora de vigilar a su madre.

Hizo aparecer un plano general de la ciudad y le pidió que le mostrara en pantalla todas las PubliCams existentes en el Instituto de Investigación McCourt y cerca de él. En el interior no había ninguna. Y no había ninguna en un perímetro de medio kilómetro a la redonda. Era, después de todo, una zona de seguridad. Pero mirando todas y cada una de las Cams remotas, descubrió que había una PubliCam con la que se podía ver la entrada, que estaba en una esquina de la pantalla, desde 1.200 metros de distancia. Era suficiente.

Copió una imagen de su madre extraída del álbum familiar online y le pidió a la computadora que buscara todas las imágenes parecidas a ella tomadas en las últimas 72 horas. Luego Glynis buscó alguna PubliCam que estuviese enfrente del domicilio donde su madre se había "mudado" hacía cinco años y, con creciente impaciencia, le dio a la máquina la orden de alertarla apenas encontrara la primera imagen.

Esto tardaría, como mínimo, unos momentos. Dudó antes de conectarse al Espía que estaba siguiendo a Steve. La traición de Steve aún le dolía. Pero esto no tenía nada que ver con la traición. No tenía nada que ver con la amistad ni con la paternidad ni con nada parecido. Tenía que ver con quién era ella y por qué todos le mentían. Tenía que ver con que todos sabían la verdad a expensas suyas. Se conectó al Espía y miró con frialdad. Taxi al aeropuerto, un viaje de cuarenta y cinco minutos. Después las Cams le perdían el rastro. Una Cam Personal lo localizaba en el aeropuerto, abrazando a una mujer delgada, de estatura un poco baja, que parecía de unos treinta años. Esa debía de ser la mujer embarazada conocida como "querida". A continuación, se lo veía a diez minutos de distancia de su casa, en un taxi, con Querida. Conversación inocua acerca del viaje de ella a Hawai. Qué dulce.

Avanzó rápidamente, mientras parecía que no paraban de hablar, y mientras descargaban el taxi, y mientras entraban en la casa y desempacaban. Glynis pasó a velocidad normal cuando Querida estaba acariciando el cabello de él.

—Glynis —estaba diciendo Steve— piensa que Oli (...) madre.

Glynis congeló el cuadro, abriendo los ojos por la sorpresa. ¡Estaban hablando de ella!

Retrocedió un minuto y pasó la grabación a velocidad normal.

—¿Quieres dejar de hacer escándalo? —estaba diciendo Querida—. Estoy bien.

—(...) segura?

Había retrocedido demasiado. O sea que había captado la conversación apenas unos segundos antes de que comenzara. Efectivamente, veinte segundos después, Querida decía:

—(...) entiendo (...) te molesta.

—(...) complicado (...) —Fuese lo que fuese lo que él decía, Querida tenía una expresión preocupada en el rostro— (...) llamada telefónica que recibí hoy (...) sí misma Glynis (...) diez años de edad. Pero en realidad... Olvídalo, es demasiado complicado (...) principio, ella piensa que Olivia, mi ex... —En la esquina de la pantalla, la imagen de la PubliCam que monitoreaba la entrada del Instituto comenzó a parpadear: había terminado con su tarea. Lo dejó para después.

—La (...) óloga —dijo Querida.

Steve le daba la espalda a la ventana, pero asintió. Movió la mano hacia un costado.

—(...) Glynis cree que Oli (...) su madre. —Glynis frunció el ceño. Era mucho más fácil cuando él se quedaba quieto y hablaba por teléfono.

—¿Y (...) no es su madre? —Querida apoyó una mano en el hombro de Steve.

Steve se hundió en la silla.

—Oh, no. No, no, no, no, no. Ni por asomo. Ella es... —se cubría la boca con la mano unos segundos— ...ra de su clase. Es como la gallina que pone su primer huevo.

—¿(...) decir?

Glynis congeló el cuadro y miró fijamente la pantalla, atontada. Tal vez porque la conmoción era muy grande, pero también porque interiormente estaba tan segura de que Olivia era su madre. Las similitudes entre ellas eran tantas... no era posible que fuese adoptada. Y sin embargo... Steve debía de saber de qué hablaba. Y qué quería decir con eso de "la gallina que pone su primer huevo" . ¿Qué significaba?

¿Olivia no era su madre? No podía ser.

Descongeló la imagen.

—(...) no puedo decirte. —Steve se puso de pie—. Investigación (...) confiden (...). Ya lo averig (...).

—(...) la almohada, ¿quieres? —Ella lo besó y él le devolvió el beso.

—Sí. (...) contigo.

Los dos entraron en el dormitorio, donde Glynis no podía verlos. Eso era todo lo que tenía el Espía. Miró el reloj de la pantalla. El último intercambio de palabras había sido hacía diez minutos. Cambió a la imagen de la PubliCam. El apartamento estaba oscuro, salvo por una lucecita en el dormitorio. Estaban leyendo. O charlando. De ella. O de Hawai. O de su bebé.

Actuando de manera completamente automática, consciente y a la vez inconsciente de lo que hacía, dejó funcionando el Espía y oprimió el icono intermitente de la parte inferior de la pantalla. La pantalla inmediatamente se convirtió en una imagen de la PubliCam ubicada frente al domicilio en el que supuestamente estaba viviendo su madre. La toma era de esa mañana. Olivia estaba saliendo del apartamento, vestida con sus ropas de trabajo, el traje y todo lo demás, y un portafolio en la mano. Luego subió al coche y se alejó.

—Esa perra —susurró Glynis, con la mente aún neutral. ¡Es cierto que vive en otro lado!

El icono de la PubliCam cercana al edificio volvió a titilar. A Glynis le importaba un rábano. La anuló. Observó fijamente el apartamento por un rato, con los dientes apretados, preguntándose cuán desagradable tendría que ser su reacción. Un minuto después, había conseguido el teléfono de Olivia.

Antes de llamar al número de Olivia debía tomar algunas medidas. Los teléfonos siempre mostraban el número del que llamaba en la parte inferior de la pantalla. Si una llamada no era respondida o si el que llamaba no dejaba mensaje, el número quedaba grabado. Si Olivia veía el número de Glynis cuando volviera a "casa", seguramente lo reconocería. Glynis no quería que eso ocurriera. Todavía no. Si hacía la llamada a través de cinco centrales diferentes, el número que aparecería no podría utilizarse para llegar a ella.

No sé solamente matemáticas y literatura, mamá, pensó. También tengo un 10 como hacker. Ingresó en el sitio seguro donde guardaba sus programas de pirateo, la mayoría de los cuales había escrito ella misma. Su madre le había guardado secretos y ella le había guardado otros.

Ejecutó el programa ReCall y marcó el número de su madre.

Apareció la cara de Olivia.

—Hola —dijo—. Residencia de la Dra. Olivia Hatch. —A Glynis se le revolvió el estómago—. No estoy en casa en este momento. Por favor, deje su mensaje.

Apenas desapareció su imagen, la llamada fue transferida inmediatamente al servicio de mensajería de Olivia. Ahora Glynis podía usarlo como si fuera suyo. Recorrió los mensajes. Había tres pendientes (que Olivia no había escuchado aún), dos grabados y uno en la papelera que aún no se había borrado (la papelera borraba los mensajes 24 horas después de haberlos ingresado en la misma).

Primero examinó el que estaba en la papelera.

En la pantalla apareció el profesor Von Variedad.

—Hola, Doctora Hatch —decía con su acento espeso—. Esto es para comentarle las últimas novedades. Acabo de confirmar mi vuelo. Viajaré en el vuelo número... —Glynis avanzó rápidamente—. Estoy muy entusiasmado por ver su investigación. Aunque la mitad de lo que me ha insinuado sea mentira. La veré en menos de catorce horas.

Aburrido. Glynis eligió uno de los mensajes pendientes. Apareció la cara de Ron.

—¡Olivia! ¡Olivia! Si estás ahí, por favor contesta. ¡Ha ocurrido una emergencia con Glynis! ¡Llámame lo más pronto posible!

Glynis pestañeó. Luego miró el marcador horario. Era de hacía seis horas. No había visto a Ron en dos días. ¿De qué diablos estaba hablando? Miró a su alrededor, medio paranoica. Pero no había habido ninguna emergencia en las últimas seis horas, ni en veinticuatro horas tampoco. Y eso sacaba a flote un punto que no había tenido en cuenta. Ron y Elizabeth estaban enterados de lo que fuera que fuese esto. Ellos también le habían estado mintiendo toda su vida. Ya no tenía aliados. Estaba sola.

Los otros dos mensajes pendientes eran ofertas de venta. Basura. Glynis volvió a los mensajes guardados.

En la pantalla apareció un hombre desconocido. Era de unos cincuenta años, arrugado, cansado, y había un par de niños jugando detrás de él.

—Hola, hermana —dijo. ¡Así que este era el tío Thomas!—. Sólo quería informarte que Pat llegó bien, que todo está perfecto y que vamos a divertirnos mientras tú sigues ocupada con ese pez gordo. —Miró a un costado—. ¿Qué? Oh, está bien. —Volvió a mirar a la pantalla—. Pat quiere decirte algo.

Se hizo a un lado y la cámara enfocó el rostro de una hermosa niña de seis años.

—Hola, mamá. —Saludó con la mano, mientras los ojos de Glynis casi se salían de sus órbitas—. Te extraño. Llámame cuando llegues a casa.

—Adiós, Aceite de Olivia —dijo Thomas, y oprimió la tecla de desconexión.

Glynis no podía respirar. Veía manchas frente a sus ojos.

Pasados un par de minutos, se había calmado lo suficiente para darse cuenta de que no podía recordar nada del mensaje, salvo las palabras "Hola, mamá". Volvió a pasarlo.

Pat. Su hermana se llamaba Pat.

Rebobinó el mensaje y congeló la imagen de Pat. Era muy bonita y se parecía mucho a Glynis cuando ella tenía su edad. Aunque la nariz y el mentón eran ligeramente distintos. No había duda. Pat era su hermana.

Olivia tenía una doble vida. Pero era Glynis y sólo Glynis la que parecía pertenecer a su vida secreta. Pat conocía al resto de la familia. Y Glynis... nunca había sabido de su existencia.

De pronto, la imagen de Pat desapareció y fue reemplazada por una vista del apartamento de Olivia. Glynis se sobresaltó. ¿Eh? Cuando estaba a punto de oprimir una tecla y reactivar el contestador telefónico, advirtió un movimiento en la parte superior de la pantalla. Unos pies con tacones altos acompañaban el sonido. Los pies se estaban acercando. La cámara no estaba tomándolos como usualmente lo hacía cuando había movimiento. Los pies se convirtieron en piernas, en una falda, y de pronto en el rostro de su madre, que llenaba la pantalla y que estaba mirándola directamente a los ojos. Glynis casi mojó sus pantalones.

Se quedó paralizada, incapaz de moverse, mientras las cejas de su madre se arrugaban un poco y sus ojos se movían de arriba abajo. Muy lentamente, un pensamiento siguió al otro en el fondo de la mente de Glynis. Era una función de seguridad del programa ReCall. Cuando había un cambio en el entorno, volvía a mapear las imágenes para aparentar que el teléfono no estaba operando, mientras el hacker seguía mirando. El ReCall se estaba haciendo el muerto. En verdad, estaba fingiendo ser un contestador telefónico. Olivia no podía ver a Glynis; su pantalla se veía como la del contestador. No la descubriría, siempre y cuando Glynis no intentara llamarla.

Olivia presionó un punto de la pantalla y se hizo a un lado. El ReCall pasó los tres mensajes nuevos de Olivia, mientras Glynis la observaba ir de una esquina de la casa a la otra, servirse un trago del refrigerador y buscar algo en un escritorio. Los mensajes terminaron de pasar. Glynis estaba sentada frente a la pantalla, sin atreverse a desconectarse. Olivia colocó unos expedientes que extrajo del escritorio en su portafolio, lo cerró, apagó la luz y salió del campo de visión. Glynis la oyó abrir la puerta, cerrarla y echarle llave desde fuera. Fue entonces cuando se dio cuenta de cuánto había deseado que Olivia la descubriera. Para castigarla, tal vez, pero también para confrontarla sobre cómo y por qué y... y... y... tantas cosas, demasiadas cosas.

Glynis comenzó a llorar. Las lágrimas le obstruían la visión; se desconectó de la Red, apagó la pantalla y se dejó caer en la cama. Sollozaba incontrolablemente. Media hora después, se quedó dormida con la ropa puesta, después de haber llorado hasta caer rendida. Soñó con su madre.

—Glynis... Glynis...

Glynis abrió los ojos y vio que su madre la miraba, sonriente. De inmediato, rememoró la noche anterior y pegó un salto instintivo, jadeando.

—¡Eh! ¿Qué sucede?

—Lo... lo... siento. Tenía una pesadilla. —Glynis miró a su alrededor—. ¿Qué... qué hora es?

—Es de mañana. Y te dormiste vestida. Hace años que no lo hacías. —Había preocupación en la voz de Olivia. Eso sorprendió a Glynis—. Oh, dios, lo lamento. No estoy prestándote mucha atención. Escucha. —Tocó las mejillas ruborizadas de Glynis—. Es sólo porque está aquí ese profesor. Él es muy importante para mi carrera. Se suponía que debía irse hoy, pero resulta que le ha gustado lo que ha visto y va a quedarse un día más. Sé que te dije que mañana pasaríamos el día juntas, pero esto es realmente importante. Él se marcha a las seis de la tarde. Pasaremos la noche juntas, tiene que ser suficiente... ¿qué dices? Te daré tu regalo y comeremos como cerdas o algo así. ¿Está bien?

—Claro. —Glynis trató de sonreír.

—Ahora —Olivia aplaudió una sola vez—, ¡a levantarse! Vístete y comamos algo. Debo irme pronto.

Cuando Glynis emergió del baño, Olivia le preguntó:

—Entonces, ¿qué se siente ser grande? ¿Qué se siente tener casi trece años?

El desayuno ya estaba sobre la mesa. Glynis se sentó y miró a Olivia por el rabillo del ojo.

—Me siento mayor y menos inocente que ayer.

—Cuando yo cumplí trece —dijo Olivia— ya hacía por lo menos tres años que me sentía una adulta.

Desayunaron en silencio. De pronto, Glynis preguntó:

—Mamá, ¿por qué no tengo una hermana o un hermano?

A Olivia no se le movió un pelo.

—Yo tuve una hija. Estaba muy enferma. Ya es muy difícil lidiar con mi trabajo y cuidarte a ti. Con eso es suficiente.

Glynis apretó los dientes. ¡Es una perra! ¡Me culpa a !

Glynis se regodeó en el silencio. Olivia seguía hablando del profesor Von Nosequé. Terminado el desayuno, partió raudamente.

Glynis estaba desilusionada porque Olivia no le había preguntado qué era lo que realmente le estaba molestando. No se había percatado de cuántas ganas tenía de decirle lo que sabía, de escuchar una explicación que hiciera desaparecer todas sus preguntas, todas las traiciones. Y Glynis no tenía el coraje de preguntar; necesitaba que su madre se lo pidiera. Pero no lo había hecho. Glynis estaba cansada de adivinar, cansada de espiar. Estaba harta de que jugaran con ella, cansada de que le mintieran. Y, por sobre todo, ya había recibido suficientes sorpresas en su vida.

Era hora de ponerle un punto final. Y ella sabía cómo. Lo único que debía hacer era oprimir los botones correctos.

Frunció los labios con determinación, se sentó frente a la computadora y encendió la pantalla. Echó un vistazo al apartamento de Steve a través de la PubliCam. No había nada. Pero hoy era sábado. ¿Qué posibilidades había de que estuviese en casa a las diez en punto? Esperó un minuto; luego una figura masculina caminó rápidamente de un lado de la ventana al otro. Glynis detuvo la PubliCam, rebobinó, puso la imagen en pausa, acercó el zoom. El ángulo no era bueno, pero era su cabello y su contextura. Era Steve, sí.

Marcó el número de Steve a través de otro número telefónico. De esa forma, el bloqueo que él había impuesto para excluirla (para excluir a su número, en realidad) no funcionaría.

El teléfono marcó una, dos veces; luego apareció su rostro en pantalla.

—Hola. —Glynis le dedicó una enorme sonrisa cínica—. ¿Me recuerda? —Su rostro mostraba conmoción. Justo cuando él estaba recuperando la compostura, ella dijo—: Soy la gallina que pone su primer huevo —y el rostro de él volvió a colapsar—. Me encantó —siguió ella— que haya bloqueado mis llamadas. Me gustó mucho más que usted pensara que iba a funcionar.

—Glynis, yo...

—No, no, no —lo interrumpió ella otra vez—. Usted ya tuvo su oportunidad. Ahora yo voy a tener la mía. Quiero compartir algo con usted —dijo, con un tono de voz extraordinariamente agradable—. Entré clandestinamente a la otra casa de mi mad... de Olivia. Supongo que usted sabe que tiene dos. Y mire lo que encontré. —Reprodujo el mensaje de Thomas y Pat.

—Mierda —susurró Steve cuando la grabación hubo terminado. Él comprendía su importancia, y quizás un poco más.

—¿Tengo su atención, Sr. Caspi?

Él asintió.

—Bien. Porque esto es lo que sé. Mi padre tiene el nombre del padre de Olivia y nadie quiere decirme nada de él. Usted dice que Olivia no es mi madre. —El rostro de Steve denotaba confusión—. No, usted no me lo dijo a mí, pero lo dijo de todos modos. Pero Olivia tiene toda una familia de la que nunca me ha contado, incluido usted para más datos, e incluida una hija que se parece mucho a mí y a nuestra madre, por lo tanto... ¿cómo podemos no tener la misma madre? Y, por algún motivo, usted parece pensar que todo esto tiene algo que ver con mi televisor de píxeles.

—Glynis —dijo él—. Comprendo por lo que estás pasando. Pero no puedo ayudarte.

—¿Le tiene miedo a mi madre, Sr. Caspi? Porque hasta ahora le dije lo que yo sé. Y esto es lo que usted debería saber. Soy inteligente. Tengo recursos. Soy sigilosa. Y estoy tras usted. —Se acercó más a la cámara—. Encontraré algún modo de chantajearlo. Descubriré algunos secretos sobre la mujer que está embarazada de usted. Descubriré una forma de romper con esa relación si debo hacerlo. Puedo hacer mucho más daño que mi mamá. No querrá tenerme de enemiga. ¿No sería más agradable ser mi amigo, como nos lo propusimos originalmente?

Glynis tomó aliento, se relajó en la silla y dijo con voz cansada:

—Mire. Eso fue una amenaza. Aquí está el verdadero trato, Steve: usted sabe y yo sé que ella me ha estado mintiendo toda la vida. No lo entiendo, y no me gusta, y está mal. Sé que usted piensa lo mismo que yo y, basándome en nuestra primera conversación, me parece que usted la abandonó en parte debido a eso. Ella me ha estado mintiendo desde que nací. Me ha ocultado de casi todos los que conoce... y no sé por qué, ni qué otra cosa ha hecho, pero necesito saberlo. ¿Puede comprenderlo? O sea, usted dijo que acostumbraba tener una debilidad por mí. Y ahora va a tener un bebé y yo me doy cuenta de que es un hombre compasivo. ¿Cómo podrá ser capaz de criar a ese bebé, sabiendo que usted es parte de lo que sea que ella me hizo cuando me criaba a mí, sabiendo que usted tuvo la oportunidad de cambiar las cosas y no lo hizo?

Steve bajó la vista.

—Si te lo digo no me lo vas a creer, Glynis.

El corazón de ella dio un salto.

—Dígamelo igual.

—Hay algunas cosas que una persona no debería saber sobre sí misma, Glynis. —Levantó la vista y la miró—. Si te lo digo, nunca volverás a ser la misma. Nunca, Glynis. ¿Entiendes eso?

Ella calló unos segundos, para hacerle creer que estaba considerándolo.

—Lo entiendo. Dígamelo.

Steve inspiró varias veces, profunda y lentamente, como si estuviese reuniendo fuerzas para una tarea imposiblemente difícil. Sin mirarla directamente, dijo:

—En primer lugar, Glynis, no, Olivia definitivamente no es tu verdadera madre. Tú eres su... mmm... Eres un experimento científico, Glynis.

—¿Un experimento científico? ¡Pero ella es psicóloga! —Sus ojos se entrecerraron—. ¿Es psicóloga, verdad?

—Absolutamente.

—Entonces... entonces... entonces...

—Glynis, Glynis, por favor, escucha—. Había compasión en su voz—. Te dije que esto sería difícil de creer. Y esa fue la parte fácil. Lo que te voy a decir a continuación también es una parte fácil, aunque no te va a sonar así. Glynis... —Suspiró y miró a un costado—. Tú no eres humana.

Glynis miró fijo la pantalla.

—Yo... Es ridículo —dijo por fin.

—Es cierto —dijo él con calma.

—Pero... camino, sueño, respiro, huelo, siento... —Se interrumpió, advirtiendo que los animales también hacían todas esas cosas—. ¡Pienso! ¡Hablo! —Esto era ridículo, y sin embargo ella no podía probar que era humana, porque tal vez una nueva forma de vida inteligente también podría hacer todo eso—. ¡Soy igual a todos! —gritó—. ¡S-s-soy humana!

—Sé que haces todas esas cosas y más. Y que habrías sido humana y que podrías ser humana y que definitivamente tienes ADN humano y solamente humano. Pero la verdad es... esa. —No pudo continuar.

—¿Esa qué?

Y él volvió a mirarla directamente a los ojos y dijo:

—Glynis, no eres real.



Ilustración: Valeria Ucelli

—Tienes que dejar que te lo cuente —dijo Steve— sin interrumpirme, ¿está bien? Todo comenzó, para Olivia al menos, durante su primer año en la universidad. Le fastidiaba que la ciencia de la psicología nunca pudiera progresar en serio porque los investigadores no podían hacer experimentos reales. No como podían hacerlos los médicos, los biólogos o los químicos. Como se hacían con personas, uno nunca podía repetir genuinamente la mayoría de los experimentos que le hubiera gustado hacer. Nunca trabajabas bajo verdaderas condiciones de laboratorio. Siempre era posible que las cosas ocurrieran, no por lo que uno hacía o dejaba de hacer, sino por alguna otra razón. Todo era suposiciones, adivinanzas. Yo la conocí durante el tercer año de la universidad. Era... eh... 1997. Nos conocimos, nos hicimos amigos, nos... involucramos. Y fue entonces que ella confió en mí lo suficiente como para contarme de la idea que tenía. Sabía que era una mala idea y que tal vez nunca funcionaría, pero aún así no podía evitar estar obsesionada con ella. Era más o menos así: la única manera de progresar realmente en la psicología era poner la mente humana en una placa de Petri. O quizás en una computadora, una analogía mejor. Si uno podía hacerle a una persona lo que le hacía a un programa, o a una película digitalizada, o a una pieza musical digitalizada, sería perfecto. Si uno podía hacer copias, guardarlas, pasarlas una y otra vez, sumar o restar información y luego volver a correr la situación, se lograrían las condiciones de laboratorio. Se podía hacer que el mismo niño creciera con dos parejas diferentes de padres y ver las diferencias entre ellos y el niño cuando éste crecía. Se podía estar seguro de que lo que uno pensaba que marcaba la diferencia era lo que marcaba la diferencia, eliminando todas las demás opciones. Si se lograba digitalizar la mente humana, se podían realizar experimentos bajo condiciones de laboratorio. Esos experimentos podían repetirse. Se podía... se podía hacer todo. Se podía, finalmente, llevar la psicología al nivel de una ciencia.

"Pero, obviamente, la idea estaba condenada al fracaso. Ella quería poner la mente humana en una red neural informática para poder deducir cómo funcionaba la mente humana. Pero para meterla en una red neural, en principio, uno ya tenía que saber cómo funcionaba. Ni siquiera era una paradoja. Era un acertijo sin salida. No se podía hacer lo primero sin haber hecho lo último. Y el verdadero progreso en las IA y las redes neurales estaba mucho más lejos de lo que está hoy... y eso tampoco habría servido de mucho, en todo caso, porque se necesitaba una mente humana, no una mente artificial.

"Un año antes de doctorarse, unos días antes del 2000... lo recuerdo porque ella festejó descontroladamente, de fiesta en fiesta, durante las celebraciones del Milenio... se le ocurrió la idea de su vida. Estaba tan llena de pasión y... alegría, que es algo que nunca vi en ella con tanta intensidad, ni antes ni después. Ella festejaba por su idea. Ella festejaba porque sabía que iba a funcionar. Festejaba porque sabía que le haría ganar el Nobel. ¿Y sabes qué? Se lo ganará.

"Era un brote de genialidad. De una genialidad horrible, horrible, inmoral, Glynis. Pero genialidad al fin.

"Porque era tan... diablos... tan simple.

"Oh, dios.

"Era así: no necesito saber nada de inteligencia artificial ni de redes neurales, decía ella. No necesito saber cómo funciona la mente humana. Lo único que necesito es el conocimiento que ya tenemos en biología y química, una computadora lo bastante rápida y grande, y que se complete el proyecto del genoma humano. Eso es todo, decía ella. Es todo lo que necesito. ¿Por qué el cerebro humano es como es?, decía ella. ¿Por qué funciona como funciona? El cuerpo se construye y todas y cada una de las cosas que contiene aparecen porque éste lee las instrucciones del ADN. Una proteína llamada polimerasa ARN... escuché ese nombre tantas veces que no lo olvidaré hasta el día de mi muerte... lee el ADN. Los ribosomas leen la polimerasa ARN, luego fabrican las proteínas apropiadas, y las proteínas luego reaccionan químicamente con el resto del cuerpo. En resumen, todo lo que hay en el cuerpo humano actúa como una máquina. Una máquina que opera bajo reglas muy estrictas... ¡que nosotros conocemos!

"¿Por qué no programamos una computadora para que establezca un entorno que actúe exactamente igual que una célula? Sabemos que las células están hechas de proteínas, carbohidratos, grasa y ácidos nucleicos. Conocemos los millones de variedades que adoptan. Sabemos cómo reaccionan una con otra. ¡Sabemos cómo funciona todo! Sabemos todo lo que hacen los vasos sanguíneos, las neuronas, las glándulas sudoríparas y... No recuerdo todo lo que hay en el cuerpo, Glynis. Pero incluso entonces, en el año 2000, sabíamos lo suficiente sobre esa máquina que es el cuerpo humano para programar sus reglas en una computadora. No podíamos interpretar el ADN a nivel macro, pero sabíamos cómo el cuerpo lo interpretaba a nivel micro. Entonces, en realidad, no teníamos que saber qué significaba cada paquete de genes. Sólo teníamos que saber cómo funcionaban las células y cómo aplicaban sus instrucciones. ¿Qué contenían las instrucciones? No hacía falta saberlo.

"Ahora bien, supongamos que no se lo hacemos a una célula. Supongamos que empezamos a partir de un huevo virtual que ha sido virtualmente fertilizado por esperma. Cuando el huevo virtual necesita dividirse en dos células, entonces se divide en dos células virtuales. Y luego en cuatro células virtuales. Y así sucesivamente. Y sucesivamente. ¡Lo que obtienes al cabo de nueve meses es un bebé humano virtual dentro de la computadora! Le crecían manos, le crecían pies, le crecía una boca y pulmones, órganos sexuales y... todo. Pero también un cerebro. No sabíamos cómo funcionaba un cerebro, pero no necesitábamos saberlo. La naturaleza hacía el trabajo por nosotros. Nosotros sólo hacíamos que la computadora siguiera las instrucciones de la naturaleza.

"No terminaba allí. Se necesitaba programar un ambiente virtual para el humano virtual. Era necesario que se pudiera distinguir entre la dureza de las paredes y la dureza de, digamos, los sofás. La vista era algo complicado, porque había que programar fotones virtuales (que, a los efectos del programa, sólo funcionaban como partículas) que llegaran a la retina del ojo como si proviniesen de una fuente de luz preprogramada y rebotaran en las superficies del ambiente virtual. Sería difícil de programar, pero posible. El sonido que alcanzara los oídos del humano virtual era más fácil, porque las ondas de sonido hacen vibrar los tímpanos. De modo que la computadora podía "decirles" a las células de los tímpanos que estaban vibrando a tal y tal velocidad, dirección, fuerza y frecuencia. Con el sonido proveniente de la garganta se hacía a la inversa. Las vibraciones de las cuerdas vocales se interpretaban como frecuencias que, a su vez, luego eran interpretadas como sonido en los tímpanos de los seres humanos que estuvieran mirando el ambiente virtual. Inspirar y exhalar era fácil... ya que conocíamos la manera en que el aire de los pulmones es "absorbido" por la corriente sanguínea, la computadora sólo tenía que asegurarse de que la sangre tuviera la mezcla indicada de lo que ésta consideraría oxígeno, dióxido de carbono y cualquier otra cosa que hubiera en nuestra atmósfera. Y así todo... se podía simular cada aspecto de la vida humana.

"El verdadero programa constaba de millones y millones de células que trabajaban simultáneamente. El humano virtual que hablaba y pensaba y veía y sentía en el ambiente virtual era un pequeño subproducto de los trillones de acciones simultáneas que el programa estaba realizando a cada milisegundo. Era sólo un subproducto. Pero funcionaba. Vaya que funcionaba. Y el bebé virtual nunca notaría la diferencia.

"Olivia consiguió respaldo financiero para su idea con una rapidez pasmosa. Estaba a cargo del proyecto, que se llevó a cabo en el Instituto McCourt. El personal de informática del Instituto tardó hasta mediados de 2005 en terminar de escribir el programa del cuerpo humano virtual que sería la base del proyecto secreto.

"Y entonces... ella necesitó un voluntario. ¿De quién sería el ADN que usaría para simular el cuerpo? Se convino en que debía ser una persona viva, para que el problema del "consentimiento" estuviese resuelto. Después de todo, a los sujetos no se les diría que estaban en un experimento y la justicia, eventualmente, podía llegar a dictaminar que tenían derechos. De modo que si el "donante" tomaba una decisión informada y estaba de acuerdo en tener clones digitales sujetos a experimentación, el problema estaba resuelto.

"Olivia se ofreció. Adujo que ella estaba al tanto de lo perversos y crueles que serían algunos de los experimentos y que estaba dispuesta. Además, como era su proyecto, sería la única persona que nunca se retractaría de su consentimiento.

"Pero lo cierto era que no le alcanzaba con ser la persona que había inventado e investigado todo esto. También quería ser la primera en encarnar una nueva forma de vida. Un humano digitalizado que respiraba, pensaba, hablaba. Esa es la verdad de por qué se ofreció como voluntaria con su propio ADN.

"Y entonces el proyecto estaba listo y en marcha. Ella tuvo que esperar nueve meses para que la célula simple creciera hasta transformarse en un bebé dentro de un vientre virtual, artificial, que le proporcionaba alimento y oxígeno y demás.

"Así fue que naciste, Glynis.

"Inmediatamente hicieron copias de ti, cien Glynis diferentes. Todas y cada una, excepto tú, son sujetos de experimentos que se repiten una y otra vez. Cada segundo, la vida de cada una de ustedes o de sus copias se guarda y se hacen copias de seguridad en algún lugar de las enormes computadoras del Instituto. Ellos pueden volver a cualquier momento y a cualquiera de tus versiones y volverlas a pasar, cambiando esto y aquello, y eso es lo que hacen.

"Pero tú.... Olivia quería una Glynis normal, que tuviera una niñez "normal" , que tuviera los mejores padres que fuera posible. El Instituto estuvo de acuerdo.

"Tu verdadero nombre es Glynis 1.0. Vives en una casa virtual de la que no puedes salir, no porque estés "enferma", sino porque no existe la realidad más allá de la casa. Tu casa no tiene domicilio y no es un lugar: está dentro de las computadoras del Instituto. Cuando Olivia llega y se marcha, hay un programa básico aleatorio del coche entrando y estacionando o yéndose... aunque lo único que ella de verdad está haciendo es poniendo o sacando la marcha. Cuando ella duerme, no es ella, es la computadora corriendo una simulación de ella. En verdad, ella está caminando por el Instituto, y la computadora le envía una alarma si tú tratas de "despertarla". Cuando ella está contigo, está trabajando. Cuando ella va a trabajar, podría estar trabajando, pero también podría estar en su verdadera casa. Cuando tú ves gente... esa gente también está físicamente en el Instituto. Usan un traje de realidad virtual y tú los ves porque la computadora excita tus retinas virtuales como si ellos estuvieran allí. Esa también es la razón por la que tienes un televisor de píxeles. Porque la animación de tu ambiente virtual no es tan buena como la vista real, y nuestros televisores actuales sí son mejores. Pero la animación es mejor que el televisor de píxeles, así que Olivia optó por esa solución. Eso es lo que eres, esa eres. Tienes los padres de Olivia. Eres Olivia, excepto que no eres real. Por eso me fui, Glynis, y por eso rompí con tu madre. Porque, aunque no eras real, eras tan humana como cualquiera. Y lo que les están haciendo a las otras versiones tuyas... yo no podía ni ver las cosas que te hacían en esos experimentos. No podía enfrentarlo. No podía...

"Pero Glynis, tienes que darte cuenta de que no eres como Pinocho. Nunca serás una niña real.


—¡Oh dios, oh dios, oh dios! —La negrura le llenaba la visión. Negrura que no era real—. Siento el aire del aliento de la gente —susurró—. Siento mi propio aliento... huelo... sueño... lloro... —Pero sus lágrimas no eran reales. Sus pensamientos no estaban allí. Su carne no era carne. Su aliento no tomaba aire del mundo, ni se lo devolvía cuando exhalaba. ¡Sus ideas, sus sueños, su vida, podían guardarse en un disco! No era más que un programa de computadora—. ¡Pero sangro! —gritó, arañándose el cuello con las uñas. Retiró los dedos. Había sangre fresca en ellos—. ¡Sangro!

—Glynis —dijo Steve, y en su voz había dolor—. Perdóname, Glynis. Realmente no quería causarte tanto...

—No soy Glynis —dijo ella, con la garganta áspera—. ¡Soy Olivia! No soy Olivia... soy un... soy un programa de computadora. Ejecúteme. Cópieme. Bórreme. ¡Bórreme! Recupéreme. Actíveme simultáneamente. Adiós. —Su mano cayó y la imagen de Steve desapareció.

El estómago de Glynis comenzó a revolverse. Corrió al baño y vomitó. Y mientras lo hacía pensó: el vómito no es real. Y volvió a vomitar. Y otra vez. Y otra. Y todo el tiempo sabiendo que todo eso no era más que la computadora, analizando cómo debería verse el contenido de su estómago si estuviese fuera de su cuerpo, diciéndoselo a sus ojos, haciéndole sentir el olor como si estuviera allí, aunque no lo estaba.

Quince minutos después, físicamente exhausta, se recostó contra la pared de la bañera, respiró hondo y observó su entorno.

Las paredes no eran tales. Pateó una con furia. Le dolió el pie. Pero eso no significaba que la pared estuviese allí. Nada estaba allí. La pateó de nuevo con más fuerza y el dolor se esparció por el pie cuando éste se torció de manera antinatural. Una pared inexistente acababa de provocarle un esguince en un tobillo inexistente.

¡Y Olivia! ¡Incluso su madre, la mitad del tiempo que estaba con ella, tampoco estaba allí!

Y... ¡ah, ah, ah!... por eso a Olivia siempre le parecía tan gracioso que Glynis se sentara a navegar en la Red. Un programa de computadora usando un programa de computadora. ¡Qué increíblemente cómico! Ja ja.

Perra. Bruja.

Pero ella es yo. Yo soy ella. Yo soy tan bruja como ella. Yo soy tan responsable como ella. Oh dios... Y aunque ya no tenía más en el estómago, sus músculos volvieron a contraerse. No salió nada cuando vomitó.

Durante la siguiente hora trató de dejar de existir a pura fuerza de voluntad, de poner fin a esta farsa, de que su cuerpo se diera cuenta de que sus pensamientos no eran pensamientos reales, de que su mundo no era real. Pero no cambió nada.

Lentamente, advirtió que todavía existía. No podía desaparecer a voluntad. Todavía tenía esos pensamientos. Todavía tenía sentimientos. Todavía percibía las cosas y tocaba objetos. El pie aún le dolía. Aún respiraba y podía saborear la comida y odiar a su madre. Seguía... seguía siendo ella misma. Seguía viva. Y, del modo más absurdo y ridículo y paradójico, seguía siendo... humana.

Hizo correr el agua del inodoro una y otra vez; luego roció el cuarto de baño con desodorante de ambientes. Renqueó hasta la sala, se zambulló de cabeza en el sofá y encendió la televisión con el control remoto. Estaban las noticias. Noticias del mundo real. Había una discusión acerca de algo que había dicho el Presidente.

Clavó la mirada en la televisión con los ojos vidriosos. Unos minutos después, apareció una noticia sobre las últimas innovaciones tecnológicas. Entrevistaban a cierto profesor. Éste decía que, aunque ya se podían eliminar muchas enfermedades y malformaciones genéticas en un recién nacido, lo que él estaba ofreciendo, para decirlo burdamente, era un recién nacido diseñado a medida, a partir de las mejores características de ambos padres. La ingeniería genética pronto estaría de moda, afirmaba.

Disgustada, Glynis apagó la televisión y miró el techo.

Pasó una hora y tuvo una revelación. Los humanos, los humanos normales, eran tan máquinas como ella. Todos contenían un trillón de funciones que actuaban simultáneamente y de las que no eran conscientes. Ellos también eran un subproducto de toda la actividad que se desarrollaba en las células. La consciencia, la vista, el oído, el gusto, los sueños, los sentimientos de todos ellos... eran apenas un subproducto de trillones de nanomáquinas naturales del tamaño de un átomo, que hacían su trabajo obedeciendo a las instrucciones básicas del ADN. Era exactamente lo mismo.

Incluso moriré como ellos. Incluso, aunque sea un programa, tengo un tiempo límite, igual que ellos. Cierto, no me enfermo... y ahora sé que eso se debe a que no hay virus ni bugs en mi universo... pero moriré de vieja, igual que el resto de ustedes. Excepto que...

Excepto que después de muerta, podrían resucitarme, empezar desde cero o desde cualquier punto intermedio y tener otra oportunidad, una vez y otra y otra, hasta que el maldito universo explote.

—¡Pero soy real! —le gritó al aire—. ¡Soy real, soy real, soy real!

Sueño, fantaseo, me masturbo. ¿Puede masturbarse un programa? Por el amor de dios, ¡tengo ciclos menstruales! ¡Mis óvulos mueren! ¡T-t-tengo óvulos! ¡Oh, por dios! ¿Puedo tener bebés? ¿Es posible que pueda reproducirme?

Su mente afiebrada corrió en círculos durante horas. A veces lloraba. A veces gritaba. A veces se dejaba llevar por la autocompasión. A veces quería vengarse y quemar el Instituto y a Olivia... que ahora había pasado de ser su "madre" a ser su "hermana gemela"... y siempre, en el fondo, estaban las palabras de Steve: "No eres como Pinocho. Nunca serás una niña real".

De pronto, sus ojos se abrieron de horror. Había recordado otra cosa que Steve le había dicho. Con toda la excitación de pensar en sí misma, se había perdido. Pero ahora...

Al nacer, la habían dividido en cientos de copias. Y con todas y cada una de esas copias estaban haciendo experimentos. Glynis era la afortunada. Sus hermanas gemelas eran... ratones de laboratorio.

Se levantó. Estaba otra vez mareada, pero no le importaba. Le dolía el tobillo esguinzado. Fue renqueando hasta su habitación y se sentó frente a la computadora. Por un segundo, vaciló. Tenía miedo. En vez de hacer lo que había planeado, abrió nuevamente el mensaje que el "tío Thomas" había dejado en el contestador de Olivia. Lo adelantó rápidamente hasta la parte de Pat.

—Hola, mamá —saludó Pat—. Te extraño. Llámame cuando llegues a casa.

Esta no es mi hermana, pensó Glynis. Esta es mi hija potencial. Volvió a pasar el mensaje.

—Hola, mamá.

Lo detuvo allí y presionó un par de teclas, definiendo un lazo.

—Hola, mamá. Hola, mamá. Hola, mamá. Hola, mamá. Hola, mamá. Hola, m...

Glynis clavó la vista en la imagen un largo rato, luego le devolvió el saludo.

—Hola, hija.

Otra tecla, y la imagen de Pat saludando con la mano se convirtió en el fondo de pantalla de la computadora.

Glynis inspiró profundamente.

A la mierda el miedo. A la mierda Olivia. A la mierda todos. Y a la mierda yo. Era hora de irrumpir en las computadoras del Instituto. Era hora de irrumpir en el infierno.

Entró al sitio del Instituto. Tenía el logo, las promos y demás, todo dirigido al público en general. Eso no le interesaba. Buscó una manera en que los empleados del Instituto pudieran entrar en las computadoras del Instituto. No había ninguna. Ni un código ni contraseña que hubiera que teclear. La seguridad era estricta porque estaban guardando un gran secreto y no podían arriesgarse a que ni un solo hacker descifrara las claves. Sin embargo, en esta época no tenía ningún sentido impedir que los empleados accedieran a sus computadoras cuando estaban lejos de las instalaciones.

Volvió a acceder al teléfono de su madre —de Olivia, de Olivia, no de su madre— utilizando el ReCall, a través de otra ruta imposible de rastrear, y esta vez ingresó al historial del teléfono. Todos los números de llamadas recibidas y emitidas estaban registrados, a menos que hubieran sido borrados del registro... e incluso entonces, si uno sabía cómo hacerlo, se los podía recuperar. Pero Olivia no se había molestado en borrarlos. Había hecho llamadas telefónicas durante los últimos tres días al mismo número, que tenía el prefijo del Instituto. Cada llamada duraba varias horas. Obviamente, una conexión entre computadoras. ¡Bingo!

Glynis se desconectó y, tomando otra extraña ruta para que el número no pudiera ser rastreado fácilmente, marcó el número. Qué ironía, pensó, ¡estoy entrando al Instituto sin permiso, pero ya estoy dentro! Inmediatamente ingresó en un sitio que claramente pertenecía al Instituto. Pero que inmediatamente la redireccionó a otro sitio. ¡Acceso no autorizado! ¿Eh? No le habían pedido una contraseña ni un código ni nada por el estilo. ¿Cómo podían saber que ella no pertenecía al Instituto? A menos que no se necesitara un código, a menos que el acceso se concediera según el número telefónico desde el que se estaba llamando. Mmm... Muy sagaz de parte del Instituto. Pero demasiado fácil de descifrar.

Volvió a usar el ReCall, entró en el contestador de su madre... de Olivia. Copió toda la información contenida en identidad.ini del teléfono y se desconectó. Luego reemplazó su propia identidad.ini con la de su madre, y marcó el número nuevamente, ni siquiera molestándose en derivar la llamada a través de otros teléfonos. No debía de ser necesario; el sitio vería esto como una llamada proveniente de la casa de Olivia.

Por un segundo, no pasó nada, y luego la página: apareció un "¡Bienvenida, Dra. Hatch!". Glynis golpeó la mesa con el puño, triunfante. ¡Sí! Los encargados de la seguridad del Instituto debían de ser unos imbéciles totales.

La página de inicio de Olivia era amigable con el usuario. A diferencia de su hija (su réplica, ¡su réplica!), su madre nunca había manejado bien las computadoras. Las opciones eran simples: historiales personales, notas, etc., cámaras de monitoreo y algo llamado El Proyecto. Todas y cada una de estas opciones eran tentadoras; todas y cada una, aterradoras.

Mientras el corazón le latía dos veces más rápido que lo normal, Glynis escogió la opción que parecía menos dañina: "Cámaras de Monitoreo". Mejor tomarse las cosas con calma. Apareció otra lista de opciones: cada una representaba una cámara distinta. Eligió una al azar y apareció la imagen de un pasillo. Detrás del vidrio de las ventanas, se veía a un par de secretarias tecleando en terminales de computadora. Cambió a otra cámara. Una habitación llena de computadoras, gente con delantales de laboratorio. Y... Ron que acababa de entrar en la habitación. Glynis se reclinó, con la boca apretada de rabia. Oh, dios, pobre de mí: El Traidor. Lo observó un momento, se cansó y cambió a otra cámara. Y a otra. Y a otra. Y... y entonces se detuvo. El Profesor Von Fenómeno estaba sentado en una silla, hablando con alguien que no se veía.

—Qué pequeño es el mundo —susurró Glynis.

Un segundo después, el interlocutor del Profesor entró en cuadro y Glynis contuvo la respiración. ¡Estaba hablando con Olivia! Tanteó rápidamente las teclas y activó el AdLip.

—... pertos en leyes han solucionado los problemas legales —estaba diciendo su madre, aunque la voz era demasiado mecánica y no se parecía para nada a su voz verdadera—. Ya hemos solicitado la patente de toda la idea de crear personalidades digitales a través de medios biológicos. El Instituto será el dueño de la patente. Cualquiera que desee hacer lo mismo que nosotros tendrá que pagarnos por usarla.

—Pero las personalidades en sí no se pueden patentar —dijo el Profesor—. Pienso que no, al menos.

—No —asintió Olivia—, pero podemos registrar los derechos de autor. Tendremos que registrar a Glynis. —Glynis pestañeó. ¿Perdón?—. Pero eso hará surgir una cantidad de temas complicados. ¿Qué estaremos registrando, exactamente? ¿Estaremos registrando el estado de su mente en un segundo específico? ¿Registramos la imagen del estado de todas y cada una de sus células en este preciso segundo? ¿Y a cuál Glynis registramos? ¿A todas ellas? ¿Eso significa que si otra persona desarrolla a Glynis con una orientación diferente, esa persona será la dueña de los derechos de esa Glynis? ¿Una Glynis es diferente si ha progresado un segundo más allá del momento en que la registramos? ¿O tal vez deberíamos registrar su ADN? Pero entonces estaríamos registrándome a mí, y no se puede registrar a una persona. Y, de todos modos, la justicia cree que no puede dejar sentado un precedente de registro de ADN. Nuestros expertos en leyes dicen que obviamente se trata de un territorio inexplorado, pero que tal vez podamos evitar todos estos problemas si registramos el programa inicial en sí, con mi ADN ya incluido en él. Sería como registrar un juego de computadora. Todas las eventualidades de ese juego... en este caso, de Glynis... están incluidas en esos derechos. Con eso cubrimos todas las opciones y permutaciones posibles.

—Qué interesante —dijo el Profesor.

—Lo bueno es que —Olivia parecía entusiasmada—, una vez que registremos el programa, tenemos garantizados los fondos para los siguientes veinte años. Porque si alguien quiere verificar nuestra investigación, o bien tendrá que usar a nuestras Glynis y pagarnos por ello, o bien tendrá que cultivar gente nueva a partir de una sola célula. Tendrán que esperar nueve meses y luego esperar a que la persona crezca en tiempo real. Lo que demorará años. ¡Es ingenioso!

Glynis pulsó el botón que detenía el AdLip. ¡Mierda! ¿Cualquiera que desee hacerlo puede cultivar una Glynis si le pagan a Olivia lo suficiente? La iban a mostrar en las facultades de medicina, en las clases de psicología, y cada estudiante podría cultivar a su propia Glynis, y examinarla y experimentar con ella, recorriendo cada momento de su vida junto a ella. Los estudiantes tendrían que cultivar diferentes Glynis en casa para poder hacer sus experimentos, para corroborar la precisión de las investigaciones más recientes. Y así seguiría todo durante décadas, y cada una de esas Glynis ignoraría que no era la única. ¡Cada Glynis viviendo la ilusión de ser una persona real que vivía en un lugar real!

Y setenta años después de que Olivia muriera —¿eso decía la ley?— los derechos de autor se quedarían sin dueño. ¡Entonces Glynis pertenecería a todo el mundo, para siempre! Se la intercambiarían por la Red a cambio de nada, como las obras de Shakespeare o los libros de Dickens. Sería apenas un código digital que se activaría en todos los hogares. ¡Cultive su propia Glynis! ¡El protector de pantalla de Glynis! Estaría en poder de los mirones, los sádicos, los abusadores de niños, los... ¡Oh, dios mío! Se le erizó la piel de todo el cuerpo.

Esas Glynis no serán yo, trató de decirse. ¡Nada de eso me ocurrirá a ! ¡Yo estoy a salvo! ¡Ellas no son yo, no más de lo que yo soy Olivia!

¿Pero cómo podía saberlo? Sentía que todas esas cosas se las harían a ella. No podía descartar la sensación de violación masiva con un pensamiento cerebral. No funcionaba así. Si había alguna manera de convencerse de que eso era cierto, que las otras Glynis no serían ella, alguien tendría que demostrárselo.

Rápidamente, retrocedió al menú original y escogió "El Proyecto". Lo que tanto la había asustado un momento antes, ahora era su única esperanza.

Apareció otro menú. Una lista, desde Glynis 1.0 hasta Glynis 2075.6. Glynis tuvo que agarrarse la cabeza. ¡Oh, dios mío! ¡Tantas versiones de ella misma!

Recordando las palabras de Steve, supo que ella era Glynis 1.0. Maniobró el mouse hasta que éste se posó en el icono con su nombre y, luego de un momento de vacilación, pulsó el botón. La pantalla se convirtió en una vista panorámica de su sala de estar. En la parte inferior de la pantalla había un menú. Había un enlace para cada habitación y una opción para elegir las coordenadas exactas desde donde mirar. Oprimió el icono que representaba su dormitorio. Inmediatamente, vio su propio perfil. Tanto ella como el perfil levantaron las cejas con sorpresa. Miró a un costado, luego otra vez a la pantalla. Giró la pantalla y ahora se vio a sí misma mirando la pantalla en donde ella misma estaba mirando la pantalla en donde...

Era escalofriante. El Gran Hermano podía estar observándola en cualquier momento, en cualquier sitio. Volvió al menú de la Glynis original; luego volvió a colocar la pantalla en su posición anterior. Glynis hizo avanzar el menú, incapaz de elegir entre todas las Glynis diferentes. Pero entonces, en la parte inferior, apareció una opción que no había visto antes: "Resumen para el Profesor". Ah, sonrió sarcásticamente. Glynis para Principiantes. Oprimió ese enlace.

En la pantalla apareció la cara de Olivia. Estaba muy bien vestida y grotescamente maquillada.

—Hola Profesor —dijo—. Presumo que ya lo habrán puesto al tanto de lo que hacemos aquí y cómo lo hacemos. Aquí le presento un breve resumen de los resultados que hemos conseguido utilizando mi método especial. —Su imagen se fue desvaneciendo lentamente, para ser reemplazada por la de una niña desnuda, recién nacida, pero la voz de Olivia se siguió escuchando fuerte y clara—. Cuando uno se acostumbra a la idea, descubre que esto es igual a los universos paralelos. Todo comienza en un punto exacto: esta niña. Y luego diferentes acciones provocan consecuencias diferentes. Las diferentes acciones ejecutadas por otros sobre el espécimen —¡Espécimen!— en diferentes momentos, resultan en personas completamente distintas, si lo prefiere. Observe a Glynis 2.1. —La imagen cambió a lo que debía ser una bebé de pocos meses, con pañales. Alguien la estaba abrazando—. Nuestro primer experimento importante no fue sutil. Queríamos ver la diferencia que habría entre las Glynis 2, que no recibieron más que amor, y las Glynis 2.5, que no recibieron nada de amor, sino que fueron golpeadas constantemente y sin piedad, lastimadas, mutiladas y demás.

El solo hecho de oír esas palabras hizo que Glynis retorciera la cara con una mueca de disgusto y furia. La imagen cambió: ahora estaban abofeteando y golpeando con fuerza a la niña.

—No dije "mutiladas" por accidente —dijo Olivia—. Mutilamos a las Glynis 2.4. —La imagen ahora era la de una pequeña de la misma edad, con un brazo evidentemente roto y retorcido de una manera antinatural. El estómago vacío de Glynis dio un nuevo vuelco—. Ahora vamos a saltearnos diez años para pasar al futuro del espécimen —continuó la voz de Olivia—. Glynis 2.41, una de las versiones futuras de Glynis 2.4. La dejamos sola con un cuchillo por un rato. —Ahora la imagen era la de una niña de diez años. Sus rasgos, claramente, eran iguales a los de Glynis, pero no se parecía en nada a la imagen que Glynis estaba acostumbrada a ver en el espejo. Era unos diez kilos más delgada, piel y huesos; todos sus movimientos y su cuerpo eran como los de un varón, y sus ojos estaban muertos. Glynis 2.41 estaba sentada en el suelo, con los pantalones levantados hasta las rodillas, con un cuchillo en la mano. Entonces comenzó a rasparse las piernas con la punta del cuchillo, apenas lo suficiente como para dejar marcas blancas permanentes. Dibujó formas en una pierna, luego en la otra—. Y en otra instancia... —interrumpió Olivia, y la imagen cambió. La misma Glynis ahora estaba de pie frente a un espejo. Se levantó completamente la camisa y apoyó un cuchillo debajo del pequeño bulto que era su seno—. Como puede usted ver —dijo Olivia, mientras Glynis 2.41 se cortaba la parte inferior del seno izquierdo, exactamente donde se curvaba, hasta que salió sangre—, es completamente inmune al dolor, tiene una manía por la auto mutilación y desprecia su persona y su cuerpo. —Ahora había un semicírculo de sangre, y entonces Glynis 2.41 desplazó su atención hacia el otro seno, y comenzó a hacer lo mismo—. Tenemos muchas teorías sobre esto. Es sumamente interesante. Si desea ver nuestros informes, o toda la historia, están a su disposición. Mientras tanto, continuemos con los demás experimentos. —Volvió a aparecer el rostro de Olivia—. Las Glynis 10 a 20 se utilizaron para tratar de comprender cuándo y cómo incorporamos las destrezas del lenguaje. Nadie habló con las Glynis 10 hasta que cumplieron un año. Nadie habló con las Glynis 11 hasta que cumplieron dos años. Y así sucesivamente. Los resultados son fascinantes. Observe a la Glynis 15.1; aunque conseguimos enseñarle a hablar a pesar de haber comenzado a la tardía edad de seis años, su cabeza es incapaz de crear nada que se parezca a la lógica simbólica independiente, ni siquiera a la edad de doce años. El resumen mostraba a Olivia hablando con una Glynis 15.1 de doce años, que se parecía muchísimo a la propia Glynis, salvo que sus movimientos parecían, en cierto modo, desarticulados

—¿Cómo te sientes, Glynis? —le preguntaba Olivia.

—Estoy muy bien gracias. —Se expresaba como si tuviera un impedimento del habla.

—¿Qué hiciste hoy?

—Jugamos un juego sí Ron y yo.

—¿Y fue divertido?

—Oh sí muy bien gracias.

—¿En qué estás pensando ahora?

Glynis 15.1 se inquietó un poco y se le arrugó la frente, pero no dio ninguna respuesta por largo rato.

—¿Estás pensando en algo ahora, Glynis? —volvió a intentar Olivia pacientemente.

Otra vez, un largo silencio. Esta vez, respondió:

—Cómo era la pregunta madre me olvidé.

—¿En qué estás pensando ahora?

Y silencio de nuevo. Reapareció la cara maquillada de Olivia.

—Llegamos a la conclusión de que Glynis 15.1 no estaba capacitada para la lógica simbólica. Ella piensa en sonidos, en música y en sensaciones, pero no en palabras. Y, por lo tanto, sus pensamientos independientes, tales como nosotros consideramos a los pensamientos, siempre son primitivos. Los pensamientos complejos son imposibles sin lógica simbólica, es decir, sin palabras. Los pensamientos complejos, obviamente, son parte de su potencial, en caso de que hubiese crecido como yo, aprendiendo a hablar desde su nacimiento. Esta investigación no habría sido posible sin nuestro experimento. No podemos usar humanos de verdad como conejillos de Indias y por ende nunca habríamos sabido de lo que era capaz una persona en caso de que le ocurriera lo mismo que a ella. Pero ahora lo sabemos.

"Si tiene ganas de ponerse a filosofar, es como si la persona, en este caso el espécimen, fuese un cántaro vacío que se puede moldear de diversas formas, pero no de todas las formas. Y cada una de esas formas es específica para dicha persona. Después de este experimento, realmente podemos redefinir la "personalidad", no como la personalidad actual de una persona, sino como una multitud de personalidades posibles. Pero hablaremos de ese tema otro día.

"Con las Glynis 100 a 120, tratamos de examinar la culpa. Nos aseguramos de que ella 'matara' accidentalmente a su padre cuando tenía cinco años. Dos años después, mató a su madre, también por accidente. Todo lo que hacía resultaba de la peor manera. La forma en que lo manejó es sorprendente. Mire.

Glynis miró todo. Miró a la Glynis culpable y a la Glynis asesina. Miró a la Glynis egomaníaca (parecida a su madre) y a la Glynis genio (un experimento sobre cómo extraer el máximo potencial de los humanos). Miró a la Glynis abusada sexualmente y a la Glynis clínicamente loca. Miró a las Glynis 1000 a 2000, cada una de las cuales había sido privada de una parte del cerebro en una operación de realidad virtual (de esta manera, Olivia podía descubrir qué hacía exactamente cada parte del cerebro). Y cuanto más miraba, más sentía que el poco control que tenía sobre su vida se le escapaba entre los dedos. Ella era el juguete de otra persona y no tenía otra opción, no tenía salida. Era un sentimiento visceral de indefensión genuina y abrumadora.

¿Y si le decía a su madre que no daba su consentimiento? Nadie pide nacer, le diría Olivia. Además, Olivia ya había dado su consentimiento desde el principio. Bueno, ahora Glynis ya era más grande, y era una persona pensante, con sentimientos, capaz de conceder o denegar su aprobación, especialmente si se trataba de nacer de nuevo. ¡Y ella no lo aprobaba! Pero nadie la escucharía. Era apenas un programa de computadora. Era apenas un conjunto de datos cuyos derechos de autor se podían registrar.

Y además el experimento era demasiado importante. No podían borrar todo y empezar desde cero. Olivia había invertido toda su vida en esto. Su precioso Nobel la estaba esperando.

Sin dudas, Olivia elegiría el proyecto antes que a Glynis. Y eso la lastimaba más que ninguna otra cosa. La lastimaba físicamente, dentro del estómago.

Ninguna madre real y amorosa habría permitido que les hicieran todas esas cosas horribles a otras niñas que fuesen exactamente iguales a su hija. No habría permitido que mutilaran a las Glynis 2.41, salvo hubiera considerado a todas las Glynis como experimentos y nada más. Y aunque Olivia realmente sintiera amor por Glynis 1.0, probablemente no se comparaba con el amor de una madre por su hija de verdad. No podía compararse.

Glynis se echó contra el respaldo de la silla, vacía de energías, exhausta.

No soy nada. No soy nada para mi madre. Ella no piensa en mí como en su hija, no me ama de verdad

Y se dio cuenta de que, a pesar de todo lo que Olivia había hecho, a pesar del odio que sentía por ella y a pesar de que no era su madre biológica, no podía evitar verla como su madre. Era algo que Glynis no podía borrar, sin importar cuánto quisiera hacerlo. Todavía no podía romper completamente con Olivia, a pesar de sus increíbles traiciones. Ella necesitaba a Olivia, necesitaba agradarle a Olivia. ¡Necesitaba a su madre!

Pero no era recíproco. Hay miles y miles de ratas de laboratorio iguales a mí. ¿En qué me diferencio yo de todas las demás? ¿En qué soy especial? ¿Cómo puedo ser cualquier cosa si hasta el único hombre que alguna vez se preocupó ligeramente por mí, aunque soy apenas un puñado de unos y ceros, dice que no soy real?

Se enderezó, golpeteando el teclado con los dedos. Era hora de verificar lo único que había evitado porque, hasta ahora, todavía tenía la esperanza de que lo que Steve le había dicho no fuese cierto.

Pero ahora ya no había esperanza.

Era hora de conocer su verdadera apariencia.

Por medio de la pantalla original de Olivia, ingresó en la central de proceso del Instituto, buscó las carpetas en las que residía la programación de Glynis 1.0, encontró la unidad de computación en la que estaba localizada. Había un icono: un pequeño rostro de Olivia y, debajo de éste, el nombre de "Glynis 1.0". Ahora podía manipular ese icono. Podía borrarlo, podía detenerlo, podía correrse a sí misma desde el comienzo o desde cualquier otro momento. Era enloquecedor.

Pero no era eso lo que estaba buscando. Oprimió el botón derecho y vio las "propiedades" del icono. Rastreó los ".exe" del programa en las carpetas adecuadas y llegó a diez archivos llamados Glynis 1.0. Aquí estamos. Glynis. En carne y hueso. En "código".

Descifró su propio "código", incluso aunque éste estuviera funcionando. Allí estaba: el código que le daba su cuerpo, que representaba su sangre, el aire que respiraba, la comida que ingería, su sudor, sus glándulas, su saliva, sus células, su ADN, su pelo, sus uñas, sus dientes... Millones y millones de líneas de código. ¡Dios santo, carajo!

Dejó pasar páginas y páginas de código, mientras miraba fijamente. La gente real tenía que cortarse la carne para ver de qué estaba hecha. En mi caso, cortarme la carne no serviría. De esto estoy hecha.

El programa avanzó y avanzó. Había que darle crédito a Olivia, era ingenioso. ¿Quién hubiera pensando que podríamos lograr esto tan pronto? ¡Y lo había hecho hacía más de trece años! Había que darle crédito a esa mujer. ¿Pero por qué yo? ¿Por qué me lo tuvo que hacer a ?

Mientras la invadía la autocompasión, las borrosas líneas, que pasaban por la pantalla casi demasiado rápido para poder leerlas, de pronto comenzaron a tener sentido. Glynis era buena programadora y parte del código era muy obvio. Puso el avance de página un poco más lento. Sí. Podía... retocar esto.

Podía alterar su propio código. De pronto, detuvo el avance de página y saltó de un lugar a otro del programa que la representaba. La parte sobre cómo funcionaban las células... esa era difícil y no la entendía. Pero todo el resto, las reglas físicas de la realidad virtual, era fácil.

Aquí estaba la parte donde se definía la dureza o la blandura de cada objeto.

Con solo unas manipulaciones sencillas, podría ser capaz de atravesar las paredes...

Aquí estaba la parte en la que se definía la forma del ambiente. Podía cambiar eso. Podía vivir en un palacio, o en la jungla, o...

Aquí estaba la parte donde se definían las imágenes de los visitantes: Olivia, Ron, Elizabeth, y probablemente una adición reciente, el Profesor Von Pretencioso. Podía hacer que Olivia se viera como Ron o como Glynis o como un elefante.

Aquí estaba la parte que interpretaba los "fotones" al tocar sus "retinas". Todas esas ecuaciones debían de ser un asunto complicadísimo de la física. Pero había un lugar fácil de alterar: la computadora interpretaba lo que ella veía basándose en la ubicación de los ojos virtuales. Ella podía alterar el código y hacer que la computadora la hiciera "ver" desde cualquier combinación de coordenadas que se le antojara, sin tener que moverse. De hecho, podía encontrar el lugar donde ella se encontraba y modificarlo, a fin de poder, sencillamente, "saltar" de un lugar a otro...

Aquí estaba la parte responsable del aspecto de Glynis. Era una de las más difíciles. Al programa se le ordenaba que buscara qué conformaba el "exterior" de Glynis... las células exteriores principalmente, pero también buscaba sangre o huesos o músculos que estuvieran fuera del cuerpo (en caso de una herida). Luego el programa "coloreaba" la forma según el análisis del cuerpo de Glynis. Pero no era obligatorio que la imagen de Glynis tuviera que ver con sus células, músculos o huesos, ¿verdad? Podía ser cualquier cosa también. Podía decirle al programa que olvidara el exterior de Glynis y que simplemente pusiera la imagen de... de cualquier persona o cosa. Imagínense la sorpresa de Olivia si la próxima vez que entraba veía una imagen idéntica a la suya. O si Gynis tuviera la cara del Profesor. Eso estaría bueno. Pero... pero el potencial era aún mayor, se advirtió Glynis. ¿Quién decía que necesitaba una imagen? Después de todo, esto era realidad virtual. Podía no tener ninguna imagen... podía volverse invisible. Y siendo completamente invisible, con un cuerpo capaz de atravesar los objetos, sin tener que desplazarse de un sitio a otro sino capaz de "saltar" hasta donde fuera... Glynis seguiría siendo Glynis, pero lo único que quedaría de Glynis, de la verdadera Glynis, sería... ¿qué?

El cerebro. No podía retocar sus pensamientos ni sus emociones. Ella era y siempre sería un cerebro, un cerebro conectado a un cuerpo inexistente, pero que dependía de él para respirar, para recibir sangre y quizás para hacer otras cosas de las que nada sabía. Siempre sentiría su cuerpo, podría correr, saltar o levantar las manos. Su cuerpo seguiría cansándose, seguiría picándole, porque la programación era del cuerpo y del cerebro. Pero su cuerpo podía hacerse invisible, o ser convertido en objetos que no interactuaran con nada de la "realidad". Dado que su programación estaba atada a las reglas de la humanidad, el cerebro de Glynis no podía existir sin su cuerpo. Pero el cuerpo no tenía que ser físico, ¿verdad?

Apartó la vista de la pantalla y se quedó mirando la pared. Esto era demasiado. Ella era humana, y sin embargo no era humana. Era miles de personas diferentes, y sería miles y tal vez millones. Pero ellas nunca serían ella. Nunca podrían ser ella. De pronto, su mirada se iluminó. ¡Había una manera de asegurarse de ser única! ¡Había una cosa más de su programación que se podía modificar!

Se libró de la habilidad "vista" y accedió al programa mismo, mientras éste seguía funcionando, y comenzó a alterar el código. En la mente se le apareció la ironía de que ella, un programa, estuviera modificando su propia programación a conciencia, y entonces tecleó más rápido.

En un lapso de quince minutos había terminado. Hasta ahora, el programa había estado guardando los datos —a Glynis y a las condiciones exactas del entorno— una vez por minuto. Ahora el programa ya no podía "guardarse" a sí mismo. Pero no era suficiente. Ella había visto dónde se enviaba la información guardada... y entonces ingresó en ese sitio. Aquí estaban. Todos los registros de Glynis 1.0, desde su nacimiento hasta hacía un segundo... toda su vida a intervalos de un minuto, grabada en una computadora. Borrar todo esto le llevaría horas. Rápidamente, se puso a escribir un programa que borraría toda la memoria que contenía sus datos. A la vez, el programa también se aseguraría de no borrar ninguno de sus recuerdos. Y, cuando terminara, se ocultaría, y si alguna vez aparecían nuevos registros sobre Glynis 1.0, también los borraría.

Escribió el programa y lo ejecutó. Observó la pantalla, mientras los momentos de su vida comenzaban a desaparecer, de a cien por vez, comenzando por el presente y retrocediendo. No había interferido con el experimento de Olivia. Sólo se había asegurado de que nunca podrían revivir su pasado. De entre todas las demás Glynis, ella era única. Habría solamente una versión de Glynis 1.0. Sólo una. Y, cuando ella muriera, no renacería. Ella no. Alguna otra Glynis registrada, sí. Ella no.

Vio cómo su decimotercer año terminaba de borrarse. El mes anterior a su duodécimo cumpleaños... recordó lo entusiasmada que había estado, lo inocente que era en ese momento, ignorante de la verdad. Y, por un instante, apareció un esbozo de arrepentimiento. Pero lo que estaba borrando no eran recuerdos. Esto no era un álbum que ella podía ponerse a mirar. Esto era el momento que ella había vivido. Revivir eso sería revivirlo exactamente como había ocurrido, desde su punto de vista de entonces, sin información ni recuerdos adicionales. Esto no era un álbum. Ya había desaparecido medio año. Bien.

Era extraño... mucha gente habría sido capaz de matar por conseguir la clase de inmortalidad que ahora ella estaba tirando a la basura. Vivir para siempre. Que cada momento de la vida que recordaras pudiera vivirse otra vez. La gente soñaba con esta clase de inmortalidad. Y lo único que ella quería era que la olvidaran. No, no era cierto. Quería ser única. Y esta era la única manera de lograrlo.

Sus once años ya estaban borrados.

Glynis se preguntó cómo tomaría Olivia todo esto. Ahora que ella no era un experimento, ahora que ya no podrían corregir sus errores, ahora que era tan única como cualquiera... ¿cómo reaccionaría su madre? ¿Finalmente la vería, no como un experimento, un espécimen, sino como una persona, como... su hija?

Luego reparó en que no lo estaba haciendo para ser única. Lo estaba haciendo por su madre. Toda su fe en el amor de su madre, en la vida que habían tenido, se había desvanecido. Ella quería pruebas de que su madre, al fin y al cabo, la amaba, de que realmente la quería, de que se preocupaba por ella, de que... de que ella era su madre.

Qué estúpida. Qué patética.

Su décimo año ya no existía.

Estúpida o no, patética o no, así se sentía. No podía cambiarlo. (Y no podía "retocarlo" tampoco).

¿Cómo tomaría esto Olivia? Minimizó la ventana que contenía su vida en vías de desaparición a una esquina de la pantalla y volvió a acceder a las cámaras. ¿Dónde estaba Olivia?

Cambió de una cámara a otra, desde un punto de vista a otro, de una sala llena de computadoras a otra. Al ver al Profesor Von Salvaje, se detuvo, pero Olivia ya no estaba con él.

Su noveno año ya estaba completamente borrado.

Glynis continuó saltando de cámara en cámara. Se detuvo un momento, al ver a Ron sentado frente a un panel de computadora. Estaba a punto de pasar a la próxima cámara cuando en la imagen apareció Olivia, que se inclinó por sobre el hombro de él. Glynis ejecutó el AdLip.

—... alarma masiva —estaba diciendo Ron—. Y ya veo por qué.

—¿Qué? ¿Qué es?

—Glynis 1.0 —dijo él—. Sus registros se están borrando solos.

—¿Qué? —Olivia parecía asustada.

—Mira, sea lo que sea, ya ha borrado todos los registros posteriores a su octavo cumpleaños.

—¡Recupéralos! ¡Los necesito! ¡Recupéralos!

—¡No puedo! No se están borrando como programas normales, pasándose a la papelera. ¡Se están borrando de verdad! ¡De a cientos! Por eso sonó la alarma. Una de nuestras alertas de virus encendió las sirenas de borrado masivo.

Genial, pensó Glynis. Disparé una alerta de virus.

—¿Entonces estás diciendo que hay un virus infectando a Glynis 1.0?

—Al menos a todo lo que hemos salvado de ella.

—¡Detenlo!

—¡No puedo!

—¿Y la propia Glynis? ¿El virus la está afectando? ¡Muéstrame a Glynis! ¿Ella está bien? ¡Muéstrame a Glynis!

—Espera. —Ron oprimió las teclas. Desde su punto de vista, Glynis podía atisbar un poco de la pantalla de él. La miró atentamente. En pocos segundos, apareció la imagen de la sala. ¡Hijos de puta! Podían mirarla todas las veces que quisieran. Podían verla duchándose, vistiéndose... Su cara se puso roja.

—No está en la sala —dijo Ron—. Pero al menos el ambiente no parece afectado.

—Intenta en su dormitorio.

Glynis se puso tensa. Por el rabillo del ojo, vio que su séptimo año ya había desaparecido. Vio que Ron golpeaba las teclas y se concentró en la pantalla, tratando de parecer natural.

Allí estaba, en la pantalla: su imagen. Estaba sentada frente al escritorio, mirando atentamente la pantalla de su computadora.

—Parece estar bien —dijo Ron.

—Enciende el audio —lo apuró Olivia—. Quiero confirmar que todo está bien.

—Audio encendido.

Tanto Olivia como Ron se inclinaron más cerca de la pantalla, cuando, de pronto, el rostro de Glynis miró a un costado y directamente a ellos.

—Hola, mamá. Hola, Ron. ¿Cómo están?

Olivia retrocedió un paso.

—¿Qué? ¿Puede vernos?

—No seas ridí...

—Claro que puedo verte, mamá —dijo Glynis. Giró la pantalla de su computadora para que pudieran verla desde su punto de vista—. ¿Ves? Aquí estás tú y aquí está Ron.

—¿Cómo? ¿Cómo...? ¡¿Qué?! —Olivia no podía organizar sus pensamientos, mientras Ron miraba a la cámara ubicada detrás de él.

—Santa Madre de... —murmuró.

—A propósito, Pat te envía muchos cariños desde la casa de Thomas. Tenemos una hija grandiosa, ¿no es cierto, Olivia?

Súbitamente, Olivia hizo una mueca y se inclinó hacia delante con actitud amenazadora.

—¿Hablaste con Pat?

—No, no hablé con ella. Sólo la vi. A propósito, mamá, me gusta tu casa de la Avenida 88, especialmente ese Chagall que hay en la sala. Combina muy bien con el empapelado azul.

—¿Ron, cómo es posible esto? —susurró Olivia.

—Te diré cómo es posible —dijo Glynis—. Estuve hablando con algunos fantasmas. Nuestro padre, Jonathan Hatch, te manda saludos desde la tumba.

—¡Ron, detenla! —dijo Olivia.

—Oh, a propósito... —Glynis pareció recordar algo más—. Glynis 2.4 te envía sus mejores deseos y te agradece el tratamiento que recibió en tu magnífico establecimiento.

—¡Detenla! —Olivia ya no miraba la pantalla—. ¡Congélala!

—Y una última cosa —dijo Glynis—. ¿Qué te parece ese horrible virus?

—No puedo —dijo Ron—. Para detener el programa tengo que guardarlo. Y no me deja guardarlo. Si lo detengo sin guardarlo, perderemos a Glynis.

Glynis esperó un instante, mientras Ron intentaba algunas cosas más. En la parte inferior de su pantalla titilaba un mensaje. El último momento de su vida, que también era el primero, había desaparecido. Glynis entonces dijo, con tono sombrío:

—No puedes guardarme, mamá. No puedes congelarme, no puedes deshacerme, no puedes reiniciarme. ¡No puedes ocuparte de mí más tarde! ¡Tienes que ocuparte de mí ahora!

—Apártate —le dijo Olivia a Ron. Él obedeció. Olivia se sentó y miró la pantalla—. ¿Qué quieres, Glynis? ¿Cómo estás haciendo todo esto?

—Entiendo de computadoras, mamá. Y no soy menos inteligente que tú.

—Eres la responsable del virus, ¿verdad? —Glynis no dijo nada, temerosa del tono de Olivia—. ¿Qué más hiciste?

—Nada, y no es un virus. Borré mis propios registros y nada más, mamá. —Y ahora hablaba con rabia, mientras comenzaban a correr las lágrimas—. ¡Sé lo que soy! ¡Sé quién soy! Conozco tus teorías, sé todo sobre tus demás Glynis. ¡Sé que me mentiste! —Y comenzó a llorar—. Me mentiste toda mi vida. Sé que no soy realmente tu hija. Sé, mamá. Sé... No puedes volver a mentirme.

—¿No estás contenta de ser tan inteligente? —dijo Olivia con rencor—. Me has derrotado.

—¡No lo hice para derrotarte! —gritó Glynis.

—Glynis, ¿no entiendes que podrías haberte ahorrado todas tus lágrimas? Yo podría haberte hecho correr otra vez a partir del momento anterior a que descubrieras todo esto. Podría haberme asegurado de que nunca lo descubrieras. ¡De que tuvieras una vida feliz!

—¡No puedes hacerlo, mamá! —Glynis golpeó la mesa con la mano abierta—. ¡Soy real! ¡No soy un programa! ¡Soy real! ¡Tienes que arreglártelas para tratar conmigo!

Olivia calló un minuto. Luego dijo:

—¿Con qué exactamente tengo que tratar?

—Ahora sé con precisión quién y qué soy, mamá. La pregunta es la misma: ¿Quién soy para ti? ¿Soy un experimento? ¿Soy tu hija? ¿Me criarás ahora como a una hija de verdad?

Olivia se dio vuelta y le dijo a Ron:

—Esto es inaceptable. ¿Estás seguro de que no puedes guardarla como está? No puedo ocuparme de ella en este momento.

—¡Estoy aquí! —gritó Glynis—. ¡No hables como si yo no estuviera!

—Sea lo que sea lo que haya hecho —le dijo Ron a Olivia—, tendré que llamar a nuestros programadores originales y les llevará un tiempo descubrirlo y revertirlo.


Ilustración: Valeria Ucelli

—Olivia —dijo Glynis—. Si tuvieras una verdadera emergencia en tu casa, si yo fuera Pat... ¿qué harías? ¿Correrías a casa? ¿O no le harías caso y te quedarías trabajando?

—Tienes cinco minutos, Ron. —Olivia insistía en ignorar a Glynis—. Encuentra un modo de guardarla o, preferiblemente, de deshacer lo que ha hecho.

—¡Olivia! —aulló Glynis—. ¿Tengo que borrar a algunas de las otras Glynis para que empieces a prestarme atención?

La cabeza de Olivia se volvió instantáneamente a la pantalla. Luego su rostro se retorció con sarcasmo. Dijo:

—Muy bien. Cuando nació Pat, Glynis, durante esas primeras semanas, entendí por qué la gente cree en Dios. Porque se experimenta la poderosa sensación de que algo tan bello, algo tan hermoso e increíble, no puede ser resultado del azar. Pat es mi hija. Y... la amo como ninguna otra madre ha amado a un hijo jamás, aunque estoy segura de que eso no es cierto, pero para mí sí lo es. Mi hija es Pat, Glynis.

"Pero tú... Tú eres yo. Nunca podría considerarte hermosa. Nunca podría mirarte sin sentirme disgustada por ciertos aspectos de mí misma. Tú no eres un experimento como las demás Glynis. Pero eres un experimento. Mi experimento. Eres mi intento de fabricar la mejor yo posible. Quería ver si podía crear una Olivia feliz. Traté de ahorrarte... de ahorrarme... todos los dolores personales que sufrí durante la infancia. Hice lo mejor que pude, pero de todos modos tú los sufriste en su mayor parte. Y todo el problema que tuve con mis padres... te ahorré eso, pero tú tuviste otros problemas, no menos poderosos, conmigo. Glynis, se suponía que serías la yo perfecta. Pero ¿sabes qué? No lo eres. Yo soy la yo perfecta. Y ahora, con lo que has hecho y con la amenaza que significas, me has demostrado que mi experimento llegó a su fin.

—No dije en serio lo de borrar a las otras Glynis.

—No importa. Tenía planeado quitarte la computadora y el televisor antes de publicar mi experimento. Pero ahora... ya no eres una Glynis feliz. Nunca volverás a serlo, nunca volverás a no saber lo que sabes. Y ya no puedo devolverte a una época más feliz y asegurarme de que todo esto nunca ocurra. Entonces... ¿para qué perder mi tiempo? ¿Para qué mantener la ilusión? ¿Qué sentido tiene? —Y su dedo revoloteó sobre la tecla de "borrar".

Glynis sintió que se hundía.

—Adelante —sollozó, con la garganta ronca—. ¡Aprieta esa maldita tecla!

—Espera un segundo —dijo Ron, vacilante—. ¿Yo no tengo opinión en esto?

—Ella puede arruinar el proyecto, Ron —dijo Olivia, sin apartar los ojos de la pantalla ni su dedo de encima de la tecla "borrar" —. No es más que un programa de computadora. ¿Y no eras tú el que la semana pasada te quejabas de que pasabas demasiado tiempo con Glynis y que no tenías vida real? ¿ te encargarás de cuidarla?

—Pero aún así...

—Intenta interferir —susurró ella— y te despido.

Ron hizo una mueca y luego apartó la visa, sumiso.

Por primera vez, Olivia miró a la cámara.

—Tú sola te hiciste esto, Glynis. Podría haberse evitado. Tú lo hiciste. Tú me obligaste a presionar esta tecla.

—Mamá —lloró Glynis—. Yo... —Olivia miraba a la pantalla y su dedo se aproximaba a la tecla— igual... —el dedo se acercaba— te... —el dedo de Olivia tocó la tecla, pero no la oprimió— quiero.

Olivia vaciló un segundo más y luego pulsó la tecla. Los ojos de Glynis se ensancharon, su corazón latió de miedo y



Título Original: Hatchling, © Guy Hasson
Traducción: Claudia De Bella, © 2006


Guy Hasson es un escritor y un dramaturgo israelí que vive en Arizona, USA. Ha publicado los libros Life: the Game y Hatchling en papel (al que pertenece este cuento) y Hope for Utopia en formato electrónico. Sus historias cortas han aparecido en inglés, hebreo, y alemán y ha ganado el premio Geffen concedido en Israel a la mejor historia corta de 2003.


Axxón 163 - junio de 2006
Cuento de autor asiático (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: IA: Israel: Israelí: Hebreo).