PILDORA AMARILLA

Carlos A. Gutiérrez Bermúdez

Colombia

1

—¿Escuchaste eso Ron?

Ron Kollek, al otro de lado de la mesa, levantó la mirada del libro que estaba leyendo y trató de pescar algún sonido en la quietud del aire de la cabina.

—No, David. No escucho nada.

—Es el sonido de la nave, acaba de cambiar.

—¿De qué sonido hablas?

—Cuando todo está en silencio es posible escuchar un leve zumbido como de transformador eléctrico. Pero no siempre es igual, algunas veces es más agudo o más grave. Es la clase de cosas que sólo puedes notar si has estado mucho tiempo en un mismo lugar. A propósito Ron, ¿cuánto tiempo hemos estado en esta nave?

—Déjame ver. —Ron jugaba con su espesa barba mientras hacía cuentas mentalmente—. Creo que estamos por cumplir doce años.

—Quise decir despiertos. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que despertamos?

—Bueno, eso es otra cosa. Despertamos hace cuatro años y algunos meses. No recuerdo con exactitud.

—Es mucho tiempo, ¿no crees, Ron? Yo nunca había estado tanto tiempo en un mismo lugar. Ahora esta nave será nuestra tumba, así que creo que estaremos aquí para siempre.

—¡No!

Ron cerró con fuerza el libro sobre la mesa.

—No permitiré esa clase de expresiones. La situación es extrema pero debemos mantener la perspectiva si queremos vivir.

—¿Perspectiva, vivir? Sé realista Ron...

La puerta de la cabina se abrió de repente. Laura cruzó el umbral de la cabina. Estaba descalza y llevaba puesta su vestimenta de hacer ejercicio.

—¿Me pareció escuchar mi nombre?

—Sí, estaba discutiendo con David la programación de tareas para esta semana.

—Entiendo —comentó Laura sin parecer muy convencida. Un silencio incomodo cayó como una pesada cortina sobre los tres ocupantes de la cabina. Laura dio unos cuantos pasos hacia el interior. Con una pequeña toalla blanca se secaba la nuca y parte del rostro.

—¿Por qué me miran de ese modo? ¿Acaso también estamos escasos de pastillas inhibidoras del deseo sexual?

Una sonora carcajada de David llenó la cabina. —Me encanta tu sentido del humor, realmente es muy bueno. No, a decir verdad aún nos quedan muchas de esas pastillas. Lo que ocurre es que nos pareció llamativo que hubieras rapado tu cabeza.

—Oh, así que es eso. —Laura llevó su mano a la cabeza—. Lo había olvidado por completo. Lo hice ayer, siempre había querido hacerlo. Se siente extraño, es como una pequeña... liberación, por así decirlo.


Ron siempre había considerado a Laura como una mujer atractiva. El haberse rapado le había conferido un cierto toque andrógino, pero sin hacer demasiada mella en su belleza.

Laura tomó asiento y fijó su mirada en el pequeño contenedor plástico que estaba sobre la mesa. Le recordaba a aquellos contenedores de huevos que había conocido durante su infancia. Sólo que éste tenía un aspecto mucho más estilizado, casi estéril. A través de la cubierta plástica del contenedor era posible apreciar tres píldoras amarillas. No eran perfectamente idénticas entre sí. Las diferencias en su forma eran evidencia del proceso de fabricación en gravedad cero.

—¿Son las últimas tres? —preguntó Laura.

—Así es —dijo Ron sin mirarla a los ojos.

—Entonces hoy es el día. —Laura parecía devastada—. Finalmente ha llegado. Es el momento de tomar decisiones.

—No, Laura —replicó David—. Sólo se pueden tomar decisiones cuando se cuenta con opciones. Aquí estamos muy cortos de eso.

—No necesariamente. —Ron se impuso con su gruesa voz—. Aún tenemos alternativas. Hemos trabajado muy duro para llegar hasta este punto y no nos vamos a dejar arrastrar por visiones fatalistas. Estamos muy cerca de lograrlo.

—¿Visiones fatalistas, dices? —David movió su cabeza en señal de desaprobación—. Permíteme recordarte que sólo nos quedan tres píldoras, una para cada uno de nosotros, que a lo sumo nos protegerán por veinticuatro horas. ¿Y después, qué? Estamos a más de setenta horas de Suend. No estamos hablando de resistir unas cuantas horas, hablamos de días. A menos que encontráramos una forma de fabricar nuevas píldoras o de teletrasportarnos hasta Suend, no hay escape posible. Sólo nos queda una salida digna. Conozco muchas formas de hacerlo sin dolor.

—David, mi amigo. —Ron se coloco de pie y apoyo sus manos sobre la mesa—. Eres un excelente oficial y aún mejor científico. Sin embargo, el pesimismo y el miedo al dolor han bloqueado tu juicio. Debemos abordar este problema con la frialdad con que lo haríamos con cualquier otro problema de ingeniería. Yo lo hice de esta manera y creo que he llegado a una posible solución. Lo único que les pido son diez horas más. En diez horas nos reuniremos aquí. Si aprueban mi plan entonces procederemos, de lo contrario tendremos que considerar la salida digna de la que habla David.

—Ron —comenzó Laura titubeante—, realmente aprecio mucho tu esfuerzo y la manera como nos has liderado para llegar hasta aquí, pero algo de lo que estoy completamente segura es de que no voy a permitir que ellos despierten dentro de mí. Ni siquiera permitiré llegar a algo medianamente próximo a eso. No voy a tomar ese riesgo. ¿Está claro, Ron?

—Perfectamente. No hace falta que lo digas. Yo me siento igual.

Laura y David se pusieron de pie, tomaron su respectiva píldora amarilla y se retiraron para realizar sus tareas. En el marco de la entrada, David se detuvo y dio media vuelta. —Sabes algo, Ron, estuve pensando cómo podría ser peor esta situación y se me ocurrió algo.

—Déjame adivinar, podríamos estar terriblemente lisiados o mutilados.

—¡Ja! Esa es buena pero muy obvia. Se me ocurrió que podrían haber quedado menos de tres píldoras. Quizás una o dos. En ese caso, las cosas no estarían tan tranquilas como ahora. Probablemente estaríamos matándonos entre nosotros. Vamos Ron, no pongas esa cara. Es sólo una situación hipotética. El caso es que por una afortunada coincidencia al final quedaron tres píldoras, ¿no crees?

—Sí. Afortunada coincidencia.


2

Ron tomó la cabeza con extremo cuidado y la fijó en un arnés que colgaba del techo. Deslizo el arnés por un riel hasta que la cabeza quedo ubicada justo encima del cuerpo decapitado. Con delicadeza artesanal desenrolló una a una las fibras que asomaban por debajo de la cabeza. Gracias al código de colores que venía impreso en cada uno de ellas, le fue fácil saber con cuál de las fibras del cuello debía fusionarlas.

El proceso era lento. Ron sabía que podría arruinarlo todo si se apresuraba, así que lo tomó con calma. Cuando hubo fusionado la última de las fibras procedió a desenganchar la cabeza del arnés, para luego hacerla encajar dentro del cuello.

Se detuvo un momento para apreciar su obra. No está tan mal, pensó, para ser un robot hecho de retazos. De uno de sus bolsillos extrajo un pequeño cilindro de apariencia metálica y sin ninguna inscripción en él. Después lo introdujo en una ranura apenas visible en uno de los costados del robot.

Éste se sacudió ligeramente. Cada uno de sus micro-motores fue accionado al igual que sus articulaciones. Era el procedimiento normal de encendido por primera vez. El cerebro del robot hacía un reconocimiento del cuerpo que tenía conectado.

Finalmente cesaron todos los sonidos y tras una pausa de unos segundos el robot se incorporó.

—¡Bienvenido a la vida! Mi nombre es Ron Kollek, capitán y jefe científico de la nave Humbold II en expedición hacia un planeta tipo Terra llamado Suend.

—¿Quiere decir eso que estamos en el espacio exterior? —preguntó el robot con su característica voz monótona y fría.

—Así es. Partimos hace cerca de dieciocho años desde una estación espacial en las afueras del Sistema Solar. ¿Alguna vez habías estado a bordo de una nave espacial?

—No, jamás.

—¿Qué es lo último que recuerdas?

—Recuerdo al doctor Kao Shu-sun, encargado del entrenamiento de robots de Chinese Robots Inc. en la provincia China de Fujian. Él descargó mis programas de funciones básicas y luego hizo una prueba general de mi funcionamiento. Por cierto, éstas no son mis partes originales.

—No, no lo son. La mayoría se perdieron. Tuve que trabajar con lo que tenía a la mano. Dime algo, ¿conoces el significado de la palabra porteador?

—Sí. Se denomina porteador a la persona que se dedica a transportar equipajes o mercancías de un lugar a otro a cambio de...

—No. Quise decir dentro de la jerga de los viajes espaciales, ¿qué significado tiene la palabra porteador?

—No conozco otro significado aparte del que acabo de mencionar.

—Bueno, en ese caso comenzaré por informarte que yo mismo soy un porteador, al igual que mis otros dos compañeros de tripulación, David Kassar y Laura Boupet. Este término viene del hecho de que cada uno de nosotros transporta dentro de su cerebro varias mentes. Yo, por ejemplo, transporto cuatro mentes aparte de la mía. Cuatro es normalmente el límite. Se alojan dentro de lo que se denominan "estructuras cerebrales ociosas". El modo de transmitir la información es un procedimiento químico electrónico similar al que se utiliza para descargar programas en las mentes de los robots. Es un poco tortuoso, pero en términos generales es bastante seguro. Las mentes huésped, así las llaman, permanecen inactivas y no interfieren para nada con la mente hospedera mientras la persona ingiera cada veinticuatro horas una dosis de un neuroinhibidor conocido como FM200. Algo como esto —Ron sacó de su bolsillo su píldora amarilla y se la enseño al robot—, la cual por cierto debo tomar ahora.

Caminó hasta el otro extremo del laboratorio y se sirvió un vaso con agua. Con mucho cuidado colocó la píldora en la parte de atrás de su lengua y luego la tragó ayudado por un sorbo de agua. Arrojo el agua restante. Regresó a donde estaba el robot mientras sacaba una cajetilla de cigarrillos de uno de los bolsillos frontales del chaleco.

Tomó uno de los cigarrillos y lo encendió. Parecía realmente disfrutar de cada aspiración que hacía. Se detuvo por un momento a leer la etiqueta de la cajetilla que advertía del peligro de desarrollar cáncer por el hábito de fumar. Esa era una preocupación que lo agobiaba frecuentemente en otro tiempo. Ahora, dadas las circunstancias, le parecía algo totalmente inocuo y lejano. Con el cigarrillo apretado en sus labios, Ron continuó.

—Si por alguna razón la persona no ingiere dicha sustancia se produce lo que llaman flash-host. Las mentes huésped tratan de tomar el control del cerebro y del cuerpo. Es una verdadera avalancha de imágenes, voces, recuerdos, sensaciones. Todas las mentes al mismo tiempo tratando de imponerse, tratando de ahogar a las otras... es algo enloquecedor. La mayoría de las personas no pueden soportarlo ni una hora. Después de un tiempo el cerebro entra en shock y la persona muere.

Ron levanto la vista y le dio una última aspirada a su cigarrillo antes de estrellarlo contra una de las paredes del improvisado laboratorio. Reparó en la inexpresiva cara del robot. Completamente atento, completamente vacío.

—Estoy consciente —continuó Ron— de que muchas de las acciones de un ser humano no tienen mucho sentido para un cerebro de robot, así que probablemente te estarás preguntando, si es que sientes curiosidad, ¿qué razón puede llevar a una persona a pasar por semejante procedimiento? Bueno, existe una razón y muy buena. En 2025, cuando comenzaron a usar masivamente la hibernación humana para los viajes especiales largos, todo el mundo estaba maravillado. El viajero se dormía en la Tierra y despertaba en algún otro mundo sin envejecer ni un solo día. Luego vinieron los problemas. Se dieron cuenta de que el cuerpo no envejecía pero la mente sí. Al despertar la mente estaba terrible e irreparablemente deteriorada por la pérdida de recuerdos y habilidades. Así que alguien tuvo una idea: No enviar a todos los ocupantes de la nave dormidos. Algunos de ellos deberían viajar despiertos llevando dentro de sus cerebros las mentes de sus compañeros en hibernación. Al llegar a su destino sólo se debe revertir el proceso y transferir las mentes de nuevo. No es tan mala idea. Ya se ha hecho y funciona bien.

—Debo asumir que ésa es la condición de esta nave.

—Así es. Laura, David y yo estuvimos dormidos el mayor tiempo posible antes de que empezara el deterioro cerebral. El resto de la tripulación está hibernando desde el momento en que partimos. Los apodamos cariñosamente "cáscaras". Son once en total. Cuatro en mi cerebro, cuatro en el de Laura y tres en el de David. Todo estaba saliendo perfecto hasta hace unos meses cuando sentimos un estremecimiento. Lo siguiente que vimos a través de las ventanillas fue fragmentos de nuestra nave alejándose a toda velocidad. No estamos seguros de qué causó la explosión, creemos que un micro meteorito impactó en una celda de energía. Sea lo que haya sido voló casi un cuarto de nuestra nave. Pasamos cerca de dos semanas de trabajo continuo tratando de estabilizarla. Al final lo logramos, sólo para darnos cuenta de que el módulo bio-químico encargado de la elaboración de nuestras píldoras de FM 200 estaba completamente inservible. Dentro de aproximadamente sesenta y dos horas llegaremos a nuestro destino, pero ya ingerimos la última píldora disponible. ¿Entiendes nuestro dilema?

—Sí. Ciertamente una situación muy difícil de sortear. ¿Por qué no descargan ahora sus mentes dentro de las "cascaras", como usted los ha llamado? Estoy seguro que podrían afrontar el hecho de estar todos despiertos hasta llegar a Suend.

—Podríamos hacerlo si tuviéramos a bordo el equipo necesario para hacer la transferencia. Pero no lo tenemos. El equipo se encuentra en Suend. Fue enviado, junto con otros equipos, en una serie de sondas que partieron un par de años antes que nosotros. Es como enviar el equipaje por adelantado. Es un buen truco, ahorra espacio en la nave.

—Entiendo. Una situación aparentemente sin salida. ¿Cómo podría yo serles de utilidad para resolver este problema?

—Dime algo, ¿te gusta aprender cosas nuevas?

—Por supuesto. Es parte fundamental de mi programación.

Ron tomo un cable de datos conectando un extremo en su computador de mano y el otro directamente al cerebro del robot. A continuación inició la operación de descarga.

—Entonces te va a gustar esto. Es un algoritmo que escribí. Va a tomar algo de tiempo, es bastante extenso.


3

—Es imperativo que nos pongamos en hibernación dentro de las próximas veinticuatro horas. No hay forma alguna de reemplazar el FM200, ni de reparar nuestro módulo bio- químico. La única alternativa para evitar que los huéspedes despierten dentro de nosotros es ponernos en hibernación.

Nadie dijo nada durante varios segundos. El zumbido de la nave llenó el silencio que se hizo en la cabina donde se habían reunido. Fue Laura quien al fin habló.

—Pero... si vamos a estar dormidos... ¿Quién va a operar la nave?... ¿O acaso no piensas descender en Suend?

—Claro que descenderemos. Ese siempre ha sido nuestro objetivo. En estos momentos estoy programando un robot para hacerlo.

—¿Un robot? ¿De donde sacaste un robot? —intervino David.

—Encontré un cerebro tipo III en la bodega anterior. Con las partes que logramos rescatar después de la explosión logré armar un cuerpo medianamente funcional.

—¿Un robot? Ahora sí pienso que has perdido la razón. —David estaba realmente exaltado—. Si un robot fuese capaz de operar una nave como ésta, nosotros no estaríamos aquí, en primer lugar. Estaríamos dormidos y tendríamos una tripulación de robots.

—Eso es algo que tengo perfectamente claro —contestó Ron con gran calma—. La razón por la cual los robots no tripulan las naves es porque en algunos momentos es necesario evaluar tantas variables sutiles que sólo una mente humana puede hacerlo. Nadie va a poner costosos equipos y vidas humanas en manos de un robot que no ofrece ninguna garantía. Pero aquí no estamos hablando de obtener un ciento por ciento de probabilidades de éxito, hablamos de darnos aunque sea una pequeña oportunidad de llegar con vida a Suand para deshacernos de nuestra terrible carga. ¡Cualquier cosa es mejor que nada!

—¿Qué probabilidades tenemos, Ron? —preguntó Laura.

—Bueno, será imposible dotar al robot de un programa que prevea todos los casos posibles con los que se podría encontrar durante el aterrizaje. Lo que hice fue, a través del simulador, determinar los escenarios con más probabilidad de ocurrir y luego escribir un programa que prepare al robot para dichos escenarios. Según mis estimaciones, tenemos un veinte por ciento de posibilidades de aterrizar exitosamente. Ahora tenemos muchos preparativos por hacer, debemos revisar los impulsores...

—Déjame preguntar algo —le interrumpió David—. ¿Qué ocurre en el otro ochenta por ciento de posibilidades? ¿Cómo acabaríamos nosotros?

—Estaremos hibernando, así que realmente no tiene mucha importancia. Si la nave se incendia en la atmósfera o se estrella contra el planeta no nos daremos cuenta, será como morir apaciblemente dormidos.

—No necesariamente, Ron. Y tú lo sabes. Los sistemas de hibernación podrían dañarse y quedaríamos expuestos a una muerte horrible y lenta.

—En estas circunstancias cualquier oportunidad de sobrevivir es pura ganancia. Siempre habrá riesgos. Así que debemos tomar una decisión ahora. Laura, ¿apruebas mi plan?

—Lo apruebo. —A continuación, Laura se puso de pie y extendió el dedo pulgar de su mano izquierda hacia arriba, señal que usaban tradicionalmente durante las votaciones en la nave. Ron hizo lo mismo.

—Es tu turno, David. ¿Apruebas mi propuesta o no?

David se puso de pie con el pulgar hacia abajo.

—¡Me opongo! Sigo pensando que mi idea es mejor. No tenemos que exponernos a la posibilidad de sufrir una muerte dolorosa.

—Parece que estás muy ansioso de morir por tu propia mano, ¿no, David? Si ése es tu deseo ¿entonces por qué te embarcaste en esta misión? Existen muchas formas de morir en la Tierra. ¡No tenías necesidad de venir tan lejos!

David dejó la cabina y de nuevo el zumbido de la nave tomó su lugar como sonido predominante, sólo eclipsado momentáneamente por la pesada respiración de Ron.


4

El robot continuaba conectado al computador de mano de Ron, incorporando el algoritmo de aterrizaje a su sistema. Ron se hallaba adaptando una de las manos del robot de modo que le fuera útil para manipular los controles de la Humbold II.

El agudo sonido del intercomunicador rompió su concentración. Se puso de pie, caminó hacia él y obturó el botón de audio.

—¿Diga?

—Soy yo, David.

—¿Qué ocurre?

—No es nada, yo sólo... bueno quiero disculparme por lo que pasó hace un rato en la cabina. No sé por qué reaccioné de esa manera... yo...

—No te preocupes. Este accidente nos ha puesto a todos en una situación de punto de quiebra que muy pocos podrían soportar y para el que nadie estaba preparado.

—¿Sabes algo? Realmente me gustaría estar en el lugar de ellos.

—¿De quienes?

—De las "cáscaras". Ya sabes, sólo están ahí dormidos. No han tenido que pasar por todo esto. Sin angustias, sin problemas. Si tienen suerte despertarán en Suend, si no, ni siquiera se darán por enterados de lo que ocurrió.

—Sí. Yo también los envidio.

—¿Cómo fue que terminamos metidos en esto?... ¿en qué momento se dañó todo?... yo... ¿alguna vez te comenté que antes de estudiar física estuve en la escuela de leyes?

—No... no sabía eso.

—Durante el segundo año comencé a sentir unos síntomas que hicieron pensar a los doctores que podía estar sufriendo de cáncer de colon. Una semana después se dieron cuenta de que en realidad se trataba de un problema viral. Durante esos días de incertidumbre había una parte de mí que ansiaba y esperaba estar realmente enfermo de cáncer, porque era como mi tiquete de salida de una carrera que en realidad no me gustaba, pero que no era capaz de dejar. ¿Te das cuenta de la perversa lógica de esto? Prefería tener cáncer porque ello me daba una salida fácil sin señalamientos, sin preguntas. Porque, después de todo, una enfermedad es un accidente, no es culpa de nadie, ¿no es así? Creo que ahora, respecto a esta misión, me estoy sintiendo de nuevo como en aquellos años de Universidad. Porque esa explosión que dañó nuestra nave es en cierta manera también una liberación. Nos libera de la responsabilidad de llegar hasta Suend, nos libera del peso de cumplir la misión con éxito...Ron... apuesto a que a pesar de las apariencias a veces tú también sientes dudas... Ron... ¿estás ahí?

—Sí... estoy aquí, David. Entiendo que claudicar parece un camino mucho más fácil y atractivo. Yo también me siento inclinado hacia eso algunas veces, pero ahora mismo debemos enfocar nuestros esfuerzos a esta oportunidad que tenemos de llegar con vida a Suend. No podemos darnos el lujo de dudar. Si lo logramos, ya encontraremos el tiempo de hablar de todo esto bajo el cielo de Suend. Trata de recordar cómo era todo antes de la explosión, cuando estábamos genuinamente esperanzados por esta misión.

—Entiendo, Ron. Yo... voy a ayudar a Laura con la programación de esos impulsores. Y luego me prepararé para la hibernación. Gracias por escucharme.

Ron apago el intercomunicador y se sentó en el suelo. Contempló su pequeño e improvisado laboratorio mientras buscaba con desesperación su cajetilla de cigarrillos dentro de los bolsillos del chaleco. El robot continuaba allí, totalmente inerte en apariencia, aunque su interior bullía de actividad. Ron apretó con rabia la cajetilla de cigarrillos al darse cuenta de que estaba vacía. —Odio este papel de motivador, realmente lo odio —dijo en voz baja.


5

Los tres estaban listos y ansiosos. Cada uno yacía desnudo dentro de su respectiva cápsula de hibernación. La preparación había comenzado varias horas atrás con una dieta muy estricta y la ingestión de diversos fármacos.

Las cápsulas de hibernación no dejaban mucho espacio para moverse y en realidad sus usuarios no lo necesitaban. Similares en apariencia a sarcófagos, las tres cápsulas estaban alineadas una al lado de la otra en el suelo del área de hibernación. Más hacia el fondo era posible apreciar las otras once cápsulas.

Una gran cantidad de cables y sensores estaban conectados a cada uno de los cuerpos. Algunos tenían como propósito monitorear lo actividad de los cuerpos, otros servían para enviar señales eléctricas, especialmente durante el proceso de reanimación.

El robot se movía de una cápsula a otra haciendo verificaciones en la pantallas de monitoreo. Algo totalmente innecesario pues el proceso era completamente automático. De cualquier modo les brindaba un poco más de tranquilidad.

—Comienza etapa de irrigación —fue lo que escucharon a través de los parlantes de la cápsula. Un líquido transparente y espeso comenzó a brotar a través de los tubos destinados a tal fin en cada una de las cápsulas. Similar al líquido amniótico que protege a los fetos dentro del útero, aquel líquido tenía la función de resguardar, monitorear y nutrir a los ocupantes de las cápsulas.

—¿Pueden escucharme, muchachos? —preguntó Laura mientras era rodeada por el líquido.

—Te escucho, Laura —respondió Ron.

—Aquí estoy —comentó David.

—Esto me recuerda mucho a los viernes en la noche cuando yo era niña. Mi día favorito era el sábado, así que los viernes siempre estaba muy ansiosa por la llegada del siguiente día. Al irme a dormir yo sabía que era como una máquina del tiempo. Como un pestañeo, cerrar lo ojos y al abrirlos estar mágicamente en sábado. Estoy segura que la próxima vez que abra los ojos estaremos respirando bajo el sol de Suend.

—Yo también —dijo Ron— tengo mucha confianza en nuestro plan y en el robot. Pronto estaremos allí.

David no pudo decir nada pues había sido cubierto completamente por el líquido de hibernación. Segundos más tarde sus dos compañeros de viaje se hallaban en idéntica situación.


6

"Despertar es como nacer". Es lo que su instructor siempre le decía respecto al proceso de reanimación. Ron se removió inquieto dentro de su cápsula al recordar esas palabras. Una avalancha de recuerdos lo invadían: voces e imágenes del pasado, mitad sueño y mitad realidad.

Luego todo se volvió frío y dolor. El cálido líquido donde había pasado sumergido las últimas horas fue drenado fuera de la cápsula mientras que varios de sus músculos se contraían de una forma incomoda y dolorosa. Todo su cuerpo se resistía a dejar ese ambiente de tibia calma.

Finalmente las manchas de colores que habían colmado su campo visual fueron reemplazadas gradualmente por una imagen familiar y más definida: Una mujer rapada y feliz aparecía frente a él.

—Ron, ya no hay nada de qué preocuparse. ¡Lo logramos!, es decir: el robot lo logró. No sé cómo lo hizo, aún no lo creo, pero logró aterrizar en Suend. ¡Todo salió perfecto! Pronto podremos deshacernos de nuestra carga extra —dijo sonriente mientras señalaba su cabeza. Ron apenas si pudo digerir aquellas palabras. Pero a un nivel inconsciente sabía exactamente lo que significaban y eso lo llenó de una profunda sensación de orgullo y satisfacción.


7

Usando los sensores de la nave, David no tuvo problema en localizar la sonda con el equipo que le permitiera realizar la transferencia de las mentes. Estaba a unos dos kilómetros del lugar de aterrizaje. No sería difícil traer el equipo usando un remolcador.

Comenzaron a instalar el campamento justo al lado de la nave. Sabían que el tiempo aún jugaba en su contra. Con la hibernación habían logrado retrasar los terribles efectos que se experimentan cuando las mentes huésped comienzan a despertar. Sin embargo, ahora que estaban despiertos, la cuenta regresiva continuaba su marcha. Aunque sentían la presión por montar el campamento lo más pronto posible, los motivaba un renovado entusiasmo. Contra todos lo pronósticos lo habían logrado, el suelo de Suend estaba bajo sus pies. Ahora sólo faltaba un último paso.


Ilustración: Max Aguirre

Ron se preparaba para salir con el remolcador para traer el equipo de la sonda. Fue interrumpido en su camino por el robot.

—Señor, necesito comunicarle algo importante.

—¿No puede esperar? Estamos un poco cortos de tiempo.

—No, señor. Es algo que considero urgente.

—Adelante.

—Estaba preparando el proceso de reanimación de "las cascaras", como ustedes les llaman, y encontré que todos ellos están muertos. —El robot dijo esto con el mismo tono frío con el que hubiera dicho cualquier otra cosa.

—¿Muertos? No. Imposible. Se encuentran bajo monitoreo constante. Si se hubiera producido cualquier cambio en su condición nos habríamos dado cuenta enseguida. Habría alarmas encendidas por toda la nave.

—Ese es el punto precisamente. El sistema de monitoreo no funcionaba apropiadamente. Lo que se veía en las pantallas era información anterior. En cuanto conecté el sistema adecuadamente, éste mostró la ausencia de signos vitales en todos los cuerpos. De cualquier modo inicié el proceso de reanimación, pero al drenar el líquido fuera de las cápsulas no se produjo ninguna reacción.

Ron sintió una gran opresión en su pecho. Salió corriendo hacia la cabina de hibernación, mientras el robot lo seguía con paso torpe. Al llegar se encontró con once cuerpos desnudos encerrados en sus respectivas cápsulas. Ninguno de ellos daba apariencia de vida. Ni siquiera el más leve movimiento. Tenían una expresión muy tranquila, sin muestras de dolor o de sufrimiento.

—Pero... ¿Cuándo pudo pasar esto?

—Es difícil decirlo —contestó el robot—. Pudo pasar durante la explosión o incluso mucho antes. La causa más probable es una interrupción en el suministro de energía.

Ron cayó de rodillas. —¡Están muertos! Todo este tiempo... todo el esfuerzo para llegar hasta acá no sirvió de nada. Estábamos condenados desde el principio. Si ellos están muertos, ¿entonces a quien le vamos a transferir nuestras mentes huésped? Estamos perdidos. Dentro de unas horas comenzaremos a experimentar el flash-host y entonces estaremos realmente perdidos. —Se puso de pie y camino hacia una de las ventanillas desde donde podía ver a sus dos compañeros de viaje trabajando.

De repente recordó lo que un especialista le había dicho alguna vez sobre cómo era posible, bajo ciertas condiciones, almacenar más de cuatro mentes en un solo cerebro. Siguió observando a sus compañeros con mucho detenimiento mientras un nuevo plan comenzaba a tomar forma en su cabeza. Pero ya no los veía más como compañeros o colegas. Ahora los veía como su única oportunidad de salir vivo de todo aquello.



Una emergencia extrema. Salir vivo de ella. ¿Qué unidad autárquica de nuestra personalidad está preparada para resolver el dilema ético que conlleva algo así?
      Carlos A. Gutiérrez Bermúdez nació en Colombia, tiene 25 años, vive en Bogotá y es Ingeniero Electrónico. Este es su primer cuento en Axxón.


Axxón 158 - enero de 2006
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Colonización: Argentino: Argentina).