DIVULGACIÓN: ¿Quién está asesinando a los delfines?

INDICE DIVULGACION - INDICE ZAPPING - PRINCIPAL - NOTICIAS
La horrorosa verdad
por Marcelo Dos Santos (especial para Axxón)
www.mcds.com.ar

"Su rostro estaba distendido en la helada sonrisa del cazador"
Stephen King: Cementerio de animales

I: NOSOTROS, SIEMPRE NOSOTROS

La caza de ballenas por parte de japoneses, noruegos e islandeses, la depredación a palos de los bebés de foca gracias al alto grado de "civilización" de los canadienses, la eliminación de manatíes por las hélices de las lanchas de recreo "miameras", todos ellos son actos perfectamente esperables de una especie desaprensiva como la nuestra, pero sin embargo nos invade una especie de vergüenza ajena, de tristeza por lo que somos y lo que hacemos, que no se siente muy mitigada al escuchar las estúpidas y ridículas excusas que los culpables de tales atrocidades tratan de balbucear ante los medios.

Porque, según muchos dicen, los animales merecen nuestro respeto y consideración, y deberíamos pedirles excusas ante los despojos y abusos a que los sometemos de continuo. Al fin y al cabo, ellos son intrínsecamente buenos, y no tienen ninguna inclinación al mal, ¿no es cierto?

Esta es la historia —esperable, también— de una tragedia perpetrada contra mamíferos marinos: una matanza tan espantosa, absurda e inexplicable que no hace falta ser ningún genio para detectar de inmediato la astuta, falaz, egoísta y crudelísima mano del ser humano acechando detrás de los horribles hechos. Porque... ¿quién más que el Hombre puede ser capaz de llevar a efecto actos de un sadismo tan inverosímil contra una comunidad de pobres animales indefensos?

No hay que ser, repito, ningún genio científico para encontrar la respuesta.


II: LOS TRAVIESOS PAYASOS DEL MAR

La costa atlántica de los Estados Unidos, particularmente a lo largo de los estados de Maryland y Virginia, es uno de los puntos de encuentro de una especie de mamífero marino conocida como "delfín nariz de botella", llamada en inglés bottlenose dolphin (Tursiops truncatus Klinowska). La concentración de ellos en ciertas épocas del año y la manera vivaz y alegre en que sus actividades vitales son visibles desde la costa o en embarcaciones han motivado que esta zona sea denominada por los operadores turísticos "La Disneylandia de los delfines".

El turismo de delfines ha cobrado un gran ímpetu en los últimos años. En especial el turismo de avistaje de narices de botella, los conocidos "Flippers" de la serie de televisión. La gente paga 1600 dólares norteamericanos para acercarse a ellos, nadar con ellos, bucear con ellos, alimentarlos a mano y, por qué no, incluso pagan mucho más por meter a sus esposas en trance de parto en una pileta con un par de delfines para que estas extrañas nodrizas acuáticas sean testigos involuntarios del nacimiento de sus hijos.


Tursiops truncatus K.

Y esto ocurre no sólo en Maryland y Virginia, sino también en los Cayos de la Florida, las Azores portuguesas o Nueva Zelandia.

Todos amamos a los delfines desde los años 60, en que la serie "Flipper" llevó a nuestros hogares la benigna y simpática imagen de estos inteligentes payasos de los mares, "traviesos genios del mar", como el escritor Jack Denton Scott los definió al titular su célebre artículo sobre ellos.

Pero la admiración y amistad mutua entre delfines y hombres proviene de la más remota antigüedad. El escritor latino Plutarco escribió: "El delfín es la única criatura que quiere al hombre por el hombre mismo. De los animales terrestres, algunos huyen del hombre. Otros, como el caballo y el perro, son domésticos exclusivamente porque el hombre los alimenta. Sólo en el delfín nos ofrece la naturaleza lo que los filósofos han buscado desde siempre: la amistad desinteresada". Plinio, por su parte, refiere que en la colonia romana de Hipona, en el norte de África, los niños cabalgaban sobre delfines entre las olas. La escena está representada en monedas romanas del año 74 a.C.

En tiempos recientes, han menudeado los relatos de personas que han sido salvadas o ayudadas por los delfines. Una joven que se estaba bañando en una playa de la Florida comenzó a ser arrastrada por la marea: "De pronto sentí que un tremendo empujón me arrojó hacia la orilla. En cuanto pude levantarme busqué con la mirada, pero no había nadie a mi lado. Unos seis metros mar adentro retozaba un delfín, dando saltos fuera del agua. Un hombre que fue testigo del episodio me dijo que el delfín me había salvado".

El citado Scott manifiesta que los biólogos creen que este tipo de conductas se deben no al afán de salvar a un hombre, sino a la inclinación al juego que tienen estos "buenos salvajes" del mar: "Sencillamente, se divierten empujando cualquier objeto flotante". Y continúa: "Miles de personas han observado exhibiciones en que las marsopas y delfines juegan al baloncesto. Muchas veces, cuando se sienten juguetones, cogen la cola de un pez, nadan hacia arriba tirando de él un gran trecho y luego lo sueltan sin haberle causado el menor daño".

El mismo Scott ha presenciado, además, la inteligencia con que los delfines se defienden de sus enemigos. Escribe: "Un día en que había salido a pescar, observé que un gran tiburón daba saltos y más saltos fuera del agua. Seis delfines lo tenían cercado y embestían contra él al unísono, golpeándolo en las agallas y en el vientre. Al fin el tiburón, ya moribundo, se hundió".

Estos actos de evidente inteligencia son posibles porque el cerebro del delfín pesa 1,63 kilogramos, mientras que el del ser humano rara vez pasa de 1,5. La cantidad de células por milímetro cúbico de tejido nervioso es la misma en ellos que en nosotros.

Esta es la maravillosa criatura, inteligente, sabia, elevada y noble, a la que los turistas acuden a admirar en masa en las playas de Maryland y Virginia. Este es el delfín nariz de botella, el involuntario protagonista de este artículo.

A esta especie pertenecen las víctimas inocentes de una serie de repudiables asesinatos, una larga lista de muertes insensatas que sumieron a los científicos y al público general en el asombro y el estupor.

¿Quién estaba matando a los delfines? ¿Por qué? ¿Quién podía tener el corazón tan frío y la mente tan desviada como para cometer un crimen tan atroz?

Bienvenidos, entonces, a la increíble historia del maniático asesino de delfines, el Jack el Destripador de las profundidades.


III: LA MUECA DE LA MUERTE

Se sabe que muchos mamíferos marinos vienen a morir a las playas, o son arrastrados a ellas por la marea luego de haber muerto en alta mar. Este fenómeno no tiene nada de extraño —por más razones traídas de los pelos que se le quieran hallar— y se explica por el hecho de que los cetáceos viven en grupos sociales fuertemente estructurados, regidos por un macho dominante (el macho alfa) que lidera las migraciones y los movimientos de la manada. Como estos animales controlan su navegación mediante un sofisticado sistema de sonar, el alfa verifica constantemente la profundidad del agua para evitar que los ejemplares de mayor calado —empezando por él mismo— puedan quedar encallados en algún bajío.

Si esto es así y su sistema es tan perfecto, ¿cómo es posible que ejemplares aislados y aún grupos enteros vayan a quedar varados en una playa hasta morir? El motivo es que algunas playas descienden en un ángulo particular que refleja el sonar de los cetáceos de un modo extraño, que les da lecturas falsas acerca de la profundidad del agua, haciéndoles creer que hay calado suficiente cuando en realidad no es así. De esta manera, el alfa suele quedar encallado. Apenas ocurrido esto, se dispara en su cerebro un arco reflejo que lo hace emitir una llamada de socorro, una suerte de SOS biológico que sus camaradas están obligados a contestar. Todo el grupo, solidariamente, se acerca a la playa para socorrer al líder, hasta que muchas veces toda la tribu pierde la vida intentando el rescate.

Esta es la razón, también, de la aparente voluntad suicida de muchos grupos de ballenas. Liberadas de la playa por grupos de especialistas o voluntarios, retornan una y otra vez, con una absurda e inexplicable tozudez u obcecación, hasta que el grupo de rescate humano está tan radicalmente exhausto que es imposible sacarlas ya de allí.

La conducta no es absurda ni inexplicable, ni los animales pretenden suicidarse contra viento y marea: el problema radica en la ignorancia de las personas que han intentado este tipo de salvamentos. De nada sirve liberar a las ballenas o delfines subalternos si el macho alfa sigue en la playa gritándoles que lo ayuden, en una frecuencia que nosotros no podemos oír. Esta sociedad perfecta y rígidamente organizada seguirá las órdenes del líder, aún a costa de sus vidas.

Lo que se debe hacer —y casi nunca se hace, por desgracia— es conseguir un especialista de verdad, que sea capaz de identificar al macho alfa y señalárselo a los voluntarios. La tarea no es fácil, pero puede hacerse, y las pistas para identificar al macho dominante son cuatro: primero, es un macho. Segundo, es el más grande, fuerte y pesado de toda la colonia. En tercer lugar, suele estar varado más tierra adentro que los otros, porque el accidente suele ocurrirle en bajamar y el agua ha seguido retrocediendo desde que él varó. Por último, con equipo especial, es muy fácil detectar cuál es el que grita en sus frecuencias inaudibles. Con más de un equipo de escucha, identificar al ejemplar dominante es coser y cantar: cuando el alfa habla, los demás se callan y escuchan.

Habiendo identificado al causante del problema, hay que liberar y arrastrar a aguas profundas a este ejemplar en primer término, y no a ninguno de los otros. Una vez libre, comenzará a llamar a sus subalternos, los cuales, al ir siendo liberados por los humanos, se quedarán junto a él en aguas profundas y no insistirán en regresar a la playa.

Pero, en la playa solitaria y ante la urgencia, ¿quién piensa en algo tan complicado como esto? A liberar a cualquiera, y sanseacabó.


IV: LOS PRIMEROS CRÍMENES

Como sea, por su poco calado y su mayor agilidad, las varaduras de delfines y marsopas no son tan frecuentes como las de ballenas o cetáceos mayores. Sin embargo, no son raras.


El alegre salto de los delfines

Entre 1991 y 1993, 105 marsopas de la especie Phocoena phocoena fueron halladas muertas en las playas escocesas sobre el Mar del Norte. La ley británica, por cierto, no obliga a la autopsia de las marsopas muertas, con lo que los oceanógrafos sólo realizaron exámenes externos: ninguna de ellas mostraba heridas ni anormalidades, por lo que las muertes fueron consideradas naturales, aunque los cuerpos fueron conservados.

Sin embargo, al año siguiente, 1994, un delfín nariz de botella fue hallado muerto en la playa de Maryland Beach, un sitio muy cercano a la Disneylandia de los delfines, en la costa este norteamericana. Tal vez por causa de la importancia turística de estos animales, la legislación estatal de Maryland sí ordena la autopsia de todos los mamíferos marinos hallados muertos en sus playas. La Guardia Costera es quien tiene jurisdicción sobre estos asuntos, y el lugar del hallazgo es cercado con cintas y tratado, con toda propiedad, como si de una escena del crimen se tratase.

Ante la aparición de este cuerpo, los guardacostas llamaron a Susan G. Barco, investigadora y especialista en delfines del Museo de Oceanografía de Virginia, ubicado en Virginia Beach, en el vecino estado de Virginia.

Acompañada de la doctora Ann Pabst y del doctor William McLellan, de la Universidad de Carolina del Norte en Wilmington, Barco procedió al examen post mortem del ejemplar hallado en Maryland.

A la observación externa, el delfín nariz de botella no ofrecía particularidades. Era un ejemplar joven, casi un adolescente, y no tenía signos de enfermedad, violencias o malnutrición.


Maryland Beach, escenario de muchas de las muertes de delfines

Sin embargo, apenas abierto el pecho por el escalpelo, una horrible certeza tomó forma: "Había una enorme hemorragia subcutánea, por debajo de la piel y la capa de grasa que recubre el cuerpo de estos mamíferos", recuerda Barco. El animal, evidentemente, había muerto en medio de una manifestación de inimaginable violencia. Esto fue más evidente a medida que los científicos profundizaban en el estudio de sus estructuras y órganos internos.

El delfín tenía siete costillas fracturadas (todas ellas rotas en dos puntos, y las fracturas alineadas unas con otras), fractura de la base del cráneo, de dos vértebras cervicales y de otras dos en distintos puntos de la columna. Uno de los pulmones estaba colapsado, perforado por fragmentos de las costillas, y el otro sufría una gran hemorragia, posiblemente producida por un enorme traumatismo. Tenía estallado el bazo, y el hígado mostraba una herida tan grande que los veterinarios pudieron meter la mano limpiamente en el orificio. Su cerebro estaba tan traumatizado que era absolutamente imposible que el infortunado cetáceo hubiese sobrevivido.

Los científicos estaban perplejos y horrorizados: nunca habían visto, ni siquiera imaginado algo como eso. ¿Qué había matado a ese joven delfín? El conocimiento universalmente aceptado dice que, si bien los delfines son presas ocasionales de grandes depredadores, como las orcas o tiburones como los blancos, tigres o toros, estos carnívoros dejan siempre grandes heridas características y normalmente se comen lo que matan. Nunca se ha oído hablar de una orca que mate a un delfín a golpes de palo, o de un tiburón blanco que "patee" a un delfín hasta matarlo por simple placer, dejándolo luego abandonado sin comerlo.

A los pocos días, otro delfín de similares características fue hallado en la playa de Virginia, y enseguida, tres más nuevamente en Maryland.

El equipo de biólogos marinos y veterinarios procedió a las autopsias de cada uno de ellos. Increíblemente, todos los ejemplares evidenciaban las mismas lesiones producto de un evento de inusitada violencia, en una forma tan brutal, desapasionada y sistemática, que, tácitamente era posible excluir toda causa natural de muerte: ataque de un depredador, peleas por el territorio (las víctimas eran demasiado pequeñas para aspirar siquiera a ser dominantes, amén de que jamás se había oído de un delfín que atacase a otro delfín) y similares.

El único posible causante debía ser, tenía que ser, alguna actividad humana. Otra vez los animales marinos pagaban los platos rotos por nuestra desaprensión.


V: LA MORTANDAD AUMENTA

En poco menos de tres meses, la cantidad de T. truncatus hallados muertos en la costa atlántica norteamericana ascendía a 39 ejemplares. En este desesperante estado las cosas, los expertos decidieron recurrir a otros científicos. Así, se dirigieron al más grande centro forense del país, el Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas en Washington D.C. Además, el mismo contiene también el más grande centro de patología veterinaria del mundo, a cargo del teniente coronel médico veterinario Dale J. Dunn. El Instituto de Patología Veterinaria del ejército norteamericano es una autoridad mundial indiscutida en medicina forense de animales domésticos y salvajes, consultada por todo tipo de científicos acerca de diversos asuntos.

El teniente coronel Dunn se preocupó de inmediato por las noticias que los científicos de Maryland y Virginia le traían: al fin y al cabo, ambos estados son vecinos de la capital federal norteamericana. Tampoco él había escuchado hablar jamás de pequeños cetáceos en esas condiciones.

En compañía de Barco y sus colegas, Dunn repitió algunas de las autopsias y practicó varias nuevas, con resultados similares a los de las anteriores: órganos destrozados, hemorragias internas masivas, fracturas de costillas, de vértebras y en muchos casos, fracturas de cráneo con brutales traumatismos encefálicos. Las imágenes de los pobres cuerpos destrozados por dentro, que el autor de estas líneas tuvo oportunidad de visualizar por televisión, son verdaderamente dantescas.

Finalmente, Dunn, Barco y los demás decidieron tomar el toro por las astas: como la mortandad iba en aumento, y ellos no tenían ni idea de su causa, decidieron convocar a colegas de todo el mundo y comenzar a publicitar el asunto.

Había que encontrar la causa del problema.


VI: DISTINTAS ESPECIES, LA MISMA HORRIBLE MUERTE

Existe en Escocia una enorme bahía llamada Moray Firth, escenario de la mayor parte de las muertes de las 105 marsopas escocesas mencionadas. Los extraños sucesos habían sido estudiados por el doctor Ben Wilson, experto en delfines de la Universidad de Aberdeen, y por el doctor Harry M. Ross, de la Universidad Agrícola Escocesa. Entre ambos habían llevado a cabo trabajosamente las autopsias de las 105 marsopas comunes halladas en las playas del Mar del Norte, y habían observado con horror que 42 de ellas presentaban las mismas terribles lesiones de los nariz de botella norteamericanos. ¿Qué estaba sucediendo allí? Tampoco en Escocia se había visto jamás nada parecido. Las condiciones de los cuerpos parecían calcadas: todas y cada una de las características observadas en los delfines estaba presente en los cadáveres de las marsopas británicas.


Marsopa muerta en una playa escocesa

La relación no era para nada obvia, porque a pesar de que a nuestros ojos ambas especies se parecen mucho, no están relacionadas en absoluto. Tienen entre sí el mismo parentesco que los gatos con los perros, es decir, ninguno (los perros son parientes de los osos, y los gatos descienden del tigre dientes de sable y sólo son parientes de los demás felinos).

¿Qué estaba matando a esos animales? Sólo había una manera de salir de dudas. Cargando un avión con varios cadáveres congelados, y llevando consigo la documentación de los hallazgos escoceses, Wilson y Ross cruzaron el Atlántico para reunirse con Dunn, Barco y los demás, que a la sazón habían visto incrementado su grupo con zoólogos, veterinarios, estudiantes, ambientalistas y voluntarios.


VII: COMIENZA LA INVESTIGACIÓN

El teniente coronel Dunn facilitó al equipo las inmensas instalaciones del Instituto de Patología Veterinaria. En poco tiempo, se realizaron las reautopsias de los animales norteamericanos y de los que los escoceses habían llevado con ellos, y, una vez más, la causa de la muerte era siempre la misma: enormes traumatismos y extensísimas lesiones internas, estallido de órganos, fracturas de cráneo, neumotórax, vértebras y costillas pulverizadas, etc.

Los investigadores convocaron testigos: desafortunadamente, nadie había visto con sus propios ojos los eventos causantes de los decesos. El misterio se hacía cada vez mayor.

Decidieron, entonces, comenzar a pasar revista a los principales sospechosos.


VIII: SOSPECHOSO NÚMERO 1

Como es obvio, las primeras sospechas se volvieron hacia el ataque de un animal salvaje, aunque íntimamente, todos los científicos estaban seguros de que la culpa debía tenerla alguna actividad humana de cuya presencia nadie se había percatado todavía.

Se imputó, entonces, a las orcas o a varias especies de tiburones los ataques contra los delfines y las marsopas.

Las primeras de ellas fueron descartadas con velocidad: las presas primarias de las orcas no son los delfines sino los lobos marinos, y a veces, especies mayores de ballenas. Son muy escasos los ataques registrados de orcas contra delfines o marsopas.

El motivo de esto es que los pequeños cetáceos son demasiado ágiles para la velocidad que es capaz de desarrollar el depredador, y para colmo sus presas naturales no son las mismas, por lo que sus respectivos territorios de caza no se superponen y orcas, delfines y marsopas rara vez coinciden en tiempo y espacio. Los ataques que investigaban Dunn y compañía eran demasiados como para deberse a encuentros aislados y accidentales; más bien parecían configurar los resultados de una táctica sistemática, una persecución constante y coordinada de la que, evidentemente, las orcas no son capaces. Para finalizar esta absurda acusación, ninguno de los cuerpos presentaban heridas externas, ni ninguna otra lesión que se correspondiese ni de lejos con la configuración de las mandíbulas de la orca.


Pareja de marsopas Phocoena phocoena, frecuentes víctimas de los misteriosos asesinatos

Igual de identificables son las heridas que producen las mandíbulas de los escualos: cualquier mordisco de un tiburón deja una herida hueca con la forma de un gigantesco puño, casi esférica y de bordes limpios.

Los tiburones se encuentran con sus presas en una de dos circunstancias: sabiendo que se trata de alimento o ignorándolo. Los ataques se producen normalmente en aguas bajas, que son más límpidas y en las cuales el tiburón puede explotar al máximo las posibilidades de sus excelentes sentidos de la vista y de la electrosensitividad. En estas condiciones —aguas de escasa profundidad y bien transparentes— el depredador nunca manifiesta dudas (jamás atacaría un barril o una tabla, por ejemplo), y sus presas normalmente terminan en la barriga de la bestia. Ellas suelen ser pinnípedos como focas o lobos marinos, por los que sienten especial predilección.

En caso de que las aguas estén turbias y revueltas, es posible que los ojos del tiburón no le permitan discernir si lo que tiene frente a sí es comestible o no. Este cazador visual se ve obligado, entonces, a aplicar un cauteloso "mordisco de prueba", que es capaz de explicar por sí solo todos los ataques a seres humanos. La prueba definitiva es "degustar" el contenido de esta mordida de ensayo y calibrar el contenido graso de los tejidos ingeridos. Es por ello que las víctimas humanas suelen sobrevivir al ataque: no tenemos el mismo porcentaje de grasa corporal que las presas naturales del tiburón, por lo que el monstruo nos considera entecos, secos y flacos, y luego de amputarnos algún miembro, se aleja frustrado en busca de manjares más substanciosos.

Como es obvio, en el primer caso la víctima desaparece en las entrañas del tiburón: no hubiese quedado cadáver alguno para que Dunn y los otros le hiciesen la autopsia. En el segundo, si bien los delfines tienen menos grasa corporal que un lobo o elefante marinos, aún tienen mucha, mucha más que un hombre, y es probable que el atacante se hubiese sentido lo suficientemente satisfecho como para devorarlo por completo. Si no hubiese sido así, los cuerpos hubieran mostrado la célebre herida esférica de la boca del tiburón, lo que no era el caso en ninguno de los ejemplares.

Por último, como el lector recordará, el mismo experto en delfines Jack Denton Scott explica lo mucho que le cuesta a un tiburón depredar a los delfines: "Un gran tiburón daba saltos y más saltos fuera del agua. Seis delfines lo tenían cercado y embestían contra él al unísono, golpeándolo en las agallas y en el vientre. Al fin el tiburón, ya moribundo, se hundió". Los delfines viven en grupos sociales disciplinados y numerosos. Es bastante improbable que un tiburón se atreva a enfrentarlos, debido a su gran fuerza física y a su elevado nivel de inteligencia. Hay muchos científicos que piensan, incluso, que los delfines destruyen sumariamente a todos los tiburones que encuentran, porque siempre vale más prevenir que curar.

Por todo lo expuesto, tanto las orcas como los grandes tiburones carnívoros fueron de inmediato desechados.

El sospechoso número 1 se había demostrado inocente.


IX: SOSPECHOSO NÚMERO 2

Los manatíes de Florida, lentos y pesados mamíferos marinos del grupo conocido como sirénidos, son a menudo muertos o gravemente heridos en aguas bajas por las hélices de las lanchas de recreo. Los manatíes "rumian" sus vegetales en aguas poco profundas, y muchas veces se encuentra a las hembras en la superficie amamantando a sus crías. Muchos navegantes recreativos pilotean sus lanchas a velocidades ilegales, ignorando las señales que indican que se encuentran manatíes en el agua, y de esta manera abordan y atropellan a las mansas bestias, en una conducta que, en la actualidad, las tiene arrinconadas al borde de la extinción, pese a los esfuerzos de las leyes del estado de Florida y de la Guardia Costera norteamericana.


Un afortunado manatí: obsérvense las cicatrices del lomo, recuerdo de su encuentro con la hélice de una lancha

Sin embargo, los accidentes por lanchas dejan, una vez más, muy claras señales en los cuerpos de los manatíes víctimas: una serie de profundos cortes paralelos y curvos (en espiral), típicos del abordaje de las hélices sobre los cuerpos indefensos.

De los cadáveres analizados por Dunn y Barco, sólo uno presentaba unas extrañas marcas paralelas, pero muy diferentes de las heridas provocadas por una hélice, con las que no se correspondían ni en paso ni en sentido de giro. ¿A qué se debían? Los científicos no podían determinarlo, pero, sin ninguna duda, no habían sido producidas por una embarcación.

De esta manera, el sospechoso número 2 quedaba de igual forma descartado.



X: SOSPECHOSO NÚMERO 3

Mientras acusado tras acusado iban siendo exonerados, las muertes de delfines en Virginia y de marsopas en Escocia continuaban: para fines de 1995, los hallazgos de cuerpos se habían acelerado hasta alcanzar la impresionante tasa de 6 al mes. La doctora Barco, el teniente coronel Dunn, el oceanógrafo Wilson, Ross, Pabst, McLellan y sus colegas y estudiantes estaban francamente desesperados.

La presión de los ecologistas y otros grupos humanitarios por poner fin a las espantosas muertes de cetáceos aumentaba.

El pequeño detalle era que antes había que encontrar al responsable y detenerlo.

En medio de esta patética situación, los científicos intentaron inculpar al candidato más obvio: la industria pesquera.


Manatí hembra con su bebé

Los atunes son una especie de gran valor económico, y los buques atuneros capturan 400.000 toneladas métricas al año. Esos mismo buques, paralelamente, han sido responsables de las muertes de 6 millones de delfines en los últimos 35 años. Ello es así porque el parecido morfológico, de tamaño y peso entre un atún y un delfín adulto hacen que las redes industriales no sean capaces de discriminar entre el pez y el mamífero, y muchos delfines queden atrapados en ellas. Los delfines suelen depredar los bancos de atunes, y ya se imagina uno lo que sucede cuando el atún, el delfín y los buques atuneros coexisten en el tiempo y el espacio.

"Pero el delfín muere por ahogamiento", puede decirme usted. "Al quedar atrapado en las redes atuneras, no puede salir a respirar y se asfixia". "Es cierto", le respondo yo. Entonces usted me dice: "Por lo tanto, es absolutamente imposible que un delfín atrapado en una red atunera presente las extensas y gravísimas lesiones internas que mostraban los de Virginia y las marsopas del Mar del Norte".


Atunes muertos en la cubierta de un pesquero

Responderé a esta lógica objeción con una sola frase: el amable lector me dice eso porque nunca ha visto un buque atunero. Las redes se recogen mecánicamente, mediante una especie de tornillo, rodillo o malacate que las enrolla y las sube a bordo. Pero en ese proceso, las redes pasan entre dos gigantescos rodillos ubicados a popa, que las comprimen y exprimen para extraerles el agua. Es algo similar a los dos rodillos de los antiguos lavarropas, que extraían una gran cantidad de agua de las ropas en aquellos tiempos en que el centrifugado no era una opción en esos electrodomésticos. El lector inteligente imaginará qué es lo que le sucede a un delfín aprisionado entre las redes al ser pasado, por la fuerza de un enorme motor diesel, entre dos rodillos metálicos que no tienen más de 10 cm. de separación entre sí.

Dunn y los suyos investigaron la posición de los buques atuneros en el Atlántico Norte. Por supuesto, la verdad que exoneró a la primera de las actividades humanas sospechosas es que ningún buque atunero de ninguna bandera se hallaba en las inmediaciones poco antes o durante el tiempo de los hallazgos de los cuerpos. Pudieron haber sido culpables, por supuesto, pero da la casualidad de que los bancos de atunes no estaban allí sino muchísimo más al sur por esos tiempos, lo que descartaba totalmente la posibilidad de capturas accidentales y las consiguientes muertes. El extremo fue confirmado por las guardias costeras británicas y estadounidenses, por las compañías pesqueras, por los testimonios de las tripulaciones de los buques y, último pero no menos importante, por las fotografías de satélite, que no mostraban a una sola flota atunera en los lugares ni los momentos indicados.


Varios delfines luchando por sus vidas en las redes de un buque atunero

Los pescadores quedaban, pues, completamente libres de culpa y cargo, allí, en su mísero banquillo de sospechosos número 3.

El periodista y lingüista Joseph Sobran cuestiona aún otro aspecto del asunto: "Los ambientalistas quieren proteger a los delfines contra la industria atunera, a pesar de que matar al pobre atún les parece bien". Esto es verdad: las redes atuneras no sólo matan a los atunes sino también a las especies de similar conformación física que, por error, son sorprendidas en el medio de los bancos. Esta circunstancia explica el hecho de que los grandes tiburones carnívoros diariamente caigan víctimas de la industria del atún, y asimismo muchos cetáceos. ¿Para cuándo una protesta organizada de Greenpeace contra la matanza del atún y la sobrecaptura de calamares y merluzas? ¿O es que, dentro de la igualdad que establece el derecho a la vida, algunas especies son más iguales que otras? ¿Merecen la protección de los ambientalistas sólo aquellas especies más inteligentes o simpáticas? ¿O sólo aquellas que no forman parte habitual de la dieta humana? Dejo a los amables lectores esta inquietud.


XI: ¿EN QUÉ SE PARECEN...?

Se daba la feliz circunstancia de que estaban reunidos, en esos momentos, tanto científicos de la costa atlántica norteamericana como escoceses del Mar del Norte. En las salas de disección del Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas no sólo se hallaban Barco y Dunn, sino también Wilson y Ross.

Lo que quitaba el sueño a los investigadores era el extraño comportamiento del fenómeno que mataba a tantos cetáceos de muertes tan horribles. Pero obsérvese que se trataba de sólo dos especies: nariz de botella y marsopas. Se trataba también de sólo dos costas: Maryland-Virginia y la costa occidental de Escocia. Y nada más. No había reportes de ningún otro hallazgo en ninguna otra playa del mundo.

Antes de que la extrañeza ganara completamente los ánimos, los científicos se pusieron a buscar similitudes entre ambos sitios. En efecto, si se respondía una pregunta, puede que se estuviera más cerca de encontrar la explicación. La pregunta era: ¿Qué tienen en común las costas oriental de Norteamérica y occidental de Escocia?

La respuesta es: aparte de formar los dos extremos del Atlántico Norte, nada. Distintos climas, distintas corrientes, distintas especies que las habitan, distintos ecosistemas, distinta composición de las aguas... todo distinto.

Hasta que alguien, burla burlando, volvió a la presunción inicial. Y tenía razón: la otra cosa que tienen en común ambas costas es la altísima tasa de actividad humana.

Es cierto. Pero ¿cuáles son esas actividades?

En el caso europeo, la industria petrolífera se encuentra en un paroxismo de actividad frente a la costa europea, con numerosas plataformas de perforación ubicadas en el Mar del Norte. En los EEUU, muy cerca de los sitios donde se hallaron los cadáveres se encuentra el puerto de la Armada norteamericana de Norfolk, Virginia, la base naval norteamericana más grande y activa del mundo (y, por consiguiente, la base naval más grande y activa de cualquier país).


La base naval de Norfolk: mal lugar para probar explosivos

El grupo reunido en las frías salas amuebladas con mesas metálicas acababa de identificar a los sospechosos números 4 y 5.



XII: SOSPECHOSO NÚMERO 4

Aunque era fácil inculpar a las plataformas petrolíferas del Mar del Norte respecto a las muertes de las marsopas, no era tan sencillo explicar de qué manera los trabajadores del petróleo habían matado a los infortunados animales. Pero recordemos que nuestra primera y más básica premisa es que, ante una muerte inexplicable, se debe descartar primero toda posible actividad humana. De modo que había que investigar con cuidado cada paso del proceso de identificación de depósitos, perforación y explotación petrolífera en el mar.

Y uno de esos pasos resultaba el candidato ideal a villano de esta película: los "cañones de aire".

Prácticamente el único método de exploración y prospección petrolífera en el fondo del mar de que se dispone se basa en el principio de que el petróleo se esconde en "bolsas" o huecos del fondo marino. Sabido es que el sonido no se desplaza a la misma velocidad en la roca sólida que en un espacio ocupado por un gas o un líquido, y un sofisticado equipo de sonar puede discriminar con precisión la diferencia.


Plataforma petrolífera en el Mar del Norte

En la industria petrolífera, ese sonido se produce con unos equipos de aire comprimido llamados cañones de aire: el cañón se introduce en el agua apuntando hacia abajo y dispara una impresionante cantidad de aire comprimido en dirección al lecho oceánico, produciendo un brutal estampido sónico descendente. El "eco" o "rebote" de ese ruido es recogido por el sonar, el cual, de acuerdo con el tiempo que tardó la onda en regresar, puede decir con un 100% de precisión si el fondo oceánico es hueco o no en aquel lugar. Si es hueco y está en el Mar del Norte, las probabilidades están del lado de que se trate de un depósito de petróleo, y en ese caso siempre vale la pena hacer una o dos perforaciones de prueba.

El problema estriba en que, por supuesto, las detonaciones submarinas de los ingentes cañones de aire comprimido generan una monstruosa onda expansiva capaz de aniquilar toda vida mamífera en miles de metros a la redonda. Al ser el agua un medio mucho menos elástico que el aire, las ondas expansivas submarinas provocan consecuencias catastróficas.

"Nosotros tuvimos oportunidad de estudiar muchos casos de personas muertas por explosiones submarinas" explica el doctor Dunn, que casualmente no sólo es patólogo sino también militar, "particularmente por detonaciones de minas y cargas de profundidad en la Segunda Guerra Mundial, y se parecían mucho a esto", afirma.

Pero las doctoras Barco y Pabst no están de acuerdo. Ellas dicen: "El daño producido por las ondas expansivas en un mamífero opera según el mismo principio que las detonaciones de aire comprimido: las ondas de choque se desplazan más rápido y con mayor violencia en los espacios huecos que en las partes sólidas, por ello las lesiones son mayores en esos sitios, como pulmones y senos nasales". Esto explicaría que los pulmones de los delfines y marsopas estuviesen destrozados, pero otros espacios huecos del organismo de esos mamíferos, como los senos nasales y paranasales, las vejigas y los oídos —todos órganos tan huecos como los pulmones— no mostraban compromisos severos o no tenían lesiones en absoluto. Una detonación de magnitud suficiente como para reducir a jirones dos pulmones y capaz de hacer estallar el bazo y el hígado, necesariamente tiene que producir una destrucción total de los senos faciales y craneales, del oído, el útero, la vejiga y de los ventrículos cerebrales, lo cual no se observaba en los cuerpos. Por otra parte, una gran explosión explicaba las fracturas de costillas, pero no podía justificar que cada costilla estuviese rota en dos puntos, y que las dos líneas de fracturas de costillas adyacentes siguieran dos líneas rectas y paralelas.

Por último, y admitiendo aún por un momento la supuesta culpabilidad de la industria del petróleo, todo ello no alcanzaba para explicar las muertes de narices de botella en las costas norteamericanas, donde no hay plataformas petrolíferas en absoluto. ¿Qué? ¿Los narices de botella afectados por los estallidos habían nadado, moribundos, desde Escocia hasta Estados Unidos para morir allí? Eso es imposible, y todos lo sabían.

Persuadidos por la disparidad de lesiones entre pulmones y otros órganos huecos, por el extraordinario estilo de las fracturas y costillas, y por la distancia entre las plataformas escocesas y la costa norteamericana, los investigadores no tuvieron más remedio que descartar a la industria del petróleo, temible (pero en este caso inocente) sospechoso número 4.


XIII: SOSPECHOSO NÚMERO 5

La Base Naval de Norfolk, Virginia, era, como hemos dicho, el sospechoso número 5 de esta seguidilla de inexplicables asesinatos de mamíferos marinos. Ubicada en las afueras de la ciudad de Norfolk, en la desembocadura del río James, dista sólo 10 km de Virginia Beach, escenario de muchos de los macabros hallazgos. La teoría decía que la Armada norteamericana podía haber estado experimentando en Norfolk alguna nueva y terrorífica arma submarina, que hubiese sido la causa de la asombrosa mortandad de delfines. Las hipótesis iban desde minas y cargas de profundidad de gran potencia hasta, por qué no, armas nucleares subacuáticas.

La reacción del teniente coronel Dunn fue de sorprendida hilaridad: "Entre Cape Henry y Cape Charles se encuentra la boca de la Bahía de Chesapeake. Norfolk está justo en el lado interno de Cape Henry. En el fondo de la bahía tenemos las ciudades de Washington DC y Baltimore y las desembocaduras de los ríos James y Potomac. ¿A quién se le ocurriría arrojar explosivos en esas aguas?". Es verdad. Además, muy cerca se encuentran también Richmond, Lancaster, Atlantic City, Wilmington, Philadelphia y, un poco más allá, la mismísima Nueva York, agregamos nosotros. Como se comprenderá, la boca de la bahía y su fondo todo están surcados por cables submarinos de energía y comunicaciones, amén de tratarse de uno de los puertos, tanto mercantes como militares, más transitados del mundo entero. Y Norfolk es ambas cosas. Por poco respeto que nos merezcan la probidad, inteligencia y lucidez de los militares norteamericanos, nos resulta muy difícil imaginarlos ensayando nuevas armas en la boca de la Bahía de Chesapeake. Tanto daría que los franceses probaran sus minas y torpedos en el Sena frente a la Isla de Francia, o que la Argentina detonara armas nucleares en la Boca del Riachuelo.

La hipótesis era tan ridícula que, previsiblemente, el sospechoso número 5 fue descartado sin más trámite.


XIV: SOSPECHOSO NÚMERO 6

Aquí tenemos a un sospechoso con número pero sin nombre. Teniendo en cuenta la posición normal de nado de los delfines y marsopas, las lesiones encontradas en las autopsias inicaban claramente que la energía que las produjera había impactado los cuerpos de los animales desde abajo. Esto era compatible con cargas de profundidad o explosivos detonados en el fondo, pero completamente imposible en el caso de los cañoñes petroleros (cuya detonación viaja de arriba hacia abajo) y mucho más absurdo en relación con ataques de orcas, tiburones, lanchas o extraterrestres.

¿Qué había sucedido? ¿Habían sido los delfines y marsopas atropellados por submarinos nucleares en proceso de emerger? ¿Acaso la lava de algún ignoto volcán submarino se los había llevado por delante?

¿Qué significaba, por Dios, todo esto?

La misteriosa fuerza ascendente que había desgarrado el interior de los cuerpos y había arrancado las vidas de los inocentes animales continuaba siendo una incógnita, pero todavía los investigadores se devanaban los sesos tratando de encontrar algún tipo de actividad humana que fuera capaz de explicar ese desastre.

No tuvieron éxito, porque la verdad descansaba muy, muy lejos, más precisamente en Escocia, en un sobre del escritorio del profesor Ben Wilson en la Universidad de Aberdeen, Escocia.


XV: LA ESPANTOSA VERDAD


Vuelto a su vida normal en Aberdeen, el experto en delfines Ben Wilson explica lacónicamente: "La verdad estaba sobre mi escritorio desde hacía tres meses. Yo no había tenido tiempo de abrir mi correspondencia porque acababa de regresar de Estados Unidos, y me llamó la atención un sobre voluminoso que alguien había dejado sobre mi mesa".

En el sobre encontró una cinta videográfica VHS y una carta, en la cual un pescador norteamericano, conocedor de los libros y la labor investigativa de Wilson, le decía lo siguiente: "Estaba yo pescando en mi bote, frente a la costa de Virginia, cuando observé un pequeño banco de atunes. Pronto varios delfines se aproximaron para alimentarse de ellos. Aunque yo estaba bastante lejos, el video es bastante ilustrativo por sí mismo acerca de cómo los delfines atacan y matan a los atunes. Le envío este video en el convencimiento de que ha de servirle para sus investigaciones, puesto que, hasta donde yo sé, nunca nadie había podido filmar el modo en que los delfines depredan a un banco de atunes". Luego, la firma.

En efecto, nunca nadie había registrado imágenes de un evento semejante. Pero, por la ubicación del suceso, los predadores tenían que ser delfines nariz de botella, por lo que Wilson, que venía de la larga y frustrante lucha en el Instituto de Patología por dilucidar las extrañas muertes, dejó todo lo que estaba haciendo y, acercándose a su magnetoscopio, puso el video y oprimió la tecla "play".

La imagen, temblorosa pero bastante nítida, mostraba, en efecto, un banco de atunes. Rodeándolos, varios delfines nariz de botella. El video registraba los incesantes ataques de los feroces delfines sobre sus presas, que eran atacadas a golpes desde abajo y volaban por el aire, girando, para caer muertas o moribundas en la superficie con fuertes golpes, y hundirse después en las profundidades. Esto era coherente con las costumbres predatorias conocidas y aceptadas en los delfines, como decía el mismo Scott. Recordemos, una vez más, su relato de la lucha de los delfines contra el tiburón: "El tiburón daba saltos y más saltos fuera del agua... Seis delfines lo tenían cercado y embestían contra él al unísono, golpeándolo en las agallas y en el vientre... Al fin el tiburón, ya moribundo, se hundió...".

Pero esta vez no se trataba de un tiburón.

No.

Los delfines estaba atacando a los atunes.

Sin dudas.

¿O no?

El doctor Wilson detuvo la imagen en el preciso momento en que un nariz de botella golpeaba a su presa desde abajo y ésta salía despedida del agua por el fortísimo impacto, dando una mortal voltereta en el aire hasta caer, inerte, muchos metros más allá.

Se trataba de un gran atún...

¿O no?

NO.

Mirando muy de cerca, con el corazón detenido entre dos pulsaciones, Wilson vio una aleta caudal horizontal, el agónico estertor del soplador arrojando una estela de espuma mientras la vida abandonaba el cuerpo de la pobre víctima...

En un laboratorio le ampliaron y clarificaron las imágenes, y la verdad se abatió sobre Wilson como un tren expreso: el video mostraba claramente a delfines nariz de botella adultos asesinando a delfines nariz de botella más jóvenes.

El verdadero culpable no era el Hombre; el verdadero culpable no eran la actividad humana, las industrias humanas, las redes humanas, las bombas humanas ni la pizza napolitana ni los antibióticos ni el agua fluorada ni la sal yodada ni el agujero de ozono ni los Sex Pistols.


Un delfín con su cría

El video del pescador demostraba que los delfines nariz de botella estaban asesinando a sus propias crías.



XVI: ODONTÓLOGO SE BUSCA

Habiendo hecho este horrible descubrimiento, Wilson contactó de inmediato a sus colegas: Dunn, Barco y los demás se enteraron en menos de 24 horas de lo que el escocés acababa de encontrar, y el desconcierto, como se comprenderá, fue general.

"El adorable delfín tiene un inexplicable lado oscuro", tituló el periodista William J. Broad en el New York Times pocos días después. El teniente coronel Dunn gimió: "Teníamos una imagen tan benigna de los delfines... Descubrir tanta violencia desatada es perturbador". El mismo Wilson escribió: "Eran ellos. ¡Oh, Dios mío, los animales que yo había estudiado durante más de 10 años estaban cometiendo los asesinatos!". La doctora Barco, por su parte, se lamentó: "Gran parte del atractivo de la Disneylandia de los delfines estribaba en que, en la época de la parición, ellos se acercaban a la costa y nos traían sus bebés. Nosotros, enternecidos, creíamos que deseaban que viésemos a sus hijos cuando los golpeaban con las narices y los arrojaban al aire: `¡Oh, miren, han traído a sus bebés y los lanzan al aire para que nosotros los admiremos!´. ¡Y los estaban asesinando!".

Comparemos la descorazonada certeza de los científicos con la imagen edulcorada y estúpida de los explotadores de proyectos turísticos relacionados con la natación con delfines salvajes: "Los delfines tocan profundamente nuestras almas, abriendo las puertas de nuestros corazones". Quien tal afirma es Swami Anand Buddha, dueño de Delphines Center, una de las empresas que cobra, como dijimos al principio, 1.600 dólares por llevar a los incautos a nadar entre delfines salvajes en aguas de Bimini o las Bahamas. Anand Buddha, en realidad un prosaico guardavidas de la playa de Louisiana que encontró este filón hace algunos años, dice haber descubierto, además, "amor incondicional, paz incondicional y bendiciones incondicionales" cuando miró por primera vez a los ojos de los delfines salvajes. "Esa es la razón por la que trabajo con gente que está interesada en verse transformada por el amor y la elevada inteligencia de los delfines".

Sin embargo, a la luz de los descubrimientos de Wilson, el doctor Andrew J. Read, biólogo marino del Laboratorio Marino de la Universidad Duke, lo contradice: "Los delfines son depredadores grandes y salvajes, son animales grandes y salvajes. La gente debiera respetarlos como tales".


Luego de haber observado la matanza de delfines pequeños por parte de los adultos en el video, los científicos relacionaron el hecho con las marcas o cortes paralelos que una de las marsopas escocesas tenía en el cuerpo, cerca de la cola. Se recordará que ese ejemplar era prácticamente el único en presentar heridas externas.

De inmediato, los investigadores recurrieron a los museos. Solicitaron unas mandíbulas de delfines nariz de botella adultos, y sencillamente las apoyaron sobre las heridas de la marsopa... Encajaban perfectamente. Las heridas distaban 1,14 cm. unas de otras, exactamente la separación entre los dientes de todas las mandíbulas de delfines nariz de botella adultos.


La temible dentadura de un bottlenose

Todos los cuerpos encontrados —todos, no solo los de delfín nariz de botella sino también los de marsopas del Mar del Norte— medían entre 1,10 y 1,50 metros. No los había ni mayores ni menores. Todos ellos, en consecuencia, eran de jóvenes, animales que se preparaban a ingresar en la adolescencia. Los adultos pueden llegar a medir 3,70 metros y a pesar más de 450 kilos.

Es decir que los delfines nariz de botella no sólo estaban sacrificando a sus propios jovencitos, sino también a los hijos de otra especie con la cual no compiten ni por el espacio ni por los alimentos, en una actitud completamente inexplicable.

¿Completamente?

Veremos.


XVII: ¿POR QUÉ?

Luego de hacer todas las comprobaciones antedichas, Wilson, Dunn y los demás comprendieron que estaban frente a un claro caso de infanticidio evolucionista, base original y a la vez consecuencia fundamental de los mecanismos de selección natural.


Varios delfines con sus bebés

El infanticidio es extraordinariamente común (por no decir esencial e inevitable) en los animales que, como los delfines, viven en comunidades o manadas fuertemente estructuradas bajo la férula de un macho dominante. El fenómeno ha sido muy estudiado en los leones.

Imagine la siguiente situación: una manada está regida por un león macho dominante, que tiene a su disposición entre 4 y 20 hembras en edad reproductiva. Como él es el macho alfa, y sólo el macho alfa tiene derecho a reproducirse (para pasar a la siguiente generación sólo los genes del mejor ejemplar, esto es, los de macho alfa), el susodicho usará de todas las hembras disponibles y las dejará preñadas. Todo en orden. Una ley no escrita pero inviolable ha sido cumplida, y sólo el ADN del mejor macho se perpetuará en el tiempo.

Pero imagine también lo siguiente: apenas fecundadas las hembras, o apenas nacidos los leoncillos, un macho más joven desafía al ejemplar alfa de la manada. En estas peleas o desafíos se decide el liderazgo de los grupos de leones. Si el macho alfa vence, la situación vuelve a tornarse estable y todo sigue igual. Pero si el macho joven triunfa y derrota al viejo alfa, la manada está en problemas. La ley esencial ha sido violada: los cachorros nacidos o por nacer YA NO SON DEL MACHO DOMINANTE. La tribu está pasando a la generación sucesiva genes que son de un ejemplar subalterno, el antiguo alfa ahora derrotado y normalmente expulsado de la tribu para que muera en soledad. Si el nuevo macho alfa pretende fecundar nuevamente a las hembras, descubrirá que no se puede: si ellas están gestando, es obvio que no entrarán en celo. Si, al contrario, están amamantando cachorritos pequeños, la lactancia impide a su vez que se tornen sexualmente receptivas para admitir el coito con el nuevo líder. El hecho de perder tanto tiempo (esperar a que los leoncitos se hagan grandes y sean destetados) implica una desventaja evolutiva inaceptable para una especie como los leones, que viven en un ecosistema cerrado y altamente competitivo como la sabana africana. La ley existe porque es necesaria, y el hecho de violarla implica dar facilidades imposibles a los competidores, sean otras tribus de leones u otros predadores como leopardos, cheetahs, hienas o perros salvajes africanos.

En consecuencia, sólo hay una manera de arreglar las cosas. Si los cachorros ya están nacidos, el nuevo macho alfa los sacrifica uno a uno, fría y metódicamente, mediante un mordisco en la parte posterior del cuello y un enérgico sacudón que les parte la espina cervical y los mata en forma instantánea, precisa e indolora. Aquí no hay errores ni excepciones: de nada valen las defensas que las madres pretendan hacer de los cachorros. La superior potencia física del nuevo líder aparta a las madres del lado de sus crías, mientras las leonas asisten, tristes e impotentes, a las muertes de todos y cada uno de sus bebés. Sin embargo, la naturaleza siempre compensa: libres ya de las obligaciones de la lactancia, se desactiva el arco reflejo que impedía la ovulación, y a las pocas semanas están dispuestas ya a aparearse nuevamente con el macho alfa y a parir, ahora sí, leoncitos portadores de los genes dominantes, como corresponde.


Restos de un delfín abandonados en la playa. Abajo, sus parientes en el agua

En el caso de que los cachorros aún no hayan nacido, el macho recién erigido en líder esperará pacientemente hasta el día de los partos, y ejecutará a los intrusos sumarísimamente, sin esperar casi a que sus madres los liberen de las membranas fetales.

Iguales o similares procedimientos se observan en los lobos y otros depredadores sociales. No así en los hiénidos, por la sencilla razón de que sus sociedades son matriarcales, y es el hembra la que decide con qué macho —todos ellos son sus subalternos— se apareará.

El infanticidio se observa también en otros depredadores que no son sociales sino solitarios en su estado natural, por ejemplo el gato doméstico. Sin embargo, las aglomeraciones urbanas de seres humanos (las ciudades) y la cercanía en la cual los obligamos a vivir generan muchas veces hacinamientos que tienen la dinámica de un grupo social de leones, por ejemplo (piénsese en lugares como el Jardín Botánico de Buenos Aires o el Cementerio de Olivos, donde miles de gatos viven juntos a causa de la disponibilidad de espacio y de comida que allí hay, y la relativa protección que les brindan esos sitios frente a otros depredadores o la persecución humana). En esas comunidades artificiales, el macho dominante se comportará exactamente igual que un león en el Masai Mara: si el macho acaba de conquistar la jerarquía superior, sacrificará a todos los gatitos que no son suyos a efectos de cumplir y hacer cumplir la regla inmemorial, "Sólo los genes del macho alfa están autorizados a transmitirse a una nueva generación".

En otras especies como el oso pardo o el cocodrilo australiano de agua salada, que son predadores solitarios, muy diferentes de los animales sociales, el infanticidio obedece a motivos más simples y primarios: los jóvenes son vistos por los machos adultos como fuente de alimentos. El oso que mata a un osezno lo devora sin más, aprovechando esos nutrientes para recuperarse de la larga hibernación. La cuestión aquí es que el infanticidio alimentario es más raro y más difícil, porque la fuerza física, el peso, el tamaño y la agresividad de las madres es exactamente igual al del macho aspirante a devorador de infantes, por lo que en el 90% de los casos la defensa de la mamá pone en fuga al infame depredador de sus propios congéneres. Prácticamente no hay oso en el mundo que se atreva a enfrentarse a una osa enfurecida de más de 800 kilos de peso para poder comerse a un osezno de 8, así como ningún cocodrilo se arriesgará a un mordisco de una hembra de 9 metros que pretende defender a sus retoños. Vale más dar media vuelta e irse a buscar una presa menos apreciada y peor defendida.

A pesar de los ejemplos clásicos que acabo de citar, hay algunos aspectos en el caso que nos ocupa que no están del todo claros.

Y el principal de ellos es la muerte de marsopas por parte de los delfines nariz de botella.


XVIII: EL SPARRING DEL DELFÍN

El infanticidio de cachorros pertenecientes a otra especie tampoco es un fenómeno raro en la naturaleza: normalmente se debe a una razonable tentativa de mantener el hábitat tan libre de predadores competidores como sea posible.

Cuando las leonas están a punto de dar a luz, toda la tribu se desplaza por su territorio en busca de hembras de su competidor más elemental: el cheetah o guepardo. Cada vez que los leones sorprenden a una cheetah con cachorros, algunos de ellos la ahuyentan y los demás le matan los infantes. Lo último que necesitan los leones es una banda de guepardos, especializados y eficientes, que les disputen la poca carne disponible en la sabana.

Los tres depredadores más exitosos del África, los leopardos, las hienas y los perros salvajes o licaones, saben esto perfectamente bien y se defienden de tres modos muy distintos pero perfectos.

Las hienas han desarrollado una sociedad gobernada por hembras tan agresivas, que ni siquiera una tribu de 40 poderosos leones se atreve a acercarse a sus crías.

Los leopardos han perfeccionado una conducta arborícola, que pone a madres y a crías completamente fuera del alcance de leones y guepardos, ambos pésimos trepadores. Los extraordinarios perros salvajes africanos, por su parte, esconden a sus perritos en laberintos y cámaras subterráneas de sus complejísimos sistemas de madrigueras y túneles, sabedores de que los dos grandes y poderosos predadores (león y cheetah) son, aparte de malos trepadores, excavadores lamentables e inútiles.

El infanticidio de cachorros ajenos no es una conducta privativa de los depredadores: más de una especie de hervíboros matan a los cachorros de leones y cheetahs nada más verlos. Es el caso del elefante africano, cuyas manadas enteras se ponen en movimiento en verdaderas operaciones de "búsqueda y destrucción" de leoncitos y cheetahs, contra las que nada pueden hacer las azoradas madres felinas. Y otro tanto hacen los búfalos salvajes africanos, que parecen conocer de antemano los momentos de las pariciones de cheetahs y leones. En esa instancia, los astados y enormes machos recorren palmo a palmo su territorio, buscando cachorritos de predadores, sin dejar arbusto que revisar ni piedra sin voltear para encontrarlos. Cuando hallan algunos, los exterminan a patadas y pisotones como nosotros hacemos con las alimañas. Y es lógico, porque la cruel ley de la supervivencia es así: los vegetarianos no necesitan ni pueden permitir que los depredadores medren en su ecosistema aislado y cerrado, so pena de pagar un pesado tributo en vidas propias durante la siguiente generación.

La conducta infanticida del delfín nariz de botella tiene dos grandes problemas que dificultan su ubicación entre los infanticidios evolucionistas de las especies que acabamos de mencionar. El primero de ellos es que, en el caso de los depredadores sociales, sólo los machos dominantes practican esta brutal forma de limpieza genética con cachorros que no son suyos. En el caso de los delfines, nunca se ha podido observar el sexo de los ejemplares "asesinos" lo que implica la imposibilidad de asegurar que se trata de un mecanismo similar al de los leones. ¿Dónde quedaría nuestra ya debilitada imagen de los delfines si el día de mañana se demostrara que también las hembras —lo que es lo mismo que decir "las madres"— colaboran en la matanza de sus propios hijos? Esto es improbable pero no imposible. Esperaremos a poseer más y mejores observaciones.

En segundo lugar, resulta casi inexplicable la matanza de marsopas. Como se ha dicho, delfines y marsopas no coexisten en el tiempo ni en el espacio. Para colmo, tampoco depredan a las mismas especies, por lo que la limpieza étnica de posibles competidores ha quedado del todo descartada. En efecto: mientras que los delfines se alimentan de pescados y camarones, la presa primaria de la marsopa es el calamar.

Sin embargo, Wilson ha hecho notar una circunstancia espeluznante: los retoños de marsopa nacen un par de meses antes que los de delfín en el Hemisferio Norte. Por lo tanto, su teoría es que los narices de botella "migran" a la costa escocesa cuando las pequeñas marsopas están nacidas para practicar su técnica de asesinatos en ellas, a fin de poder asesinar a sus propias crías de manera eficiente, rápida y confiable. Si tal extremo se demuestra (como parece seguro que sucederá), las inocentes marsopas juveniles se verán reducidas al papel de "sparrings" de los delfines, que se ceban en ellas y practican su técnica de sacrificio durante varios meses, antes de volverse salvajemente contra sus propios hijos.


XIX: ¿CÓMO?

Ya lo explicó el especialista Jack Denton Scott hace casi 40 años, sin sospechar que la misma técnica predatoria ejercida por los delfines contra atunes y tiburones se hallaría hoy en la matanza de sus propias crías. Recordemos: suelen coger la cola de su presa y nada rápidamente hacia arriba; luego, la rodean y la golpean violentamente en el vientre y el cuello hasta matarla. Sólo cabe imaginarse el violentísimo impacto provocado por la masa de un delfín adulto (454 kg. o más), lanzada a 50 km/h contra una cría indefensa. Toda la energía del golpe se concentra en el extremo del hocico del nariz de botella, un área de menos de dos centímetros cuadrados, de modo que es fácil comprender los efectos devastadores del choque sobre los órganos internos de la víctima. Este brutal golpe explica casi todas las lesiones internas observadas en las autopsias, incluidas las dobles fracturas en las costillas, todas ellas alineadas.

Las demás (particularmente las fracturas de vértebras cervicales) se deben a que el impacto es aplicado, como bien sospechaban los investigadores, de abajo hacia arriba. La infortunada cría es proyectada fuera del agua hasta alturas de más de dos metros, girando sobre sí misma. Wilson y Dunn han calculado, en base a las videofilmaciones de infanticidios similares, que el momento angular de la cabeza de la cría, propulsada de este modo, genera fuerzas enormes, suficientes para romperle las cervicales de manera instantánea.

Las escasas marcas de dientes se explican por la técnica de caza, basada sólo en el impacto de la nariz. La marsopa con heridas paralelas pudo deberse a un intento de retener una cría aún viva que se hundía o a la intención de sujetar a una que aún luchaba mientras un congénere le aplicaba el golpe definitivo.


XX: ¿Y AHORA?

A partir de la publicación de los descubrimientos de Wilson, Dunn y Barco a fines de los años 90, y del consiguiente y lógico eco periodístico que la escalofriante conducta de los ex "simpáticos" delfines tuvo en los medios mundiales, comenzaron a multiplicarse los reportes de testigos que habían presenciado ataques de los narices de botella contra sus propias crías. Al igual que los incautos asistentes a la "Disneylandia de los delfines", la mayoría de ellos habían creído ver una alegría expansiva y gloriosa cuando en realidad estaban observando un cruel y frío ritual de la muerte de indefensos pequeños.


Tribu de delfines frente a la costa en Cali, Colombia

Desde 1999, dos nuevos casos de orgiásticas matanzas de cachorros de delfín por sus propios adultos fueron capturados en videocinta, y muchos más (de pequeñas marsopas) fueron observados por testigos en Gran Bretaña. De estos, en dos oportunidades los azorados testigos pudieron ver con beneplácito cómo las marsopas escapaban con vida de sus perseguidores.

Si el infanticidio evolucionista no es el caso aquí, muchos científicos piensan que estos sangrientos eventos pueden demostrar que el delfín nariz de botella se parece al ser humano mucho más de lo que a él le gustaría: Broad dice en su diario que "los ataques pueden deberse a una gran agresión contenida o a la frustración sexual", mientras que Joseph Sobran dice lisa y llanamente que los asesinatos "parecen estar motivados por lo que Samuel Taylor Coleridge llamó ´maldad sin motivo´".

Los reportes continúan, mientras que Barco y sus colegas hacen un llamamiento a todos los gobiernos costeros del mundo para que hagan las autopsias de cada cría de delfín o marsopa hallada muerta en la playa. Ellos desean saber si esta tétrica conducta es común en todas partes del mundo, o si algún factor desconocido está impulsando a los animales del Atlántico Norte a deshacerse sistemáticamente de sus crías.

¿Y qué hay con respecto a los humanos? ¿Son peligrosos los delfines para nosotros?


La misma familia de delfines de la foto anterior. Inmediatamente después de tomada esta imagen, los animales atacaron la lancha donde se encuentra el fotógrafo

El delfín nariz de botella es un predador especialista con el tamaño y el peso de dos tigres adultos. Como el tigre, tiene el instinto de la caza impreso en sus genes, y el mismo gusto por el sabor de la sangre y el frenesí de la matanza. Si usted no se encerraría en una jaula con dos tigres de Bengala, ¿cuál sería su motivación para nadar entre 10 ó 12 delfines salvajes? Trevor R. Spradlin, experto en delfines del gobierno federal norteamericano, explica este contrasentido: "La vida salvaje puede ser muy peligrosa, pero la gente tiene una imagen diferente de los mamíferos marinos, particularmente los delfines. Hay una extendida malinterpretación de su naturaleza, que dice que son amigables, que son Flipper, que quieren jugar con la gente".

No es así, no lo es en absoluto. Estos formidables depredadores pueden atacar y matar a un ser humano, y de hecho lo han intentado. Spradlin declara: "Se han reportado docenas de incidentes en los cuales los delfines atacaron y mordieron a los nadadores. Incluso han sumergido a propósito a varias personas. Una mujer que alimentaba a un par de delfines desde un muelle y luego saltó al agua para nadar con ellos fue atrapada por una pierna. ´Tuve, literalmente, que arrancar mi pierna de la boca del delfín´, nos dijo. El ataque le costó pasar una semana en el hospital".

La "sonrisa" del delfín, adaptada para la caza, puede confundir al ser humano respecto de las verdaderas intenciones del animal. Lo que no conviene perder de vista es que esa sonrisa hay hasta 252 dientes cónicos sumamente afilados, que causan escalofríos al pensar el daño que pueden hacer sobre un cuerpo humano.

Joseph Sobran va más allá: "Todos nosotros pensábamos en el delfín como nuestro amigo. Ahora nos dicen que su gran sonrisa es hipócrita, como la del cocodrilo o la del Presidente de los Estados Unidos. Pero los delfines no han querido engañarnos: nosotros quisimos engañarnos a nosotros mismos. El animal verdadero, gobernado por su sabiduría evolucionista instintiva, ha reemplazado al ´buen salvaje´ en la mitología sentimental del Hombre. Las ilusiones acerca de la Naturaleza son parte de las ilusiones liberales acerca de la naturaleza humana y la supuesta posibilidad de paz y hermandad universales" . En otras palabras, ver a los animales como "buenos y amistosos" es otra mentira más de la corrección política que se nos intenta inculcar, porque ellos son como máquinas, sin marco moral de referencia acerca del bien y el mal, que hacen lo que tienen que hacer y nada más.

Es posible comprobar lo dicho si uno se para en la costa escocesa y observa el mar. En 1999, varios testigos observaron a un nariz de botella con una marsopa bebé entre los dientes. La golpeó una y otra vez con violencia contra la superficie del agua hasta que la pequeña, ya muerta, se hundió en las profundidades.

Las autoridades federales norteamericanas no pretenden prohibir las excursiones para nadar con los delfines, sino sólo lograr que las personas tengan con ellos los cuidados merecidos por un carnívoro grande, poderoso e impredecible. Las estadísticas dicen que sólo 1 de cada 10.000 nadadores son atacados por un delfín, pero, si uno hace la cuenta, se dará cuenta de que sólo entre los bañistas americanos la cifra es monstruosa.

"Es una bomba de tiempo a punto de estallar", dice la vocera del Servicio de Pesca Nacional norteamericano Stephanie K. Dorezas. La mayoría de los expertos coinciden con ella en el sentido de que este tipo de intromisión humana en los asuntos de la vida marina salvaje continuará (porque mueve muchos millones de dólares en turismo y excursiones) hasta que un accidente mayor logre que el buceo y la alimentación de mamíferos marinos sea prohibida y desalentada. Ponemos, como siempre, el carro delante del caballo.


La "sonrisa" del delfín

Mientras tanto, el infanticida delfín sigue mirándonos desde la pantalla del televisor los sábados por la tarde. La simpática sonrisa de Flipper, que es en realidad, tal como hoy lo sabemos y en palabras del maestro King, la "helada sonrisa del cazador", tal vez esconda tras de sí algo mucho más parecido a la horrible mueca de la muerte.



Nedstat Basic - Web site estadísticas gratuito
El contador para sitios web particulares