CONFESIONES DE UN EBRIO

Jorge De Abreu

Venezuela

—¿Así que tú eres un extraterrestre? —le pregunté divertido. El hombre era alto y musculoso, con una cara de imbécil que se notaba a leguas; soy de la convicción que todo australopiteco tiende a ser un bruto, aunque las dos palabras son casi sinónimos en lo que se refiere a la sesera. Yo ya había bebido un poco más de la cuenta, como de costumbre, y estaba tan alegre como una abeja en una dulcería, y mi acompañante no estaba menos sobrio. El australopiteco se había sentado hacía rato en silencio, pero luego de cinco vasos de cerveza se había vuelto hablador; a veces me sorprende la poca resistencia de aquellas moles sin cerebro. Estaba mareado y se tambaleaba como un dominguillo. La banqueta crujía ante cada inclinación temeraria de su cuerpo en ángulo agudo. Eso era lo que más me sorprendía, se iba y venía sobre el banco de un lado a otro, pero no se caía, yo esperaba que de un momento a otro retumbara el bar bajo el apocalíptico estruendo de la aparatosa caída de la inmensa bestia prehistórica (¡Vaya frase!), pero nada, se mantenía en su sitio. Él se tambaleaba y yo seguía bebiendo y viendo y bebiendo y viendo y pensando y llorando y viendo y bebiendo, cuando de pronto el inmenso corpachón se enderezó y se volvió hacia mí. Confieso que mis nublados ojos tardaron un poco en enfocar al enorme mamut preglacial, pero mi mente, aburridamente lenta, se extasió en un examen detenido de la punta de mi nariz (que por cierto no cuesta mucho ver) hasta que por fin se dio cuenta del intruso y alertó al resto de mi ahora liliputiense cuerpecillo. Él sólo me miraba intrigado, yo sólo lo miraba intrigado, se sonrió, me sonreí, sonrió con mayor énfasis mostrándome su barroca dentadura (lo de barroco lo sitúo en un contexto histórico, no artístico ni descriptivo, como primera acepción. Histórico porque aquel gigantón rezumaba tiempo, destilaba temporalidad. Segundos, minutos, horas y días resbalaban por su piel y se extendían por el mostrador y el piso. Era un halo de antigüedad y trascendencia. Mis cavilaciones generalmente parecen importantes aunque sean una mierda... sospecho que estoy borracho. Cuando estoy borracho hasta los paréntesis son largos. Fin de paréntesis), sonreí con mayor énfasis mostrándole mi minúscula, microscópica, dentadura; él era un estúpido, yo no. Me empiné otro vaso de cerveza y lo volví a ver, él me miraba con los ojos desorbitados, parecían dos pelotas de béisbol. Fue cuando me dijo:

—Sabe —no esperó a que dijera no sé—, yo no soy de aquí.

—¡Ah!, es portugués —dije con sobrada sabiduría ebria, casi ebriaduría.

—No.

—Entonces italiano.

—No, no me entiende —parecía un niño emocionado por contar un secreto, aunque viéndolo mejor más bien parecía un enorme retrasado mental que quería que le dijera: "Que lindo hombrecito grande"—, yo soy un extraterrestre —agregó y yo me le quedé viendo, lelo.

Buena vaina con el troglodita de tres metros de altura (no era tan alto, pero cuando estoy borracho todo se pone patas arriba, lo pequeño se agranda y lo enorme se achica, aunque a veces sucede todo lo contrario. Generalmente mis ojos se embochinchan con la luz y las formas en movimiento, es cuando el mundo comienza a girar y mi mente se desquicia un tanto. Los objetos comienzan a emitir destellos anómalos y yo me empino otro buche de cerveza para aclarar el panorama. Y es entonces que me doy cuenta de que estoy borracho, borracho, ebrio, borracho... coño, estaba diciendo que cuando estoy borracho creo que estoy borracho, ustedes disculpen... Maldita sea, ¿en dónde estaba? El tipo había dicho una idiotez y lo único que se me ocurría era verlo a través de una botella ambarina. Su cabeza se movía agitando la nariz y sus labios subían y bajaban; bueno, el superior lo hacía en un sentido y el inferior se movía en el sentido opuesto. Y murmuraba en un rumor inaudible la última vocal pronunciada, vibrante: eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee...

—¿Qué que? —dije cuando pude asimilar la idea.

—Que soy un extraterrestre —y se veía más sobrio que un adventista. Parecía que todo el maldito alcohol se había evaporado de su maldito cuerpo. ¡Maldición!

Así es como llegamos al inicio de esta crónica y yo digo como un perfecto borracho:

—¿Así que tú eres un extraterrestre? —había preguntado divertido. Ahora sí puedo explicar por qué estaba tan contento: si él era un extraterrestre y yo un terrestre... ¿qué era lo que temíamos? Atrás quedaban mis desquiciadas lecturas de juventud, los monstruos babosos de intenciones aviesas, las cucarachas mordedoras de sexos descuidados, los robots persistentes e implacables. El tipo era puro músculo y nada de cerebro, sólo había que ver esos ojitos de enano descriteriado, sólo había que mirar esos ojotes de buey amancebado, y reírnos de nuestro temor.

—Sí —había dicho y sólo ahora mi mente pudo darse cuenta de la respuesta que hacía rato debió haberme dado el gigante, porque cuando lo vi con mis pupilas resecas de alcohol, estaba callado y sereno, y no daba la impresión de haber hablado en mucho tiempo, es más parecía aburrido. Parecía una tumba a la cual no se limpia en siglos y está tranquila, llena de monte y culebras pero natural, apacible, casi amable y acogedora.

Me tomé otras dos cervezas y él me observaba con interés, de pronto me molestó verlo tan sobrio y me avergoncé de estar tan mareado, creo que le grité:

—¿Qué me ves, hijo de puta?

Me avergüenzo de lo que digo cuando estoy rascado, ebrio, borracho, fuera de mí. Cuando bebo, no paro sino en el suelo. Rutinario e inevitable. Repetición de lunes, martes, miércoles, jueves y viernes por la tarde. Marcado de tarjeta, una y otra vez. Marcado de recuerdos, una y otra vez. Mil veces, un millón de veces, siempre por la tarde. La puerta escocida por el roce rutinario. La barra con las muescas de mis brazos. Y yo sentado frente al espejo cubierto de botellas, observándome revolotear dentro de mi mente, día tras día. ¡Coño de la madre! Tengo ganas de vomitar. El extraterrestre ya me había respondido. Había respondido a una pregunta no formulada, a una mera expresión insultante que había dicho sin pensar. Había respondido y no me había dado cuenta, me pudo haber matado, me pudo haber freído con su láser intergaláctico, pero no lo hizo, sólo me respondió; me doy cuenta que estoy vivo y empiezo a procesar su respuesta:

—No tuve madre —había dicho con voz neutra.

Huérfano, pobre diablo. Su respuesta todavía retumba y se pliega sobre mis meninges como un sietecueros verbal que mancha mis neuronas con sus construcciones. No estoy borracho, no tengo nauseas, no estoy borracho. El aire de la ciudad flota como un mantel oscuro que se arroja sobre una mesa, la comida... (¡mierda!, nada de comida, voy a vomitar). El niño grita en medio de la plaza, la explosión sacude las paredes, el niño está lleno de sangre, ¡estoy borracho, Dios mío! Es huérfano, soy huérfano, somos huérfanos, pobres diablos. Explosión, explosión, explosión, oooón. ¡Bum! Sangre, sangre...

—¿Qué le pasa? —me pregunta como a su mascota.

—Tampoco tengo madre.

—Es normal.

Tiene razón, es normal. Borrachera de mierda, ¿acaso no puedo olvidar? Cuatro por cuatro dieciséis, cinco por cinco veinticinco, no quiero estar borracho. Me bebo otra cerveza, para asentar el estómago; miento, es para zambullirme mejor en este océano etílico de falencias. El gigante me observa tranquilo, ni comprensivo ni beligerante.

—¿Cómo es tu mundo? —le pregunté con voz pastosa.

—Muy distinto a esto —dijo esto, pero no le hice caso en ese momento, estaba borracho. ¿Acaso no lo notan?—, es un hermoso planeta y todo es tan civilizado y racional. —Maldito patricio, ¿qué es lo que te crees? Tú y tu planeta de mierda se pueden ir al infierno—. Aquí no me siento a gusto, lo siento —parecía visiblemente apenado aunque como yo estaba tan mareado no supe si dijo "lo siento" o "¿lo siento?", pero parecía visiblemente apenado, perturbado, agitado, lloroso. No, el lloroso era yo, unos gruesos lagrimones rodaban en mi rostro enfebrecido por el alcohol.

—¿Qué te pasa? —me preguntó intrigado, fríamente intrigado, ahora sí estoy seguro aunque estaba borracho y la vida se me antojaba deforme.

—La vida coño, la vida —y seguía gimiendo y mis lágrimas ochenta por ciento alcohol se evaporaban en mis mejillas. El niño cubierto de sangre, los rostros muertos o agonizantes (maldita sea es la misma vaina) y yo parado ahora en medio del bar gritando: "Es la vida coño, la vida", y llorando como un infeliz y riendo después como un marico y pensando en mi gigantesco acompañante y su manía estrafalaria. Y me dice:

—Cálmate.

Y le hago caso, y salimos del bar, y la noche fría estremece mi cuerpo alcoholizado. Voy a vomitar, voy a vomitar (¡cállate carajo!) y vomito, siento como si estuviera pariendo (¡qué ridículo!), pariendo un regusto amargo que manotea dentro de mi boca. Siento cómo el estómago, las tripas, la bilis, los jugos gástricos, el alcohol, la comida, la vida, todo sale por mi boca, lavando mis dientes, mi lengua, mi paladar, mi garganta. Escupo y otra arcada me dobla sobre la acera y vuelvo a vomitar. Australopiteco me ayuda a levantarme, vuelvo a escupir.

—¿Te sientes mejor? —me pregunta.

—Sí, algo —y apenas lo digo cuando me veo de nuevo inclinado sobre el negro asfalto expulsando más alcohol, más cerveza, más vodka, más tequila, más mierda predigerida, medio digerida o postdigerida, pero mierda de todos modos. Mierda condenada a ser mierda, predestinada a ser mierda, mierda sobre el asfalto. Y veo cómo el vómito se extiende por entre las grietas del asfalto, cómo comienza a confundirse con la tierra porque al fin y al cabo tanto yo, como Cro-Magnon, como el vómito, como el asfalto, como la maldita ciudad, como todo, acabarán en tierra, en pura, negra, fría y asquerosa tierra.

—Vamos. —Cro-Magnon me levanta como a una pluma, siento como todo gira a mi alrededor, ¡vómito no!; ¡no tengo nada, no estoy borracho? El malestar troca en una pesada modorra, en una modorra de pensamientos, en pensamientos espesos, en una espesa vaguedad de los sentidos, en una confusión de sensaciones, en una muerte sin morir, en un desvanecimiento como alcohol evaporándose, en mi presencia casi no presente, en un sueño que atormenta. Y camino apoyado del inmenso, ciclópeo, enorme, gigantesco hombre que llamo Cro-Magnon, aunque bien podría ser un Neanderthal o un homínido postmodernista, o un simple mortal o un simple extraterrestre. Y lo veo, y me parece que mide cuatro metros, y lo veo creciendo, y me parece que voy en su mano, como la mujercita chillona que siempre aparece chillando (aburridamente redundante) en las garras de un monstruo. Y veo el suelo y no lo veo, sólo veo las nubes y unos avioncitos que nos atacan, que me disparan por ráfagas (¡qué estúpido soy, a mí no, al monstruo!) y el monstruo (Cro-Magnon, extraterrestre o Neanderthal) los derriba a todos.

—¿Es aquí? —me pregunta el pequeño extraterrestre, entonces lo veo en mi mano, y veo lo que me señala y veo la puerta de mi apartamento, y digo: "sí", y entramos. Y me pregunto cómo supo dónde vivía, y me doy cuenta de que estoy borracho, y pienso que a lo mejor se lo dije y no me acuerdo. Abro la puerta y dejo al hombrecito sobre la telefonera. ¿Nadie ha llamado hoy? le pregunto al teléfono y éste no me contesta, y siento como el gigantesco extraterrestre - Cro-Magnon - Neanderthal - Newton - Lagrange - etcétera me deja en el sofá, y yo digo:

—Darwin es una mierda.

Y veo a mi amigo (¡qué borracho estaba/estoy/estaré!) que se dirigía hacia la puerta.

—¿Te vas? —le pregunté.

—Sí —su voz era extraterrestremente neutra.


Ilustración: Enrique Castillo

—¿Por qué no te tomas una copa? —no te vayas Cro-Magnon, ¿eres de verdad un alienígena?

—Sí —y se fue. Sí ¿qué? Estaba hace un momento allí, parado, con una mano, una manota inmensa, de este tamaño (véanse dos cuartas, una después de la otra. Cuarta: distancia entre la punta del pulgar y la punta del meñique en una mano abierta y extendida), sobre el pomo de la puerta. Y lo vi, y parecía un mono inteligente, más que un mono, era algo nuevo, alguien nuevo, distinto. Y lo vi de nuevo y vi a otro ser en la puerta, uno con forma y a la vez sin ella, como una babosa etérea. Y lo vi otra vez y era distinto, casi angelical, si es que algo tan extraño puede ser angelical, y le sonreí, y él me sonrió. Y aunque no tenía boca sonrió, sonrió y volvió a sonreír. Y le sonreí, y maldije la bufonada de Darwin y escupí la tumba de Pitágoras, y execré la memoria de Descartes, y sólo vi a Cro-Magnon - hombre - extraterrestre - divinidad, y vi que estaba rodeado de un aura y oí los murmullos del viento, del agua y el reconfortante sonido del silencio de los vacíos estelares. Y vi su rostro y no lo vi, y lloré mi borrachera y supe que no lloraba por ella (mi borrachera, claro está, pues esto no es un mariachi) sino por mí, supe que la borrachera era transitoria y yo no, y estaba perdido. Y la deidad - extraterrestre - hombre - Cro-Magnon abrió la puerta. En ese momento sentí como todo el aire se escapaba de la habitación, por la puerta abierta, hacia el corredor exterior, y vi que no había corredor, sólo el vacío y las estrellas titilaban en la negrura.

—¿Te vas? —le pregunté.

Se volvió, una expresión indescriptible le cubría el rostro, una expresión de amor, odio, rencor, piedad, humildad, orgullo, frustración, tristeza, alegría. Me miró como a un gusano-redentor y creo que una lágrima de fuego abrasó su rostro, y una sonrisa de hielo petrificó su cara.

—Sí.

—¿Por qué no te tomas una copa? —Quería que se quedara, que no se fuera, que perdonara mi borrachera, que me enseñara, que me embruteciera, que me odiara, que me amara, que escupiera y maldijera, que besara y bendijera. Quería saber quién era, qué era, pero se fue.

—Sí. —Se volvió y salió por la puerta hacia el negro corredor/espacio.



JORGE DE ABREU

Jorge De Abreu es venezolano. Nació en Caracas en 1963. Bioquímico de profesión, graduado en la Universidad Simón Bolívar, desempeña labores de investigación en el Centro de Atención Nutricional Infantil Antemano. Es fundador de Ubik en 1984, el club de ciencia-ficción de la USB, y animador central de Cygnus, la revista de Ciencia Ficción venezolana más importante y Desde el Lado Obscuro, un fanzine electrónico dedicado a la divulgación de artículos sobre ciencia-ficción y fantasía. Ha publicado relatos en Letralia y Koinos. Mantiene un blog con consideraciones sobre la literatura, la ciencia-ficción y los eventos de la vida diaria: YO, JORGE http://www.onilegroj.blogspot.com/.


Axxón 142 - Septiembre de 2004