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F i c c i o n e s

COMBUSTIÓN EXTERNA
Jorge Claudio Morhain

Argentina

La luz fulguró un instante, un largo instante, contra el cielo estrellado, oscuro, tenue, solitario.
      La luz iluminó a Faby, que se volvió levantando la mano, como un reflejo condicionado.
      La luz giró un momento sobre sí misma —o eso pareció—, y disminuyó de pronto de intensidad, bajando detrás de los cerros, vertiginosamente.
      —Se cayó una estrella; pedí un deseo, Faby. Pedilo. "Que alguno me levante, la gran siete". Los pensamientos de Fabiana eran así, concretos, lúcidos. No podía pedir oro ni moro, caminando entre las sierras de Córdoba, de noche y en verano. Lo más que podía pedir era que le reventara el motor al tropero que la había dejado a medio camino entre La Serranita y Los Molinos. Lo más que podía pedir era que alguien la levantara, que la llevase a una cama caliente, blanda. Y que tuviese plata para dejarle. Por, lo menos, plata para volver a una ruta decente, no a esta tan tortuosa que solamente recorrían los turistas y los proveedores de la zona Y esos, todos patos y casados, se sabe.
      Ahora sí, el ruido notable y claro de un auto. Ahora sí.
      "A ver si te portás, estrellita de mierda".
      Apoyó su cuerpo sobre la pierna derecha, se acomodó la cartera sobre la cadera izquierda, y alzó la grupa entera, jugando con la pierna, como vio hacerlo una vez a Marylin, la del cine. Y como hacia siempre Faby, para qué nos vamos a engañar. Mascó un chicle inexistente; se ajustó el pañuelito, apretó el puño derecho y sacó el dedo, el pulgar, doblado.
      "Pará, dulzura", dijo bajito. A veces resultaba. Era como que les llegaba el pedido, por las ondas del éter. Y este auto es lindo. Muy lindo.
      Paró.
      —¿La llevo a algún lado, señorita? —Una mujer. Perra suerte. ¿Qué hacés, Fabiana? ¿Subís? En una de esas tenés que caminar toda la noche. No, porque en el peor de los casos me meto a un hotel de las sierras y mañana me arreglo para no pagar. No, que se vaya. Todavía puede pasar un hombre, che.
      —Perdón, disculpe. La confundí...
      Recién se dio cuenta la mujer de qué se trataba. Sonrió mal. Bufó, y aceleró a fondo.
      Ma sí, algún día me vas a pedir que te explique cómo se hace, boluda.
      El auto siguiente era una cucaracha Volskwagen puro ruido, y la manejaba uno de anteojos que la miró como con miedo, y siguió de largo.
      Lo peor era tener que subir las pendientes. A pie y con tacos duele mucho.
      Pero ahora viene una moto. Sí, de allá, de donde cayó la estrella. Capaz que te lo manda la estrella, Faby. Capaz que es un muchacho lindo, capaz que...
      La luz de la moto la iluminó a pleno, al tomar la cuesta.
      Fabiana se paró casi sobre la ruta, apoyada sobre la pierna derecha, haciendo oscilar la izquierda y proyectado la cadera hacia afuera. Se apartó un mechón imaginario y largó una bocanada de imaginario humo. Alzó el dedo e hizo seña.
      La moto patino un poco, cuando el muchachote clavó los frenos.
      Demasiado. Un hombre joven, muy pintón, sí. Muy fuerte. Sonriente. Un lugar atrás, en la moto.
      —¿Me llevás?
      Él cabeceó hacia el asiento trasero, y ella sintió el cuero entre sus piernas, y se aferró al cuero de su campera, y se fueron.
      —¡No sabés lo que es encontrar a alguien que te levante en este camino! Venía en un camión, pero tuvo un desperfecto. ¿Vas lejos?
      —No.
      —¿Por qué no paramos en algún lado? Por acá hay unos hotelitos muy lindos. Hay moteles, también. Yo... puedo ayudarte a pasar la noche. Si no te enojás. —Faby tenía que gritar, por el viento. El muchacho manejaba rápido, con pocos movimientos.
      —No. —Que no se enojaba, parece que dijo.
      Faby dejó pasar dos hotelitos coquetos aunque acaso muy familiares, y cuando vio venir el motel del que conocía el olor de las sábanas, apretó el brazo del muchacho. ¡Qué brazo duro! ¡Todo músculos! ¿Sería todo así?
      —Allá. Pasemos la noche en aquel motel.
      —Sí.
      El dueño sonrió, buscando charla. No la hubo, porque en esas circunstancias, Faby dejaba que su pareja tomara la iniciativa. Si él no quería charla, no la habría. Se fueron hacia la pieza.
      —¿Sabés?, me gusta que lo tomés así. No te cobro nada. El viaje nomás. Así quedamos a mano. Y dormimos caliente.
      —Sí.
      —¿Sos de pocas palabras, eh? —intentó juguetear con un rulo del muchacho, pero parecía de goma. Mucho fijador, acaso. Cada cual con sus gustos—. Mejor meté la moto adentro. No es por nada, pero no va a ocupar lugar.
      —Sí.
      Faby dejó la bolsa sobre la silla y buscó el baño, empezando a sacarse las hebillas. Él se quedó parado en el centro de la habitación.
      —Me llamo Faby. ¿Y vos?
      —Gidol. —En fin, sobre nombres no hay nada escrito, ¿verdad, Faby?
      —Pero acostate. Enseguida estoy con vos. ¿Sos callado, eh? En vez, yo soy charlatana,
      —Acostarme. Sí.
      Por el espejito del botiquín lo vio acostarse vestido. Tipo raro, definitivamente. Lástima, tan pintón. Con tal de que no fuera uno de esos con gustos raros.
      No tenía mucha ropa que sacarse. Pero sí se mojó un poco la cara. Tenía polvo y un poco de cansancio. Sería una linda noche para dormir caliente. Además, en la bolsa llevaba una botellita de whisky.
      La sacó de paso. Gidol —nombrecito, ¿eh?— estaba allí, en la cama blanda, inmóvil, mirando el cielorraso.
      También sacó los cigarrillos, y se puso uno en la boca. Chasqueó el encendedor.
      Y el tal Gidol se despertó de su letargo.
      —¡No! ¡Apagalo! ¡No!
      —Bueno... Bueno, está bien. No fumo si no te gusta. Pero no te pongas así... ¿Tenés miedo al fuego? Mirabas el encendedor como cordero degollado, Gidol...
      —Es que...yo no soy de aquí. Soy de otro planeta.
      "Sonamos. Un verso nuevo", pensó Faby.
      —Este planeta tiene demasiado oxígeno libre, Faby. Es muy propenso a las combustiones externas. Y nuestro cuerpo, mi cuerpo y el de Algoll, mi compañero, no resiste la combustión externa. No resiste... eso... "fuego".
      Faby se sentó junto al muchacho. Tan asustado que parecía, y ahora estaba impávido de nuevo. Apoyó una mano sobre el cuero de la campera, sobre su pecho.
      Si él quería irla de extraterrestre, le seguiría la joda.
      —¿Y cómo es que viniendo de otro planeta te parecés tanto a Robert Redford sobre una moto? ¿Eh?
      —Sorprendimos a un par de nativos, en la montaña. Ellos quedaron allá, nosotros adoptamos su forma.
      —Ah, sí. Contame, dale. Contame tu viaje por el espacio, mientras Faby es buenita, y...
      No era nuevo, para Faby. Algunos decían ser príncipes rusos, otros actores de televisión, otros hijos del Papa. Por eso, mientras Gidol hablaba, comenzó a buscar el tirador del cierre de la campera. No, si ella sabía cómo tratarlos. Tiró.
      No cedió. Es más, el tirador y la campera parecían ser la misma pieza. Es más, el tirador del cierre temblaba. Estaba cambiando de forma. Entonces, Faby oyó lo que Gidol estaba diciendo.
      —Vendrán otros, y gobernaremos el planeta, para bien de todos ustedes, porque seremos considerados, Faby...
      Ahora Faby tenía entre las manos una especie de miembro viril, pero puesto en mal lugar. Y pensaba: "no, Faby, esto no puede pasarte a vos, pero te pasa"; y si estuvieras soñando, no importa, te pasa y no está más...; y si te pasa y no está más, con probar no cuesta nada, total estás soñando, porque estas cosas..."
      Encendió el encendedor, sin dejar de acariciar la cosa. Volcó el wishky.
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Ilustración: Valeria Uccelli
      Hubo una llamarada. Se derretía. Parecía un muñeco de grasa, que agitaba los brazos y los tentáculos y...
      Faby vomitó. Alcanzó a tomar la bolsa y sacó la moto afuera. Enseguida vendría el del motel, a ver el incendio, y preguntaría por el chabón, y Faby iría a la cárcel, por asesina. Así que pateó y la moto salió como un tiro rumbo a las sierras.
      El aire que corría por su cara como una caricia la puso contenta.
      "Parece mentira, Faby. Y nadie puede saberlo. Ninguna tele te haría un reportaje. Pero sos flor de patriota. Salvaste el mundo. Vos, Faby. Cosa de locos, ¿eh? Me pregunto dónde estará el otro bicho. Argolla, Algoll, algo así. Habría que quemarlo para que no..."
      Recién entonces se dio cuenta de que la moto le estaba apretando la mano.
      Bajó la cabeza. La moto estaba cambiando de forma.
      Era una masa pulposa con tentáculos, y con una boca enorme.
      Y la estaba tragando.


JORGE CLAUDIO MORHAIN

Jorge Claudio Morhain es guionista de historieta y museólogo. Dirigió el Museo y Archivo Histórico de Cañuelas. Escribió "El Cabo Savino" entre 1971 y 1994. Y también "Martín Toro", y "Pehuén Curá", y "El Chasqui", y "Cuentos de Troperos", y muchas historias de la 2° Guerra Mundial y una historieta sobre los antecedentes históricos de Malvinas y la invasión del 2 de abril que se publicó durante la guerra en La Voz del Interior de Santa Fe y luego en la librería y editorial electrónica El Aleph. También fue el autor de "Kabul de Bengala", que en su proyecto original se iba a convertir en Gautama, el Buda, pero que luego Oesterheld cambió. Y Argón, que iba a ser compañero de Alejandro, pero pasó lo mismo. En el 2001 ganó el tercer premio del Concurso Nacional de Teatro "Enrique Santos Discépolo", organizado por la Dirección Provincial de Bibliotecas (dependiente de la Subsecretaría de Cultura de la Dirección General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires). La obra por la que obtuvo este reconocimiento fue "El Viajero de la Eternidad". Se trata de una adaptación al teatro de la historieta de Héctor Germán Oesterheld, cuya primera parte fue publicada en 1957. En Axxón publicamos "El espiante" (Axxón 68) y un número dedicado enteramente a su trabajo, el Axxón 96.


Axxón 137 - Abril de 2004
Ilustró: Valeria Uccelli

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