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Runa
(Rune Baby Rune)

Autor: Franklin Kelvin
821 páginas
Editorial: Libros Contables
Traducción: Santo Domingo Redivivo

En una órbita medio chanfleada en torno a la Estrella Polar gira Keofri, un inhóspito planeta glacial en el que no hay una sola gota de agua. Hielo sí, muchísimo.
      Cuando las naves del Imperio Galactoso, bajo el mando del ambicioso almirante Kris Kholoon, aterrizaron por primera vez en la helada superficie de Keofri, se encontraron con que los vikingos ya habían llegado antes. Cómo lo hicieron, nadie lo sabía. Tampoco se preocuparon mucho por averiguarlo, pues pronto se descubrió que muy por debajo de las gruesas capas de hielo y nieve fluía el caldo D’ogar, una sustancia única de este nuevo mundo, portadora de una clase de calor nunca antes vista: no servía para templar ambientes, ni para cocinar, ni para calentarse las manos, ni para ninguna de las cosas para las que suele usarse el calor; y en un imperio con tres trillones de súbditos no resulta difícil encontrar multitudes dispuestas a pagar fortunas por algo tan inútil.
      Siglos después, con los yacimientos de caldo prácticamente agotados y las refinerías expulsando sin descanso desechos contaminantes para cubrir la demanda de toda la galaxia (demanda de caldo, por supuesto; sobre los desechos contaminantes siempre han pesado medidas proteccionistas), Keofri es un lugar más frío y desolado que lo que nunca fue. El otrora orgulloso y próspero pueblo normanerl, descendiente de los escandinavos que atravesaron misteriosamente el cosmos eones atrás, es obligado ahora a abandonar sus ciudades y refugiarse indecorosamente en cuevas y grietas. Los normanerlich son perseguidos y exterminados inmisericordemente por aquéllos que los desplazaron como amos de Keofri, cuya falta de escrúpulos se ve ampliamente compensada por un vasto caudal de propósitos inconfesables.
      Kris Thôval, descendiente directo del almirante y decimoctavo archiduque de Keofri, lleva a nuevas cotas de refinamiento la tradición familiar de actuar en cada aspecto de su vida pública y privada como si fuera un auténtico degenerado. Una sola cosa es capaz de conmover su corazón, gélido como el mundo que a su antojo gobierna, y es la vergüenza que le inspiran la generosidad y el altruismo de su único heredero, el joven Kris Kringle.
      Pero las cosas están a punto de dar un giro inesperado. El despiadado archiduque ve la oportunidad de deshacerse de su odioso vástago en el arribo a Keofri del doctor Aristid Gnauppa, un arqueólogo imperial que trae la misión de investigar las ruinosas ciudades normanerl, estudiar sus escrituras indescifrables, desentrañar sus ancestrales recetas de estofado para subir aun más la cotización de la carne del virtualmente extinto reno keofriano. Thôval convence a su hijo de acompañar al científico; y tras encomendarle que lleve siempre bien a la vista el escudo de armas de la familia, despide a los viajeros con estas palabras: “Si se cruzan con los normanerlich, salúdenlos de parte mía”.
      Pero la ingenuidad e incondicional obediencia del joven Kringle resultan ser contraproducentes a las aviesas intenciones de su padre. Los sanguinarios nativos, que como muchos otros antes que ellos encuentran indigesto al doctor Gnauppa, deciden dejar al muchacho para otro día; y de ese modo llegan a reconocerlo a tiempo como el mesías augurado por las runas del oráculo de Scrabblir. Luego de arduas deliberaciones entre los ancianos de la tribu, parte una caravana que lo lleva al mítico santuario secreto del polo norte; sitio que nunca pudo ser hallado por los conquistadores pues Keofri, al ser homogéneamente helado y oscuro, no pierde tiempo en rotar.
      Allí Kringle entra en contacto con las entidades cósmicas Barrir, Robyrn y Maunriss, a quienes los normanerlich rinden culto bajo el nombre de Hee Gees. Éstos le cantan la historia del capitán Lars Henriksson, quien encontró en un monasterio de Escocia un meteorito que, al partirlo en la cabeza del abad, reveló su contenido de naves interestelares extraterrestres. Esto fue lo que permitió al pueblo de Henriksson colonizar el lejano Keofri, según era voluntad de los Hee Gees.
      La portentosa supervivencia de Kringle al inhumanamente potente y atiplado canto de Barrir, Robyrn y Maunriss constata su identificación como aquél cuyo advenimiento fuera profetizado por el oráculo rúnico; y entonces, investido con los atributos del Elegido (Barba de Nieve, Traje de Fuego y Panza de Agua), es definitivamente ungido como el Pappanölf que este pueblo decadente espera. Ahora, montado en su trineo nuclear y seguido por su temible ejército de berserkelfos mutantes, hallará la manera de usar el caldo para fundir los glaciares y témpanos en un gran océano, que los normanerlich podrán navegar a sus anchas para aniquilar a sus opresores y, de paso, recuperar la herencia de robos, saqueos y asesinatos que les legaran sus antepasados de otro mundo.
      Esta atrapante historia, que combina intrigas políticas, desavenencias familiares, ambiciones desmedidas y mensajes ecologistas, se extiende todo a lo largo de la introducción de siete páginas del libro, que en realidad es un collage de las pocas notas sueltas que Franklin Kelvin dejó al morir (y del que esta reseña se salva por poco de ser una transcripción literal). Las 814 páginas restantes están ocupadas por los resultados del ejercicio literario “Johnnies aterrizando en planetas fríos”; la mitad de los cuales fueron reemplazados en la segunda edición por fotos de modelos suecas que, ataviadas con mínimos jirones de piel sintética y tocadas con los consabidos casquitos astados, simulan desmañadas luchas con hachas y espadas de acero inoxidable. “Equilibrio térmico”, es la explicación que la editorial da a esta movida.
      Herbie Kelvin, hijo del autor, declaró: “Le estamos haciendo verdadera justicia a la memoria de mi padre. ¡Ninguna de sus novelas se había vendido tanto! Es una vergüenza que le hayan hecho esto justo ahora”. A lo se refiere esta última frase es a la lamentable profanación de la tumba del célebre Franklin, acerca de la cual no es inoportuno señalar que, según concluyeron los peritos policiales poco después de la enigmática desaparición de su hijo, parece haber sido hecha desde adentro.

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