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F i c c i o n e s

VIVIR A DIARIO
Fabio Ferreras

Argentina

Lorenzetti era un tipo común y corriente; vivía sin pretensiones. Existía, eso sí, un único detalle que lo diferenciaba del resto de los mortales: Lorenzetti no salía de su casa sin leer el horóscopo.
      Si le pidieras que te explicara por qué ocurría lo que ocurría, probablemente respondiera que no le interesaba encontrar una explicación.
      —Hay cosas que pasan porque son así; es el destino, compañero —diría—.Y no hay que darle vueltas al asunto.
      ¿Qué? ¿Que cómo es un día en la vida de Lorenzetti?
      Lorenzetti se despierta temprano (debidamente sobresaltado por un reloj despertador al que lo une una indiscutible relación de amor y odio), camina hasta el baño, se lava la cara y los dientes, hace una o dos necesidades (según sea el caso) y se dirige a la cocina, donde en un par de minutos estará tomando el primer café de la jornada (al que lo seguirán varios más, en un número que oscila entre quince y veinte por día). Pero antes de aquel café, de camino hacia la cocina, Lorenzetti se agacha frente a la puerta de calle y se apodera del diario del día de la fecha. Para cuando sucede todo esto son las seis de la mañana y Lorenzetti sabe que el hijo del diariero le pasa dicho ejemplar por debajo de la puerta a eso de las cinco; hubo ocasiones (por lo general cuando algún problema lo mantuvo preocupado) en que Lorenzetti aguardó su llegada acurrucado junto a la puerta, alerta como un perro guardián... Aunque, por supuesto, tuvo la delicadeza de esperarlo del lado interior de la casa; no fuera que los vecinos pensaran algo extraño de su persona.
      Además, ellos no lo entenderían. Ni él mismo lo entendía.
      De manera que Lorenzetti siempre desayuna con el periódico desplegado sobre la mesa, con el aroma a café y a tostadas flotando en el ambiente. No le interesan las noticias de ninguna clase; él consulta directamente el horóscopo.
      Programa su día de acuerdo a lo que le depara el destino.
      Pongamos un ejemplo: imaginemos a Lorenzetti analizando su suerte en una mañana cualquiera, antes de salir hacia el trabajo; en la sección de Capricornio encuentra la siguiente sentencia:
Capricornio (22 DIC. / 20 ENERO) Semana propensa a contratiempos, alejamientos y rupturas definitivas. Cuídese en las comidas. Mantenga la compostura en su lugar de trabajo. Su número de la suerte: 71.
      Te aseguro que, en lo que resta de la semana, Lorenzetti no solamente se va a cuidar de los peligros potenciales (no caminará debajo de los balcones; cruzará las calles sólo por las esquinas; no abrirá la heladera ni descalzo ni con las manos mojadas), sino que directamente dejará de visitar a sus amistades para que no se produzcan aquellas supuestas rupturas definitivas. No conforme con eso, su cuidado en las comidas va a llegar al extremo de lo paranoico, hirviendo y recalentando los platos congelados para eliminar posibles bacterias, lavándose las manos antes y después de cada bocado, y hasta ingiriendo sales pre y post digestivas. Con respecto a su lugar de trabajo (que es agotador y un poco esclavizante y no merece ser descrito aquí), Lorenzetti adoptará una posición servil, inclusive denigrante, hasta extremos cercanos al masoquismo, con tal de controlar su temperamento ante los problemas que pudieran presentarse.
      Con respecto al número de la suerte, a Lorenzetti no le gusta el juego, de modo que lo ignora alegremente.
      Lo más extraño de todo, lo que puede llegar a considerarse inexplicable, es que Lorenzetti tiene la certeza (de hecho, ya lo considera debidamente demostrado) de que la fortuna que le describe el diario se ajusta con precisión a los sucesos que se producirán en su futuro inmediato.
      ¿Qué significa esto? Que si a Lorenzetti se le ocurre no prestarle atención a las advertencias que le dicta el horóscopo, las calamidades que se vería obligado atravesar podrían llegar a ser mayúsculas: que no te quepa la menor duda que los problemas se le van a presentar de la manera y en el lugar descriptos en el diario.
      Y todos los días sucede lo mismo. Lorenzetti sale a la calle debidamente prevenido, como un hombre que lleva un paraguas invisible desplegado a su alrededor.
      Y el horóscopo nunca falla.
      Bueno, en realidad una vez pareció fallar, pero más tarde, ese mismo día y en la tranquilidad de su hogar, Lorenzetti pudo encontrarle una explicación racional a lo sucedido.
      Mientras desayunaba había leído:
Capricornio (22 DIC. / 20 ENERO) Prepárese para vivir uno de los días más importantes en el aspecto sentimental y afectivo. Conocerá a su alma gemela, así que permanezca atento. Su número de la suerte: 69.
      Permaneció atento. ¡Ya lo creo que sí! Apenas dejó atrás el umbral de su casa, abrió los ojos como platos y salió caminando hacia la parada del colectivo, estudiando con sumo detenimiento a cada mujer con la que se cruzaba. En realidad no se cruzó con ninguna; la parada quedaba a sólo media cuadra de su casa, por lo que llegó en un par de zancadas. El colectivo arribó enseguida y se encontraba repleto de personas que se dirigían a sus respectivos empleos, como es común a esa hora.
      Lorenzetti pagó el pasaje y comenzó a abrirse paso entre la atestada muchedumbre; prefería permanecer lo más cerca posible de la puerta trasera para poder bajarse a tiempo.
      Estaría en la mitad del vehículo cuando vislumbró algo insólito: había un asiento libre. Jamás, en casi veinte años de tomar siempre la misma línea y a la misma hora, había encontrado un asiento disponible a esa altura del recorrido. Y el asiento de al lado estaba ocupado por la mujer más hermosa que viera en su vida. Lo peor de todo fue que la mujer captó su interés y le clavó la mirada, bajando las pestañas y curvando su boca en una sugerente semisonrisa.
      No quedaba lugar para ninguna clase de dudas: se trataba de la chica del horóscopo.
      Sin importarle los pies que pisó en su urgencia por llegar hasta el asiento, Lorenzetti avanzó hacia su alma gemela con el estómago repleto de mariposas.
      Estaba a punto de llegar cuando un caballero de lentes, calva casposa y labio leporino, se le adelantó y se sentó en el asiento vacío... que ya había dejado de estarlo, por supuesto.
      Lorenzetti quedó clavado en su sitio, alelado, contemplando cómo ambos entablaban una conversación y se reían a carcajadas.
      ¡Esto es injusto, gritó, para sus adentros, ella me pertenece, me pertenece a mí! ¡El horóscopo me lo anticipó!
      No fue hasta la caída de la noche, y de regreso en su hogar, que Lorenzetti encontró la respuesta del enigma:
      El tipo del labio leporino también es de Capricornio, como yo.
      La explicación le pareció obvia, indiscutiblemente clara en su simpleza. Por otro lado, el horóscopo lo había dejado bien en claro: Conocerá a su alma gemela, así que permanezca atento. Pues bien, él había permanecido atento, pero lo cierto es que no había sido suficiente. Otro capricorniano se le había adelantado por una diferencia no mayor al par de metros. Además, y haciendo una lectura literal de la frase, conocerá a su alma gemela no quiere decir que fuera a entablar una relación con ella. El horóscopo dijo que la iba a conocer, y él la conoció. Si la había perdido para siempre, pues bien, el destino lo diría.
      Y el destino, en definitiva, hablaba con él día a día.


Y de esa manera llegó la mañana en que todo cambió. El despertador sonó y despertó a Lorenzetti, quien se dirigió al baño, hizo allí lo que tenía que hacer y pasó junto a la puerta de calle para recoger el diario. Hasta ese momento todo transcurrió según su típica rutina, sólidamente establecida.
      Imagináte su sorpresa al encontrar dos ejemplares en lugar de uno. Los tomó a ambos y fue hasta la cocina.
      Un rápido vistazo le hizo deducir lo que había sucedido: evidentemente, el diariero —en su apuro por terminar cuanto antes el reparto del día—, no sólo le había entregado su ejemplar sino también el del vecino. Además, el del vecino era el diario de la competencia, que él nunca había comprado. Lo hizo a un lado sin prestarle atención; tomó el suyo y se dedicó a estudiarlo mientras el café borboteaba sobre el fuego y las rebanadas de pan se tostaban en silencio.
      El oráculo le habló.
Capricornio (22 DIC. / 20 ENERO) Permanezca atento a los cambios, que serán bienvenidos. Olvídese de esa rutina agotadora que lo tiene tan mal acostumbrado. Su número de la suerte: 00.
      Le pareció una predicción bastante hermética, que no le terminaba de decir demasiado. ¿A qué se estaría refiriendo el horóscopo al señalarle que hiciera a un lado la rutina? ¿A su trabajo? ¿A sus hábitos alimenticios?
      No se estaría refiriendo a...
      Olvídese de esa rutina agotadora que lo tiene tan mal acostumbrado.
      Bueno, si algo estaba claro era que hoy se había producido un cambio: el diario del vecino yacía junto al suyo, como un espectador inocente preguntándose quién diablos lo había llevado allí.
      Entonces lo entendió todo.
      Permanezca atento a los cambios, que serán bienvenidos.
      ¡El horóscopo le estaba diciendo que cambiara de oráculo y que atendiera al pronóstico del otro diario!
      Excitadísimo, casi tanto como aquel primer día en que se percató de que el porvenir había dejado de ser una incógnita, Lorenzetti abrió el segundo diario por la sección del horóscopo. Buscó Capricornio, y éste estaba allí, junto al dibujo de una cabrita que lo miraba de reojo, como burlándose de su reciente llegada. Lo que encontró lo dejó más que confuso:
CAPRICORNIO —del 22 de Diciembre al 20 de Enero—: Todo cambio repentino e inesperado sólo puede ser para peor. Olvídese de las innovaciones de todo tipo y conserve su rutina. Su número de la suerte: 99.
Ilustración de Valeria Uccelli.
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      A Lorenzetti le comenzó a doler la cabeza. Por primera vez en años, no entendía lo que el horóscopo le auguraba.
      Por un lado, estaba el diario de siempre, el de todos los días, recomendándole aceptar una variación de rutina... ¿Y qué otra forma había de interpretar aquello, que no fuera la de obedecer lo que el nuevo diario le aconsejaba?
      Y por otro lado, el segundo diario le decía que los cambios no eran convenientes y que no abandonara su rutina... lo que lo llevaba, evidentemente, a regresar al primer diario... el cual no hacía otra cosa que enviarlo de vuelta al segundo.
      Estaba encerrado en un círculo vicioso. Seguía sin conocer su fortuna.
      ¡Y se le hacía tarde para ir al trabajo! ¡El colectivo debía de estar a punto de pasar por la esquina!
      Consternado y desorientado, Lorenzetti tomó su abrigo y salió corriendo de casa, sin darse cuenta de que dejaba el café en el fuego y las tostadas inflamándose. Pronto dejarían de tener importancia.
      Era una mañana lluviosa; los relámpagos hendían un cielo casi tan negro como la tinta fresca que manchaba los dedos de Lorenzetti, la tinta de ambos periódicos.
      El colectivo ya llegaba; pudo verlo doblando en la esquina. Empezó a correr más rápido; no podía darse el lujo de perderlo.
      La comprensión le vino en un instante, en un fogonazo casi tan fulminante como los rayos que surcaban la mañana:
      El horóscopo es ambiguo; es veraz y sincero en sus vaticinios, pero también es ambiguo. Y eso es algo que, por fuerza, tiene que ser así: miles de personas lo leen diariamente, aunque sólo conmigo se ajuste a la perfección. Porque si no, ¿cómo haría el horóscopo para decirle a alguien que ya no tiene ningún futuro, que ha llegado al final del camino? Tendría que valerse de alguna astuta artimaña, como la que usó conmigo esta mañana, utilizando dos vaticinios contradictorios para...
      Si le pidieras a Lorenzetti que recuperara la calma y que se tomara las cosas con un poco más de paciencia, él no podría prestarte atención, ya que patinaba sin control en el charco de la esquina y el colectivo lo pasaba por encima, con precisa eficacia.
      Y en su casa, el fuego saltaba desde la cocina hasta la mesa, encendiendo ambos ejemplares en un único fogonazo repentino.


Fabio Ferreras

Es un gran gusto presentar nuevos escritores en esta revista, una labor que no se nota pero que venimos haciendo sin descanso durante años, con mucho éxito. Fabio Ferreras es Ingeniero Industrial. Es argentino, nacido el 25 de mayo de 1972 en Bahía Blanca, ciudad donde reside actualmente. De su fecha de nacimiento no sólo se deduce que tiene treinta años, sino que además nació en día feriado. Se sorprendió gratamente al enterarse de que su cuento sería publicado en Axxón. Lo curioso es que, aunque haya leído casi todos los relatos de los últimos números de la revista, justo cuando sale uno suyo no va a leerlo, porque dice conocerlo de memoria. Le gusta la ciencia ficción y la fantasía, además de expresarse en tercera persona cuando habla de sí mismo, como hizo en esta breve reseña.



Axxón 124 - marzo de 2003
Ilustrado por Valeria Uccelli


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