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Editorial - Axxón 112

El 27 de febrero pasado —hace sólo dos días— se cumplieron veinte años de la primera reunión que se realizó en el bar Tobas de Pueyrredón y Córdoba, en Capital Federal, Argentina, con la intención de crear el Círculo Argentino de Ciencia-Ficción y Fantasía. Hoy el CACyF está convertido en un fantasma, o quizás —no puedo afirmarlo— muerto. El 2 de marzo de 2002, o sea mañana, se cumplen veinte años de la muerte de Philip K. Dick, uno de los más grandes maestros de la CF. Hace diez años, en el número 30 de Axxón —un número homenaje dedicado a Dick—, hablábamos de estos mismos hechos, con una década menos, por supuesto. Los invito a sacar una cuenta: diez años multiplicados por doce meses da 120, más treinta, 150. Si hubiésemos seguido haciendo un número por mes, como en los primeros años de Axxón, (que fueron muchos) estaríamos en ese número. Y yo me podría "retirar". Hay una conexión entre estas cosas: Dick hablaba, dos años antes de su muerte, de derrota y de pobreza, en una cruda rememoración de su pasado que fue prólogo de un libro de cuentos del año 90. Nosotros publicamos ese texto en aquel número de Axxón. Percibo hoy en ese prólogo un mensaje, un pedido de auxilio entre líneas, típico de Dick, que quizás alguien escuchó. Pero Dick murió dos años después, bastante joven. El CACyF estaba, en el 92, en sus mejores épocas, lo mismo que Axxón. Después de los choques entre los miembros de mayor edad de la institución (algunos fundadores), que se alejaron cansados, el CACyF murió sin hacer ningún ruido. Esta revista Axxón estuvo boqueando —muchos lectores fieles lo saben— hasta que fue rescatada por un acto de tozudez y desesperación y bronca. Nadie se preocupaba, o a nadie parecía preocuparle. Creo que hay mucho mensaje tras estas cosas, y voy a dejar que quien quiera lo lea y lo interprete. Tiene que ver con el futuro, el de todos, no sólo el mío. Con lo que podemos esperar de los tiempos que vienen. Y con lo que tenemos —y también con lo que no tenemos, y sufrimos— hoy.
     Lamento dejarlos pensando.
     Ahora voy a tratar de sustraerme de la situación actual —no es nada fácil para un argentino, espero que lo comprendan— y analizar qué cosas ocurren en este género —la ciencia ficción— por el cual convergemos todos nosotros en esta página.
     La ciencia ficción, género especulativo por excelencia, tuvo su edad de oro cuando, después de una terrible Guerra Mundial, una de las potencias del momento (en un momento en que había otras) "dio solución" con su intervención a un largo sufrimiento. Una parte importante de este largo sufrimiento, debemos recordarlo, se debió a la tecnología. Las famosas bombas V1 y V2 de Alemania eran destructoras tanto de lo físico como de lo psicológico, y aunque los ingleses se lo tomaran "flemáticamente" y con cierto humor con aire a resistencia, eran tecnología de avanzada, producían daños y muerte, y producían un desbalance. Al mismo tiempo avanzaron enormemente los desarrollos armamentísticos en todos los rubros: aviones, barcos, submarinos, cañones, armas de mano. La tecnología en esa guerra era —además del odio racial, el hambre, los problemas económicos y la injusticia— el más terrible Jinete del Apocalipsis. Y entonces la tecnología de las fronteras de la ciencia, la más avanzada, salió a batallar contra la "barbarie": el hombre echa mano de todo lo que puede y empuja siempre los límites hacia donde le conviene. Mientras el régimen fascista se agotaba en avances territoriales y caía derrotado en Europa, los tecnólogos usaron una solución final, de tecnología al borde de la CF, para aplastar al resto de ese Eje que tanto había molestado. Se pareció mucho a un exterminio, de esos que se llaman por teléfono cuando nos encontramos con que tenemos en casa unos bichos asquerosos que corren por debajo de la mesada de la cocina. Vinieron con sus equipos tecnificados (volaron silenciosamente en un avión), apretaron un botón y paf, basta de bichos. Dos ciudades, con sus plazas (donde las madres llevan a los niños, los abuelos toman sol y las parejas se abrazan), sus edificios (de oficinas y de hogares, donde millones de personas descansan, trabajan, sueñan, aman, viven), sus calles (por las que, quizás, jamás había pasado un tanque de guerra), sus paisajes, su aire, su sol, sus habitantes, fueron exterminados en menos de un segundo. Algunos señores, quizás muchos más que lo que todos nosotros pensamos, aplaudieron, festejaron y erigieron un nuevo dios, la tecnología, como solución de sus problemas. Y como palanca para vivir mejor. Y como poderosa e indiscutible arma para "llevar la libertad y el estilo de vida americano a todos los pueblos del mundo".
     Los cuentos de ciencia ficción convirtieron las V2 en cohetes al espacio, los navegantes del avión bombardero en pioneros del espacio y las bombas atómicas en motores atómicos y desintegradores.
     En el papel, llegaron a los confines del sistema solar, y luego a las estrellas.
     Alguien pensará que estoy llevando esto a límites intolerables. Todos amamos la CF, y convertirla en un panfleto armamentista parece herejía. Es verdad, así suena. Pero sólo me refería al espíritu que motorizó la explosión de un género de una manera que aún no nos explicamos y que no se ha podido reproducir en otros lados, no a los resultados posteriores. Por suerte la diversidad humana llevó a enriquecer esos pulps llenos de enemigos de otro color y ojos diferentes, de territorios nuevos que conquistar por apuestos astronautas (analicen de qué colores y contexturas físicas eran todos esos héroes "de la humanidad") y de tecnología humana contra tecnología alienígena superior "pero sin alma" (¿sin el espíritu "americano"?), a trabajos extraordinarios en lo humanístico como los que hicieron autores como Sturgeon, Cordwainer Smith, James Tiptree Jr., Ursula K. Le Guin y muchos otros.
     Con sólo enumerar unos autores he dado un salto muy grande, pues son de distintas épocas y movimientos. La CF cambió, siguiendo el espíritu de la historia humana. De triunfadores tecnológicos se pasó a contrincantes de una pulseada. Creció la URSS, y la URSS venía a arruinar el sueño. Bombas atómicas en manos de esa gente, Dios mío, qué horror. Nos inundaron de relatos post-bomba, mostrando qué terrible iba a ser todo: los mutantes, la degradación, la incultura, el retroceso. Los relatos posapocalipsis nuclear comenzaron con la guerra fría y la carrera armamentística de los misiles, esto es evidente, y sería interesante ver las fechas de publicación cotejadas con los sucesos mundiales —no lo he hecho, y no tengo recursos para hacerlo, aunque me gustaría— para observar qué hitos marcaron la subida de la curva. La cuestión es que llegó un momento en que el bombardeo de estos cuentos era insoportable.
     Claro, había otras visiones. Philip K. Dick, por ejemplo. Su vida no era tan americana como la de otros autores (Heinlein, por dar un nombre), así que tuvo la magnífica tarea y la dura responsabilidad de reflejar en la CF otra parte de la sociedad americana. La de los fracasados, la de los que estaban fuera del sistema. Por eso hoy es uno de los profetas y bandera de las nuevas generaciones: porque entre tantas visiones, fue un visionario. Junto a él —contemporáneamente— un movimiento de descreídos asentaba sus banderas en Inglaterra, con la revista New Worlds, sede del movimiento New wave, donde también escribían norteamericanos, pero atípicos. Era un ruptura de temas. Aparecía —como en Dick— la degradación urbana, las mafias, la droga y los vicios, la violencia callejera, el humano descartado por el sistema. No era agradable leer estos textos. Muy probablemente muchos norteamericanos los deben haber odiado.
     Y para cerrar el paquete de corrientes, con otra década llegó otro movimiento similar: cyberpunks. Con una temática e iconografía nacido en las revistas francesas, especialmente en Metal Hurlant, incorporaron como monstruo, como entidad omnipresente, madre y castradora a la vez, y entidad mágica al mismo tiempo, a la tecno-economía, con todas sus corrupciones: megaempresas, mafias, mercados negros, gente degradada y corrompida, asesinatos y manipulaciones. El mundo de hoy.
     ¿Qué viene ahora? Es difícil ver cuando uno está inmerso en el bosque. Lo estamos viviendo, ¿qué disparadores tiene hoy ese mercado gigante de la CF que es Estados Unidos? ¿De nuevo los monstruos de otros colores, pero más sutiles, ocultos y malvados, matando a tus hijos en el colegio y en la calesita del barrio? Me gustaría que me lo cuenten porque —debo volver a la realidad, pido disculpas— ya no puedo mantenerme actualizado con la lectura de CF por la simple razón de que no puedo acceder a los libros y revistas como antes (y porque tengo menos ganas, es cierto). A este respecto, espero cartas de los lectores, incluso ensayos, además de los garrotazos que mi verborragia anterior pueda generar: es muy personal, no es académico, me he documentado con mi memoria y la memoria engaña, y está teñido por mis ideas, experiencias y frustraciones (¡Uf, sí que hay para dar garrotazos!).
     Me interesa mucho un análisis de nuestro mundo, el de los argentinos, el de los latinoamericanos y el de los españoles, que nos diga sobré qué temas —o con qué espíritu— sería lógico escribir (sin ánimo de acotar y empobrecer, por supuesto). Quizás yo mismo lo intente más adelante. No puede ser igual, no lo es, de hecho, a las visiones norteamericanas. Aunque quizás tampoco todos nosotros podamos tener temas tan coincidentes: hay grandes diferencias entre estar en Europa y estar aquí, del lado "de abajo" del mundo. Y hay diferencias —no tan grandes— en los distintos países.
     Yo tengo una idea personal que quiero transmitir, sin ánimo de influenciar a nadie. Debo confesar que es el núcleo del espíritu con el que empecé a escribir este análisis, aunque arranqué —posiblemente para autoconvencerme— diciendo que iba a tratar de no hablar de la realidad. Bueno, es imposible. Quería decirles a los que ven con la boca abierta lo que nos pasa aquí (lo he notado por algunos e-mail que me escribieron) que quizás deban mirar con una lupa lo que está pasando en Argentina —nosotros, los argentinos, podríamos hacerlo mejor por la cercanía de los hechos y por la disponibilidad de información, pero estamos involucrados—, además de analizar el ataque a Afganistán, el horror humanístico de África y otras partes conflictivas del mundo. No es algo que sólo nos pasa a nosotros, geográficamente, sin que pueda afectar a los demás. Y no sólo a las empresas de cada país que hayan invertido en Argentina. Hay que tener mucho cuidado con estos experimentos económicos, experimentos de nuevas estafas y nuevas formas de dominar. Estoy convencido de que esto es parte de una guerra, creo yo mucho más cruel y mucho más terrible que lo que parece, donde se prueban armas muy nuevas que quizás mañana caigan en otras cabezas. Una anécdota, para cerrar: mi padre decía, cuando se aumentaban los impuestos y la inflación comía los sueldos de la gente a toda velocidad: "En cualquier momento van a venir con un policía, te van a apuntar con un revólver y te van a sacar la plata del bolsillo" (se refería a los gobernantes, claro, y perdón por la obviedad). Mi papá no leía anticipación.

Eduardo J. Carletti, 1 de Marzo de 2002