La leyenda de Sam: La noche final

Waquero

La última vez que tuvimos noticias de estos campistas tan apasionados a contar sucesos verídicos de terror estaban rodeados por un infernal aullido. Ahora es el momento de enterarnos sobre su origen.


Tres ratones ciegos,
Tres ratones ciegos, Míralos como corren...
Van tras la mujer que les cortó el rabillo...

El aúllo virulento se había detenido.

Quedamos paralizados por el terror, mientras el viento de la noche se deslizaba entre nuestras ropas como pesadas lenguas gélidas y la siniestra cancioncilla infantil venía en una mefistofélica retahíla una y otra vez a mi cabeza.

Tres amigos que durante años se reunían cada 4 de Julio a festejar alrededor de una fogata y contándonos historias de terror, como cuando éramos niños.

Sólo que ya no éramos niños y el horror se desplazaba en alguna parte del bosque al frente de nosotros.

Zeke, de pie cerca de la fogata con su Remington a medio alzar entre sus manos, parecía una estatua de Diana Cazadora tallada en mármol rosa. En cambio Roy aguantaba su Luger en una mano mientras con la otra se metía trozos de tabaco de mascar en la boca como si lo fuesen a declarar ilegal en los próximos diez segundos.

—¿Qué fue eso Ken? —Croó Roy, mirándome con la boca llena de tabaco. Parecía un hámster gigante y asustado.

—Es el wendigo o Neromo, tal ves el mismo Sammy que viene a por su oro —exclamó Zeke, su voz no era mas audible que las pisadas de una mariposa en el agua. Quise decir algo cuando otra vez el chillido cortó las tinieblas.

Roy tomó ciegamente la botella de licor y embuchó un generoso trago; hizo una gárgara ahogada con el tabaco y escupió una potingue negra y maloliente que por poco apaga la fogata. Zeke se arrodillo y se apoyó el rifle a la cara como si le rezara. Recién entonces miré mis manos y noté fascinado que cargaban el tambor de mi arma con fría precisión sin que yo las domesticara.

Roy pasó por encima de la fogata, luego brincó por encima de Zeke y se agazapó a mi lado.

—Ken... Kendall, dime qué crees que es eso —Parecía asustado pero no aterrado—. Se trata de un lince ¿no es verdad? He oído que cuando los linces están en celo aúllan como mujeres histéricas... Se trata de eso, ¿no es verdad? ¿No es verdad? —Noté con desagrado que un hilo de tabaco y baba le colgaba del mentón y se mecía perezosamente en el aire.

—Roy, maldito seas... Sabes que no hay linces en esta zona. Subamos a las motocicletas y larguémonos de aquí.

—¡No podemos! ¡No podemos! —Zeke, que hasta el momento había permanecido musitando al parecer una plegaria, gritaba con una voz sonora y clara; remotamente comprendí que jamás había (en toda mi vida) oído gritar a Zeke. Roy se abalanzó sobre él y de guisa inconsciente le puso la Luger al cuello. —¿De qué demonios estas hablando? —Zeke estalló en sollozos y su rifle se deslizó delicadamente hasta el piso.

—La-las motocicletas quedaron al filo de la ladera. Tendríamos que atravesar el bosque para llegar a ellas —moqueó entre gorgoteos Zeke. Roy abrió sus dedos dejando que se deslizara, en una inconsciente imitación de su rifle.

Tras unos segundos de cavilación, Roy me miro con un brillo de esperanza en los ojos, rayanos en la demencia.

—¿Y la Interestatal? Podríamos llegar a ella sin atravesar el bosque, allí alguien se detendría ¿no? Y podría recogernos ¿no? —Su voz se fue esfumando lentamente en la medida que su mente comprendía sus propias palabras. Que alguien se detuviera para recogerte en la Interestatal era tan probable como lograr que Castro trabajara de mesero en un MacDonald.

—La única forma de salir de aquí es metiéndonos en el bosque. Roy, ¿Queda algo de Whisky?

—No.

—¡Maldición! —La palabra salió de mi boca como un latigazo.

Un conejo asomó su hocico inquieto de una madriguera cercana y lo envidié de inmediato. Allí a salvo en su cueva olisqueaba el peligro en el aire.

—No fanfarronearías tanto si te metiera un balazo en medio del morro —murmuró Roy a mi lado dirigiéndose al roedor, demostrándome que mi pensamiento había sido compartido por él.


Durante lo que parecieron días —en realidad la aguja mayor del reloj había recorrido sólo un cuarto de la esfera— reinó un silencio incómodo, sólo interrumpido por el tímido crepitar de la agonizante fogata. Pero nadie se animaba a buscar mas leña para alimentarla, supongo que esperábamos la llegada del alba como tres chiquillos para que los rayos del sol desvanecieran los espectros.

—¿Recuerdas los lémures? —dijo tan de improviso Roy que en una primera intención pensé que había tosido; sudaba copiosamente a pesar del frío, sus ojos desorbitados se movían enloquecidamente en sus órbitas, con el caño del arma se frotaba constantemente el mentón donde se había hecho una marca roja que no tardaría en sangrar.

—¿De qué demo...?

—¡Los lémures! —me interrumpió con marcada vehemencia—. ¿Recuerdas? Leí en algun lado que cuando los colonos españoles llegaron a Centroamérica, escuchaban los alaridos de los lémures arriba de los manglares y creían que eran demonios que deambulaban por la noche...

Traté de explicarle que no sabia de

qué demonios me estaba hablando, pero cuando traté de interrumpirlo me aplico un fuerte empujón en el pecho y el caño del arma se desvió y se detuvo peligrosamente en mi cara.

—A lo mejor —continuó rápidamente— se trata de algun animal que no conocemos y chilla así, entonces...

—No se trata de eso —lo interrumpió fríamente Zeke. Se puso de pie pálido y fantasmal y sin agregar nada más, tomó su rifle y se internó en la oscuridad.

—¡Zeke! ¡Maldición!

Salí detrás de él tratando de detenerlo de un hombro, pero con la viscosidad de una culebra se escurrió en la oscuridad.

Sentí a Roy maldiciendo y venir detrás de nosotros. La luz de la aguada luna no nos permitía ver mucho, sólo el eco de las ramas que al ser pisadas por Zeke nos servia de guía. Por poco Roy me atropelló. Había tenido la lucidez de tomar un farol y trataba de prenderlo con sus manos temblorosas. Se lo arrebaté con furia y lo encendí al primer intento; un paupérrimo círculo de luz nos envolvió. Zeke había desaparecido.

Caminamos en silencio por algunos minutos o tal vez horas con una sensación pesadillesca y febril. Desde la oscuridad la voz de Roy exclamó hueca y apagada.

—Es la última vez que vengo a este lugar...

"Eso puedes apostarlo", pensé.

La espesura del bosque comenzó a disminuir paulatinamente y de pronto la mano de Roy me sujetó fuertemente del hombro.

—Ken, observa —musitó.

Al principio no entendí, luego quedé tan estupefacto como él. En la medida que la espesura disminuía una fosforescencia azulada nos envolvía como una leve llovizna. Apagué el farol, se veía perfectamente. Un arco natural formado por los árboles daba paso a un enorme hueco en la broza.

Zeke de pie en el dintel apuntaba con su rifle hacia algo delante de él.

Nos acercamos lentamente y en silencio formando un ruedo alrededor de lo que parecía ser una piedra del tamaño de un becerro; la roca crecía y palpitaba con vida propia.

Un alarido estremecedor y prolongado nos obligó a taparnos los oídos. Por detrás de la roca, un ser mitad perro y mitad caballo se erguía en dos patas y caminaba pesadamente hacia nosotros. Mientras la fosforescencia que parecía irradiar de la piedra aumentaba, iba en aumento el tamaño del monstruo.

Con un extraño grito de guerra Roy comenzó a dispararle, destruyendo la inmovilidad en la que estábamos sumergidos Zeke y yo. Ambos nos sumamos a la descarga. Con cada impacto una lluvia de lo que parecían ser astillas se desprendía del ser, pero no parecía detenerle en absoluto.

El rifle de Zeke se quedó sin municiones y en su desesperación se arrojó sobre la acémila esgrimiendo el arma como su fuese un garrote. El Neromo se lo sacó de encima con una coz que le destrozó la quijada provocándole una fractura expuesta. El hueso, que se veía color cielo a causa de la luminosidad, había roto la piel de la mejilla y se asomaba, confiriéndole al desdichado de Zeke una extraña mueca similar a una sonrisa. Más brillaba la piedra y más crecía la criatura.

Sentí el percutor de mi .45 golpear en vacío y, antes de que pudiera siquiera pensar en recargar, la fiera se abalanzó sobre mí rodeándome con sus brazos. El aliento del antenora se acercaba a mi garganta con la precisión de un cirujano, cuando una nueva andanada de disparos se elevó por medio del bufido del animal.

Con un grito de júbilo, Roy le disparaba a la roca mientras Zeke, que había recargado su rifle, hacía lo mismo desde el suelo.

Neromo me soltó de inmediato, largando un bramido de furia y dolor. Cada bala que impactaba en la piedra lo debilitaba un poco más. Por momentos su cara adquiría sufridos rasgos, casi humanos. La piedra acusaba cada impacto con un orificio del cual salía una extraña sustancia liquida y luminosa.

Me arrastré fuera del alcance del Neromo y cargué rápidamente mi arma, pero antes de que pudiera disparar un crujido sobrenatural salió de la roca al partirse en dos, demostrando que era hueca. Eso marcó el final del bárbaro, que con un gorgoteo agónico cayó pesadamente al piso, volviéndose sólo otro poco de madera seca.

Me acerqué despacio y con la punta de la bota lo moví, pero sólo era material de fogata.

Un extraño murmullo provino de la peña, llamando nuestra atención. En su centro algo se movía lentamente, envuelto en una delgada película azul. La fosforescencia se había transformado en un brillo intenso.

Con un chasquido gelatinoso la película se partió y una delicada mano femenina se asomó perezosamente, acariciando el aire.

Una mano azul.

Una joven de aspecto ligeramente oriental retiraba la película de sí con extrema calma; a parecer sin notar nuestra presencia. Su cuerpo breve y desnudo era cautivante, sin embargo algo no terminaba de encajar. Pero lo comprendí rápidamente: debajo de su cintura, su cuerpo aún no se había formado. Terminaba en una especie de filamento retorcido de carne.

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Ilustración: Waquero

Sus ojos sin pupilas se detuvieron en nosotros por unos instantes y luego abrió su boca, dejando salir un sonido similar al canto de un ave, suave y embriagador. Comenzó a reptar lentamente hacia Roy, sin cesar en su melancólica melodía.

Cuando con la punta de sus dedos tocó el extremo de la bota de Roy, su Luger se disparó, haciendo estallar la cabeza del sobrenatural ser. Un rugido demencial pareció brotar de todo el bosque, y luego el silencio cayó sobre nosotros como una segunda noche.

La criatura comenzó a disolverse, filtrándose en la tierra hasta desaparecer con la misma velocidad que la luz azul también se desvanecía.

Las primeras luces del día nos sorprendió llevando a Zeke entre Roy y yo en andas, con un improvisado vendaje hecho de mi camisa alrededor del cuello. Atrás, en medio del bosque, sólo quedaba una vulgar roca y algunas ramas que de ninguna manera confirmarían nuestra historia.

—Bien. Allí están las motocicletas —murmuró cansadamente Roy—. ¿Podrás conducir? —le preguntó a Zeke, que respondió afirmativamente con la cabeza.

—No será necesario —exclamé a la vez que le disparaba un certero disparo a la frente de Zeke, terminando de esta forma con su agónico sufrimiento. Roy, que se había encaramado a su vehículo, se quedó boquiabierto y luego se llevo cómicamente las manos a la boca, no pudiendo asimilar lo acontecido. Finalmente pudo desviar la vista del cadáver de Zeke y me interrogó con la mirada.

—Lo siento por Zeke, Roy, pero no puedo dejar testigos —y le disparé en el pecho, haciéndolo saltar de su vehículo.

Me acerqué lentamente hacia él y noté que aún respiraba. Esa era la intención, aun no le había dado el mensaje. Lo acomodé para que pudiera verme. En sus ojos vidriados sólo había confusión y dolor. —Lo siento de veras Roy. Pero Darnel nunca le perdonó a tu padre el ponerlo en ridículo como lo hizo. De nada sirvió que el viejo haya muerto tiempo atrás. Quería venganza a toda costa y le pareció apropiado que su hijo...— Me callé la boca. La mirada extraviada me demostró que ya no me oía.

Rocíe los cadáveres con la gasolina de la motocicleta de Roy y les prendí fuego junto con los vehículos.

Monté en mi motocicleta y me alejé rumbo a la ciudad.

En aquella odisea, fuimos los tres ratones ciegos.

Es verdad que la gente cambia y algunos toman distintos caminos. Volverme un asesino profesional fue mi destino, el tener que asesinar a mis compañeros fue el destino de ellos. Aún no termino de comprender lo que ocurrió en aquel bosque y en mi memoria todo ha quedado plasmado de una forma confusa y borrosa, y tal vez sea mejor así, ya que algunas noches extraño a mis amigos y me consuela pensar que lo que ocurrió aquella vez sólo fue una historia más.