El lado oscuro de la luna

Federico Schaffler

MÁS DE VEINTE cadáveres reanimados intentaban entrar a la base lunar, arañando escotillas, forzando esclusas, trepando paredes, golpeando cristales.

De las doscientas dieciocho personas que habitaban la base Bradbury, sólo un puñado sabía lo que estaba pasando. Tan increíble era el asedio como para alarmar a la población o exponerse a que la información se filtrara a los medios de comunicación o a la Tierra.

Por órdenes del Director de la Base, Emanuel Lima, se apagaron los monitores que mostraban el área circundante, eliminando las misiones al exterior del complejo, además de limitar el acceso a los datos a tan sólo a unas cuantas personas. Se argumentó una falla técnica para cortar el contacto directo con la Tierra y las otras dos bases cercanas. Se decretó la necesidad de reducir al máximo el movimiento interno y externo, supuestamente debido a una repentina tormenta solar, suspendiéndose totalmente las actividades oficiales y recreativas durante 48 horas.

Avidos de descanso, los habitantes de la base aceptaron la recomendación sin saber el peligro que les acechaba afuera de la seguridad de los domos de metal y vidrio plastificado. En la cabina de mando sólo había tres personas además de Lima. La doctora Xenia Dimitri, la antropóloga Daniela Roux y Henri Bo, el responsable de seguridad de la base, en sus últimos días de servicio antes de retornar a la Tierra. Los tres estaban de pie, listos para recibir estrictas instrucciones de resolver el misterio cuanto antes.

—No quiero pensar en que es brujería. Es inconcebible a estas alturas del siglo XXI. Debe haber una explicación racional y lógica. Ustedes tienen que encontrarla —exigió Lima a los tres.

—Xenia, estudie las posibilidades de que las sustancias químicas con las que preparamos los cuerpos, antes de enterrarlos en el cementerio, no hayan podido mezclarse con los elementos del suelo lunar causando este efecto reanimador —ordenó para continuar casi sin respirar—. Verifique también si no tuvo algo que ver la lluvia de meteoritos del 2056 que cayó aquí cerca, aunque creo que si en 10 años no hemos detectado ningún tipo de radioactividad o emisiones nocivas, no vamos a hacerlo ahora, pero de cualquier manera, investigue por ahí también.

»Bo, asegúrese que todas las escotillas y accesos estén completamente sellados y que no sea posible abrirlos o pasar por ellos, en ningún sentido. Disponga que haya recursos y medidas de respaldo para todos aquellos sistemas o circuitos que tengan afuera sus fuentes de poder o que dependan de unidades en el exterior. Cuide bien que nadie se entere de lo que pasa. Enfatice la importancia del descanso, incluso anuncie una cuarentena, lo que sea, pero que la gente no salga y no ande por los pasillos o se asome por las ventanas —ordenó—. Daniela, usted quédese, necesito su asesoría. ¡Vamos, a trabajar!. Las dos personas salieron apresuradas, a encabezar a sus equipos compactos de trabajo, cuestionándose en silencio, una vez más, qué diablos tenía que hacer en una base lunar una antropóloga y por qué el Director requería su asesoría privada. —Por favor, dígame que no es brujería —pidió el responsable de la base, una vez que se cerró la puerta de iris, mientras trataba de recuperar la serenidad, invitando a la mujer a que tomara asiento.

—Es brujería. Vudú lo más seguro. Lo siento, no hay otra explicación —dijo Roux con absoluta frialdad—. Todo parece indicarlo. Los cuerpos sin descomponer, la obsesión por entrar, el esfuerzo incansable, la posibilidad de "existir" después de la muerte. No hay que buscar explicaciones científicas, porque no las hay —explicó con extrema paciencia—. Sólo falta que se aparezca el demonio —dijo con una leve sonrisa.

Lima se levantó, nervioso, moviendo la cabeza de un lado a otro, mientras se dirigió a la ventana que tenía a sus espaldas y que había opacado para no seguir viendo las caras de viejos amigos y compañeros de trabajo, ante cuyos cadáveres había tenido que decir unas palabras fúnebres antes de enterrarlos en el traspatio de la base. Permaneció así unos instantes, en silencio, con la mano apenas encima del control que volvería transparente el ventanal irrompible.

—Bujería —musitó—. Brujería en la Luna. En mi base. Brujería. ¿Por qué a mí? Accionó ciertas teclas, para permitir que se viera de adentro hacia afuera, pero no al revés. Al terminar de hacerse transparente el <i>durastil</i>, pudo apreciar muy cerca de él, apenas a unos cuantos pies, a dos de los cuerpos, que se movían extraños, a un sexto de G, circulando la base, buscando entrar, con la mirada perdida en la inmensidad. Reconoció a uno de ellos como un técnico que había muerto hacía ya cuatro años.

—¿Por qué está tan segura de que es brujería? —cuestionó a la mujer, al volver la atención a ella y sentarse en su sillón ejecutivo. —Porque hasta el momento, en toda la historia médica de la humanidad, nunca se han podido reanimar cadáveres. Es factible, ahora más que nunca, volver a la vida a quien tiene unos instantes o minutos de fallecido, pero no más. Los daños son irreversibles para el organismo —explicó.

—No entiendo cómo pueden andar así nada más. Ahí afuera, no hay aire, la gravedad es muy baja y nadie, que yo sepa, podría revivirlos, sólo Dios —expresó.

—O el Diablo —completó la mujer—. Es brujería, no hay de otra. Acéptelo —reiteró.

Exhalando un prolongado suspiro, apoyando los codos sobre el escritorio y escondiendo el rostro entre las manos, Lima se hacía a cada momento más pequeño ante el problema. Posiblemente un militar hubiese ya tomado acciones más drásticas, pero él era sólo un administrador, un civil, un producto de las megacorporaciones cuidando una de sus inversiones más preciadas. No estaba, definitivamente, capacitado para enfrentar el problema. —Acepto sugerencias —dijo finalmente, al levantar la cabeza y encarar a Daniela—. Lo que sea, pero ayúdeme a salvar la base y la empresa.

La antropóloga permaneció unos instantes en silencio, buscando en su archivo mental algún camino que seguir; antecedentes, ideas, estudios. Algo que pudiera servir para solucionar el problema, antes de que fuera mayor.

—Exíjale a Bo y a Xenia que encuentren soluciones. Necesitamos trabajar en varios frentes a la vez. Deme acceso a todos los archivos personales, a los manifiestos de importaciones, a los fallecimientos desde que empezamos a utilizar el cementerio hace seis años, a los reportes de incidentes extraños. A todo —pidió mientras se levantaba, lista para ir a su área de trabajo.

El hombre permaneció en silencio unos instantes, dejando que la experiencia administrativa evaluara opciones. No confiaba mucho en la antropóloga ni le agradaba su petición, pero le convenía ponerla a trabajar para buscar una respuesta y solución al problema que los amenazaba. Su responsabilidad, como jefe de la base lunar, lo obligaba a resolver la situación, antes de que la empresa tuviera que enfrentar demandas, presiones mercantiles o políticas o la posibilidad de la pérdida de la concesión. Además, un riesgo como el que enfrentaban en ese momento, haría que el negocio de las otras dos estaciones selenitas, se fuera a pique, junto con la empresa propietaria.

—Está bien. Acceso concedido —expresó con voz tensa el ejecutivo, mientras tecleaba algunos comandos en el tablero integrado a su escritorio. Antes de salir, detuvo a la mujer.

—Una última pregunta: ¿Por qué dijo hace unos minutos que esto podía ser cosa del Diablo? El demonio no existe —aseveró.

—Lo mismo dicen muchos de Dios, pero ya ve, algunos hasta en la Luna o en Marte han encontrado manifestaciones suyas. Es cosa de fe. Es cosa de creer. Usted piense lo que quiera, yo voy a buscar respuestas, donde sea necesario —dijo con firmeza mientras traspasaba el umbral, enfocando su atención hacia el reto a resolver.

Lima permaneció unos instantes en silencio. Apagó las luces, opacó el cristal y desconectó las comunicaciones hacia su privado. Se escondió en la oscuridad y se aisló del exterior mientras un escalofrío recorría su piel y se sumía en sus pensamientos. La formación científica de Xenia Dimitri le impedía aceptar que lo que estaba pasando fuera cosa de brujería, aunque no encontraba ninguna otra explicación. No podía ser de otra manera. Era inconcebible pensar que el demonio pudiera tener algo que ver con el horror que les acechaba desde el vacío. Un terror con cara de amigos.

Pensó en lo que muchos daban por un hecho, desde tiempos de Federico Nietzsche, que "Dios había muerto" y que junto con él desapareció su contraparte. Había quien decía que al contrario, que Dios perdió y por eso abandonó a la humanidad, dejando el trofeo en las garras del ángel caído.

Xenia no sabía cuál de todas las hipótesis podía ser la verdadera. Su mente analítica buscaba soluciones, cotejaba hechos y cifras, accedía investigaciones presentes y pasadas, de distintas partes de la lejana Tierra y de unas cuantas de su nuevo hogar, siempre buscando una explicación a lo que parecía no tener ninguna.

Ahí afuera, con monótonos golpes y frustrados intentos de penetrar la base, estaban sus amigos y familiares que habían fallecido en los últimos seis años, desde que se construyera el cementerio selenita.

El vacío no parecía afectarles. Vistiendo los ropajes, trajes de trabajo o mantos mortuorios con que fueran enterrados, buscaban con afán sobrenatural vencer la barrera que los separaba de los vivos. La preparación química con que fueron bañados, para evitar una deshidratación fulminante en el frío lunar, brillaba como una pátina de plata sobre todos los cuerpos.

Aún permanecían afuera, obsesivos en su intención. Xenia, al igual que Bo, sólo esperaba que no hubiera un desquiciado que tomara la determinación de brindarles acceso. Fugazmente cruzó por su mente la posibilidad de que alguien, quizá una persona con poderes especiales, fuera el artífice del reavivamiento y que esto era sólo el preámbulo de algo peor por venir.

Su cerebro analítico desechó en un instante el pensamiento. No creía en brujos o brujas, aunque en la base había al menos tres personas que fácilmente podrían haber sido acusadas de eso y ya se corría la voz que ellas eran las culpables, y de acuerdo a Bo, las principales sospechosas. Las mujeres que habían adoptado la vieja religión Wicca vestían generalmente en tonos de café, rindiendo tributo a la lejana Madre Tierra, aún para realizar sus tareas científicas o laborales. Utilizaban amuletos, talismanes y objetos encantados. Leían las cartas, los asientos del café, las imágenes fractales y las líneas de la mano. Afirmaban conocer el futuro y poseer poderes para enamorar o causar mal de ojo.

Las normas de comportamiento social fomentaban el respeto a las diferentes formas de ser, pero a pesar de ello, era inconcebible aceptar la posibilidad real de que fueran brujas, sobre todo para los formados con el rigor científico de las ciencias exactas, aunque los sociólogos o antropólogos, como Daniela, consideraban que tal actitud sólo era una tendencia pasajera, un modismo atávico, una manera de reconstruir a su alrededor, un ambiente más humano, o inhumano, según fuera el caso, en medio de la asepsia de la base espacial.

La doctora no podía aceptar que los muertos que habían dejado su tumba estuvieran ahora con vida. Era un milagro científico que requería años, quizá décadas, de estudio y deseaba fervientemente en su interior tener el tiempo suficiente para desentrañar el misterio y la posibilidad de analizarlos de primera mano, pero el comandante de la base había prohibido todo tipo de comunicación y acceso al exterior y le había dado órdenes de desentrañar el misterio cuanto antes.

¿Sería acaso que el suelo lunar, mezclado con los químicos utilizados para evitar la descomposición del cuerpo, como lo sospechaba Lima, lo que hizo posible crear vida donde no la había ya? ¿Sería en verdad brujería, como sospechaban algunos y ella no quería creer? No tenía ninguna respuesta y temía encontrarla. La antropóloga también buscaba respuestas, pero por otros derroteros. Analizó las imágenes captadas de los cuerpos que buscaban entrar. Estudió acercamientos de sus rostros. Trató de descifrar las palabras que salían de sus bocas, pero al no haber oxígeno que transmitiera el sonido, no había manera de escucharlos y además, al ser de diversas nacionalidades, habría que identificar primero los cadáveres para conocer su lengua materna y luego buscar alguien que pudiera leerles los labios.

Buscó otros caminos. Con la celeridad que implicaba la solución, empezó a analizar los perfiles sicológicos de todos los habitantes de la base lunar para tratar de encontrar algún responsable. Accedió información, correlacionó datos, estudió tendencias, documentos y reportes. Analizó afinidades grupales, religiosas, sociales, culturales o deportivas.

Nada.

No encontró ni un solo sospechoso claro, más allá de las seguidoras de Wicca, como lo había detectado el jefe de seguridad.

Pero estaba segura de que sí los había, y que era necesario investigar más y así lo reportó a su superior, al darle un avance de sus estudios. Optó por dejar a un lado su razonamiento científico, cosa muy difícil para quien ha dedicado su vida al estudio y análisis del comportamiento humano, en la Tierra y en el espacio exterior. Trató de pensar no linealmente, abriendo su razonamiento a posibilidades, hipótesis y conjeturas. Los ejecutivos de la base exigían una explicación lógica y esperaban que ella la encontrara, antes de que se tomara la determinación de salir a destruir los cadáveres ambulantes. Las seguidoras del Wicca fueron detenidas por Bo y su gente, y como era lógico, se declararon inocentes. Tenían doctorados en matemáticas, astronomía y biología molecular. Parecerían brujas, pero eran investigadoras y científicas.

—Ellas no fueron —argumentó posteriormente Daniela en una apresurada reunión con el director de la colonia y los cuerpos de seguridad—. Es demasiado obvio.

Xenia concordó con ella, a pesar de las protestas de Bo que buscaba a toda costa quien fuera responsable, sin tomar en cuenta que al detener a las mujeres, implícitamente estaban aceptando que era brujería lo que dio lugar al incidente por el que pasaban.

—Tenemos que seguir buscando. Las bases de datos indican que debe haber al menos una docena de mujeres en este cónclave y sólo hemos encontrado la cuarta parte —señaló Bo ante Lima, quien ordenó que siguieran las pesquisas.

Las tres mujeres fueron interrogadas sin éxito. Nadie creyó sus explicaciones. Suspendiendo sus derechos, fueron encerradas, y el terror en los ojos de sus captores, que estaban acostumbrados a la muerte —porque vivían en medio de ella— se convirtió en un puñal afilado que buscaba en sus pieles, rostros y palabras, alguna salida a la amenaza que se cernía sobre ellos. Ante la perspectiva de que la hipótesis de la brujería pudiese ser la acertada, Daniela regresó a su laboratorio para analizar algunos detalles en esa dirección. No sólo las Wicca tenían contacto o pacto con el diablo, supuestamente, también había otros cultos de la antigüedad que profesaban su veneración por "el maligno" o en algunos instantes tenían algunos puntos de contacto con las "fuerzas del mal", sin que fuera directamente con Satán. Nigromantes, sacerdotes vudú, druidas, había muchas opciones. Empezaría a analizar culturalmente esos derroteros, mientras los demás harían lo mismo, pero en el ámbito científico.

Una cosa era haber atrapado a las supuestas responsables y otra muy distinta eran los cadáveres que aún intentaban entrar a la base, después de veintiocho horas de asedio. Roux sonrió al asomarse por una escotilla que no había sido bloqueada, observando en toda su magnificencia el círculo completo del planeta azul. Aún había muchas cosas por hacer antes de culminar con la tarea encomendada, pero de momento, había algo más importante que requería su completa atención. Henri Bo se secó el sudor de su rostro moreno. El cabello húmedo, cortado casi a rape, cortado en tres franjas paralelas de distintas alturas, reflejaba el calor de los sótanos de almacenaje. Bajo varias toneladas de rocas lunares, un par de capas de hormigón y varios centímetros de plomo, los alimentos importados de la tierra estaban protegidos de las radiaciones cósmicas. Nada más unos cuantos tenían acceso a las bodegas y sólo él y otras dos personas podían ingresar al cuarto de control y a su departamento anexo, deshabitado desde hacía al menos tres años. Ahí, tenía su santuario. Le había costado mucho obtener todo lo necesario para el ritual del reavivamiento de los muertos. El ecléctico hechizo que finalmente funcionó utilizaba elementos del vudú, santería y varios ritos más. Tan lejos de la Tierra, no podía conseguir todos los elementos necesarios para un solo conjuro, así que tuvo que improvisar. Para su fortuna, logró los resultados esperados, arriesgándose a introducir contrabando a la base. Tenía que hacerlo.

Los momentos en que tenía las visiones que lo conminaban y daban instrucciones de cómo efectuar el hechizo se habían vuelto más frecuentes en los últimos meses y lo habían conducido, paso a paso, por los procedimientos propios de un acto de brujería que levantaría a los muertos. Cuando no estaba poseído por esa ansiedad extraña que nublaba su mente, oprimía su corazón y conducía sus movimientos, realizaba con toda diligencia su trabajo, aunque no fue lo suficiente como para que le renovaran su contrato. Pronto tendría que volver a la Tierra, a una labor de oficina, lo cual no le agradaba en lo más mínimo.

Siguió hurgando entre los paquetes, hasta encontrar lo que necesitaba. Cerró los ojos un instante y cayó en trance. Reconoció a una de las voces que habitualmente le hablaban al cerebro, de manera directa. Escuchó las palabras, vio las imágenes y supo que hacer.

Una sonrisa malévola marcó su rostro, tras percibir la visión y abrir los ojos, mientras pensaba en cómo responsabilizar, sin dejar lugar a dudas, a las seguidoras de Wicca. De hacer un buen trabajo, de lo cual estaba seguro, podría aspirar a mantener su empleo y seguir en la base. Continuó con el hechizo, enfocado a darle más fuerza y determinación a los cadáveres ambulantes. Las tres mujeres habían sido aisladas una de otra. Incomunicadas, esperaban con tranquilidad el desenlace de la situación. Ya no estaba en sus manos. Afuera había otras personas tratando de encontrar culpables, repartir culpas, buscar explicaciones y culminar tareas. Esperaron tranquilas, meditando en silencio, rezando sus oraciones primigenias, esforzándose por no perder el control. Enlazaron sus mentes con las de las otras integrantes de su círculo, aún no identificadas por las fuerzas de seguridad. Cuatro en cada una de las bases vecinas y una cerca de ellas, haciendo avanzar el plan. Era momento de tomar acciones más decisivas. Finalmente, después del desconcierto inicial, la capacitación ejecutiva de Lima se apoderó de su consciente y empezó a buscar maneras de capitalizar el suceso. Dimitri, Roux y Bo se encontraban en el despacho del Director de la base, tanto para reportar sus avances como para escuchar las siguientes instrucciones.

—De acuerdo al informe de Bo, deducimos que estas mujeres, las wicca, son las responsables. No sé cómo, ni ustedes me han podido dar una explicación sensata, pero lograron reanimar a los muertos. Ahora tenemos que negociar con ellas, para que nos den la "receta". Sin duda, habrá un beneficio económico para la empresa, sólo hay que encontrarlo —expresó con tono firme de voz. Lejos estaba el amedrentado hombre que se refugiaba en la oscuridad—. Xenia, deme su reporte.

—No encontré una explicación lógica, tendría que estudiar físicamente a uno de los cadáveres deambulantes, pero hemos detectado que poseen una fuerza más allá de la natural... —¿Por qué no dices mejor "sobrenatural", es lo más apropiado en estos casos —interrumpió Daniela con una mueca sarcástica.

—No quisiera usar el término porque no lo considero científico — contestó la doctora antes de proseguir—. Quiero pedir autorización para intentar atrapar a uno de los cuerpos.

—Petición denegada, de momento, pero muy acertada. Pero primero me va a decir cómo evitaríamos el riesgo de contaminación y cómo lo subyugaríamos para evitar que atente contra los vivos o dañe a la base. Si me dice cómo, lo hacemos. Bo, ¿alguna sugerencia? —pidió.

c-104Cuento1ilus1.jpg

"Zombie"

El jefe de seguridad se removió incómodo en el asiento, miró con parsimonia a los presentes, posando unos minutos la vista en cada uno, hasta que finalmente habló:

—Yo sería de la idea de no intentar atrapar a ninguno de ellos. No creo que podamos aprender nada y sí correríamos muchos riesgos, que como jefe de seguridad de la base no puedo autorizar. Solicito permiso para salir con un grupo de ataque a destruirlos a todos. Si los vaporizamos, eliminamos el peligro. Vivimos un incidente fuera de lo normal que nos pone en peligro. Sugiero acabar con ellos. Completamente —expresó con voz firme.

—Típica actitud de macho bárbaro —bufó Xenia con visible irritación—. Qué fácil, "destruyo lo que no entiendo, porque no tengo cerebro para entenderlo, pero sí músculos para demostrar mi superioridad". Cuántos retrocesos ha padecido la humanidad por acciones animales como esta. No puedo creer que estoy escuchando semejante barbaridad —dijo molesta, sosteniendo la feroz mirada del hombre, que enfrentaba sin moverse la actitud retadora de la doctora.

—Tranquilos, los dos —intervino Lima al desactivar la tensión—. Tampoco es mala la idea de Bo, pero de momento no vamos a destruir nada. Si hay peligro en exceso para la base, física, estructural o en cuestión de imagen, entonces sí los destruimos a todos, menos a uno, que intentaríamos atrapar. Por lo pronto, continúen a la expectativa y estén listos para cualquier cosa. ¿Hay algo que tengas que reportar sobre las sospechosas? —preguntó el ejecutivo, apreciando cómo Roux no había intervenido en ningún momento, pero estaba atenta a todo.

—Sólo que las hemos aislado y seguimos buscando a sus supuestas cofrades, aunque no han aceptado nada, lo cual es lógico —informó Bo al serenarse un poco, intentando controlar su nerviosismo.

—¿No crees que haya otras posibilidades aparte de las mujeres? —quiso saber Emanuel Lima. —No. Estoy seguro. Son unas brujas. Ellas son las culpables.

—¿Y qué motivos pudieran haber tenido para hacerlo? —preguntó finalmente la antropóloga, saliendo de su silencio—. Ya estudié sus perfiles sociológicos y sicológicos, y no tienen ninguna razón para haberlo hecho. Sus costumbres no son más que manías, chifladuras, si lo quieren, respuestas atávicas ante el desarrollo de la ciencia, pero no son peligrosas. Reitero lo dicho antes, no fueron ellas —afirmó categórica.

—¿Por qué lo dices? ¿Tienes alguna hipótesis? ¿Tienes algún otro sospechoso? —inquirió Lima, adelantando un poco el tronco por encima del escritorio, como queriendo escuchar mejor, a pesar de que había una acústica perfecta, sólo interrumpida por los monótonos golpeteos provenientes del exterior, a través del oscurecido cristal.

Daniela Roux exhaló un suspiro mientras tomaba fuerzas para dar a conocer sus conclusiones. Se arregló mecánicamente el largo cabello castaño, bajó la vista unos instantes, unió sus manos sobre el filo del escritorio y finalmente habló, con su característica voz pausada, que inspiraba tranquilidad y confianza.

—Tengo identificada a una persona como presunta responsable. Después de analizar los manifiestos de los embarques que hemos recibido de la Tierra en los últimos meses, encontré una serie de materiales e ingredientes que no concuerdan con las necesidades habituales de la base —explicó.

—¿Quién es? —demandó saber Emanuel Lima.

—Es alguien con acceso, poder y motivos, que ha encontrado un temible aliado, cuyo nombre me cuesta mucho decir, por lo increíble que va a sonar. Esa persona, ha entrado en tratos con el demonio, con Satán, para alcanzar sus fines. Sólo esa puede ser la explicación de que los muertos han cobrado vida e intentan acabar con nosotros —explicó la antropóloga, ante el nervioso asombro de Xenia y la impávida mirada de Bo.

—¿Quién es? De una vez dígame —ordenó irritado Lima—. ¡Dígame su nombre!

—No puedo decirlo en voz alta, por temor a las consecuencias, pero es obvio que no ha revisado mi reporte escrito. Ahí le detallo el resultado de mi investigación, así como una posible solución, nada científica, para resolver el problema. Revíselo por favor —terminó la explicación, acomodándose satisfecha en su asiento, pero sin perder la concentración.

Lima accedió el archivo en su computadora, revisó varias páginas de reportes preliminares y finalmente encontró el nombre que buscaba y la solución propuesta. Levantó la vista con un movimiento súbito, posándola un instante en Bo, deteniéndola un poco más en Xenia y finalmente miró fijamente a los ojos a Daniela Roux.

—¿Está completamente segura de lo que afirma?

—Sí.

Lima dejó ir un poco la tensión que endurecía su cuerpo, cruzó los brazos frente al pecho y recorrió con la vista a las tres personas frente a él. Finalmente accionó un discreto contacto en su escritorio que haría venir cuanto antes a los elementos de su escolta personal.

—La información es cuestionable en el aspecto de la relación demoniaca. Eso muy pocos van a creerlo. Yo mismo dudo que sea cierto, pero no tengo elementos para emitir un juicio definitivo. En cuanto a lo demás, las pistas son claras y apuntan en una sola dirección —explicaba el director de la base cuando se abrió la puerta de su despacho y entraron tres de sus guardias, colocándose uno a espaldas de cada uno de los asistentes a la reunión. Sorprendidos, Xenia y Bo se removieron en su asiento, mientras Daniela permanecía en silencio, con la mirada fija en Lima.

—De acuerdo a su informe, los muertos vivientes reconocerían a quien los reanimó, y si desean entrar, es porque quieren ponerse a su servicio. ¿No es así, Doctora Roux?

—Así es. Según pude determinar por los ingredientes y artefactos contrabandeados a la base, el hechizo es en parte vudú y esos seres deben encontrar a quien los revivió, para hacer lo que se les ordene —explicó.

—¿Qué hacen estos hombres aquí? —preguntó finalmente con voz firme Xenia Dimitri. ¿A qué vienen?

Antes de responder, un ligero movimiento de cabeza de Lima hizo que los guardias desenfundaran y apuntaran a Dimitri y a Bo, a quien desarmaron en un instante. El frío del cañón del arma en la nuca del jefe de seguridad de la base lo conminó a no moverse. En ese momento, el rostro del hombre sufrió una ligera transformación y su mirada se perdió en la inmensidad del cosmos.

—A detenerlos. Uno de ustedes es el culpable y uno inocente. Lo interesante es saber quién es quién. Levántense y acérquense al ventanal, uno a cada extremo, por favor —les pidió mientras los guardias los encaminaban junto al grueso cristal. Lima accionó los controles de opacidad y paulatinamente los volvió transparentes. Los cadáveres que deambulaban en el exterior percibieron, de alguna manera inexplicable, que su amo estaba ahí cerca.

Los guardias arrimaron al cristal al hombre y la mujer, a dos ventanales diferentes, separados por una gruesa columna de metal, de tal manera que sería muy claro ver hacia qué lugar se dirigirían los cuerpos animados. Xenia intentaba desasirse del hombre que la tenía sujeta de los brazos. Bo permanecía impávido, como fuera de sí. Lima y Roux se acercaron para ver mejor.

Poco a poco, con pequeños saltos, los cadáveres se acercaron a los ventanales, dudaron unos instantes, pero finalmente, se arremolinaron alrededor del cristal frente al cual estaba Bo. Xenia suspiró aliviada y las fuertes manos que la detenían la dejaron libre. Sintió un ligero mareo, pero se sobrepuso y evitó desmayarse.

—¿Qué sigue ahora, Roux? —preguntó Lima, sin dejar de mirar fijamente el rostro de Bo, quien no mostraba signo alguno de darse cuenta de lo que le esperaba, o que le preocupara en lo absoluto. Seguía con la mirada clavada en los cuerpos que reclamaban su presencia, del otro lado del cristal.

—Podríamos intentar destruirlos, pero el origen del mal seguiría vivo. Lamento tener que recomendar que envíe al exterior a Bo, para que se enfrente a sus demonios, pero no encuentro otra alternativa. Ha llamado a las fuerzas del mal a la base y tenemos que eliminarlas antes que finquen aquí su morada. Tiene que morir y al cesar su vida, los cuerpos que reanimó volverán a ser cadáveres. Eso dicen los textos que consulté y ante las circunstancias, eso creo yo —dijo con excesiva y pesada seriedad.

—Concuerdo, aunque no me gusta la idea —expresó Lima, quien finalmente retiró su mirada de su ex jefe de seguridad y se volvió a su escolta—. Métanlo en un traje y sáquenlo por la escotilla más cercana, con oxígeno para 30 minutos, nada más. Hagan que parezca un accidente y que no los vea nadie —ordenó con firmeza.

Los hombres sacaron del despacho a Bo, quien dócilmente dejó que lo condujeran. Ni una palabra salió de su boca, ni una exclamación de derrota, una muestra de miedo o una expresión de dolor. Se dejó llevar, ido.

Lima volvió a oscurecer los cristales y tomó asiento. Roux permaneció de pie.

—¿Ahora qué? —preguntó.

—Hay que liberar a las prisioneras, esperar que caigan los cuerpos y después destruirlos, a todos, incluyendo a Bo. No hay que dejar rastros incriminatorios y hay que evitar que se sepa lo que se pasó. A nadie conviene que se piense que en esta base llegó el Demonio. A nadie —dijo finalmente la mujer, mientras se daba media vuelta y salía del despacho, dejando a Lima en medio de múltiples interrogantes y la duda si había actuado de manera correcta. El pequeño altar donde Bo había realizado sus conjuros fue el punto de reunión de las mujeres que habían sido detenidas y de quien las liberó. Un par de monitores planos, colocados en una de las paredes, mostraban a los otros dos grupos de mujeres, ubicados en las bases aledañas. En total eran doce. Las sacerdotisas de la vieja religión, la Wicca, quienes efectuaban su cónclave en la Luna, muy lejos del lugar donde había nacido su culto, alejadas de la Madre Tierra, pero asentadas en su nuevo hogar, la Hermana Luna.

Una de ellas habló por las demás.

—Tuvimos éxito. El control mental del infeliz de Bo fue liberado cuando le quedaban apenas dos minutos de oxigeno y lo rodeaban, casi venerándolo, los cadáveres que había reanimado, siguiendo nuestros oscuros designios. Esos momentos de horror, fueron el detonante para que nuestro hechizo finalmente se lograra y nuestro señor pudiera ascender a esta nueva morada —dijo Roux, en medio de un bajo murmullo de las otras once mujeres, quienes suavemente mecían sus cuerpos y se tomaban de las manos, con los ojos cerrados, como en oración, mientras percibían una siniestra presencia que hacía pesado el aire y lo volvía ligeramente irrespirable.

—Ahora, la Luna también es reducto del Señor de los Infiernos y un día todo el Universo será nuevamente su morada. Este es apenas el primer paso.

Federico Schaffler es creador y director de la revista Umbrales, de México. Encabeza actualmente la lista propuesta para la nueva directiva de la AMCyF, Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía, en el cargo de Presidente.