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20/ago/02

Desde hace 25 años están ofreciendo una extraordinaria visión del cosmos. Fueron lanzadas en 1977 y, contrariamente a lo que se preveía, todavía siguen transmitiendo a la perfección. Ya se están acercando a los confines del sistema solar.




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Las naves Voyager viajan hacia el infinito

(La Nación, The New York Times) Hace veinticinco años, a finales de 1977, dos naves espaciales idénticas partieron en misiones de exploración más allá del sistema solar. No hubo redoblar de tambores ni palabras grandilocuentes sobre odiseas para el futuro. Las naves no fueron bautizadas con nombres mitológicos, como Mercurio, Géminis o Apolo. Se las llamó, simplemente, Viajeras (Voyager).

Tuvieron que ganarse la grandeza. Y lo hicieron, a través de su inesperada durabilidad, la inteligencia de los ingenieros y científicos que quedaron en la Tierra y, en gran medida, la infinita capacidad de la naturaleza para la sorpresa, la diversidad y la belleza que deja sin aliento.

Ambas visitaron Júpiter y Saturno, y Voyager 2 siguió adelante hacia Urano y Neptuno. Sus misiones, las más largas y más lucidas de la era espacial, se convirtieron en paradigmas de la exploración planetaria.

"Estábamos en una misión de descubrimiento —dijo el doctor Edward C. Stone, un físico del Instituto de Tecnología de California, que fue y todavía es el jefe de la misión Voyager—. Pero lo que no apreciamos fue cuántos descubrimientos habría por delante."

Ahora, lo maravilloso es que ambas naves siguen andando, transmitiendo datos de mucho más allá de los más externos planetas del sistema solar y más cerca de su verdadera frontera, donde comienza el espacio interestelar.

La Voyager 1, ascendiendo a más de 24.000 kilómetros por hora por sobre el plano en el cual se desplazan los planetas, está ahora a 4.900 millones de kilómetros de la Tierra, más del doble de la distancia que nos separa de Plutón. La velocidad de la Voyager 2 es de 21.800 kilómetros por hora, y desciende por debajo del plano planetario. Actualmente se encuentra a 3.900 millones de kilómetros de distancia.

Las dos naves de una tonelada se están alejando del abrazo gravitacional y, afirmó Stone, "seguirán viajando para siempre", muy lejos hacia el espacio interestelar.

Los controladores de vuelo del Laboratorio de Propulsión de Chorro de la NASA informaron esta semana que las naves Voyager funcionan suficientemente bien como para hacer todavía un gran descubrimiento: la heliopausa, donde termina el sistema solar y comienza el resto del espacio.

Nadie sabe muy bien dónde queda. La heliosfera se extiende mucho más allá de las órbitas de los planetas hasta el límite del campo magnético solar. Es algo así como una burbuja de presión inflada por un viento supersónico de partículas cargadas eléctricamente que provienen de la atmósfera del sol. En el punto en el cual el viento ya no puede echar atrás el medio interestelar, debería haber una frontera turbulenta.

Los científicos esperan que las Voyager observarán un súbito descenso del viento solar, por debajo de los niveles subsónicos, y que registrarán fuerzas magnéticas caóticas. También deberían comenzar a ver partículas interestelares, aceleradas por la turbulencia. 

Todo hace prever, afirman los científicos, que la frontera de la heliosfera fluctúa con la fuerza variable del viento solar de acuerdo al ciclo de once años de los máximos y mínimos solares. La última expansión fue presumiblemente durante el pico de actividad del sol, hace dos años. "Seguimos un blanco móvil", explicó Ed Massey, científico de proyecto de las

Voyager.

Los transmisores de 23 watts de las naves están encendidos todo el tiempo, pero nuestras antenas enfocadas hacia el espacio profundo sólo sintonizan sus débiles señales y registran datos algunas horas por día. A esas distancias, una comunicación ida y vuelta con la Voyager 1 demora 23 horas, y la con Voyager 2, más de 18. 

Cada nuevo conjunto de datos es examinado en busca de pistas de que las naves se estén acercando hasta el borde de la heliosfera, pero todavía no se encuentra nada. Algunos científicos piensan que el cruce ocurrirá dentro de tres o cuatro años, cuando las naves se encuentren a cien veces la distancia que existe entre la Tierra y el Sol. "Estamos en una carrera para llegar a la heliosfera antes de que las naves se queden sin energía eléctrica, alrededor de 2020", afirmó Stone.

Después, las Voyager vivirán millones de años viajando. Pero en silencio.