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SAGRADAS ESCRITURAS |
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Bonzo imaginaba el dolor y la desesperación que debió soportar su padre cuando el aro de sumisión del beeper, puesto en nivel cinco por su amo, se le cerró sobre el cuello y la garganta se le partió en un crujido bajo el metal. Despertaba muy a menudo con los ojos humedecidos por ese sueño.
Y te va a doler más si no me obedeces. Bonnnnzo, buedo. Dick volvió la vista hacia el control que estaba en su mano y oprimió el botón verde. El collar cedió al instante y Bonzo llevó sus manos instintivamente al cuello al sentir que el aire otra vez le inflaba los pulmones. Dick guardó el control en el bolsillo y reanudaron la marcha. ¿Cuál es el problema de que te llame Tor? dijo Dick con naturalidad, como si dos segundos antes nada fuera de lo común hubiese ocurrido. ¿Acaso sientes orgullo de tu nombre? prosiguió Dick. Dios conoce a Bonzo. Dios no conoce a Tor. ¿Y eso? ¿Qué me quieres decir con eso? Dios quiere hablar con Bonzo. ¿En la iglesia te dijeron eso? Sí, amo. Ya hablarás con Dios cuando te mueras dijo Dick, con el ánimo de terminar el diálogo. Dios no conoce a Tor. Pronto Dios llama a Bonzo y a todos para viaje al cielo. ˇAh! Déjame entender. Tienes miedo de que Dios no te reconozca cuando llegue el momento de la rendición de cuentas. Y qué él piense que eres Tor y no Bonzo. Sí, Dios quiere hablar con Bonzo. No conoce a Tor. Puedes quedarte tranquilo. Dios sabe muy bien quién es cada uno y cómo se llama. Yo te llamo Tor, pero Dios no se confundirá, él sabe que eres Bonzo. Así que ahora acabemos con estas cosas y haz silencio, que tengo que pensar. Sí. Sí amo. Por la calle principal caminaban Taylor Hans y Wanda. Traían unos paquetes del mercado. Bonzo aguzó la vista con disimulo, intentando enfocar mejor la bella figura de Wanda, que se aproximaba a ellos. Dick Kaufmann lo miró de reojo y percibió que su neandertal tenía un brillo especial en los ojos. ¿Te agrada Wanda? Bonzo lo miró y apenas atinó a una sonrisa, que rápidamente cubrió con su mano peluda. Tal vez... si te portas bien... podría hablar con Taylor y... quién te dice dijo Dick, alargando la frase para medir la reacción de Bonzo. Tor quiere. Tor bueno. ˇAja! ¿Así que Tor bueno? Dick no pudo evitar que se le escapara una risa. Intentaba no compartir ciertas manifestaciones de simpatía con su sirviente; era parte de una estrategia para mantener al neandertal en un orden estricto de respeto hacia él. Sí. Tor bueno repitió Bonzo. De las cosas que son capaces por tener un rato de copula dijo Dick como un pensamiento en voz alta. Vendes hasta tu propio orgullo, pequeño inculto. Creo que en definitiva no son tan distintos a muchos de los nuestros. Tor no entiende. Taylor se había detenido a observar la vidriera en un local de ropas. Wanda aguardaba a su amo en una posición obediente y espiaba con disimulo a Bonzo, que se acercaba junto a Dick. Tor no entiende repitió. Te gustaría tener una pequeña bestia con la hembra, ¿eh? Wanda mamá. Wanda no hembra. ˇNo empieces otra vez con tus berrinches! ¿Quieres o no quieres que hable con Taylor? Sí, amo. Bueno. Una vez que te dejo que elijas y te sigues quejando. Tor bueno. Sí. Mi padre también lo era, a pesar de que bebía en exceso y me golpeó durante toda mi maldita niñez. Papá de Bonzo no pegaba. Mamá de Bonzo no pegaba. Tu padre no te pegaba porque no estabas con él. Y tu madre, porque era hembra y débil. Mamá era mamá. Mamá no hembra. Mamá fuerte. Mamá sacó peso de encima de Bonzo niño y aplastado. ˇBasta de conversaciones estúpidas! Ya me contaste tu historia del tambor de agua. Apresúrate, que hablaré con Taylor. Los cuatro se encontraron a mitad de cuadra, frente al local de ropas. Hola Taylor dijo Dick, estrechándole la mano. ˇDick, qué sorpresa! Hacía tiempo que no te veía. ¿Cómo van las cosas? Con mucho trabajo. Ya sabes, hay que mantener lo que se ha construido dijo Dick Kaufmann haciendo gala de su pequeño pero floreciente emporio económico. Sí, claro. Pero no te olvides de disfrutar. Vida hay una sola, por lo que se sabe dijo Taylor. No es tan así, amigo. Tendrías que volver a la iglesia. En tus palabras se nota el desamparo que sufres dijo Dick con una mueca de desprecio. Es mejor no hablar de algunas cuestiones contestó Taylor, distrayendo la vista en la pareja de neandertales. Bonzo y Wanda se miraban con vergüenza. Bonzo había alcanzado su madurez sexual hacía un año. Wanda era algo mayor que él, pero formaban una buena pareja. Ninguno de los dos habían tenido experiencias previas en lo carnal. Estás por comprar ropa, según veo dijo Dick. Para Wanda dijo Taylor, mientras acariciaba la cabeza de la neandertal. Bonzo mostró de inmediato un gesto de celos. Al instante, más reflexivo, su rostro cambió hacia unas facciones que denotaban admiración por aquel humano, que sí sabía cómo tratar a uno de su especie. ¿De dónde vienes? preguntó Taylor. De los oficios religiosos. Ya sabes, los domingos son sagrados. ¿Sólo los domingos? dijo Taylor Hans con ironía. Al menos le dedicamos un día ¿Y tú, Taylor? ¿Cómo andas con eso? lo desafió Dick. Kaufmann conocía al detalle los pormenores de la discusión que tiempo atrás su amigo había mantenido con el padre Rafael. A partir de allí, la relación de amistad entre Dick y Taylor se había tornado circunstancial. Desapegado dijo Taylor con desprecio. Qué manera de calificar un estado de vinculación con Dios dijo Dick. ¿Y tú? Te sientes cerca de dios, Dick. Pues claro. Venimos de su casa contestó el creyente, poniendo a resguardo su cuota de fe. ¿Y eso es todo? Sabes bien que me molesta hablar sobre el tema, pero... que lo haga otra vez no me afectará. Hazlo. Tienes que sacar esas cosas. Aparte nunca hemos discutido el asunto lo animó Dick. La pareja de neandertales observaba sin interrumpir. No sé si es el momento ni el lugar dijo Taylor. Siempre es bueno hablar de Dios dijo Dick con sarcasmo. Esos libros dicen demasiadas mentiras sentenció Taylor. No hables así de las sagradas escrituras. ¿Sagradas? ˇPor favor, Dick! Eres un tipo inteligente. Aún no te diste cuenta de que ese dios al que admiran y respetan, al que adoran y todo le justifican, no es más que una invención del miedo y la ignorancia. No sigas. Estas blasfemando se apresuró Dick con una marcada molestia en el rostro. ¿Y?, ¿tu dios me castigará? Eso es lo que difunde la iglesia y sus palabras. ¿Acaso no te diste cuenta? No tienes más que mirar a tu alrededor. Vas al servicio religioso puntualmente cada domingo, ¿eso te transforma en mejor hombre? Hace un año que posees a Bonzo y me bastó verte un par de veces para saber con el desprecio que lo tratas. Siempre es igual. Nunca te vi tener un gesto de respeto hacia él. Lo andas aporreando y menoscabando continuamente. Lo trato como se merece. No, Dick. No te engañes. Lo tratas con desprecio por el solo hecho de ser de una especie distinta. Observa cómo trato yo a Wanda. Ellos son bestias y están para servirnos. Ya lo dicen las sagradas escrituras se justificó Dick elevando la voz. ˇNo! ¿Si dios existe, crees que estaría de acuerdo con eso? ˇEstás loco!, como cada uno de ustedes que se dejan seducir por la justificación de sus actos. ˇSerás castigado! Ya verás, no lo dudo dijo Dick con el rostro ahora enrojecido. Tú serás castigado, Dick, pero no por tu dios, sino por el odio de los que desprecias. Eso inculca tu iglesia y sus porquerías temerarias. Si los neandertales no hubieran sobrevivido, si una sola especie inteligente hubiese poblado la tierra, estoy seguro de que los hombres habrían hallado la manera de escribir otras reglas con tal de justificar la creación y la existencia de un dios y sus formas de proceder. Terrible error. Estás en tinieblas. Eres un pobre tipo, Taylor. Así terminarán sus días los hombres sin fe Dick desvió la vista hacía Bonzo y le dirigió un comentario: ˇAprende, Bonzo! Mira cómo hablan los que están lejos de Dios. Bonzo miró a su amo y sin decir palabra volvió a mirar a Wanda y sus ojos otra vez volvieron a brillar. No los involucres en la discusión. A ellos no le permiten elegir nada dijo Taylor, molesto. Se dice por allí que tú le dejas elegir bastantes cosas a Wanda criticó Dick con una sonrisa burlona que de todos modos no ocultaba su malhumor, por el contrario, lo evidenciaba. Son cosas mías. Yo respeto a todos los seres y no me dejo influenciar se defendió Taylor Hans sin elevar la voz y con el rostro distendido. Dios es perfecto prosiguió Dick, por eso creó a la especie neandertal y le permitió sobrevivir. Para que acompañe al hombre, para que lo asista y lo alivie de situaciones indeseables. Debes volver a los oficios religiosos a que te refresquen la memoria. Es inútil discutir contigo. A eso que le llaman fe deberían llamarlo justificación y sumisión; mentiras y miedo. Tu iglesia no te permite razonar con libertad. Eres esclavo y por eso esclavizas. Cada vez estás peor, Taylor. Estás enloqueciendo dijo Dick más calmo. El enrojecimiento de su rostro se había esfumado. No voy a discutir esas cosas contigo, sólo te diré algo. Está noche piensa. Si nosotros no hubiésemos evolucionado, o al contrario, si los neandertales no estuvieran aquí, ¿que dirían las escrituras? ¿Acaso serían las mismas? ¿O el libreto para justificar la obra tendría otra trama y otro autor? Piénsalo como hipótesis y que tu dios te ayude si te animas a sacar conclusiones. Taylor se apartó, encaminándose con Wanda hacia otro destino. Desde sus espaldas, Dick arremetió: Iba a hacer un trato contigo. Has arruinado todo. Te iba a proponer que Bonzo se uniera con Wanda. Ahora soy yo el que me niego a esa unión. Con escuchar a su dueño ya veo cómo debe ser esa neandertal. Ni loco permitiría que lo echen a perder a Bonzo con sus locuras. Bonzo miró con ira a su amo, sintió un dolor en el pecho cuando Dick despreció a Wanda con palabras, alejándola de su ilusión. Taylor se detuvo, giró y volvió a acercarse. Véndeme a Bonzo dijo Taylor con serenidad y la mirada fija en los ojos de Dick. Sé que se agradan con Wanda. Déjame a mí darles la felicidad que la iglesia, sus escrituras y tipos como tú no son capaces de brindarles. Eso jamás dijo Dick Kaufmann encolerizado. ˇVamos Bonzo! le gritó a su sirviente, zamarreándolo de las ropas. Bonzo, por primera vez en su existencia, sintió un dolor en el pecho que su madre nunca le había explicado. Era un dolor distinto y sus ojos se humedecieron, igual que la tarde en que se enteró de la muerte de su padre, por el exceso de un mal amo y el estrangulamiento de un collar de sumisión. Sus ojos estaban turbios bajo la humedad, como cuando despertaba con la pesadilla de imaginar un "cinco" en el beeper y el crujir de huesos rotos. Esa misma noche, como era costumbre, Bonzo preparaba la cena en casa de Dick. El sirviente mostraba un semblante distinto, su rostro era contradictorio. Su ceño estaba fruncido y permanecía callado, ajeno y como en un ensueño, distante de la tarea que sus manos efectuaban: estaba picando las verduras sobre una tabla de madera con una cuchilla. Sus dedos algo torpes corrían riesgo, pues su atención estaba de lleno dirigida a los acontecimientos de la mañana. Pensaba en Wanda. La angustia le oprimía el pecho como si un tambor lleno de agua estuviera sobre él. Cuando era pequeño, en los campos donde su madre servía, mientras disfrutaba de sus años de aprendizaje junto a ella, accidentalmente se había volcado un tambor de doscientos litros sobre su cuerpo. Había gritado, exhalando todo el aire que tenía en los pulmones, el último que podía acaparar bajo esa presión. El peso lo asfixiaba, pero su mamá lo salvó de la muerte. El saldo del accidente había sido un par de costillas rotas. Ahora el tanque no existía, la opresión era una angustia de amor, pero se le parecía. Bonzo sabía que esta vez su madre no podía quitarle el peso, ni el dolor. Esta vez estaba solo. Dick cerró el libro que estaba leyendo, se levantó del sillón de lectura y caminó desde la sala hacia la cocina. Vio a Bonzo dedicado a preparar la cena sobre la mesada. Dick se sentó en una silla tras las espaldas del neandertal. El sirviente, para ver los movimientos de su amo, apenas lo observó por sobre su hombro. Estás callado, Bonzo. ¿Qué pasa? El esclavo no contestó, se limitó a proseguir con su tarea. ˇDate la vuelta y contéstame cuando te hablo! dijo Dick, elevando el tono de voz. El neandertal dejó lo que estaba haciendo, giró sobre su cuerpo, dirigiéndolo a Dick, pero continuó sin hablar. Sabes que detesto repetir las ordenes. Te estás ganando un castigo. Habla. Bonzo continuó en silencio con la mirada extraviada. Estas muy rebelde, Tor. Y sé por qué es. La hembra peluda te pone así. Wanda y Bonzo quieren hacer familia respondió con pesar. Ni lo sueñes contestó Dick mientras se ponía de pie y se acercaba al neandertal. Quítate esa idea de la cabezota agregó el amo al tiempo que le aplicaba una seguidilla de golpecitos con los nudillos en la cabeza, como si cada letra de sus palabras fueran diminutos remaches que debían fijarse en la mente del primitivo. El neandertal le apartó la mano en un gesto muy desacostumbrado. Dick quedó perplejo un instante ante esa actitud de Bonzo. Palpó su bolsillo y comprobó que no tenía el beeper entre sus ropas. Lo había olvidado en la sala. ˇMaldita sea! ˇNunca permitiré esto! gritó enfurecido Dick sobre el rostro del neandertal. Bonzo se cubrió con ambas manos la cabeza y frunció sus facciones con el deseo de hacerse pequeño y desaparecer. Dick abrió un cajón de la mesada y extrajo un palo de amasar. Sin miramientos, apaleó las costillas de Bonzo. El sirviente se contorsionó por el dolor. Un dolor conocido. Otra vez el recuerdo del tanque llegó a su mente y su madre no estaba. Llevó sus manos al abdomen y quedó en cuclillas junto a la mesada. Dick, cargado de ira, abusó de la postura indefensa del neandertal para asentar otro golpe preciso. Esta vez el castigo fue sobre el hombro derecho de Bonzo. La bestia rugió y como un acto instintivo, desde el suelo, estiró el brazo y sus dedos tocaron un frío metálico. Bonzo abrió sus ojos grandes cuando vio los de Dick Kaufmann, que estaban desorbitados e inyectados en sangre. El amo, fuera de sus cabales, sediento de violencia, elevó el palo nuevamente. Bonzo aferró la cuchilla y como un gesto instintivo la clavó sobre el vientre de Dick. El neandertal se irguió como un animal enfurecido, pero se detuvo al instante en esa posición, con el rostro en sombras. Dick sólo atinó a cubrir su herida en el vientre con ambas manos y a abrir sus ojos hasta el límite de lo concebible, por la sorpresa y la incredulidad de la situación. Mientras se iba deslizando al suelo, aferrándose con desesperación de las ropas de Bonzo, el neandertal lo observaba de pie y con hondo pesar. La cuchilla estaba lejos, la había arrojado con arrepentimiento al otro lado de la cocina. Dick intentó en vano incorporarse, resbalando entre charcos de su sangre. Estaba consciente de que la muerte no tendría demoras. Quiso pronunciar unas palabras y de su boca brotaron borbotones de sangre espesa. Bonzo se arrodilló y comenzó a acariciar el rostro de Dick. Lo acompañó en el sueño eterno, como acostumbraron los de su especie en la antigüedad. Más tarde, sentado sobre el suelo, Bonzo lloró junto al cadáver del amo. Como sus ancestros practicaban y su madre le enseñó, el neandertal cavó una fosa en los fondos de la casa y enterró a Dick. Antes colocó algunos comestibles; agregó ropas, joyas, y efectos personales muy queridos por su amo. Todo lo efectuó con sumo respeto y como parte de la ceremonia fúnebre que su especie practicaba para que el cuerpo tuviera un viaje más apacible al sueño de la eternidad. Esa noche Bonzo abandonó a su Dios por Wanda. Era la única manera de quitar el peso que sentía en su pecho peludo, que lo ahogaba como un tambor lleno de agua. Más tarde, amparado por la oscuridad de la noche, Bonzo corrió hasta la casa de Taylor. Bonzo y Wanda huyeron con el consentimiento de Taylor, el buen amo, que estaba lejos de dios, pero más cerca de la verdad. Se fugaron hacia las montañas nevadas y desde ese día, Bonzo prefirió llamarse Tor. En su pensamiento, si dios existía, nunca sabría quién era él. Daniel GrauDaniel es un escritor con una capacidad obsesiva de progreso, que se desvive y se esfuerza sin descanso por mejorar su capacidad de expresarse en los textos. Es un ex-combatiente de la guerra de las Malvinas, aunque no habla mucho sobre el tema. Nos cuenta sobre su historia: "Mi nombre Daniel Grau, 40 años, nací un 3 de febrero de 1962 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Cursé estudios en Ciencias Exactas, específicamente en Ciencias Químicas. Ése soy yo. El que escribe cuentos es alguien del cual no tengo demasiadas referencias, sólo puedo aventurar que es un ser al que le he dado licencia para soñar, imaginar y portarse mal, todo esto bajo el resguardo de mi integridad física. Ha escrito cerca de cuarenta cuentos y se debate en estos momentos en la maraña de una seudonovela. Se encuentra cursando un taller de narrativa y compulsivamente intenta limar las asperezas de una prosa rudimentaria a puro esfuerzo y sacrificio. Las horas de soledad de las cuales se nutre frente al teclado son producto de su cuestión privada y personal, yo sólo me remito a observarlo sin intromisiones y le presto un nombre y una identidad. Con el tiempo quizá vea qué ha hecho ese ente perverso dentro de un universo de ceros y unos, para recién allí poder ponderar la verdadera imagen de lo que ha creado dentro de esa libertad que le he otorgado. Espero sea una aceptable imagen y no un vano espejismo crepuscular." De Daniel publicamos ya El misterio de los Cayos de La Florida en el número 121 de Axxón.
Axxón 131 - octubre de 2003 |