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14/Jul/03

Al rescate del libro argentino

La devaluación podría favorecer la industria editorial del país. En esta nota de opinión aparecida en el periódico argentino La Nación, Guillermo Schavelzon, agente literario y consultor editorial argentino residente en Barcelona, describe las tres barreras que, a su juicio, la industria editorial argentina tendrá que superar para prosperar más allá de las fronteras nacionales.

(La Nación) Desde que se produjo la devaluación, todos los editores pensaron en la exportación. Era una idea razonable, porque por primera vez en muchos años el libro argentino se convertía en el más barato de todos los países de habla castellana. Muchos editores comenzaron a viajar ofreciendo sus libros y otros, al igual que unos cuantos impresores, salieron a ofrecer trabajo de producción made in Argentina . Pasado más de un año, a la mayoría le fue mal.

Suelo reunirme con muchos de ellos en Barcelona y en Buenos Aires y soy testigo del esfuerzo que algunos hacen por tratar de entender lo que sucede. Dicen: "Somos buenos profesionales, sabemos hacer libros, hablamos el mismo idioma (con referencia al enorme volumen de producción internacional desviado a China y Singapur) y tenemos un precio mucho más bajo. Sin embargo, nos cuesta vender". La explicación no es compleja. Tres son los problemas principales: uno es de carácter editorial, el otro es industrial y el tercero es absolutamente político.

El problema editorial consiste en la oferta. En los años 90 los editores se dedicaron al mercado nacional. Libros argentinos para Argentinos. Salvo excepciones como Paidós, Emecé, Adriana Hidalgo, Errepar y muy pocos más, la mayoría de las editoriales dejó de comprar derechos de autores extranjeros (pese al bajo costo del dólar) y se dejó de traducir. El primer país que tradujo al castellano y publicó a Freud, a Joyce, a Virginia Woolf, a Malraux, a Sartre, a Simone de Beauvoir, a Proust y a cientos de escritores extranjeros más abandonó su liderazgo de casi un siglo en poco más de diez años. Como el libro argentino era caro a valores internacionales y el mercado nacional sería cada vez más poderoso (en esos años "ingresábamos al Primer Mundo"), se descuidó la publicación de títulos exportables, abandonando los mercados conseguidos con décadas de esfuerzo, los que inmediatamente fueron tomados por los editores españoles, mexicanos y colombianos, en ese orden. Hasta pequeños editores, como los chilenos, se agruparon para exportar con apoyos del Estado, con bastante éxito. Nosotros perdimos el mercado exterior y, como se sabe, un mercado se pierde en seis meses, pero no se recupera en menos de seis años. Lo que muy gentilmente hemos cedido a los editores de otros países, ninguno no los devolverá.

El problema industrial reside en que una década de importación y cierre o desactualización de la industria gráfica afecta la calidad. El libro argentino de hoy no responde a los parámetros internacionales. El papel no es bueno, no hay garantía de estabilidad ni de volumen de producción, y la impresión y encuadernación no tienen nivel para competir en mercados exigentes. No hablemos del diseño gráfico, un arte en que la Argentina es líder mundial cuando se aplica a publicidad, pero que en el mundo editorial sigue siendo anticuado. Los editores —los que quieren escuchar— oyen esto cuando van a las ferias en el exterior y sé que algunos trabajan en la actualización. Finalmente, está el problema político, la necesidad de garantizar estabilidad jurídica, cambiaria y financiera, y el requisito ineludible de normativas aduaneras claras y estables.

Participé de una interesante reunión entre un importante editor de Madrid y un gran impresor argentino. Al español le interesaba mucho contratar producción en Argentina a menores costos, siempre y cuando el impresor se comprometiera a un precio y calidad estables por lo menos por tres años. No le interesaban acuerdos de corto plazo, ni dejar a "sus proveedores de toda la vida" por un acuerdo transitorio. El empresario gráfico argentino —un hombre honesto— sonrió y le respondió: "Si me comprometiera a lo que me pides te estaría engañando. No te puedo garantizar ninguna de las tres cosas más allá de hoy". No necesito decir cómo terminó el encuentro: no sólo no hubo negocio, sino que cuando llegó el café, el español pidió que le dejáramos pagar la cuenta.